El hábito: ¿si hace al monje? Luis Carlos Ochoa Vásquez, Pediatra Puericultor. “El hábito no hace al monje” dice el refrán popular. Con ello se quiere significar que no basta el ropaje, lo externo, pues en muchas ocasiones todo se queda en apariencias, cuando lo verdaderamente importante está en lo que cada persona es realmente, su personalidad, su carácter, pero muy especialmente en el vivir y convivir con valores y principios bien cimentados. Se quiere entonces poner en evidencia, que la formación de hábitos en la crianza y educación de los hijos tiene una connotación opuesta a la que tradicionalmente le da este refrán pues si bien es a través de los hábitos como nos interrelacionamos con los demás, no es una simple herramienta para “quedar bien”. La auténtica formación de hábitos tiene connotaciones más profundas como se verá más adelante. ¿Qué son los hábitos? Se define el hábito como aquel “modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes”. El hábito es pues como se actúa (es acción) pero también es como se comporta (es conducta). Es adquirido: no se nace con hábitos; el niño los va adquiriendo a través de su contacto con los demás en la vida diaria y mediante la repetición de esos actos, es decir, el niño los adquiere cuando los mismos se vuelven rutinarios, los ve hacer a los demás y él mismo empieza a hacerlos. Habituar es entonces “acostumbrar o hacer que alguien se acostumbre a algo” (DRAE). Pero el significado del hábito va más allá. No es sólo la adquisición de actos reflejos, de hacer automáticamente lo que hacen los demás. Significa además el interiorizar dichos actos, comprender y aceptar concientemente que el actuar de una u otra manera tiene sus repercusiones tanto para sí mismo como para los demás. El hábito no es pues imposición ni “domesticación”. En la formación de hábitos el niño llegará a tener la capacidad de escoger cómo actúa, pero también tendrá la capacidad de asumir las consecuencias de su actuar (Educación en libertad; el libre albedrío). De aquí surge otra concepción más amplia que el simple aspecto conductista en la formación de hábitos: es interiorizar los ideales de un grupo, es educación y socialización. Se trata pues de un componente fundamental de la crianza. ¿Para qué los hábitos? El niño al nacer es básicamente heterónomo, depende de los demás para su supervivencia. Es también un ser casi asocial. Gracias a la crianza, y dentro de ella a la formación de hábitos, el niño se va volviendo progresivamente en un ser social y autónomo, aprende a convivir, a acatar normas, a su autocuidado, a su crecimiento y desarrollo. ¿Cómo se adquiere un hábito? Como ya se anotó, la formación de los hábitos se fundamenta en el principio de estímulo – respuesta. Se llega a configurar un hábito cuando se realiza una función asociada a unos elementos externos y se repite la asociación de la función con dichos elementos externos hasta que el niño llega a realizar dicha función de manera correcta, espontánea, agradable las más de las veces y sin presiones externas. Es decir, lo hace porque eso es lo natural, lo común y corriente y porque así le va mejor a él y a los demás. Requisitos para la conformación de hábitos: Ejemplo. No hay la menor duda que el requisito fundamental en la adquisición de los hábitos está en el ejemplo. Volvamos a la sabiduría de los refranes populares: “Al marrano como lo crían”. “De tal palo tal astilla”. “Hijo de tigre nace pintado”. No se hace referencia aquí a los caracteres hereditarios, los cuales son inmodificables. Como ya se anotó, no se nace con los hábitos, ellos se adquieren. El niño desea comportarse como lo hacen los adultos más significativos para él, es decir, como se comportan sus padres y maestros. Esta conducta le ayuda a construir su propio modelo de ser y a reafirmar el concepto de sí mismo. Buenos o malos, adecuados o no, los niños tomarán para sí los hábitos que practican sus mayores en la cotidianidad; tratarán casi siempre de imitar a sus mayores. Ellos necesitan espejos en qué reflejarse, requieren modelos, más que críticas Para que el ejemplo sea eficaz debe ir acompañado siempre de las palabras necesarias para darle el sentido al comportamiento de las personas. No basta con mostrar cómo se hace algo, sino explicar por qué es mejor así y para qué se hace de esta o aquella manera. Consistencia. La repetición de un acto igual o similar es básico en la adquisición de hábitos. Si el niño recibe