La voz híbrida de Francisco Zamora - Afro

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De Urda 1
Juan Antonio De Urda Anguita
La voz híbrida de Francisco Zamora
Francisco Zamora Loboch nació en Santa Isabel en 1948, pero se trasladó a
España cuando llegó la hora de iniciar sus estudios universitarios (Antología 463). Por los
sucesos políticos que tuvieron lugar en Guinea Ecuatorial una vez alcanzada su
independencia en 1968, se ve obligado a permanecer en España indefinidamente y allí ha
mantenido su residencia hasta la actualidad. Pertenece a lo que Juan Balboa Boneke ha
llamado la generación “perdida” (Ngom 1993 413-4) y destaca por ser uno de los pocos
autores guineanos que publicó algún material literario durante lo que Donato Ndongo ha
llamado “los años del silencio”, los de la dictadura de Macías (413). Esa es, al menos, la
opinión de otros autores, porque Zamora niega su inclusión en esa generación e incluso la
existencia de esos años de silencio en la entrevista incluida en Diálogos con Guinea (1101).
Durante esa época, Zamora publicó poemas y relatos, algunos de ellos con
seudónimo. Posteriormente ha publicado obras de mayor extensión: el ensayo Cómo ser
negro y no morir en Aravaca, aparecido en 1994, y el libro de poemas Memoria de
laberintos, de 1999. Vamos a centrarnos en ellos, analizando las diferentes voces que el
autor elabora en uno y otro género.
Debemos comenzar por tener en cuenta su condición de exiliado, porque su vida
entera está marcada por la imposibilidad de regresar a su país; un país que abandonó
cuando todavía era colonia española y del que ya vivió su independencia en la distancia.
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Cuando se produjo esa independencia de Guinea Ecuatorial del control colonial español,
el 12 de octubre de 1968, él se encontraba todavía en la que había sido antigua metrópoli
colonial de su país. Dicha independencia había sido fruto de un proceso negociador y
había concluido en una elecciones que otorgaron a Francisco Macías la presidencia. Y
cuando, sólo unos meses más tarde, Macías interrumpe la actividad democrática con un
golpe de estado, cualquier persona que no formase parte del régimen de terror
implantando por el dictador tenía buenas razones para mantenerse fuera de Guinea
Ecuatorial.
Sólo por su condición de intelectual, Francisco Zamora ya era una de las muchas
personas que no podían regresar a su país por el temor a verse perseguido. Tras el golpe
de estado, Zamora y sus compatriotas en territorio español vivieron con la habitual
angustia del exiliado aumentada por su incierta situación en España. Porque durante la
dictadura de Macías, el gobierno de Franco decretó “materia reservada” todo cuanto
tuviera que ver con Guinea (negando toda posibilidad de protesta pública o divulgación
de información), y no trató a los refugiados políticos como tales, sino como apátridas.
Estos desterrados tuvieron que ganarse la vida como pudieron durante aquellos años,
agravándose así la situación en la que la dictadura de su país los había colocado. Desde
entonces, Francisco Zamora ha hecho su vida en Madrid, trabajando fundamentalmente
como periodista.
A pesar de las circunstancias desfavorables, Andrew Gurr afirma que, en ese
exilio propio del imperio, la víctima colonizada que llega a ser escritor explota esa
situación como fuerza creativa (Literary Exile xx). El autor tiene la necesidad de hablar
de su pérdida, de su situación en el exilio, de su amargura o de su rencor. Sea fuerza
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motriz de su obra o no, lo que es seguro es que va a condicionarla enormemente. Su
cultura, su país, es algo que no tienen presente, sino que deben recrearla en sus obras. Bill
Ashcroft denuncia que la idea de reproducir la realidad africana es arriesgada, porque la
imagen de África está ya establecida en parte por Occidente, lógicamente siguiendo sus
propios intereses, antes incluso de poder enfrentarnos a la realidad misma (11). Es decir,
y siguiendo una lógica parecida a la del Orientalismo de Said (87-91), es muy
complicado expresar la auténtica África, porque esa África está para siempre superpuesta
y mezclada ya con la idea que han forjado los intereses occidentales. Y en mayor medida
cuando, como Francisco Zamora, África se vive desde un largo exilio y debe confiar en la
memoria para esta tarea.
En la poesía de Francisco Zamora esto se hace evidente en su esfuerzo por
reconstruir un pasado que ya vive sólo en su memoria. Pero esa labor es siempre
complicada. En su caso él ni siquiera conoció su país como entidad independiente, así
que la misma identidad nacional tiene que ser inventada en sus versos. Además, Guinea
Ecuatorial cae en manos de una dictadura que manipula a su conveniencia los resortes de
la cultura nacional. Seyhan señala que en esos casos el autor a menudo se esfuerza en
reclamar y preservar legados culturales destruidos en sus países por los regímenes
opresivos (28). Y todos esos empeños están presentes en la obra poética de Francisco
Zamora.
