Memorias de Adriano

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Memorias de Adriano
NÚCLEO DE LA NOVELA
En esta selección de textos ordenados según los diversos planos semiológicos de la obra, se
hace referencia al número de página en que se tocan los temas en la edición de Gallimard,
collection folio (1988). La traducción es mía. No siempre ha resultado fácil catalogar un texto
dentro del esquema de los planos semiológicos; pero ello no es demasiado importante cuando
lo que se ha intentado es ofrecer una antología ordenada de los textos más interesantes desde
el punto de vista del contenido.
Cultura
Culto de Mitra: V,63
Arduo ascetismo, exigente de tensión de la voluntad; obsesión de la
muerte, de la sangre.
Eleusis: XV,161-2
Estos grandes ritos no hacen más que simbolizar los
acontecimientos de la vida humana, pero el símbolo va más allá del
acto, explica cada uno de nuestros gestos en términos de mecánica
eterna. Le enseñanza recibida en Eleusis debe mantenerse en secreto:
tiene por otra parte tantas menos probabilidades de ser divulgada en
cuanto que es por naturaleza inefable. Formulada, no conseguiría más
que las evidencias más banales; en ello está precisamente su
profundidad. Los más elevados grados que me fueron como
consecuencia conferidos en el curso de las conversaciones privadas con
el hierofante no añadieron casi nada al choc inicial sentido igualmente
por el más ignorante de los peregrinos que participa en las abluciones
rituales y bebe de la fuente. Yo escuché las disonancias resolverse en
un acorde; por un momento me apoyé en otra esfera, contemplé de
lejos, pero también de muy cerca, esta procesión humana y divina en
la que ocupaba mi lugar, este mundo en el que todavía existe el dolor,
pero ya no el error. La suerte humana, este vago trazado en el cual el
ojo menos experto reconoce tantos fallos, brillaba como los designios
del cielo.
Religión egipcia: XX,212
Ungida ritualmente de miel y de esencia de rosa, la bestia inerte
fue depositada en el fondo de una cuba llena de agua del Nilo; la
criatura ahogada se asimilaba al Osiris llevado por la corriente del río;
los años terrestres del pájaro se sumaban a los míos; la pequeña alma
solar se unía al Genio del hombre para el cual se la sacrificaba; este
Genio invisible podía en adelante aparecérseme y servirme bajo esta
forma.
Ética: XII,117
Juicio de las acciones ajenas: los espíritus honestos, los corazones
virtuosos rechazaron creer que yo estaba implicado en el asesinato; los cínicos
suponían lo peor, pero por ello mismo me admiraban más.
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Historia:
Adriano:
Consejo del príncipe: XIII,136
La élite de los funcionarios que yo comencé a formar me
corteja. El consejo del príncipe: gracias a los que lo componen
me he podido ausentar de Roma durante años, y no volver a ella
más que de paso. Estaba en comunicación con él mediante los
correos más rápidos; en caso de peligro, mediante las señales de
los semáforos. Ellos a su vez han formado otros auxiliares útiles.
Su competencia es obra mía; su actividad bien regulada me ha
permitido emplearme en otros lugares. Ello me permitirá
ausentarme en la muerte sin demasiada inquietud. De los veinte
años de ejercicio del poder, he pasado doce sin domicilio fijo.
Contribuciones voluntarias al emperador: XIII,131-2
He renunciado a las contribuciones voluntarias hechas por
las ciudades al emperador, que no son más que un robo
disfrazado.
Deudas al Estado: XIII,132
La anulación completa de las deudas de los particulares
al Estado era una medida más arriesgada, pero necesaria para
hacer tabula rasa tras diez años de economía de guerra.
Itálica: XX,208
Compré en el taller de un escultor todo un lote de Venus,
de Dianas y de Hermes para Itálica, mi villa natal, que me
proponía modernizar y adornar.
Cristianos: Se distinguen por una abundancia de sectas. XX,208
Decadencia ética y filosófica de Roma: XXIII,240-1
En muchos aspectos, el pensamiento de nuestros filósofos me
parecía, como el Cristianismo, también limitado, confuso, o estéril. Las
tres cuartas partes de nuestros ejercicios intelectuales no son más que
vacíos adornos; me preguntaba si esta creciente vacuidad se debía a
una disminución de la inteligencia o a una decadencia del carácter;
fuera como fuese, la mediocridad del espíritu se acompañaba casi
siempre de una llamativa bajeza de espíritu. Yo encargué a Herodes
Atticus vigilar la construcción de una red de acueductos en Troade; él
se aprovechó para despilfarrar vergonzosamente los denarios públicos;
convocado a una rendición de cuentas, hizo responder con insolencia
que era lo suficientemente rico para cubrir todos los déficits; esta misma
riqueza era un escándalo. Su padre, muerto hacía poco, se había
organizado para desheredarlo discretamente multiplicando las larguezas
con los ciudadanos de Atenas; Herodes rehusó de plano asumir los
legados paternos; de ello resultó un proceso que todavía dura. En
Esmirna, Polemón, mi familiar hace poco, se permitió poner en la puerta
a una embajada de senadores romanos que habían creído poder contar
con su hospitalidad. Tu padre, Antonino, el más dulce de los seres, se
enfureció, y el hombre de Estado y el sofista acabaron por llegar a las
manos; este pugilato indigno de un futuro emperador lo era todavía más
de un filósofo griego. Favorinus, ese enano ávido que yo colmé de
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dinero y de honores, propagaba por todas partes chistes a mi costa. Las
treinta legiones que yo comandaba eran, si se le creía, mis únicos
argumentos válidos en las justas filosóficas con las que yo tenía la
vanidad de complacerme, y en las que él tenía el cuidado de dejar la
última palabra al emperador. Ello era tacharme a la vez de presunción
y de estupidez; era sobre todo enorgullecerse de una extraña cobardía.
Pero los pedantes se irritan siempre de que se conozca tan bien como
ellos su limitado oficio; todo servía de pretexto para sus comentarios
malignos: yo había dictaminado la inclusión en los programas de las
escuelas de las obras demasiado ignoradas de Hesíodo y de Enio;
estos espíritus rutinarios me dieron pronto ganas de destronar a
Homero, y al límpido Virgilio, que, sin embargo, yo citaba sin cesar. No
había nada que hacer con esas gentes. XXIII,240-1
Domiciano: exilió a Epicteto. XV,158
Guerra de Judea:
Grupos zelotes atacaron a las guarniciones romanas aisladas y
masacraron a nuestros soldados con refinamientos de furor que
recordaron los peores momentos de la revuelta judía bajo Trajano;
Jerusalén al fin cayó por completo en manos de los insurgentes y los
nuevos barrios de Aelia Capitolina ardieron como una antorcha. Los
primeros destacamentos de la Vigésimo-segunda Legión Dejotariana,
enviada desde Egipto a toda prisa bajo las órdenes del legado de Siria
Publio Marcelo, fueron derrotados por bandas diez veces superiores en
número. La revuelta se había convertido en guerra, y en una guerra
inevitable.
Dos legiones, la Duodécima Fulminante y la Sexta Legión, la
Legión de Hierro, reforzaron pronto a los efectivos ya ubicados en
Judea; algunos meses más tarde, Julio Severo, que hacía tiempo había
pacificado las regiones montañosas de la Bretaña del Norte, tomó la
dirección de las operaciones militares; llevaba con él pequeños
contingentes de auxiliares británicos acostumbrados a combatir en
terreno difícil. Nuestras tropas, equipadas pesadamente, nuestros
oficiales habituados a las formaciones en cuadrado o en falange de las
batallas ordenadas, tuvieron problemas para adaptarse a esta guerra de
escaramuzas y de sorpresas, que utilizaba en campo raso técnicas de
motín. Simón, a su manera un gran hombre, había dividido a sus
partisanos en centenares de grupitos apostados en las crestas de la
montaña, emboscados al fondo de las cavernas y de canteras
abandonadas, escondidos en casa de los habitantes de los agitados
arrabales de las ciudades; Severo comprendió rápidamente que este
enemigo inasible podía ser exterminado, pero no vencido; se resignó a
una guerra de desgaste. Los lugareños, fanatizados o aterrorizados por
Simón, hicieron desde el principio causa común con los zelotes: cada
roca se convirtió en una fortaleza, cada viña en una trinchera; cada finca
debió ser reducida por el hambre o tomada al asalto. Jerusalén no fue
reconquistada sino en el tercer año de la guerra, cuando se vio que los
últimos esfuerzos de negociación eran inútiles; fue aniquilado lo poco
que había quedado de la ciudad tras el incendio de Tito. Severo aceptó
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ignorar durante largo tiempo la complicidad de las otras grandes
ciudades; éstas, convertidas en las últimas fortalezas del enemigo,
fueron más tarde atacadas y reconquistadas a su vez calle por calle y
ruina por ruina. Durante estos tiempos de prueba, mi puesto estaba en
el campo, y en Judea. Tenía depositada en mis dos lugartenientes la
más entera confianza; por ello convenía todavía más que fuera allá para
compartir la responsabilidad de las decisiones que, fueran cuales
fuesen, se preveían atroces. Al final del segundo año de campaña, hice
amargamente mis preparativos de viaje; Euphorion empaquetó una vez
más mi equipo de higiene, un poco gastado por el uso, realizado antaño
por un artesano de Esmirna, la caja de libros y mapas, la estatuilla de
marfil del Genio Imperial y su lámpara de plata; desembarqué en Sidón
al principio del otoño. XXV,255-6
Al principio del tercer año de campaña, el ejército sitió la
ciudadela de Bethar, nido de águilas donde Simón y sus partisanos
resistieron durante cerca de un año las lentas torturas del hambre, de
la sed y de la desesperación, y donde el Hijo de la Estrella vio perecer
uno a uno a sus fieles sin aceptar rendirse. Nuestro ejército sufría casi
tanto como los rebeldes: éstos, al retirarse, habían quemado los
vergeles, devastado los campos, degollado el ganado, infectado los
pozos echando en ellos los muertos; estos métodos salvajes eran
horribles, aplicados a esta tierra naturalmente árida, ya roída hasta el
hueso por largos siglos de locuras y furores. El verano fue cálido y
malsano; la fiebre y la disentería diezmaron nuestras tropas; una
disciplina admirable continuaba reinando en estas legiones forzadas a
la vez a la inacción y a la vigilancia; el ejército acosado y enfermo era
sostenido por una especie de rabia silenciosa que se traspasó a mí. Mi
cuerpo no soportaba ya tan bien como antaño las fatigas de una
campaña, los días tórridos, las noches asfixiantes o heladas, el viento
duro y el polvo chirriante; llegué a dejar en mi escudilla el tocino y las
lentejas cocidas del rancho; me quedaba con hambre. Arrastraba una
tos mala desde bastante antes del verano; yo no era el único. En mi
correspondencia con el Senado, suprimía la fórmula que figura
obligatoriamente en el encabezamiento de los documentos oficiales: El
emperador y el ejército están bien. El emperador y el ejército, al
contrario, estaban peligrosamente cansados. Por la noche, después de
la última conversación con Severo, la última audiencia de los tránsfugas,
el último correo de Roma, el último mensaje de Publio Marcelo,
encargado de limpiar los alrededores de Jerusalén, o de Rufo, ocupado
en reorganizar Gaza, Euphorio medía parsimoniosamente el agua de mi
baño en una cuba de tela alquitranada; yo me acostaba sobre mi lecho;
intentaba pensar.
No lo niego: esta guerra de Judea era uno de mis fracasos. Los
crímenes de Simón y la locura de Akiba no eran obra mía, pero yo me
reprochaba haber estado ciego en Jerusalén, distraído en Alejandría,
impaciente en Roma. No había sabido encontrar las palabras que
hubieran prevenido, o al menos retrasado, este acceso de furor del
pueblo; no había sabido ser en su momento suficientemente flexible o
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suficientemente firme. Y, ciertamente, no teníamos motivo para estar
inquietos, y todavía menos desesperados; el fallo y el error de cálculo
sólo se habían producido en nuestras relaciones con Israel; en todos los
demás lugares, recogimos en estos tiempos de crisis el fruto de
dieciséis años de generosidad en Oriente. Simón había creído poder
apostar por una revuelta del mundo árabe parecida a la que había
marcado los sombríos últimos años del reinado de Trajano; más todavía,
había osado apostar por la ayuda de los partos. Se había equivocado,
y este fallo de cálculo causaba su muerte lenta en la ciudadela cercada
de Betar; las tribus árabes dejaron de solidarizarse con las comunidades
judías; los Partos eran fieles a los tratados. La sinagogas de las grandes
ciudades sirias se mostraban ellas mismas indecisas o tibias: las más
ardientes se contentaban con enviar secretamente algo de dinero a los
zelotes; la población judía de Alejandría, a pesar de ser tan turbulenta,
se mantenía en calma; el absceso judío permanecía localizado en la
árida región que se extiende entre el Jordán y el mar; se podía sin
peligro cauterizar o amputar este dedo enfermo. Y, a pesar de todo, en
cierto modo, los malos días que habían precedido inmediatamente a mi
reinado parecían volver. Quieto había incendiado Cirenea antaño,
ejecutado a los notables de Laodicea, retomado posesión de Edesa en
ruinas... El correo vespertino acababa de informarme de que nos
habíamos reestablecido sobre el montón de piedras desmoronadas que
yo llamaba Aelia Capitolina y que los judíos llamaban todavía Jerusalén;
habíamos incendiado Ascalon; había sido preciso ejecutar en masa a
los rebeldes de Gaza... Si dieciséis años del reinado de un príncipe
apasionadamente pacífico conducían a la campaña de Palestina, las
oportunidades de paz en el mundo parecían mediocres en el porvenir.
Me incorporé sobre el codo, incómodo sobre mi estrecha litera.