ejemplos diferentes, o peor aún, contradictorios, esto lo desconcierta, acaba por no saber qué modelo tomar. Esto es válido especialmente en la aplicación de normas, en hábitos alimentarios, del sueño, entre otros. Tiempo y paciencia. Son también requisitos para que el niño incorpore un hábito, lo automatice y lo empiece a aplicar cada vez más por su propia cuenta como una más de sus rutinas. Ambiente físico y psicológico tranquilos, sin distractores y sin presiones indebidas. Acompañamiento respetuoso y afectivo. El amor y la ternura son ingredientes imprescindibles para la adquisición adecuada de hábitos. No se trata de creer que el ejemplo por sí mismo basta. Las palabras de estímulo, la confianza que se les brinde y las manifestaciones de cariño son necesarias. No se trata pues de dejarlos solos ni de que hagan lo que se les antoje. Autoridad. En la formación de los hábitos es necesario aplicar la autoridad entendida ésta en su más sana concepción: aquella que se gana por el respeto y el afecto, no la que creen tener los padres por el simple hecho de ser progenitores. Lo contrario a esta actitud es el poder: el uso de la fuerza física, moral, psicológica o social para doblegar la voluntad del otro. A ningún niño se le puede forzar, de ninguna manera, a adquirir de manera correcta, un hábito. Respeto a la individualidad. Tener presente que cada niño es único e irrepetible, es decir, que en realidad cada hijo requiere de un estilo de crianza diferente y que además se deben tener presentes sus habilidades y las distintas etapas del desarrollo en la construcción de hábitos. Error. El error es también otro requisito fundamental. Es indispensable quitarle al error el estigma de fracaso, mala voluntad o desatención y darle su verdadero valor dentro del proceso de enseñanza – aprendizaje. Es una herramienta fundamental en el proceso de adquisición de hábitos. Firmeza. Este aspecto se refiere a que en la construcción de hábitos se tenga siempre la mayor claridad en las ideas y en los principios. Firmeza no significa ser violento o agresivo ante un fracaso del niño, sino el explicarle porqué algo que él hizo no es adecuado y nunca lo será si sigue actuando de la misma manera, pero concomitantemente ayudarlo para que cada vez lo haga mejor. ¿Qué se logra con la adquisición de hábitos? Aunque ya es claro cuál es el objetivo de la formación de hábitos en la infancia, vale la pena resaltar algunos puntos específicos que resaltan con mayor precisión su función en la crianza: Con la incorporación de un hábito el niño obtiene una óptima imagen de sí mismo, es decir, de autoestima. “Lo hice yo solo” es una expresión mágica y llena de satisfacción que ningún niño olvidará jamás. Como decía alguien: “El mejor auto que se les debe dar a los niños para que viajen por el camino de la vida es la autoestima”. Los hábitos le van dando al niño, de forma gradual, independencia, autonomía. Poco a poco va necesitando menos de los demás y aprende a valerse por sí mismo. Como decía Piaget, criar un hijo es darle autonomía, pero se hace referencia no sólo a la autonomía física, a la adquisición de habilidades psicomotoras (lavarse solo, controlar sus esfínteres, aprender a leer). No. Desde el punto de vista de los hábitos la autonomía hace especial referencia al componente moral. Se busca que con los hábitos el niño se vuelva un ser moralmente autónomo, que aprenda a diferenciar el bien y el mal, lo que es correcto e incorrecto, lo que es perjudicial para sí mismo y para los demás y que actúe en consecuencia, independientemente de que lo vean o no; de que lo premien o lo castiguen. Es claro que el camino que se recorre para adquirir un hábito le permite al niño de manera concomitante la adquisición de nuevas habilidades y esto lo lleva a su vez a estimular y fortalecer su creatividad. Con su imaginación y fantasía, esas nuevas destrezas le permitirán ser más creativo lo cual a su vez se debería constituir en un nuevo hábito: aprender a buscar soluciones a los problemas por sí mismo, de tal suerte que los adultos “se vayan volviendo progresivamente innecesarios” (¡esta última frase es también una buena definición de autonomía!). Con la formación de hábitos también se fomenta la solidaridad. El niño aprende, se habitúa a hacer algo de manera correcta no sólo para su propio beneficio sino para los demás. Es a través de los pequeños detalles (no arrojar basuras al suelo, recoger la ropa sucia, no