Civitas antigua y formación de las estructuras personales

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The Person and the Challenges
Volume 6 (2016) Number 1, p. 119–139
DOI: http://dx.doi.org/10.15633/pch.1661
Robert Kantor
The Pontifical University of John Paul II in Krakow, Poland
Civitas antigua y formación
de las estructuras personales
Ancient civitas and developing of personal structures
Abstract
The concept of the city (civitas) does not necessarily have to mean an urban organization.
It may mean a collection of localities, or a territory where some ethnic groups live (tribu).
First of all, the development of personal structures happened initially in the families and
was connected with a domestic cult. With time, several families used to make a separate
group called fratria and a collection of them made up a tribu. This article shows how
religion and a way of ruling affected the development of personal structures. Examples
of this include are colonies and dioceses – personal structures of the Roman Empire.
The task which lies before this article is to enlighten the reader that many of the
modern personal structures, especially those deep­‑rooted in canon law, have had a source
in ancient civitas. Present structures of Catholic Church have their basis on that original
classification: a family, fratria, tribu. Today there exist: a parish, a vicariate forane, a diocese,
and a collection of dioceses called an ecclesiastical province.
Keywords
Civitas, Conception of the city, Personal structurs, tribu.
El concepto civitas no implica necesariamente el de una organización urbana.
Puede designar también un complejo de pueblos o el territorio de una tribu.
Cada ciudad poseía una extensa zona rural que formaba con ella una unidad
política, social y económica. En la ciudad se concentraba la vida civilizada.
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Como una consecuencia de la entrada de Roma en oriente y de su interés
por las ciudades, la sociedad urbana se hizo más compleja. Los grupos de
forasteros se fueron formando durante un largo período en todas las ciudades:
comerciantes y artesanos que seguían a los ejércitos o buscaban mejores
mercados, personas caídas en esclavitud, exiliados políticos. Ahora bien, éstos
residentes, no ciudadanos, conservaban a menudo cierto sentido de identidad
étnico a la hora de establecer cultos locales de sus dioses nativos o de formar
una asociación, que ofrecía, al menos, las apariencias de una religión. Los
diferentes grupos de la ciudad y, dentro de cada grupo, personas de diferente
status social se sentían afectados en mayor o menor grado por la hegemonía
de Roma. La ciudad, pues, era el lugar donde se podía tomar contacto con la
nueva civilización, donde se tropezaba con las novedades.
1. La fratría y la tribu
El culto doméstico se realizaba en el seno de la familia. La religión doméstica
prohibía a dos familias mezclarse e identificarse. Pero había la posibilidad de
que varias familias, sin sacrificar nada de su religión particular, pudieran unirse
para celebrar otro culto, que les fuera común. Por eso, cierto número de familias
formaban un grupo, que la lengua griega llamó fratría y la lengua latina curia. El
papel de la fratría dentro de la ciudad fue principalmente religioso, pero también
se celebraban en ellas actos jurídicos concernientes al estado civil de las personas,
tales como la presentación del muchacho de dieciséis años o la presentación de
la esposa por el esposo, acto por el cual se consagraba el matrimonio1.
En el momento mismo de unirse, las familias creaban una divinidad superior
a sus divinidades domésticas. Luego elevaban un altar, encendían el fuego sagrado
e instituían un culto sagrado. No había curia (fratría) sin altar y sin un dios
protector. El acto religioso era similar en cada familia y consistía principalmente
en la comida celebrada en común. Estas comidas religiosas se conservaron
durante mucho tiempo en Roma. Las menciona Cicerón llamándolas “dies curiae,
convivium”2. Todavía en tiempos de Augusto conservaban todas sus formas
antiguas: “En estas moradas sagradas he visto la comida preparada ante el dios:
1 Cfr. J. Ellul, Historia de las instituciones de la antigüedad: instituciones griegas, romanas,
bizantinas y francas, Madrid 1970, p. 27.
2Ciceron, De orationes, I. 7, en: M. Winterbottom, Oxford 1984.
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las mesas eran de madera, según la costumbre de los antiguos, y la vajilla de tierra.
Los alimentos consistían en panes, tortas de flor de harina y algunas frutas. He
visto hacer las libaciones: no caían de áureas o argentadas copas, sino de vasos
de varro, y he admirado a los hombres de nuestros días, que tan fieles persisten
a los ritos y a las costumbres de sus padres”3.
Los días de fiesta, cada fratría se reunía alrededor de su altar. Se sacrificaba
una víctima, y las carnes cocidas en el fuego sagrado se distribuían entre los
miembros de su fratría. Para formar parte de una fratría había que nacer de
un matrimonio legítimo en una de las familias que la componían. La religión
de la fratría, como la de la familia, sólo se trasmitía por la sangre. La admisión
a la fratría se celebraba en forma religiosa. En presencia de todos los miembros
se inmolaba una víctima y se cocía la carne en el altar. Los antiguos creían que
estas prácticas de preparar el alimento sobre un altar y compartirlo entre varias
personas establecían un lazo indisoluble y una unión santa4.
Cada curia o fratría tenía un jefe llamado curión o fratriarca. Su función
principal era presidir los sacrificios. Todas las curias se encontraban bajo la
supervisión del jefe de los curiones quien se encargaba de notificar la fecha
de las fiestas. Los distintos curiones (fratriarcas) eran elegidos por sus curias
(fratrías) respectivas. Cada curia (fratría) tenía su lugar de reunión, donde se
realizaban los sacrificios especiales. Había allí un hogar y un salón de recepción
donde se congregaban los miembros5. La curia (fratría) tenía sus asambleas, sus
deliberaciones. En ella, como en la familia, había un dios protector, un culto, un
sacerdocio, una justicia, un gobierno. La fratría formaba una pequeña sociedad
modelada en la de la familia6.
En la época imperial, el término curia no se refiere solamente al ámbito
religioso, sino designa también la asamblea o Senado municipal de cada ciudad,
sobre cuyos miembros pesaban cargas abundantes7. El Senado municipal era
constituido por cuantos habían desempeñado las magistraturas municipales,
y por otros ciudadanos adlecti entre los descendientes de los ex magistrados. La
3 Dionisio de Halicarnaso, II, 23, en: E. Jimenez, E. Sanches (tr.), Historia antigua de Roma,
Madrid 1984.
