1 Memorias de Adriano NÚCLEO DE LA NOVELA En esta selección de textos ordenados según los diversos planos semiológicos de la obra, se hace referencia al número de página en que se tocan los temas en la edición de Gallimard, collection folio (1988). La traducción es mía. No siempre ha resultado fácil catalogar un texto dentro del esquema de los planos semiológicos; pero ello no es demasiado importante cuando lo que se ha intentado es ofrecer una antología ordenada de los textos más interesantes desde el punto de vista del contenido. Cultura Culto de Mitra: V,63 Arduo ascetismo, exigente de tensión de la voluntad; obsesión de la muerte, de la sangre. Eleusis: XV,161-2 Estos grandes ritos no hacen más que simbolizar los acontecimientos de la vida humana, pero el símbolo va más allá del acto, explica cada uno de nuestros gestos en términos de mecánica eterna. Le enseñanza recibida en Eleusis debe mantenerse en secreto: tiene por otra parte tantas menos probabilidades de ser divulgada en cuanto que es por naturaleza inefable. Formulada, no conseguiría más que las evidencias más banales; en ello está precisamente su profundidad. Los más elevados grados que me fueron como consecuencia conferidos en el curso de las conversaciones privadas con el hierofante no añadieron casi nada al choc inicial sentido igualmente por el más ignorante de los peregrinos que participa en las abluciones rituales y bebe de la fuente. Yo escuché las disonancias resolverse en un acorde; por un momento me apoyé en otra esfera, contemplé de lejos, pero también de muy cerca, esta procesión humana y divina en la que ocupaba mi lugar, este mundo en el que todavía existe el dolor, pero ya no el error. La suerte humana, este vago trazado en el cual el ojo menos experto reconoce tantos fallos, brillaba como los designios del cielo. Religión egipcia: XX,212 Ungida ritualmente de miel y de esencia de rosa, la bestia inerte fue depositada en el fondo de una cuba llena de agua del Nilo; la criatura ahogada se asimilaba al Osiris llevado por la corriente del río; los años terrestres del pájaro se sumaban a los míos; la pequeña alma solar se unía al Genio del hombre para el cual se la sacrificaba; este Genio invisible podía en adelante aparecérseme y servirme bajo esta forma. Ética: XII,117 Juicio de las acciones ajenas: los espíritus honestos, los corazones virtuosos rechazaron creer que yo estaba implicado en el asesinato; los cínicos suponían lo peor, pero por ello mismo me admiraban más. 2 Historia: Adriano: Consejo del príncipe: XIII,136 La élite de los funcionarios que yo comencé a formar me corteja. El consejo del príncipe: gracias a los que lo componen me he podido ausentar de Roma durante años, y no volver a ella más que de paso. Estaba en comunicación con él mediante los correos más rápidos; en caso de peligro, mediante las señales de los semáforos. Ellos a su vez han formado otros auxiliares útiles. Su competencia es obra mía; su actividad bien regulada me ha permitido emplearme en otros lugares. Ello me permitirá ausentarme en la muerte sin demasiada inquietud. De los veinte años de ejercicio del poder, he pasado doce sin domicilio fijo. Contribuciones voluntarias al emperador: XIII,131-2 He renunciado a las contribuciones voluntarias hechas por las ciudades al emperador, que no son más que un robo disfrazado. Deudas al Estado: XIII,132 La anulación completa de las deudas de los particulares al Estado era una medida más arriesgada, pero necesaria para hacer tabula rasa tras diez años de economía de guerra. Itálica: XX,208 Compré en el taller de un escultor todo un lote de Venus, de Dianas y de Hermes para Itálica, mi villa natal, que me proponía modernizar y adornar. Cristianos: Se distinguen por una abundancia de sectas. XX,208 Decadencia ética y filosófica de Roma: XXIII,240-1 En muchos aspectos, el pensamiento de nuestros filósofos me parecía, como el Cristianismo, también limitado, confuso, o estéril. Las tres cuartas partes de nuestros ejercicios intelectuales no son más que vacíos adornos; me preguntaba si esta creciente vacuidad se debía a una disminución de