Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales

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íNDEX
PRESENTAClÓ
Eduard Carbonell i Marta Campo
____________________ 7
SOLDADA, MONEDA, TROPAS CIUDADANAS Y MERCENARIOS PROFESIONALES
EN EL ANTIGUO MEDITERRÁNEO: EL CASO DE GRECIA
Fernando Quesada Sanz
LA
9
FINANCIACiÓN DE LOS EJÉRCITOS EN ÉPOCA
ROMANO-REPUBLICANA
Enrique Carcía Riaza _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 39
ELS EXERClTS J LA MONETlTZACIÓ
D'HISpANIA
(218-45 aC)
Marta Campo
LA
59
MONEDA EN TIEMPOS DE GUERRA:
EL CONFLICTO DE SERTORIO
Cannen Marcos
83
EXERCITS I FINANCES MILlTARS EN
LA HISpANIA ROMANA (SEGLES 1-11
dC)
M. del Mar Llorens Forcada _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 107
EL EIÉRCITO EN LAS ICONOGRAFíAS MONETALES
ROMANO-IMPERIALES (SIGLOS 1I1-IV)
Fernando López Sánchez
123
INVASIONS I ACClONS MILlTARS A LA PENíNSULA IBERJCA
DURANT LANTIGUITAT TARDANA (SEGLES V-VII):
EL TESTIMONI DE LA MONEDA
Teresa Marot
_
_ _ _ _ _ _ _ _ 145
•
SOLDADA, MONEDA, TROPAS CIUDADANAS
Y M ERCENARIOS PROFESIONALES EN EL ANTIGUO
MEDITERRÁNEO: EL CASO DE GRECIA
Fernando Quesada Sanz
Universidad Autónoma de Madrid
Nervi belli, pecunia.
Cicerón, Orationes Philippicae, 5, 5.
INTRODUCCiÓN
A
10
largo de un periodo que, a grandes rasgos, abarca desde mediados del siglo
mediados del siglo
N
V
y hasta
aC se produjeron en la organización militar de las diferentes formas de
ciudad-estado que dominaban el Mediterráneo oriental y central una serie de cambios, sutiles al
principio, pero que se revelarían como del mayor alcance. El cambio había comenzado en algtmas
regiones algo antes, incluso en el siglo
VII
aC, y alcanzaría su máximo desarrollo en época
helenística, hasta mediados del siglo I aC, pero lo sustancial tuvo lugar en ese periodo de más o
menos un siglo que va desde el 450 y hasta el 350 aG Mectó, ciertamente, de modo distinto a
diferentes estados, como las ciudades griegas y luego los reinos heleIÚsticos, Cartago y la
República romana. Las diferencias en la composición del ejército, empleo y tipo de tropas
auxiliares y mercenarias, etc. son evidentes en cada uno de los casos citados, YsÍn embargo, todas
las evoluciones de los ejércitos presentan en lo esencial rasgos comunes. Nos referimos al proceso
por el que los guerreros se convirtieron en soldados; al cambio por el que las antiguas campañas
estacionales de primavera-verano se transformaron en largas guerras prolongadas incluso en lo
crudo del invierno; al proceso por el que los conflictos resueltos en una sola y decisiva batalla se
transformaron en largas campañas con estrategias dilatadas en el tiempo y extendidas en el
espacio; a un proceso, en fin, durante el que se desarrollaron las tropas profesionales a tiempo
completo, tropas a veces ciudadanas que debían recibir una compensación económica por su
prolongado tiempo de servicio, y alTas mercenarias que requerían una soldada, una compensación
económica reglada por contrato, que a menudo se concretó en la cesión de tierras al final del
servicio, pero otras veces en la entrega de piezas de metal precioso marcadas con símbolos que
garantizaban, con el prestigio del gobernante o la ciudad que las acuñaba, su peso y su ley.
En las páginas que siguen trataremos de sintetizar lo esencial de esta transformación utilizando
como paradigma el caso de Grecia, por razones sobre todo de espacio, pero también porque
es un proceso mucho menos estudiado en la bibliografia española que el de Roma o Cartago.
Haremos énfasis especial en la relación entre los tipos y origen social de las tropas y tos
aspectos económicos y monetarios de la guena, pero sin entrar en consideraciones sobre la
economía de la guelTa en generaL que es tema aún más amplio.
el)
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterrdneo: el caso de Grecia
G RECIA; DE LA M!L1CIA HOPLITA A LOS PElTASTAS DE
-----
LA
IFíCRATES
EDAD OSCURA
Parece hoy ya generalmente aceptado que durante la "Edad Oscura) y el "Renacimiento»
del siglo
VIII
aC (Coldstream, 1977; 295 ss.), antes de la aparición del sistema de combate
en falange hoplita, existía ya un tipo de combate en masa, una lucha compacta en
formación que aparece reflejada en la ruada (e.g. 11 4, 446 ss.; 16, 210-220), Y que es
aceptada con mayor o menor énfasis en su carácter de "falange» (Pritchett, 1985: 7 ss.,
espec. p. 33; Morris, 1987; 198 o Raaflaub, 1997; 50-51 para lo primero; Snodgrass, 1993;
van Wees, 1996; 2-3 para lo segundo; y todavía en contra de la idea, Santosuosso, 1997;
11). Sin embargo, también parece bien establecido que el principal papel en el combate
lo tenían algunos jefes y sus séquitos de hetai7'o~ de «compañeros», ligados a aquéllos por
lazos de dependencia y de cooperación militar (enfatizando la dependencia, Murray, 1983
passim; enfatizando la igualdad, van Wees, 1992; 44 ss.). Estos guerreros son «status
wanio7'J», en afortunada expresión de van Wees (1992), combatientes en busca de gloria
(!deos) y reputación pública (áme) en una exhibición de excelencia marcial (arete) que
demostrara su primacía corno los mejores (arirtoz); guerreros que temían sobre todo la
vergüenza y el descrédito (atimie) entre sus pares (Homero, -1Z -.6,206-210; 11,401-410;
12, 310-328, etc.), que implicaba la pérdida de sus privilegios (gera). Su esperanza de
enriquecimiento estaba en el botín, tema recurrente en los textos (e.g 11 1,148-170).
LA
APARICiÓN DE LA FALANGE HOPLITA
En algún momento entre fmes del siglo
VIII
aC y mediados del siglo
VII
aC (Salman, 1977),
la necesidad de contar cada vez con más combatientes en las poleis que nacían forzó a que
la formación anónima que antes apoyaba a los campeones cobrara una importancia
creciente, y que además incluyera ya no sólo a aristócratas, sino tambien a propietarios
agrícolas, quizá no pertenecientes a la cúspide de la pirámide social (Aristóteles, Politica 4,
1297b), pero económicamente capaces de costearse el pesado armamento necesario para
combatir en la falange con garantías de supervivencia (Vid al- Naquet, 1968; Mitchell,
1996). La falange, desde luego, no agrupaba a todos los ciudadanos, sino a los grupos
pudientes, pero lo cierto es también que amplió considerablemente los ejércitos, incluso si
éstos en el siglo
VII
aC en muchos casos apenas sumaban unos centenares de hombres. El
debate -todavía abierto- radica en hasta qué punto de la descendente escala de riqueza
llegaban los hoplitas; para algunos, como Morris (1987; 197), sólo a los más ricos, los
agathoi; para otros, bastante más abajo en la pirámide social, llegando a los pequeños
propietarios (Detienne, 1968; 120; Bowden) 1993; 48; Raaflaub, 1997; 54; larva, 1995;
155); no podemos entretenernos aquí en ello, pero creernos que la .:uestión es diacrónica:
hubo más «hoplitas pobres» a medida que pasó el tiempo (convenimos en ello con larva,
1995; 156-157).
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterróneo: el caso de Grecia
Desde ese momento comenzó un proceso imparable de desarrollo de la falange, formada
por combatientes iguales entre
s~
y con los mismos derechos ciudadanos (homoioi, "los
pares", se llamaban a sí mismos los espartiatas). De todos modos, el viejo concepto de
«revolución}) hoplita hoy prácticamente está abandonado, sobre todo en lo estrictamente
militar, táctico (Morris, 1987; 186 ss., espec. 200-201, pero exagerando la continuidad con
la batalla homérica; manteniendo el término obsoleto, Chueca, 1994; 155), como también
en la vieja idea de una asociación directa de la aparición de la falange con la de las tiranías
(e.g, Raaflaub, 1997; 53, contra Andrewes, 1963; 36-38, hoy superado). Pero 10 cierto es
que la aparición defmitiva de la falange hoplita, con sus connotaciones sociales tanto como
tácticas, sí que supuso una importante novedad, aunque no queramos hablar de
«revolución" (coincidimos en ello con DomÍnguez Monedero, 1991; 146; ver también al
respecto de este problema, crucial en el concepto de polis, Raaflaub, 1997 passim; Baurain,
1997; 395 ss.; Snodgrass, 1965 passim; y 1993; Salmon, 1977; 93 ss.; Lonis, 1985; 328 ss.).
y fue una novedad importante porque, desde el punto de vista militar, hay notables
diferencias entre los combates de formación descritos en la Ilíada y los de la falange
arcaica y clásica (Snodgrass, 1993); y desde el sociopolítico, aún más importante, porque
no podemos rechazar de plano textos tan explícitos como los de Aristóteles, y el hecho
evidente de que lafalange de la polis, acogiera al grupo social que acogiera -más amplio o
más restringido- era la ciudad en armas, la parte que realmente contaba del cuerpo cívico;
y a la inversa, porque la propia organización política tenía- una··causa fundamentalmente
militar (sobre este aspecto como una de las claves de la reforma de Clístenes,
if Frost,
1984; 294, Connor, 1988; 7-8), aspecto reflejado también en el juramento de ciudadanía
de los efebos (Ridley, 1979; 510 Y 532).
Puesto que la falange, con su organización, cohesión y número crecido de combatientes,
se mostraba muy superior al viejo sistema, todas las grandes poleis griegas la adoptaron
como base de la forma de combatir a lo largo de la segunda mitad del siglo VII aC.
Durante este periodo no parece haber existido una verdadera caballería, la infantería ligera
tuvo un papel totalmente secundario y en apariencia irrelevante, y los helenos confiaban
resolver la guerra en una sola y brutal, pero breve, batalla en campo abierto (Ranson,
1989; Krentz, 1985).