Ciertamente, al menos algunos judíos habían escapado al contagio
zelote: incluso en Jerusalén, fariseos escupían al paso de Akiba,
trataban de viejo loco a este fanático que lanzaba al viento las sólidas
ventajas de la paz romana, le gritaban que la hierba le crecería en la
boca antes que se hubiera visto sobre la tierra la victoria de Israel. Pero
yo prefería todavía los falsos profetas a estos hombres de orden que
nos despreciaban a pesar de que contaban con nosotros para proteger
de las exacciones de Simón su oro colocado en los banqueros sirios y
en sus granjas de Galilea. Yo pensaba en los tránsfugas que, algunas
horas antes, se habían sentado en esta tienda, humildes, conciliadores,
serviles, pero arreglándoselas siempre para dar la espalda a la imagen
de mi Genio. Nuestro mejor agente, Elías Ben Abayad, que hacía el
papel de informador y de espía para Roma, era justamente despreciado
en los dos campos; era sin embargo el hombre más inteligente del
grupo, espíritu liberal, corazón enfermo, desgarrado entre su amor por
su pueblo y su afición a nuestras letras y a nosotros; él también, por
otra parte, en el fondo no pensaba más que en Israel. Josué ben Kisma,
que predicaba el apaciguamiento, no era más que un Akiba más tímido
o más hipócrita; incluso en el rabino Josué, que había sido mucho
tiempo mi consejero en los asuntos judíos, yo había sentido, bajo la
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flexibilidad y el deseo de agradar, las diferencias irreconciliables, el
punto en el que dos pensamientos de especies opuestas no se
encuentran sino para combatirse. Nuestros territorios se extendían sobre
centenares de leguas, millares de estadios, más allá del seco horizonte
de las colinas, pero la roca de Betar constituía nuestra frontera:
podíamos aniquilar los macizos muros de esta ciudadela en la que
Simón consumaba frenéticamente su suicidio; no podíamos impedir a
esta raza decirnos que no. XXV,257-60
Por la noche, reuní a mis fuerzas para escuchar el informe de
Rufo: la guerra tocaba a su fin; Akiba, quien, desde el principio de las
hostilidades, aparentemente se había retirado de los asuntos públicos,
se consagró a la enseñanza del Derecho rabínico en la pequeña ciudad
de Usfa, en Galilea; esta aula se había convertido en el centro de la
resistencia zelote; mensajes secretos eran cifrados y transmitidos a los
partisanos de Simón por manos nonagenarias; fue preciso reenviar a
la fuerza a sus hogares a los estudiantes fanatizados que rodeaban a
este anciano. Después de largas vacilaciones, Rufo se decidió a hacer
prohibir como sedicioso el estudio de la Lengua judía; algunos días
después, Akiba, que había contravenido este decreto, fue detenido y
ejecutado. Otros nueve doctores de la ley, el alma del partido zelote,
perecieron con él. Yo había aprobado todas estas medidas con un signo
de la cabeza. Akiba y sus fieles murieron persuadidos hasta el final de
ser los únicos inocentes, los únicos justos; ningún de ellos soñó aceptar
su parte de responsabilidad en las desgracias que abrumaban a su
pueblo. Se les envidiaría, si se pudiese envidiar a los ciegos. No niego
a estos diez energúmenos el título de héroes; en cualquier caso, no
eran sabios.
Tres meses más tarde, una fría mañana de febrero, sentado en
la cima de una colina, adosado al tronco de una higuera desguarnecida
de sus hojas, asistí al asalto que precedió algunas horas a la
capitulación de Betar; vi salir uno a uno a los últimos defensores de la
fortaleza, macilentos, descarnados, horribles, sin embargo bellos, como
todo lo que es indomable. Al final del mismo mes, me hice transportar
al lugar llamado de los pozos de Abraham, donde los rebeldes cogidos
con las armas en la mano en las aglomeraciones urbanas fueron
reunidos y subastados; niños sarcásticos, ya feroces, deformados por
convicciones implacables, enorgulleciéndose en voz muy alta de haber
causado la muerte de decenas de legionarios, viejos emparedados en
un sueño de sonámbulo, matronas de carnes blandas, y otras solemnes
y sombrías como la Gran Madre de los cultos orientales; esta multitud
pasó ante mí como polvo. Josué Ben Kisma, jefe de los
autodenominados moderados, que, lamentablemente, había fracasado
en su papel de pacificador, sucumbió en esta misma época como
consecuencia de una larga enfermedad; murió deseándonos la guerra
y la derrota por parte de los partos. Por otra parte, los judíos
cristianizados, a los que no habíamos inquietado, y que guardan rencor
al resto del pueblo hebreo por haber perseguido a su profeta, vieron en
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nosotros los instrumentos de la cólera divina. La larga serie de delirios
y malentendidos continuaba.
Una inscripción colocada sobre el emplazamiento de Jerusalén
prohibió a los judíos, bajo pena de muerte, instalarse de nuevo en ese
montón de escombros; reproducía palabra por palabra la frase inscrita
antaño en el portal del templo, y que prohibía la entrada a los
incircuncisos. Un día al año, el nueve del mes de Ab, los judíos tienen
el derecho de venir a llorar ante un muro en ruinas. Los más piadosos
rehusaron abandonar su tierra natal; se establecieron lo mejor que
pudieron en las regiones menos devastadas por la guerra; los más
fanáticos emigraron al territorio parto; otros fueron a Antioquía, a
Alejandría, a Pérgamo; los más finos se presentaron en Roma, donde
prosperaron. Judea fue tachada del mapa, y, obedeciendo a mi orden,
tomó el nombre de Palestina. Durante estos cuatro años de guerra,
cincuenta fortalezas, y más de novecientas ciudades y pueblos fueron
saqueados y aniquilados; el enemigo perdió cerca de seiscientos mil
hombres; los combates, las fiebres endémicas, las epidemias nos
quitaron cerca de noventa mil. La reconstrucción del país sucedió
inmediatamente a los trabajos de la guerra; Aelia Capitolina fue
reconstruida, a una escala más modesta; es preciso recomenzar
siempre. XXVI,267-9
Poblamientos: XXIII,234
Habían afluido los veteranos a Andrinópolis, atraídos por
donaciones de tierras y reducciones de impuestos. El mismo plan se
debía aplica a Antinoé. Yo había acordado hacía tiempo por todas
partes exenciones análogas a los médicos y a los profesores, con la
esperanza de favorecer el mantenimiento y desarrollo de una clase
media seria y sabia.
Regiones del Imperio: XIV,153-4
Galia próspera, España opulenta, me retuvieron menos tiempo
que Bretaña. En la Galia narbonesa reencontré a Grecia, que ha llevado
hasta allá sus escuelas de elocuencia y sus pórticos bajo un cielo puro.
Ideología1
Abstinencia de carne: I,18-9
Ostentación de ascetismo que nos distancia de los demás.
Ambición de poder: X,99
Quería el poder, sobre todo para ser yo mismo antes de morir.
Muy a menudo no están claros los límites entre lo que es la ideología del personaje Adriano
y la ideología de la autora. En cualquier caso, aunque la clasificación en ocasiones sea errónea, es
preciso tener en cuenta que lo importante son las ideas expresadas, no el soporte físico que tienen.
En este apartado en principio se han ubicado las ideas que parecen propias de Marguerite Yourcenar,
y las ideas que es mejor atribuirlas a Adriano figuran en el apartado Personajes/Adriano/Pensamiento.
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Amor:
El único juego que perturba el alma; juego misterioso que va del
amor de un cuerpo al amor de una persona; extraña obsesión que hace
que esta misma carne de la que nos preocupamos tan poco cuando
compone nuestro propio cuerpo pueda inspirarnos una tal pasión
simplemente porque está animada por una individualidad diferente de
la nuestra; la primera aproximación hace al no iniciado el efecto de un
rito aterrador; la emoción nace en el contacto; un ser pasa de estar en
la periferia de nuestro universo a constituir su centro, se nos hace más
indispensable que nosotros mismos; invasión de la carne por el espíritu.
I,20-3
El amor impide al amante comer, dormir, pensar, e incluso amar,
en tanto que ciertos ritos no se han consumado. X,100
Esta calma tan propicia a los trabajos y a las disciplinas del
espíritu me parece uno de los más bellos efectos del amor. XVI,179
Autoridad absoluta: X,102
La mayoría de las personas que han ejercido una autoridad
absoluta buscan desesperadamente en su lecho de muerte un
continuador dócil, empleado con los mismos métodos, e incluso con los
mismos errores.
Autoridad (su ejercicio): XIII,128-9
Un día que visitaba en Tarragona una explotación minera, un
esclavo cuya vida se había pasado casi enteramente en aquellos
corredores subterráneos se arrojó sobre mí con un cuchillo. Nada
ilógicamente, se vengaba sobre el emperador de sus 43 años de
servidumbre. Lo desarmé, y lo remití a mi médico; su furor desapareció;
se transformó en lo que era en realidad: un ser no menos sensato que
los demás, y más fiel que muchos. Este culpable que la ley
salvajemente aplicada habría hecho ejecutar inmediatamente se
convirtió para mí en un servidor útil. La mayoría de los hombres se
parecen a este esclavo: en realidad son demasiado sumisos; sus largos
períodos de estupidez son interrumpidos por algunas rebeliones tan
brutales como inútiles. Yo quería ver si una libertad sabiamente
entendida no habría sido más provechosa. Este bárbaro condenado al
trabajo de las minas se convirtió para mí en el emblema de todos
nuestros esclavos, de todos nuestros bárbaros. No me parecía imposible
tratarlos como yo había tratado a este hombre, convertirlos en
inofensivos a fuerza de bondad, siempre que supiesen ante todo que la
mano que los desarmaba era firme. Todos los pueblos han perecido
hasta hoy por falta de generosidad. Yo quería retrasar lo más posible,
evitar, si ello fuese posible, el momento en que los bárbaros en el
exterior, los esclavos en el interior, se precipitarán sobre un mundo que
se les pide que respeten de lejos o que sirvan desde abajo, pero cuyos
beneficios no son para ellos. Yo intentaba que la más desheredada de
las criaturas, el esclavo que limpia las cloacas de las ciudades, el
bárbaro hambriento que merodea por las fronteras, tuviera interés en ver
durar Roma.
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Cultura griega:
Lleva detrás tesoros de experiencia, la de los hombres y la del Estado.
Todo lo que cada uno de nosotros puede intentar hacer para
perjudicar a sus semejantes o para servirlos ha sido hecho por un
griego, al menos una vez. Nuestros vicios y virtudes tienen modelos
griegos. III,45
La única cultura que se haya separado un día de lo monstruoso,
de lo informe, de lo inmóvil, que haya inventado una definición del
método, una teoría de la política y de la belleza. IX,88
Despertar: I,26
Volver de muy lejos al estrecho reducto de humanidad que es el yo.
Diferenciación sexual: VII,75
Un hombre que lee, o que piensa, o que calcula, pertenece a la
especie, y no a su sexo.
Disciplinas griegas: XXIII,241-2
Todo lo que en nosotros es humano, ordenado y lúcido procede
de ellas. La seriedad un poco pesada de Roma, su sentido de la
continuidad, su gusto por lo concreto, fueron necesarias para
transformar en realidad lo que en Grecia continuaba siendo una
admirable visión espiritual, un bello aliento del alma.
Elección: su carácter permanente en la vida: XIV,151
Cada hombre tiene siempre que elegir sin cesar, a lo largo de su
breve vida, entre la esperanza infatigable y la sabia ausencia de
esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad, entre el
Titán y el Olímpico. Tiene que elegir entre ellos, o conseguir un día
armonizarlos entre sí.
Enemigo: un excelente profesor de prudencia. XXVII,275
Enfermedad:
No se ha comprendido nada de ella mientras no se ha reconocido
su extraña semejanza con la guerra y el amor: sus compromisos, sus
astucias, sus exigencias, esta amalgama extraña y única producida por
la mezcla de un temperamento y de un mal. XXVI,269
La solicitud de mis amigos equivale a una vigilancia constante:
todo enfermo es un prisionero. XXIX,300
Esclavitud: XIII,129
Dudo de que toda la Filosofía del mundo consiga suprimir la
esclavitud: como mucho, se le cambiará el nombre. Soy capaz de
imaginarme formas de esclavitud peores que las nuestras, por más
insidiosas: bien se transforme a los hombres en máquinas estúpidas y
satisfechas, que se crean libres a pesar de estar sometidas, bien que
se haga desarrollar en ellos, excluyendo el ocio y los placeres, un gusto
por el trabajo tan irracional como la pasión de la guerra en las razas
bárbaras. A esta servidumbre del espíritu, o de la imaginación humana,
yo prefiero nuestra esclavitud de hecho. En todo caso, el horrible estado
que pone a un hombre a la merced de otro hombre exige ser
cuidadosamente reglado por la ley.
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Ética: XXVII,280
La edad no me ha parecido nunca una excusa para la malignidad
humana; vería más bien en ella una circunstancia agravante.
Evaluación de la existencia humana: 3 medios (mellados): II,30-2
-Los libros: mienten, incluso los más sinceros:
-Los poetas nos transportan a un mundo más bello, más ardiente
o más suave que el real.
-Los filósofos hacen experimentar a la realidad las
transformaciones que el fuego o la maza hacen
experimentar a un cuerpo: nada del ser original subsiste.
-Los historiadores proponen del pasado sistemas demasiado
completos y series de causas y efectos demasiado
exactas y claras para ser verdaderos.
-Los cuentistas exhiben en el mostrador pequeños trozos de
carne apreciadas por las moscas.
-La observación directa de los hombres: método todavía menos
completo, limitado por lo general a las bajas constataciones con
las que se sacia la malevolencia humana; casi todo lo que
sabemos del otro es de segunda mano; si un hombre se
confiesa, defiende su causa.
-La observación de uno mismo, individuo junto al cual se está obligado
a vivir hasta el final. En el fondo, el conocimiento de uno mismo
es oscuro: uno emplea la inteligencia en ver de lejos y desde
más arriba su propia vida, que así se convierte en la vida de otro;
tiende a ver su vida parcialmente modificada por la imagen que
el público tiene de ella.
Conclusión: a la mayoría de los hombres les gusta resumir su vida en
una fórmula, a menudo presuntuosa, a menudo una queja, casi
siempre una recriminación; su memoria fabrica
complacientemente una existencia explicable y clara. A menudo,
la propia vida es lo que no ha sido.
