La dialectología aparecía, a comienzos de siglo y así se

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1. La dialectologia, en la encrucijada
La dialectología aparecía, a comienzos de siglo y así se mantuvo durante
décadas, como la reina de las disciplinas que constituían la lingüística
románica. Victoriosa de los neogramáticos en la polémica sobre las leyes
fonéticas, que había monopolizado, unos años antes, el interés del mundo
científico, en seguida se apuntó señalados éxitos, a los que seguían añadiéndose sin cesar otros nada menospreciables; piénsese tan sólo en algunos
temas que todavía nos sugieren nombres del más alto prestigio: las fronteras dialectales (con el de Louis Gauchat), el substrato etnico (G. 1. Ascoli), las relaciones con la etnología («Worter und Sachenp), lingüística e
historia (R. Menéndez Pidal), y otros más que podríamos añadir.
La enumeración de aspectos metodológicos que consolidaron la dialectología como disciplina científica, que acabo de hacer tan rápidamente,
corresponde, en la sucesión de los hechos, como ya he insinuado, a varias
décadas. Pues bien, en curso dicho proceso de consolidación, se produjo
un acontecimiento trascendental, destinado a modificar de raíz la problemática, los contenidos y las orientaciones de la lingüística románica: la
publicación del Cours de Ltnguistique Générale de Ferdinand de Saussure
(1916). No sería oportuno glosar aquí las consecuencias de la aparición
del citado libro, porque éstas son harto conocidas y porque ello nos desviaría del cometido primordial de las presentes páginas. Recordemos que
la atención preferente al «sistema» de signos («la lengua»), preconizada
por Saussure, significaba un esencial cambio de rumbo respecto de los
objetivos de la lingüística, que no dejaba de afectar a la dialectología,
preocupada por las manifestaciones concretas del ahabla». Así la lingüística fue incorporándose nuevos objetivos y, con eiios, nuevas metodologías
que, a una mayor universalidad de intereses, unían el incentivo de la novedad, que siempre priva en el terreno científico. El estructuraüsmo, el generativismo, la lingüística aplicada, la teoría de la comunicación, la informática y la sociolingüística han sido, entre otras, descollantes adquisiciones
de la lingüística. Bien es verdad que ninguna de ellas está renida con la
dialectología tal como venía siendo cultivada desde comienzos de siglo,
e incluso tal como venía remozándose en los últimos tiempos, por exigencias de rigor científico. Tan cierto es ello que no faltaron quienes se
preocupasen de aplicar a la dialectoiogía los principios del estructuralismo
(empezando por André Martinet), como, más recientemente, quienes hiciesen lo propio con la gramática generativa transformacional (como se ve en
varias contribuciones aparecidas en la revista Language, de la ~Linguistic
Society of Ameticap), o con la sociolingüística (como Corrado Grassi, o
Manuel Alvar, etc.).
Todo lo dicho es evidente y no ofrece dudas. Pero no menos evidente
es que, muy poco tiempo después de la publicación del Curso de F. de
Saussure, la bibliografía de la lingüística románica ponía de manifiesto que
la tradicional unidad temática de la romanística se había agrietado, y que ya
no se reconocía a la dialectología una primacía que antes todo el mundo
consideraba indismtible.
Esto no quiere decir que los estudios dialectales careciesen de prestigio,
en la medida que las miras científicas de la lingüística románica ensanchaban su abanico de intereses. No, ni mucho menos: piénsese en el Nouvel
Atlas Linguistique de la Frunce (par régions), concebido por Albert Dauzat
y llevado a término, tan laboriosa como eficazmente, por eminentes investigadores; o en los temas de los Congresos de Lingüística y Filología Románicas o en lo que en cierto modo es su reflejo en la Revue de Linguistique Romane, o en las monografías sobre las hablas comarcales, que siguen
realiiándose sin parar, etc.
