EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL ESPAÑOL

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EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL
ESPAÑOL: INDEPENDENCIA Y
AUTOGOBIERNO
Andrés OLLERO
Presidente de la Fundación Ciudadanía y Valores
Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL ESPAÑOL:
INDEPENDENCIA Y AUTOGOBIERNO
Andrés OLLERO
La transición política española de la dictadura a la democracia quedó históricamente
emparejada al término consenso. Dentro de su notable variedad ideológica, los protagonistas
de tan exitoso proceso compartían un convencimiento básico de los problemas históricamente
arraigados que había que evitar, lo que serviría de eficaz cimiento de unión. Tres destacaban
de modo particular: la necesidad de unas fuerzas armadas leales a las instituciones
democráticas, la articulación de un modelo competencial que reconociera la pluralidad
territorial española (Estado de las Autonomías) y una presencia pública, no exenta de
naturalidad, del factor religioso en un marco aconfesional de laicidad y pluralidad. A estos
elementos se unía, como es lógico, el replanteamiento institucional exigido por un sistema
democrático, con especial referencia a la protección y libre ejercicio de los derechos
fundamentales de los ciudadanos.
El último aspecto señalado exigía la implantación de mecanismos que garantizaran una
efectiva división de poderes, con obvia repercusión en la independencia del Poder Judicial.
Durante el franquismo, todo el ámbito de decisión relativo a nombramiento y promoción de
los jueces era competencia del Ministerio de Justicia, lo que garantizaba la fidelidad al régimen
de los cargos más relevantes dentro del Poder Judicial. A ello se unía la existencia de
jurisdicciones especiales, con un ámbito de notable amplitud de la militar y la existencia de un
Tribunal de Orden Público encargado de aplicar la legislación represiva de derechos humanos
que caracterizó, con escalonada y selectiva incidencia, a su ordenamiento jurídico.
No es pues de extrañar que el diseño del futuro marco normativo del Poder Judicial se
erigiera en uno de los aspectos más polémicos del debate político durante el franquismo
tardío, cuando la espera del fallecimiento del Jefe del Estado se convierte en punto de
referencia colectivo, generando el ambiente predemocrático que servirá luego de marco a la
transición. El influjo de las experiencias institucionales de países del entorno resultaba
evidente. La revolución de los claveles portuguesa estimuló la necesidad de un futuro
democrático y también ilustró inicialmente sobre posibles derivas arriesgadas. Constituciones
como la alemana o la italiana se muestran particularmente presentes al formular propuestas
de futuro.
En lo relativo al Poder Judicial es ostensible el influjo de la polémica suscitada en Italia
por los grupos que propugnan desde la izquierda una magistratura democrática, con el apoyo
2
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teórico de las propuestas neomarxistas de uso alternativo del derecho1. Como propuesta
práctica destaca la reiterada apelación a un autogobierno de la judicatura, que encuentra en
España eco en los jueces y fiscales agrupados en Justicia Democrática2. Desde el punto de
vista teórico, los planteamientos del Luigi Ferrajoli de esa etapa encuentran en Perfecto
Andrés Ibañez, hoy magistrado del Tribunal Supremo, un tenaz transmisor. No tiene pues nada
de extraño que a la hora de diseñar un futuro modelo se convierta en punto de referencia
indiscutido el italiano Consiglio Superiore della Magistratura. La función del español Consejo
General del Poder Judicial sería precisamente, según el preámbulo de la ley que cumpliendo el
mandato constitucional lo regula, “garantizar la independencia del Poder Judicial”, a la vez que
se le “encomienda el gobierno del mismo”. Ello llevaría consigo desapoderar al Ministerio de
todo lo relativo a la selección, nombramiento y promoción de los jueces.