4 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, Madrid 1931, p. 162–165.
5Cfr. Enciclopedia de la antigüedad, vol. I, Buenos Aires 1972, p. 34.
6 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 165.
7 Cfr. F. Gutierrez­­‑Alviz y Armario, Gens, en: Diccionario de Derecho Romano, Madrid
1982, p. 170.
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misma curia elige los titulares de las magistraturas municipales8. La curia tenía
poder de control en todas las materias. Más tarde la curia eliminó la actividad de
las asambleas populares. En la primera mitad del siglo III, los magistrados eran
nombrados por la curia. El Estado concedía ventajas y honores a los curiales.
Adriano les había otorgado privilegios jurídicos, en virtud de los cuales todo
curial se convertía en ciudadano romano9.
Las fratrías estaban agrupadas en tribus. Es probable, como dice Ellul,
que las tribus “existieran ya en el origen de los grupos étnicos”10. Durante
el período monárquico, el pueblo estaba dividido en tres tribus y en treinta
curias (fratrías). Las tribus se diferenciaban por su origen étnico. Eran las de
los Ramnes (romanos), Luceres (etruscos) y Titienses (sabinos). Estas tribus
tenían diferentes ritos religiosos y diferentes privilegios políticos11.
Este nuevo círculo tenía también su religión. En cada tribu hubo un altar
y una divinidad protectora. El dios de la tribu era de la misma naturaleza que el
de la fratría (curia) o el de la familia. Normalmente era un hombre divinizado,
un héroe. Ese héroe daba el nombre a toda la tribu, y tenía su día de fiesta en
la que todos los miembros se reunían en la ceremonia religiosa cuya parte
principal era la comida12.
La tribu como la fratría (curia) festejaba sus asambleas y daba los decretos.
Tenía su tribunal y un derecho de justicia sobre sus miembros. Pollux menciona
a ϕνλοβσιλευς (tribunus) que era jefe de la tribu13.
La tribu, como la fratría (curia) y la familia, estaba constituida para ser
organismo independiente, teniendo un culto especial del que estaba excluido el
extraño. Pero, así como varias fratrías se unían en una tribu, del mismo modo
pudieron asociarse varias tribus a condición de que se respetase el culto de cada
tribu. Según De Coulanges, el día en que se celebró esta alianza fue el inicio de
la ciudad14. Por eso la ciudad era una confederación, que en los primeros siglos
estaba obligada a respetar la independencia religiosa y civil de las tribus, de
8 Cfr. E. Costa, Historia del Derecho Romano público y privado, Madrid 1930, p. 206–207.
9J. Ellul, Hiatoria …, p. 352.
10J. Ellul, Hiatoria …, p. 27.
11J. Ellul, Hiatoria …, p. 182–183.
12 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 166.
13 N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 167.
14 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 176.
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las curias (fratrías) y de las familias. El hombre ingresa en diversos momentos
en estas cuatro sociedades. El niño es admitido primero en la familia, algunos
años después entra en la fratría (curia) por una ceremonia religiosa, y por fin
teniendo dieciséis o dieciocho años se presenta para ser admitido en la ciudad15.
Desde entonces está iniciado en el culto público y se convierte en ciudadano.
2. La religión de la ciudad
Hablando sobre la religión en las ciudades, vamos a analizar este tema en las tres
épocas de la historia romana. Primero en la Roma arcaica, luego en el período
de la República y finalmente en el Imperio.
2.1. En la Roma arcaica
La principal ceremonia del culto de la ciudad en aquella época era la comida
que había de realizarse en común por todos los ciudadanos, en honor de las
divinidades protectoras. La religión se manifiesta en el culto público. El sacerdote
es el representante religioso de la comunidad, encargado por el Estado para
cumplir personalmente los ritos. Los sacerdotes vivían en el mundo cumpliendo
sus obligaciones cívicas. El sacerdote puede y debe casarse puesto que algunos
ritos requieren la participación en las ceremonias de su esposa y de sus hijos16.
Otra figura relacionada con la religión de la ciudad es el pontifex. Los pontífices
constituían un colegio sacerdotal formado por tres miembros. Uno de ellos
gozaba de una posición superior, el pontifex maximus. En la época arcaica, el
pontífice máximo aparece como segundo, detrás de la figura del rey que realizaba
la mayoría de las funciones sacerdotales, y que fue responsable de todas las
cuestiones relacionadas con la organización de la religión pública17.
En la época arcaica hay cuatro figuras que tienen mucha importancia en la
religión de entonces. Las componen: augures, flamines, salii y vestales.
15 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 177.
16Cfr.J. M. Blazquez., Historia de las religiones antiguas. Oriente, Grecia y Roma. Madrid
1993, p. 414–415.
17 Cfr. A. D’Ors., En torno a las raices romanas de la colegialidad, en: A. D’Ors, J Orlandis,
A. Hera, Tres estudios históricos sobre la colegialidad episcopal, Pamplona 1965, p. 17–19.
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Augures era el colegio sacerdotal que como misión fundamental tenía la
consulta de los auspicios en nombre de la ciudad. Su número era de tres y estaban
relacionados con las tres tribus: Ramnes, Tities y Luceres. Los augures eran
expertos en la ciencia que interpretaba la voluntad divina. El ejército romano
iba siempre acompañado de augures y llevaba consigo un hogar en el que
alimentaba día y noche el fuego sagrado18.
Los flamines fueron sacerdotes especializados en el culto a una divinidad
concreta. Cada uno de ellos era totalmente autónomo respecto a los demás, actúa
en solitario y dedica sus actos a un dios particular. Existían quince flamonia,
tres mayores y doce menores. Naturalmente los flamines mayores tuvieron
mayor importancia y se les denominaba Dialis, por estar dedicado a Júpiter,
Marte y Quirinio. Según Tito Livio Numa creó los flamines para que los deberes
religiosos del rey no fuesen nunca abandonados: “Pero, como le parecía que en
un país belicoso iba a haber más reyes del estilo de Rómulo que de él mismo
y que iban a acudir personalmente a las guerras, para evitar que quedasen
abandonadas las funciones sacerdotales que competían al rey creó un flamen
sacerdote permanente de Júpiter y realzó su figura con una vestimenta especial
y una silla curul como la del rey”19.