El hoplita, que toma su nombre de su pesada y costosa panoplia (hopla) diseñada
exclusivamente para el combate en formación cuerpo a cuerpo (sobre el equipo, Anderson,
1970; 13 ss.; 1991 passim:, Hanson, 1991 entre una bibliografia ingente; Lazenby/
Whitehead, 1996, para el término hopla), era un guerrero a tiempo parcial, que no
entrenaba en común (matices y excepciones en Pritchett, 1974; 208 ss.) y cuyo
entrenamiento individual, realizado sobre todo en el gimnasio, era rudimentario (e.g Sage,
1996; 35-36; Pritchett, 1974; 213 ss.). Lo que se esperaba de él, como cantaba el poeta
lírico espartano Tirteo (Frankel, 1993; 154 ss.), era que fuera capaz de manteuer su puesto
en la formación con sus compañeros, sin retroceder ni huir nunca, y que colaborara en la
creación de un muro continuo de puntas de lanza y escudos que avanzaba lento e
•
•
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
inexorable. La maniobra táctica era casi inexistente y los generales y oficiales (que
formaban una estructura muy rudimentaria salvo en Esparta, Anderson 1970; 67 ss.),
combatían en la misma formación, nonnalmente en primera fila como promaehoi
-perdiendo todo control una vez iniciado el combate-, y que en la derrota a menudo
morían (Wheeler, 1991; Ranson, 1989; 107 ss.; Ridley, 1979; S14 y S17ss.). Como
combatiente, el hoplita era un guerrero de la ciudad, y la gloria obtenida en la batalla era
colectiva tanto como personal: el trofeo era erigido por la polis, no por el general
(Theídides 1, 132, 2-3;
cf J ackson,
1991; García Iglesias, 1986). Puesto que las campañas,
estacionales y normalmente desarrolladas en primavera-comienzos del verano, eran muy
breves y se centraban en la batalla y destrucción de las cosechas del enemigo (Ranson,
1998; Foxhall, 1993; Dawson, 1996; SO-51), sin tiempo para prolongados asedios (Ridley,
1979; 516), no existió una paga a los ciudadanos hasta mediados del siglo VaC (vid ínfra),
aunque los guerreros esperaban beneficiarse del botín capturado a los enemigos
derrotados, despojos de armas y también impedimenta abandonada por guerreros que, no
olvidemos, eran miembros relativamente pudientes de la sociedad (ejemplos en Sage,
1996; 121-127; también Vickers/Gill, 1994; 6S-69 y para un estudio extenso, Pritchett,
1971; S3 ss.).
Los PRIMEROS MERCENARIOS
Durante este periodo «de milicias» ciudadanas relativamente remoto sabemos, sin
embargo, que ya existían mercenarios que, aunque ni mucho menos jugaban un papel
decisivo en las guerras, sí que ejercían un papel significativo como guardias de eorps de los
tiranos (e.g. Herodoto, 1, 61 ss.; Polibio, 11,13,7;
cf
Parke, 1933; 7-10), papel que
aumentaron en aquellos lugares donde perduraron -o surgieron- regímenes de tipo
tiránico, como en Sicilia (cf Jenofonte, Hieron, 10; Polibio, 11, 13, S-8; Diodoro Síeulo, 11,
72, 3; Parke, 1933; 7 para una clara distinción entre ambos casos); a veces procedían de
regiones periféricas como Tesalia o Creta (e.g. Rerodoto, S, 63-76), Y en Sicilia eran muy
a menudo bárbaros de Occidente (infta, también Quesada, 1994a). Un análisis detallado
y reciente de los datos sobre mercenarios -helenos o bárbaros- en Grecia durante la época
arcaica es el efectuado por Bettalli (1995; 8 ss.), aunque sigue siendo interesante Parke
(1933; 7-19).
Conocemos así personajes curiosísimos como Arquíloco de Paros, mercenario jonio y uno
de los primeros poetas líricos del siglo VII, quien adopta una actitud cínica muy distinta a
la ética de un Tirteo: no le importa abandonar su escudo para poder huir y salvar la vida
(fr. 6D); se ríe de las «hazañas bélicas»: "Siete muertos han caído, que habíamos alcanzado
a la carrera, iy somos mil sus matadores!» (fr.61D); prefiere un general "pequeño y
patizambo pero firme» que uno «orgulloso de sus rizos» y de «elevada estatura» (fr. 60D);
no cree en la gloria póstuma ni en la bella muerte (fr. 64D), y considera su lanza como su
medio de vida, que le da de comer y sobre todo de beber... vino de Ismaro (fr.2D)
(Franke1, 1993; 137 ss.; Betealli, 1995; 105 ss.). En las expresiones de este «antihéroe» late
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterróneo: el caso de Grecia
una autenticidad que recuerda a las «memonas» de muchos soldados profesionales,
curtidos veteranos de vuelta de todo, cínicos y prácticos, perdidos los ideales.
Ya en este periodo, hacia el 660 aC, los «hombres de bronce» helenos, que habían adoptado
una panoplia pesada que incluía casco, coraza y grebas de lámina de bronce, ademas del gran
escudo circular revestido con una lámina decorativa del mismo metal (aspiJ), ganaron tanto
prestigio en el Mediterráneo que Psamético I. quien se había servido de mercenarios carias y
jonios para reunificar el país (en último lugar, Bettalli, 1995; 54 ss.), les asentó
permanentemente en el Delta, concediéndoles tierras a cambio de su disposición a servirle con
las armas si de nuevo era necesario (HerodotO II. 150-154; Diodoro, 1,66-76; ifKuhrt, 1995;
636 ss. y Bettalli op. cit.). Entre estos mercenarios estaban los que grabaron en los colosos de
Abu Simbel los grafitos que, gamberradas en su época, son hoy preciosos documentos
históricos que nombran a Psamético, hijo de Teocles, y a Pabis de Colofón, Elesibio de Teas
y otros en época de Psamético 11 (c. 593 aC) (Bettalli, 1995; 66-69). El prestigio de los
mercenarios griegos les llevó a servir en Babilonia a fines del siglo VII o principios del siglo
VI
aC (eg. Antimenidas de Lesbos, ifBettalli, 1995; 49-50; Snodgrass, 1980; 110). No menos
interesante es la pequeña estatua egipcia de basalto que hacia fmes del siglo
VI
VII
o inicios del
dedicó Pedon, hijo de Amfineo, en el santuario de Priene, y en la que este mercenario
asegura haber recibido de Psamético el «oro del valor» (Bettalli, 1995; 69).
Los carias parecen haber sido, junto con jonios, el primer pueblo en proporcionar
importantes contingentes mercenarios (Herodoto,
IL 150 ss.; if Griffitb. 1935; 236-237),
o al menos así lo creían los griegos posteriores (escolio a Platón, Laches 187b).
No sabemos corno obtenían su paga los mercenarios, puesto que la moneda como tal todavía
tardaría varias décadas en aparecer, hacia el 600 aG, en Lidia (Krray, 1976; 20 ss.), y unas
décadas más aún en Grecia. No sabemos con certeza cual fue el propósito inicial de las
acuñaciones de electrum de Lidia, pero el pago a mercenarios parece una de las mejores
opciones (Cook, 1958). K. Rutter ha podido escribir qne "dada la naturaleza de las monedas
más antiguas -en particular su peso estandarizado y la cabeza de león que aparece en
muchas de ellas- es una hipótesis plausible que fueran emitidas para poder realizar un gran
número de pagos iguales y ~levados en forma fácilmente transportable y duradera, y que la
autoridad o persona que realizaría los pagos quizá a mercenarios, sería el rey de Lidia»
(Rutter, 1996; 356-357; en la misma línea, aceptando el origen como pago a mercenarios,
historiadores como Osborne, 1998; 302 o Bettalli, 1995; 78-79 -matizando-, o numÍsmatas
como Jenk.ins, 1990; 14; más agnóstico, Howgego, 1990; 3). Sea como fuere, es posible que
en el ejército lidio hubiera mercenarios de origen griego a los que se pagara en monedas de
electrón, aunque los datos son muy escasos (Bettalli, 1995; 75-78), pero desde luego sí los
había en el persa desde la segunda mitad del siglo
VI
aC (Bettalli, 1995; 82 ss.).
Sea como fuere, conviene quizá recordar aquí la conocida tumba de Argos de fines del
siglo
VIII
que, aún parcialmente saqueada, contenía un magnífico ajuar de guerrero.
•
•
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
Además de una panoplia de bronce con coraza de campana y casco de tipo oriental, y de
otra serie de objetos. el ajuar contenía dos dracmas (manojos) de obeloi (asadores), además
de dos morillos, todo en hierro. Estos asadores son muy poco frecuentes en tumbas
helenas, pero aparecen siempre en múltiplos de seis (recordemos que, cuando aparezca la
moneda., un dracma tendrá siempre seis óbolos, el máximo de asadores que una mano
podía empuñar). Corno indica Coldstream (1977; 146 ss.), nos transportan al mundo del
banquete que el aristócrata podía ofrecer a sus hetairoi y huéspedes, pero son al mismo
tiempo, claramente, un tipo de unidad de cuenta premonetal basada en el peso de metaL,
y en este caso, también en su calidad, pues el hierro era todavía relativamente raro en
Grecia (Domínguez Monedero, 1991; 158-159; resumen del tema desde un punto de vista
numismático en Kraay, 1976; 314-317; Herrero, 1994; 29 ss.). No debemos tampoco
olvidar que, según se verá más abajo, en época arcaica la única moneda permitida en
Esparta era de hierro (Jenofonte, Rep. Lac 7; Plutarco, Lisis. 17, 2-5; ver Picard, 1997; 214218). Tampoco, por fin, que Herodoto (6, 127) atribuía a Fidón de Argos una regulación
métrica que para Coldstream podría haber consistido no en el sistema eginético (que seria
muy posterior). sino en una regulación de pesos de asadores de hierro y su agrupación en
series de seis (Coldstream, 1977; 154), aunque otras fuentes de menor fiabilidad (como el
Etymolog1.cum Magnum) parecen indicar justo lo contrario, que retiró los espetones e
introdujo la plata (Domínguez Monedero, 1991; 58); en el fondo, bastante depende de si
Fidón gobernó en la primera o en la segunda mitad del siglo
VlI;
en el último caso, su
reforma métrica bien pudo tener que ver con la introducción de la plata (Domínguez
Monedero como pers.). En todo caso, no cabe pensar que un mercenario corno Arquíloco
cobrará en espetones de hierro: el metal precioso, aún sin acuñar en el siglo
VII,
parece
una opción mucho más sensata (convenirnos en ello con DOIIÚnguez Monedero, como
pers.).
EL CASO DE ESPARTA
Volviendo a la milicia ciudadana que formaba la falange, Esparta preseuta particularidades
notables (Fiuley, 1968; Lazenby, 1985). Allí los espartiatas, ciudadanos de pleno derecho,
estaban liberados de actividades productivas, pues sus parcelas de tierra (kleroz) eran
cultivadas por esclavos (ilotas) (Plutarco, Licurgo 8). Desde los siete años el estado tomaba
a su cargo a los niños para atender su educación, básicamente militar. Incluso una vez
casados, hacia los 20 años, habían de vivir en barracones con sus compañeros hasta los 30,
cuando se les permitía vivir en casa, pero aún así, comiendo en común con sus camaradas
(resumen en Santosuosso, 1997; 85 ss., tomado básicamente de Jenofonte, República de los
Lacedemonios y Plutarco, Licurgo). En estas condiciones, la falange espartana tenía un
cuerpo de oficiales y suboficiales, con sus correspondientes sub unidades, mucho más
desarrollado que el de cualquier otro estado heleno, lo que permitía a la falange de Esparta
maniobras tácticas impensables en otras falanges griegas. Este entrenamieuto en común
propio de soldados, junto con una ética guerrera que condenaba a una muerte en vida por
ostracismo social a cualquier espartano que flaqueara en la batalla, hizo que el ejército
Soldada, moneda, tropas ciudadanas ~ mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
espartano fuera percibido por el resto de los griegos como una máquina invencible
(Tucídides, 4, 34, 1), de ahí que sus -escasas- derrotas suscitaran enorme commoción (e.g
Tucídides, 4, 40).
