¡Qué! Sólo estoy tratando de correr

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“¡Qué! Sólo estoy tratando de correr”
Mar Gallego
En los años
sesenta, la
resistencia
f ísica de las
mujeres era
considerada
inf erior a la
masculina. Las
deportistas y
las atletas
veían cómo el
límite a sus
capacidades se
imponía
of icialmente en
el kilómetro y
medio de
competición.
Por tanto, los
Maratones de
largas
distancias les
estaban
vedados.
Es ta imag e n d e Switz e r, p rime ra muje r e n c o rre r un marató n c o n núme ro re g is trad o , d io la vue lta al mund o
El Comité Olímpico prohibió hasta 1969 las pruebas f emeninas que sobrepasaran los 200 metros: “Una
distancia mayor era no sólo un serio peligro para la salud de las mujeres sino también para su f utura
maternidad”
Uno de los más prestigiosos, el Maratón de Boston, se vio sorprendido por la inclusión en la carrera of icial
de algunas mujeres que iniciaban su ritmo bajo “ropa masculina”. Kathrine Switzer f ue la primera que
consiguió inscribirse de manera of icial con un número de dorsal: el 261. Cuando uno de los jueces del
evento deportivo descubrió que Switzer había logrado burlar las normas, se abalanzó sobre ella para
arrancarle el número, pero el placaje de un compañero de carrera hizo volar al juez por los aires y nadie
pudo impedir que la corredora acabara el recorrido.
42.195 metros es la distancia que se recorre en un maratón. El de Boston, el mismo que el 15 de abril f ue
objetivo de un atentado, se considera una de las pruebas f ísicas de resistencia con categoría olímpica más
prestigiosas. Sin embargo, desde que nació en 1897 f ue un evento exclusivo para hombres. Hasta 1972 la
Asociación Atlética de Boston no permitió la participación of icial de mujeres. Las que corrieron antes de esa
f echa se consideraron “corredoras no autorizadas”.
Feminidad en peligro
Los f undamentos
religiosos venían a
ref orzar estas
creencias y la
experiencia de las
Olimpiadas de
Ámsterdam de 1928 no
ayudó a plantarles
cara. Esas olimpiadas
f ueron las primeras en
que se tiene
constancia de
intervención f emenina
en pruebas de más de
100 metros: las
mujeres lograron entrar
a la competición en
atletismo a pesar de la
objeciones del papa
Pío XI. Su participación
se limitó a cinco eventos.
Áms te rd am d e 1928. Prime ra p artic ip ac ió n d e muje re s e n lo s J ue g o s O límp ic o s
A pesar de que deportistas, como la alemana Lina Radke-Batschauer, se hicieron con medallas de oro en
varias pruebas, incluida la carrera de los 800 metros; la organización pref irió quedarse con otra cara de
esta última en la que muchas de las competidoras cayeron al suelo exhaustas tras f inalizar el recorrido.
Fue la excusa por la que el Comité Olímpico Internacional (COI) suspendió la prueba de 800 metros para
mujeres hasta 1960. Su consecuencia f ue un “vacío f emenino” en las pruebas de f ondo y se asentó la idea
de la inf erioridad f isiológica de las mujeres en la que insistía la iglesia católica y unas teorías biologicistas
basadas en esencialismos binómicos.
Las participaciones mediáticas de Roberta Gibb y Kathrine Switzer en el Maratón de Boston f ueron claves
para incluir a las mujeres en las pruebas largas
Lo ocurrido en 1928 tenía una explicación mucho más sencilla: la mayoría de las participantes que cayeron
al suelo no tenía experiencia previa en estas distancias. Eran atletas expertas en otras disciplinas que se
inscribieron por f ormar parte de una prueba olímpica ya que las suyas no estaban programadas en esta
categoría.
El entonces presidente del COI, Henri Baillet-Latour, prohibió -tras el hecho- el reconocimiento of icial de las
pruebas f emeninas que sobrepasaran los 200 metros: “Una distancia mayor era no sólo un serio peligro
para la salud de las mujeres sino también para su f utura maternidad. Con semejantes esf uerzos, las
mujeres envejecerían más rápido”. En los Juegos de Roma de 1969 se abrió un poco la veda y se incluyó
alguna que otra prueba superior.
