Huellas Deseo existencial Por Arturo Cardozo Beltrán Jean Paul Sartre (París, 1905-1980). Etancia l deseo como concepto filosófico es de suma impora la hora de estudiar la relación del yo con el La primera parte de este artículo presenta la concepción de Jean Paul Sartre sobre la conciencia intencional y su importancia en el surgimiento del deseo, todo a la luz de la lectura analítica que hace la filósofa Judith Butler. En la segunda parte, de la mano de la obra de teatro de Jean-Paul Sartre A puerta cerrada, se estudia el carácter de la relación entre el deseo y el otro. Nociones sobre la libertad, la responsabilidad, la elección, la mirada objetivante, entre otras, nos sumergen en la propuesta filosófica sartreana. otro. Esta afirmación se ve sustentada en el texto de Judith Butler Sujetos del deseo, en el que hace un recorrido analítico de las propuestas de varios autores sobre el deseo, tales como: Hegel, Hippolyte, Kojéve, Sartre, entre otros. En el siguiente texto nos enfocaremos solo en el análisis que Butler hace de la propuesta sartriana con respecto al deseo y su relación con el otro. En el capítulo 3 del libro Sujetos del deseo, dedicado a Sartre, Butler inicia su recorrido hablándonos de los textos sartrianos La imaginación y Lo imaginario. Nos dice que aunque los dos textos difieran en tanto estilo y propósito, podemos encontrar en común una teoría intencional de la conciencia imaginativa, que habrá de tener consecuencias para la teoría de las emociones y el deseo de estos dos escritos. En la primera obra publicada, que corresponde a 1936, Sartre hace una crítica a las teorías de la imaginación. No distingue entre percepción e imaginación y afirma que la imagen es una realidad autónoma que se encuentra entre la conciencia y su objeto. En el segundo libro, publicado en 1940, Sartre reitera lo que había dicho en el anterior texto: las imágenes deben entenderse como formas de la conciencia intencional. Además, realiza una investigación sobre los fundamentos existenciales del imaginar. También en este segundo libro da su propuesta 39 con respecto al deseo, pues dirá Butler que el filósofo francés comienza a especular sobre la relación entre el deseo y lo imaginario. Dicha especulación se refiere “a que la intencionalidad pasa a ser una estructura esencial no solo de la percepción y la imaginación, sino también del sentimiento” (Butler, 1987, p. 155). Con otras palabras, la percepción, la imaginación y el sentimiento son formas intencionales de la conciencia, que se refieren a cosas del mundo y no a meras imágenes empobrecidas de una conciencia solipsista. Pero antes de seguir con el desarrollo de Butler considero importante aclarar a qué se refiriere Sartre cuando habla de conciencia intencional. Veamos un pasaje de El ser y la nada; allí encontraremos una definición: Toda conciencia es conciencia de algo. Esta definición de la conciencia puede tomarse en dos sentidos distintos: o bien entendemos por ella que la conciencia es constitutiva del ser de su objeto, o bien que la conciencia, en su naturaleza más profunda, es relación a su ser trascendente. Pero la primera acepción de la fórmula se destruye a sí misma: ser consiente de algo es estar frente a una presencia plena y concreta que no es la conciencia. Sin duda, se puede tener conciencia de una ausencia pero esta ausencia aparece necesariamente sobre un fondo de presencia […] la conciencia es conciencia de algo: esto significa que la trascendencia es estructura constitutiva de la conciencia; es decir, que la conciencia nace apuntando a un ser que no es ella misma1. (Sartre, 1943, p. 29) El hecho de que presentemos a qué se refiere Sartre cuando habla de conciencia intencional se debe a que si la conciencia no es intencional, no hay posibilidad de que el deseo surja, pues, al igual que la conciencia, el deseo apunta hacia afuera en relación con el mundo y el otro; acerca de esto Butler dice: La direccionalidad de la conciencia, su tendencia hacia las cosas exteriores a ella, viene a expresar la situación