A estos hombres, que vivían una vida de soldados, sin embargo no se les pagaba, al
contrario, debían contribuir a la mesa común, ya que el estado no acuñaba plata, sino sólo
moneda de hierro de escaso valor (Jenofonte, Rep. Lac. 7, 5-6; Plutarco, Lisir. 17, 2-5;
Licurgo, 9; Picard, 1997; 214-218); más aún, les estaba prohibido acumular riqueza en
metal precioso. Prueba de que en buena medida esto era ir contra la naturaleza humana
es que, fuera de su patria, los espartanos adquirieron en toda Grecia fama de avaros y
codiciosos, como ejemplifica el caso de Pausanias, el vencedor de Platea (Herodoto, 9,
81.2; Thcídides, 1, 130 ss.).
Los
CAMBIOS DESDE LA GUERRA DEL PElOPONESO
Tras más de dos siglos de existencia, durante el siglo
V
aC la falange hoplita basada en la
milicia ciudadana seguía siendo la forma suprema de combate en Grecia, y como tal fue
capaz de vencer al -en teoría- mucho más equilibrado y complejo ejército persa (Head,
1992; Lazenby, 1993; 29 ss.; contra Green, 1996; xxiii-xxiv) durante las Guerras Médicas
(Lazenby, 1993; Green, 1996), Y de mantenerse como la formación básica durante la
terrible Guerra del Peloponeso (431-404 aC). Sin embargo, este último conflicto marcó
una serie de cambios fundamentales que han sido definidos como la aparición de la
"guerra total" frente a la "guerra agonística" anterior (Popowicz, 1995); aunque podríamos
relativizar este concepto, lo cierto es que la terrible narración de Thcídides, con
atrocidades sin cuento, justifica el empleo del término. Esa nueva forma de llevar la guerra
implica cambios psicológicos, estratégicos y tácticos.
Entre los primeros está el desarrollo de un cierto cinismo conceptual.. un reconocimiento
del derecho de la fuerza, ejemplificado quizá mejor que nada por el famoso episodio de
los melios (Tucídides, 5, 84 ss.), pero también en otros muchos que enfatizan el carácter
implacable de las operaciones (Popowicz, 1995; Warry, 1980; 52-53). Por otra parte, la
necesidad de construir flotas, pagar a los ejércitos, etc. rompió cualquier tipo de barrera
mental, y la ayuda del persa, con su riqueza inextinguible, acabó siendo bien recibida. En
todo caso, nos preguntamos si esta «crueldad" y "dureza" de la guerra es realmente nueva,
o si simplemente contamos con datos y detalles que nos faltan para periodos anteriores.
Las modificaciones estratégicas implicaron la extensión del teatro de operaciones a todo el
Mediterráneo Oriental y central, incluyendo el desarrollo de grandes expediciones a muy
larga distancia, como la desastrosa de Siracusa (Thcídides, 6, 8 ss.). Implicaron también el
desarrollo de la guerra de asedio, con episodios prolongados y la aparición de máquinas de
creciente complejidad (e.g Ducrey, 1986; 168; CarIan, 1972; 117 ss.; Warry, 1980; 48-50)
que, sin embargo, son verdaderamente desarrolladas en el siglo rv. Igualmente la
•
•
So/doda, moneda, trapas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antigua mediterrónea: el caso de Grecia
prolongación de las operaciones, incluyendo en ocasiones el invierno (e.g: Tucídides, 4, 102;
6,63 etc.) (sobre todas estas cuestiones, útil sin tesis en Popowicz, 1995).
Desde el punto de vista estratégico, la guerra se extendió mucho más que en cualquier
conflicto previo, desde Sicilia a Jonia; las campaúas se prolongaron incluso en invierno; el
factor naval adquirió un peso decisivo, lo mismo que el económico. Todo ello hizo entrar
la guerra griega en una dimensión nueva, que alteró sus presupuestos básicos, entrañando
incluso el comienzo del lento declive de la falange hoplita como componente exclusiva o
casi exclusiva del ejército (Santosuosso, 1997; 89-90).
Desde el punto de vista táctico, la extensión de la guerra a muchos teatros diferentes hizo
que las tropas ligeras, los peltastas y la caballeria, hasta entonces complementos
despreciados de la infantería hoplita, adquirieran peso e importancia crecientes (Plácido,
1997; 142;Santosuosso, 1997;89 ss.; Holladay, 1982; 97-103;Anderson, 1970; 111 ss.). Tan
depundas llegaron a ser sus tácticas que pudieron causar sonoras derrotas a la orgullosa
falange espartana por ejemplo, en Esfacteria en el 425 aC - Tucídides, 4, 30 ss.; Lazenby,
1985; 113 ss.- o en Corinto en el 390 aC -Jenofonte, Hel4, 5,11-18, Santosuosso, 1997;
100 ss.; Pritchett, 1974; 122 ss.; Anderson, 1970;123 ss.-. Sin embargo, los ciudadanos no se
rebajaban fácilmente a descender en su status rllilitar de siglos (se habla de la «erisis de la
ideología hoplita»,
if en
último lugar Hunt, 1998; 185 ss.) de forma que fueron las tropas
mercenarias profesionales (helenas, y en no pocas ocasiones, bárbaras) las que fueron
cubriendo el hueco. En consecuencia, junto a las milicias ciudadanas se desarrollaron tropas
de soldados mercenarios profesionales, casi siempre mejor entrenadas que aquéllas, o'opas
que fueron adquiriendo un peso creciente en el desarrollo de la guerra; no es cierto, con
todo, que como pretendieran algunos oradores áricos y ha recogido algún investigador
moderno (Chueca, 1994; 165), hacia mediados del siglo
IV
el ejército de Atenas se basara
exclusivamente en tropas mercenarias (al respecto, Bettalli, 1996; 188; Pritchett, 1974; 104-
nO). De hecho, se observa entre las milicias cindadanas una rápida transición hacia el statuJ'
de «soldados», evidente en cuestiones como la aparición de paga regular (o. irifra),
entrenamiento colectivo, aparición de unidades de elite (Pritchett, 1974; 221 ss.), etc.
No acabamos de comprender la tesis de Chueca (1994; resumen) según la cual "frente a la
teoría, comúnmente aceptada, que niega la existencia de soldados mercenarios en el siglo
V"',,,
cuando la existencia de dichos mercenarios está plenamente aceptada desde Parke
(1933), quien les dedicó un capitulo específico, aunque breve, hasta BettaUi (1995; 123-147),
pasando por la bibliografía general (e.g. Adcocl<, 1957; 20; Ducrey, 1986; 119). Es un hecho
objetivo que hay menos fnentes sobre mercenarios eu la primera mitad del siglo v (Betta]ti,
1995; 123-147) cosa que ha de reconocer el propio CllUeca (1994; 157), que parecen
proceder de Arcadia, }' que sirven sobre todo a Persia (Parke, ] 933; 14-20); por tanto no se
lliega en absoluto su existencia, sobre todo cuando se reconoce
qUfo
todo el último [eróo del
siglo está lleno de referencias a mercenarios (lb/deJn; 15); tampoco se asocian ya en la
bibliografía moderna los mercenarios sólo a las ciranias (Chueca, 1994; 156).
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antigua mediterráneo: el caso de GreclO
ENTRENAMIENTO MILITAR
Aristóteles resulta bien explícito al distinguir entre la «profesionalidad» militar espartana
antigua y la práctica de su época, cuando todos los helenos se entrenaban militarmente
de una manera u otra: «los mismos lacedemonios superaron a los demás mientras fueron
los únicos en entregarse a severos ejercicios, pero ahora soo inferiores a otros, tanto en
los certámenes gimnásticos como en la guerra. Pues no se distinguían por ejercitar a los
niños de esa manera, sino únicamente por entrenarlos frente a los que no los
entrenaban» (Política 8, 4, 1338b; comparar con Tucídides 1, 71, 2). De hecho, los
tebanos fueron a lo largo de! siglo IV incrementando su confianza en sus luchas con
Esparta (Pritchett, 1974; 213).
En este contexto debe mencionarse la institución ateniense de la ifebía, una suerte de
«servicio militar» de dos años que los jóvenes atenienses del siglo
IV
aG debían realizar al
cumplir los 18 años. Durante el primer año recibían entrenamiento militar reglado, y
durante el segundo formaban guarniciones en las fortalezas fronterizas del Ática como
peripoloi (Aristóteles, Ath. Po!. 42). El estado pagaba su mantenimiento y -en el siglo IV-
les proporcionaba armas de hoplita, algo impensable en periodos anteriores. Este énfasis
en el entrenamiemo militar (que no profesionalización) resulta hasta oatural en la primera
mitad del siglo IV aG, a la vista de lo dicho en párrafos anteriores; la duda es si existía algo
similar durante el siglo v aG, momento para el que las fuentes son silentes. La tendencia
habitual hoyes que algo simjJar debía existir ya (e.g. Ridley, 1979; 531-535; Vidal-Naquet,
1983; 130 ss.), aunque Jos datos indirectos aducidos parezcan chocar con el amateu.n.smo
del que se envanecían los propios atenienses en el siglo
V
aC (Tucídides 2, 39), Y que nos
recuerdan ocros amores (e.g. Jenofonte, jJ1em. 3, 12,5), lo que lleva a otros autores a ser
más escépticos sobre una efebía en el siglo v (cf Wheeler, 1982; 229-230). Otros datos
i.ndican, además, que al menos durante la Guerra del Pe!oponeso otros estados entrenaban
formalmente al menos a parte de sus hoplitas, al modo espartano: es el caso de los
soldados escogidos de Argos que combatieron en Mantillea en el 418 aG (Tucídides S, 67;
if Pritchett,
1971; 20-21) (otros ejemplos en Pritchett, 1974; 208 ss.).
Finalmente, desde mediados del siglo
IV
aC y hasta el [mal de la época helenística, la
aparición de manuales de orden cerrado y de táctica documeman con claridad la existencia
de un entrenamiemo regular de oficiales y soldados (Eneas el Táctico, Asdepiodoto,
Onasandro, Eliano, Arriano etc.,
cf Battistini.,
1994).
CRECIENTE PAPEL DEL MERCENARIADO DESDE LAS ÚLTiMAS DECADAS DEL SIGLO V
Y DURANTE EL SIGLO IV aC
En [Odo caso, y según hemos anunciado antes, junto a la creciente organización de los
ejércitos ciudadanos, la gran novedad de la Guerra del Peloponeso y del si.glo IV fue el
creciente peso del mercenariado, sobre todo en sus últimos años (sin duda el estudio más
•
el)
Soldada, moneda. tropas ciudadanas y mercenarios profesjonales en el antiguo medjterráneo: el caso de Grecia
completo sobre los mercenarios del siglo
IV
es el de L. Marinovic (1988), que se completa
bien con los capítulos correspondientes de Parke (1933) y Griffith (1935).