Fanatismo: XXV,254
En todo combate entre el fanatismo y el sentido común, rara vez triunfa
este último.
Felicidad: XVI,180
Toda felicidad es una obra maestra: el menor error la falsea, la menor
duda la altera, la menor torpeza la afea, la menor tontería la
embrutece.
Fortuna (riqueza): I,24.
Sus inconvenientes: se puede creer que se seduce cuando en realidad
se impone.
Fracaso: XXVIII,289
Me pregunto qué escollo hará naufragar tu sabiduría, pues
siempre se naufraga: ¿será una esposa, un hijo demasiado querido, una
de esas trampas legítimas, en fin, en las que quedan atrapados los
corazones timoratos y puros? ¿Será simplemente la edad, la
enfermedad, la fatiga, el desengaño que nos dice que, si todo es vano,
también lo es la virtud?
11
Gramática: III,43-4
Con su mezcla de regla lógica y de uso arbitrario, propone al
espíritu del joven una muestra de lo que le ofrecerán más tarde las
ciencias de la conducta humana, el Derecho o la Moral, todos los
sistemas en los que el hombre ha codificado su experiencia instintiva.
Griego: III,45
Flexibilidad de cuerpo muy en forma.
Riqueza de vocabulario: cada palabra atestigua el contacto directo y
variado de las realidades.
Casi todo lo que mejor han dicho los hombres lo han dicho en Griego.
Guerras: IX,84
Mi puesto en las fronteras me mostró una cara de la victoria que
no figura en la Columna Trajana. Mi retorno a la administración me
permitió acumular contra el partido militar un informe todavía más
decisivo que todas las pruebas amasadas en los ejércitos. Los cuadros
de las legiones y la guardia pretoriana entera están exclusivamente
formados por elementos italianos: las guerras lejanas drenaban las
reservas de un país ya pobre en hombres. Los que no morían estaban
tan perdidos como los otros para la patria propiamente dicha, porque se
les establecía forzosamente sobre las tierras recién conquistadas.
Incluso en las provincias, el sistema de reclutamiento causó en esta
época revueltas serias. Un viaje a España me atestiguó el desorden
introducido por la guerra en todos los sectores de la economía: acabé
de convencerme de lo bien fundamentado de las protestas de los
hombres de negocios de Roma. No era tan ingenuo como para pensar
que era cuestión de evitar todas las guerras; pero yo no quería más que
las defensivas; soñaba con un ejército encargado de mantener el orden
sobre las fronteras, tal vez rectificadas, pero seguras. Todo nuevo
incremento del vasto organismo imperial me parecía una excrecencia
enfermiza, un cáncer, o el edema de una hidropesía por el que
acabaríamos muriendo.
Identidad: X,100
A los cuarenta años yo no existía todavía más que para mis
propios ojos y para los de mis amigos, que debían a menudo dudar de
mí como yo dudaba de mí mismo.
Insomnio: I,27-8
Obstinación maniática de nuestra inteligencia en manufacturar
pensamientos, secuencias de razonamientos, silogismos y definiciones
propias; rechazo a abdicar en favor de la divina estupidez de los ojos
cerrados o de la sabia locura de los sueños.
Judaísmo: XXV,253-4
Ningún pueblo, salvo Israel, tiene la arrogancia de encerrar la
Verdad íntegramente en los estrechos límites de una sola concepción
divina, insultando así a la multiplicidad de dioses que contiene todo;
ningún otro dios ha inspirado a sus adoradores el desprecio y el odio
hacia los que rezan ante altares diferentes.
12
Juventud: III,47
Época poco pulida de la existencia, período opaco e informe, fugitivo y
frágil.
Leyes: XIII,127-8
Creo poco en ellas. Si son demasiado duras, son rechazadas, y
con razón. Si son demasiado complicadas, el ingenio humano encuentra
fácilmente maneras de deslizarse entre las mallas de esta nasa frágil
que se arrastra. El respeto de las leyes antiguas corresponde a lo que
hay de más profundo en la piedad humana; sirve también de almohada
a la inercia de los jueces. Las más viejas participan de este salvajismo
que intentan corregir; incluso las más venerables son el producto de la
fuerza. La mayoría de las leyes penales no alcanzan, tal vez por fortuna,
más que a una pequeña parte de los culpables; nuestras leyes civiles
no serán nunca suficientemente flexibles para adaptarse a la inmensa
y fluida variedad de los hechos. Cambian menos rápidamente que las
costumbres: peligrosas cuando se retrasan en relación a éstas, lo son
todavía más cuando intentan precederlas. Y, sin embargo, de este
montón de innovaciones peligrosas y de rutinas caducas, emergen de
vez en cuando, como en Medicina, algunas fórmulas útiles. Los filósofos
griegos nos enseñaron a conocer un poco mejor la naturaleza humana;
nuestros mejores juristas trabajan desde hace algunas generaciones en
la dirección del sentido común. Las reformas parciales son las únicas
duraderas. Es mala toda ley transgredida demasiado a menudo:
corresponde al legislador abrogarla o cambiarla, por miedo a que el
desprecio en el que esta torpe ordenanza ha caído se extienda a otras
leyes más justas. Me propuse como objetivo una prudente ausencia de
leyes superfluas, un grupito firmemente promulgado de decisiones
sabias. Parecía haber llegado el momento de volver a evaluar todas las
prescripciones antiguas en interés de la humanidad.
Libertades deseables: III,53-4
De vacaciones, de momentos libres. Quien no sabe provocarlos
no sabe vivir.
De alternancia: las emociones, las ideas, los trabajos deben ser
susceptibles de poderse interrumpir y ser retomados después. Así no
nos tiranizan.
Libertad de aquiescencia: amar el estado en que se está: las
obligaciones pierden su carácter amargo, o incluso indigno, si se acepta
verlas como un ejercicio útil, intentando disfrutarlas.
Maduración: XXVII,278
Nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre.
Medicina: Ciencia demasiado próxima a nosotros para no ser incierta. III,46
Mesura: Sus palabras mesuradas no eran nunca más que respuestas. X,95
Miedos o impaciencias: IX,83
Los que yo, en soledad, habría sobrellevado con corazón ligero,
se hacían abrumadores cuando me veía obligado a esconderlos a las
solicitudes, o a confesarlas.
13
Muerte:
Defensas contra ella. XXII,226-7
Dos líneas:
1.Presentarla como mal inevitable, recordar que ni la
belleza, ni la juventud, ni el amor escapan a la putrefacción;
probar que la vida y su cortejo de males son todavía más
horribles que la misma muerte, y que más vale morir que
envejecer. Estas verdades nos inclinan a la resignación, justifican
la desesperanza.
2.No se trata de resignarse a la muerte, sino de negarla:
sólo cuenta el alma; se presenta arrogantemente como un hecho
la inmortalidad de esta vaga entidad que jamás hemos visto
funcionar en ausencia del cuerpo, antes de tomarse el trabajo de
probar su existencia. Si la sonrisa, la mirada, la voz, estas
realidades imponderables, se aniquilan, ¿por qué no el alma?
Ésta no me parece más inmaterial que el calor del cuerpo. Nos
deshacemos de los despojos de los que el alma ya se ha
ausentado; sin embargo, son la única cosa que queda, la única
prueba de que ese ser vivo haya existido. Se quiere hacer creer
que la inmortalidad de la raza palía cada muerte humana; me
importa poco que generaciones de bitinios se sucedan hasta el
fin de los tiempos. Se habla de gloria, bella palabra que infla el
corazón, pero se esfuerzan en establecer entre ella y la
inmortalidad una confusión falsa, como si el rastro de un ser
fuese lo mismo que su presencia. Me indigna la rabia que tiene
el hombre por desdeñar los hechos en provecho de las hipótesis,
de no reconocer los sueños como sueños.
Otro mundo cuyos tormentos se parecen a los del nuestro, pero cuyas
nebulosas alegrías no valen como las nuestras. XXVII,272
La obsesión por la muerte no ha dejado de imponerse a mi espíritu más
que cuando los primeros síntomas de la enfermedad han venido
a distraerme; he vuelto a comenzar a interesarme por esta vida
que me dejaba. XXIX,299
Parentesco: XXVII,281
Los lazos de sangre son bien débiles, se diga lo que se diga,
cuando no son reforzados por ningún afecto; ello se manifiesta en la
gente normal, en los más nimios asuntos relacionados con la herencia.
Paternidad: Su carácter superfluo: XXVII,273
No tengo hijos, y no lo lamento. Ciertamente, en las horas de
cansancio y debilidad en las que uno reniega de sí mismo, me he
reprochado a veces no haberme tomado el trabajo de engendrar un hijo,
que me habría continuado. Pero este lamento tan vano reposa en dos
hipótesis igualmente dudosas: la de que un hijo nos prolonga
necesariamente, y la de que ese extraño amasijo de bien y de mal, esa
masa de particularidades ínfimas y curiosas que constituye una persona,
merece ser prolongada. He utilizado mis virtudes lo mejor que he
podido; he sacado partido de mis vicios; pero no tengo un interés
especial en legarme a alguien. Por otro lado, no es a través de la
14
sangre como se establece la verdadera continuidad humana: César es
el heredero directo de Alejandro, y no lo es el frágil niño nacido en una
princesa persa en una ciudadela de Asia; y Epaminondas, muriendo sin
posteridad, se enorgullecía con pleno derecho de tener por hijas a sus
victorias. La mayoría de los hombres que cuentan en la Historia tienen
ramas mediocres, o peores que eso; parecen agotar en ellos los
recursos de una raza.
Patria: III,43
El verdadero lugar de nacimiento es el lugar en que uno se da
por primera vez un vistazo inteligente a sí mismo. Para Adriano, las
primeras patrias son los libros.
Persona humana:
Los más opacos hombres no carecen de luces. Hay pocos de los
cuales no se pueda aprender alguna cosa. Nuestro gran error es
intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y
descuidar las virtudes que posee. III,51
La mayoría de los hombres son poco sólidos en el bien, pero no
lo son más en el mal. III,51
Espero poco de la condición humana: los períodos de felicidad,
los progresos parciales, los esfuerzos para recomenzar y continuar me
parecen prodigios que compensan la casi inmensa masa de males, de
fracasos, de incuria y de error. XXX,313-4
Placer: Todo placer disfrutado con gusto me parecía casto. XII,121
Poesía:
Quizá el descubrimiento del amor no es más delicioso que el de la
Poesía, que transforma. III,44
Homero: generosa comodidad. III,44
Hesíodo: humilde parsimonia. III,44
Horacio: metal pulido. III,44
Lucrecio: sabia amargura. III,44
Lugares comunes: nos aprisionan. El poeta no triunfa de las rutinas y no
impone a las palabras su pensamiento sino gracias a esfuerzos
prolongados y asiduos. XXIII,236
Ovidio: blandura de carne. III,44
Poesía complicada y oscura: obliga al pensamiento a la gimnasia más
difícil. III,44
Poetas más recientes: trazan vías completamente nuevas. III,44
Poetas más antiguos: ayudan a encontrar pistas perdidas. III,44
Política: XI,111
Me importaba poco que el acuerdo conseguido fuera exterior,
impuesto desde fuera, probablemente temporal: sabía que tanto el bien
como el mal son cuestiones de rutina, que lo temporal se prolonga, que
lo exterior se infiltra en el interior, y que la máscara, a la larga, se
convierte en cara. Puesto que el odio, la estupidez, el delirio tienen
efectos duraderos, no veía por qué la lucidez, la justicia, la benevolencia
no tendrían también los suyos. El orden en las fronteras no era nada si
yo no persuadía a ese bribón judío y a ese charcutero griego de vivir
tranquilamente uno junto a otro.
15
Precursores: Tener razón demasiado pronto es un error. X,97
Progreso de las ideas: XXV,263
La suavización de las costumbres, el progreso de las ideas en el
curso del último siglo son obra de una ínfima minoría de espíritus
selectos; la masa permanece ignorante, feroz cuando puede, en todo
caso egoísta y limitada, y podemos apostar fuertemente a que
permanecerá siempre así.
Pronósticos: X,93
Yo preveía bastante exactamente el porvenir, cosa posible,
después de todo, cuando se está informado sobre una buena cantidad
de elementos del presente.
Prostitución: I,24-5
Arte como el masaje o la peluquería, formas demasiado
maquinales del placer; disgusto por que una criatura crea poder
satisfacer mi deseo, preverlo, adaptarse mecánicamente a lo que
supone mi elección.
Protagonismo: IX,83
Mi persona pasaba a un segundo plano, precisamente porque mi
punto de vista comenzaba a contar.
Religión: Judíos: III,45
Sectarios, tan obsesionados por su dios que han descuidado lo humano.
Retórica: III,44
Siendo sucesivamente Jerjes y Temístocles, Octavio y Marco
Antonio, uno se embriaga, se siente Proteo; aprende a entrar
alternativamente en el pensamiento de cada hombre, a comprender que
cada uno decide, vive según sus propias leyes.
Retorno: XII,121
Placer exquisito el retomar el contacto tras largas ausencias, el volver
a juzgar, y el volver a ser juzgado.
Seductor: I,23-4
Su personalidad: la preparación de trampas, la rutina limitada a
perpetuas aproximaciones exige una indiferencia. El seductor pierde el
placer de ver al amor cambiar, envejecer.
Soledad: un lujo. I,27
Sueño:
Abandono consciente a la inconsciencia; el más perfecto es un anexo
del amor. I,25-6
Encuentro con la Nada. I,28
Sueño del amado: fuga, descanso respecto a la propia persona. I,28
Suicidio:
Los deseos de muerte son una muralla contra la misma muerte:
la perpetua posibilidad de suicidio me ayudaba a soportar menos
impacientemente la existencia. XXIX,298
El suicidio parecería al pequeño grupo de amigos entregados que
me rodean una señal de indiferencia, tal vez de ingratitud. XXIX,302
16
Testamentos: X,102
Ancianos obstinados en morir intestados: tratan menos de
guardar hasta el final su tesoro que de no establecerse demasiado
pronto en el estado póstumo de quien no tiene ya decisiones que tomar,
sorpresas que provocar, amenazas o promesas que hacer a los vivos.