Es cierto: la dialectologia románica sigue gozando de un merecido prestigio. No sólo por ser una disciplina con un pasado glorioso, que tiene en
su haber una brillante aportación a las ciencias del lenguaje, sino porque
sus cultivadores han dado muestras en todo momento del más sano afán
de renovar y mejorar sus métodos, en consonancia con la mayor exigencia
del quehacer científico en la actualidad. Lo que ocurre es que su prestigio,
que antes era único e indiviso, hoy es compartido por otras maneras de
tratar los hechos de lengua y por otros métodos y otros puntos de vista
de la lingüística. Y ocurre más todavía (y todavía más grave): que las
generaciones universitarias formadas en las metodologfas posteriores, por
ejemplo en el estructuralismo, ante la alternativa de tener que escoger
entre 1) la casuística y los comportamientos de detalle, a veces irremediablemente sueltos e inconexos, de la gramzítica histórica y de la dialectología
tradicionales, y 2) los intentos de explicar las realidades, e incluso los
cambios de esas realidades, por medio de la estructura en cuyo seno los pormenores se explican como piezas que son de todo un conjunto, como partes
integrantes del sistema, prefieren estos intentos a aquella casuística, simplemente porque se sienten más cómodos allí que aquí. Y tengo que decir
-y por ello lo traigo ahora a colación- que Joaquim Rafe1 i Fontanals,
autor de este libro, expuso esa incomodidad ante la metodología de la
gramática histórica en el preámbulo de su tesis de licenciatura Hacia un
replanteamiento estructural de Ea fonética histórica catalana (Universidad
de Barcelona, 1967), y que la expuso con tanta claridad y con tanta convicción, que para mí con ello adquirió certeza lo que hasta entonces no
era más que una suposición, aunque no carente de fundamento. Había que
convenir que la dialectología se encontraba en una encrucijada. Su prestigio
histórico y su papel actual aparecían en contradicción con las concepciones
y con los métodos de la lingüística más reciente, y, lo que era más delicado y más significativo, con el propio espíritu de la ciencia del momento.
Uno diría que, si quería salvarse como metodología científica, la dialectología no tenía más remedio que transformarse, impregnarse de ese espíritu,
y, para ello, proceder a una profunda revisión de contenidos y de técnicas.
2 . La nueva dialectologia
El hecho es que desde hace ya algunos años va surgiendo una nueva
dialectología. Y no sólo por las razones dadas, de confrontación con nuevas
orientaciones de la lingüística, que exigían sin cesar otros planteamientos
del objeto científico. No quiero decir con esto que dicha confrontación no
tenga su papel; lo tiene, y muy descollante, por cierto. En efecto, la incorporación de la teoría estructuralista a la dialectología, por ejemplo, hecha
por imperativos de honestidad cientifica, ha tenido como consecuencia que
no interesen tanto los datos (cuya importancia, con todo, nadie niega)
como la función que todos ellos desempeñan en el conjunto del sistema del
habla que se estudia. Si en épocas anteriores (Gaston Paris ya lo pedía
pronto hará un siglo) parecía indispensable que cada comarca poseyera su
monografía dialectal, ahora el afán es describir e interpretar el sistema que
yace debajo de las formas populares locales, y que explica cómo funcionan
éstas: si cada sonido, por ejemplo, más que por la peculiaridad de su articulación (que es lo que antes monopolizaba todo el interés) cobra su valor
por aquello que lo distingue de los demás, y así, desde un punto de vista
lingüístico, de él nos fijamos más en aquello que no es (respecto a los
restantes) que en aquel10 que es (en sí mismo), es obvio que el planteamiento ya no se puede hacer aisladamente de cada pieza del conjunto, sino
globalmente de todo éste.
Ello no obstante, y pese a la trascendencia de los nuevos postulados
científicos adquiridos, a los que acabo de aludir, la nueva dialectología no
descansa sólo sobre ellos, como ya he insinuado. Y así es. No podemos
ignorar la gran mutación que ha sufrido el medio en que se detectaban y
se estudiaban los fenómenos dialectológicos. Las hablas locales, que ateso-
raban tantos rasgos arcaizantes (los que, después de todo, justificaban la
existencia de la propia dialectología como disciplina científíca), se basaban
en la vida rural. Los cuestionarios de los atlas lingüísticos dedicaban espacios muy destacados a los trabajos del campo (cultivos, pastoreo, etc.), a la
casa (en especial a la cocina, a las dependencias anejas: graneros, corrales,
establos, etc.> Todo ello se refería a una sociedad en la que la vida del
campo tenía un peso considerable, cosa que explicaba la distribución relativa de capítulos en los cuestionarios dialectológicos. Ahora bien, con la
revolución industrial del último tercio del siglo xrx se iniciaba un desplazamiento que pronto iba a amenazar la manera de ser del mundo rural y
que, con el tiempo, alcanzaría a la propia vida dialectal. En lo que va de
este siglo, que empezó -por lo que respecta a la lingüística románicacon la primacía de la dialectología, se ha consolidado paulatinamente el
llamado «proceso de urbanización», en los países de la vieja Romania (al
unísono con una evolución que, con ritmos distintos, no deja de ser universal), por el cual la primitiva sociedad predominantemente agraria se iba
modificando en la sociedad industrial, que incluso ha mecanizado los tra.