la inteligencia o a una decadencia del carácter; fuera como fuese, la mediocridad del espíritu se acompañaba casi siempre de una llamativa bajeza de espíritu. Yo encargué a Herodes Atticus vigilar la construcción de una red de acueductos en Troade; él se aprovechó para despilfarrar vergonzosamente los denarios públicos; convocado a una rendición de cuentas, hizo responder con insolencia que era lo suficientemente rico para cubrir todos los déficits; esta misma riqueza era un escándalo. Su padre, muerto hacía poco, se había organizado para desheredarlo discretamente multiplicando las larguezas con los ciudadanos de Atenas; Herodes rehusó de plano asumir los legados paternos; de ello resultó un proceso que todavía dura. En Esmirna, Polemón, mi familiar hace poco, se permitió poner en la puerta a una embajada de senadores romanos que habían creído poder contar con su hospitalidad. Tu padre, Antonino, el más dulce de los seres, se enfureció, y el hombre de Estado y el sofista acabaron por llegar a las manos; este pugilato indigno de un futuro emperador lo era todavía más de un filósofo griego. Favorinus, ese enano ávido que yo colmé de 3 dinero y de honores, propagaba por todas partes chistes a mi costa. Las treinta legiones que yo comandaba eran, si se le creía, mis únicos argumentos válidos en las justas filosóficas con las que yo tenía la vanidad de complacerme, y en las que él tenía el cuidado de dejar la última palabra al emperador. Ello era tacharme a la vez de presunción y de estupidez; era sobre todo enorgullecerse de una extraña cobardía. Pero los pedantes se irritan siempre de que se conozca tan bien como ellos su limitado oficio; todo servía de pretexto para sus comentarios malignos: yo había dictaminado la inclusión en los programas de las escuelas de las obras demasiado ignoradas de Hesíodo y de Enio; estos espíritus rutinarios me dieron pronto ganas de destronar a Homero, y al límpido Virgilio, que, sin embargo, yo citaba sin cesar. No había nada que hacer con esas gentes. XXIII,240-1 Domiciano: exilió a Epicteto. XV,158 Guerra de Judea: Grupos zelotes atacaron a las guarniciones romanas aisladas y masacraron a nuestros soldados con refinamientos de furor que recordaron los peores momentos de la revuelta judía bajo Trajano; Jerusalén al fin cayó por completo en manos de los insurgentes y los nuevos barrios de Aelia Capitolina ardieron como una antorcha. Los primeros destacamentos de la Vigésimo-segunda Legión Dejotariana, enviada desde Egipto a toda prisa bajo las órdenes del legado de Siria Publio Marcelo, fueron derrotados por bandas diez veces superiores en número. La revuelta se había convertido en guerra, y en una guerra inevitable. Dos legiones, la Duodécima Fulminante y la Sexta Legión, la Legión de Hierro, reforzaron pronto a los efectivos ya ubicados en Judea; algunos meses más tarde, Julio Severo, que hacía tiempo había pacificado las regiones montañosas de la Bretaña del Norte, tomó la dirección de las operaciones militares; llevaba con él pequeños contingentes de auxiliares británicos acostumbrados a combatir en terreno difícil. Nuestras tropas, equipadas pesadamente, nuestros oficiales habituados a las formaciones en cuadrado o en falange de las batallas ordenadas, tuvieron problemas para adaptarse a esta guerra de escaramuzas y de sorpresas, que utilizaba en campo raso técnicas de motín. Simón, a su manera un gran hombre, había dividido a sus partisanos en centenares de grupitos apostados en las crestas de la montaña, emboscados al fondo de las cavernas y de canteras abandonadas, escondidos en casa de los habitantes de los agitados arrabales de las ciudades; Severo comprendió rápidamente que este enemigo inasible podía ser exterminado, pero no vencido; se resignó a una guerra de desgaste. Los lugareños, fanatizados o aterrorizados por Simón, hicieron desde el principio causa común con los zelotes: cada roca se convirtió en una fortaleza, cada viña en una trinchera; cada finca debió ser reducida por el hambre o tomada al asalto. Jerusalén no fue reconquistada sino en el tercer año de la guerra, cuando se vio