Durante el periodo constituyente el consenso contribuirá a atemperar esa fervorosa
exigencia de autogobierno, planteada desde la izquierda, con el diseño de un órgano mixto en
el que los doce miembros elegidos “entre jueces y magistrados” se vieran acompañados por
otros ocho de extracción parlamentaria: cuatro elegidos por el Congreso y otros tantos por el
Senado3. Dada la fuerza de esa apelación al autogobierno, a nadie se le ocurrió poner en duda
que serían los propios jueces quienes eligieran “entre jueces y magistrados” a los doce
aludidos. Es más, de haberlas, las reticencias surgieron de sectores conservadores que
predecían para el asociacionismo judicial efectos similares a la vinculación partidista. La
preocupación reinante en la izquierda se centraba por el contrario en evitar que fueran los
magistrados del Tribunal Supremo, de mayor edad y elegidos durante años por ministros
franquistas, los que coparan el órgano de gobierno del Poder Judicial; de ahí la referencia
constitucionalizada a que se trate de jueces “de todas las categorías judiciales” y que así se
garantice en “los términos que establezca la ley orgánica”.
1
Ilustrativo al respecto N.M. LOPEZ CALERA Sobre el alcance teórico del uso alternativo del derecho, en
“Sobre el uso alternativo del derecho” Valencia, Fernando Torres, 1978. Por mi parte, me ocupé del
asunto más de un decenio después: ¿Qué podría significar hoy ‘uso alternativo del derecho’?, incluido
más tarde en “Derechos humanos. Entre la moral y el derecho” México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2007, págs. 57-61. Accesible en http://info5.juridicas.unam.mx/libros/5/2381/7.pdf
2
Ya en 1971, cuatro años de la muerte del dictador, planteaban “el nombramiento del Presidente del
Tribunal Supremo por elección libre y secreta, con carácter temporal, entre todos los miembros de la
carrera judicial” y un sistema similar para las Audiencias Territoriales (sustituidas luego por los Tribunal
Superiores de Justicia en cada Comunidad Autónoma) y Provinciales. Cfr. Nuestro trabajo Poder Judicial
y transición democrática en España, “Sociología y Sicología Jurídicas” (Ilustre Colegio de Abogados de
Barcelona), 1982 (9), págs. 7-42, sobre todo pág. 37, con numerosas referencias bibliográficas; accesible
en www.andresollero.es
3
El texto concreto del artículo 122.3 CE es el siguiente: “El Consejo General del Poder Judicial estará
integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el
Rey, por un periodo de cinco años. De éstos doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías
judiciales, en los términos que establezca la ley orgánica; cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados
y cuatro a propuesta del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros,
entre abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con más de quince años de
ejercicio de su profesión”.
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Nada tiene de extraño pues que la primera ley encargada de modo específico del
desarrollo de este artículo de la Constitución contemplara un sistema electoral. Es más,
consumado en 1982 el cambio con la llegada al poder del partido socialista, el proyecto de
reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial planteado por el ministro Ledesma determinará con
particular esmero la presencia en las papeletas de jueces de diverso estatus profesional.
Constituirá por ello toda una sorpresa que, al debatirse el proyecto en el Senado, acabe
prosperando una enmienda presentada por el senador Bandrés, representante de una fuerza
minoritaria de la izquierda vasca, que eliminará la elección judicial y ampliará a diez el número
de vocales a proponer por cada una de las dos cámaras parlamentarias4.
De hecho la paternidad de la enmienda se atribuye al entonces portavoz de Jueces
para la Democracia (asociación heredera de Justicia Democrática) Juan Alberto Belloch, un
lustro después Vocal del Consejo General y bien pronto Ministro de Justicia. Podría sorprender
que el propio Fernando Ledesma, de arraigo similar en dicha línea asociativa, al referirse pocos
años antes en una publicación editada por el Ministerio de Justicia a “la elección de los doce
vocales de procedencia corporativa”, se limitara a abogar por una mayor libertad asociativa
para hacer posible una “solución constitucional”5. En realidad fueron los avatares del proceso
asociativo judicial los que acabaron marcando este cambio de rumbo, a la vez que
indirectamente ponen de relieve lo que está en juego: la independencia objetiva de los jueces,
que (al margen de su obligadamente presumible honestidad subjetiva) les permita aparecer6
ante los ciudadanos liberados de todo condicionamiento partidista.
