IV. Problemas enmarcados en la gestión y el reparto de las tierras

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IV. Problemas enmarcados en la gestión y
el reparto de las tierras de Propios
1. La explotación de las Tierras de Propios
Lorenzo Santayana (1) describía así la utilidad de los bienes y tierras de propios: «para cumplir con las cargas concejiles no hay pueblo que no tenga su patrimonio. A e ^e, comúnmente, lo llamamos propios porque sus caudales son propios
del pueblo». Añadiendo más adelante cómo se concentraban
preferentemente esos bienes en «campos, viñas, pastos, censos, casas, treudos y otros derechos» (2). Esta tierra se explotaba usualmente en régimen de arrendamientos que el concejo regulaba a través de subastas públicas y periódicas. Con el
producto obtenido se atendían a los servicios generales que demandaba esa comunidad -médico, escribano, preceptor de
gramática...- que obtenía de esos fondos sus salarios.
Aunque para Santayana la diferenciación entre Comunales y Propios parecía bastante evidente, el análisis documental
(1) Santayana Bustillo: Gobierno político de los pueblos de España y Conegidor, alcalde y juez de ellos. Madrid, 1769, dos volúmenes.
(2) Las partidas de la Ley IX, Título XXVIII, parte 3a, los definían
como los bienes que siendo del Común, poseían cada uno de sus habitantes
y podían usar y disfrutar de ellos.
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con frecuencia mezclaba ambos supuestos, incluso la partida
de los bienes Baldíós. Por tanto, aunque los bienes Comunales parecían diferenciarse de los de Propios, ambos de titularidad municipal, y de los Baldíos realengos, ni siquiera el Catastro de Ensenada delimitó habitualmente esas partidas (3).
El expediente solía computar con b?.stante frecuencia a las tres
clases de tierras, no pertenecientes^ propiedad particular, bajo la denominación de «bienes del pueblo», o«propiedades del
lugar». En escasas ocasiones -como en Jerez- diferenciaba
las tierras de Propios de las tierras Baldías.
Tierras de ^Propios (Jerez) (4)
3.532 aranzadas de sembradura
1.800 aranzadas de pasto '
4.800 aranzadas de monte alto, que suponen 301.835 reales/año.
33.300 aranzadas de dehesas para yeguas
500 aranzadas de dehesas para potros
5.544 aranzadas de dehesas boyales.
Tierras Baldías (Jerez)
3 79 aranzadas de sembradura -roturadas hace 4 años42.847 aranzadas de pasto
5.279 aranzadas de tierra inútil
Pese a la respetabilidad de estas cifras, los labradores de
(3) Así lo explica Donézar tras el análisis de las Respuestas Particulares
del Catastro de Ensenada en la provincia de Toledo. En Riqueza y propiedad
en la Castilla del Antiguo Régimen: la proaincia de Toledo en el siglo XVIII. Madrid, 1984.
(4) A.H.N. Consejos; leg.: 1844. Datos proporcionados en el pleito sobreseido en la Sala de Justicia del Consejo de Castilla. El pleito entre el municipio y el mayorazgo de los Quincoces se había iniciado en 1607, por acaparamiento ilegítimo de los bienes de Propios y Baldíos del municipio. Se
mostró, con todo lujo de detalles, el cómputo total de las tierras usurpadas
por el mayorazgo.
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Jerez expusieron sus dificultades ya que habían de repartirse
estas tierras para su explotación y utilización entre los 7.032
vecinos, con una amplia cabaña ganadera cifrada en 90.390
cabezas (5), por lo que los labradores solicitaban la devolución
de las tierras del Común, usurpadas desde hacía años por el
mayorazgo de los Quincoces. La usurpación de la nobleza hacia la propiedad comunitaria se venía desarrollando, sin mayores problemas, desde el reinado de Felipe II como ha mostrado Vassberg (6). A pesar del miedo a posibles represalias
o el excesivo temor de los costos judiciales, algunos ricos concejos -como éste de Jerez- o el de Morón, iniciaron pleitos
contra.la nobleza para recuperar las reales dimensiones de sus
términos. Aunque alguno de ellos obtuvo ciertos éxitos, no pocos
desistieron del empeño, o con escepticismo, -como en este caso
de Jerez- continuaron tras 150 años las diligencias judiciales.