Vejez:
Derrota aceptada. I,12-3
Yo toda mi vida había tenido buenas relaciones con mi cuerpo;
había contado implícitamente con su docilidad, con su fuerza. Esta
estrecha alianza comenzó a disolverse; mi cuerpo cesó de formar una
unidad con mi voluntad, con mi espíritu, con eso que es preciso que
llame, torpemente, mi alma; el compañero inteligente de antaño no era
más que un esclavo que rezonga al hacer sus tareas. XXVI,264
La edad en que cada lugar hermoso recuerda a otro más bello,
en la que cada delicia se agrava con el recuerdo de las delicias
pasadas. XXVII,272
La posibilidad de arrojar la máscara en todas las ocasiones es
una de las raras ventajas que le encuentro al envejecimiento. XXVII,275
Viaje: Ruptura perpetua de todas las costumbres, sacudida incesante dada a
todos los prejuicios. XIII,137
Virtud: VIII,82
La más alta forma de virtud, la única que yo todavía soporto, es la firme
determinación de ser útil.
Visión de los demás: XXVII,277
Mi opinión sobre él se modificaba sin cesar, lo que no ocurre
apenas más que con los seres muy cercanos; nos contentamos con
juzgar a los demás con menos precisión, y de una vez por todas.
Personajes
Adriano:
Acciones:
Bigamia: XXX,304
Los casos de bigamia se multiplican en las colonias
militares; he hecho todo lo que he podido para persuadir
a los veteranos de no abusar de las nuevas leyes que les
permiten el matrimonio, y de esposar prudentemente a las
mujeres de una en una.
Brutalidad judicial (lucha contra): XXX,305
La lucha contra la brutalidad judicial continúa: he
tenido que amonestar al gobernador de Cilicia que era de
la opinión de hacer morir en el suplicio a los ladrones de
ganado de su provincia, como si la simple muerte no fuera
suficiente para castigar a un hombre y desembarazarse de
él.
Código comercial de Palmira: XXX,304
Acabo de terminar la refundición del código
comercial de Palmira: todo está contemplado en él, la tasa
de las prostitutas y los impuestos sobre las caravanas.
17
Condenas a trabajos forzados (prohibición): XXX,305
El Estado y las municipalidades abusaban de las
condenas a trabajos forzados con objeto de procurarse
una mano de obra barata; he prohibido esta práctica, tanto
con los esclavos como con los hombres libres; pero
importa velar para que este sistema detestable no se
restablezca bajo otros nombres.
Correo público: XXVIII,284
Establecí el correo público, con sus relevos de
caballos y de coches sobre inmensos territorios.
Cristianismo: XXIII,238-40
Adopté por principio mantener hacia esta secta la
línea de conducta estrictamente equitativa que había sido
la de Trajano en sus mejores días; yo acababa de
recordar a los gobernadores de provincias que la
protección de las leyes se extiende a todos los
ciudadanos, y que los difamadores de los cristianos serían
castigados si los acusaban sin pruebas. Pero toda
tolerancia concedida a los fanáticos les hace creer
inmediatamente que se tiene simpatía por su causa; me
cuesta imaginar que Quadratus esperase hacer de mí un
cristiano; él intentó en todo caso probarme la excelencia
de su doctrina, y sobre todo su inocuidad para el Estado.
Leí su obra; tuve incluso la curiosidad de hacer reunir a
Phlegón las informaciones sobre la vida del joven profeta
llamado Jesús, que fundó la secta y murió víctima de la
intolerancia judía hace aproximadamente cien años. Este
joven sabio parece haber dejado preceptos bastante
similares a los de Orfeo, al cual a veces lo comparan sus
discípulos. A través de la prosa singularmente llana de
Quadratus, no dejé de disfrutar del encanto enternecedor
de estas virtudes de gentes simples, su dulzura, su
ingenuidad, su dependencia de los unos para con los
otros; todo ello se parecía mucho a las hermandades de
esclavos o pobres que se fundan por todas partes en
honor de nuestros dioses en los arrabales populosos de
las ciudades; en el seno de un mundo que a pesar de
todos nuestros esfuerzos se mantiene duro e indiferente
a las penas y esperanzas de los hombres, estas pequeñas
sociedades de asistencia mutua ofrecen a los
desgraciados un punto de apoyo y de consuelo. Pero yo
era sensible también a ciertos peligros. Esta glorificación
de las virtudes del niño y del esclavo se hacía a expensas
de cualidades más viriles y lúcidas; adivinaba bajo esta
inocencia cerrada e insípida la feroz intransigencia del
sectario en presencia de formas de vida y de pensamiento
que no son las suyas; el insolente orgullo que le hace
preferirse al resto de los hombres, y su vista
18
voluntariamente limitada por sus orejeras. Me cansé
rápidamente de los argumentos capciosos de Quadratus
y de esas briznas de Filosofía torpemente tomadas de los
escritos de los sabios. Chabrias, siempre preocupado del
culto que se debía ofrecer a los dioses, se inquietaba por
el progreso de las sectas de este género entre el
populacho de las grandes ciudades; temía por nuestras
viejas religiones, que no imponen al hombre el yugo de
ningún dogma, se prestan a interpretaciones tan variadas
como la misma naturaleza, y dejan a los corazones
austeros inventarse, si quieren, una moral más alta, sin
constreñir a las masas con preceptos demasiado estrictos
para no engendrar enseguida la presión ni la hipocresía.
Arrio compartía estos puntos de vista. Me pasé toda una
velada discutiendo con él el mandamiento de amar al
prójimo como a sí mismo; es demasiado contrario a la
naturaleza humana para ser sinceramente obedecida por
el vulgo, que no amará jamás más que a sí mismo, y no
conviene en absoluto al sabio, que no se ama a sí mismo
de un modo particular.
Derechos (restablecimiento): XXX,305
En Asia Menor, los derechos de los herederos de
los Seléucidas han sido vergonzosamente conculcados por
nuestros tribunales civiles, siempre mal dispuestos hacia
los antiguos príncipes; he reparado esta larga injusticia.
Ejército: XIII,133-5
Muy a menudo, la paz no es para el ejército más
que un período de inacción turbulento entre dos combates.
La alternativa a la inactividad o al desorden es la
preparación para una guerra determinada, y después la
guerra. Yo rompí con estas rutinas; mis permanentes
visitas a los puestos avanzados no eran sino un medio
para mantener a este ejército pacífico en estado de
actividad útil. En cualquier lugar, tanto en terreno llano
como en montaña, tanto al borde del bosque como en
pleno desierto, la legión despliega o concentra sus
construcciones siempre parecidas, sus campos de
maniobras, sus campamentos construidos en Colonia para
resistir a la nieve, y en Lambese a la tormenta de arena,
sus almacenes, cuyo material inútil hice vender, su círculo
de oficiales presidido por una estatua del príncipe. Pero
esta uniformidad es sólo aparente: estos barrios
intercambiables contienen la muchedumbre siempre
diferente de las tropas auxiliares; todas las razas aportan
al ejército sus virtudes y sus armas particulares, su genio
de infantes, de caballeros, o de arqueros. Yo encontré
aquí en estado bruto esta diversidad en la unidad que fue
mi objetivo imperial. Permití a los soldados el uso de sus
19
gritos de guerra nacionales, y órdenes dadas en sus
lenguas; sancioné las uniones de los veteranos con las
mujeres bárbaras y legitimé a sus hijos. Me esforcé así en
dulcificar la brutalidad de la vida de los campos, en tratar
a hombres simples como a hombres. Con el riesgo de
hacerlos menos móviles, los quise arraigados en el rincón
de tierra que se encargaban de defender; no dudé en
regionalizar el ejército. Esperaba restablecer a escala
imperial el equivalente de las milicias de la República
inicial, en la que cada hombre defendía su campo y su
granja. Trabajé sobre todo en desarrollar la eficacia
técnica de las legiones; pensaba usar los centros militares
como una palanca de civilización, como una cuña
suficientemente sólida para entrar poco a poco allí donde
los instrumentos más delicados de la vida civil se habrían
mellado. El ejército se convirtió en un elemento de unión
entre la población del bosque, de la estepa y de las
marismas, y el habitante refinado de las ciudades; en
escuela primaria para los bárbaros, escuela de resistencia
y de responsabilidad para el griego letrado o para el joven
caballero habituado a las comodidades de Roma. Yo
conocía personalmente el lado penoso de esta vida, y
también sus facilidades, sus subterfugios. Anulé los
privilegios: prohibí la excesiva frecuencia de los permisos
concedidos a los oficiales; hice desembarazar los
campamentos de sus salas de banquetes, de sus
pabellones de placer y de sus costosos jardines. Estas
construcciones inútiles se convirtieron en enfermerías, en
asilos para veteranos. Reclutábamos a nuestros soldados
a una edad demasiado tierna, y los guardábamos hasta
una edad demasiado avanzada, lo que era a la vez poco
económico, y cruel. Cambié todo esto. La Disciplina
Augusta debe participar en la humanidad del siglo.
Eleusis: XV,161
Me hice iniciar en Eleusis. En cierto sentido, la
visita a Osroes había producido un quiebro en mi vida. En
lugar de volver a Roma, había decidido consagrar algunos
años a las provincias griegas y orientales del Imperio:
Atenas se convertía cada vez más en mi patria, mi centro.
Intentaba complacer a los griegos, y también helenizarme
lo más posible, pero esta iniciación, motivada en parte por
consideraciones políticas, fue sin embargo una experiencia
religiosa incomparable.
Embarazo: límites extremos. XXX,304
En este momento se reúne un congreso de médicos
y de magistrados encargados de establecer los límites
extremos de un embarazo, para poner fin de esta manera
a interminables querellas legales.
20
Esclavitud: XIII,131
He velado para que el esclavo no fuese más esa
mercancía anónima que se vende sin tener en cuenta los
lazos de familia que se ha creado, ese objeto despreciable
cuyo testimonio no es registrado por el juez sino después
de haber sido sometido a tortura, en lugar de aceptarlo
bajo juramento. Prohibí que se le obligase a oficios
deshonrosos o peligrosos, que se le vendiese a dueños de
casas de prostitución o a escuelas de gladiadores. Que
sólo ejerzan esas profesiones aquéllos a quienes les
gusten; así serán ejercidas mejor. En las granjas, cuyos
capataces abusan de su fuerza, he reemplazado en la
medida de lo posible los esclavos por colonos libres.
Nuestras colecciones de anécdotas están llenas de
historias de gourmets que arrojan a sus domésticos a las
morenas, pero los crímenes escandalosos y fácilmente
penalizables son poca cosa comparados con los millares
de monstruosidades banales, diariamente perpetradas por
gentes de bien de corazón seco a quienes nadie intenta
inquietar. Hubo protestas cuando desterré de Roma a una
patricia rica y considerada que maltrataba a sus antiguos
esclavos: el menor ingrato que descuida a sus parientes
enfermos choca más a la conciencia pública, pero yo veo
poca diferencia entre estas dos formas de inhumanidad.
XIII,129-30
Escuelas públicas de Gramática: Apertura. XXX,304
Ética: XIII,12
Yo subordinaría conscientemente todos mis actos
al espíritu del tiempo: Humanitas, Felicitas, Libertas.
Griegos y judíos: XI,110-1
Eternos incompatibles. Intenté demostrar a los
griegos que no eran siempre los más listos, a los judíos
que no eran en absoluto los más puros. Las canciones
satíricas con los que los helenos de baja especie herían
a sus adversarios no eran menos estúpidas que las
grotescas imprecaciones de las juderías. Estas razas que
vivían puerta con puerta desde hacía siglos no habían
tenido nunca la curiosidad de conocerse, ni la decencia de
aceptarse. Los pleiteadores me presentaban montones de
basura de falsos testimonios: los cadáveres apuñalados
que me presentaban como cuerpos del delito eran a
menudo los de enfermos muertos en su lecho y robados
a los embalsamadores.
Hombres de negocios: XIII,132-3
Nuestros mercaderes son a menudo nuestros
mejores geógrafos, nuestros mejores astrónomos,
nuestros naturalistas más sabios. Nuestros banqueros
cuentan entre nuestros más hábiles conocedores de
21
hombres. He utilizado sus habilidades; he luchado con
todas mis fuerzas contra las trabas. El apoyo
proporcionado a los armadores ha decuplicado los
intercambios con las naciones extranjeras; he conseguido
así suplementar con pocos gastos la costosa flota imperial:
en lo que concierne a las importaciones de Oriente y de
África, Italia es una isla, y depende de los comerciantes de
trigo para su subsistencia desde que no se provee ella
misma de él; el único medio de afrontar los peligros de
esta situación es tratar a los hombres de negocios
indispensables como a funcionarios vigilados
estrechamente.
Interés de la comunidad: XIII,132
La mayoría de nuestros ricos hacen enormes
donaciones al Estado, a las instituciones públicas, al
príncipe. Muchos obran así por interés, algunos por virtud,
casi todos finalmente sacan provecho de ello. Pero yo
quisiera ver adoptar a su generosidad formas diferentes a
las de la ostentación en la limosna, quisiera enseñarles a
aumentar sabiamente sus bienes en interés de la
comunidad, no como sólo lo han hecho hasta ahora, para
enriquecer a sus hijos. Con este espíritu yo mismo he
afrontado la gestión del Imperio; nadie tiene derecho a
tratar la tierra como el avaro su pote de oro.
Intermediarios: XIII,133
Nuestras antiguas provincias han llegado en estos
últimos años a un estado de prosperidad que no es
imposible aumentar todavía, pero es importante que esta
prosperidad sirva a todos, y no solamente a la Banca
Herodes Atticus o al pequeño especulador que acapara
todo el aceite de un pueblo griego. Ninguna ley es
demasiado dura si permite reducir el número de los
intermediarios que hormiguean en nuestras ciudades: raza
obscena y ventruda, murmurando en todas las tiendas,
acodada en todos los mostradores, dispuesta a obstruir
toda política que no le beneficie inmediatamente. Una
gestión juiciosa de los graneros del Estado ayuda a
controlar la escandalosa inflación de precios en tiempos
de escasez, pero yo confiaba sobre todo en la propia
organización de los productores, de los viticultores galos,
de los pescadores del Ponto Euxino, cuya miserable
pitanza es devorada por los importadores de caviar y de
pescado salado que engordan con los trabajos y los
peligros de aquéllos. Uno de mis mejores días fue aquél
en que persuadí a un grupo de marineros del Archipiélago
para que se asociaran en corporación y tratasen
directamente con los tenderos de las ciudades. Nunca me
sentí más útil como príncipe.
