La misericordia con uno mismo Portarse bien con uno mismo es lo mismo que lo que la Biblia llama ser misericordioso. La Biblia habla de la misericordia de Dios para con nosotros, que se reveló en Jesucristo en una forma nueva. Jesús es el “rostro de la misericordia de Dios”. El no sólo nos ha anunciado la misericordia de Dios sino que nos la ha mostrado. Siempre se mostró misericordioso con el hombre. Y él mismo dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36). Con ello se sugiere en primer lugar al trato de unos con otros. Misericordia es aquí sobre todo el amor a los enemigos. Pero también incluye la misericordia con uno mismo. Tenemos que ser también misericordiosos con los enemigos que llevamos dentro. No tenemos que odiarlos, sino ser buenos con ellos. Pues Dios “es también bueno con los desagradecidos y los malos” (Lc 6, 35). En el evangelio de Mateo, Jesús cita a un profeta para decir que “quiere misericordia y no sacrificios” (Mt 9, 13 y 12, 7). Es frase podría ser para nosotros un verdadero programa para tratarnos misericordiosamente. Jesús no quiere sacrificios. No quiere que nos destruyamos para agradar a Dios. Y tampoco tenemos que sacrificarnos para lograr el aplauso de los hombres, ni para recibir su gracia. Ser misericordioso con uno mismo significa no cerrar el corazón a las cosas que hay en mí dignas de compasión, a lo que quisiera olvidar y reprimir. En todos nosotros afloran estos sentimientos de abandono. Pero los reprimimos porque nos resultan desagradables. Así pues, tenemos que compadecernos de nosotros mismos. No debemos enfadarnos demasiado con los enemigos que llevamos dentro, sino convivir con ellos. Tenemos que ser compasivos con nosotros cuando nos sintamos decepcionados por nuestros fallos y debilidades. No es el no cometer fallos lo que nos acerca más a Dios, sino la compasión con nosotros, con nuestras debilidades y con las personas que nos rodean. En la compasión cordial percibimos de algún modo el ser del Dios amante y misericordioso. 2 Reconciliarse consigo mismo El mensaje básico de Jesús es la reconciliación, reconciliación de los hombres entre sí, reconciliación del hombre consigo mismo y reconciliación con Dios. Reconciliarse con uno mismo es la tarea más difícil que nos espera en la vida. Reconciliarse consigo mismo significa hacer las paces consigo, conciliar la pelea entre los distintos pensamientos y deseos enfrentados entre sí, tranquilizar el alma dividida, besar todo lo que hay dentro de cada uno. Es decir, portarse bien con uno mismo, amablemente y con finura. Reconciliarse consigo es reconciliarse con la propia historia vital. Decir sí a mi vida, tal como ha transcurrido. Decir sí a mis padres, a mi educación, a mi carácter, tal como me ha sido dado. Pero allá en el fondo, en secreto, nos rebelamos profundamente contra la vida tal como es, contra nosotros y contra nuestra forma de ser. Nos gustaría ser de otro modo, querríamos tener otras cualidades. Desearíamos tener otros amigos, otra pareja, otro trabajo… Querríamos que todo el mundo nos quisiera. Muchos viven sin reconciliarse consigo mismos, interiormente divididos, descontentos de sí y de todos, en continua protesta contra los hombres que les depararon este destino, y también en protesta contra Dios, a quien hacen responsable de ese destino. No paran de soñar cómo les gustaría ser. No viven el momento presente, están continuamente absortos en sus ilusiones. Y así echan a perder su vida. Una causa para no reconciliarse consigo es compararse continuamente con los otros. Siempre se ve en los demás algo que uno no tiene. Se siente uno postergado, demasiado pequeño en relación con los otros. Compararse con los demás puede lleva a minusvalorarse y a denigrarse a sí mismo, o me obliga a tener que hacer todo mejor que los demás. Reconciliarse consigo mismo es acabar con todas las comparaciones. Reconciliarse significa que estoy conmigo, que me alegro de ser como soy. Tal como soy, soy único, irrepetible. Reconciliarse consigo es estar en contacto consigo mismo. Cuando esto sucede, entonces no tengo que prohibirme la comparación, pues ya no tiene ningún sentido para mí. Reconciliarse consigo mismo es reconciliarse con las heridas del pasado. El que evita esta reconciliación, está condenado a trasladar las heridas que ha recibido a los demás o a herirse a sí mismo una y otra vez. Reconciliarse con uno mismo lleva a veces mucho tiempo. Y sobre todo sólo es posible cuando aceptamos las heridas y dolores que de ahí se derivan, las revivimos y las despedimos. Muchos creen que han estado reconciliados consigo durante mucho tiempo. Pero lo niegan cuando algo les va mal. Y se dan cuenta de lo difícil que es aceptarse. “Esto no puede ser verdad. Es imposible que me haya pasado a mí. Soy un caso perdido. No hay nada que hacer”. Se necesitan mucha experiencia para reaccionar misericordiosamente ante los propios fallos. A ello me ayuda la oración de Jesús: «¡Jesús, hijo de Dios, ten piedad de mí!». Puedo pronunciar esta oración en lugar de condenarme y de enojarme conmigo. Y así me doy cuenta de lo mucho que tardan en cambiar los sentimientos negativos, aunque prohibirlos serviría de poco. 3 Retiro - ficha 2 Para la reflexión / oración Identificá aquellas cosas en que tendrías que ser más misericordioso/a contigo. Identificá aquellas cosas en que podrías ser más Portarse bien con uno mismo exigente contigo, como oportunidad de crecimiento ¿Hay cosas por reconciliar o aceptar de tu propia persona? “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso” ¿Qué pasos concretos podrías dar para “portarte bien” contigo mismo? Intentá elaborarlo como proyecto, es decir, acciones bien determinadas y posibles. El cuidado de sí en la Biblia Dios se porta bien con nosotros y quiere que nosotros nos portemos bien con él y con los demás. Él quiere que el hombre viva de tal forma que haga visible sus presencia en este mundo. ¿Cuáles son las actitudes de cuidado propio que nos invita a vivir? Algunas las podemos leer y descubrir en las siguientes lecturas: Lucas 16, 1 - 8 4 // Lucas 14, 27 - 32 // Lucas 11, 33 - 41 Apocalipsis 2, 1 - 5 // Lucas 6, 35 - 45 // Mateo 5, 29 - 30