Sin embargo lo más usual en el expediente fué globalizar
los bienes que tenía el pueblo, sin diferenciación alguna. Según el informe dei ayuntamiento de Alamedilla (Salamanca)
los bienes del pueblo en 1767 eran:
4
80
fanegas de eras para la trilla
fanegas para encinares, pastos de cerdos y animales
160
fanegas de centeno en una hoja
130
150
40
fanegas de centeno en la segunda hoja
fanegas de centeno en la tercera hoja
fanegas de tierras eriales (7)
Estas tierras sólo eran accesibles a los vecinos labradores,
(5) A.H.N. Consejos; leg.: 1844. La cabaña de Jerez era en 1761 de:
37.687 cabezas de ganado lanar, 21.827 cabras, 5.000 cerdos, 423 mulas,
3.873 asnos, 5.187 caballos y yeguas.
(6) Vassberg: La venta de titrras Baldías: el comunita^ismo agsario y la Cosona
de Castil[a dusante el siglo XVI. Madrid, 1983.
(7) A.H.N. Consejos; leg.: 1843, enero de 1764. Información solicitada por el Consejo de Castilla al municipio de Alamedilla.
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quedando excluídas, muchas veces, las capas más desposeidas
de la sociedad rural. El campesinado, una vez más, quedaba
marginado de los beneficios reportados por los pastizales, eriales
o carboneos del monte, acaparados por los labradores y por
los vecinos mañeros que mantenían su ficción de vecindad para
usufructuar unos apetecibles pastos gratuitos. Las ordenanzas
concejiles solían determinar las condiciones de tales aprovechamientos y se alejaban de un supuesto, aunque inexistente, igualitarismo comunitario. En los lugares de titularidad señorial
las decisiones de sus «ordinaciones» distaban mucho de ser concedidas para el usufructo de la generalidad vecinal. Decían por
ejemplo las ordenanzas de Pedrola (8): «que sólo pueden pastar y aposentarse en las tierras del Común los vecinos con dos
yuntas de labranza y con aperos suficientes para hacer con largueza las labores propias de la labranza».
En el descapitalizado marco de la sociedad campesina, ya
se ha visto cómo eran pócos los afortunados propietarios o arrendatarios de dos o más yuntas de labor. Por debajo de este techo la «vecindad» no llevaba aparejada el disfrute de los pastos, de la leña y del suelo comunal. Los campesinos y jornaleros, una vez más, se veían marginados y excluídos de la organización comunitaria de la tierra. En el señorío de Buitrago,
la explotación del Común de la Villa y Tierra era ocupado en
un 57% por una oligarquía de ganaderos, entre ellos la duquesa del Infantado, que sin más señal de vecindad que una
residencia de recreo tenía pastando más de 80.000 (9). También la duquesa disfrutaba, en exclusividad, de las tierras de
Comunales de Hontoria (Burgos) (10); el pueblo sólo podía ac-
(8) Ordinaciones de la baronía de Pedrola en 1634. Archivo Ducal de
V illahermosa, fondos Luna, leg. 23. Exp. 17.
(9) Grupo 73: El señorío de Buicrago. Madrid, 1975. La cabaña vecinal
era, por el contrario, obligatoriamente exigua.
(10) A.H.N. Consejos; leg.: 1842. Memorial de los labradores de Hontoria en 1768.
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ceder a 8 fanegas de tierra con arbolado, utilizadas para pasto
de sus ganados.
Pero el expediente mostró numerosos casos de acaparamiento de las tierras de Comunales y Propios en manos del señor
del lugar o de varios terratenientes. En Novés (Toledo) los vecinos indicaban que 5 mayorazgos se repartían todas sus tierras de Comunales, sin dar opción alguna al vecindario de acudir a sus pastos (11). Y quejas similares se formularon al Consejo en otros muchos pueblos, instigados por la nueva filosofía
de protección a los más desvalidos que parecía deducirse de
las leyes de 1.767 sobre repartos de tierras de Propios. Alentados por esa esperanza y deseando estar presente en la utilización comunitaria de sus tierras, los pelentrines de Olvera, Trujillo, Osuna, Tablada, Baeza, mostraron la realidad, nada idílica, de sus entornos.