Al principio, los mercenarios
(epikuro~ misthophoro~
a veces
doriphoro~
o incluso xenoi,
barbaroi y otros términos alusivos a la alteridad) habían sido fundamentalmente tropas de
guerrilla (psi/m), especialistas (arqueros, honderos) o tropas de uso dual (peltastas), a
menudo bárbaros o semibárbaros (escitas, tracias, itálicos) (Plácido, 1997; 138; Best,
1969; Vos, 1963; Tagliamonte, 1994; 124 ss.), importados a veces de sitios tan lejanos
como Sicilia, como los jinetes «celtas» aliados de Esparta que asombraron por su eficacia
cuando llegaron a Grecia (Jenofonte, He! 7, 1, 21).
Junto a los mercenarios bárbaros, el curso de la guerra hizo que crecieran los contingentes
de mercenarios griegos (quizá por primera vez en la expedición a Sicilia, Tucídides, 6,
43, 1;
if Plácido,
1997; 137; Bettalli, 1995; 136). Ciudadanos desarraigados a menudo,
algunos combatían como hoplitas, pero otros muchos fueron también ocupando el lugar
de una infantería «media» multiuso, dotada de armamento más ligero, capaz de combatir
tanto en formación como en guerrilla, armada con escudos redondos y lanza larga. Estos
peltastas, a menudo mal identificados como infantes ligeros (o psi/oz) llegaron a su mayoría
de edad con las reformas del general Ificrates (resumen en Popowicz, 1995; 240;
Marinovic, 1988; 48-77; AndersoIL, 1970; 128 ss.; Parke, 1933; 51 ss.; ilustración muy
significativa en Warry, 1980; 67; en cambio Best, 1969; 85 ss. y especialmente 102 ss. niega
la propia existencia de tal reforma); no es de extrañar que Diodoro Sículo cometiera el
error de decir tras la reforma de lfícrates <dos hoplitas fueron llamados peltastas»
(Diodoro, 15, 44). No es cierto, los hoplitas mercenarios continuaron existiendo, con
capacidad únicamente como infantería pesada, tropas que complementaban los
contingentes ciudadanos de hoplitas, pero que también podían entrar al servicio de
potencias extranjeras, como por ejemplo Persia, aportando todo el añejo prestigio de la
infantería pesada griega.
No es fácil estimar el número de mercenarios existentes en un año dado desde el siglo
V
al III aG, pero si al principio de la Guerra del Peloponeso encontramos referencias a cientos
(e.g. Tucídides, 6, 43), a mediados del siglo
1935; 7). Así, a mediados del siglo
IV
IV
los tenemos por decenas de miles (Griffith,
podía haber al menos 20.000 mercenarios en el
1Vlediterraneo Oriental (sin contar los de Sicilia), yen el 329 aG sumaban hasta 50.000 en
el ejército de Alejandro Magno, aunque su suma total podía rondar los 100.000 (Griffith,
1935; 39). Por fin, llegarían a convertirse en buena parte del núcleo de los ejércitos
helenísticos (Carlan, 1972; 68). Un buen resumen del número de tropas mercenarias
conocidas entre los años 399 y 329 aG puede hallarse en Parke (1933; Table II).
No entraremos aquí en las causas -complejas- del fenómeno del mercenariado, que exigía
para su desanollo tres condiciones: guerra o perspectivas de guena, comunidades capaces
de pagar a otros para que combatieran en su bando, y individuales capaces de prestarse a
Soldada, moneda, tropas cIudadanas y mercenanos profesionales en el antiguo mediterrdneo: el coso de Grecia
ello (Griffith, 1935; 1). El factor clave a explicar es, quizá, el último: qué podía impeler a
miles de individuos a dedicarse a una vida desarraigada y llena de riesgos, mientras que
los beneficios eran a menudo inciertos. Desde el deseo de aventura del ocasional
miembro de las clases altas, al hambre o la uecesidad de proveer de dote a una hermana
(Iseo, 11, 40), pasando por el exilio politic.o, hay toda una gama de motivos: no
entraremos en ello (Marinovic, 1988; 237 ss.; Garlan, 1972; 73-74; Parke, 1933; 226 ss.;
etc.). Como indica Miller (1984; 152) "hay relativamente pocos hombres cuyos talentos
y temperamentos les hagan "soldados naturales': infelices en cualquier otra vocación». Lo
eterto es que la base de las razones es económica; y si en el siglo v aC la mayor parte de
los mercenarios de origen griego procedía de las zonas atrasadas como Arcadia (e.g
BettaJli, 1995; 11 5-117; Parke, 1933; 14; Griffith 1935; 237-238), desde el siglo IV
procedían de toda Grecia (Griffith, 1935; 238 ss.) y Jos textos son explícitos sobre la
causa principal: el hambre (Isocrates, 4, 167 ss.). No cabe duda de que no sólo su
supuesto «carácter guerrero» era también la causa del mercenaria do bárbaro, y que las
razones económicas jugaron un papel decisivo. Con todo, hay autores modernos que, en
casos concretos, sobre todo en los siglos vn-VI, insisten en el peso del deseo de aventura
y de gloria individuales y llegan a hablar de "mercenariado aristocrático», frente al de
"masas)) posterior (Bettalli, 1995; 52 y 71). Esto no acaba de convencer a todos los
críticos (Souza, 1999; 281).
«CONDOTTIERI» Y HOPLOMACHOI
El largo periodo de guerras que comienza hacia el 431 con la del Peloponeso, y continúa
a lo largo de todo el siglo rv aC, con las disputas hegemónicas entre Atenas, Esparta y
Tebas dio origen a la aparición de generales-ciudadanos cada vez menos amatezm; capaces
de extraer cierta finesse táctica del avance de la falange: Epaminondas es quizá el mejor
ejemplo de ello (breve resumen en Santosuosso, 1997; 102-109; Anderson, 1970, para
Leuctra y Mantinea; Devine, 1983 para tácticas; también Ferrill, 1985; 166 ss.), pero hay
muchos otros como el espartiata Brásidas, bas[anre anterior (Boeldieu-Trevet, 1997).
No es de extrañar, en este contexto, que surgieran también generales profesionales
(condottie-ri los llama Pritche[t, 1974; 59-116; ver también Parke, 1933; 73-75; también
Lengaauer 1979, no consultado para este trabajo), que se podían alquilar por un precio,
incluso para dirigir lejanas guerras; estas actividades eran a veces en beneficio propio,
otras para conseguir dinero para sus propias pofeiJ~ como en el caso del espanano Agesilao
(Pritchett, 1974; 97). Apane de ejemplos tan conocidos como los de Jenofonte, Cabrias o
lficrates (Pritchett, 1974; 62 ss.; Parke, 1933; 77 ss.), uno de los casos más espectaculares
es el de Jantipo, un espartano (quizá espantata -Diodoro, 23, 14, 1- pero más
probablemente no), que según nos cuentan Polibio (1,32) Y Diodoro (23, 15, 7), además
de otras fuentes peores (ver Lazeuby, 1996; 103) tomó en el 255 aC el mando de las
fuerzas canaginesas contra Roma, aplastando al general romano AtiJio Regulo. No sabemos
qué paga llevó con él cuando panió (Polibio 1,36), quizá a Egipto (Lazenby, 1996; 106),
•
•
Soldada, moneda, lropas ciudadanas y mercenarias profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
pero lo cierto es que no vio el final desastroso de la guerra. Hay quien ve en este desarrollo
de "espadones» el origen de los sistemas de gobierno unipersonales del Helenismo
(Santosuosso, 1997; 92), pero esto es simplificar en exceso. Lo esencial, desde el punto de
vista militar, es que estos generales expertos eran capaces de coordinar el uso de diversos
tipos de tropas con el máximo efecto, y esto a su vez supuso un avance que prefigura los
del helenismo. Por otro lado, el carisma de estos generales prefigura también el «culto a la
personalidad» del militar que se daría desde fines del siglo
IV
en adelante.
Al tiempo que surglan estos generales profesionales, se desarrollaron también mucho en
Grecia los hoplomachoi, maestros de armas que enseñaban el manejo del armamento
hoplita, fundamentalmente desde un punto de vista individual, aunque también enseñaban
táctica (Wheeler, 1982 y 1983; Anderson, 1970; 86 Y94-96; más general, FerrilL 1985; 162
ss.). Sin embargo, estos maestros de armas al principio habían sido mirados con cierto
desprecio, como charlatanes, no sólo por Platón (Laches) sino también por Jcnofonte
UV.fem. 3, 1) (Wheeler, 1983; 3-4; Anderson, 1970; 86), pero la instrucción en orden
cerrado acabó siendo común., al menos entre los mercenarios profesionales, a un nivel que
sólo Esparta podía igualar (Pritchett, 1974; 228). Estas fuerzas eran capaces de realizar
movimientos de armas al unísono al sonido de trompetas Ocnofonte, Anabasis 1, 2, 17; 6,
5,25), con una eficacia que podía asombrar nada menos que a un rey espartano (Agesilao,
contra los mercenarios de Cabrias en el 378 aC, Diodoro Siculo, 1S, 32-33). Un general al
mando de mercenarios, como Brásidas, podía observar por el irregular movimiento de las
lanzas de sus enemigos atenienses que estaban vencidos de antemano (Anfipolis en el 422
aC, Tucídides 5, 10, 5). Uno de los generales profesionales que hemos citado, Iñcrates,
podía observar, por sus deficiencias en la insu'ucción "de orden cenado», que su ejército
no estaba todavía preparado (polieno, 3, 9, 8). Pero el texto más explícito, en tanto que
compara las habilidades del ejército profesional con el ciudadano, lo proporciona el
discurso de Polidamante en Espana en el año 374 aC, en el que alude a una opinión de
Jasón de Feras (Jenofome, Hel 6, 1, 5): "Sé bien que tengo unos seis mil mercenarios
extranjeros contra los que no podría fácilmentel:ombatir ninguna ciudad, según yo pienso.
Por supuesto, puede salir de otras partes un número no inferior, mas los ejércitos de las
ciudades unos tienen hombres de edad ya avanzada., otros aún no en pleno vigor.
Evidentemente, muy pocos ejercitan su cuerpo en cada ciudad, pero conmigo no hay
mercenario que no sea capaz de realizar los mismos esfuerzos que yo.»
En general los mercenarios fueron fieles a sus empleadores, a veces incluso en circunstancias
difíciles; pero existÍa L1na cierta «mala conciencia" intelectual respecto a ellos, a su utilidad
y sus peligros para la polis, que es visible en las fuentes. Es el caso del Hieran de Jenofonte,
quien aprovecha un supuesto diálogo entre el tirano y el poeta Simónides para discutir el
mejor empleo de los mercenarios, sus peligros y su potencialidad (Jenofonte, Hieron 10).
Desde luego, un leít motif común en las fuentes es que -lamentablemente- los mercenarios
se muestran superiores en el campo de batalla a los soldados ciudadanos, incluso aunque
éstOs les superen en coraje (if Hiero7l> 10, 7; pero tamblén Po1ibio, 11, 13, S-8).