ontológica de los seres humanos como una “espontaneidad” y un “desdoblamiento”. En cuanto seres intencionales, no sólo nuestro conocimiento es del mundo, sino también nuestra pasión esencial; nuestro deseo es quedar cautivados con el mundo, ser “del” mundo. La intencionalidad viene a representar el acceso humano al mundo, el fin de las teorías que aíslan de este último a la conciencia y la subjetividad y las obligan a residir detrás de la densa cortina de la representación. (1987, p. 156) “La percepción, la imaginación y el sentimiento son formas intencionales de la conciencia”. en relación con el otro. En la nota aclaratoria se dijo que el concepto de conciencia intencional está basado en Husserl, sin embargo, Sartre tomará distancia de algunos planteamientos expuestos por él, ya que en el pensamiento husserliano aún existen nociones que demuestran a la conciencia como no intencional. Esto lo vemos reflejado en la crítica que hace Sartre en La trascendencia del Ego, pues le interesa obstinadamente mostrar la trascendencia de la conciencia como la superación de lo que para él fueron los errores de su maestro. Ya lo dice Sartre (1940) al inicio de dicho texto: “Queríamos mostrar aquí que el ego no está ni formal ni materialmente en la conciencia; está fuera, en el mundo; es un ser del mundo, como también lo es el ego del prójimo” (p. 29). Además, Butler dirá que en La trascendencia del Ego “la conciencia es una revelación traslucida del mundo, una presentación activa que se mueve hacia el mundo como una nada impulsada a revelar” ( p. 158). Es decir, la conciencia no hace parte como objeto entre las cosas, pero es ella la que da la posibilidad para que se presenten los objetos. Sobre la intencionalidad, Butler se remitirá al ensayo de Sartre “Bosquejo de una Teoría de las Emociones” y al artículo “Intencionalidad”, para decir que Sartre se refiere al deseo como una relación intencional posible, una entre muchas presentaciones afectivas del mundo. Para Butler, en Lo Imaginario el deseo empieza a asumir una condición de privilegio, en cuanto la forma de intencionalidad que caracteriza a todas las otras formas emocionales de presentación (p. 159). Finalmente, Butler nos presentará su interpretación respecto de la propuesta sartriana sobre el deseo: El deseo es la estructura fundamental de la intencionalidad y que las relaciones intencionales —relaciones de deseo— no son solo cognitivas en el sentido de que petrifican actos de la conciencia, sino expresan los estatutos ontológicos de los seres humanos como el deseo del ser. ( p. 159) Como se dijo anteriormente, es menester mostrar a la conciencia como intencional para que surja el deseo 40 primer contexto, el deseo sexual no es sino una permutación del deseo del ser, un proyecto existencial que estructura la espontaneidad del para sí”. El segundo, deseo existencial, lo veremos a continuación. Después de explicar someramente la concepción de Sartre sobre la conciencia intencional y su importancia para que surja el deseo, pasemos al siguiente tema de este artículo, que consiste en la relación del deseo con el otro. En El ser y la nada se observa que Sartre combate el pensamiento solipsista, reconociendo al otro como un ente importante. ¿Pero cómo puede haber espacio para la otredad donde el “yo” se fundamenta y se recrea a sí mismo? Sartre nos responde que el sentimiento de la vergüenza es el reconocimiento frente al otro, dado que el otro nos descubre y nos convierte en objeto. El capítulo 3 de Sujetos del deseo, de Judith Butler, está dedicado a Jean-Paul Sartre. Es decir, el deseo es co-extensivo con la conciencia intencional. Al entender que el deseo es co-extensivo con la conciencia espontánea, con la intencionalidad prereflexiva, se llega a la conclusión de Butler: “La consecuencia de la no-coincidencia entre las conciencias prereflexivas y reflexivas es que el deseo siempre supera a la reflexión deliberada, al tiempo que es su propio modo de conciencia prerreflexiva” (p. 165). Al llegar a este punto es necesario recurrir a