Pero la explotación de las tiert^as de Propios y Comunales
de los núcleos realengos tampoco podía ser tomada como un
modelo de equidad, «pues los regidores perpetuos o elegidos
tomaban soluciones que distaban mucho de ajustarse a los intereses de la generalidad de los vecinos» (12). Y no tenía nada
de extraño esa aparente disfuncionalidad, dada la escasa representatividad de los cargos municipales durante el siglo
XVIII. Por una parte, su supeditación a la política de la Corona hacía necesaria la conservación y aumento de los pastos
municipales para la ganadería mesteña y, por otra parte, limitaba el aprovechamiento del carboneo del monte que quedaba
restringido para la mera subsistencia del campesino. Los vecinos más débiles se veían supeditados, una vez más, a los intereses de los más fuertes.
Pero este boyante status de los concejos venía siendo cer-
(11) Memorial de lo^ vecinos de Novés al Consejo en mayo de 1770.
en A.H.N. Consejos; leg.: 1842. Explicaban cómo iba descendiendo la capacidad de labranza del territorio, al no poder mantener al ganado de tracción en los suFicientes pastizales donde alimentarlos.
(12) Artola: An^iguo Rígimen y seaolución libera[. Pág. 64.
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cenado desde el siglo XVI por una zigzagueante política de enajenación de tierras baldías a tenor de las dificultades de la Corona. Esta enajenación que comenzó con Felipe II -según han
explicado Vassberg y Gómez Mendoza- que había continuado en época de Felipe IV y Felipe V(13) se remodelaría con
el despotismo ilustrado de Carlos ITi en los decretos sobre reparto de tierras de Propios y Baldíc^. Las consecuencias, evidentes, en tan dilatado período enajenador, iban a concretarse en un cúmulo de enfrentamientos y tensiones que globalizaban un balance socialmente negativo. Muchas tierras de Comunales se restringieron en sus dimensiones a pesar de la oposición muni ^ ipal a esas ventas. El caso sevillano fué ilustrativo, con un espectacular descenso entre 1634 y 1765 de la extensión de sus tierras de Propios y Baldíos que hacen menguar
sus rendimientos en un 43% (14). Pero si, como dice Domínguez Ortiz, los campesinos escasamente pudieron ir al mercado de la tierra enajenada -salvo las ventas en lotes de 5 fanegas en algunos pueblos de Jaén- sí consolidaron sus heredades conventos, mayorazgos y labradores con notable malestar
de los ganaderos mesteños (15).
La manipulación de las dimensiones reales de los amojanamientos de los términos fué otro gran motivo de malestar
social que heredó el siglo XVIII y que ocasionó muchos conflictos tras las leyes de repartimientos de las tierras de Propios
(13) Dominguez Ortiz: La comisión de don Luis Gudie[ para la aenta de Baldíos de Anda[ucía. En Congreso de Historia Rural, Madrid, 1984. García Sanz:
Bienes y derechos comuna[es y e[ proceso de su psiaatización en Casti[la, Revista Hispania, 1980. Para el siglo XVI. Gómez Mendoza, J. La oenta de Baldíos y
Comunales en el siglo XVI en Guadalajara. Revista Estudios Geográficos, n° 109
y Vassberg: Usurfiación de tierras concejilesy baldías durante el siglo XVI. Boletín
de la Real Academia de la Historia, 1978.
(14) Bernal: Historia de Andalucía. Tomo VI. Setpasó de computar un
76% de los ingresos municipales a un 23% en 1765.
(15) Los alegatos de Caxa de Leruela son significativos: en Restauración
de la antigua abundancia de España. Reedición de 1975. La venta de Baldíos
significaba el descenso en la utilización de pastizales gratuitos.
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y Baldíos. El balance no fué otro que un paulatino empobrecimiento del campesinado frente al enriquecimiento de los más
poderosos y la agudización de los conflictos que a menudo enfrentaban a la sociedad rural.
