¿ENTIENDES LO QUE LEES? Juan Carlos Cárcamo La

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¿ENTIENDES LO QUE LEES?
Juan Carlos Cárcamo
La lectura es uno de los hábitos que menos sobresalen entre la población de nuestro país. Mezcla de
intervenciones ineficaces por parte del sistema educativo y por supuesto, de una tradición cultural
que relaciona la lectura, el aprendizaje, la adquisición de conocimiento con una especie de destino
selecto exclusivo de los esotéricos o iluminados o de aquellos que al hundirse en sus profundidades
pueden descubrir cosas que les produzcan peligros inevitables. Así la lectura se enfrenta a dos
realidades entre la población: el miedo y la indiferencia.
La población cristiana no es exenta de esta realidad. Con el trasfondo histórico del oscurantismo,
podemos reconocer en la fe cristiana, al menos durante muchos siglos, el componente grave de
recesión provocado por la falta de lectura. El valor de la reforma, entonces, sobresale a partir de
comprender en toda su dimensión la importancia de lograr que un texto de tal valor social y de
semejante influencia en la población como la Biblia, pudiese alcanzar a grandes multitudes.
El texto de Josías, recogido en el segundo libro de los reyes capítulo 22, versículos del 1 en adelante
es una excelente ilustración de los alcances que puede tener el hecho mismo de encontrarse con un
texto que, por su propia naturaleza, provoca cambios drásticos aún en la política de un estado y
sobre todo entre la población que lo compone.
El suceso podría resumirse en algunas imágenes muy concretas. Esto sin el afán de simplificar
semejante escena. Ciertamente, el hecho es que un rey de nombre Josías, estando en su tarea de
reconstrucción del templo de Jerusalén y habiendo enviado a sus subalternos a los afanes propios de
la tarea, encontró que ellos trajeron a sus manos un libro conteniendo información que le habría de
impactar de tal modo, que la política de su reinado habría de ser drásticamente modificada a partir
del descubrimiento.
Josías, un muchacho, probablemente de 26 años de edad; había llegado al trono de Judá a sus
apenas 8 años, recibiendo una herencia de tradiciones por parte de sus antecesores Manasés y
Amón, que habían afectado profundamente la vida espiritual de todo el pueblo. De Manasés, se
habla que practicó infamias comparables a las naciones vecinas a quienes debía influir de forma
positiva, además se le señala como responsable del derramamiento de mucha sangre inocente según
el texto del Antiguo Testamento. Amón, por su parte, fue discípulo fiel de las acciones de su padre,
de modo que, sumado a las erróneas decisiones que tomó siguiendo el ejemplo de su padre, también
rindió culto y adoró a los mismos ídolos que su padre había adorado. Para Josías, entonces, su
reinado habría de convertirse en un momento crucial entre la preservación de una tradición familiar
caracterizada por un continuo divorcio con la voluntad divina o la restauración de un proyecto ético
cultural que buscaba proclamar un modelo diferente de humanidad con base en los planes de Dios.
Es en ese contexto que se da el presente incidente. De ahí que sobresalen algunos elementos
específicos de la historia. Por ejemplo, Safán, el escriba, es comisionado para una actividad menor,
podríamos decir de mera supervisoría entre los que trabajaban en las labores de reparación del
templo de Jerusalén. Su comisión es bastante básica; buscar al sumo sacerdote Hilcías y pedir que
recoja el dinero necesario para ser entregado a los que trabajan en las obras y algunas compras.
Hilcías, sumo sacerdote de Judá, comparte con Safán acerca del hallazgo del Libro de la ley,
fundamental para la fe judía y base de un sistema de creencias y valores que estaban íntimamente
ligadas al estado mismo. Ambos lo leyeron; el texto no precisa la reacción que ellos mismos
tuvieron hacia el texto en mención. Safán, al volver a donde el rey, presenta un reporte de lo
realizado con énfasis en la comisión asignada y de modo complementario con respecto al hallazgo
del libro.
Es Josías, según el relato, quien al escuchar lo expresado por el libro, reacciona consternado. Decide
consultar a Jehová; activa de inmediato un equipo de investigación conformado por Hilcías,
Ahicam, Acbor, Safán y Asaías. Aparece en el cuadro una mujer profetiza de nombre Hulda, quien
desarrolla toda la palabra de Dios de modo que el rey pueda saber que es momento para una
inevitable reforma moral en su reinado. Josías debe tomar decisiones que den un nuevo rumbo a
Judá; de por medio, la ira de Jehová, su Dios, y la destrucción advertida a causa de sus actos, pero,
como anticipo a su sensibilidad para con la voz de Dios, una promesa de paz para su reino.