22
Moneda: XIII,132
Nuestra moneda se ha devaluado peligrosamente
desde hace un siglo; es sin embargo sobre la tasa de
nuestras monedas de oro donde se evalúa la eternidad de
Roma: nos corresponde devolverles su valor y su peso
sólidamente medidos en cosas.
Mujer: XIII,131
He acordado incrementar la libertad de la mujer
para administrar su fortuna, testar o heredar. He insistido
en que ninguna hija sea casada sin su consentimiento:
esta violación legal es tan repugnante como cualquier otra.
Muro de Gran Bretaña: XIV,152
La erección de un muro cortando la isla (Bretaña)
por su parte más estrecha sirvió para proteger las
regiones fértiles y cuidadas del sur contra los ataques de
las tribus del norte.
Panteón: XXVIII,289
Uno de los años más solares de mi vida [fue] la
época que marca la erección del Panteón.
Panteón de Atenas: XXX,304-5
En Atenas se erige un Panteón, siguiendo el
ejemplo de Roma. He compuesto la inscripción que se
colocará en sus muros. Enumero en ella, a título de
ejemplo y de compromiso para el porvenir, los servicios
prestados por mí a las ciudades griegas y a los pueblos
bárbaros; los servicios prestados a Roma se suponen.
Religión:
Luché con todas mis fuerzas para favorecer el
sentimiento de lo divino en el hombre, pero sin sacrificarle
lo humano. XVI,181
Todas las divinidades me aparecían fundidas en un
Todo, manifestaciones iguales de una misma fuerza. Se
me impuso la construcción de un Panteón. XVII,183
Sacrificios de niños: XXX,305
Los sacrificios de niños se cometen todavía en
ciertos puntos del antiguo Cartago: es preciso saber
prohibir a los sacerdotes de Baal la alegría de atizar sus
hogueras.
Tierras: su cultivo: XIII,132
Nuestras tierras sólo se cultivan al azar. Sólo
algunos distritos privilegiados, Egipto, África, la Toscana
y algunos otros, han sabido crear comunidades agrícolas
sabiamente expertas en el cultivo del trigo o de la viña.
Una de mis preocupaciones era apoyar a esta clase,
obtener de ella instructores para las poblaciones rurales
más primitivas o más rutinarias, menos hábiles.
23
Tierras: Barbecho: XIII,132
He puesto fin al escándalo de las tierras dejadas en
barbecho por grandes propietarios poco preocupados por
el bien público: todo campo no cultivado durante cinco
años pertenecerá en adelante al agricultor que se encarga
de sacar provecho de él. Más o menos lo mismo ocurre
con las explotaciones mineras.
Pensamiento:
Se convirtió en mi filosofía la idea heraclitiana del cambio y del
retorno. El mundo tal vez no tenga ningún sentido.
XXIII,237
Nuestro Estado ha sabido construirse una regla de sucesión
imperial: la adopción; reconozco en ello la sabiduría
romana. XXVII,273
Psicología:
Animales: Preferidos a los hombres: un caballo obedece a su
amo como el cuerpo a su cerebro. I,14-5
Actitud hacia la comida: I,16-8
Sobriedad con voluptuosidad, ya superada la
antigua impaciencia de comer cualquier cosa a cualquier
hora, como para acabar de un golpe con las exigencias
del hambre. Sería ridículo que un hombre rico que sólo ha
conocido la austeridad voluntaria, que sólo ha
experimentado a título provisional, como uno de los
episodios más o menos excitantes de la guerra y del viaje,
se vanagloriase de no atiborrarse. Empapuzarse en ciertos
días de fiesta ha sido siempre la ambición, la alegría y el
orgullo natural de los pobres. Me gustaban el aroma de las
carnes asadas y el ruido de las marmitas rascadas de las
celebraciones del ejército, y que los banquetes de
campamento (o lo que en el campamento era un
banquete) fueran lo que deberían ser siempre: un alegre
y grosero contrapeso a las privaciones de los días
laborables; yo toleraba bastante bien el olor de fritanga de
las plazas públicas en las Saturnales. En cambio, los
festines de Roma me llenaban de tanta repugnancia y
hastío que alguna vez que creí morir en el curso de una
expedición militar me dije, para consolarme, que al menos
no banquetearía más. Pero no soy un vulgar asceta: una
operación que se realiza dos o tres veces al día, y cuyo
objetivo es alimentar la vida, merece sin duda todos
nuestros cuidados. Comer un fruto es hacer entrar dentro
de uno un bello objeto vivo extraño, alimentado y
favorecido como nosotros por la tierra; es consumar un
sacrificio en el que nos preferimos a las cosas. ¡Ay!, ¿Por
qué mi espíritu, en mis mejores días, no posee jamás más
que una parte de los poderes asimiladores de un cuerpo?
24
Si todos los platos que se suceden en nuestros
banquetes fueran presentados por separado, comidos en
ayunas, estarían bien; pero presentados revueltos, forman
en el paladar y en el estómago una confusión detestable
en la que los olores, los sabores, las sustancias pierden
su valor propio y su maravillosa identidad.
Grecia lo hacía mejor: su vino resinado, su pan
claveteado de sésamo, sus pescados hechos a la brasa al
borde del mar, ennegrecidos desigualmente por el fuego
y sazonados en un lugar u otro por algún grano de arena,
contentaban simplemente el apetito sin rodear de
demasiadas complicaciones la más simple de nuestras
alegrías.
He probado, en algún antro de Egina o de Phalera,
alimentos tan frescos que permanecían divinamente
limpios, a pesar de los dedos sucios del chico de la
taberna; tan módicos, pero tan suficientes, que parecían
contener en la forma más resumida posible alguna esencia
de inmortalidad. La carne cocida al atardecer de los días
de caza tenía también esta cualidad casi sacramental, nos
conducía más lejos, a los orígenes salvajes de las razas.
El vino nos inicia en los misterios volcánicos del
suelo, en las riquezas minerales escondidas: una copa de
Samos bebida a mediodía, a pleno sol, o, al contrario,
absorbida una noche de invierno en un estado de fatiga
que permite sentir inmediatamente en la cavidad del
diafragma su paso caliente, su segura y ardorosa
dispersión a lo largo de nuestras arterias, es una
sensación casi sagrada, a menudo demasiado fuerte para
una cabeza humana; ya no la encuentro tan pura saliendo
de las bodegas numeradas de Roma, y la pedantería de
los grandes entendidos de vinos me impacienta. Más
piadosamente todavía, el agua bebida en la palma de la
mano o a morro de la fuente hace correr en nosotros la
sal más secreta de la tierra y la lluvia del cielo.
Divinidad: Aceptación del carácter divino que le atribuían:
Estos sabios se esforzaban en reencontrar a su
dios más allá del océano de las formas, en reducirlo a
esta cualidad única, intangible, incorpórea, a la cual ha
renunciado el día en el que quiso ser el universo. Yo me
imaginaba secundando su esfuerzo para informar y
ordenar un mundo. XV,159
Yo me sentía sin impaciencia, seguro de mí mismo,
tan perfecto como me lo permitía mi naturaleza, eterna. Yo
era dios, simplemente, porque era hombre. XV,160
25
El rey, representante de dios: Si Júpiter es el
cerebro del mundo, el hombre encargado de organizar y
moderar los negocios humanos puede razonablemente
considerarse como una parte de este cerebro que lo
preside todo. La humanidad, con razón o sin ella, ha
concebido casi siempre a su dios en términos de
Providencia; mis funciones me obligaban a ser para una
parte del género humano esta providencia encarnada.
XV,160
Como en tiempo de mi felicidad, me creen dios;
continúan concediéndome ese título incluso en el mismo
momento en que ofrecen sacrificios para el
restablecimiento de la Salud Augústea. Ya te he dicho por
qué razones esta creencia tan bienhechora no me parece
insensata. Una vieja ciega llegó a pie desde Panonia.
Había emprendido este viaje agotador para pedirme que
tocase con el dedo sus pupilas apagadas. Recobró la vista
bajo mis manos, como su fervor esperaba de antemano;
su fe en el emperador-dios explica este milagro. Se han
producido otros prodigios: enfermos que dicen haberme
visto en sus sueños, como los peregrinos de Epidauro ven
en sueños a Esculapio; pretenden haberse despertado
curados, o a menos aliviados. No sonrío por el contraste
entre mis poderes de taumaturgo y mi enfermedad; acepto
estos nuevos privilegios con gravedad. Esta vieja ciega
caminando hacia el emperador desde el fondo de una
provincia bárbara se ha convertido para mí (...) en el
emblema de las poblaciones del Imperio a las que he
regido y servido. Su inmensa confianza me paga veinte
años de trabajos que no me han disgustado (...). Un judío
de Alejandría me atribuye poderes más que humanos; he
acogido sin sarcasmos esta descripción del príncipe que
se vio ir y venir sobre todas las rutas de la tierra,
hundiéndose entre los tesoros de las minas, despertando
las fuerzas generatrices del suelo, estableciendo por todas
partes la prosperidad y la paz; esta descripción del
iniciado que ha reconstruido los lugares sagrados de todas
las razas, del experto en artes mágicas, del vidente que
colocó a un niño en el cielo. Habré sido comprendido
mejor por este judío entusiasta que por muchos senadores
y procónsules. XXX,305-6
Furia ocasional: XXIV,251
Este acto poco ponderado me satisfizo como el
gesto de un hombre que se rasca hasta sangrar.
Ideal de persona: V,65
Me gustaría poseer un coraje helado, indiferente,
puro de toda excitación física, impasible.
26
Intolerancia ocasional: XXIV,249
Furores secretos, impaciencias salvajes me poseían
en presencia de las menores tonterías, de las bajezas más
banales, un rechazo del que yo mismo no estaba exento.
Personalidad cambiante: V,65-6
Personajes diversos reinaban en él por turnos,
ninguno de ellos durante mucho tiempo, pero el tirano
caído retomaba rápidamente su poder: albergaba así el
oficial meticuloso, fanático de disciplina, pero que
compartía alegremente con sus hombres las privaciones
de la guerra; el melancólico soñador de dioses; el amante
dispuesto a todo por un momento de vértigo; el joven
lugarteniente altanero que se retira a su tienda, estudia
sus mapas a la luz de una lámpara, y no esconde a sus
amigos su desprecio por la manera como marcha el
mundo; el hombre de Estado futuro. Pero también el
innoble complaciente, que, para no desagradar, aceptaba
embriagarse en la mesa imperial; el jovencito cortando
desde arriba todas las cuestiones con una seguridad
ridícula; el hablador frívolo, capaz de perder un amigo por
un chiste; el soldado cumpliendo con una precisión
maquinal sus bajos trabajos de gladiador. Y también el
personaje vacante, anónimo, sin lugar en la Historia, pero
tan individuo como todos los demás, simple juguete de las
cosas, ni más ni menos que un cuerpo, acostado sobre su
litera de campaña, distraído por un olor, ocupado por una
respiración, vagamente atento a algún eterno ruido de
abeja.
Renuncia: Nada, para mí, era más peligrosamente fácil que la
renuncia. XV,159
Sexualidad: XIX,206
La belleza un poco fría de una mujer me habría
seducido, si yo no hubiera decidido simplificar mi vida
reduciéndola a lo que yo consideraba esencial.
Aelius Afer Hadrianus, padre de Adriano: III,41
Hombre abrumado de virtudes: administrador sin gloria, a quien
el gobierno de África no le enriqueció.
En Itálica, municipio de la familia, se agotaba regulando los
conflictos locales.
Ausencia de ambiciones y de alegría.
Dedicación maniática a las pequeñas cosas a las que se limitaba.
Escepticismo en relación a los demás
Muerte cuando Adriano tenía doce años.
Madre de Adriano: III,41-2
Matrona irreprochable.
Austera viudedad.
Cara larga de española, marcada por una dulzura un poco melancólica.
Pies pequeños en estrechas sandalias.
27
Suave balanceo de caderas propio de las bailarinas de Gades.
No volvió a ver a Adriano desde el día en que éste, llamado por su
tutor, marchó a Roma.
Marullinus, abuelo de Adriano: III,39-41
Creencia en la astrología.
Quiromántico.
Pronostica a Adriano la dignidad imperial.
Ausencia de ternura, casi de comunicación verbal con el nieto (misma
relación que con los animales y las piedras).
Antepasados establecidos en España desde la época de los Escipiones.
Rango senatorial (3º de la familia).
Ignorancia del Griego, uso del Latín con bronco acento español que
transmitió a Adriano.
Conocimientos semi-científicos, semi-aldeanos.
No usaba sandalias si sombrero.
Vestimenta similar a la de los mendigos.
Trajano: XII,123
El mejor emperador que Roma conoció después de la vejez de Augusto,
el más asiduo a su trabajo, el más honesto, el menos injusto.
Psicología
Parecer desdeñar las alegrías de los otros es insultarlos. XII,119
Estaba demasiado vacilante como para parecer poco seguro. XV,156
Estaba demasiado seguro de la superioridad de nuestras fuerzas como para
que me estorbase un estúpido amor propio. XV,157
Si hacía pocas promesas, era porque esperaba cumplirlas. XV,157
Yo había picado en la austeridad, la renuncia, la negación, como se hace casi
siempre a los veinte años. XV,158
Punto de Vista
Narratario:
Marc. I,11
El hijo del emperador Antonino. III,51; XXIII,240
Te aconsejo que renuncies a las contribuciones voluntarias hechas por
las ciudades al emperador, que no son más que un robo
disfrazado. XIII,132
Confío en ti para que esta situación continúe tras mi muerte. XV,157
El desarrollo futuro del Museo de Alejandría será de tu incumbencia.