los textos de Sartre La imaginación y Lo imaginario, pues Butler nos dice: Sartre retoma la labor llevada a cabo por Husserl con el propósito de distinguir entre lo real y lo existente y revindicar, además la imaginación como una forma de conciencia genuina dotada de estructuras complejas que se orientan hacia los objetos. (p. 165) Además, en Lo imaginario Sartre (1940) nos dice que “el fin de esta obra es describir la gran función ‘irrealizante’ de la conciencia o ‘imaginación’ y su correlativo noemático, lo imaginario” (p. 11). Luego de manifestar algunas ideas de los textos anteriores al El ser y la nada y su relación con el deseo, entremos en materia con el texto en el que para Butler “Sartre se ocupa por primera vez del tema del deseo en el contexto de las relaciones intersubjetivas, y más tarde lo retoma en la sección dedicada al psicoanálisis existencial” (p. 180). Es decir, El ser y la nada; de este libro Butler rescata dos momentos: el primero es entendido como deseo sexual y el segundo como deseo existencial. Acerca del deseo sexual Butler dice: “En el 41 Qué mejor ejemplo para sustentar lo dicho que la situación en que se encuentra un voyerista. Este personaje está escondido detrás de una puerta; en ella hay un pequeño agujero; por este orificio observa lo que sería el objeto, analiza y estudia todas sus partes, hasta que de pronto siente un ruido; en este instante se siente observado; enseguida pasa a ser objeto de otro observador. Si este ruido que sintió es, en efecto, otra persona y lo descubre, su sentimiento será la vergüenza, pues ya no depende de él el concepto que se tiene de sí mismo, sino, por el contrario, el otro es ese inquisidor que crea un juicio propio e independiente. El otro, además de relativizarme, hace que tome conciencia de mí mismo, y su mayor arma es la mirada. La mirada es el juez supremo que nos desgarra y nos desnuda frente al otro. Recordemos el mito bíblico cuando Adán y Eva comen de la manzana, se sienten desnudos frente a la mirada de Dios; o en Las palabras, cuando el pequeño Sartre quema la alfombra de su baño, enseguida se siente mirado por Dios y nace en el pequeño el repudio a su creador. En la tierra, el otro hace el papel de Dios. La quimérica relación con el otro es expresada con ingeniosidad en la obra de teatro A puerta cerrada de Jean Paul Sartre (1981), pues en esta obra, a diferencia de la visión que tenía Dante del infierno2, Sartre nos presenta el infierno de una manera muy particular. Su idea sobre el averno no está relacionada con el fuego ni con las máquinas de tortura; lo que nos presenta son tres individuos encerrados en una habitación por el resto de la eternidad. Pero ¿cuál es el castigo en estar encerrado en una habitación con otros dos individuos? Esta impresión inicial también la tiene el primer personaje de la obra, Garcín, cuando el mozo lo lleva a su recámara: “Garcín: ¿Eh? Bueno, bueno, bueno [mira a su alrededor], de todos modos, no me esperaba yo… seguramente no ignoran ustedes lo que se cuenta allá” (p. 100). En este instante Garcín se queda solo. Podemos decir que él es el sujeto y todas las cosas son objetos: los muebles, el corta papeles, la lámpara, etc. Todo esto cambia cuando aparece el segundo personaje de la obra: Inés. La primera impresión que tiene Inés sobre su nuevo compañero es que él va a ser su verdugo (su intuición no estaba muy lejos de la realidad) y de inmediato lanza un juicio: “Garcín: Muy bien. Perfecto. Bueno, ya está roto el hielo. ¿Así que me encuentra usted cara de verdugo? ¿Y en qué se reconoce a los verdugos, si se puede saber? Inés: Tienen cara de miedo” (p. 100). Con la aparición de Inés, la subjetividad de Garcín se relativiza, su Yo se pierde y se convierte en objeto. Para agrandar la problemática aparece un tercer personaje: Estelle. Entre las primeras conversaciones que sostienen los personajes se encuentra el preguntarse cuál fue la causa o el pecado que los condenó a una eternidad en el infierno. Estelle finge no saber cuál ha sido el motivo de su estadía, incluso