bajos del campo y se ha instalado en él para la transformación de los productos naturales. Con todos estos precedentes (y lo que suponen las vías de
comunicación, la difusión de la cultura, las vacaciones y el turismo y los
medios de comunicación social), es natural que se haya producido una crisis
en el seno de la dialectología, la cual de hecho ha ílegado a interpelarse
sobre su propio ser. La suerte es que, gracias al auge que logró la investigación dialectal en la primera mitad del presente siglo, pocos son hoy los
rincones que no hayan sido explorados por sagaces dialectólogos, con cuyas
aportaciones han quedado inventariados, y salvados para las investigaciones
futuras, los rasgos característicos de las viejas hablas locales.
El caso es que la dialectología presenta hoy una faz muy alejada de la
que ofrecía a comienzos de siglo. Un repaso siquiera superficial de la Revue
de Didectologie Romane, de Bernhard Schadel (Bruselas, 1909-1914) y
de Orbis, de Sever Pop (Lovaina, desde 1952) ayudará a comprender lo
que quiero decir. Las aplicaciones del estructuralismo y del generativismo
a la descripción de las hablas dialectales, el método indirecto de encuesta
(mediante grabaciones magnetofónicas), o el tratamiento por ordenador de
los datos resultantes de las encuestas dialectológicas son otras tantas muestras de cómo han cambiado las cosas en este terreno.
Pero todavía hay más. En el mundo de esa cambiante dialectología, se
ha interferido recientemente, una nuwa ciencia: la sociolingüfstica. gsta ha
contribuido eficazmente, con buena parte de sus conceptos y de sus métodos, a darle a la dialectología nuevos contenidos y nuevas orientaciones y
a renovar su problemática. Pensemos, entre otros, en los siguientes temas
de máxima actualidad hoy: la lengua «standard» (o lengua común) y las
hablas regionales y locales; la nivelación geolingüística de las formas
<standard», en beneficio de las maneras expresivas de las zonas más densamente pobladas (donde están los centros de decisión, con los focos culturales y de poder económico), y en detrimento de los dialectos o hablas
particulares; el prestigio de la lengua común, que tanto crea el llamado
«auto-odio» (o menosprecio de los particularismns dialectales, que se quieren disimular u ocultar), como la satisfacción de dichos particularismos
(por lo menos en sus aspectos folklóricos o de asuntos o tradiciones locales); los problemas lingüísticos que plantea la pedagogía activa, al convertir
en protagonista al niiio, al que hay que introducir en la lengua propia
(quizá también - c o m o pretenden algunos- en su habla dialectal particular), en aras de su identificación con el sistema lingüístico y de su participación en la tarea escolar; la literatura que, por sentido de la realidad,
recurre a los dialectalismos, no s610 de vocabulario, sino también de gra.
mática ... ¿A qué seguir? Parece que, aunque modificados de raíz, no se
extinguirán, por el momento, los estudios de dialectología.
3. La dialectología catalana, hoy
La dialectología catalana no ha sido ninguna excepción a la doble mutación operada, tanto respecto a la incorporación de los nuevos métodos,
como respecto al cambio de la vida rural. Pero en nuestro caso concreto
se habían producido determinadas situaciones que no hicieron más que
acentuar la peculiaridad de la dialectología catalana.