La propia Constitución, no sin polémica, se había ocupado del asunto en el artículo
127.1, estableciendo que “los Jueces y Magistrados, así como los Fiscales, mientras se hallen
en activo, no podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o
sindicatos”. La cuestión se prestaba a valoraciones muy diversas. Ciertamente no habían sido
pocos los miembros de la carrera judicial y fiscal que ocuparan durante el franquismo cargos
en el Poder Ejecutivo, mostrando así una obvia identificación con el régimen. Por otra parte,
tampoco había sido escaso el activismo democratizador de más jóvenes miembros de la
carrera en el tardofranquismo, con lo que este veto podría parecer destinado a ponerles freno.
En todo caso, el alcance de tal veto acabaría siendo relativizado por una doble vía. El
mismo artículo constitucional continuaba señalando que “la ley establecerá el sistema y
modalidades de asociación profesional de los Jueces, Magistrados y Fiscales”, con lo que
dejaba abierta la puerta a una continuidad de la tarea emprendida bajo la dictadura. A la vez,
la posible presencia futura de jueces y fiscales en el Poder Ejecutivo o Legislativo no les
4
De ello me ocupé con detalle en La Justicia: el cambio del “cambio”, en “Diez cuestiones del panorama
español. Balance 1986-87”, (ed. por la Konrad-Adenauer-Stiftung) Madrid, Encuentro, 1987, sobre todo
págs. 154 y ss.
5
En su aportación a La Justicia en la década de los 80, Madrid, Ministerio de Justicia, 1981, pág. 233; de
ese periodo me ocupé en Cinco años de política judicial, “Anuario de Derecho Público y Estudios
Políticos (Granada) 1988 (1), págs. 155-185; accesible en www.andresollero.es
6
Sobre la importancia de la apariencia en el ámbito público y el papel de los medios de comunicación al
respecto hemos tratado en Difusión del derecho y medios de comunicación, en “La proliferación
legislativa: un desafío para el Estado de Derecho” (dir. Aurelio Menéndez Menéndez). Madrid, Colegio
Libre Eméritos - Thomson/Civitas, 2004, págs. 611-624; accesible en www.andresollero.es
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impediría en principio volver a ejercer su función, con lo que la finalidad perseguida quedaba
en la práctica convertida en una aparente formalidad. Ledesma y Belloch serían, además de
Vocales del Consejo General, ministros en gobiernos socialistas; lo mismo ocurriría en el
primer gobierno Aznar con la también Vocal Margarita Mariscal de Gante, que contribuyó a
condicionar por vía legislativa el habitual fácil regreso a la judicatura. Baltasar Garzón, nunca
inadvertido, batiría todos los récords al figurar nada menos que como número 2 de la lista
encabezada por Felipe González en las elecciones generales de 1993, ocupando además una
Secretaría de Estado, sin que ello le impidiera volver a asumir funciones jurisdiccionales. Hay
división de opiniones sobre si quién pudo ser el beneficiario político de sus idas y venidas; los
hechos acaban incluso poniendo en duda que lo fuera él mismo…
El arranque del movimiento asociativo giró en torno al intento de mantener una única
agrupación, para mantener un tono profesional y apolítico. La tensión interna se hace notar
ante el intento de los fieles a Justicia Democrática, tan activos como minoritarios, por ver
reconocido su protagonismo. No consiguen que se les reconozca como autónoma corriente
interna dentro de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM) y acabarán
abandonándola dando paso a la ya aludida Jueces para la Democracia (JpD). Ante esta
polarización surgirá alguna otra, con especial capacidad de acción por parte de la rotulada
Francisco de Vitoria, que rentabiliza su apuesta por una estrategia de centro. El problema se
agudiza ante la doble hegemonía exhibida por la primera; no sólo por ser la mayoritaria, sino
porque los hechos acaban demostrando que los numerosos jueces no afiliados (algo más de la
mitad del escalafón) tienden a apoyarla en las coyunturas decisivas.
