Febrero 1986 - Fundación San Valero

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ENTRE EL SILENCIO Y LA ESPERANZA
LA POSIBILIDAD DEL DESAMOR
Prefiero hablar del amor que del aborrecimiento. Me agrada más el diálogo sobre
la sabiduría que la charla sobre la necedad. Pero en el mundo existe el desamor y
cunde la ignorancia. Y también es tarea del educador, si quiere ser portador de
esperanza, meditar alguna vez sobre el matiz ingrato de la vida. Porque en esta
sociedad tan “tocada” de utilitarismos, el desapego psicológico resulta un producto
muy funcional; un producto muy “práctico”, que puede ir ganando terreno
subrepticiamente en nuestros criterios y en nuestro corazón.
Recuerdo que, allá por los años cincuenta y tantos, “hicieron furor” en España las
novelas de Agatha Christie. Nunca fue Agatha “santo literario de mi devoción”,
pero no me resisto a copiar aquí uno de sus diálogos por la perfección y el
desenfado con que relata el desamor: “-...’ Si alguna de mis amigas tuviese una
desgracia yo la abandonaría inmediatamente. A primera vista parece inhumano,
pero nos evita un gran número de molestias futuras’... -‘Entonces, si yo perdiese mi
dinero..., ¿me abandonarías mañana mismo?’ –‘Sí, querida, lo haría. ¡No podrás
decir que no soy franca! Sólo me gusta la gente que triunfa. Y lo mismo le pasa a
todo el mundo, con la diferencia de que ellos son más hipócritas y no quieren
confesarlo’... –‘¡Qué cruel eres, Juana!’ –‘Soy positivista, como todo el mundo’...”(1).
Sobre este diálogo puede decirnos algo la Sociología. Habrá que prescindir un
poco de cierto calamitoso profetismo, tan significativo en esa rama de las ciencias
humanas; sin embargo, los sociólogos nos anuncian que las condiciones
socioeconómicas de una civilización positivista nos abocan, cada vez más, al
desamor. Alain Toffler escribió – no hace todavía mucho tiempo- un libro, que se
constituyó en un auténtico ‘Betseller’, titulado “Schock del futuro”. Allí nos dice
Toffler que caminamos aceleradamente hacia una civilización que él denomina “de
objetos para tirar” (2). En nuestro mundo aumenta la producción de objetos para
usar una sola vez: envases de cartón, bolígrafos de plástico, mecheros
irrellenables... Objetos que se tiran. Así poco a poco, se va cortando nuestra
relación ‘afectiva’ con los objetos: Aquel reloj, único recuerdo del abuelo; aquel
juego de café, regalo de unos buenos amigos... Todo ese ámbito de “relación
humana” que manteníamos con ciertas cosas, se irá recortando más cada día por
una sociedad productora “de objetos para tirar”. Pues bien: Toffler da el salto del
mundo de los objetos al mundo de las personas: La organización industrial y la
complejidad técnica van a multiplicar los cambios en los puestos de trabajo y en
los desplazamientos de domicilio. Como consecuencia, las relaciones humanas
serán cada día más plurales, pero de menor profundidad. Serán muchos más los
conocidos y muchos menos los amigos. Las relaciones con las personas se
tornarán más fáciles, más rápidas, más transitorias. Y de una civilización “de
objetos para tirar”, pasaremos a una sociedad “ de personas para tirar”. La
fidelidad y la amistad se harán más difíciles. Y si a esto añadimos los estragos
producidos en el orden humano por el utilitarismo cultural y el pragmatismo
económico, la futura atmósfera social sufrirá todo un proceso de cosificación, la
calidad de la relación humana puede estar llamada a la extinción.
Reflexiones paralelas a las que hace Alain Toffler en clave de futuro, se
desarrollan en la obra de Martin Heidegger en perspectiva de presente. Heidegger
afirma que el hombre contemporáneo reduce, cada vez más, su existencia y su
relación a la zona de “el mundo del se” (3). Se trata de ese mundo de la
irresponsabilidad y de la omisión; el mundo del “se dice” y del “se hace”, que diluye
la propia responsabilidad en la psicología colectiva y en la estructura de los
cuerpos sociales. Ese mundo impersonal, mediatizado por el conformismo acrítico
de los slogans y de la fácil acomodación: Frente a la separación y a la soledad, y
bien anclado en la zona impersonal “del se”, yo ‘no puedo hacer nada’. Ante la
alienación, la injusticia o la opresión, ‘yo lo siento, pero no es cosa mía’. Porque se
hace, se dice, se aplasta, se discrimina, se odia, se aliena. Y mi “yo” se camufla en
algo impersonal: opinión, hábitos, rutina, decisiones superiores. Por eso,
Emmanuel Mounier, analizando en referencia ética lo que Heidegger llama “el
mundo impersonal del se”, comenta taxativamente: “Yo peco contra la persona
cada vez que me abandono a este anonimato y a esta irresponsabilidad” (4).
