ENTRE EL SILENCIO Y LA ESPERANZA LA POSIBILIDAD DEL DESAMOR Prefiero hablar del amor que del aborrecimiento. Me agrada más el diálogo sobre la sabiduría que la charla sobre la necedad. Pero en el mundo existe el desamor y cunde la ignorancia. Y también es tarea del educador, si quiere ser portador de esperanza, meditar alguna vez sobre el matiz ingrato de la vida. Porque en esta sociedad tan “tocada” de utilitarismos, el desapego psicológico resulta un producto muy funcional; un producto muy “práctico”, que puede ir ganando terreno subrepticiamente en nuestros criterios y en nuestro corazón. Recuerdo que, allá por los años cincuenta y tantos, “hicieron furor” en España las novelas de Agatha Christie. Nunca fue Agatha “santo literario de mi devoción”, pero no me resisto a copiar aquí uno de sus diálogos por la perfección y el desenfado con que relata el desamor: “-...’ Si alguna de mis amigas tuviese una desgracia yo la abandonaría inmediatamente. A primera vista parece inhumano, pero nos evita un gran número de molestias futuras’... -‘Entonces, si yo perdiese mi dinero..., ¿me abandonarías mañana mismo?’ –‘Sí, querida, lo haría. ¡No podrás decir que no soy franca! Sólo me gusta la gente que triunfa. Y lo mismo le pasa a todo el mundo, con la diferencia de que ellos son más hipócritas y no quieren confesarlo’... –‘¡Qué cruel eres, Juana!’ –‘Soy positivista, como todo el mundo’...”(1). Sobre este diálogo puede decirnos algo la Sociología. Habrá que prescindir un poco de cierto calamitoso profetismo, tan significativo en esa rama de las ciencias humanas; sin embargo, los sociólogos nos anuncian que las condiciones socioeconómicas de una civilización positivista nos abocan, cada vez más, al desamor. Alain Toffler escribió – no hace todavía mucho tiempo- un libro, que se constituyó en un auténtico ‘Betseller’, titulado “Schock del futuro”. Allí nos dice Toffler que caminamos aceleradamente hacia una civilización que él denomina “de objetos para tirar” (2). En nuestro mundo aumenta la producción de objetos para usar una sola vez: envases de cartón, bolígrafos de plástico, mecheros irrellenables... Objetos que se tiran. Así poco a poco, se va cortando nuestra relación ‘afectiva’ con los objetos: Aquel reloj, único recuerdo del abuelo; aquel juego de café, regalo de unos buenos amigos... Todo ese ámbito de “relación humana” que manteníamos con ciertas cosas, se irá recortando más cada día por una sociedad productora “de objetos para tirar”. Pues bien: Toffler da el salto del mundo de los objetos al mundo de las personas: La organización industrial y la complejidad técnica van a multiplicar los cambios en los puestos de trabajo y en los desplazamientos de domicilio. Como consecuencia, las relaciones humanas serán cada día más plurales, pero de menor profundidad. Serán muchos más los conocidos y muchos menos los amigos. Las relaciones con las personas se tornarán más fáciles, más rápidas, más transitorias. Y de una civilización “de objetos para tirar”, pasaremos a una sociedad “ de personas para tirar”. La fidelidad y la amistad se harán más difíciles. Y si a esto añadimos los estragos producidos en el orden humano por el utilitarismo cultural y el pragmatismo económico, la futura atmósfera social sufrirá todo un proceso de cosificación, la calidad de la relación humana puede estar llamada a la extinción. Reflexiones paralelas a las que hace Alain Toffler en clave de futuro, se desarrollan en la obra de Martin Heidegger en perspectiva de presente. Heidegger afirma que el hombre contemporáneo reduce, cada vez más, su existencia y su relación a la zona de “el mundo del se” (3). Se trata de ese mundo de la irresponsabilidad y de la omisión; el mundo del “se dice” y del “se hace”, que diluye la propia responsabilidad en la psicología colectiva y en la estructura de los cuerpos sociales. Ese mundo impersonal, mediatizado por el conformismo acrítico de los slogans y de la fácil acomodación: Frente a la separación y a la soledad, y bien anclado en la zona impersonal “del se”, yo ‘no puedo hacer nada’. Ante la alienación, la injusticia o la opresión, ‘yo lo siento, pero no es cosa mía’. Porque se hace, se dice, se aplasta, se discrimina, se