Esto explica en realidad la famosa enmienda. Superado el doctrinarismo que hacía del
autogobierno bandera, la realidad sociológica invita a la contabilidad electoral. Se pone de
relieve que los jueces, tanto por su extracción social como por su meritocrático proceso de
selección, tienden a ser mayoritariamente conservadores, con lo que la APM tendría
asegurado el gobierno del gremio. Lo que por vía legislativa se pretende provocar es una
sobrerrepresentación de JpD en el Consejo, al margen de la voluntad de los jueces, entre
cantos al refuerzo democrático que aportaría el parlamento. No faltará quien argumente que
ningún universitario celoso de su autonomía consideraría un progreso democrático que su
Rector fuera elegido por Congreso o Senado…
La reforma legal introducida fue recurrida ante el Tribunal Constitucional, dando paso
a una de las sentencias menos afortunadas de su no siempre brillante trayectoria. Sirva de
indicio que uno de los magistrados acabó viendo como su propuesta de voto particular
acababa integrada en los fundamentos del fallo; lo que ayuda a entender lo contradictorio de
sus contenidos…
La sentencia no dudará en recordar que, al admitirse que se elevara de quince a veinte
el numero de Vocales del Consejo previstos por el anteproyecto constitucional (y de diez a
doce los elegidos entre jueces) “el representante del Grupo Socialista dijo en su intervención
que con su enmienda iba a ‘abrirse el Colegio Electoral, ésta es al menos la interpretación de
los socialistas, a todos los miembros, Jueces y Magistrados’; pero en el debate que siguió a la
propuesta, a la que se adhirieron otros Grupos Parlamentarios, no consta que el
consentimiento de la Comisión recayese sobre la ‘interpretación’ dada por el portavoz del
Grupo Socialista al nuevo texto”.
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No duda de que “parece deducirse la existencia de un consenso implícito sobre la
necesidad de que los doce Vocales procedentes de la Carrera Judicial expresasen no sólo
diferentes niveles de experiencia por su función y su edad, sino las distintas corrientes de
pensamiento existentes en aquélla, pero ese consenso no parece extenderse hasta la
determinación del procedimiento adecuado para alcanzar tal resultado”.
Admite que la finalidad de la norma sería “asegurar que la composición del Consejo
refleje el pluralismo existente en el seno de la sociedad y, muy en especial, en el seno del
Poder Judicial. Que esta finalidad se alcanza más fácilmente atribuyendo a los propios Jueces y
Magistrados la facultad de elegir a doce de los miembros del CGPJ es cosa que ofrece poca
duda”; pero no cabe ignorar el riesgo de que “el procedimiento electoral traspase al seno de la
Carrera Judicial las divisiones ideológicas existentes en la sociedad (con lo que el efecto
conseguido sería distinto del perseguido) ni, sobre todo, puede afirmarse que tal finalidad se
vea absolutamente negada al adoptarse otro procedimiento”. Y así sucesivamente…
Al final se acabará insinuando una inconstitucionalidad fáctica, tan insólita como
formalmente irrelevante: “Ciertamente, se corre el riesgo de frustrar la finalidad señalada de la
Norma constitucional si las Cámaras, a la hora de efectuar sus propuestas, olvidan el objetivo
perseguido y, actuando con criterios admisibles en otros terrenos, pero no en éste, atiendan
sólo a la división de fuerzas existente en su propio seno y distribuyen los puestos a cubrir entre
los distintos partidos, en proporción a la fuerza parlamentaria de éstos. La lógica del Estado de
partidos empuja a actuaciones de este género, pero esa misma lógica obliga a mantener al
margen de la lucha de partidos ciertos ámbitos de poder y entre ellos, y señaladamente, el
Poder Judicial”. En efecto, un somero conocimiento de la cultura política española, sin
necesidad de haber sido -como quien esto escribe- Diputado durante más de diecisiete años,
obliga a dar por hecho que toda elección parlamentaria de un número plural de cargos
públicos desemboca inevitablemente en un reparto, no siempre tácito, de cuotas entre los
grupos mayoritarios imprescindibles para reunir la prevista mayoría de tres quintos en cada
cámara7.