desperdiciar el agua o la comida, respetar un turno, hacer la fila) como el niño aprende a convivir con los demás, a tenerlos en cuenta. Los hábitos contribuyen también y de manera significativa a la felicidad del niño. La inmensa alegría que siente cuando logra hacer algo por sí mismo, desde sus primeros pasos sin apoyo hasta la primera frase que lee de un libro o cuando escribe por primera vez su nombre, son hitos que le dan momentos inolvidables de alegría y de autoconfianza. En la construcción de hábitos el niño también aprende a afrontar las dificultades, a sobreponerse a los fracasos, a comprender que hay que intentarlo una y otra vez. Que los errores son sólo peldaños que le permiten salir adelante. Es decir, mediante la formación de los hábitos el niño aprende también a ser resiliente. Los hábitos contribuyen también a la salud del niño, no sólo en esta etapa sino en la vida adulta. Cada vez se conoce más sobre la estrecha relación entre los hábitos saludables en Pediatría y su repercusión en el adulto. El enfoque moderno de la promoción de la salud infantil se orienta, cada vez con más énfasis, hacia la prevención de la patología del adulto. Los hábitos saludables adquiridos desde la niñez pueden prevenir trastornos como la obesidad, la anorexia, la bulimia, problemas dentarios como la maloclusión, las caries y pérdida de dientes; la diabetes, enfermedades cardiovasculares, alergias, asma, trastornos posturales, tabaquismo, alcoholismo drogadicción, entre otros. A través de los hábitos el niño avanza en su proceso de socialización entendida ésta como la adquisición de pautas de comportamiento, de creencias, rituales, costumbres y creencias que hacen parte del patrimonio cultural de una sociedad. Pero socialización también implica una sana convivencia con los demás, una aceptación real del otro lo que a su vez implica tolerar las diferencias, “no hacerle a los demás lo que no me gustaría que me hicieran a mi”. Con los hábitos se adquiere también disciplina, entendida como el llegar a ser capaz de controlar los propios impulsos, de tener suficiente sentido del orden para dirigir la propia vida y no actuar de manera caprichosa, partiendo solo del gusto o el deseo. Los extremos en la formación de los hábitos. Dentro de la crianza de los niños es indispensable tratar de mantener un equilibrio entre el autoritarismo y la permisividad. El miedo, la culpa, la violencia, la dialéctica del premio – castigo, no son en modo alguno, herramientas adecuadas para lograr una sana adquisición de hábitos. No se puede seguir con la idea absurda de que para lograr que los niños mejoren, primero hay que hacerlos sentir mal. Aplicar el autoritarismo, la fuerza podrá conseguir que los niños adquieran hábitos, pero será a un precio muy alto, pues se correrá el riesgo de criar hijos sumisos, dependientes, con carácter débil, sin iniciativa ni autonomía moral. O al contrario: niños que crecen con el rechazo a toda forma de autoridad, seres asociales y rebeldes que sólo acatarán normas y leyes cuando los vigilan o por miedo al castigo, no por convicción propia. En el otro extremo está la permisividad, la poca o ninguna intervención en la formación de hábitos. Es la actitud sobreprotectora, el hacer todo por ellos porque no son capaces, porque no hay tiempo, porque no saben, porque para eso está la empleada. Con ello se crían niños a quienes el mundo se los debe todo, serán seres manipuladores, evasores de sus responsabilidades, siempre insatisfechos, incorregibles, esclavos de sus instintos y emociones. A manera de ejemplo sobre los procesos que intervienen en la conformación de un hábito, se tratará brevemente lo relacionado con el sueño por ser uno de los que más preocupaciones y malestar ocasiona en las familias. Algunos de sus puntos son aplicables en otros hábitos. El hábito del sueño. Se inicia desde los primeros días con el establecimiento del vínculo afectivo: aquella relación de comunicación y afecto que madre e hijo establecen para satisfacer las necesidades fisiológicas y afectivas de aquel. La madre aprende a interpretar el llanto del niño y sabe, la mayoría de las veces, qué es lo que quiere. Durante los primeros 4 a seis meses el niño dormirá en el cuarto de los padres pero luego lo hará en su propio cuarto siempre y con la luz apagada. Nunca habrá que “hacerlo dormir” y la función de los padres será la de ayudarle a desarrollar su propio hábito del sueño. Pero, ¿cómo