Josías se encontró entonces frente a dos posibilidades y una sola cosa por hacer, la toma de
decisiones. Caminar en pos de la tradición de sus padres y seguir apartado del proyecto de su Dios o
volver junto a su pueblo al plan de Dios trazado en su libro de la ley para hacer su voluntad. El
hallazgo del Libro de la Ley produjo una importante reforma en el pueblo de Judá e importantes
decisiones fueron tomadas para restaurar la adoración conforme al plan de Dios señalado en el libro.
Una importante enseñanza se desprende, entonces, de la actitud de un rey joven, pero sensible a lo
que un libro de tales dimensiones como el que recoge el plan de Dios para la vida del hombre puede
producir, si le es dado el lugar que le corresponde. Josías era el rey de Judá y asumió la
responsabilidad de hacerlo.
El domingo 23 de Abril se celebra el Día mundial del libro y seguramente pasará inadvertido para
un gran porcentaje de la población. Grandes obras de la humanidad duermen el sueño de los justos
sin que muchos jóvenes puedan encontrar en la literatura un atractivo mecanismo de diversión. La
literatura compite actualmente contra industrias muy novedosas y altamente eficaces en su
expansión, debido en gran medida, a su alianza con la tecnología. El cine, el internet, la televisión
son hoy por hoy, la principal fuente de interés para la población en sus actividades de pensamiento.
La Biblia también adolece de esa realidad. Para mucha gente la Biblia está ciertamente perdida.
Incluso los que gozan de niveles de escolaridad sobresalientes, ven en la Biblia un texto desfasado,
carente de novedades para su amplitud cultural. Otros la cargan como una culpa, una especie de
redención martirizada; con cierto escepticismo en cuanto a su eficacia para el mundo
contemporáneo pero sin llegar a prescindir de ella por temor a perder un baluarte de sus valores y
tradiciones familiares, sin que éstos necesariamente estén presentes en sus propias vidas. Es decir,
es un objeto de decoración que luce bien en casa, cuando no incomoda para algunas actividades.
Entre la población cristiana la realidad no es muy diferente; algunos ven en la Biblia una especie de
amuleto al cual pueden acudir, incluso para hacer uso de él en forma de fetiche, atribuyéndole
poderes mágicos. Grandes sistemas teológicos contemporáneos están orientados, por otra parte, al
esfuerzo de proveer nuevas formas de revelación divina, de modo que entre la población hoy en día,
incluso es posible ser cristiano sin requerir de la Biblia.
Recientemente en un taller sobre Métodos de Lectura Bíblica Popular algunos pastores, en
referencia a este texto descubrieron algunos mensajes significativos para su vida. Algunos hicieron
mención al hecho de “dejarse tocar por la palabra de Dios”, otros hablaron de “el arrepentimiento
que provoca la palabra de Dios”; impresiona escuchar a algunos afirmar que “nuestros ministerios
deben basarse en la palabra de Dios”; otros, en relación con la gente que no se interesa por la
lectura de la Palabra dijeron de forma muy atinada: “ignorar la palabra de Dios, no significa que
no se cumpla”. También algunos hablaron de “lo importante que es estar fundamentados en la
palabra de Dios”.
En fin, el lenguaje es imprescindible en todo proceso de desarrollo, el llamado sigue en relación a
que no es posible esperar altos niveles de instrucción mientras el sistema educativo no encuentre el
modo de fomentar entre la población la lectura. Esto también tiene que ver con la lectura bíblica.
Los cristianos debemos ser cada vez más creativos para fomentar la lectura de la palabra de Dios, de
modo que los métodos expositivos dejen de ser la única alternativa y podamos comprometernos más
con el texto bíblico y con su enseñanza universal y atemporal. Sigue siendo necesaria la revisión de
los modelos de igle-crecimiento que han desplazado la Biblia de su propuesta central y se han
replegado hacia los resultados per se.
Es conveniente entre los cristianos volver a la emblemática pregunta de aquel etiope en el Nuevo
Testamento: ¿Entiendes lo que lees? Y aún en muchos casos incluso preguntar con toda franqueza
¿lees?
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