Aun así, se añadirá que “la existencia y aun la probabilidad de ese riesgo, creado por
un precepto que hace posible, aunque no necesaria, una actuación contraria al espíritu de la
Norma constitucional, parece aconsejar su sustitución, pero no es fundamento bastante para
declarar su invalidez” 8.
Las consecuencias fueron las fácilmente previsibles, con clara denuncia de la
apariencia de vinculación partidista resultante9; sin perjuicio de que no faltara quien entienda
7
Para evitarlo, el catedrático Jaime VEGAS en sus Reflexiones sobre la reforma del Consejo General del
Poder Judicial -pág. 6-, que centraron el debate mantenido el 18 de abril de 2012, con la participación
entre otros especialistas de los ya citados exministros Ledesma y Mariscal de Gante, en la Fundación
“Ciudadanía y Valores” que tengo el honor de presidir, propone un sistema de elección entre jueces de
carácter proporcional que refleje el “apoyo que los diversos grupos, candidaturas o sensibilidades
dentro de la carrera judicial”. Texto disponible en www.funciva.org
8
STC (Sentencia del Tribunal Constitucional) 108/1986, Fundamento jurídico 13.
9
Quedaron elocuentemente de manifiesto en el debate antedicho. Inmaculada MONTALBÁN HUERTAS,
Vocal vinculada a JpD, dictamina que también ahora “el origen de la designación de los vocales del CGPJ
se encuentra en la cúpula de los partidos políticos y el Parlamento se limita a asumir el acuerdo de
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que la única alternativa sería un no menos rechazable corporativismo10. La independencia
objetiva de los miembros del Consejo se ha visto concienzudamente puesta en cuestión por los
medios de comunicación, que atribuyen de modo inmisericorde la escarapela de conservador
o progresista a los jueces propuestos por uno u otro partido mayoritario y a los
promocionados con sus votos11. Da igual que los propios Vocales hayan contribuido más de
una vez a ello con no poco entusiasmo, al dar paso a mayorías y minorías mecánicamente
reiteradas. Cuando no lo hacen, tal circunstancia se presenta como una rareza, achacable más
a conflictos y roces personales que a algún atisbo de racionalidad en el comportamiento. De
hecho, en la situación actual el Consejo tiende a aparecer fraccionado en tres, actuando como
llave decisoria un pequeño grupo que incluye tanto a presuntos progresistas como
conservadores; no obstante, la valoración mediática no se alterará. Lo mismo ocurre con los
componentes del Tribunal Constitucional, que aparece siempre escindido en dos por los
medios de comunicación. En realidad, si la sentencia sobre el Estatuto Catalán tardó tres años
en resolverse fue precisamente porque tal escisión no era real, sino que fraccionados los doce
magistrados en tres sectores no se mostraban capaces de generar mayoría alguna. Los medios
siguen sin embargo, por pereza o morbo, a lo suyo: cuando un magistrado al que han
bautizado caprichosamente como progresista, por el origen de su propuesta, parece inclinado
a rechazar la reforma del aborto, lo atribuirán a que es católico… Todo antes que admitir que,
dado el sistema de designación en su mayor parte parlamentario y siempre bajo influjo
partidista, un magistrado pueda razonar de modo independiente.