Mas el análisis documental muestra una notable variedad
en la utilización de estos bienes colectivos. Sin embargo, el
arrendamiento al mejor postor se destacó como la fórmula más
estable en la explotación de esos bienes comunitarios. En Pampliega (Burgos) el arrendamiento de los bienes del Común proporcionaban el pago anual de sus servicios comunitarios; se pagaba al maestro de primeras letras, al médico-barbero y a dos
guardias de sus campos, obteniéndose en los años buenos el
dinero necesario para sufragar el censo redimible que adeudaban al monasterio burgalés de Las Huelgas (16). En Mezerreyes, también en la provincia burgalesa, se ensayaba un doble
método de utilización de estos bienes. Mientras los pastizales
eran ocupados por «los vecinos con dos o más yuntas de labranza, las tierras de cultivo se repartían en lotes adjudicados
de por vida a los vecinos poseedores de una yunta en adelante». Tras la muerte de cada vecino se procedía a un nuevo sorteo entre el vecindario con aperos y yuntas de labranza (17).
Este doble modo de explotación de los bienes de Propios no
era infrecuente en otros pueblos castellanos: Cabrillas, Doñinos y Santamarta, en la provincia de Salamanca, se pronunciaron por esta modalidad. Otra variedad eran los repartos temporale^ de lotes de tierras de sembradura entre los labradores
poseedores de yuntas. En Villar de los Ciervos, con 2.023 fanegas de Propios, se subdividían en suertes de seis fanegas de
(16) Memorial del ayuntamiento de Pampliega en 1768. En A.H.N. Consejos; leg.: 1842. El monasterio de Las Huelgas era el mayor hacendado en
un buen número de pueblos al oeste y suroeste de Burgos. Algunos de estos
pueblos, de reducidos Propios, compraron tierras al monasterio. De ahí la
amplia proliferación de censos redimibles en la provincia burgalesa.
(17) Memorial de Mezerreyes al Consejo en A.H. N. Consejos; leg.: 1842.
Los pueblos salmantinos concentraron sus alegatos en Consejos; leg.: 1843.
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cultivo entre «los vecinos pecheros y labradores de dos
yuntas» (18) que se repartían cada tres años. Obviamente, de
estos repartos se excluían azadoneros, campesinos y jornaleros y estas formas de explotación se repetían, con mucha frecuencia, en el partido .de Ciudad Ródrigo.
También hay en el expediente, alguna muestra de comunitarismo en la explotación de las tierras de propiedad colectiva; comunitarismo residualmente presente en algunas otras zonas como Sayago y La Armuña (19). En Pedrosa de Duero
(Burgos) las 30 fanegas de sembradura de centeno se labraban
y trabajaban por todos los vecinos sin más gratificación que
el vino que se les daba en los días de laboreo. Sus habitantes
explicaban cómo habían adquirido, recientemente, esas tierras
al convento de las clarisas de Burgos por 50.000 reales ya que
no poseían tierra alguna de labor en sus Comunales (20).
Los rendimientos que se obtenían por la explotación de esas
tierras eran escasos y venían dados tanto por la abundancia
de tierras incultas o de eriales como por su explotación, menos
cuidadosa que la gestión individualizada de la propiedad colectiva.
En las tierras de la extensa provincia toledana, reunida en
292 pueblos, la producción media por fanega de sus Propios,
no superaban los 2,26 reales (21). Hecho a destacar, ya que
la amplitud media de esas parcelas, superiores a las de propiedad particular, podía haber inclinado esa balanza hacia por-
(18) A.H.N. Consejos;: 1843. Martillán, Campillo de Azaba, Olmedo,
Pastores, Lumbrales y otros pueblos próximos seguían también esas direc[rices.
(19) Cabo Alonso: El co[ectioismo agrario en tierras de Sayago. En Revista
de Estudios Geográficos, n° 64. 1955. Y La Armuña y su eaolución económica.
Idem °n° 58 y n° 59, 1955.
(20) A.H.N. Consejos; leg.: 1842. Memorial de septiembre de 1768. Las
tierras de cultivo siempre eran muy inferiores a las de pasto en el cómputo
total de los bienes del Común.
(21) Donézar: Riquezay propiedad... La extensión media de las tierras de
Propios provinciales eran de 209 fanegas.