XXIV,246
Tú conoces a Celer. XXV,257
Fronton, este magistrado con futuro que será sin duda uno de los
buenos servidores de tu reinado. XXX,307
El espacio de una generación me parecía poca cosa cuando se
trataba de consolidar la seguridad del mundo; yo intentaba, si era
posible, prolongar más lejos esta prudente línea adoptiva, preparar para
el imperio un relevo más en la ruta del tiempo. Te he conocido desde
la cuna, pequeño Anio Vero, que por mis cuidados te llamas hoy Marco
Aurelio (...) Hice que fueras elegido (...); te he cogido de la mano
28
durante el sacrificio (...); miré con tierna diversión tu actitud de niño de
cinco años (...); ayudé a tu padre a elegirte los mejores maestros. Te he
visto leer apasionadamente los escritos de los filósofos, vestirte de lana
áspera, acostarte en el suelo, someter tu cuerpo un poco frágil a todas
las mortificaciones de los estoicos. Hay exceso en todo ello, pero el
exceso a los diecisiete años es una virtud (...). Siento lo que tu firmeza
tan bien aprendida esconde de dulzura, tal vez de debilidad; adivino en
ti la presencia de un genio que no es forzosamente el de un hombre de
Estado (...). Hice lo necesario para que fueras adoptado por Antonino
(...). Creo dar a los hombres la única oportunidad que tendrán de
realizar el sueño de Platón, de ver reinar sobre ellos a un filósofo de
corazón puro. No has aceptado los honores sino con repugnancia; tu
rango te obliga a vivir en un palacio; Tibur, ese lugar en el que reúno
hasta el colmo todo lo que la vida tiene de dulzura te inquieta por tu
joven virtud; te veo errar gravemente por las avenidas entrelazadas de
rosas; te miro, con una sonrisa, aficionarte a los bellos objetos de carne
colocados a tu paso, dudar tiernamente entre Verónica y Teodora, y
rápidamente renunciar a las dos en favor de la austeridad, ese puro
fantasma. No me has escondido tu desdén melancólico por esos
esplendores que duran poco, por esta corte que se dispersará tras mi
muerte. No me quieres apenas; tu afecto filial se dirige más bien hacia
Antonino; tu olfateas en mí una sabiduría contraria a la que te enseñan
tus maestros, y en mi abandono a los sentidos un método de vida
opuesto a la severidad de la tuya, y que, sin embargo, es paralelo a
ella. No importa: no es indispensable que me comprendas. Hay más de
una sabiduría, y todas son necesarias para el mundo; no es malo que
se alternen. XXVIII,288-90
Lugar de narración: XIII,139.
Y hoy, en las terrazas de la Vila [Adriana].
Tiempo de narración: T: año 887 de la era romana. XXV,263
Sociedad
Escuelas: III,43
Las de España se resentían de los entretenimientos de la provincia.
La escuela de Terentius Scaurus, de Roma, enseñaba
mediocremente los filósofos y los poetas, pero preparaba bastante bien
para las vicisitudes de la existencia humana; los maestros ejercían
sobre los escolares una tiranía que Adriano se avergonzaría de imponer
a los hombres; cada profesor, encerrado en los estrechos límites de su
saber, menospreciaba a sus colegas, que de una manera igualmente
limitada sabían otra cosa; estos pedantes se enredaban en disputas
nominalistas; los conflictos de superioridad, las intrigas, las calumnias,
familiarizaban con lo que después se encuentra en la sociedad; algunos
maestros amados, con sus relaciones extrañamente íntimas y
extrañamente elusivas con sus alumnos; y las Sirenas cantando con una
voz cascada que os revela una obra maestra o una idea nueva.
29
Mujeres: XIII,130-1
Su condición está determinada por extrañas costumbres: están
a la vez sometidas y protegidas, son a la vez débiles y poderosas,
demasiado despreciadas y demasiado respetadas. En este caos de
usos contradictorios, lo social se superpone a lo natural; incluso no es
fácil distinguir un aspecto del otro. Este estado de cosas tan confuso es
mucho más estable de lo que parece: en conjunto, las mujeres quieren
ser lo que son; se resisten al cambio, o lo utilizan para sus propios
fines. La libertad actual de las mujeres, mayor o al menos más visible
que la de antaño, no es apenas más que un aspecto de la vida más
fácil de las épocas prósperas; los principios, e incluso los prejuicios de
antes, no han sido seriamente erosionados. Sinceros o no, los elogios
oficiales y los epitafios continúan prestando a nuestras matronas esas
mismas virtudes de trabajo, de castidad, de austeridad, que se exigía de
ellas bajo la República. Por otra parte, estos cambios reales o
supuestos no han modificado en absoluto la eterna libertad de
costumbres del pueblo bajo, ni el perpetuo puritanismo burgués, y sólo
el tiempo permitirá ver si son duraderos. La debilidad de las mujeres,
como la de los esclavos, se basa en su condición legal; su fuerza toma
la revancha en las pequeñas cosas, en las que el poder que ellas
ejercen es casi ilimitado. Raramente he visto interior de una casa en
que las mujeres no reinasen; he visto a menudo reinar allí también al
encargado, al cocinero, o al liberto. En el orden financiero, ellas
continúan igualmente sumisas a cualquier forma de tutela; en la práctica,
en cada puesto de Subur, es ordinariamente la pollera o la frutera quien
ejerce de amo del mostrador. La esposa de Atiano gestionaba los
bienes de la familia con un admirable genio de hombre de negocios. La
leyes deberían diferir de los usos lo menos posible: he acordado
incrementar la libertad de la mujer para administrar su fortuna, testar o
heredar. He insistido en que ninguna hija sea casada sin su
consentimiento: esta violación legal es tan repugnante como cualquier
otra. El matrimonio es su gran negocio; es justo que no lo concluyan
más que ejerciendo totalmente su voluntad.
30
CARNET DE NOTAS (de Marguerite Yourcenar)
Emisión (proceso de composición de la obra)
Este libro fue concebido, y después escrito, total o parcialmente, bajo diversas formas,
entre 1924 y 1929, cuando yo tenía entre 20 y 25 años.
Recomencé los trabajos en 1934; largas investigaciones; una quincena de
páginas escritas que creí definitivas; proyecto retomado y abandonado muchas veces
ente 1934 y 1937.
En 1937 escribí la visita al médico, y el pasaje sobre la renuncia a los ejercicios
corporales. Estos fragmentos subsisten, modificados, en la versión presente.
Ceso de trabajar en este libro entre 1937 y 1939.
En 1939 dejé el manuscrito en Europa, con la mayor parte de las notas.
Abandoné el proyecto entre 1939 y 1948. Pensaba en él a veces, pero
desilusionada, casi con indiferencia, como en un imposible. Y sentí algo de vergüenza
por haber intentado alguna vez semejante cosa.
En 1947 quemé las notas tomadas en Yale. Parecía que eran completamente
inútiles.
En 1948 me apareció entre unos papeles que me enviaron de Suiza un
fragmento del manuscrito perdido. Desde este momento, ya no tuve otra intención que
la de reescribir este libro costase lo que costase.
Hace no mucho, yo había pensado sobre todo en el letrado, el viajero, el poeta,
el amante; nada de ello se borraba, pero por primera vez veía dibujarse con una
nitidez extrema, entre todas estas figuras, la más oficial a la vez que la más secreta,
la del emperador.
Me he complacido en hacer y rehacer este retrato de un hombre casi sabio.
De madrugada, trabajé [en la obra] entre New York y Chicago, encerrada en
mi coche-cama, y todo el día siguiente, en el restaurante de una estación de Chicago,
en la que esperaba a un tren bloqueado por una tormenta de nieve. Después, de
nuevo, hasta el alba, sola en el vagón de observación del expreso de Santa Fe,
rodeada por las grupas negras de las montañas de Colorado. Los pasajes sobre la
alimentación, el amor, el sueño y el conocimiento del hombre fueron escritos de una
tirada. Apenas recuerdo un día más ardiente, ni noches más lúcidas.
Debe de haber a menudo, un poco en la sombra, en la aventura de un libro
que ha llegado a puerto, o en la vida feliz de un escritor, alguien que no deja pasar
la frase inexacta o débil que queremos conservar por cansancio; alguien que si hace
falta releerá veinte veces con nosotros una página insegura; alguien que nos coge de
las estanterías de las bibliotecas los gruesos tomos en los que podríamos encontrar
alguna indicación útil, y se obstina en consultarlas más, en el momento en que el
cansancio nos los había hecho ya cerrar; alguien que nos sostiene, nos aprueba, a
menudo nos combate; alguien que comparte con nosotros, con igual fervor, las
alegrías del Arte y las de la vida, sus trabajos jamás aburridos y jamás fáciles; alguien
que no es ni nuestra sombra ni nuestro reflejo, ni siquiera nuestro complemento, sino
él mismo; alguien que nos deja divinamente libres, y sin embargo nos obliga a ser
plenamente lo que somos.
31
Emisor (Autor)
Me hundí en la desesperación de un escritor que no escribe.
Era precisa tal vez esta solución de continuidad, esta fractura, esta noche del
alma que tantos de nosotros experimentamos en esta época, y a menudo de manera
mucho más trágica y más definitiva que yo, para obligarme a intentar colmar, no
solamente la distancia que me separaba de Adriano, sino sobre todo la que me
separaba de mí misma.
Utilidad de todo lo que se hace para uno mismo, sin idea de aprovecharlo.
Una de las mejores maneras de recrear el pensamiento de un hombre es
reconstituir su biblioteca.
Una vida humana se compone de tres líneas sinuosas, que sin cesar se
acercan y se separan: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que
ha sido.
Intención del autor
Rehacer el interior de lo que los arqueólogos del siglo XIX hicieron con el exterior.
Se escribe para atacar o para defender un sistema del mundo.
Contexto
Cabeza de Antínoo Mondragón, en el Louvre.
Perfil del Antínoo del Museo Arqueológico de Florencia.
En un grabado de Piranese en que figura la Villa Adriana se ve la capilla de
Canope, de la que se sacó en el siglo XVII el Antínoo de estilo egipcio que se ve hoy
en día en el Vaticano.
El nombre de Adriano figura en un ensayo sobre el mito de Grecia, redactado
por mí en 1943, y publicado en las Letras francesas de Buenos Aires.
En 1945, la imagen de Antínoo ahogado, arrastrada de alguna manera por esta
corriente de olvido, sale a la superficie en un ensayo todavía inédito, Cántico del alma
libre.
Dion Casio y la Historia de Augusto son las dos principales fuentes de la vida
de Adriano.
La clarividencia que atribuí a Adriano no era más que una forma de valorar el
elemento casi fáustico del personaje, tal como queda iluminado, por ejemplo, en los
Cantos sibilinos, en los escritos de Aelio Aristide, o en el retrato de Adriano envejecido
trazado por Frontón.
En ausencia de otros documentos, la carta de Arrio al emperador Adriano
bastaría para recrear en grandes líneas esta figura imperial: minuciosa exactitud del
jefe que quiere saberlo todo; interés por los trabajos en tiempos de paz y en tiempos
de guerra; gusto por las estatuas fieles y bien hechas; pasión por los poemas y las
leyendas antiguas... un mundo, raro siempre, y que desaparecerá completamente
después de Marco Aurelio, en el cual, por sutiles que sean las variantes de la
deferencia y del respeto, el letrado y el administrador se dirigen todavía al príncipe
como a un amigo.
32
Situación
El emperador hizo reconstruir la tumba de Epaminondas e inscribió en ella un poema.
Epaminondas fue sepultado entre dos amigos jóvenes muertos a su lado.
Shelley definió a Antínoo así: Eager and impassionated tenderness, sullen
effeminacy (Ansiosa y apasionada ternura, hosco afeminamiento), cuando los críticos
de Arte y los historiadores del siglo XIX no sabían sino extenderse en declamaciones
virtuosas, o idealizar de un modo completamente falso o completamente vago.
Abundan los retratos de Antínoo. Es un ejemplo único en la Antigüedad de
supervivencia y de multiplicación en piedra de un rostro que no fue ni el de un hombre
de Estado ni el de un filósofo, sino que simplemente fue amado.
Entre ellos, los dos más bellos son los menos conocidos:
Uno es un bajorrelieve signado por Antoniano de Aphrodisias, reencontrado
hace unos cincuenta años en el terreno de un instituto agronómico, los Fundi Rustici,
en cuya sala del consejo de administración está colocado hoy [Nota de 1958: el
bajorrelieve de Antoniano ha sido adquirido por un banquero romano. Lo guarda en
su propiedad a dos pasos de Roma].
La segunda de estas obras maestras es la ilustre sardónica que lleva el nombre
de Gema Marlborough, porque perteneció a esta colección hoy dispersa. El gran
coleccionista Giorgio Sangiorgi la reintegró a Roma.
RSS2
Por la idealización o la difamación por encima de todo, por el detalle burdamente
exagerado o prudentemente omitido, se descalifica casi todo biógrafo: el hombre
construido reemplaza al hombre comprendido.
Relación Situación-Signo, es decir, entre la Realidad y la Ficción. Se engloba en esta
categoría la cuestión de la historicidad, del realismo o de lo fantástico.
2
33
NOTA
Historia
En lo que concierne a los monumentos de Antinoé, recordamos que las ruinas de la
ciudad fundada por Adriano en honor de su favorito estaban todavía en pie al
principio del siglo XIX, cuando Jomard dibujó las planchas de la grandiosa
Descripción de Egipto, comenzada por orden de Napoleón, que contiene
emocionantes imágenes de este conjunto de ruinas hoy destruidas. Hacia la
mitad del siglo XIX, un industrial egipcio transformó en cal estos vestigios, y los
empleó en la construcción de fábricas de azúcar de las cercanías.
Conocemos la existencia de una ruta establecida por Adriano entre Antinoé y el Mar
Rojo por una inscripción antigua encontrada en el lugar (Ins. Gr. ad Res. Rom.