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profe5ionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
PAGA EN MONEDA A CONTINGENTES CIUDADANOS DESDE EL SIGLO V AC
Una de las consecuencias de la prolongación de la guerra es que, al menos en Atenas, se
hizo necesario compensar a los ciudadanos con una suma en metálico (moneda de plata)
dado que no podían dedicarse a sus ocupaciones habituales: es un claro precedente del
sápendium romano. Según un escoliasta de Demóstenes 13, en el siglo
IV
aC, fue Pericles
quien instituyó esta paga, pero la fiabilidad del texto es discutida (cf Sage, 1996; 59;
Pritchett, 1971; 7; Griffith, 1935; 264-265); con todo hay otros textos (Aristóteles, Ath. Pol
27. 2) que parecen confirmar una fecha anterior al 431 aC para la institución de esta
práctica.
Se ha tratado de distinguir entre una cantidad destinada a alimentación (o "dieta»
directamente en víveres según otros autores), siteresion (o sitos), de una paga propiamente
dicha (misthos, de donde misthophoroi), pero lo cierto es que las fuentes a menudo mezclan
ambos términos, junto con otros como trophe (Marinovic, 1988; 157 ss.; Ridley, 1979; 521;
Pritchett, 1971; 3 ss.; Griffith, 1935; 264 ss.); y, en todo caso, no hay acuerdo entre los
especialistas sobre si los casos citados (fig. 1) recogen una práctica usual, e incluso si las
"pagas» (misth.oz) recogidas en Tucídides son una adición a la "dieta» o un total que incluye
la manutención como opina con buenos argumentos Pl'itchett (1971; 5,24) (cftambién
Marinovic, 1988; 157-167). Otro de los aspectos de la discusión es si la paga normal a
mediados/Bnes del siglo y era de 3 óbolos que aumentaba a 6 (i.e. un dracma) en casos
especiales, o si lo normal era un dracma, disminuida a la mitad en casos de crisis
(Marinovic, 1988; 168 para útil resumen; discusión más completa en Pritchett, 1971; 14
ss.); parece más probable lo primero.
LA
PAGA DEL MERCENARIADO. MONEDA. PRECIOS
Al tiempo que el estado decidía pagar a sus ciudadanos, debía afrontar el gasto mucho mayor
de pagar a los contingentes, cada vez mayores y en consecuencia más caros, de mercenarios
profesionales. Desde sus limitados orígenes en el siglo VII., y su expansión en la segunda
mitad del Y, su número fue creciendo muchísimo a lo largo del siglo IV aC, según se ha visto
en páginas anteriores. Diversos contingentes parciales podían agruparse en verdaderos
ejércitos al servicio del persa: no otra cosa fueron los "Diez Mih de Jenofonte hacia el 400
aC, mercenarios cuyo empleador Ciro murió en batalla y quedaron abandonados en
territorio hostil (Jenofonte, AnabasiJ; desde el punto de vista del mercenariado, Marinovic,
1988; 24 ss.; Nussbaum, 1967; Parke, 1933; 23-42 entre una abrumadora bibliograña).
¿Cuáles eran los beneficios que un mercenario podía esperar obtener de su profesión?:
fundamentalmente tres: paga regular, botín y, eventualmente, tielTas. Y lo sorprendente, en
principio, es que el coste de alquilar un mercenario profesional uo era, contra lo que
pudiera suponerse, mayor que el de pagar misthos a un ciudadano, hombre por hombre
(Bettalli, 1995; 143-145; Pl'itchett, 1971; 3-29).
•
..
Soldada, moneda, tropas ciudadonas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
Jenofonte nos proporciona uno de los pocos datos precisos para la soldada de mercenarios
(no ciudadanos, ni marinos) en el siglo
V
aC: un mercenario hoplita normal cobraría 1
dárico de oro al mes (8.28 g. de oro, ratio oro/plata en torno a 1/14); esto es el equivalente
a unos 25 dracmas, esto es, 5 óbolos por día; el doble los lochagoi (oficiales) y el cuádruple
los generales (Anabasis 7, 6, 1). Se aprecia que la paga (se entiende generalmente que la
alimentación va aparte, Pritchett, 1971; 20) es bajísima, menor incluso que la paga
-cornplementaria- que Atenas proporcionaba a sus ciudadanos, pese a lo que Pritchett
opina con fundamento que era la paga estándar para los mercenarios del periodo (Ibídem;
20, comparar Anabasis 1, 3, 21 Y 7, 6, 1). Y otros datos contemporáneos no se alejan de
esta cifra. Por ejemplo Tucídides nos recuerda que mercenarios tracias cobraban hacia el
413 aC la cifra de un dracma diario (7, 27, 2), aunque para Pritchett (1971; 23 ss.) y
Marinovic (1988; 168) incluso esto era el doble de lo normal, aumentado para una
expedición lejana y larga corno la de Sicilia, lo que explica un pasaje anterior (7, 13, 2)
según el cual la soldada de los mercenarios bárbaros en la isla era muy elevada, más de lo
normal.
En ocasiones, eran potencias extranjeras como Persia o Egipto las que requerían los
servicios de ejércitos mercenarios: hemos visto ejemplos de ambos casos. En esta situación.,
Persia solía pagar con su propia moneda (<<arqueros» sobre todo); Egipto, que no acuñaba,
se vio obligada a principios del siglo IV aC a imitar cuños de moneda ateniense para pagar
(Pritchett, 1974; 103 n. 240).
A veces, los soldados podían obtener pagas mayores (doble, triple) por una excepcional
valentía en el campo de batalla o por un comportamiento destacable, incluso en revistas
(Parke, 1933; 233-234; Marinovic, 1988; 174-176), pero esto es excepcional. También
podían obtener premios extraordinarios por hazañas concretas, como coronas de oro (de
mucho valor a veces, hasta 100 minas, Diodoro, 14, 52, 5) o armas decoradas.
Tanto si tenemos en cuenta la paga (misthos) entregada a ciudadanos, como la paga de los
mercenarios, las cifras absolutas carecen de valor si no tenernos un término de referencia.
Afortunadamente tenemos algunos datos que nos permiten la comparación (if
Vickers/Gill, 1994; 33 ss.; Marinovic, 1988; 174); casi todos proceden de Atenas, y abarcan
un periodo amplio durante los siglo
V
Y IV, pero esto coincide con la época para la que
contamos con más datos sobre soldadas. En primer lugar, hay que tener en cuenta la
abismal diferencia entre ricos y el común de la gente (artesanos, trabajadores no
especializados...): los primeros medían sus gastos en minas (1 mina=100 dracmas); los
segundos, en dracmas y óbolos. Un artesano especializado podía esperar ganar 1 dracma
al día; uno no especializado, sólo 3 óbolos (Vickers/Gill, 1994; 33); pero los trabajadores
del Erecteiou en Atenas hacia el 409 aC recibían entre 1 dracma y 9 óbolos diarios
(Pritchett, 1971; 24), bastante más que un soldado, mercenario o no. El estado
compensaba desde el aíio 425 aC a los miembros de los jurado:, con una dieta de 3 óbolos
por día, pero esto no era un salario, sólo una compensación (Aristóteles, Ath. PoI. 62. 2,
if
--------------
Soldada, moneda, lropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el anliguo mediterráneo: el caso de Grecia
Pritchett, 1971; 23). Hacia el 480 aC, el mínimo de subsistencia estaba en torno a los dos
óbolos diarios (Plutarco; Temirt. 10, if E. Cavaignac cit. por Pritche[t, 1971; 10). En el otro
extremo, las fortunas de los atenienses ricos podían perfectamente medirse entre los 80 y
los 600 talentos (entre 480.000 y 3.600.000 dracmas) (Vickers/Gill, 1994; 37); entre los
ricos, un dracma de plata era una suma despreciable (Dem. 24, 114). En la Atenas de
Sócrates (fines del siglo v aC), una túnica de púrpura podía Cos[ar 3 minas (300 dracmas),
y un kotyle (=0.24 litros) de miel, 5 dracmas; pero un hemíekton de grano (Le. 3.84 litros),
un óbolo (1/6 ele dracma) o muy poco más, y una túnica nonnal 10 dracmas (Plutarco,
lJlfor. 470f). Por esa época, una vaca podía costar entre 50 y 70 dracmas, y una oveja entre
12 y 17 (Jarva., 1995; 150), Y un medimno de trigo en torno a 6-7 dracmas Un recipiente
de bronce de segunda mano costaba en el 415 aC en Atenas entre 30 y 80 dracmas
(Vickers/Gill, 1994; 99). Un recipiente de plata ordinario, nna phiale, podía pesar (=valer,
Vickers/GillI994; 40) 1 mina., esto es, 100 dracmas o 430 gramos; pero un recipiente ático
de cerámica pintada se valoraba en óbolos, o a lo sumo en pocos -dos o tres- dracmas
(Vickers/Gill, 1994; 85 ss.).
Por lo que se refiere a los objetos de la guerra, tenemos datos escasos, pero al menos nos
permiten tener una idea: en las disposiciones que Atenas hizo a fines del siglo VI aC para
su cleruquía de Samas, se especificaba que cada colono debía proveerse de armas (llOpla,
un equipo hoplita, al menos lanza, casco, escudo) por valor de 30 dracmas (Sage, 1996;
30-31; Jarva., 1995; 148). En el siglo v aC, una lanza arrojadiza podía costar 2 dracmas y
5 óbolos, y una lanza pesada sin regatón, 10 óbolos, pero se trata de piezas confiscadas,
de segunda mano (Spence, 1993; 273; Ridley, 1979; 520-521; Jarva, 1995; 150). Hacia el
422/421 aC Aristófanes podía decir irónicamente que una coraza costaba 1.000 dracmas
(La Paz, 1224-1225) y un casco 100 (Ibídem:, 1250-1252), pero al menos el primer caso
debe ser una cómica exageración.
Una inscripción de mediados del siglo IV de Tasas menciona un coste de 300 dracmas para
una panoplia -por entonces excepcionalmente completa., vid infra- compuesta de grebas,
coraza, escudo, casco, lanza y puñal para ser entregada a huérfanos de guerra (Jarva, 1995;
150). Por entonces -un siglo más tarde que los datos de Jos párrafos anteriores- un
artesano especializado de Eleusis cobraba 2 dracmas y 3 óbolos al día; estO significa que
tal panoplia costaría el equivalente de 120 días de trabajo de un obrero especializado... o
casi un año de sueldo de un mercenario (infra). Otros datos del siglo IV aC son más
consistentes con los del siglo v que éstos, por ejemplo el precio del grano (Spence, 1993;
273). A principios del siglo III aC, y según una inscripción de la isla de Keos que recoge
precios de premios en competiciones, una punta de lanza costaba 7 óbolos, y 3 puntas de
lanza y un casco, 8 dracmas (por tanto sólo el casco en torno a 6 dracmas), y un eSctldo
20 (Jarva, 199.5; 151).
En el siglo
l\'
aC, un cabano decente costaba como mínimo JOO dracmas, y un buen caballo
subía a en torno a 12 minas (1.200 dracmas), y un caballo excepcion81, como Bucéfalo, se
-
.,
•
So/dada, monedo,
lropa~ ciudadanos
y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el coso de Grecia
valoraba entre 13 y 16 talentos (78.000 a 96.000 dracmas) (Spence, 1993; 275). Incluso
los precios de las armas sencillas no son bajos: con las casi 3 dracmas que cuesta la lanza
arrojadiza se podía comprar en ese periodo entre la tercera parte y medio medimno de
grano, cantidad suficiente para alimentar a un adulto entre dos y tres semanas, a razón de
un choinix por día (cf los datos de consumo en Foxhall/Forbes, 1982; 62-63).