que los últimos esfuerzos de negociación eran inútiles; fue aniquilado lo poco que había quedado de la ciudad tras el incendio de Tito. Severo aceptó 4 ignorar durante largo tiempo la complicidad de las otras grandes ciudades; éstas, convertidas en las últimas fortalezas del enemigo, fueron más tarde atacadas y reconquistadas a su vez calle por calle y ruina por ruina. Durante estos tiempos de prueba, mi puesto estaba en el campo, y en Judea. Tenía depositada en mis dos lugartenientes la más entera confianza; por ello convenía todavía más que fuera allá para compartir la responsabilidad de las decisiones que, fueran cuales fuesen, se preveían atroces. Al final del segundo año de campaña, hice amargamente mis preparativos de viaje; Euphorion empaquetó una vez más mi equipo de higiene, un poco gastado por el uso, realizado antaño por un artesano de Esmirna, la caja de libros y mapas, la estatuilla de marfil del Genio Imperial y su lámpara de plata; desembarqué en Sidón al principio del otoño. XXV,255-6 Al principio del tercer año de campaña, el ejército sitió la ciudadela de Bethar, nido de águilas donde Simón y sus partisanos resistieron durante cerca de un año las lentas torturas del hambre, de la sed y de la desesperación, y donde el Hijo de la Estrella vio perecer uno a uno a sus fieles sin aceptar rendirse. Nuestro ejército sufría casi tanto como los rebeldes: éstos, al retirarse, habían quemado los vergeles, devastado los campos, degollado el ganado, infectado los pozos echando en ellos los muertos; estos métodos salvajes eran horribles, aplicados a esta tierra naturalmente árida, ya roída hasta el hueso por largos siglos de locuras y furores. El verano fue cálido y malsano; la fiebre y la disentería diezmaron nuestras tropas; una disciplina admirable continuaba reinando en estas legiones forzadas a la vez a la inacción y a la vigilancia; el ejército acosado y enfermo era sostenido por una especie de rabia silenciosa que se traspasó a mí. Mi cuerpo no soportaba ya tan bien como antaño las fatigas de una campaña, los días tórridos, las noches asfixiantes o heladas, el viento duro y el polvo chirriante; llegué a dejar en mi escudilla el tocino y las lentejas cocidas del rancho; me quedaba con hambre. Arrastraba una tos mala desde bastante antes del verano; yo no era el único. En mi correspondencia con el Senado, suprimía la fórmula que figura obligatoriamente en el encabezamiento de los documentos oficiales: El emperador y el ejército están bien. El emperador y el ejército, al contrario, estaban peligrosamente cansados. Por la noche, después de la última conversación con Severo, la última audiencia de los tránsfugas, el último correo de Roma, el último mensaje de Publio Marcelo, encargado de limpiar los alrededores de Jerusalén, o de Rufo, ocupado en reorganizar Gaza, Euphorio medía parsimoniosamente el agua de mi baño en una cuba de tela alquitranada; yo me acostaba sobre mi lecho; intentaba pensar. No lo niego: esta guerra de Judea era uno de mis fracasos. Los crímenes de Simón y la locura de Akiba no eran obra mía, pero yo me reprochaba haber estado ciego en Jerusalén, distraído en Alejandría, impaciente en Roma. No había sabido encontrar las palabras que hubieran prevenido, o al menos retrasado, este acceso de furor del pueblo; no había sabido ser en su momento suficientemente flexible o 5 suficientemente firme. Y, ciertamente, no teníamos motivo para estar inquietos, y todavía menos desesperados; el fallo y el error de cálculo sólo se habían producido en nuestras relaciones con Israel; en todos los demás lugares, recogimos en estos tiempos de crisis el fruto de dieciséis años de generosidad en Oriente. Simón había creído poder apostar por una revuelta del mundo árabe parecida a la que había marcado los sombríos últimos años del reinado de Trajano; más todavía, había osado apostar por la ayuda de los partos. Se había equivocado, y este fallo de cálculo causaba su muerte lenta en la ciudadela cercada de Betar; las tribus árabes dejaron de solidarizarse con las comunidades judías; los Partos eran fieles a los tratados. La sinagogas