Así, dejando de lado la labor de la reforma gramatical y de la fijación
del diccionario, llevada a cabo con notable éxito por Pompeu Fabra y
cuantos le secundaron, la incorporación de la romanística al dominio lingüistico catalán se hizo predominantemente (mis exacto sería decir *casi
exclusivamente>>)a base de la dialectología. Más todavía: se hizo a base
de una sola dialectología (la de Jules Güliéron). Como, por otro lado, la
enorme laboriosidad de su introductor entre nosotros, Antoni Griera, monopolizaba de hecho la bibliografía correspondiente (dirigiendo y llenando
él mismo a menudo casi por completo el Butlleti de Dialectologia Catalana,
preparando y publicando su atlas lingüístico, las monografías sobre los
dialectos, un sinfín de estudios dialectales, en especial de lexicografía,
hasta culminar en el voluminoso Tresor de la Ilengua, en 14 tomos, 19351947), se produjo lo que yo mismo he llamado en otra ocasión el «estado
dialectal recibido». Con ello quería referirme a dos características de la
dialectología catalana hasta casi 1960: exclusivismo (en el sentido indicado
de que fa lingüística románica se reducía a la dialectología) e inmovilismo
(en el sentido también indicado, de que se trataba siempre de una sola dialectología). Ello condujo a que todo el mundo diese por sobrentendido que
las descripciones de los dialectos catalanes, realizadas en 1910 o en 1920,
continuasen con la misma validez veinte y treinta años después, como si la
situación dialectal catalana, una vez descrita y estudiada, se siguiera retransmitiendo de generación en generación, siempre igual a sí misma, sin ninguna
variación.
Sin embargo, la reaiidad era muy otra. La vida dialectal catalana, como
la de cualquier otra lengua, por el hecho de ser eso, una «vida», se modificaba sin cesar, cosa que ocurre con todas las entidades «vivas». Y si,
durante años, todo el mundo (y no me excluyo a mí mismo) repetía los
mismos rasgos, aun a sabiendas de que de más de uno ya no era dable
verificar su existencia, simplemente... porque ya habían desaparecido, la
verdad es que, a partir de los años treinta, la gran mutación de la vieja
sociedad rural en la moderna (urbana e industrial), tambien presente en
el dominio lingüístico catalán, pronto iba a dar cuenta de importantes
cambios.. Por fortuna la mayoría de éstos quedarán inventariados en el
nuevo atlas lingüístico del dominio catalán (en marcha desde 1964, y hoy
ya muy elaborado). Pues bien, si la dialectologia catalana se ha rendido a
la reaiidad, ha sido por obra de un puñado de investigadores honestos, que
han dado un nuevo aspecto a lo que aparecía siempre igual a sí mismo.
Nueva dialectologia, pues, en el sentido de que los rasgos que la constituyen han sido objeto de una revisión a fondo. Nueva también, por habersele
aplicado los métodos más recientes de la lingüística. Nueva tambien, por
haber enlazado con la sociolingüística, que se aproxima a la lingüística
espacial con una óptica antes desconocida. En suma, la dialectologia catalana, que hace veinticinco años daba la impresión, y no injustificada, de
exclusivista e inmovilista, se ha ido convirtiendo en una ciencia de hechos
comprobados, con el vigor que ha sabido sacar de incorporarse puntos de
vista inéditos, pero no desligados de sus contenidos ni de sus objetivos.
Los autores de las modificaciones operadas son los dialectólogos que
se sienten vertebrados alrededor del nuevo atlas lingüístico y del núdeo
universitario barcelonés. A él pertenece el autor de este libro, Joaquim
Rafe1 i Fontanals.
4. Las zonas fronterizas. El Bajo Aragón de lengua catalana
Como es natural y fácil de comprender, los límites dialectales han atraído siempre la atención de los lingüistas. Algunas polémicas sobre la posibilidad de fijar científicamente los criterios para establecer fehacientemente
la delimitación entre dos lenguas o dialectos, no 5610 por los rasgos idiomáticos en juego, sino por la localización geográfica de éstos, se hicieron
justamente famosas. Recuérdese la que sostuvieron Gastan Paris (quien
manifestaba serias y profundas reservas sobre dicha posibilidad) y L u i s
Gauchat (quien aportó con la contundencia de los datos concretos, la de-
mostración de que existían límites dialectales); ello tenía lugar en los años
en que se trasponía el umbral del siglo presente. Pero la preocupación venía
de antes. Así, Heinrich Morf hizo ver la antigüedad de las fronteras iingüísticas, basándose en que la coincidencia entre límites dialectales y límites
diocesanos, que él verificaba en no pocos lugares, había de corresponder,
por lo que a estos últimos se refiere, al hecho de que las diócesis, en la
época de Roma, se establecieron partiendo de las realidades administrativas
del momento (es decir, los «conventus» romanos); pues bien, sabiendo que
los romanos fueron siempre muy respetuosos con las instituciones que ya
encontraban hechas, ello le llevaba a Morf a concluu que un buen número
de límites dialectaia de las lenguas romhicas de hoy se justificaban nada
menos que por remotas realidades étnicas prerromanas. Acabo de escribir
«realidades &micas»,y esto podía dar pie a aducir aquí las aportaciones de
otro lingüista eminente, Graziadio 1. Ascoli, con su teoría del asubstrato
étnico», que tanto se ha aplicado al esdarecimiento de antiguas fronteras
lingüísticas.