Pert. I, 1142), pero el trazado exacto de su recorrido parece que no se ha
descubierto nunca hasta hoy.
RSS
Adriano: Un papiro coleccionado en el yacimiento de Antinoé o en el de Oxyrhynchus,
y publicado entre 1901 y nuestros días, nos ha proporcionado una lista muy
completa de las divisiones administrativas y religiosas de la ciudad,
evidentemente establecidas por el mismo Adriano, que testimonian una fuerte
influencia del ritual eléusico sobre el espíritu de su autor.
El viaje de Atenas: no es seguro que el joven Adriano lo hiciera.
Iniciación mitraica: el episodio es inventado. Este culto estaba en esta época en boga
en el ejército; es posible, pero en absoluto probado que el joven oficial Adriano
tuviera la fantasía de hacerse iniciar en él.
Encuentro de Adriano con el gimnosofista: no es histórico; pero la Historia registra
episodios del mismo género.
Antínoo: todos los detalles concernientes a él son exactos, excepto una o dos
alusiones a su vida privada, de la que no sabemos nada.
Antínoo: el esbozo de su medio familiar no es histórico, pero tiene en cuenta las
condiciones sociales que prevalecían en esa época en Bitinia.
Taurobolo al que se somete Antínoo en Palmira: es episodio inventado pero también
posible, como la iniciación mitraica de Adriano. Meles Agripa, Castoras y Turbo
son personajes reales; su participación en los ritos de iniciación es
completamente inventada. Se ha seguido la tradición según la cual el baño de
sangre haya formado parte de los ritos de Mitra y de la diosa siria.
Iseo, el sofista: fue uno de los maestros del joven Adriano.
Galus es real, pero su ruina final sólo se ha puesto para subrayar uno de los rasgos
más a menudo mencionados del carácter de Adriano: el rencor.
Marullinus: El personaje es histórico. pero su característica principal, sus dotes
adivinatorias, se toma de un tío, y no de un abuelo de Adriano. Las
circunstancias de su muerte son imaginarias.
Pompeyo Próculo fue gobernador de Bitinia; no es seguro que lo fuera cuando pasó
por allí el emperador.
34
Estratón de Sardes, poeta erótico cuya obra nos es conocida por la Antología
palatina, vivía probablemente en tiempo de Adriano; nada prueba, ni impide,
que el emperador lo encontrase en el curso de uno de sus viajes a Asia Menor.
Chabrias, Celer y Diotimo son mencionados muchas veces por Marco Aurelio, que
sólo indica de ellos su fidelidad apasionada hacia Adriano: Chabrias representa
el círculo de filósofos platónicos o estoicos que rodeaban al emperador; Celer
el elemento militar.
Iollas: este médico es un personaje real del que la historia sólo proporciona el
nombre.
El liberto Onésimo existió, pero no sabemos si desempeñó para Adriano el papel de
mediador.
Crescenso fue secretario de Serviano, pero la Historia no nos dice si traicionó a su
amo.
El comerciante Opramoas es real, pero nada prueba que acompañase a Adriano a la
región del Éufrates.
La mujer de Arrio es un personaje histórico, pero no sabemos si era, como aquí lo
dice Adriano, una mujer fina y orgullosa.
Comparsas como el esclavo Euphorion, los actores Olympos y Batilo, el médico
Leotíquide, el joven tribuno británico y el guía Asar, son completamente
inventados.
Las dos brujas, la de la isla de Bretaña y la de Canope, personajes ficticios, resumen
el mundo de los echadores de buenaventura y de practicantes de ciencias
ocultas de los que se rodeaba voluntariamente Adriano.
Visita de Lucio a Alejandría en 130: es deducida de un texto a menudo contestado:
la Carta de Adriano a Serviano, aunque el pasaje que concierne a Lucio no
obliga de ninguna manera a tal interpretación.
Incidentes de la noche en Canope: son inventados
Asociación de la ejecución de Apolodoro al complot de Serviano: no es sino una
hipótesis, tal vez defendible.
Sobre ciertos puntos controvertidos, las causas de la retirada de Suetonio, el origen
libre o servil de Antínoo, la participación activa de Adriano en la guerra de
Palestina, las fechas de la apoteosis de Sabino y del entierro de Aelio César
en el castillo de Sant'Angelo, ha sido preciso elegir entre las hipótesis de los
historiadores; se han hecho esfuerzos para no decidirse más que por buenas
razones. En otros casos, la adopción de Adriano por Trajano, muerte de
Antínoo, se ha intentado dejar planear sobre el relato una incertidumbre que,
antes de ser la de la Historia, sin duda fue la de la misma vida.
Villa Adriana: los nombres de sus diferentes partes, enumeradas por Adriano en la
obra, todavía se usan hoy en día.
Existió una ruta establecida por Adriano entre Antinoé y el Mar Rojo, pero no
conocemos su exacto recorrido, por lo que la cifra de las distancias
proporcionada por Adriano en esta obra no es sino una aproximación
Contexto
El capítulo sobre las amantes está sacado enteramente de dos líneas de Espartiano
Los detalles que conciernen a Lucio durante este período se han sacado casi
todos de su biografía por ESPARTIANO: Vida de Aelio César.
35
Historia del sacrificio de Antínoo: es tradicional (Dion, LXIX,11; Espartiano,
XIV,7).
Detalle de las operaciones de brujería: está inspirado en las recetas de los
papiros mágicos de Egipto.
Episodio del niño caído de un balcón en el curso de una fiesta, colocado aquí
durante la escala de Adriano en Philae, está sacado de un informe de los Papiros de
Oxyrhynchus, y ocurrió en realidad más de cuarenta años después del viaje de
Adriano a Egipto.
El nombre de Areté proviene de un poema auténtico de Adriano, pero aquí se
le aplica arbitrariamente a un intendente de la Villa.
El nombre del correo Menécrates está sacado de la Carta del rey Fermes al
emperador Adriano, texto completamente legendario, que la Historia propiamente
dicha no podría utilizar, pero que, sin embargo, ha podido tomar prestado este detalle
de otros documentos hoy perdidos.
Los nombres de Benedicto y Teodoto, pálidos fantasmas amorosos que
atraviesan las Meditaciones de Marco Aurelio, han sido traspuestos por razones
estilísticas en Verónica y Teodora.
Los nombres griegos y latinos grabados en la base del coloso de Memnon, en
Tebas, están en su mayor parte tomados de LETRONIO, Colección de Inscripciones
griegas y latinas de Egipto, 1848.
El arqueólogo francés Albert GAYET trabajó con ardor, pero, según parece, con
poco método, sobre el yacimiento saqueado de Antinoé, y las informaciones
contenidas en sus artículos publicados por él entre 1896 y 1914 siguen siendo muy
útiles. Los papiros coleccionados en el yacimiento de Antinoé y en el de Oxyrhynchus,
y publicados entre 1901 y nuestros días, no han aportado ningún nuevo detalle sobre
la arquitectura de la ciudad adriánica o el culto del favorito, pero uno de ellos nos ha
proporcionado una lista muy completa de las divisiones administrativas y religiosas de
la ciudad, evidentemente establecidas por el mismo Adriano, y que testimonian una
fuerte influencia del ritual eléusico sobre el espíritu de su autor.
Una frase de la descripción de Antinoé, que se presta aquí al mismo
emperador, está tomada de la relación del Sieur Lucas. viajero francés que visitó
Antinoé a principios del siglo XVIII.
Vida y personaje de Adriano: las dos fuentes principales de su estudio son el
historiador griego Dion CASIO, que escribió las páginas de su Historia Romana
consagradas al emperador cuarenta años después de su muerte; y el cronista latino
ESPARTIANO, uno de los redactores de la Historia Augusta, que compuso un poco
más de un siglo después su Vita Hadriani, uno de los mejores textos de esta
colección, y su Vita Aelii Caesaris, obra menor, que presenta del hijo adoptivo de
Adriano una imagen singularmente plausible, superficial solamente porque en realidad
lo fue el personaje. Estos dos autores se basaban en documentos después perdidos,
entre otros unas Memorias, publicadas por Adriano bajo el nombre de su liberto
Phlegon, y una colección de cartas del emperador reunidas por éste. Ni Dion ni
Espartano son grandes historiadores, o grandes biógrafos, pero precisamente su
ausencia de arte y hasta cierto punto de sistema los coloca singularmente próximos
al hecho vivido, y las investigaciones modernas en general han confirmado sus
afirmaciones. Algunos detalles se han espigado de otras Vidas de Historia Augusta,
como la de Antonino y la de Marco Aurelio, por Julio CAPITOLINO; y algunas frases
se han extraído de Aurelio VÍCTOR y del autor del Epítome. Algunas noticias
36
históricas del Diccionario de SUIDAS han proporcionado dos hechos poco conocidos:
la Consolación dirigida a Adriano por Noumenios, y las músicas fúnebres compuestas
por Mesomedes con ocasión de la muerte de Antínoo.
Los nombres de las diferentes partes de la Villa Adriana, enumeradas por
Adriano en la obra, que todavía se usan hoy en día, provienen de indicaciones de
Espartiano confirmadas y completadas por las excavaciones hechas en el lugar hasta
ahora. Nuestro conocimiento de los estados antiguos de esta bella ruina entre Adriano
y nosotros proviene de toda una serie de documentos escritos, o grabados,
escalonada desde el Renacimiento, los más valiosos de los cuales tal vez sean el
Informe dirigido por el arquitecto Ligorio al Cardenal de Este en 1538, las admirables
planchas consagradas a esta ruina por PIRANESE hacia 1781, y, en un detalle, los
dibujos del Ciudadano PONCE (Arabescos antiguos de los baños de Livia y de la Villa
Adriana, Paris, 1789), que conservan la imagen de estucos hoy destruidos. Los
trabajos de Gaston BOISSIER, en sus Paseos Arqueológicos, 1880, y de Pierre
GUSMAN, La Villa Imperial de Tibur, 1904, son todavía esenciales; más cercana a
nosotros, la obra de R.PARIBENI, La Villa del Emperador Adriano, 1930. En Memorias
de Adriano, una alusión a mosaicos sobre los muros de la villa ha sorprendido a
ciertos lectores: son los de las exedras y nichos de los ninfeos, frecuentes en las villas
de Campania del siglo I, y que plausiblemente adornaron también los pabellones del
palacio de Tibur, o aquéllas que, según numerosos testimonios, revestían los soportes
de las bóvedas (sabemos por Piranese que los mosaicos de las bóvedas de Canope
eran blancos), o incluso emblemas, cuadros de mosaicos que se solían incrustar en
las paredes de las salas. Para estos detalles, consultar, además de GUSMAN, ya
citado, el artículo de P.GAUCKLER en DAREMBERG Y SAGLIO, Dictionnaire des
Antiquités Grecques et Romaines, III,2, Musivum Opus. El breve artículo de M.J. de
JOHNSON, Antinoe and Its Papyri, en el Journ. of Egyp. Arch., I, 1914, proporciona
un buen resumen de la topografía de la villa de Adriano.
Se ha utilizado un cierto número de obras auténticas del mismo Adriano:
correspondencia administrativa, fragmentos de discursos o de informes oficiales,
conservados generalmente en inscripciones; decisiones legales transmitidas por
jurisconsultos; poemas mencionados por los autores de la época, como el célebre
Animula vagula blandula, o reencontrados en los monumentos en los que figuraban
como inscripciones votivas. Son de discutible autenticidad las tres cartas de Adriano
que conciernen a su vida personal (Carta a Matidie, Carta a Serviano, Carta dirigida
por el emperador agonizante a Antonino), que se encontrarán respectivamente en la
colección de cartas compilada por el gramático DOSITEO, en la Vita Saturnini de
VOPISCUS, y en GRENFELL AND HUNT, Fayum Towns and their Papyri, 1900). A
pesar de ello, llevan intensamente el sello del hombre al que se le atribuyen; y ciertas
indicaciones proporcionadas por ellas han sido utilizadas en este libro.
Las innumerables menciones de Adriano o de su entorno, esparcidas por casi
todos los escritores de los siglos segundo y tercero, ayudan a completar las
indicaciones de las crónicas y llenan a menudo las lagunas. Por ejemplo, el episodio
de las partidas de caza en Libia sale enteramente de un fragmento muy mutilado del
poema de PANCRATES Las partidas de caza de Adriano y de Antínoo reencontrado
en Egipto y publicado en 1911; Atenea, Aulio Gelio y Philóstrato han proporcionado
numerosos detalles sobre los sofistas y los poetas de la corte imperial; Plinio el Joven
y Marcial añaden algunos rasgos a la imagen un poco borrosa de un Voconio o de
un Licinio Sura. La descripción del dolor de Adriano a la muerte de Antínoo se inspira
37
en historiadores de su reinado, pero también en ciertos pasajes de Padres de la
Iglesia, condenadores, pero a veces más humanos, y que expresan opiniones más
variadas de lo que se podría creer. Fragmentos de la Carta de Arrio al emperador
Adriano con ocasión del Periplo del Mar Negro, que contienen alusiones al mismo
tema, han sido incorporadas a esta obra, cuyo autor se alinea con la opinión de los
eruditos que creen, en su conjunto, que este texto es auténtico. El Panegírico de
Roma, del sofista Aelio ARISTIDE, obra netamente adriánica, ha proporcionado
algunas líneas al esbozo de Estado ideal trazado aquí por el emperador. Algunos
detalles históricos mezclados en el Talmud a un inmenso material legendario vienen
a añadirse para la guerra de Palestina al relato de la Historia eclesiástica de
EUSEBIO. La mención del exilio de Favorinus proviene de un fragmento de este
último en un manuscrito de la biblioteca vaticana. El atroz episodio del secretario al
que se deja tuerto se ha sacado de un tratado de Galeno, que fue médico de Marco
Aurelio; la imagen de Adriano agonizante se inspira en el trágico retrato hecho por
Frontón del emperador envejecido.