propone la idea de que ha sido un error. ¿Qué le inspira a Estelle ocultar su crimen frente a dos criminales más? Su mentira es un esfuerzo para escapar del juicio del otro. Lo mismo ocurre con Garcín cuando cuenta su historia de héroe, sin embargo, Inés derrumba todas estas máscaras con ironía: “Condenada, la santica. Condenado el héroe sin reproche. Tuvimos hora de placer, ¿no es cierto? Hubo gentes que sufrieron por nosotros hasta la muerte y eso nos divertía mucho. Ahora hay que pagar” (p. 132). Los tres personajes deciden escaparse del juego infernal. El primer intento de fuga lo hacen cuando cierran los ojos y se abstienen de tener algún tipo de conversación, entran, por decirlo así, en una actitud de solipsismo. Este intento termina fracasando, pues a Estelle, mujer bella y vanidosa, le surge la necesidad de verse en un espejo, pero en el cuarto no hay ninguna clase de reflejo, así que Inés aprovecha la angustia de su compañera y se ofrece como espejo. Este signo en la obra de teatro es importante, pues como hemos dicho, la mirada nos descubre frente al otro; y no solo eso, también la mirada del otro abarca nuestro ser; ya lo dice Sartre (1984) en El ser y la nada: Y este yo que soy, lo soy en un mundo que otro me ha alienado, pues la mirada del otro abarca mi ser y, correlativamente, las paredes, la puerta, la cerradura, todas esas cosas utensilios en medio de las cuales soy, vuelven hacia el otro un rostro que me escapa por principio. (p. 289) ¿Qué sería de la belleza de Estelle sin hombre que la reconozca, la adule, la admire? No sería nada. Estelle entiende rápidamente su problema, y como Garcín es el único hombre, va hacia él. Podemos comparar esta situación con el amor, pues para Sartre el amor es un intento de apoderarme de la libertad del otro, exigimos al ser amado que nos ame, que seamos solo para él, al tiempo que le exigimos que nos ame libremente; por último, que nos entregue su libertad. Estelle se vio obligada a casarse con un hombre mayor en su vida en la tierra, pero en su matrimonio tuvo una aventura con un joven que la amó, la admiró, la deseó, sin embargo, dicho romance termina, así como fracasa el intento de apoderarme de la libertad del otro por medio del amor; ya lo sustentó Camilo García (2005) en la revista Al margen, Sartre cien años: Sin embargo, este propósito original de recuperar la conciencia del otro por medio del amor fracasa, porque el acto de amar al otro es en realidad y en el fondo la expresión del deseo de ser amado. Y al ser amado el hombre no logra ser el fin que desea originalmente sino que se convierte, por el contrario, en un simple medio para la realización del amor del otro. (p. 224) Inés es la primera en darse cuenta de que el verdugo no va a venir, siempre ha estado presente con ellos, y no es otra cosa que cada uno para con los otros. El otro es mi verdugo porque, además de relativizarme, me convierte en objeto, me juzga, viene a robarme mi libertad, por el simple hecho de que el otro es tan libre como yo. Así aparece una lucha entre mi libertad y la libertad del otro. Cuando caemos en este fracaso podríamos optar por la actitud masoquista: la entrega total al otro, convirtiéndose en objeto, dispuesto a ser una herramienta 42 Adaptación para teatro de la obra A puerta cerrada de Sartre. Casa 135 Comediantes y dirigida por Juan Carlos Jiménez R. “El otro, además de relativizarme, hace que tome conciencia de mí mismo, y su mayor arma es la mirada”. más; el masoquista busca gozar de su objetividad, pero termina en frustración por el hecho de que no puede ser objeto para sí mismo sino para el otro. Ya Sartre (1984) lo dice en El ser y la nada: En vano el masoquista se arrastra de rodillas, se muestra en posturas ridículas, se hace utilizar como simple instrumento inanimado, sólo para el otro será obsceno o simplemente pasivo, para el otro parecerá esas posturas, para sí, está por siempre condenado a dárselas él mismo. (p. 403) Por consiguiente, si ni el amor ni el masoquismo sirven para apoderarse de la libertad del