Los salios eran constituidos por doce sacerdotes. Se trata de un sacerdocio
de carácter militar. Había dos categorías de salios: seniores y iuniores. Este grupo
de los sacerdotes estaba presidido por un magister y por un praesul, que dirigía
la danza, y por un vates que entonaba el canto. La actividad religiosa de los
salios ocupaba principalmente el mes de marzo, como preparación ritual a la
campaña militar. El elemento principal de los rituales de los salios era la danza
con los cantos e invocaciones dirigidas a los distintos dioses, sobre todo a Marte,
Jano y Júpiter20.
Finalmente, las vestales, era el único sacerdocio estrictamente femenino.
El nombre oficial de estas sacerdotisas era el de virgines Vestales. Su principal
función era el mantenimiento del fuego sagrado, y además todos los días
invocaban a los dioses por la salud de Roma. Estas sacerdotisas representaban
la pureza en su más alto grado, al tener intacta su virginidad. En todas las
sociedades el hombre ha querido honrar a sus dioses con las fiestas. Todas
18 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 417–418.
19 Tito Livio, I, 20, 2, en: J. A. Victor Vidal (tr), Historia de Roma desde su fundación,
Madrid 1990.
20 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 423–424.
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las ciudades tenían su fiesta para cada una de las divinidades que habían
adoptado como protectoras. En Roma, en el primer día del mes, el pontífice
convocaba al pueblo y señalaba las fiestas que habían de observarse en el
transcurso del mes. Esta convocatoria se llamaba colatio21.
2.2. En la República romana
La transición de la monarquía a la ciudad libre no llevaba consigo la ruptura
con la religión romana. Al contrario. Observamos en este periodo la dedicación
de los edificios religiosos cuya construcción había sido iniciada en la época
monárquica. A parte de este hecho surge una nueva figura de rex sacrorum, una
de las que mejor define la continuidad en materia religiosa entre la monarquía
y la república. Rex sacrorum fue creado tras la caída de la monarquía ante la
necesidad de sustituir al monarca en sus deberes religiosos22.
Durante el nuevo régimen republicano, la religión romana fue influida por
la rivalidad entre patricios y plebeyos. La desigualdad de los plebeyos en el
ámbito político, económico y social se notaba también en el de los derechos
religiosos. Dicha desigualdad se manifestaba, ante todo, en la imposibilidad de
acceder al sacerdocio23.
Nos acercaremos ahora a la última fase de la religión romana republicana,
que se caracteriza por un profundo desorden. Hablamos del siglo I a.C. Los
políticos y jefes militares utilizaban la dedicación de un templo para acentuar
su propia gloria individual. En muchos casos utilizaron los bienes de los templos
para mantener económicamente las guerras. Esto explica el abandono material
y ruina de numerosos templos24.
En cuanto al culto de la época republicana hay que destacar que los templos
asumían un gran protagonismo tanto en el caso de sacrificios públicos como
privados. La función principal del templo era cumplir en él los deberes religiosos
de carácter público, ejecutados por magistrados y sacerdotes, o privado. En el
primer caso la ocasión más solemne para ofrecer sacrificios era llamado dies
natalis del templo, es decir, el aniversario de su construcción, que normalmente
21 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 421–423.
22 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 438–439.
23 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 440–441.
24 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 457–459.
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coincidía con el festival en honor de la divinidad tutelar del mismo. El templo
asumía también una función económica. El sacerdocio de cada templo disponía
de un acra, es decir, de una caja donde se depositaban las rentas provenientes del
santuario para el mantenimiento del culto. Los templos tenían en ocasiones
asignadas funciones civiles y políticas. En los templos se celebraba las sesiones
senatoriales. Los cónsules disponían de unas oficinas en los templos desde donde
convocaban la Asamblea25.
Finalmente, en este periodo, llama atención la figura de los ediles. Fueron los
principales responsables del mantenimiento de los templos públicos con fondos
procedentes de los mismos templos o de multas y sanciones, como dice Livio: “En
este mismo año Geno y Quinto Ogulnio, ediles curules, persiguieron a algunos
usureros y con el producto de la confiscación de sus bienes se construyeron la
puerta de bronce del Capitolio, vasos de plata para decorar tres mesas colocadas
en el santuario de Júpiter y un Júpiter en cuadriga en el pináculo y, junto a la
higuera Ruminal, las estatuas de los infantes fundadores de la ciudad bajo las
ubres de la loba, y pavimentaron con adoquines cuadrados la calle desde la
puerta Capena hasta el templo de Marte”26.
La responsabilidad diaria del templo correspondía al aedituus que podía
ser libre o esclavo y era encargado de cerrar de noche los templos en Roma27.
2.3. En el Imperio romano
En el año 12 a.C. Augusto fue investido como pontifex maximus, cargo que
a partir de entonces va a permanecer asociado a su figura. Augusto fue el último
responsable de la vida religiosa del Estado. Diez años después se le confirió el
título de Pater patriae, que hacía de él el sacerdote supremo de la familia romana.
El culto imperial, proclamado y organizado por la iniciativa del propio Augusto,
donde él mismo fue considerado como dios, existía sólo en Roma e Italia o allí
donde fueron los romanos28.
El culto imperial se desarrolló a dos niveles: a nivel provincial, y en las
ciudades.
25 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 477–481.
26 Tito Livio, X, 23, 11–12.
27 En los santuarios rurales o con posesión de tierras, viene mencionado un vilicus.
Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 477.
28 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 537–548.