Para el detalle de hechos no registrados por los historiadores antiguos se ha
acudido otras veces a monumentos con figuras y a inscripciones: provienen de
bajorrelieves de la Columna Trajana ciertos datos sobre el salvajismo de las guerras
dacias y sármatas (prisioneros quemados vivos, consejeros del rey Decébalo
envenenándose el día de la capitulación); una gran parte de la imaginería de los
viajes está tomada de las monedas del reinado; los poemas de Julia Balbilla grabados
sobre la pierna del coloso de Memnon han servido de punto de partida para el relato
de la visita a Tebas; la precisión de la fecha del día de nacimiento de Antínoo se debe
a la inscripción del Colegio de artesanos y de esclavos de Lavinium; las pocas frases
dadas como inscripciones sobre la tumba del favorito están tomadas del gran texto
jeroglífico del obelisco de Pincio, que relata sus funerales y describe las ceremonias
de su culto. Para la historia de los honores divinos rendidos a Antínoo, para su
caracterización física y psicológica, el testimonio de inscripciones, monumentos con
representaciones y monedas, sobrepasa mucho el de la historia escrita.
No existe una biografía moderna de Adriano. La única obra de este género que
merece mencionarse, y también la más antigua, es la de GREGOROVIUS, publicada
en 1851, floja en todo lo que concierne al Adriano administrador y príncipe. Los
brillantes esbozos de un GIBBON o de un RENAN han envejecido. La obra de
HENDERSON The Life and Principate of the Emperor Hadrian (1923), superficial a
pesar de su longitud, no ofrece más que una imagen incompleta del pensamiento de
Adriano y de los problemas de su tiempo, y utiliza las fuentes de un modo insuficiente.
Pero, si una biografía definitiva de Adriano está por hacer, abundan los
resúmenes inteligentes y los sólidos estudios de detalle, y sobre muchos aspectos la
historiografía moderna ha renovado la historia del reinado y de la administración de
Adriano: los capítulos dedicados a Adriano en El Alto Imperio Romano, de León
HOMO (1933), y El Imperio Romano, de E.ALBERTINI (1936); el análisis de las
campañas partas de Trajano y de la política pacificadora de Adriano en el primer
volumen de la Historia de Asia de René GROUSSET (1921); el estudio sobre la obra
literaria de Adriano en Los Emperadores y las Letras latinas, de Henri BARDON
(1944); las obras de Paul GRAINDOR, Atenas bajo Adriano (El Cairo, 1934); de Louis
PERRET, La Titulación imperial de Adriano (1929), y de Bernard d'ORGEVAL, El
Emperador Adriano, su obra legislativa y administrativa (1950), este último a menudo
confuso en los detalles.
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Los trabajos más profundos sobre el reinado y la personalidad de Adriano
siguen siendo los de la escuela alemana. En Lengua inglesa, la obra de Arnold
TOYNBEE contiene aquí y allá alusiones al reinado de Adriano; han servido de
semillas para ciertos pasajes de las Memorias de Adriano en los cuales el emperador
define él mismo sus puntos de vista políticos; ver en particular su "Roman Empire and
Modern Europe", en la Dublin Review (1945). Ver también el importante capítulo
consagrado a las reformas sociales y financieras de Adriano en M.ROSTOVTZEFF,
Social and Economic History of the Roman Empire (1926); y, para el detalle de los
hechos, los estudios de R.H.LACEY, The Equestrian Officials of Trajan and Hadrian:
Their Career, with Some Notes on Hadrian's Reforms (1917); de Paul ALEXANDER,
Letters and Speeches of the Emperor Hadrian (1938); de W.D. GRAY, A Study of the
Life of Hadrian Prior to his Accession (1919); de F.PRINGSHEIM, "The Legal Policy
and Reforms of Hadrian", en el Journal of Roman Studies, XXIV, 1934. Para la
estancia de Adriano en las islas británicas y la erección del muro sobre la frontera de
Escocia, consultar la obra clásica de J.C.BRUCE, The Handbook to the Roman Wall,
edición revisada por COLLINGWOOD en 1933, y del mismo COLLINGWOOD en
colaboración con J.N.L.MYRES, Roman Britain and the English Settlements, 1937.
Para la numismática del reinado, ver H.MATTINGLY y E.A.SYDENHAM, The Roman
Imperial Coinage (1926).
Sobre la personalidad de Adriano y sus guerras, ver R.PARIBENI, Optimus
Princeps, 1927; R.P.LONGDEN, "Nerva and Trajan", en Cambridge Ancient History,
XI, 1936; M.DURRY, "Le Règne de Trajan d'après les Monnaies", Rev.His.,LVII, 1932.
Sobre Aelio César, A.S.L.FARQUHARSON, "On the names of Aelius Caesar",
Classical Quarterly, II, 1908, y J.CARCOPINO, L'Hérédité dinastique chez les
Antonins, 1950, cuyas hipótesis han sido descartadas en favor de una interpretación
más literal de los textos.
Sobre el entorno griego de Adriano, P.GRAINDOR, Un Milliardaire Antique,
Hérode Atticus et sa famille, 1930; A.BOULANGER, Aelius Aristide et la Sophistique
dans la Province d'Asie au IIe siècle de notre ère, en las publicaciones de la
Bibliothèque des Écoles Françaises d'Athènes et de Rome, 1923; G.MARTELLOTTI,
Mesomede, Publicaciones de la Scuola di Filologia Classica, Roma, 1929;
H.C.PUECH, Numénius d'Apamée, en las Mélanges Bidez, 1934.
Sobre la guerra judía, W.D.GRAY, "The Founding of Aelia Capitolina and the
Chronology of the Jewish War under Hadrian", American Journal of Semitic Language
and Literature, 1923; A.L.SACHAR, A History of the Jews, 1950; y S.LIEBERMAN,
Greek in Jewish Palestine, 1942.Los descubrimientos arqueológicos realizados en
Israel durante estos últimos años y concernientes a la revuelta de Bar Kochba han
enriquecido en ciertos detalles nuestro conocimiento de la guerra de Palestina; la
mayoría de ellos, acontecidos después de 1951, no han podido ser utilizados en el
curso de la presente obra.
La iconografía de Antínoo, y, de modo más incidental, la historia del personaje,
no han dejado de interesar a los arqueólogos y a los estetas, sobre todo en países
de lengua germánica, desde que en 1764 Winckelmann donó a la iconografía de
Antínoo, o al menos a sus principales retratos conocidos en la época, un lugar
importante en su Historia del Arte Antiguo. La mayoría de estos trabajos, que datan
de finales del XVIII e incluso del siglo XIX, hoy ya no tienen apenas más interés que
el de la curiosidad; sin embargo, la obra Antinoüs, de L.DIETRICHSON (1884), de un
idealismo bastante confuso, continúa siendo digna de atención por el cuidado con el
39
que el autor ha reunido la casi totalidad de las alusiones antiguas al favorito de
Adriano, aunque la vertiente iconográfica representa hoy en día un punto de vista y
métodos superados. El largo ensayo consagrado a Antínoo por J.A.SYMONDS en sus
Sketches in Italy and Greece, 1900, aunque tiene un tono y una información a veces
superados, mantiene un gran interés, así como una nota del mismo autor sobre el
mismo tema, en su destacable y rarísimo ensayo sobre la homosexualidad antigua,
denominado A Problem in Greek Ethics. Para los monumentos con representaciones
de Antínoo, con excepción de la numismática, el mejor texto relativamente reciente
es el estudio publicado por Pirro MARCONI, "Antinoo, Saggio sull'Arte dell' Eta'
Adianea", en el volumen XXIX de los Monumenti Antichi, R.Academia dei Lincei,
Roma, 1923. El ensayo de Marconi, mediocre desde el punto de vista de la discusión
estética, marca sin embargo un gran progreso en la iconografía del tema, todavía
incompleta, a pesar de todo; y pone fin por su precisión a las vagas ensoñaciones
elaboradas en torno al personaje de Antínoo incluso por los mejores críticos
románticos. Véanse también los breves estudios consagrados a la iconografía de
Antínoo en las obras generales que tratan del Arte griego o greco-romano, como las
de E.STRONG, Art in Ancient Rome, 1929; y C.SELTMAN, Approach to Greek Art,
1948. Las notas de R.LANCIANI y C.L.VISCONTI, Bollettino Communale di Roma,
1886; los ensayos de G.RIZZO, "Antinoo-Silvano", en Ausonia, 1908, de S.REINACH,
"Les Têtes des médaillons de l'Arc de Constantin", en la Rev. Arch., serie IV,XV,
1910, de P.GAUCKLER, Le Sanctuaire syrien du Janicule, 1912, y de
R.BARTOCCINI, "Le Terme di Lepcis", en Africa Italiana, 1929, son dignas de citarse
entre muchas otras sobre los retratos de Antínoo identificados o descubiertos al final
del siglo XIX y en el siglo XX, y sobre las circunstancias de su descubrimiento.
En lo que concierne a la numismática del personaje, el mejor trabajo, si
creemos a los numismáticos que se ocupan hoy de este tema, sigue siendo la
"Numismatique d'Antinous", en el Journ. Int. d'Archéologie Numismatique, XVI, pp.3370, 1914, de G.BLUM, joven erudito muerto en la guerra de 1914, y que ha dejado
también algunos otros estudios iconográficos consagrados al favorito de Adriano. Para
las monedas de Antínoo acuñadas en Asia Menor, debe consultarse más
particularmente E.BABELON y T.REINACH, Recueil Général des Monnaies Grecques
d'Asie Mineure, I-IV, 1904-12. Para algunas de sus monedas acuñadas en Grecia,
véase C.SELTMAN, "Greek Sculpture and Some Festival Coins", en Hesperia (Journ.
of Amer. School of Classical Studies at Athens), XVII, 1948.
Para las oscuras circunstancias de la muerte de Antínoo, el libro de
P.GRAINDOR, ya citado, Athènes sous Hadrien, contiene una interesante alusión al
tema.
El problema del emplazamiento exacto de la tumba de Antínoo no ha sido
resuelto nunca.
El excelente tratado de P.FESTUGIÈRE sobre "La valeur religieuse des
Papyrus Magiques", en L'idéal religieux des Grecs et l'Évangile, 1932, y sobre todo
el análisis del sacrificio del Esies, de la muerte por inmersión y de la divinización
conferida de este modo a la víctima, sin contener referencia a la historia del favorito
de Adriano, no por ello dejan de aclarar prácticas que no conocíamos hasta aquí más
que por una tradición literaria desvitalizada, y permite sacar esta leyenda de entrega
voluntaria del almacén de accesorios trágico-épicos para hacerla entrar en el cuadro
muy preciso de una cierta tradición oculta.
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Casi todas las obras generales que tratan del Arte greco-romano conceden un
importante espacio al Arte Adriánico; algunas de ellas han sido mencionadas en el
curso del párrafo consagrado a las efigies de Antínoo; para una iconografía casi
completa de Adriano, de Trajano, de las princesas de su familia, y de Aelio César, se
pueden consultar P.GRAINDOR, Bustes et Statues-Portraits de l'Égypte Romaine, y
F.POULSEN, Greek and Roman Portraits in English Country Houses, 1923, que
contienen de Adriano y de su entorno un cierto número de retratos menos conocidos
y raramente reproducidos. Sobre la decoración de la época adriánica en general, y
sobre todo para las relaciones entre los motivos empleados por los escultores y los
grabadores y las directivas políticas y culturales del reinado, merece una mención
particular la bella obra de Jocelyn TOYNBEE, The Hadrianic School, A chapter in the
History of Greek Art, 1934.
Las alusiones a las obras de Arte encargadas por Adriano y pertenecientes a
sus colecciones sólo tenían que figurar en este relato en tanto que añadían un rasgo
a la fisonomía de Adriano anticuario, aficionado al Arte, o amante ansioso de
inmortalizar un rostro amado. La descripción de las efigies de Antínoo, hechas por el
emperador, y la misma imagen del favorito vivo ofrecida en muchas ocasiones en el
curso de esta obra están inspiradas en los retratos del joven bitinio, encontrados en
su mayor parte en la Villa Adriana, que todavía existen hoy, y que conocemos bajo
el nombre de grandes coleccionistas italianos de los siglos XVII y XVIII a los que,
desde luego, Adriano no se las donó. Las tres o cuatro bellas estatuas greco-romanas
o helenísticas encontradas en Itálica, patria de Adriano, parecen mármoles griegos
datados en el siglo I o principios del II.
Nuestras informaciones sobre las grandes construcciones de Adriano, tanto en
Roma como en las diferentes partes del Imperio, nos han llegado por intermediación
de su biógrafo ESPARTIANO, de la Descripción de Grecia de PAUSANIAS, por los
monumentos edificados en Grecia, o de cronistas más tardíos, como MALALAS, que
insiste particularmente en los monumentos construidos o restaurados por Adriano en
Asia Menor. Por PROCOPIO sabemos que el lugar del Mausoleo de Adriano estaba
decorado por innumerables estatuas que sirvieron de proyectiles a los romanos en la
época del sitio de Alarico. Por la breve descripción de un viajero alemán del siglo VIII,
el Anónimo de Einsiedeln, conservamos una imagen de lo que era al principio de la
Edad Media el Mausoleo ya fortificado desde la época de Aureliano, pero todavía no
transformado en Castel Sant'Angelo.
En una fecha muy reciente, y gracias a las marcas de fábrica de los ladrillos
con los que se edificó, sabemos que el honor de la construcción o de la
reconstrucción total del Panteón recayó sobre Adriano, de quien durante mucho
tiempo se pensaba que sólo había sido su restaurador. En relación a la arquitectura
adriánica, remitimos al lector a la mayoría de la obras generales sobre el Arte grecoromano citadas más arriba; y se pueden ver también G.BELTRANI, Il Panteone, 1898;
G.ROSI, Bollettino della comm. arch. comm., LIX, 1931; M.BORGATTI, Castel
S.Angelo, 1890; S.R.PIERCE, "The Mausoleum of Hadrian and Pons Aelius", en el
Journ. of Rom. Stud., XV, 1925.
Para las construcciones de Adriano en Atenas, la obra muchas veces citada
de P.GRAINDOR, Athènes sous Adrien, 1934, y G.FOUGÈRES, Athènes, 1914, que,
aunque antigua, resume lo esencial.
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