LA
PAGA DE lOS MERCENARIOS, BOTíN y TIERRAS
En todo caso, queda daro que era en el botín donde el mercenario o el marinero de flota
podía poner esperanzas de enriquecimiento (Santosuosso, 1997; 91; Marinovic, 1988; 174;
Pritchett, 1971; 58); tanto es así. que en determinadas ocasiones se enrolaban hombres
sabiendo que sus oficiales carecían de fondos y que cualquier paga debía proceder del
botín, «así estaba la situación económica en el siglo IV", comenta Pritchett (1974; 102103). La conclusión de Prichett es que «el concepto de que la vida de un mercenario antes
de Alejandro y sus sucesores [...] era muy lucrativa debe ser seriamente cuestionado])
(1974; 103); para él, el mercenario del siglo IV vivía ('.from hand to mouth) (1971; 21); como
para Marinovic (1988;191); «le mercenariat... ne figurait pas au nombre des professions
avantageuses et lucrative.» Sin embargo, para el empleador, un ejército era muy oneroso: los
«Diez Mil» podían costar a Ciro diariamente unos 85 kg. de oro, mantenimiento aparte.
El botín y el pillaje podían ser muy cuantiosos (Pritchett, 1971; 53-84, sigue siendo el
estudio más detallado, a complementar con Lonis, 1969; 88 ss., y Rostovtzeff, Historia
Social!! económica del Mundo HelenÍJ'tico, para ese periodo) e incluía no sólo despojos de
armas en el campo de batalla, sino sobre todo bagajes y, en el caso de las tomas de
ciudades, mucho de lo que pudieran contener (al respecto, Lonis, 1969 es el estudio más
completo; también Marinovic, 1988; 177 ss., un buen resumen en Ducrey, 1986; 221 ss.;
para el periodo helenístico, Preaux, 1984; 102-106). A ello hay que añadir además los
beneficios por la venta de prisioneros esclavizados o por su rescate, y la venta de ganado
capturado, salvo cuando ejércitos enloquecidos destruían su propio beneficio aniquilando
cuanto ser vivo, persona o animal, se cruzaba a su paso (e.g. Tucídides 7, 29, 4-5). Incluso
los santuarios eran a menudo saqueados, no infrecuentemente con nefastas consecuencias
para los saqueadores (e.g. Polibio 5, 9; 32, 15; Godman/Holladay, 1986; 154 ss.; Blanco,
1986-1987). En general, y aunque había pillaje individual (Marinovic, 1988; 177; wliller,
1984; 155), los generales agrupaban el botín y procedían a un reparto (e.g. Jenofonte>
Anabasis 7, 7, 56), incluyendo partes mayores para quienes se habían distinguido en
combate, y mucho mayores para los mandos (Pritchett, 1971; 82 ss.; 1974, 126 ss. Y 276
ss.), y reservando partes para el estado o templos (Ibídem; 85 ss.).
En tercer y último lugar, en casos muy concretos los mercenarios podían esperar recibir
tierras; ya no sólo por parte de poderes extranjeros, como los colonos militares en Egipto
en el siglo VII aC, sino de gobernantes griegos. Esta práctica fue frecuente en Sicilia a fines
del siglo v y principios del siglo IV aC; así, Diodoro de Sicilia ofreció ríen'as en Leontinos
Soldado, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterrdneo: el coso de Grecia
a sus mercenarios en lugar de paga en metal (Diodoro Sículo 14, 78), que los mercenarios
aceptaron encantados (Tagliamonte, 1994; 163; Quesada, 1994a; 221; Miller, 1984; 156);
de hecho, Dionisio implantó una política sistemática de asentamientos de mercenarios en
tierras (Entella -Diodoro 14,9, 9; Catnana, Etna, Tauromenio,
1989; 164-166).
if Parke,
1933; 71; Carlan,
En casos extremos, eran los propios mercenarios los que podían
apropiarse a la fuerza de haciendas, mujeres y tierras, como los mamertinos en Mesina
(Po1ibio, 1, 7; ifTag1iamonte, 1994; 191-198; Carlan, 1989,167 ss.; tb. Quesada, 1994a;
221). Otras veces, la promesa de tierras era un buen banderín de enganche, como en el
caso de la recluta de mercenarios que en el 310 aC hizo Agátocles para su proyectada
invasión de África: era la promesa de tierras en Libia más que la paga lo que atrajo
hombres (Diodoro, 20, 40, 6); es difícil escapar a la conclusión de Miller (1984; 156):
«(esta aceptación inmediata y entusiasta de concesiones de tierras parece confírmar que los
mercenarios de este periodo [i.e. siglo
lV
aC] hubieran preferido arar a luchar... » Quizá
sean otro buen ejemplo los mercenarios hispanos asentados en Morgantina por Roma a
fines de la Segunda Cuerra Púnica (Livio, 26, 21,10-17, ifQuesada, 1994a; 223-224). En
el otro extremo del mundo heleno la concesión de tierras tampoco fue una rareza
(ejemplos en Miller, 1984; 156).
Sólo en casos muy concretos, y fundamentalmente en los ricos reinos helenísticos durante
el siglo
IlI,
conseguían los mercenarios condiciones de vida ventajosas, donde la paga solía
llegar a tiempo, y venía acompañada de gabelas como un precio fijo para el vino y el grano,
dispensas de impuestos y previsiones para los huérfanos de los caídos (contrato ofrecido
en el 260 aC por Eumenes 1 de Pérgamo,
if Miner,
1984;158; Criffíth, 1935; 282 ss.).
LA PAGA DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL EMPLEADOR
La paga individual del mercenario ordinario era, pues, muy baja, similar a la de un
trabajador cualquiera. Sin embargo, como se ha comentado antes, desde el punto de vista
del estado que había de pagar a miles de hombres, la cuestión era bien diferente
(Tucídides, 7, 27, 2). De hecho, a lo largo del periodo que va de fines del siglo v al siglo
JI
la necesidad de conseguir metal precioso para las soldadas -y para tratar de comprar a
los mercenarios del enemigo- se convirtió en una verdadera preocupación y prueba de
ingenio para los gobernantes y generales (ejemplos de estratagemas en CarIan, 1989; 58
ss.; Marinovic, 1988; 187-191; Miller, 1984; 156 ss.); en ocasiones la escasez de efectivos
acortó la duración de una campaña, y en otras los mercenarios, al enterarse de una
campaña particularmente peligrosa, podían exigir aumentos de sueldo (Jenofonte, Anaba.rir
1, 3, 20; 4, 13). Incluso en época helenística los diferentes reinos tuvieron a menudo
problemas para pagar las soldadas, y hubieron de recurrir a diversas estratagemas para
obtener metálico (e.g. Preaux, 1984; 109-110).
En resumen, las tropas mercenarias cobraban entre 2 y 1 dracma diaria en concepw de
misthoJ~
a lo que debería añadirse la manutención. Pocas veces cobrarían más, y muchas,
•
•
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
menos. Estas cifras valen para fines del siglo v, para el siglo
para el siglo
III
IV
y, aparentemente, también
aC; esto es, no hay crecimento apreciable de la paga (if fig. 1 Ysobre todo
Pritchett, 1971; 22, para paga en los siglos
III
Y Ir aC). Además, lo que sabemos de la
evolución de precios y salarios en Crecia indica claramente que los mercenarios de flnes
del siglo
siglo
V
IV
y del siglo
III
cobraban en términos reales algo menos que sus antecesores del
aC (vid. fig. 1; Marinovic, 1988; 271; Miller, 1984; 155; Criffith, 1935; 296-307).
Pese a ello, el crecimiento del número de mercenarios y el constante estado de guerras
tensó las finanzas de los diferentes estados muchas veces más allá de lo razonable
(Marinovic, 1988; 270-271). La explotación intensiva de minas como las del Laurion en
Atenas (plata) y del Pangeo (oro, hasta 1.000 talentos al año c. 350 aC) se hizo aún más
necesaria que antes (Marinovic, 1988; 272 ss.), y desde luego las masivas capturas de metal
precioso como botin en Persia están detrás de las acuñaciones de Alejandro (Howgego,
1990; 4-5).
En estas condiciones, lo sorprendente es que no hubiera entre los mercenarios muchos
más motines graves y exigencias documentadas que las que conocernos, por ejemplo, el
episodio de los mamertinos (Políbio, 1, 7, if Tagliamonte, 1994; 191; CarIan, 1989; 161174); la deserción de los mercenarios a Antígono (Diodoro 20, 113, 3); el motín de
Timoleón (Diodoro 16, 82, 1), la deserción de tropas de Antígono en el 320 aC (Polieno,
EJotratagema.s 6, 6) etc. Tampoco se documenta una excesiva intervención de los generales
mercenarios y sus tropas en asuntos políticos hasta el final del siglo
IV
aC; es quizá en el
Oeste, en particular en Sicilia, donde algunos regímenes hicieron de los mercenarios y sus
generales una fuerza política a tener en cuenta (Mossé, 1997; Bettalli, 1995; 92-97;
Tagliamonte, 1994; 124-157; Garlan, 1989; 164-167; Griffith, 1935; 194 ss.).
A veces, sin embargo, un empleador sobrepasaba todos los límites en la explotación y tenía
que plegarse a la protesta airada de sus tropas, como cuando Dionisio II de Siracusa trató
de reducir el salario de sus mercenarios, entre ellos probablemente iberos (Platón, Ep. 7,
348a; ifParke, 1933; 115; Quesada, 1994b; 99); el caso más grave, con todo, es sin duda
el de la terrible sublevación de los mercenarios de Cartago al final de la 1 Guerra Púnica
(Lorero, 1995, en último lugar).
ACUÑACiÓN y MERCENAR1ADO
Las relaciones entre amonedación y mercenariado en los siglos
V-III
aC serian tema para
un trabajo independiente (Howgego, 1990; Carlan, 1989; 56 ss.; Kraay, 1984), pero baste
señalar aquí que los estudios realizados por numísmatas e historiadores han insistido en
ocasiones, desde el trabajo de R.M. Cook en 1958, en un posible origen de la moneda
asociado a dicho fenómeno (vid mpra). Independientemente del origeu primero, sí parece
claro que en el siglo IV la masa de plata circulante a través del pago a mercenarios era muy
importante, y que determiuadas acuñaciones en Oponte (Locrida), Larissa. Phéueos,
Praisos, etc. tuvieron fuerte influencia de monedas traídas por contingentes mercenarios
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterróneo: el caso de Grecia
concretos (Marinovic, 1988; 273); también sabemos de emisiones concretas destinadas a
mercenarios, o al menos relacionadas con el esfuerzo de guerra, aunque las marcas
distintivas escasean o faltan (Howgego, 1990; 8-9; Garlan, 1989; 66 ss.; .Kraay 1984, no
consultado en este trabajo; para acuñaciones de mercenarios itálicos en Sicilia entre fines
del siglo
V
y el
III
aC es exhaustivo Tagliamonte, 1994; Apéndice B, 243-254).