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Hablando sobre el culto imperial en las provincias hay que tener presente
las diferentes formas de la vida religiosa en las provincias orientales y las
occidentales. Las ciudades griegas del Imperio mantuvieron con sus modos
de vida sus propias peculiaridades religiosas. Entre ellos hay que destacar las
fiestas y procesiones públicas. En las partes orientales del Imperio se concentra
la mayor parte de los centros oraculares con las prácticas adivinatorias. Para
los orientales el emperador es divino y, una vez muerto es un dios, tiene su
templo y su clero. Esta postura se adaptó en el Occidente en el siglo III29. El
conjunto ritual romano fue más poderoso en Occidente donde gozaba de la
difusión de la lengua latina. En las provincias occidentales, Júpiter aparece
como Optímus Máximus y se le invoca, sobre todo, en los ambientes militares
y administrativos. Si comparamos las divinidades propiamente romanas con
las indígenas30 podemos concluir que aquellas ocuparon un lugar importante
en la vida religiosa de las provincias. Los más fervientes devotos de ese culto
eran los medios romanos o fuertemente romanizados al servicio del ejército
y de la administración31.
Ahora bien, ¿como se desarrollaba el culto imperial en las provincias?
Participar en el culto imperial provincial como flamen fue el máximo honor
al que podían aspirar los provinciales. El flamen era un cargo sacerdotal. Era
elegido por los delegados de las ciudades de la provincia en una reunión anual
del concilium. Ese cargo lo podía ocupar solamente un ciudadano romano
de origen local y que había desempeñado las magistraturas en su ciudad de
origen. El flamen debía residir en la capital provincial donde presidía las fiestas
y ceremonias en honor de los emperadores divinizados. Las fiestas comenzaban
con un solemne sacrificio de toros ante el altar provincial. Luego tenían lugar
los banquetes, juegos y competiciones32.
En cuanto al culto municipal, existían los sacerdotes municipales del culto
imperial, que también llevaban el título de flamen, seguido el nombre de la
29 Cfr. J. Ellul, Historia …, p. 386.
30 Los celtas tenían grandes dioses de la naturaleza, sus hadas benéficas y sus ninfas de los
ríos y los bosques; los tracios poseían su dios de selvas, jardines y viñedos, cazador y guerrero;
los lirios tenían un dios de las montañas; los africanos poseían sus antiguas deidades semitas
y bereberes; los sirios reconocían muchas variedades locales del dios­‑sol. Cfr. M. Rostovtzeff,
Roma. De los orígenes a la última crisis, Buenos Aires 1970, p. 242.
31 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 549–550.
32 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 563.
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ciudad o del emperador divinizado como flamen divi Vespasiani, flamen divi
Traiani, etc. Los flamines de la ciudad elegidos para un año, gozaban de un
rango social elevado. Casi todos ellos eran ciudadanos romanos y procedían
de la rica y dominante aristocracia local33.
Todo el culto imperial fue financiado por las élites urbanas. Pero el
empobrecimiento de la mayor parte de la población en los finales del siglo
II d. C., la crisis del reinado de Marco Aurelio y las guerras civiles tuvieron
consecuencias inmediatas para el culto imperial. Desde entonces, aunque
sobrevivió el culto, las manifestaciones de piedad comenzaron a hacerse más
raras y menos espontáneas34.
3. La personalidad del derecho y de la ley
La palabra ius es propiamente romana y significa “lo justo”, es decir, el orden
judicial socialmente admitido, formulado por los que saben de lo justo: por los
iuris prudentes35. Según D’Ors, el ámbito del ius es el que cubre el interés de los
juristas, por eso posteriormente se llega a hablar del ius criminal, fiscal, militar,
político. En cambio, el ius empieza por estar en estrecha relación con la religión,
y se habla de ius divinum para designar prescripciones pertinentes a los ritos
religiosos, de los que los antiguos juristas, que solían reservarse a la vez el cargo
religioso de pontifices, se ocupaban especialmente. Para los romanos, la religión
consistía en un intercambio de favores entre los hombres y los dioses. El carácter
formal era común a los antiguos actos jurídicos y a los actos religiosos: tanto
uno como otros producían sus efectos a causa de su propia forma. La misma
auctoritas de los juristas se apoya en la reverencia religiosa. Esta autoridad no es
esencialmente distinta de la de los augures, cuya intervención era necesaria para
poder celebrar los actos principales de la vida política, hasta que los magistrados
33 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 564. Igualmente ligados al culto
imperial eran llamados seviri augustales y los augustales. Ellos están presentes en Occidente
durante los primeros años del Imperio.
34 Cfr. J. M. Blazquez, Historia de las religiones …, p. 565.
35 Cfr. A. D’Ors, Derecho privado romano, Pamplona 1997, p. 43. Etimológicamente la
palabra ius está relacionada con Iovis­‑Iupiter, el dios que castiga el perjurio. En su concepción
originaria, ius se dice propiamente del acto de fuerza que realiza formalmente una persona,
y que la sociedad, mediante sus jueces, reconoce como ajustado a las conveniencias.
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romanos llegaron a tener la facultad de realizar tal función interpretativa
mediante la auspicatio36.
La primera manifestación del derecho romano arcaico es la tradición práctica
de los antepasados, los mores maiorum. A mediados del siglo v a.C. tiene lugar
una codificación de preceptos jurídicos, y también funerarios, que se llama la
Ley de las Doce Tablas. Esta ley fue superada por el derecho posterior, pero
nunca fue expresamente derogada. La ley decenviral es la primera fuente del
derecho de los Romanos. Este es el derecho propio de los ciudadanos romanos,
que constituyen Populus Romanus37.
Los juristas romanos constituyen el derecho como un saber autónomo,
aunque no dejan de tomar en consideración las realidades sociales de su época
como esclavitud, monogamia, etc. Los romanos tuvieron justa conciencia de la
superioridad de su ius civile. En él hay instituciones que se consideran como
de validez general para todos los pueblos relacionados con Roma, porque
se fundan en el principio de lealtad a la palabra dada, es decir, la fides. Los
filósofos romanos llaman a ese derecho común ius gentium o naturale, y algunos
especularon con la idea de que las instituciones aplicables a los peregrini
procedían del ius gentium, en especial, relativas al comercio de esclavos y a la
misma esclavitud38.
