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Lugar del escritor
Abelardo Castillo
Me preguntan cuál es el lugar del escritor en el mundo actual. La pregunta sería
más fácil de responder –y la respuesta, más desalentadora- si nos preguntáramos
por el lugar del arte en general. Si “lugar” significa influencia o importancia
práctica, el arte no ocupa ningún lugar.
En los años sesenta, o hasta los años sesenta, podía hablarse de la misión del
escritor, de su destino, de su compromiso histórico. Se hablaba de la literatura
como arma, como modo de conocimiento, como una especie de artefacto estético,
en suma, destinado, aunque fuese a largo plazo, a influir sobre la gente o a
cambiar el mundo. No importa que estas ideas fueran falsas, incluso estúpidas;
importa que permitían escribir y, sobre todo, que podían pensarse. Creo que ningún
escritor se pregunta hoy para qué sirve la literatura, por miedo a la respuesta.
Siendo escritor, no puedo reflexionar sobre la literatura en general sin reflexionar
sobre mi literatura en particular, y a nadie le gusta descubrir que lo que hace
carece de importancia.
Hacer poemas, hacer novelas, siempre fue un oficio secretamente vergonzante. El
escritor tradicional resolvía el problema imaginando que, por lo menos, era un ser
necesario. Una suerte de trabajador marginal o de filósofo marginal, pero, a fin de
cuentas, necesario. Hoy sospecha que esta coartada es falsa y, con simulada
humildad, se vuelve pragmático: se ve a sí mismo como un mero objeto de la
economía de mercado. Un libro es algo que se vende, por lo tanto su autor es un
productor de bienes de consumo. La finalidad de una novela no es perdurar ni
testimoniar el mundo, ni siquiera ser leída: la finalidad de una novela es ser
vendida. Los editores y los suplementos culturales nos acostumbraron a ese modo
de pensar. No hay listas de mejores libros, hay listas de libros más vendidos.
El problema es que esta coartada también es falsa, al menos si se es argentino. En
un país donde los libros de ficción –no hablemos de la poesía- no venden más de
dos o tres mil ejemplares, y esto cuando son un acontecimiento, es difícil, siendo
escritor, sentir que se ocupa algún lugar. ¿Quién tiene la culpa de esto? Confieso
que no sé, y confieso que el problema no me importa demasiado.
Estamos atravesando por lo que yo llamaría una crisis universal del sentido. La
religión, la ciencia, el arte, ya no dan respuestas a nadie. El final de la historia, el
fin de las ideologías, la muerte de las utopías, quieren decir sencillamente que no
vemos un sentido al mundo. La pregunta, entonces, sería: ¿Qué sentido tiene la
literatura en un mundo sin sentido? No hay más que dos respuestas. La primera:
ningún sentido. La segunda es precisamente la que hoy no parece estar de moda:
el sentido de la literatura es imaginarle un sentido al mundo y, por lo tanto, al
escritor que la escribe. En esto, el escritor de los noventa me parece idéntico al de
los sesenta, al de los treinta, al del siglo pasado.
Empecé diciendo que el arte no ocupa ningún lugar. Esa también me parece una
buena respuesta, una respuesta metafórica y, por lo tanto, literaria. Todos sabemos
que “utopía” significa precisamente eso: no lugar, ningún lugar.
Un escritor no es sólo un señor que publica libros y firma contratos y aparece en
televisión. Un escritor es, tal vez, un hombre que establece su lugar en la utopía.
Extraído del libro: “Ser escritor”, de Abelardo Castillo. 1997, Perfil
Libros.
Selección: Marcela Depiera.
Con-versiones, Septiembre de 2006
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