Invirtiendo el título de su poemario, jugando con un espejo verbal, la Memoria de
laberintos se transforma en el laberinto de la memoria, un lugar ya inexistente en el que,
no obstante, es muy fácil perderse. Porque no sólo es su propio pasado íntimo, individual
o privado el que surge entre los versos, sino al mismo tiempo toda una nación, tal y como
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Zamora la recuerda y la recrea. Seyhan señala la dificultad de mantener intacta y real la
memoria de un país cuando se está escribiendo desde fuera. Se pregunta qué ocurre con
esa identidad nacional cuando se escribe no sólo desde el exilio, sino en un mundo como
el moderno, sujeto a continuos cambios sociopolíticos (20).
Los poemas de Memoria de laberintos son un desfile de recuerdos de infancia y
juventud (y la suya transcurrió en la Guinea colonial), un reencuentro con el pasado.
Desde el punto de vista formal, los versos son libres, fluidos y rítmicos, más cortos o más
largos (más directos o más discursivos) según convenga a la naturaleza del poema. A
pesar de estar centrados en un pasado propio o que afectó de alguna forma su vida o su
percepción del mundo, no es el pretérito el tiempo verbal predominante. Los temas de los
poemas van desde lo estrictamente personal, como en “Bailaste con Mamen” (25) o
“Madame” (22) hasta referencias culturales anglosajonas (la música afroamericana en
“Dies Irae” 35) o a la cultura popular española de su infancia. Particularmente interesante
es “Estefanía” (49-50), en el que genera una intertextualidad entre la cultura elevada y
académica del Quijote y Cervantes y la literatura popular sobre el Oeste Americano. En
Diálogos con Guinea, Zamora habla de la importancia que “las novelas del oeste baratas”
y los tebeos tienen en su creación (110).
Y, sobre todos estos recuerdos, destacan los de su Guinea natal, visiones de los
paisajes geográficos y humanos de su infancia y juventud. La cuestión es recuperar la
memoria, encontrar la Guinea de sus recuerdos y reencontrarse en el proceso. Por
supuesto En “Dyoba, Nguema y Bokesa”, él dice que decidió “ejercer de escriba”,
hablarnos de las generaciones anteriores, de la Guinea que existe por debajo de la brutal
imposición colonial y de la dictadura que la siguió.
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Como Fanon señala, es perfectamente coherente que el individuo colonizado mire
al pasado de su país en busca de la dignidad y la gloria que la colonia le niega (National
154). Pero otros autores también advierten que si esa recreación se produce desde el
exilio, no será ya fiable ni exacta. Gurr afirma que será una construcción histórica
anacrónica (Literary Exile xx). Y no parece que el mismo Zamora parezca pensar lo
contrario. En el poema “Retrato de Damas coloniales”, reconoce expresamente que está
hablando de mundos ya desaparecidos. Afirma que estas damas son “mujeres que uno
jamás volverá a sorprender / en aquel inaccesible abandono” (13).
Por el contrario, en su ensayo, la memoria ya no es el terreno de batalla. En Cómo
ser negro y no morir en Aravaca, el discurso es otro. Aunque hemos comenzado por la
poesía de Zamora, advirtamos que el ensayo fue publicado cinco años antes, a raíz del
asesinato de una inmigrante en el barrio madrileño. Aquí no se trata de recuerdos más o
menos íntimos que intentan fijar una identidad individual y nacional a un tiempo, sino de
interpelar y subvertir al discurso dominante desde dentro, usando sus armas editoriales y,
sobre todo, lingüísticas.
Él escribe en español, y su voz pertenece completamente al sistema de la lengua,
pero conduce su discurso por senderos que un peninsular difícilmente tomaría. Homi
Bhabha habla de que el escritor (y la persona, en general) producto de la situación
colonial se convierte en un producto híbrido, ya que la potencia dominadora no le permite
ser el que su cultura nativa le marca ni pertenecer de pleno a la cultura preponderante
(34-5). También Deleuze y Guattari sitúan en esa literatura minoritaria escrita desde el
interior del sistema la posibilidad de que surjan las dimensiones reprimidas y censuradas
del lenguaje mayoritario (Seyhan 26).
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La prosa de Zamora puede ser perfecto castellano, pero es el castellano de un
negro guineano que vive en España. Podemos decir que en esta obra, la voz que hilvana
el discurso no es netamente guineana, sino más bien negra. Negra en oposición al
ambiente “blanco” en el que vive y escribe, ambiente que pretende convulsionar y
perturbar con su ironía y su erudición, porque la voz que articula el ensayo en ningún
momento se declara guineana ni abiertamente negra. Es una voz peculiar que se va
desprendiendo del discurso. Como señalaba Bhabha en la cita anterior, el individuo
colonizado (y mucho más en el caso de Zamora, que es colonizado y refugiado) se
convierte en un híbrido, en una tercera opción, un espacio ambivalente que el poder
colonial crea (34). Zamora ya no puede ser absolutamente guineano porque esa opción ya
no es posible. Fanon señala que el colonialismo ha vaciado las mentes de los nativos de
toda forma y contenido (154).