La lex es una declaración de potestad, que vincula tanto al que la da como al
que la acepta. La ley puede ser privada o pública39. La autorización popular de la
ley se recababa para que la ley vinculase a todos los ciudadanos. Los peregrini,
36 Se hablaba, a veces, del carácter mágico de los ritos religiosos. D’Ors opina, que esto
“supone una confusión entre la religión, que, en una forma u otra, presupone una operatividad
divina, y la magia, que pretende contar para sus manipulaciones con la operatividad de fuerzas
no­‑divinas. La fuerza del juramento, tan especial para el ius, nada tiene que ver con la magia,
sino con una confianza en Júpiter, que es netamente religiosa; la execración que produce el
perjurio y otros crímenes exponía a la venganza divina y privaba de la protección humana”.
A. D’Ors, Derecho privado romano, p. 45–46.
37 La Ley de las Doce Tablas fue dada por un colegio de magistrados con encargo legislativo:
los decemviri legibus scribundis (451 a 449 a.C); por eso llamamos a la de los Doce Tablas la
“ley decenviral”. A. D’Ors, Derecho privado …, p. 47–48.
38 Fides es una idea central del pensamiento jurídico y político de Roma. Es una virtud del
más poderoso. Así, la fides deorum es la protección que dispensan los dioses, y la fides Romana
es la firmeza de Roma respecto a los propios clientes. Cfr. A. D’Ors, Derecho privado …, p. 61.
39 Lex privata es aquella que declara el que dispone de lo suyo en un negocio privado. Lex
publica, en cambio, es la que declara el magistrado y reciben los comicios con su autorización.
Cfr. A. D’Ors, Derecho privado …, p. 63–64.
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en cambio, no quedaban vinculados por la ley, pues no habían intervenido en los
comicios. Por ejemplo, la ley Oppia, del 215 a. C., prohibía el lujo en el atuendo
de las mujeres, pero no afectaba a las peregrinas40, la ley Aelia Sentia hubo de
ser extendida a los peregrinos mediante un senadoconsulto41.
Según D’Ors entre ius y la lex hay una clara antítesis. “En principio – señala
D’Ors – la lex no modifica el ius, y si se dice que es fuente del ius, esto se debe
a que los nuevos datos de la ley pueden ser asimilados por la Jurisprudencia.
(…) Las XII Tablas son, pues, fuente del ius legitimum, así como otras leyes que
de algún modo interesaban a los juicios privados”42.
En el Principado, las leyes ceden su función a los senadoconsultos, y sólo en
la época post­‑clásica se vuelven a dar leges, como expresión del poder legislativo
del emperador, en contraposición a la tradición doctrinal del ius.
4. El gobierno de la ciudad
Durante la monarquía quien tenía el máximo poder era el rey. Él es jefe religioso,
juez, comandante militar y representante de la ciudad. El rey era el sumo
sacerdote cuya principal función era vigilar los cultos antiguos e invocar la
protección de los dioses sobre el pueblo. Como explica Karlowa43 el rey no era un
dios ni descendiente de dioses sino, un hombre. Como sumo sacerdote regulaba
toda la vida religiosa de la ciudad. Bajo su potestad estaban los colegios de
sacerdotes que le ayudaban en sus funciones. Los propios atributos externos del
rex fueron: corona, toga de púrpura, trono de marfil. Estos son los atributos que
40 “Decía Catón que no habría envidia alguna entre unos y otros, puesto que ninguna sería
poseedora. Pero, por Hércules, todas ellas sufren y se sublevan cuando ven que a las mujeres de
los aliados latinos se les permiten los ornatos que a ellas se les niegan, cuando las ven llamando
la atención con el oro y la púrpura y yendo en coche por la ciudad mientras que ellas las siguen
a pie, como si el imperio tuviera su sede en las ciudades de los otros y no en la suya”. Cfr. Tito
Livio, 34, 7, 5–6.
41 “Ha de saberse, en fin, que lo dispuesto por la ley Aelia Sentia de que no se hagan
libres los manumitidos para defraudar a los acreedores se aplica también a los extranjeros, sin
que en cambio tengan aplicación a ellos las demás normas de esta ley”. Cfr. Gayo, 1, 47, en:
M. Hernandez­­‑Tejero (tr.), Instituciones, Madrid 1985.
42 A. D’Ors, Derecho privado …, p. 67.
43J. Karlowa, Römische Rechtsgeschichte, vol. I, Leipzig 1885, p. 27 ss.
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Civitas antigua y formación de las estructuras personales
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los hombres asignaban a los dioses, y aunque los reyes eran simples mortales,
estaban más cercanos a los dioses que el común de los ciudadanos44.
El rey tenía unos poderes militares en estrecha conexión con el aspecto
religioso de su actividad. Las principales competencias del rey en esta materia
era la suprema dirección de la guerra y la organización de la defensa de la ciudad.
También le corresponde imponer medidas de disciplina, declarar la guerra,
concluir la paz y alianzas con otros pueblos o nombrar sus auxiliares militares45.
Durante el régimen republicano el rey fue reemplazado por el magistrado.
Ahora él es un sacerdote y al mismo tiempo un jefe político. En Roma el
magistrado del máximo rango es llamado cónsul. Él representa a la ciudad.
De él dependen los auspicios, los ritos, la oración, la protección de los dioses.
Un cónsul es algo más que un hombre, es el intermediario entre el hombre y la
divinidad. Tito Livio nos cuenta que una vez privado el ejército de su jefe, queda
al mismo tiempo privado de la protección celeste46.
La primera regla para la elección de un magistrado era que fuera nombrado
conforme a los ritos. El magistrado gobernaba al pueblo según las leyes: “Del
mismo modo que las leyes gobiernan a los magistrados, así el magistrado
gobierna al pueblo, y puede decirse en verdad que el magistrado es una ley con
voz, y la ley un magistrado sin ella”47.
La ciudad deseaba encontrar en su magistrado al hombre más amado de los
dioses. En Roma se hizo una especie de examen de preguntas al cónsul. Esas
preguntas sólo se referían a la aptitud religiosa del magistrado48.
En el imperio romano a la cabeza del Estado está el príncipe, emperador.
El poder del emperador comprendía el mando de los ejércitos, el derecho de
declarar la guerra y de hacer los tratados de paz. Tenía derecho también de fundar
colonias, regular su condición jurídica, modificar los estatutos existentes,
conceder a ciudades extranjeras o a individuos extranjeros la participación de
la ciudadanía romana49.