de las grandes ciudades sirias se mostraban ellas mismas indecisas o tibias: las más ardientes se contentaban con enviar secretamente algo de dinero a los zelotes; la población judía de Alejandría, a pesar de ser tan turbulenta, se mantenía en calma; el absceso judío permanecía localizado en la árida región que se extiende entre el Jordán y el mar; se podía sin peligro cauterizar o amputar este dedo enfermo. Y, a pesar de todo, en cierto modo, los malos días que habían precedido inmediatamente a mi reinado parecían volver. Quieto había incendiado Cirenea antaño, ejecutado a los notables de Laodicea, retomado posesión de Edesa en ruinas... El correo vespertino acababa de informarme de que nos habíamos reestablecido sobre el montón de piedras desmoronadas que yo llamaba Aelia Capitolina y que los judíos llamaban todavía Jerusalén; habíamos incendiado Ascalon; había sido preciso ejecutar en masa a los rebeldes de Gaza... Si dieciséis años del reinado de un príncipe apasionadamente pacífico conducían a la campaña de Palestina, las oportunidades de paz en el mundo parecían mediocres en el porvenir. Me incorporé sobre el codo, incómodo sobre mi estrecha litera. Ciertamente, al menos algunos judíos habían escapado al contagio zelote: incluso en Jerusalén, fariseos escupían al paso de Akiba, trataban de viejo loco a este fanático que lanzaba al viento las sólidas ventajas de la paz romana, le gritaban que la hierba le crecería en la boca antes que se hubiera visto sobre la tierra la victoria de Israel. Pero yo prefería todavía los falsos profetas a estos hombres de orden que nos despreciaban a pesar de que contaban con nosotros para proteger de las exacciones de Simón su oro colocado en los banqueros sirios y en sus granjas de Galilea. Yo pensaba en los tránsfugas que, algunas horas antes, se habían sentado en esta tienda, humildes, conciliadores, serviles, pero arreglándoselas siempre para dar la espalda a la imagen de mi Genio. Nuestro mejor agente, Elías Ben Abayad, que hacía el papel de informador y de espía para Roma, era justamente despreciado en los dos campos; era sin embargo el hombre más inteligente del grupo, espíritu liberal, corazón enfermo, desgarrado entre su amor por su pueblo y su afición a nuestras letras y a nosotros; él también, por otra parte, en el fondo no pensaba más que en Israel. Josué ben Kisma, que predicaba el apaciguamiento, no era más que un Akiba más tímido o más hipócrita; incluso en el rabino Josué, que había sido mucho tiempo mi consejero en los asuntos judíos, yo había sentido, bajo la 6 flexibilidad y el deseo de agradar, las diferencias irreconciliables, el punto en el que dos pensamientos de especies opuestas no se encuentran sino para combatirse. Nuestros territorios se extendían sobre centenares de leguas, millares de estadios, más allá del seco horizonte de las colinas, pero la roca de Betar constituía nuestra frontera: podíamos aniquilar los macizos muros de esta ciudadela en la que Simón consumaba frenéticamente su suicidio; no podíamos impedir a esta raza decirnos que no. XXV,257-60 Por la noche, reuní a mis fuerzas para escuchar el informe de Rufo: la guerra tocaba a su fin; Akiba, quien, desde el principio de las hostilidades, aparentemente se había retirado de los asuntos públicos, se consagró a la enseñanza del Derecho rabínico en la pequeña ciudad de Usfa, en Galilea; esta aula se había convertido en el centro de la resistencia zelote; mensajes secretos eran cifrados y transmitidos a los partisanos de Simón por manos nonagenarias; fue preciso reenviar a la fuerza a sus hogares a los estudiantes fanatizados que rodeaban a este anciano. Después de largas vacilaciones, Rufo se decidió a hacer prohibir como sedicioso el estudio de la Lengua judía; algunos días después, Akiba, que había contravenido este decreto, fue detenido y ejecutado. Otros nueve doctores de la ley, el alma del partido zelote, perecieron con él. Yo había aprobado todas estas medidas con un signo de la cabeza. Akiba y sus fieles murieron persuadidos hasta el final de ser los únicos inocentes, los únicos justos; ningún de