160
centajes mucho más notables. Por lo que aunque suponían el
23,6% de la extensión provincial, sólo obtenían el 2,7% de su
producto.
Esta escasa rentabilidad se percibía también en la provincia de Segovia, no menos que en la de Salamanca, en donde
los porcentajes de 24 pueblos del partido de Ciudad Rodrigo
no superaban los 2,2 reales por fanega (22). En su conjunto,
numerosos pueblos no podían hacer frente con las tierras de
propios a los nunca exiguos gastos de la comunidad vecinal.
Los vecinos de Ledesma mostraron esas deficiencias. El concejo de la villa declaraba obtener anualmente 9.200 reales con
los que dificilmente podían enfrentarse a la reparación de los
servicios públicos o al saneamiento de su término, ya que esas
rentas se destinaban a pagar los salarios de los servidores de
ese concejo. En este caso, el «poder pagar» había de ser un permanente problema: el cirujano ganaba 7.500 reales, el escribano 3.500 y el maestro 2.000 reales anuales.
Pero las mínimas dimensiones de los Propios castellanos tanto más pequeños cuanto más al norte se ubicasen- no se
correspondían con la mayor amplitud de los Propios meridionales, consolidados por las características de la conquista y repoblación del valle del Guadalquivir. Mientras no es infrecuente
topar en la provincia de Burgos con núcleos que confiesan no
tener ninguna tierra de cultivo (23), en las tierras del Común,
o con extensiones que no superaban las 40 fanegas, en la provincia de Salamanca se pueden encontrar esos topes en torno
a las 400 ó 500 fanegas y alcan^an las 4.000 fanegas en las tie-
(22) Datos de elaboración propia realizados en el partido de Ciudad Rodrigo tras obtener de las fuentes del Catastro de Ensenada la rentabilidad
de sus Propios. En A.H.N. Hacienda, Lib. 7.476.
(23) 25 pueblos de Burgos no superaban en 1768 esos topes. Tanto en
Andalucía como en Extremadura o en Castilla la superficie de los pastos y
de los eriales, doblaban o triplicaban las superficies de cultivo. En A.H.N.
Consejos legs.: 1842 y 1843. Información vertida por los ayuntamientos que,
pese a su posible infravaloración, puede tomarse como válida.
161
rras allende del Tajo. El malestar municipal, percibido con claridad tras el dictamen de las leyes sobre reparto de Propios:
intentaría minimizar la significación de esas tierras que empezaban a estar fuera del control hacendístico municipal. Desde
ese punto de vista las reformas de la década de los sesenta, continuadas en la dé los ochenta, no sólo proporcionaron la información necesaria para la creación de las<Juntas municipales
de Propios, sino que avanzaron en la consecución de los planteamientos del Despotismo Ilustrado, que no eran otros que
vaciar de poder a las haciendas locales, relanzando y potenciando la hacienda gubernativa (24).
2. Dificultades y resistencias a aplicar las leyes sobre el
reparto de tierras de Propios y Baldíos a los
jornaleros
La filosofía del reparto de las tierras de Propios pasó
-como se ha dicho- por dos momentos claramente diferenciados. En el primero -eñtre 1.766 y 1.770- la finalidad no
era otra que asentar a los jornaleros en la tierra. Sin embargo,
labradores y concejos no vieron con agrado la implantación de
esas medidas que mermaban su privilegiado status, por lo que
desarrollaron una crítica sistemática y efectiva que condujo a
los resultados deseados. La Ley de 26 de mayo de 1.770 hacía
partícipes de los repartimientos exclusivamente a los labradores que, poseyendo de una a tres yuntas, no tuvieron tierra
suficiente para emplearlas satisfactoriamente. Se primaba así
las apetencias expansionistas de la élite rural de frenar las expectativas de los asalariados rurales. Pocos años había durado
el pulso que labradores y concejos habían desencadenado con
el ejecutivo, pero se mostró -clarividentemente- tanto la ha-
(24) Fernández Albadalejo: Monasquia ilustsada y haciendas locales en la segunda mitad del siglo XVIIL Comunicación presentada al curso sobre La Hacienda en el siglo XVIIL Universidad Menendez Pelayo. Santander, 1983.
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