La violencia doméstica: una lacra social que no cesa

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La violencia doméstica: una lacra social que no cesa
Hoy se celebra el Día Internacional contra la Violencia Doméstica. Ello nos obliga a reflexionar
acerca de un problema que constituye una auténtica lacra social. La violencia que se ejerce en
el ámbito de la familia afecta a mujeres, menores y ancianos. Sin embargo, en su mayor
proporción constituye violencia de género, es decir, contra las mujeres, que se asienta en la
profunda desigualdad entre los seres humanos, fruto de las relaciones de dominio que
históricamente han ejercido los hombres sobre las mujeres. Es un problema atávico que lleva
milenios. Un problema que además, es de carácter universal, dado que atraviesa todas las
culturas de Oriente a Occidente. La conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín
afirmaba que la violencia contra la mujer es el crimen encubierto más numeroso del mundo.
En lo que va de año, según cifras del Ministerio del Interior, en nuestro país se han presentado
37.335 denuncias por personas de ambos sexos por delitos relacionados con la violencia
doméstica, de las cuales 29.065 han sido presentadas por mujeres. Un estudio del Instituto de
la Mujer del año 1999 revela que dos millones de españolas sufren o han sufrido malos tratos
físicos o psíquicos, lo que supone un 12,4% de la población femenina, de las cuales un 70%
declara sufrirlos desde hace más de cinco años, es decir de forma habitual. Desde el mes de
enero a septiembre del año en curso 44 mujeres han sido asesinadas a manos de sus maridos
o compañeros sentimentales. Las cifras no pueden ser más desoladoras, al ser la expresión
más rotunda de que los derechos fundamentales a la vida, a la integridad física y a la libertad
son diariamente violados.
Este panorama no es muy diferente del resto de países de la Unión Europea y del mundo
entero. Unicef sitúa en un 20% la población femenina que sufre algún tipo de violencia,
incluyendo en este porcentaje además de las muertes y de los malos tratos físicos y psíquicos,
las agresiones sexuales y las ablaciones de genitales.Y las Naciones Unidas han advertido de
que las agresiones a mujeres son la primera causa de muerte entre la población femenina de
entre 15 y 40 años, muy superior a las producidas por el cáncer, la malaria, los accidentes de
circulación o las guerras.
Durante siglos, la violencia que se ha venido ejerciendo en el seno de la familia se ha
considerado un problema de ámbito privado.Sin embargo, en los últimos años la sociedad ha
ido tomando conciencia de esta grave situación, gracias al enorme esfuerzo de las
asociaciones de defensa de los derechos de la mujer y de los niños, al trabajo de los medios
de comunicación y a las propias afectadas, que venciendo todos los miedos, denuncian la
situación de maltrato físico y moral a la que están sometidas. También desde los poderes
públicos, el Gobierno de la nación a través de los dos Planes de Acción contra la Violencia
Doméstica y muchos gobiernos de las distintas comunidades autónomas, han venido
ofreciendo distintos planes de actuación encaminados a la prevención de los actos violentos, a
través de una educación basada en la igualdad y no discriminación por razón de sexo, a
sancionar las conductas violentas y a paliar los efectos que producen en las víctimas.Para ello
se han venido desarrollando diferentes niveles de actuación: la educación en los centros
escolares en los valores de la no violencia y de la igualdad, la reforma de medidas legislativas,
medidas asistenciales y de intervención social a favor de las personas perjudicadas y la
apertura de nuevas líneas de investigación para conocer con toda profundidad el problema y
sus causas. Sin embargo, todo ello no ha servido para atajar el problema o, como mínimo,
paliar sus efectos.
En el marco de la necesaria cooperación entre las administraciones públicas, el Consejo
General del Poder Judicial ha firmado en fecha reciente un convenio con el Ministerio de
Justicia y el de Asuntos Sociales para la creación de un Observatorio de la Violencia
Doméstica. Su objetivo más importante es hacer un seguimiento de las sentencias y demás
resoluciones judiciales dictadas en este ámbito, a fin de plantear pautas de actuación en el
seno del Poder Judicial y a la vez sugerir aquellas modificaciones legislativas que se
consideren necesarias para conseguir una mayor eficacia y contundencia en la respuesta
judicial contra este dramático problema; entre ellas la creación de un Registro Nacional de
Medidas contra la Violencia Doméstica que posibilite a policías, fiscales y jueces conocer en
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cada momento el número de denuncias y medidas cautelares adoptadas contra un mismo
agresor.