Pero Cómo ser negro y no morir en Aravaca no es una obra conformista, que se
pliegue a las exigencias del entorno. Es una obra de denuncia, de resistencia. Porque
también Bhabha señala que esa resistencia es posible. Y no sólo posible como acto
político, sino que es un efecto normal de la ambivalencia creada (33): usando el lenguaje
y las perspectivas históricas del antiguo colonizador, Zamora le cuestiona su actitud
frente al negro. Irónico desde la misma dedicatoria de la obra (el único lugar en el que
hace referencia a su propio color), el discurso dinamita incluso la misma estructura del
género en que parece encuadrarse. Un ensayo debería, por definición, ser una reflexión
seria, meditada que comunique ideas ciertas a los lectores, pero en sus manos se convierte
en sátira y burla. También un ensayo debería de ser dictado desde una voz sólida que
representa la opinión del autor, por oposición a la narración, construida alrededor de una
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voz narrativa que no debe identificarse con el autor. En Cómo ser negro y no morir en
Aravaca, Zamora se mantiene en una (pretendidamente) aséptica tercera persona, pero es
sólo un recurso que también tiene perfecto sentido en la obra. Por un lado, esa es la
convención del género, Y, por otro, esa tercera persona se corresponde a la conciencia
que las sociedades blancas le crean al negro, según Frantz Fanon (Blackness 323). Fanon
afirma que el constante recordatorio por su parte de la raza del negro termina por crearle
una conciencia “externa” y verse desde el exterior en una perpetua mirada al color de su
piel.
Como corresponde a un ensayo, se acumulan datos y la erudición de Zamora
queda manifiesta en cada capítulo. Pero esos datos son abiertamente manipulados a favor
de los propósitos del texto, siempre con una divertida ironía que hace amable esa
manipulación. Su español (insistamos, la lengua de quienes lo colonizaron) es tan sólido
que puede permitirse el uso de todo tipo de recursos combinados con un discurso
ensayístico.
Como ejemplo de todo esto, veamos el prólogo. El título es “Prólogo para un
gachupín o chapetón que pensaba que su país no era racista”. Es decir, se trata de hacer
ver a un español (al lector de libro) que, en contra de lo que pueda haber oído, está
viviendo en un país de tradición racista y que practica el racismo. Pero Zamora no se
limita a aportar datos fríos o hechos históricos , sino que juega con ellos. De entrada, para
dirigirse al español usa un sinónimo despectivo (“gachupín”) usado por los mexicanos.
Es decir, obliga al español a mirarse desde fuera y con un matiz negativo, como (según
Fanon) los negros deben mirarse continuamente en una sociedad blanca.
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El capítulo comienza hablando de la toma de Granada por los Reyes Católicos y
de la marcha forzada de Boabdil. Pero tampoco se detiene en la mera enunciación de lo
ocurrido como ejemplo de que la misma construcción de la nación española ya se basó en
la exclusión del “otro”. Dice que “el primer moro a quien España aplicó la Ley de
Extranjería se llamaba Boabdil” (11). Conecta la derrota militar medieval con la
imposición administrativa del presente; iguala así la intransigencia de los Reyes Católicos
con la España actual que discrimina a emigrantes que bien pudieran ser descendientes de
Boabdil y su séquito. Y genera todo un juego con ese símil, ya que nos retrata a Boabdil
tratando de evitar su destierro mediante gestiones administrativas, como los inmigrantes
actuales tienen que hacer. Boabdil, según Zamora, aportó una tarjeta de residencia que
establecía un vínculo con el país bastante antiguo (ocho siglos, nada menos) y vino a
demostrar todos los otros extremos que se requieren para que una emigrante pueda
legalizar su situación: ingresos y actividades a favor de la comunidad. Pero, por
pertenecer a lo que Zamora describe (eso sí, en cursiva) como una raza “malsonante”, los
Reyes Católicos no se mostraron receptivos a su (aparentemente) justa demanda y
procedieron a su expulsión.