odia, se aliena. Y mi “yo” se camufla en algo impersonal: opinión, hábitos, rutina, decisiones superiores. Por eso, Emmanuel Mounier, analizando en referencia ética lo que Heidegger llama “el mundo impersonal del se”, comenta taxativamente: “Yo peco contra la persona cada vez que me abandono a este anonimato y a esta irresponsabilidad” (4). Y nosotros, los educadores, no estamos exentos de la posibilidad de caer en esa trampa. La trampa de una sociedad “de personas para tirar”. La trampa del “mundo impersonal del se”. La trampa de “ser positivistas, como todo el mundo”. Cada curso pasan por mis aulas distintos muchachos. Chicos y chicas que, en pocos meses, me dicen adiós. Son muchos. Es difícil conocer a todos. Hay programas por confeccionar, niveles por alcanzar, prisas por hacer asimilar, evaluaciones para juzgar, fichas para encasillar, exámenes para corregir, tiempos breves para charlar entre pasillos. Barahunda propicia para cansar; para saltar del cansancio a la sensación de impotencia; para pasar de la impotencia a la indiferencia ; y para traducir la indiferencia en desamor. Hace poco dije en público que el fracaso escolar estaba señalado por los sociólogos como una causa de la drogadicción, y os invité a reflexionar sobre ello. Al día siguiente hubo evaluaciones y alguien aprovechó la ocasión para ironizar sobre el tema. Con todo el cariñoso respeto del que soy capaz, he de señalar aquí que no es tema adecuado para bromistas ni chascarrillos. Cualquiera que tenga un hijo drogadicto sabe muy bien que no es asunto propicio a la guasita. Y hago alusión a todo esto, porque es precisamente el respeto al otro lo que se constituye en el mejor antídoto contra el desamor; pues el respeto es la forma más sobria de manifestar el bienquerer, ante el dolor y la alegría, frente al silencio y en las palabras. En esta cuestión de relaciones humanas y para desterrar el desamor, yo propondría como punto de partida una máxima muy acertada, proveniente de un pensador “oficialmente” ateo a quien tuve el gusto de conocer personalmente: “Hacer sufrir –señala Albert Camus- es la única manera de equivocarse” (5). Siempre me llamó la atención la actitud respetuosa de Camus por todo lo humano. Yo diría que su obra literaria busca al hombre para respetarlo. Y le busca por los vericuetos de la pobreza o del absurdo, de la peste o de la culpabilidad, del temor a la muerte o del amor. En una conferencia en la que explicaba su postura frente al hombre, Camus afirmó: “Yo no parto del principio de que la verdad cristiana sea absurda. Nunca he entrado en ella, eso es todo” (6). Y un poco después añadió: “Somos algunos los que en este mundo perseguido tenemos el sentimiento de que si Cristo ha muerto para otros, no ha muerto para nosotros. Y al mismo tiempo, rehusamos desesperar del hombre. Sin tener la ambición pretenciosa de salvarle, nos empeñamos al menos en servirle”. En el servicio al hombre, “hacer sufrir es la única manera de equivocarse”. A partir de ahí, el educador no-creyente que es honrado sabe que en su entrega a la tarea pedagógica puede esforzarse por un mundo más fraternal. Y a partir de ahí, el educador creyente que espera en la Humanidad Nueva propuesta por Jesús –el Cristo- entiende que su presencia entre los hombres tiene proyección de justicia. Y aquí hablo de “justicia” en el sentido bíblico de la palabra. “Justicia” en la Biblia es un término que trasciende el orden legal; significa algo así como “fidelidad en el amor”. Es el amor del que nace la Alianza. Por eso el desamor respecto a los hombres, implica ruptura de la Alianza con Dios. Los textos proféticos y los evangelios avanzan en ese mismo sentido. Dicen las Escrituras: “Escuchad los que exprimís al pobre y despojáis a los miserables: Yo cambiaré vuestras fiestas en luto. Y habrá llanto como por un hijo único; y será el final como día muy amargo” (7)... Y es que la amargura es el fruto del desamor. JESÚS Mª GONZALEZ NOTAS: 1.- A. Christie: “Poirot en Egipto” . 2.- A. Toffler: « Schock del futuro ». 3.- M. Heidegger: « Ser y Tiempo ». 4.- E. Mounier: “Personalismo y Cristianismo”. 5.- A. Camus: “Calígula”. 6.- A. Camus: “Vie intellectuelle », 337. 7.- Libro de Amós: 8, 4. 10.