Asimismo en el último Pleno del CGPJ, hemos acordado en el marco de nuestras
competencias una serie de iniciativas a fin de poder ofrecer resultados concretos y visibles.
Entre otras muchas, la instauración de una norma de reparto de las causas judiciales
específica para estos casos, a fin de evitar la dispersión de las denuncias entre varios
juzgados que permita la investigación del delito del mal trato habitual y que posibilite asimismo
la celebración de los juicios rápidos regulados en la recientísima reforma del procedimiento
penal propiciada y aprobada por todos los grupos parlamentarios y que entrará en vigor el 28
de abril del próximo año. Uno de los objetivos de esta importante reforma legislativa es
conseguir una mayor eficacia en la respuesta penal contra los delitos relacionados con la
violencia doméstica de tal forma que el juicio pueda celebrarse a los 15 días del hecho y, si la
conducta es considerada falta, en el mismo día que se presenta la denuncia.
En otro orden de cosas, hemos encomendado a nuestro Servicio de Inspección una
investigación destinada a comprobar la veracidad de un hecho frecuentemente denunciado por
los medios de comunicación: si las mujeres fallecidas en el curso de los dos últimos años
habían denunciado previamente y en reiteradas ocasiones a sus agresores sin obtener una
respuesta adecuada por parte del Poder Judicial. Hemos elaborado también un programa
específico de formación de jueces y magistrados. Aunque muchas resoluciones judiciales no
son objeto de comentarios públicos porque están dictadas dentro de los parámetros de la
legalidad y de la corrección jurídica, otras son rechazables al contener razonamientos
erróneos, extravagantes, e incluso en ocasiones, denigrantes para la condición de la mujer.
Es también en el terreno legislativo donde deberían proponerse, en mi opinión, soluciones más
audaces. La modificación del Código Penal y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que entró
en vigor el 10 de junio de 1999, supuso un avance en las medidas de protección a la víctima
en fase de instrucción, en la regulación de los malos tratos habituales y en la introducción de la
violencia psíquica como delito. Pero las estadísticas judiciales demuestran que la mayoría de
procedimientos se ventilan en juicios de faltas, con penas de multa irrisorias, sin posibilidad de
imponer medidas cautelares y sin que se anote la condena en un registro de penados a
efectos de conocer los antecedentes penales.
En prácticamente ninguno de los códigos penales europeos existe el capítulo de las faltas, ni
en el ámbito de la violencia familiar ni en ningún otro. Las faltas en el terreno de los intereses
vitales de las personas resultan irrisorias e irritantes. A mi entender, en materia de violencia
doméstica, todas las conductas que atentan a la integridad física y moral de las personas lesiones y malos tratos- y contra la libertad -amenazas- deberían ser reconducidas a delito con
todas sus consecuencias. Resulta doctrinalmente inexplicable que, por ejemplo, el art. 620.1
del Código Penal español permita reputar como falta leve una amenaza verbal efectuada con
exhibición de armas u otros instrumentos peligrosos. Esto demuestra que el derecho a la
libertad de las personas sigue más desprotegido en este país que el de la propiedad privada.
En esta etapa política en la que se buscan consensos políticos para todos aquellos temas que
se consideran de grave dimensión social, tales como terrorismo, inmigración y justicia, no se
alcanza a comprender por qué la violencia familiar no está dentro del catálogo de las llamadas
«cuestiones de Estado». Solo aunando esfuerzos podremos ser más eficaces. Teniendo en
cuenta el rechazo social activo tan creciente que se ha experimentado en los últimos años, se
trataría de promover un gran consenso social y político para resolver los efectos de este
dramático problema, con el fin de lograr un objetivo ansiado por todos los ciudadanos y
ciudadanas de bien: su total erradicación.
25 de noviembre de 2002
Montserrat Comas d´ Argemir
Magistrada y vocal del Consejo General del Poder Judicial.
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