La descripción de la expulsión nos da el tono de la obra: “Nones Romanones:
entre chanzas, ayes a mi Alhambra y romances imperecederos y de memorización
obligada, embarcáronle en una patera y a través del Estrecho arrojánronle a una tierra,
África, que le resultaba tan desconocida, áspera y remota como Uganda para un botiguer
chueta” (11). En una sola frase aparecen todos los elementos irónicos de la obra. Mezcla
rasgos arcaicos del español que aportan un sonido medieval (la posición de los
pronombres en “embarcáronle” y “arrojánrole”) con expresiones absolutamente
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coloquiales (“nones Romanones”), referencias a la actualidad (el viaje por el Estrecho en
patera, pero en sentido contrario al habitual) y la desoladora referencia (parcialmente
autobiográfica) del exilio de Boabdil en una tierra que le resulta desconocida y áspera.
A partir de ahí, el libro se estructura en capítulos que abordan diferentes aspectos
de su denuncia antirracista. Los títulos de esos capítulos también nos dan una idea de los
frentes que Zamora abre en esta campaña, así como la mordacidad con la que se enfrenta
a ellos. Algunos ejemplos de esos títulos son “Por qué el blanco es tan listo y el negro es
tan lerdo”, “Pene blanco-pene negro” o el particular “Diccionario racista” con el que
cierra la obra. Cada capítulo termina con una conclusión que pretende ser práctica.
Práctica, claro está, dentro del juego del ensayo-que-no-es-un-ensayo. Podemos citar
“Fórmulas para trabajar como blanco siendo negro” (36), “¿Cómo acceder al poder con el
apoyo y regocijo del hombre blanco?” (74), “¿Qué hacer para salvar al hombre blanco?”
(91), “¿Cómo librarse de los escritores racistas españoles?” (111) o “Cómo pasar del
hombre blanco y enamorar a las blancas” (128).
Pero en algunos pasajes no puede evitar ponerse serio, al menos por unas líneas.
El tema es demasiado doloroso, demasiado intenso como para mantener su propósito de
ironizar continuamente. Por ejemplo, cuando habla del asesinato de Amílcar Cabral,
comienza diciendo que “el 20 de enero de 1973 es una fecha difícil de olvidar para
cualquier individuo sensibilizado con los problemas africanos. Aquel sábado, de noche,
agentes bien pagados por los servicios secretos portugueses (PIDE) asesinaban...” (55). O
cuando cita a Desmond Tutu y su expresiva fábula sobre cómo los blancos le arrebataron
las tierras a los negros (133). El juego no puede prolongarse indefinidamente, y alguna
vez tenía que caer en las reglas del género ensayístico. Pero sólo brevemente, porque su
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voz es otra y su propósito distinto. Desde el español, desde España e inmerso en esa
sociedad blanca, su denuncia no puede tener otra forma que la sátira y el sarcasmo.
Porque no puede distanciarse tanto del medio ni dejar de ser el producto humano que la
colonización y el exilio han hecho de él.
Su mismo nombre en español, el lenguaje de la metrópoli, del país que explotó
colonialmente el suyo, el de la comunidad que ha sido su hogar pero también lo ha
tratado como el “diferente”, como el “otro”, así lo revela. Él es africano, su voz es negra
y guineana, pero no puede evitar la influencia española. Al analizar sus dos obras, hemos
visto las diferencias de perspectiva y forma con las que él aborda ambos géneros. En
efecto, Zamora presenta dos voces aparentes: la del poeta es la voz del exiliado, de la
nostalgia. En el ensayo, es la voz híbrida, aculturada, del que se siente minoría y quiere
denunciar la discriminación.
Pero no podemos perder de vista que estamos hablando del mismo autor y que sus
circunstancias personales no se han visto sustancialmente alteradas. Hemos mantenido
una diferencia entre su poesía y su prosa, pero esta se diluye al poner la obra en su
conjunto. Zamora pertenece a dos mundos, incluso más de dos, porque la influencia
anglosajona se filtra también en sus poemas, producto de la globalización cultural. Su voz
es híbrida, imbuida por todos esos mundos. Esto se manifiesta más claramente en Cómo
ser negro y no morir en Aravaca, donde sirve a su propósito de sacudir las conciencias
españolas, no a través de un discurso exclusivamente guineano, sino mediante una voz
pan-nacional que sólo marca el hecho de ser negro. Pero también en su poesía, porque, a
pesar de que lo parece en una primera lectura, no es una reconstrucción de Guinea, sino la
recreación de unos recuerdos en los que se mezclan lo guineano y lo colonial español
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junto a un número de influencias anglosajonas. Son recuerdos, sí, pero los recuerdos
híbridos de un ser humano complejo, fruto del cruce y el choque de las diferentes culturas
entre las que ha trascurrido su existencia.
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Obras citadas
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Culture and Identity in Africa. Pal Ahluwali and Paul Nursery-Bray, ed.
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Tucker, Martin (Ed.). Literary Exile in the Twentieth Century. New York: Greenwood,
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De Urda 13
Zamora, Francisco. Cómo ser negro y no morir en Aravaca. Barcelona: Ediciones B,
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Zamora, Francisco. Memoria de laberintos. Madrid: Sial, 1999.
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