Conviene recordar que muy a menudo -y a menudo sin datos- se adscriben elementos
anormales de circulación monetaria (tesorillos, etc.) al «regreso» de mercenarios (Ibídem:,
69 ss.), y la renovación iconográfica a este mismo fenómeno (CarIan, 1989; 72; contra
Quesada, 1994a; 216-217). En cambio, sí tenemos. algunas referencias positivas y concretas
al empleo de botín capturado para acuñar moneda con que pagar a mercenarios, caso de
los Arcadios con el tesoro de Olimpia hacia el 360 aC (Jenofonte, HeL 7, 4, 33), de los
Focios en 353/352 tras saquear Delfos (Diodoro 16, 56, 6-7); en Sicilia, también, la captura
de Himera y la derrota de Cartago en el 480 proporcionó a Siracusa una masa de metal
precioso que se tradujo en acuñaciones (Howgego, 1990; 5; sobre el contexto,
Tagliamonte, 1994; 157-164).
En general, se admite que «the high leve! of military spending, even
accurately> sugge.rts that the requirements
if it cannot be quantified
o/ armies (and navies) were an important m017:vation
for coinage..." pero también «the danger ir that concentration on military expenditure causes us
to loose sight
o/ other types o/ expenditure»
(Howgego, 1990; 8-9).
EL EQUIPO DE LOS SOLDADOS. COSTE y ADQUISICiÓN
Un aspecto interesante es el del equipo de los mercenarios. Ya hemos visto que es difícil
calcular el coste del armamento (vid. supra); pero lo que sí sabemos es que a lo largo de
los siglos VI-IV aC se produjo, paradójicamente, un progresivo aligeramiento de la panoplia
hoplita, al tiempo que aumentaba la protección de los peltastas profesionales (Anderson,
1970; 20-28; 40-42; Hanson, 1989; 57 ss.; Snodgrass, 1967; Quesada, 1997; 549-550). La
coraza de campana (larva, 1995; 20 ss.) fue poco a poco sustituida por corazas musculadas
más confortables pero igualmente calurosas, luego por annaduras de capas de lino con
escamas metálicas cosidas, más tarde por corazas de lino a secas, y finalmente por el jubón
acolchado o spolas (Jarva, 1995 passim). Del mismo modo; el casco corintio cerrado fue
igualmente abriendo sus formas, sustituyéndose progresivamente por tipos más ligeros y
abiertos (Anderson, 1970; 2829) que garantizaban mejor protección activa, mejorando la
visibilidad y audición (sobre las incomodidades del casco corintio, Ranson, 1989; 73-74).
Las grebas, en fin, fueron también desapareciendo. El resultado fue que, pese a la opinión
popular, cuando a principios del siglo v aC los griegos luchan contra los persas, iban
mucho más ligeramente protegidos que sus antecesores del siglo vII. Pero incluso la
panoplia metálica aligerada continuaba sieudo un estorbo, y el proceso continuó: en el
siglo
IV
los griegos, incluso los espartanos, iban renunciando al casco metálico en favor de
un pdos de cuero o fieltro o quizá metálico pero muy ligero (Anderson, 1970; 29 ss.);
•
•
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
algunos hoplitas habían renunciado por completo a la coraza y confiaban su protección al
aspis (Lazenby, 1985; 32 para discusión). Las reformas de mcrates tras Lechaeum (390 aC)
aligeraron aún más el equipo del hoplita (Snodgrass, 1967; 110; Anderson, 1970; 121 ss.).
Por fin, un falangita helenístico llegó a ir prácticamente desprovisto de defensas, porque
incluso el gran aspis desapareció, sustituido por un escudo circular menor (Taro, 1934;
12), para permitirle empuñar con las dos manos la enorme pica o sarissa que caracterizó a
las falanges helenísticas (Snodgrass, 1967; 117 ss.; Devine, 1989; 1OS-l 06); Asclepiodoto
(S, 1) nos informa de que este escudo medía unos dos pies de diámetro, y nos dice que
no era demasiado cóncavo. Este aligeramiento corporal iba en desarrollo paralelo al
crecimiento y progresiva especialización de los distintos cuerpos de infantería ligera
(Anderson, 1970; 111-140; Ducrey, 1986; 108). Sin embargo, cuando los griegos de los
siglos
VI
o
V
aC querían representar a sus héroes troyanos del pasado en pintura cerámica,
seguían dotándoles de panoplia metálica completa, incluso con algunos elementos rara vez
documentados en realia: protectores metálicos de vientre, de muslo, de antebrazo... (véase
por ejemplo el ánfora de Exequias del Vaticano). El problema aquí es que la panoplia
defensiva metálica adquiría un valor de prestigio, una simbología aristocrática, que iba más
allá de la realidad del campo de batalla.
Dicho aligeramiento tiene que ver, creemos, tanto con cuestiones prácticas como con
transformaciones sociales, reflejo quizá de una extensión del armamento prestigioso a un
segmento más amplio de la sociedad que, sin embargo, no podía permitirse las costosas
panoplias aristocráticas de placa de bronce; la Guerra del Peloponeso y las del siglo IV no
harían sino acelerar este proceso.
En este contexto, cabe preguntarse cómo se equipaban las tropas. Ya hemos visto que en
el siglo
IV
Atenas entregaba a los efebos las armas básicas del equipo hoplita (Aristóteles,
Conrt. Al. 42, 4; if Jarva, 1995; lS5-156t). También sabemos que ya en el siglo V,
ocasionalmente, el estado armaba contingentes (como por ejemplo [Tucídides 8, 25, 1]
cuando Atenas aunó a 500 peltastas argivos como hoplitas), pero normalmente no de
ciudadanos. Por fin, Finley (1968; 149) creía que el estado podía armar a los espaniatas
en ocasiones, y a los ilotas siempre que era necesario (por razones obvias). En todo caso,
las fuentes que aduce para indicar que el estado se encargaba de reparaciones y reemplazo
de armas en campaña son muy dudosas (Jenofonte, Rep. Lac. 11, 2; 13, 11; pero, contra.,
Ages. 1, 26). Todo indica que, conforme a la ortodoxia científica, los hoplitas ciudadanos
proveían sus armas durante el siglo
V
en casi todos los casos.
lVIás debatida es la cuestión de quién equipaba normalmente a los mercenarios. McKechnie
ha defendido enérgicamente (1994) que el estado empleador se encargaba de
proporcionar el equipo, quizá a crédito; lo que ha sido negado con igual energía por
Whitehead (1991), quien considera que la compra del equipo era individual., al igual que
la mayoría de los investigadores anteriores (if Parke. 1933; 106). La cuestión no es banal,
porque afecta al status económico de lllucllos mercenarios, que, en palabras de McKechnie,
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
podrían pertenecer al mIsmo grupo social que las «mulas de Mario» romanas, casi
proletarizadas. Sin embargo, las fuentes son problemáticas: se ha dicho que (Hel 2,5,38)
prueba que las armas de los «Diez Mil» eran de Ciro, pero el texto bien podría ser una
metáfora por los hombres. Distinto parece el caso de Sicilia, donde sabemos que algunos
tiranos poseían grandes arsenales con los que armaban mercenarios (e.g 399 aC, Diodoro,
14,41-43). Hay algunos otros textos (Diodoro 16,33,2; 16,36, 1) que parecen apoyar la
idea de que al menos en algunos casos los estados podían proveer parte o todas las armas
para los mercenarios, pero son escasos. Lo mismo hacía en ocasiones los cartagines.es en
Sicilia (Tagliamonte, 1994; 160). El que los mercenarios sin empleo aparezcan armados,
corno apunta Whitehead, no implica nada, según McKechnie, porque el coste del
armamento podría ser deducido de la paga; en conjunto nuestra impresión es que la
provisión estatal de armas para mercenarios era más la excepción que la regla. Marinovic
(1988; 153-154) distingue, probablemente con acierto, entre regímenes tiránicos que en
ocasiones podrían proporcionar armas a contingentes completos, y poleis que no lo harían.
_ _ _~L EJÉRCITO DE ALEJANDRO. EJÉRCITOS HELENíSTICOS
Adcock (1967; 24) lo expresó muy bien. y brevemente: una combinación de un general
similar en capacidad y experiencia a los condottieri del siglo
IV,
con el entrenamiento y la
potencia de los distintos tipos de tropas mercenarias, y a la vez con espíritu nacional,
podría cambiar el arte de la guerra. Eso ocurrió con Filipo II de Macedonia, y, sin citar a
Adcock. así lo reconoce Errington en términos muy similares (1990; 247).
Las modificaciones que hemos visto surgir desde el último tercio del siglo v y durante el
siglo IV cristalizaron hacia el 340 aC en la aparición de un nuevo tipo de ejército, el forjado
por Filipo con gran énfasis en el entrenamiento (Lloyd, 1996; Hammond, 1994; 18-28;
Hammond, 1992; 60; Pritchett, 1974; 229) Y llevado a Asia por Alejandro. Dicho ejército
combinaba una sólida infantería pesada profesionalizada (la falange macedonia, cuyas
largísimas picas de 4, 5-5, 5 m. de longitud, mayor profundidad en filas, y menor
protección de sus compone~tes, la hacían muy diferente de la vieja falange hoplita), con
una fuerte infantería ligera, hoplitas tradicionales, mercenarios la mayoría, (if Bosworth,
1996; 389-390), caballería pesada y ligera, y capacidad de asedio con máquinas de guerra,
además de unidades de elite. Sobre la composición del ejército macedonio existe una
extensísima bibliografía, de la que sólo recogernos algunos trabajos de síntesis clave
(Hammond, 1992; 47-62 es la mejor introducción en español junto con Bosworth, 1996;
380-408; otros trabajos generales sobre el ejército macedonio en época de Fílipo II y
Alejandro son los de Errington, 1990; 238-248 YDevine, 1989; Engels, 1978 sigue siendo
básico para la logística, y Griffith 1935; 12-32 para los mercenarios; más generales pero
también útiles son Santosuosso, 1997; 110-120; Devine, 1989 passim; Ferrill, 1985; 175 ss.;
Connolly, 1988, 68 ss.). Conviene sólo recordar aquí que la infantería y caballería
•
•
Soldada, moneda,
tropa~ ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo
mediterráneo: el caso de Grecia
macedonias eran sólo parte del ejerCito de Alejandro, que contaba también con un
fortísimo componente mercenario (supra Griffith, 1935; 12-32).
Parece que la menor protección corporal de los falangitas (por oposición a "hoplitas»)
macedonios viene prefigurada por la menor protección (y consecuentemente, menor coste,
Hornblower, 1985; 207) del armamento de los hoplitas mercenarios a medida que
avanzaba el siglo
N,
además del desarrollo de los peltastas y luego, ya en el helenismo, de
los tureophoroi armados -con escudo oval (e.g Sekunda, 1994-1995).