otro, entonces recurrimos a la actitud del acto sexual, la cual consiste en apoderarme del otro por medio del cuerpo; esto queda claro en El ser y la nada cuando Sartre afirma: “Mi tentativa original para apoderarme de la libre subjetividad del otro a través de su objetividad —para 43 “Cuando el pequeño Sartre quema la alfombra de su baño, enseguida se siente mirado por Dios y nace en él un repudio frente a su creador”. Retrato del joven Jean-Paul Sartre. mí— es el deseo sexual”. La actitud sexual es expresada por el deseo sexual y su manifestación son las caricias; en las caricias, el ser humano trata de descubrir la conciencia del otro, para así apoderarse de dicha conciencia, empero, esta empresa, como las anteriores, termina en fracaso. Camilo García (2005) nos da explicación: Sin embargo este intento también resulta fallido porque, para Sartre, cuando alguien toca o acaricia la carne del cuerpo del otro lo que hace es acariciarse a sí mismo en la medida que la hace suya. Y al hacerla suya, se disuelve inevitablemente en la carne misma, se “empasta” en su facticidad física. Al ocurrir esto encuentra en el cuerpo del otro lo que buscaba, su conciencia humana encarna, sino lo contrario un puro instrumento u objeto más que está ahí en el mundo. (p. 225) Si no podemos escapar de la mirada del otro, ni mucho menos apoderarnos de su libertad, ¿esto quiere decir que estamos condenados a vivir el infierno en la tierra? Para Sartre sí es posible salir del juicio del otro; y la respuesta se halla en el acto mismo de la elección, pues en ella me elijo cómo quiero ser y fundamento mi propia esencia. No me escondo ni me avergüenzo porque he elegido cómo quiero ser, ya sea un cobarde o un héroe. Mientras sigamos mintiendo y no reconociendo que nuestra elección ha hecho de nosotros lo que somos, viviremos en una actitud de mala fe. Finalmente, cuando la conciencia es intencional y el deseo surge como realidad ontológica de los estados del ser, el deseo se proyecta hacia el otro. Esta proyección o intencionalidad original vendrá a ser el intento de apoderarme de la libertad del otro; intento, como vimos, que fracasa. El deseo nunca será colmado; por ello Sartre en El ser y la nada concluye: “Toda pasión es inútil”. Notas 1 Podemos ver que Sartre toma el concepto de conciencia intencional de Husserl, sin embargo, existe una diferencia entre ambas propuestas de intencionalidad. Sartre nos dice que a pesar de que Husserl define la conciencia como trascendental, él es infiel a este principio en el momento que hace del noema algo irreal: lo muestra como correlato de la noesis y cuyo esse es un percipi (Sartre, año p. 943). 2 Recordemos que en La divina comedia Dante Alighieri nos presenta el infierno como un lugar lleno de dolor, fuego y eterno castigo. Referencias Butler, J. (1987). Sujetos del deseo. Buenos Aires: Amorrortu editores. Moran, E. (2008). Introducción a la fenomenología. Buenos Aires: Serrano Editores. García, C. (2005). La temporalidad, el Otro, la elección. Al margen, Sartre cien años, /221-231/ Bogotá: Siglo del Hombre Editores. Sartre, J-P. (1984) [1943]. El ser y la nada. Madrid: Alianza. Sartre, J-P. (1981) [1944]. A puerta cerrada. Barcelona: Orbis. Sartre, J-P. (1960) [1940]. Lo imaginario. Buenos Aires: Gallimard. Sartre, J-P. (1960) [1940]. La trascendencia del Ego. Buenos Aires: Gallimard. Webgrafía Jean Paul Sartre. Tomado de: http://www.laloquera.com/wpcontent/uploads/2016/04/jean-sartre.jpg “Si no podemos escapar de la mirada del otro ni apoderarnos de su libertad, ¿esto quiere decir que estamos condenados a vivir el infierno en la tierra?”. Portada de Sujetos del deseo. Tomado de: http://www.fcechile. cl/cached%5Cwww.fcechile.cl%5CImages/Sujetosdel-deseo-Reflexiones-hegelianas-en-la-Francia-delsiglo-XX-000000119109.jpg Escena de la obra “A puerta cerrada”. Tomado de: https://i. ytimg.com/vi/DF2QeaOm-Hs/maxresdefault.jpg Retrato del joven Sartre. Tomado de: http://4.bp.blogspot. com/-CkPYBLAxq98/TXWNdjiipAI/AAAAAAAAAYo/OTvs-ID1Zl0/s1600/young%2Bsartre.jpg 44