La tensión entre los dos partidos mayoritarios, divididos ante posibles intentos de
reforma que evitaran tan desfavorable resultado, ha sido continua. Los gobiernos socialistas
aquellos” - Reflexiones sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial, pág.4. Carlos VIDAL
PRADO considera, respecto a lo apuntado por el Tribunal: “no creo que la actuación de los partidos en el
Parlamento haya evitado ese riesgo, sino más bien al contrario”; a la vez que recuerda que “era una
exigencia interpretativa que el Tribunal Constitucional plantea para hacer la norma compatible con la
Constitución” –El Consejo General del Poder Judicial como órgano de gobierno de los jueces, pág. 2. Para
Javier TAJADURA TEJADA, que califica la situación de “escandalosa”, “las plazas en el Tribunal Supremo,
así como las presidencias de importantes tribunales han sido objeto de un reparto entre los vocales
propuestos por el PSOE y los vocales propuestos por el PP. Reparto que es ajeno a los principios de
mérito y capacidad y que sólo obedece a razones de afinidad ideológico-partidista” –La reforma del
Consejo General del Poder Judicial, págs. 1 y 2. Textos disponibles en www.funciva.org
10
Para Pablo LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, Catedrático y Magistrado del Tribunal Supremo –en su
propias Reflexiones sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial, pág. 3-, “la polémica sobre
los nombramientos discrecionales” surgiría porque “en vez de responder a criterios de mérito y
capacidad, obedecen a la adscripción asociativa de los aspirantes”. También para el actual Vocal, ajeno a
la carrera judicial, Claro J. FERNANDEZ-CARNICERO sería “el corporativismo más mediocre”, traducido
en la voracidad más arbitraria, el que persigue y contamina a la institución, y no tanto la politización que
tópicamente se denuncia” –Nota sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial, pág. 1. Textos
disponibles en www.funciva.org
11
Para Inmaculada MONTALBÁN HUERTAS, en la pág. 3 de su citada contribución, “la imagen del CGPJ
ha dependido, depende y dependerá de la ‘especulación’ mediática que hagan los medios de
comunicación”; “es un organismo político sujeto a los vaivenes de la actualidad política y hay quienes
postulan como única estrategia recomendable que se hable poco de él”.
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han dado por hecho que la libre elección por los jueces les condenaría a soportar un Consejo
obligadamente hostil, que reproduciría al infinito un predominio del sector conservador. El
Pacto de Estado generado por el segundo gobierno Aznar, archivando la mayoría absoluta que
le apoyaba en el Congreso, introdujo una solución a medias, capaz de pacificar dicha tensión
entre partidos, pero no de prestar a los Vocales judiciales una positiva apariencia de
apartidismo12. Todo quedó en que las asociaciones o grupos de profesionales presentaran
treinta y seis candidatos, para que los grupos parlamentarios entresacaran de entre ellos los
doce definitivos; al final las cuotas acabaron cumpliendo su papel13 y a los Vocales y sus
patrocinados se les saca a relucir en los medios las escarapelas de turno…
El regreso del Partido Popular al poder en 2011ha resucitado la propuesta de volver al
planteamiento original, que sólo llegó a llevarse a la práctica al elegirse el Consejo inicial. El
Ministro Alberto Ruiz Gallardón es él mismo miembro de la carrera fiscal, aunque su muy
temprano paso a la política le mantiene casi inédito en dicho ámbito. Casualmente, su padre
encabezó, como portavoz parlamentario, el recurso ante el Tribunal Constitucional al que se ha
hecho referencia. Hay quien considera que en esta ocasión podrá al fin volverse al modelo
originario, aunque se da por descontada la discrepancia del grupo socialista desde la oposición.
Más allá del sistema de designación, no han faltado otros problemas de
funcionamiento que susciten la crítica. Se cuestiona el número elevado de componentes del
Consejo y, sobre todo, la dedicación al cargo prevista, desproporcionada respecto a las
funciones razonablemente justificadas. Ello ha generado una proliferación competencial no
siempre provechosa14, que provoca reacciones particularmente críticas en el actual contexto
de crisis económica. Valgan como ejemplo los infatigables viajes, sobre todo por países
iberoamericanos, con situaciones tan curiosas como el empeño de hacer proliferar en ellos
códigos de ética judicial, que se consideran innecesarios en el caso español15.
Las propuestas de reforma no parecen en este caso tan viables. Desde configurar una
Comisión Permanente, mientras que como ocurre en el Consejo de Estado la presencia de
12
Para Javier TAJADURA TEJADA, en la pág. 2 de su contribución, “la experiencia demuestra que los tres
sistemas posibles: elección judicial, elección parlamentaria y sistema mixto, han resultado un fracaso”,
lo que le lleva a considerar que “el CGHPJ es ya una institución amortizada” y que “la única reforma
verdaderamente útil de la misma es su supresión”; lo contrario no sería “sino una maniobra de
distracción”.