En la naciente dialectología catalana de comienzos de siglo, muchas de
las contribuciones en materia de límites lingüísticos o dialectales fueron
estimuladas desde fuera, y no sólo estimuladas, sino incluso realizadas. Los
nombres de B. Sch'adel, K. SaIow y F. Krüger sintetizan una notable serie
de estudios dialectológicos en la Cataluña del Norte, y a lo largo de la
frontera septentrional de la lengua catalana. De la misma época datan estudios paralelos sobre los límites del valenciano, y ahora son J. Hadwíger,
R. Menénda Pidal y J. Saroibandy los nombres que conviene recordar.
Pero la verdad es que la zona priviiegiada, en cuanto a estudios de
límites lingüísticos, la que mayor número de trabajos suscitó y la que pronto
se convirtió en obligada piedra de toque para cualquier tipo de experiencias
de método, fue la comarca de la Ribagona, es decir el territorio de la frontera catalano-aragonesa septentrional. Y si el interés por las hablas ribagorzanas ya se puso de manifiesto en 1906, en el aPrimer Congrés Internacional de la Llengua Catalana» todavía en los últimos años se ha mantenido
como objeto del interés de dialectólogos catalanes y foráneos, y sigue
siéndolo hoy. La frontera catalano-aragonesa es justamente el título de la
monografía que le valió a A. Griera el título de doctor en la prestigiosa
Universidad de Zurich (y que se publicó en Barcelona, 1914). Este trabajo,
realizado con materiales recogidos sobre el terreno, materiales que ofrecían
un variado mosaico de datos no fáciles de encajar en una geografía coherente, y que por ello mismo abrían un extenso abanico de posibilidades
de interpretación, fue objeto de una severa revisión por parte de R. Menendez Pidal (1916), quien, s6lidamente pertrechado con ricas y abundantes
informaciones históricas, justificaba mediante ellas el trazado moderno de
los distintos límites parciales. Este dililogo científico entre dos lingüistas,
que, además de diferencias llamémoslas profesionales, arpareclan rodeados
de connotaciones culturales e incluso políticas contrapuestas, junto con el
interes objetivo que despertaba una comarca que vio sumarse, a los remotos
precedentes prerromanos, diferentes pertenencias diocesanas y vicisitudes
desiguales en los comienzos de la reconquista (momento determinante de
la fijación de unos rasgos idiomáticos hasta entonces vacilantes), provocaron la dedicación de conspicuos dialectólogos a explorarla a fondo y a
interpretar los datos recogidos, dedicación que, como decía, sigue viva
y apasionante en nuestros días.
Menor inciiiación habían mostrado lingüistas y diaiectólogos hacia la
frontera de la lengua catalana en tierras del Bajo Aragón. Y ello no podía
ser debido, por lo que después hemos sabido, a que dicha zona no ofreciese
un interés extraordinario, como nadie negará que ofrece, después que se
nos han dado a conocer datos de esas tierras en que se entrecruzan rasgos
idiomáticos en múltiples direcciones. No es que no se supiera nada de todo
ello: el atlas iingüístico del propio A. Griera contenía dos o tres localidades, cuyas encuestas permitían hacerse una idea de dicho interés, por aproximación y más bien de soslayo; el trazado de la frontera por A. M. Alcover
(así como algunas de sus informaciones publicadas) lo corroboraban, aunque
también de modo bastante indirecto. En 1949, M. Sanchis Guarner, que
había tomado contacto con el Bajo Aragón catalán con motivo de las encuestas del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (= ALPI), dio a conocer datos ya mucho más congruentes sobre el habla de Aguaviva de Aragón.
Casi detrás de él, pasó también por allí Manuel Alvar, por obra de quien
se ampliaba la información. Ni han faltado, pocos años después, publicaciones sobre aspectos socioliugüísticos de esas comarcas, en las que algunos
quieren contraponer «sentimiento aragonés» y «catalanidad lingüística*.
Quiere ello decir que los temas 1ingü;sticos van acompañados de una problemática de carácter francamente político, que es el resonador por antonomasia de cualquier fenómeno cultural.