En resumen., el aumento del mercenariado, el mayor entrenamiento de los jóvenes de las
poleis en los gimnasios, y el gran desarrollo de los hoplomachoi (ifWheeler, 1983; 9-10 para
ejemplos), junto con la tradición del ejército macedonio, hacen que el mundo helenístico
pertenezca ya a otra categoría en el campo de la historia militar. En resumen, en el caso
del ejército de Alejandro y el de sus sucesores, se trata de un tipo de ejército ya muy
complejo, de armas combinadas, que exigía dominar la tarea de lograr una adecuada
coordinación de las mismas, tarea dificil pero que si se lograba, lo hacía casi imbatible
(Arriano, 2, 10, 6, para este término aplicado por los propios falangitas)'
Algunos de los sucesores de Alejandro, que aumentaron la complejidad del ejército con
elefantes (Connolly, 1988; 74-75; Warry, 1980; 93-95), una desarrollada artillería de
campaña y asedio (Marsden., 1969; Sekunda, 1989b; 130; Warry, 1980; 88 ss.; Connolly,
1988; 281 ss.; Léveque 1968; 271 ss.) y con otros elementos, crearon fuerzas casi
insuperables, pero otros generales sucesores no comprendieron la lección y confiaron su
fuerza en una falange de picas cada vez más masiva y menos flexible (BoswOlth, 1996;
382).
Desde el punto de vista "étnico», los ejércitos helenísticos aparecen compuestos por un
núcleo "macedonio», tropas «indígenas» de cada país, y mercenarios de diversos tipos y las
más diversas procedencias (Griffith, 1935; 111 ss. Y 236 ss.).
Una de las razones que se han aducido para explicar -en todo caso debatible- la
decadencia en la eficacia de la falange es el hecho aceptado de que poco a poco pasó a
estar constituida no sólo por "macedonios» y sus descendientes, sino también por
mercenarios y nativos de los diferentes reinos que habían formado, dado que faltaban
macedonios «puros» (Arriano, 7, 23, 3-4;
if Preaux,
1984; 115-116; Santosuosso, 1997;
148-150; Léveque, 1968; 263; Griffith, 1935; 317-318); al tiempo, descuidaron el delicado
equilibrio con otras armas que había caracterizado el ejército de Alejandro, de lo que
resultaron instrumentos de guerra mucho menos eficaces (Errington, 1990; 245; Connol1y,
1988; 75 ss.). La rutina de la vida en guarnición para muchas unidades de mercenarios
griegos o bárbaros (Griffith, 1935; 313) no debe haber ayudado mucho tampoco (sobre
los ejércitos de los sucesores de Alejandro, en particular los de los reinos pto1emaico y
se1éucida, ver Sekunda, 1994-1995; Bar-Kochva, 1976; Griffitth, 1935; 33-235
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
-mercenarios-; Léveque, 1968; Launey, 1949-1950; más generales, Santosuosso, 1997;
14-8-150; Connolly, 1988; 75-83; Préaux, 1984; 100-154 YTarn, 1934;passim).
Es un viejo debate el de la supuesta superioridad innata del ejército romano basado en la
legión sobre el ejército helenístico basado en la falange falangita (la oposición legión-falange
es falsa, una pan pro toto) (Polibio, 18,25-32), pero lo cierto es que los ejércitos helenísticos
que los romanos acabaron derrotando en los siglos
JI
y
1
aC poco tenían que ver, en
flexibilidad y adaptabilidad táctica, a los de sus antecesores (Santosuosso, 1997; 160 ss.).
También hay quien defiende, como mínimo en el caso del reino de Macedonia, que fue la
inferioridad demográfica, mucho más que la militar, la que selló el destino del reino
(Sekunda, 1989b; 133), Y que la organización militar helenística era superior a la romana,
y la falange tan poderosa como aquélla, al menos en principio. Quedaría entonces explicar
el por qué de que los diferentes reinos de Oriente comenzaran, justo tras la derrota del
reino de Macedonia en la batalla de Cinoscéfalos (197 aC) y Pydna (168 aC), a reorganizar
"a la romana» sus ejércitos; así Antíoco IV Seleuco en 166 aC o Ptolomeo VI Filometor
hacia 181-145 aC) (Sekunda, 1989b; 133; detalles en Sekunda 1994-1995, vol 1; 5-10;
vol. II; 3 ss.). Pero toda esta es otra historia que no podemos discutir aquí.
Desde el punto de vista de la organización económica de unos ejércitos cada vez más
burocratizados y profesionalizados, las investigaciones sobre los diferentes reinos
helenísticos han alcanzado una complejidad que ni siquiera podemos tratar de sintetizar
aquí (Launey, 1949-1950; brevísima síntesis en Preaux, 1984; 112-113), pero que no
suponen alteraciones sustanciales al panorama descrito antes, aunque cabe insistir en la
ampliación y extensión del sistema de colonias militares o cleruquias (Garlan, 1972; 71 -72)
que, por otra parte, tanto Egipto como Babilonia conocían desde muchos siglos atrás (vid.
supra); se intentaba, de todos modos, que el núcleo del ejército siguiera, en Siria o Egipto,
siendo macedonio o al menos griego, y se fomentaba la inmigración de múltiples maneras
(incluyendo el establecimiento de prisioneros de guerra, Diodoro 19, 85, 3-4); para que
las parcelas fueran hereditarias, los hijos del veterano debían recibir entrenamiento militar
y prestar servicio cuando fueran requeridos (Preaux, 1984; 112-113; Sekunda, 1994-1995,
vol. 1; 13 ss.; Léveque 1968; 265 ss.; Griffitb., 1935; 114 ss.). Por otro lado, la existencia de
numerosísimas fortalezas con guarnición hizo necesario que los reinos helenísticos
mantuvieran muy numerosos contingentes de mercenarios permanentemente en activo,
diferentes de los clerucos.
Estos mercenarios en general tenían menos problemas que sus antecesores del siglo IV: sus
sneldos eran medios-bajos (Griffith, 1935; 274-316 Y 294-316 para la paga en época
helenística; también Preaux 1984; 108-109), pero tenían mayores posibilidades de
conseguir parcelas de tierra e incluso contratos reglados decentes como el de Eumenes de
Pérgamo en el 260 aC (Griffith, 1935; 282 ss.), lIasta que llegaron a ser tan mimados que
las fuentes lo reflejan con ironía (Griffith, 1935; 281-282).
•
•
Soldado, monedo, tropos ciudadanos y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso de Grecia
Fuente
Año
Concepto y contexto
Cantidad
Tuc. 3, 17, 3-4
428
1 dracma diaria a cada hoplita, y otra para
su asistente. También 1 dracma diario a las
tripulaciones de los barcos.
No especificado ¿pa~a? a los
atenienses en el ase io de
Potidea.
Tuc. 5, 47, 6
421
3 óbolos eginetas por día a h'drlitas e
infantes ligeros y arqueros; 1 racma
egineta por día a jinetes.
Sitos (dieta de manutención).
Especificaciones tratado de
Atenas con Argos.
Thc. 6, 8, 1
415/14
1 talento ~or nave por mes (6000
dracmas/ 00 homl:ires=30 dracmas por
hombre y mes) (dotación de la trirremc,
Hdr. 3, 13, 1-2; 7, 184, 1; 8, 17).
Los delefados de Egesta
llegan a tenas tara solicitar
ayuda, y traen p ata para
pagar las naves (misthos).
Aristófanes,
Vesp. 682-685
c.422
Ciudadanos reciben 3 óbolos.
Se discute si refiere a pa~a
militar o a paga del jura o, o
a la fuente de rnQTesos de
donde cobraban ~os jurados.
Thc. 6,31,3
415/14
1 dracma al día a cada marinero. Los
tranitas (remeros dd banco superior)
cobran un extra no precisado.
Partida expedición contra
Sicilia.
Thc. 6,31,5
415/14
Los hoplitas qne van a Sicilia llevan aparte
de lo que paga d Estado, sus propios
fondos.
Partida expedición a Sicilia.
Thc. 7,27,2
413
1 dracma diario a mercenarios tracios.
Mercenarios que llegan (arde
para ir a Siciha.
Thc. 8,29, 1
412/11
Tratado entre Esparta y Persia.
Thc. 8,45,2
413
La flota lacedemonia pagada 'por Persia
cobra a razón de 1 dracma dIario, luego
bajada a 3 óbolos.
Soldada ateniense a los marinos de 3
óbolos diarios.
Plutarco,
Alcib. 35. 4
408
Paga de los marinos atenienses es de 3
óbolos diarios.
Marinos que sirven al mando
de Alcibíades.
Jenofonte,
Hell,5,4-7
c.407
Ciro está dispuesto a financiar la flota
espartana de Lisandro a razón de 3 óbolos
diarios. Lisandro consigue 4.
Ayuda persa a Esparta.
Lisias, Fr. 6
1jf,ainst
eozotides
403/2
Medida democrática: la paga de los hl~etS es
reducida de 1 dracma por aía a 4 óbo os; la
de los hippotoxotai sube de 2 óbolos a 8.
(Spence (1993,217-218). Thts
. derrota ateniense y el fin de
los 30. Tb. Pritchett, 1971; 21.
Jenofonte,
Anah. 1, 3, 21
401
Los 10.000 reciben 1 dárico al mes (=5
óbolos diarios).
Oficiales (lochagot) cobran 10 óbolos; los
strategoi, 20.
Paga de mercenarios al
servicio de Perisa. ¿era lo
normal en Grecia?
Jenofonte,
Hel.5, 2,21
383
1 trióbolo egineta por hombre (algo más
que 1/2 dracma ateniense), y 4 veces esa
cantidad (2 dracmas) por jinete.
Paga sustitutoriapor hombre
de las ciudades pro:espartanas
que no van a partICIpar en
una expedición contra Ohnto.
Jenofonte
Hel.6, 1,6
c. 375
En el ejército mercenario de Jasón de Feras
no todos cobran la misma paga: según su
ardor en el entrenamiento o en el combate
les paga doble, triple o cuadruple.
Emulación por entrenamiento
y valor reHejada en la paga de
un ejéreit.o puramente
mcrcenano.
Arist. Atk Po!,
42
siglo
10 óbolos por hombre v día. Lue~o el
Estado les proporciona 'escudo y anza.
Para cuhrir los costes de
eutrenamiento y
mantenimiento de los efebos.
Diodoro 16,
25 y 16, 36
355-352
Sin datos precisos.
_Guerra Sagrada»: Los focios
"rompen el mercado.
subiendo las ~aes un 50 % Y
luego doblán o a.
IGIl2, 329
329
Los hypaspistas de Alejandro cobran 1
dracma diario.
Tr0ga de elite de Alejandro.
Gri ith piensa (1935; 29729~ ¿lle en consecuencia un
sol a o normal cobl'aría 3 ó 4
óbolos.
IGIX2, 3
c. 262
Jinete, 2 dracmas; hoplita, 8 óbolos;Aeltasta
(hemit/¡orakion), 1 dracma; psiloJ' 4 2 3
obolos.
Tratado Etolia-Acarnania.
Polibio 5, 1,
11-12
218
Equivalente a 2.86 óbolos (menos de 2
dracmas)
Acuerdo entre Filtc0 y los
aqueos. COm¡;lUta o ior
Launey, cf Pmche(t.. 9:' 1; 22.
IV
Misthos. Maquinaeiones de
Alcibíades.
I
Figura 1. Ejemplos de paga diaria emre los siglos \" -1II aC (datos a panir de Pritchen, Spel1ce,
NIaril1ovic, Griffilh, Parke y otros).
Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo; el ca50 de Grecia
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