44 Cfr. J. M. Torrens, Las elecciones episcopales en la historia de la Iglesia, Barcelona 1972,
p. 72–74.
45 Cfr. J. M. Torrens, Las elecciones episcopales en la historia de la Iglesia, p. 75.
46 Tito Livio, XXVII, 44.
47Cicerón, De legibus, III, 1, 2.
48 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 258–267.
49 Cfr. E. Costa, Historia del Derecho romano público y privado, Madrid 1930, p. 176.
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El emperador es siempre de pleno derecho gran pontífice, por tanto, jefe
religioso del Estado. En Roma en los templos públicos y en los oratorios
particulares, prevalece la costumbre de colocar las imágenes del emperador
vivo al lado de las divinidades del Estado50.
Como magistrado, el emperador tiene el derecho de publicar las órdenes,
que tienen fuerza obligatoria durante toda su vida. El príncipe, como los
antiguos reyes y como los magistrados de la república, tenía su consejo. Augusto
llamó para constituirlo a los cónsules, a algunos otros magistrados y senadores.
En este consejo, llamado concilium, auditorium, el emperador deliberaba
sobre los asuntos importantes y particularmente sobre los procesos que le
eran elevados51.
El emperador tenía también el poder proconsular. Este elemento del poder
imperial tenía gran influencia en la organización del Estado introduciendo
las prácticas de la administración provincial, que acabaron por invadir todas las
partes del imperio, sometiéndolas a un régimen uniforme. La administración
de las provincias que le estaban sometidas, le proporcionaba considerables
recursos pecuniarios, y tenía en su cohorte pretoriana un cuerpo de hombres
que ejecutaban sus órdenes. El primero de enero de cada año, el senado, el
pueblo y las legiones presentaban el juramento de fidelidad al emperador.
A partir del siglo II se encuentra en el trono dos o más emperadores. Marco
Aurelio reinó con Vérus y más tarde con Commodus, Séptimo Severo tuvo
por su corregente a su hijo Antonius Caracalla, el cual reinó más tarde con
su hermano Geta52.
La mayoría de las antiguas magistraturas permanecía durante la época
imperial. Así pues, los cónsules continuaron gozando de los mayores honores,
pero sin ningún poder. Los ediles, cuyo número había sido aumentado por
Julio César, desaparecieron hacia la misma época. De todas las magistraturas la
pretura fue la que conservo más importancia. El número de los pretores en los
tiempos de Marco Aurelio aumentó hasta diez y ocho. Aunque en los tiempos
del Imperio de una u otra manera existen los funcionarios de la época anterior,
sin embargo el poder efectivo fue transferido a nuevos funcionarios creados
por el emperador. El primero de ellos es el gobernador de la ciudad, proefectus
50 Cfr. E. Costa, Historia del Derecho romano público y privado, p. 181.
51 Cfr. C. Maynz, Curso de Derecho romano, Barcelona 1887, p. 266–267.
52 Cfr. C. Maynz, Curso de Derecho romano, p. 268–269.
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Civitas antigua y formación de las estructuras personales
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urbi. Se creó esta función con ocasión de las guerras civiles, para mantener la
seguridad de la ciudad.
“Pero su principal gloria (de padre de Lucio Pisón) le venía de que,
siendo prefecto de la Ciudad, desempeñó con admirable tacto un mandato
recientemente convertido en permanente yespecialmente difícil porque se había
perdido la costumbre de obedecer”53.
El prefecto del pretorio, prefectus proetorii, sólo era al principio el jefe de la
guardia imperial, pero a lo largo del tiempo esta función adquirió importancia,
de manera que el que la desempeñaba, era considerado como el primer
personaje del Estado después del emperador. El prefectus vigilum era el jefe de
los vigilantes de noche encargados de evitar los robos e incendios. El prefectus
annonoe vigilaba los abastecimientos de Roma54. Los prefecti oerarii tenían la
administración del tesoro y cierta jurisdicción en los negocios fiscales.
“Entonces Claudio puso de nuevo al frente a los cuestores, ypara que su
celo no fuera menor por miedo a los resentimientos, les prometió acceso a los
honores fuera de turno; pero les faltaba la madurez de la edad a los primeros
que ejercieron esta magistratura. Por ello Nerón escogió a hombres que hubieran
desempeñado la pretura y que tuvieran experiencia probada”55.
Todos estos funcionarios eran nombrados y destituidos por el emperador.
Concluyendo, podemos destacar que la principal característica del sistema
de gobierno en el Imperio, estribaba en la concesión del máximo de iniciativa
posible a la unidad local, es decir, a la ciudad con su propio gobierno autónomo.
5. Las colonias y la diócesis como estructuras personales
del Imperio romano
En el Imperio Romano se produce un fenómeno social que, aún teniendo lugar en
el seno mismo de una unificación, revela la permanencia de las particularidades
étnicas. En ese párrafo nos ocuparemos de dos estructuras que corresponden
al dicho fenómeno social: las colonias y la diócesis.
53Tácito, Annales, VI, 10, 11.
54 Cfr. Tito Livio, 17.
55 Tácito, Annales, XIII, 28, 29.
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5.1. Las colonias romanas
Las colonias eran ciudades fundadas por Roma, que enviaba a ellas ciudadanos
para ocupar un territorio perteneciente a un pueblo vecino. Las colonias romanas
tenían, sobre todo, un objetivo militar. Este tipo de colonias estaban compuestas
por ciudadanos romanos enviados a un país enemigo, constituyendo una
guarnición instalada en él. La colonia romana estaba compuesta en un principio
por 300 hombres. A lo largo del tiempo este número aumenta, hasta los 6.000 en
el siglo II. A cada uno de los colonos se asignaba en propiedad un pequeño lote
de terreno, generalmente de dos a cinco iugera56. Estos colonos estaban dirigidos
por unos comisarios de Roma; construían una ciudad y tenían todos ellos el
título de ciudadano romano, conservando sus derechos políticos en Roma57.
Las colonias eran modeladas sobre el ejemplo de Roma. A imitación de
Roma tenían su propia asamblea, senado, magistrados. En definitiva, no
eran comunidades autónomas, sino estrictamente ligadas a Roma, no tenían
ordenamiento constitucional propio, sino el de Roma. Con el tiempo llegaron
a tener una cierta autonomía jurisdiccional y administrativa58.