se forma este hábito? Se empieza creando un ritual alrededor de la acción de acostarse. Se trata de un momento previo (5 a 10 minutos), del niño con los padres en el que se realiza una actividad lúdica, placentera para todos como cantarle nanas, jugarle con un sonajero, contarle un cuento. Esto se debe hacer en un sitio diferente al cuarto del niño. Luego se lleva al niño a su cama y se despiden de él estando despierto. Si el niño despierta o llora, uno de los padres va a su cuarto, no se queda más de un momento, no carga al niño ni enciende la luz. Tampoco se le alimenta ni se le juega. Para afrontar esta eventualidad (el niño que llora o se despierta después de dejarlo en su cuarto), se establece una tabla de tiempos de espera antes de acudir a su reclamo. Estos tiempos se van aumentando en forma progresiva. Si se logra desde un comienzo que el niño se duerma solo, cuando se despierte en la noche volverá a dormirse solo pues esa es la costumbre, eso es “lo normal”, así lo habituaron sus padres. Por el contrario, si para dormirse lo mecen, le prenden la televisión, lo pasean, al despertar necesitará, reclamará la actividad última que le realizaban antes de dormirse (cargarlo, prender la t.v. etc), ya que para ese niño eso es lo “normal”, así lo criaron, ése es su hábito. Como ya se anotó en la definición de hábito, éste se configura cuando se realiza una función (dormirse) asociada a unos elementos externos (bañar al niño, jugarle en un sitio distinto de su cuarto) y se repite la asociación entre la función y los elementos hasta que el niño la interioriza, se acostumbra a esta asociación y la adopta de manera espontánea, natural, valga decir, adquiere el hábito de dormirse solo. Pero, ¿qué ocurre cuando el hábito del sueño no se forma de manera adecuada? ¡Eso sí que lo saben la mayoría de los padres y los pediatras! Los problemas del sueño, especialmente el inicio del mismo y el despertarse varias veces en la noche, son los trastornos infantiles más frecuentes entre los 6 meses y los 5 años de edad. Son muchos los casos en los que son los niños quienes “dictan las normas” que deben seguir los padres para dormirse. Los padres utilizan todas las estratagemas posibles para tratar de que el niño se duerma: mecerlo, cargarlo, contarle historias, dormirse con él, y finalmente, dejar que el niño duerma en la misma cama con sus padres. Pero esto ocurre precisamente porque se da una distorsión y una desestructuración del hábito del sueño dadas por asociaciones inadecuadas que hace el niño con relación al mismo, debido a esos múltiples cambios de estrategias que emplean los padres para intentar dormirlo. Además del cansancio que esta formación inadecuada del hábito del sueño, esto trae consigo otras consecuencias: desestabilización de la armonía familiar, sensación de impotencia, autoculpa, frustración, inseguridad en su función de padres, rechazo del niño, agresión verbal y a veces física, deseo de no tener más hijos, padres e hijo irritables, niños dependientes, entre muchas otras. Es necesario advertir que en estos casos de problemas con la adquisición de hábitos se trata, las más de las veces, de niños totalmente normales, no mimados ni con problemas psicológicos. Simplemente se trata de una formación inadecuada de un hábito o la ausencia del mismo. Situaciones similares ocurren en la construcción de otros hábitos como los de alimentación, los hábitos de estudio, las tareas, la televisión, la lectura, las relaciones sociales, el aseo, etc. Para finalizar esta breve exposición, nada mejor que este texto de la escritora Erma Bombeck en el que describe de manera magistral cuál debería ser la función de padres y maestros en la crianza de los hijos: Los niños y las cometas. Los hijos son como las cometas. Se pasa uno la vida tratando de hacerlos levantar vuelo, y corre de su mano hasta que a uno y a ellos les falta el aliento. A veces se estrellan o dan contra el techo... Uno los remienda, los consuela, los ajusta, les enseña. Ve que el aire los eleva y les asegura que algún día volarán. Por fín se remontan en el espacio. Necesitan más Cuerda y uno se las suelta; pero con cada vuelta del ovillo, la tristeza se mezcla con la alegría. La cometa se aleja cada vez más y más, y uno sabe que dentro de poco esa hermosa criatura romperá el hilo vital que la une a nosotros y volará como es preciso que vuele: Libre y por sí sola. Entonces comprende uno que ha cumplido con su deber.