Quedémonos, ello no obstante, en el terreno cientffico de la dialectologia. También en él se han manifestado por lo menos dos resonadores
(aunque reducidas sus ondas expansivas al alcance que puede tener la lingüística como caja de resonancia). Me refiero, amén de otros trabajos de
menor envergadura, a dos tesis doctorales, una de Artur Quintana i Font,
sobre el habla de la Codouyera (leída en la Universidad de Barcelona, en
febrero de 1973), otra, que, con algún retoque (y habiéndole sido desgajad3
una pequeña parte del texto), es la que el lector tiene en las manos. La
lectura de la tesis tuvo lugar en la Univenidad de Barcelona el día 8 de
octubre de 1973, y obtuvo la máxima calificación.
5 . La obra presente
Ante el libro de Rafel, una primera afirmación se me impone, y es algo
previo al más somero examen del libro. El autor muestra, ya con la elección
del tema de su trabajo, el afán de novedad que le imprime su espíritu científico. Por ejemplo: podía haber ido, también él, una vez más, a esas tierras
ribagorzanas, que ya he dicho que todo el mundo considera adecuadísimas
para confrontar y discutir aspectos de metodo, y donde, contra lo que
algunos suponen, todavía hay mucho por hacer. Así, hubiera tenido ocasión
de terciar en más de una cuestión polémica, y su cometido se aseguraba de
entrada un eco de que carecerían otros estudios, emprendidos alrededor
de temas o zonas con menor preparación bibliográfica y con menor tensión
psicológica. Que lo hubiera podido hacer nos lo ha probado él mismo, al
realizar encuestas dialectológicas en Ribagorza y al preparar más recientemente una contribución al habla de Benasque.
No lo hizo. En el trance de lanzarse a un trabajo que iba a ser tanto
piedra de toque de su capacidad de investigador como módulo para la
obtención del título académico mis alto de la carrera universitaria, Joaquim
Rafel prefirió medir sus fuerzas ante un terreno en aquel momento sorprendente por insólito: las tierras del Bajo Aragón de lengua catalana. Su afán
de búsqueda de aspectos novedosos en cuanto a la calidad y en cuanto a la
cantidad de datos dialectológicos se ha visto bien compensado, tanto en el
campo estrictamente científico (gracias a él conocemos hoy una problemática compleja de una zona hasta aquí poco menos que ignorada), como en
el de la información más bien externa (por cuanto él ha puesto sobre la
mesa una serie de elementos sociolingüísticos en especial respecto a la conciencia idiomática de los propios hablantes).
De puertas afuera, el trabajo de Joaquim Rafel merece, pues, todos los
plácemes. Entremos. Espero que una lectura atenta del libro dará explicación cabal de por qué la mayor parte de este proemio mío ha sido dedicada
a la dialectología desde comienzos de siglo, a sus vicisitudes con motivo
de la irrupción de nuevos ángulos de mira en las ciencias del lenguaje, y
a la aparición de una nueva dialectología, en la que confluyen técnicas
lingüísticas recientes y criterios sociolingüísticos aplicados. Todo ello se
siente pr6ximo en el libro; está más latente que manifiesto en sus páginas,
pero denota una madurez científica y humana que corrientemente no es
dable encontrar hasta estados mucho más avanzados en la vida de las personas. Nada más lejos el trabajo de Rafel del que hubiera salido de un
cuestionario (en gran parte trasegado de cualquiera de los publicados),
preguntado con prisas en unas rápidas vacaciones por algunas localidades
del Bajo Aragón, y elaborados los datos así recogidos sin ninguna proyección en profundidad, es decir sin tener en cuenta más que los materiales
recogidos (o, a lo sumo, acrecentándolos con algunas referencias bibliográficas juzgadas indispensables u otras comparaciones obligadas). Me apresuro
a decir que ya las monografías del tipo de las últimamente aludidas prestan
un inestimable servicio, singularmente en esta época del ocaso de la antigua
vida dialectal. Si los datos han sido registrados con fidelidad, quedan con
ellos justificados los trabajos de la índole mencionada.