Las colonias fueron un instrumento muy importante para lograr la unificación
nacional de la península itálica. Más tarde, con la fundación de las colonias
transmarinas (es el caso de Hispania), las colonias fueron un instrumento eficaz
de romanización del Mediterráneo.
El caso de Hispania en esta materia es significativo. Las nuevas formas
político­‑administrativas que Roma impuso sobre los territorios conquistados
iban acompañadas, al mismo tiempo, de nuevas formas de organización social.
Esta situación no exigía, en cambio, la ruptura brusca de la organización
social indígena. La organización gentilicia se mantuvo largo tiempo en muchas
comunidades. Una gens, unidad superior, englobaba a varias gentilidades, y cada
una de éstas a varias familias. La organización natural en la que eran válidos
los vínculos de parentesco se terminaba en la gens. Esta organización gentilicia
servía como base para la fijación de los límites territoriales de cada unidad. Los
56 Un iugerum es la cantidad de tierra que una yunta de bueyes puede arar en un día.
Cfr. Plinio el Viejo, Historia natural, XVIII, 9. “Et quoniam praeparatus est ager, nunc
indicabitur natura frugum. Sunt autem duo prima earum genera: frumenta, ut triticum,
hordeum, et legumina, ut faba cicer. Differentia notior quam ut indicari deceat”.
57 Cfr. J. Ellul, Historia …, p. 257–258.
58 Cfr. J. M. Ttorrens, Las elecciones…, p. 311.
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jefes de las unidades gentilicias gozaban de un prestigio superior en el campo
político, militar y religioso59.
Roma ha conocido en las fases primitivas de su historia una organización
análoga a la indígena de los territorios de Hispania, concretamente de la
Meseta. Incluso en la estructura onomástica altoimperial seguía conservando
las referencias a esta organización. Así, por ejemplo, un personaje mencionado
en una inscripción de Frómista (Palencia) se llama Lucius Antonius Marci filius
Galeria Pudens, en donde tenemos el nombre personal (Lucius), la indicación del
padre (Marci filius), la referencia a la gran familia (Antonia) y la referencia a la
tribu (Galeria). Pues, esta familia romana servía de vehículo para la transmisión
de la cultura y de la religión romana. El modelo de la familia romana ha servido
incluso para los que no tenían derechos de ciudadanía60.
En las provincias célticas el Imperio mantenía y reforzaba el sistema
existente, social y económico basado en el clan. Los procuradores imperiales
y la aristocracia nativa, servía como intermediario entre Roma y el pueblo, y se
hacía responsable del comportamiento de éste. La aristocracia dirigía toda la
vida local de las tribus, bajo el control de los gobernadores romanos. La civitas
celta se transformó en una ciudad romana y a veces recibió del gobierno romano
el título y privilegios de una colonia61.
África fue también un lugar de colonización. Cierto número de colonos
itálicos, sobre todo los comerciantes y banqueros, fueron acudiendo a las
ciudades fenicias y bereberes que ya existían. Durante el tiempo del Imperio,
algunas ciudades fueron colonizadas por veteranos romanos, a quienes Roma
concedió extensas parcelas que se tomaban del territorio de la ciudad. Así,
surgieron centros urbanos que contenían dos comunidades: los fenicios
originarios y los romanos recién llegados. En el transcurso del tiempo estas
dos comunidades se mezclaron, y la población tuvo carácter mixto62.
Las colonias, eran también un instrumento de difusión de la religión romana.
Los sectores militares y los cuadros de la Administración central se nos presentan
como los más fieles devotos de los dioses romanos. Júpiter fue la divinidad
59 Cfr. J. Mangas Manjarres – J. M. Solana Sáinz, Romanización y germanización en de la
Mestea Norte, en: Historia de Castilla y Leon, Valladolid 1985, p. 68.
60 Cfr. J. Mangas Manjarres – J. M. Solana Sáinz, Romanización y germanización en de la
Mestea Norte, p. 69.
61 Cfr. M. Rostovtzeff, Roma …, p. 194.
62 Cfr. M. Rostovtzeff, Roma …, p. 195.
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más venerada en los sectores militares. Durante el Imperio se consolida su
advocación de protector del ejército. Por eso allí donde hubo una unidad militar,
Júpiter recibió culto. Los sectores militares, y de modo mucho más claro aún los
funcionarios de la Administración central, fueron muy sensibles a la propaganda
religiosa emitida desde Roma.
En general la colonia tenía el mismo culto que la metrópoli. Podía tener
algunos dioses particulares, pero debía conservar y honrar a las divinidades de
la ciudad de que procedía. Se conservaba, en muchos casos la antigua práctica,
según la cual la colonia recibía de la metrópoli los pontífices que presidían su
culto y que velaban por la conservación de los ritos63.
5.2. El concepto de diócesis
La palabra diócesis procede del griego διοικειν (administrar), y διοικησις
(administración), y ha pasado a las lenguas romanas a través del latín (dioecesis).
Como señala Domingo64, en su origen etimológico, el término diócesis no está
cargado de ningún matiz territorialista ni personalista.
En el siglo IV a. C., los atenienses denominaron con el título διοικεσις al
funcionario de más alto rango dedicado a la administración financiera. Más
tarde, a comienzos del siglo III a. C., esta función fue desempeñada por un
colegio de magistrados. La palabra diócesis penetra en Roma a través de las
provincias helenísticas, donde se empleó el concepto para referirse a ciertos
distritos jurisdiccionales similares a los conventus iuridici de otras partes del
Imperio romano65.
Durante la época de Diocleciano (284- 305 d. C.) se llevó a cabo una de las
reformas más radicales del gobierno y de la administración pública romana.
Diocleciano dividió el Imperio en cuatro grandes prefecturas, dos en Oriente (la
prefectura de Oriente y la de Illiria) y dos en Occidente (la prefectura en Italia
y la de las Galias. Estas extensas circumscripciones administrativas subdividió en
doce diócesis: Oriente, Póntica, Asiana, Tracia, Mesia, Panonia, Britania, Galia,
63 Cfr. N. D. Fustel de Coulanges, La ciudad …, p. 311–312.
64R. Domingo, Los principios de territorialidad y de personalidad en el concepto de diócesis,
en: P. Rodriguez, (ed.) Iglesia Universal e Iglesias Particulares. IX Simposio Internacional de
Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona 1989, p. 273–278.