Y nosotros, los educadores, no estamos exentos de la posibilidad de caer en esa
trampa. La trampa de una sociedad “de personas para tirar”. La trampa del
“mundo impersonal del se”. La trampa de “ser positivistas, como todo el mundo”.
Cada curso pasan por mis aulas distintos muchachos. Chicos y chicas que, en
pocos meses, me dicen adiós. Son muchos. Es difícil conocer a todos. Hay
programas por confeccionar, niveles por alcanzar, prisas por hacer asimilar,
evaluaciones para juzgar, fichas para encasillar, exámenes para corregir, tiempos
breves para charlar entre pasillos. Barahunda propicia para cansar; para saltar del
cansancio a la sensación de impotencia; para pasar de la impotencia a la
indiferencia ; y para traducir la indiferencia en desamor.
Hace poco dije en público que el fracaso escolar estaba señalado por los
sociólogos como una causa de la drogadicción, y os invité a reflexionar sobre ello.
Al día siguiente hubo evaluaciones y alguien aprovechó la ocasión para ironizar
sobre el tema. Con todo el cariñoso respeto del que soy capaz, he de señalar aquí
que no es tema adecuado para bromistas ni chascarrillos. Cualquiera que tenga un
hijo drogadicto sabe muy bien que no es asunto propicio a la guasita. Y hago
alusión a todo esto, porque es precisamente el respeto al otro lo que se constituye
en el mejor antídoto contra el desamor; pues el respeto es la forma más sobria de
manifestar el bienquerer, ante el dolor y la alegría, frente al silencio y en las
palabras.
En esta cuestión de relaciones humanas y para desterrar el desamor, yo
propondría como punto de partida una máxima muy acertada, proveniente de un
pensador “oficialmente” ateo a quien tuve el gusto de conocer personalmente:
“Hacer sufrir –señala Albert Camus- es la única manera de equivocarse” (5).
Siempre me llamó la atención la actitud respetuosa de Camus por todo lo humano.
Yo diría que su obra literaria busca al hombre para respetarlo. Y le busca por los
vericuetos de la pobreza o del absurdo, de la peste o de la culpabilidad, del temor
a la muerte o del amor. En una conferencia en la que explicaba su postura frente al
hombre, Camus afirmó: “Yo no parto del principio de que la verdad cristiana sea
absurda. Nunca he entrado en ella, eso es todo” (6). Y un poco después añadió:
“Somos algunos los que en este mundo perseguido tenemos el sentimiento de que
si Cristo ha muerto para otros, no ha muerto para nosotros. Y al mismo tiempo,
rehusamos desesperar del hombre. Sin tener la ambición pretenciosa de salvarle,
nos empeñamos al menos en servirle”.
En el servicio al hombre, “hacer sufrir es la única manera de equivocarse”. A partir
de ahí, el educador no-creyente que es honrado sabe que en su entrega a la tarea
pedagógica puede esforzarse por un mundo más fraternal. Y a partir de ahí, el
educador creyente que espera en la Humanidad Nueva propuesta por Jesús –el
Cristo- entiende que su presencia entre los hombres tiene proyección de justicia. Y
aquí hablo de “justicia” en el sentido bíblico de la palabra. “Justicia” en la Biblia es
un término que trasciende el orden legal; significa algo así como “fidelidad en el
amor”. Es el amor del que nace la Alianza. Por eso el desamor respecto a los
hombres, implica ruptura de la Alianza con Dios. Los textos proféticos y los
evangelios avanzan en ese mismo sentido.
Dicen las Escrituras: “Escuchad los que exprimís al pobre y despojáis a los
miserables: Yo cambiaré vuestras fiestas en luto. Y habrá llanto como por un hijo
único; y será el final como día muy amargo” (7)... Y es que la amargura es el fruto
del desamor.
JESÚS Mª GONZALEZ
NOTAS:
1.- A. Christie: “Poirot en Egipto” .
2.- A. Toffler: « Schock del futuro ».
3.- M. Heidegger: « Ser y Tiempo ».
4.- E. Mounier: “Personalismo y Cristianismo”.
5.- A. Camus: “Calígula”.
6.- A. Camus: “Vie intellectuelle », 337.
7.- Libro de Amós: 8, 4. 10.
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