SCIASCIA, Leonardo (1982). El caso Aldo Moro. El 16 de marzo de 1976, el primer ministro italiano y presidente de la Democracia Cristiana Aldo Moro fue secuestrado en Roma por el grupo terrorista Brigadas Rojas. Durante casi dos meses de dramático secuestro, Moro dirigió una serie de emotivas cartas a la opinión pública y a diversos personajes públicos. Los políticos del momento tomaron esas cartas como el fruto de la desesperación de Moro y la presión de sus raptores, pero Sciascia reconoció en ellas un dramático intento de diálogo con sus compañeros de partido y de gobierno para salvar su vida. Sciascia enfrenta los desesperados llamamientos de Moro con la cínica “razón de estado” en la que se ampararon sus supuestos amigos y correligionarios, los medios de comunicación y el Vaticano. El cadáver de Moro apareció el 9 de mayo en el portaequipajes de un coche aparcado, con simbólica osadía, entre la sede de la Democracia Cristiana y la del Partido Comunista, en Roma. En aquel momento, tras unos veinte días de cautividad, ciertamente Moro no abriga grandes ilusiones de que la policía pueda dar con él y liberarlo. Confía más en la negociación, en el trueque, y le ofrece al partido un argumento que puede servirle para justificarse — admitiendo que la Democracia Cristiana necesite justificaciones — ante los demás partidos y la opinión pública: el argumento de que él, Moro, siempre opinó así, coherentemente con su condición de cristiano. Así es como opinaba Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana, desde hacía un par de años: entre salvar una vida humana y sostener a ultranza unos principios abstractos, lo que había que hacer era forzar el concepto jurídico de estado de necesidad hasta convertirlo en un principio: el nada abstracto principio de la salvación del individuo a costa de los principios abstractos. Y no podían opinar de otra forma, al ser o llamarse cristianos, los hombres de la Democracia Cristiana: desde la base hasta el vértice. Pero una insospechada e inmensa llamarada estatolátrica parece haberse adherido a la Democracia Cristiana y poseerla. Moro, que sigue opinando como antes opinaba, se vuelve así un cuerpo extraño: una especie de doloroso cálculo biliar que es necesario extirpar — con el fervor estatolátrico a manera de anestesia — de un organismo que, casi por obra de un milagro, ha adquirido el dinamismo y el uso del «sentido del Estado». Ciertamente es incómodo que se sepa que Moro siempre fue de esa opinión, que no fue obra de drogas o malos tratos por parte de las Brigadas Rojas su conversión a la tesis de la legitimidad del intercambio de prisioneros entre un Estado de derecho y una banda subversiva. Pero todo esto tiene un remedio, y ni siquiera es necesario fatigarse mucho para administrarlo. Los periódicos independientes y de partido, las revistas semanales ilustradas, la radio, la televisión, casi todos se plantan firmes, en línea para defender al Estado, proclamando la metamorfosis de Moro, su muerte civil. Fuente: http://www.historiacontemporanea.com/pages/bloque4/la-guerra-fria-i-democracias-occidentales/fuentes_literarias/el-caso-aldo-moro Última versión: 2016-11-17 06:41 - 1 dee 1 -