65R. Domingo, Los principios de territorialidad y de personalidad en el concepto de diócesis,
p. 273.
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Vienense, Italia, Hispania, África. Las diócesis fueron gobernadas por los vicarii
imperii, que gozaban fundamentalmente de atribuciones fiscales y judiciales66.
“Se negaría la evidencia – señala Domingo – si se afirmara que concepto de
diócesis no está íntimamente unido al de territorio, ya que, (…) Diocleciano
dividió territorialmente el Imperio en prefecturas, diócesis y provincias. Ahora
bien, tampoco sería cierto advertir que, en el Imperio Romano, la concepción
territorialista prevaleció sobre la personalista, ni tan siquiera a partir de la
Constitutio Antoniana del 212 por la que Caracala concedió la ciudadanía romana
a todos los súbditos libres del Imperio. En efecto, el populus Romanus estaba
formado por los ciudadanos romanos (cives), cuya unidad venía determinada
por el nomen Romanum”67.
Según D’Ors, la contraposición entre polis y civitas permite una observación
muy significativa. Los politai presuponen una polis y la civitas presupone unos
cives. “La prioridad de lo personal sobre lo territorial – señala D’Ors – aparece en
esta derivación con toda claridad. La palabra polis, relacionada con polus y con
plethos, parece tener su mejor correspondencia en un término perdido en latín,
pero que nos conservan el osco touto y el umbro totam, que se refieren igualmente
a una concentración humana en un territorio determinado. Civis, en cambio, se
relaciona con la raíz de palabras germánicas que indican un vínculo familiar”68.
El término diócesis fue asumido por el lenguaje eclesiástico en el Código
Teodosiano, del año 376. En el año 381, aparece de nuevo la palabra diócesis
en el canon 2 del Concilio de Constantinopla, y posteriormente en el canon 9
del Concilio de Calcedonia (451)69.
***
66R. Domingo, Los principios de territorialidad y de personalidad en el concepto de diócesis,
p. 273.
67R. Domingo, Los principios de territorialidad y de personalidad en el concepto de diócesis,
p. 274.
68 A. D’Ors, Sobre el no­‑estatismo de Roma, en IDEM, Ensayos de Teoría Política, Pamplona
1979, p. 59.
69 Estos concilios emplean la palabra “diócesis” como extensión territorial al frente de la
cual se sitúa un exarca o patriarca. La historia del término diócesis en este nuevo sentido tiene
distintos significados en Oriente y en Occidente. En Oriente, la diócesis era una circunscripción
territorial extensa, que comprendía diversas provincias eclesiásticas. En Occidente, en cambio,
la palabra diócesis no tuvo tanto éxito porque no se dio la equiparación con el concepto de
diócesis civil que se produjo en Oriente. Cfr. R. Domingo, Los principios …, p. 276.
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Para resumir el tema de las estructuras personales vinculadas con la civitas
antigua hay que destacar los siguientes datos:
▪▪ El concepto civitas puede designar un complejo de pueblos o el territorio
de una tribu;
▪▪ Puesto que la religión doméstica prohibía a dos familias mezclarse
e identificarse, había la posibilidad de que varias familias, sin sacrificar
nada de su religión particular, pudieran unirse para celebrar otro culto,
que les fuera común. Por eso, cierto número de familias formaban un
grupo, que la lengua griega llamó fratría y la lengua latina curia. El papel
de la fratría dentro de la ciudad fue principalmente religioso, pero también
se celebraban en ellas actos jurídicos;
▪▪ La tribu, como la fratría y la familia, estaba constituida para ser organismo
independiente, teniendo un culto especial del que estaba excluido el
extraño. Pero, así como varias fratrías se unían en una tribu, del mismo
modo pudieron asociarse varias tribus a condición de que se respetase el
culto de cada tribu;
▪▪ En todas las sociedades el hombre ha querido honrar a sus dioses con las
fiestas. Todas las ciudades tenían su fiesta para cada una de las divinidades
que habían adoptado como protectoras. Así se formaron muy personales
formas del culto en Roma arcaica comoen el imperio Romano;
▪▪ Las estructuras personales las vemos en el tema de personalidad del
derecho y de la ley. Los juristas romanos constituyen el derecho como
un saber autónomo, aunque no dejan de tomar en consideración las
realidades sociales de su época como esclavitud, monogamia, etc. Los
romanos tuvieron justa conciencia de la superioridad de su ius civile. La
principal característica del sistema de gobierno en el Imperio, estribaba
en la concesión del máximo de iniciativa posible a la unidad local, es
decir, a la ciudad con su propio gobierno autónomo;
▪▪ Las colonias eran modeladas sobre el ejemplo de Roma. A imitación de
Roma tenían su propia asamblea, senado, magistrados. En definitiva,
no eran comunidades autónomas, sino estrictamente ligadas a Roma, no
tenían ordenamiento constitucional propio, sino el de Roma. Con el tiempo
llegaron a tener una cierta autonomía jurisdiccional y administrativa. Las
colonias fueron un instrumento muy importante para lograr la unificación
nacional de la península itálica.
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Bibilography
Blazquez J. M., Historia de las religiones antiguas. Oriente, Grecia y Roma. Madrid 1993.
Costa E., Historia del Derecho romano público y privado, Madrid 1930.
D’Ors A., Derecho privado romano, Pamplona 1997.
Ellul J., Historia de las instituciones de la antigüedad: instituciones griegas, romanas,
bizantinas y francas, Madrid 1970.
Fustel de Coulanges N. D., La ciudad antigua, Madrid 1931.
Karlowa J., Römische Rechtsgeschichte, vol. I, Leipzig 1885.
Maynz C., Curso de Derecho romano, Barcelona 1887.
Rostovtzeff M., Roma. De los orígenes a la última crisis, Buenos Aires 1970.
Torrens J. M., Las elecciones episcopales en la historia de la Iglesia, Barcelona 1972.
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