Atletas mediáticas
La presencia de las maratonianas en la historia es extensa y está llena de experiencias dignas de contar y
anécdotas. Por ejemplo, la griega Stamis Rovithi se considera la primera mujer en correr un maratón de
manera extraof icial. Fue en las Olimpiadas de Atenas de 1896. Tras denegársele la inscripción al maratón
masculino, Rovithi decidió hacer el recorrido por su cuenta a través de un trazado paralelo que quedaba
f uera del marcado of icial. Según los testimonios recogidos, su intención era llamar la atención de la Casa
Real y mejorar así su posición social.
En el siglo XX también hay testimonios de presencia
f emenina extraof icial en maratones. Sin embargo, las
intervenciones de Roberta Gibb y Kathrine Switzer
f ueron claves por el ef ecto mediático y la repercusión
de sus acciones en los Estados Unidos. Ambas
tuvieron lugar en el Maratón de Boston.
El primero de los acontecimientos se dio en 1966,
cuando Roberta Gibb (más conocida como Bobbi
Gibb), de 23 años, recibió una carta del director de la
carrera, Will Cloney, en la que se rechazaba su
participación of icial debido a las normas machistas
imperantes. La noticia, lejos de desanimarla, la llevó a
plantearse el reto. Gibb no podía inscribirse de
manera of icial, pero haría la carrera extraof icialmente.
Se vistió con ropa de su hermano: bermudas y
sudadera con capucha azul que ocultaba el top negro
que usaba para correr. Gibb se escondió entre los
arbustos (esta estrategia era usada por muchas
corredoras que participaban en la clandestinidad)
cerca de la línea de partida y, tras el pistoletazo de
salida, esperó a que hubieran algunos corredores en
la pista y saltó a la carrera.
Los participantes se percataron de que había una
mujer corriendo con ellos y la animaron hasta tal
punto que Gibb decidió quitarse la sudadera. El
público también la apoyó y logró la atención de la
prensa. Diana Chapman Walsh, expresidenta de
Wellesle College, f ue una de las testigos del hecho.
En declaraciones realizadas aseguró que sintió que
“Gibb había hecho más que romper la barrera de
género en una carrera f amosa”. Al llegar a la meta, el
gobernador de Massachussetts estaba allí para darle
la mano a la corredora y f elicitarla. Gibb acabó su
recorrido en 3 horas, 21 minutos y 40 segundos, por
delante de los dos tercios de corredores que
quedaban en pista. Los medios recogieron la noticia
en primera plana y el apoyo of icial para que las
mujeres pudieran correr maratones parecía inminente.
A pesar de las promesas de cambio, el año siguiente
hubo las mismas restricciones y Gibb volvió a correr
de manera extraof icial. Sin embargo, esta vez no lo
hizo sola. Otra mujer, Kathrine Switzer decidió
lanzarse a la carrera, burlando las negativas a
inscribirse y haciéndolo con un número de dorsal: el
261. Esto la convirtió en la primera mujer en correr un
maratón con número registrado.
La p artic ip ac ió n e xtrao fic ial d e Bo b b i G ib b e n la Marató n
d e Bo s to n s e c o nvirtió e n un fe nó me no me d iátic o
G ib b , tras finaliz ar s u s o nad a p artic ip ac ió n e n e l Marató n
d e Bo s tó n d e 1966
Switzer, que entonces contaba 20 años de edad, usó
sus iniciales para la inscripción -̶K.V. Switzer-̶ y se incorporó a la carrera, camuf lada con ropa ancha. La
corredora hubiera podido “pasar desapercibida” , pero uno de los comisarios de la carrera -̶Semple Jock-̶ la
descubrió y se abalanzó sobre ella agarrando su dorsal para arrancárselo y gritando “¡Lárgate de mi
carrera y dame esos números!”.