13
Pablo LUCAS MURILLO DE LA CUEVA dictamina unos “resultados absolutamente decepcionantes pues
lo grupos parlamentarios hicieron caso prácticamente omiso de las preferencias que manifestaron los
miembros de la Carrera Judicial”; por lo demás, los grupos parlamentarios acaban suscribiendo “cuotas
ciegas: cada uno acepta los candidatos propuestos por el otro sin cuestionar su idoneidad para el cargo
–en su citadas Reflexiones sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial, págs. 1-2 y 5.
14
Jaime VEGAS censura este “activismo”, que llevaría al Consejo a actuar “de manera parecida a una
ONG” (Organización no Gubernamental) –ponencia citada, págs.9 y 10.
15
Tuvimos ocasión de ponerlo de relieve en La convivencia entre la ética judicial y el derecho
disciplinario, IV Reunión Anual Comisión Iberoamericana de Ética Judicial, Consejo General del Poder
Judicial, Madrid 9.XII.2009; en “Códigos de Ética Judicial, derecho disciplinario y justificación de la ética
del Juez” México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2010, Serie Ética Judicial nº 19, págs. 43-56.
Accesible en www.andresollero.es
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otros Vocales se convierte en esporádica, a descartar la dedicación exclusiva de sus miembros
facilitando la continuidad de sus tareas profesionales16 y retribuyéndolos con dietas. Valga
recordar que esto último parece poco viable, al no resultar aceptable que un mismo juez ejerza
como tal y sea miembro del órgano que le gobierna. Suficientes problemas surgen ya cada vez
que la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo, presidido por quien
siempre es a la vez Presidente del Consejo, no pierde ocasión de enmendar la plana a sus
colegas de este órgano a la hora de ocuparse jurisdiccionalmente de solventar los recursos
suscitados por sus resoluciones.
Reconociendo el alcance político, en sentido no necesariamente partidista, de la
función a desarrollar, se ha discutido la necesidad de una comparecencia previa de los
candidatos ante una comisión parlamentaria17, así como posibles posteriores rendiciones de
cuentas ante ella, como modo de asumir sus responsabilidades.
No ha dejado de repercutir sobre la institución una de los tres problemas a los que
aludimos al inicio. Los grupos nacionalistas que protagonizan la vida política de las Autonomías
de más arraigada tradición, sobre todo en Cataluña, se han esforzado por relativizar la unidad
territorial que la Constitución diseña al poder judicial. Lo han hecho procurando configurar
órganos judiciales con apariencia de Tribunal Supremo (las antiguas Audiencias Territoriales se
convirtieron en Tribunales Superiores…), pero siguen presionando para dar paso a unos
Consejos Autonómicos de Justicia, que asuman competencias actuales del Consejo General o
de las Salas de Gobierno de los órganos judiciales de su ámbito.
No es extraño que la experiencia invite en España a más de uno a volver a la fórmula
de elección judicial, admitiendo que el parentesco entre independencia objetiva de los jueces
y una razonable dosis de autogobierno merece una nueva oportunidad.
16
Ve en ello “problemas de constitucionalidad” el catedrático Jaime VEGAS, buen conocedor de la
cuestión desde el Ministerio de Mariscal de Gante, en sus citadas Reflexiones sobre la reforma del
Consejo General del Poder Judicial, págs. 3-4.
17
Pablo LUCAS MURILLO DE LA CUEVA se declara contrario a las comparecencias en la pág. 6 de su
citada contribución, mientras Inmaculada MONTALBÁN HUERTAS las defiende, porque “ni se puede ni
se debe evitar que el CGPJ haga política, so pena de liquidarlo y hacerlo desaparecer por falta de
actividad. El CGPJ es un órgano político” –en sus Reflexiones…, págs. 2 y 4-5. Textos disponibles en
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