Ahora bien, cuando una investigación dialectológica, además de allegar
datos fieles, presenta sin cesar una reflexión sobre la naturaleza de esos
datos, así como sobre la presencia anómala de algunos de ellos, sobre la
razón de ser de aparentes incongruencias, sobre la justificación de cruces
e influencias, en una palabra sobre la estructura del sistema y su funcionamiento, y para ello el autor tiene en cuenta abundantes situaciones idénticas o parecidas que se han planteado una vez u otra, en un sitio u otro,
en la ya larga vida de la dialectología románica y en su vasta geografía,
entonces el trabajo, sobre la base de una correcta aportación de materiales,
se convierte en mucho mas: en una especie de tratado general, que resulta
de elevarse por encima del dato concreto (del que se obtiene así, por otra
parte, la explicación más solvente), y en una crítica objetiva de métodos y
en una propuesta de método de la ciencia dialectológica; mejor dicho: de
la nueva ciencia dialectológica. Y ello es así, y no tengo ningún inconveniente en proclamatlo, antes al contrario, lo hago con placer inmenso, en
el caso del libro de Joaquim Rafel i Fontanals.
H e de precisar que Rafel no escogió su campo de operaciones con frivo.
lidad ni ligereza. No porque ya se había ido mucho a Ribagona y poco
sabíamos del Bajo Aragón. No. Su elección fue consciente y responsable:
él había hecho encuestas allí, con destino al nuevo Atlas Lingüfstic del
Domini Catalo, que hoy se encuentra ya en muy avanzado estado de preparación. El contacto con esa zona le hizo ver la importancia de la situación
lingüística local, y no sin hacer consultas a sus maestros y colegas, no sin
releer la bibliografía existente sobre ella, resolvió hacerla objeto de su tesis
doctoral. Sabía de antemano, por lo que él había detectado entre sus características y por lo que, al interpretarlas, habían escrito dialectólogos de
prestigio, que tendría que contradecirles (con lo que ello supone de riesgo
para quien se halla en los comienzos de la carrera académica). El interés
objetivo de la ciencia a cuyo servicio se había comprometido prevaleció,
y Joaquim Rafel se lanzó a trabajar sobre el Bajo Aragón de lengua
catalana.
Lanzarse a trabajar implicó en él, no hacer rápidas excursiones con las
prisas consabidas, sino instalarse en la comarca. Y así pasó las vacaciones,
durante dos veranos seguidos, en aquellas tierras. Ello le permitía asegurarse de la veracidad de cuanto pasaba a sus cuadernos y a sus fichas; ello
le permitía reflexionar demoradamente, durante el curso académico en
Barcelona, sobre las notas de sus cuadernos y de sus fichas. Así maduró
y así arribó a puerto la tesis. Huelga decir que sus pesquisas le allegaron
multitud de datos, de los que sólo una parte (la de los sonidos y los fonemas, y su estructura y funcionamiento) han constituido la obra presente.
Ya he dicho que eiio se debe a que los datos --cuya presentación es modélica- no son más que la base de una profunda reflexión, que, mediante
las oportunas comparaciones, se convierte en una discusión y en una propuesta de método.
El resto de la abundante información recogida va siendo canalizada en
múltiples trabajos monográficos, que no hacen sino consagrar el prestigio
de dialectólogo consumado que en pocos años Joaquim Rafel ha sabido
conquistarse. Pero se equivocaría quien creyera que Joaquim Rafel es sólo
un dialectólogo. Es muchas cosas más, como consecuencia de la completa
formación que se ha preocupado de conseguir y de la universalidad de sus
intereses en la lingüística. Así, recordaré muy sucintamente, sus trabajos
de fonética y fonología históricas, su muy conocida gramatica catalana (ensayo totalmente logrado de aplicar el estructuralismo a un primer nivel de
enseñanza de la lengua) y sus esfuerzos por dar forma al programa de automatización de textos catalanes, que va siendo ya una realidad en la Universidad de Barcelona, y del que Rafel ha sido uno de los principales promotores.
Todo lo que precede dará a entender con cuánta satisfacción acepté el
escribir unas palabras como prefacio de esta obra. Si me unen estrechos
lazos profesionales y de amistad con su autor, me llena de contento acompañarle en el umbral de este trabajo, que es su entrada solemne en el
mundo científico. El hecho de que, por razones ajenas a su voluntad, la
publicación se haya retrasado (y ya hayan ido siendo conocidos otros estudios de Joaquim Rafei), no hace sino poner de manifiesto la veracidad
de mis afirmaciones, que, naturalmente, yo hubiera formulado con la misma
convicción, aun cuando éste fuese su primer trabajo. Termino recordándole
-aunque sé muy bien que no lo necesita- que con él ha adquirido un
compromiso de servicio a la ciencia que ya nunca le dejará, y que, por
eUo mismo, esperamos mucho de su saber y de su preparación.
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