Switzer luchó por que se considerara prueba olímpica, algo que sucedió en 1984 en los Juegos de Los
Ángeles
La propia Switzer ha llegado a contar así lo que le ocurrió: “Recuerdo que cuando llevábamos menos de
cinco kilómetros recorridos, un responsable de la organización se bajó del camión de la prensa, que estaba
justo delante de mí, con la intención de sacarme del maratón. Me sentí muy asustada en ese instante y lo
primero que se me pasó por la mente f ue alejarme lo antes posible de él. Los corredores que estaban junto
a mí empezaron a gritar que me dejara en paz. Entonces, mi novio, que era un exjugador de f útbol
americano, le hizo un placaje con el cuerpo y lo sacó del recorrido […]. No permití que el miedo me
detuviera. Quería demostrar que merecía estar allí y que las mujeres podíamos correr, al igual que los
hombres, largas distancias”. Acabó la prueba en un tiempo de 4 horas y 20 minutos.
La f oto del comisario
intentando arrancar el
dorsal dio la vuelta al
mundo; llegó incluso a
aparecer en el libro ‘Las
100 f otograf ías que
cambiaron el mundo’.
Switzer declaró que,
tras el incidente, “los
periodistas se pusieron
muy f uriosos”. Le
gritaban: “¿Qué estas
tratando de probar?
¿Eres una suf ragista?
¿Estás en una
cruzada?”. Ella
pensaba: “¡Qué! Sólo
estoy tratando de
correr”.
Re c o rte d e p re ns a d e la é p o c a c o n s e c ue nc ia d e l ataq ue a Switz e r
La Asociación Atlética
de Boston reconoció
of icialmente las tres victorias obtenidas por Gibb, 30 años después de su primera carrera
La vida de Switzer cambió tras el maratón. Decidió, y sigue haciéndolo en la actualidad, dedicar sus
acciones a romper barreras machistas en el deporte. Además, puso de moda el running entre las mujeres
estadounidenses. En 1972, 5 años después de su intervención, el Maratón de Boston se abrió a la
participación of icial f emenina. Tras esto, la corredora luchó por que se considerara prueba olímpica, algo
que sucedió en 1984 en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En las últimas ediciones, el Maratón de
Boston ha contado con una participación de casi 11.000 mujeres.
Mientras, Bobbi Gibb siguió corriendo el Maratón los años sucesivos casi siempre alcanzando los primeros
puestos entre las mujeres que, cada vez más, se animaban a participar. En 1996 (30 años después de su
primera carrera en Boston), la Asociación Atlética de Boston reconoció of icialmente las tres victorias
obtenidas por Gibb y le otorgó una medalla. Su nombre se inscribió en la plaza Copley.
En marzo de
2013, la
prohibición
volvió a saltar a
la luz pública
cuando la ONU
decidió cancelar
uno en Gaza
debido a la
oposición del
grupo islámico
Hamás a que
participaran
mujeres. El
evento iba a
ser organizado
por la Agencia
de Naciones
Unidas para las
personas
ref ugiadas de
Partic ip ante s e n e l Marató n d e Bo s to n d e 1972, e n e l q ue p ud ie ro n c o rre r d e mane ra o fic ial. La F6 e s
Switz e r
Palestina en
Oriente
próximo. De las 551 personas inscritas, 266 eran mujeres; 67 de ellas, palestinas. El secretario general del
Gobierno de Hamás af irmó, tras conocer la decisión y lamentarla, que sus condiciones exactas eran que
los hombres y las mujeres corrieran por separado, sin mezclarse.
Con todo, lo ocurrido en el Maratón de Boston no es más que un testimonio de muchos. En este caso,
marcó un antes y un después por los registros f otográf icos que se consiguieron de los acontecimientos.
Asimismo, el hecho se toma como ejemplo de cómo los hombres pueden solidarizarse con las mujeres en
la lucha por sus derechos y acompañarlas en “la carrera”. En este caso, los compañeros corredores tanto
de Gibb como de Switzer optaron por acompañarlas mientras que otros eligieron “atacar el dorsal”, en un
intento f rustrado por limitar el derecho de las mujeres a correr sin máximos impuestos.
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