ellos soñó aceptar su parte de responsabilidad en las desgracias que abrumaban a su pueblo. Se les envidiaría, si se pudiese envidiar a los ciegos. No niego a estos diez energúmenos el título de héroes; en cualquier caso, no eran sabios. Tres meses más tarde, una fría mañana de febrero, sentado en la cima de una colina, adosado al tronco de una higuera desguarnecida de sus hojas, asistí al asalto que precedió algunas horas a la capitulación de Betar; vi salir uno a uno a los últimos defensores de la fortaleza, macilentos, descarnados, horribles, sin embargo bellos, como todo lo que es indomable. Al final del mismo mes, me hice transportar al lugar llamado de los pozos de Abraham, donde los rebeldes cogidos con las armas en la mano en las aglomeraciones urbanas fueron reunidos y subastados; niños sarcásticos, ya feroces, deformados por convicciones implacables, enorgulleciéndose en voz muy alta de haber causado la muerte de decenas de legionarios, viejos emparedados en un sueño de sonámbulo, matronas de carnes blandas, y otras solemnes y sombrías como la Gran Madre de los cultos orientales; esta multitud pasó ante mí como polvo. Josué Ben Kisma, jefe de los autodenominados moderados, que, lamentablemente, había fracasado en su papel de pacificador, sucumbió en esta misma época como consecuencia de una larga enfermedad; murió deseándonos la guerra y la derrota por parte de los partos. Por otra parte, los judíos cristianizados, a los que no habíamos inquietado, y que guardan rencor al resto del pueblo hebreo por haber perseguido a su profeta, vieron en 7 nosotros los instrumentos de la cólera divina. La larga serie de delirios y malentendidos continuaba. Una inscripción colocada sobre el emplazamiento de Jerusalén prohibió a los judíos, bajo pena de muerte, instalarse de nuevo en ese montón de escombros; reproducía palabra por palabra la frase inscrita antaño en el portal del templo, y que prohibía la entrada a los incircuncisos. Un día al año, el nueve del mes de Ab, los judíos tienen el derecho de venir a llorar ante un muro en ruinas. Los más piadosos rehusaron abandonar su tierra natal; se establecieron lo mejor que pudieron en las regiones menos devastadas por la guerra; los más fanáticos emigraron al territorio parto; otros fueron a Antioquía, a Alejandría, a Pérgamo; los más finos se presentaron en Roma, donde prosperaron. Judea fue tachada del mapa, y, obedeciendo a mi orden, tomó el nombre de Palestina. Durante estos cuatro años de guerra, cincuenta fortalezas, y más de novecientas ciudades y pueblos fueron saqueados y aniquilados; el enemigo perdió cerca de seiscientos mil hombres; los combates, las fiebres endémicas, las epidemias nos quitaron cerca de noventa mil. La reconstrucción del país sucedió inmediatamente a los trabajos de la guerra; Aelia Capitolina fue reconstruida, a una escala más modesta; es preciso recomenzar siempre. XXVI,267-9 Poblamientos: XXIII,234 Habían afluido los veteranos a Andrinópolis, atraídos por donaciones de tierras y reducciones de impuestos. El mismo plan se debía aplica a Antinoé. Yo había acordado hacía tiempo por todas partes exenciones análogas a los médicos y a los profesores, con la esperanza de favorecer el mantenimiento y desarrollo de una clase media seria y sabia. Regiones del Imperio: XIV,153-4 Galia próspera, España opulenta, me retuvieron menos tiempo que Bretaña. En la Galia narbonesa reencontré a Grecia, que ha llevado hasta allá sus escuelas de elocuencia y sus pórticos bajo un cielo puro. Ideología1 Abstinencia de carne: I,18-9 Ostentación de ascetismo que nos distancia de los demás. Ambición de poder: X,99 Quería el poder, sobre todo para ser yo mismo antes de morir. Muy a menudo no están claros los límites entre lo que es la ideología del personaje Adriano y la ideología de la autora. En cualquier caso, aunque la clasificación en ocasiones sea errónea, es preciso tener en cuenta que lo importante son las ideas expresadas, no el soporte físico que tienen. En este apartado en principio se han ubicado las ideas que parecen propias de Marguerite Yourcenar, y las ideas que es mejor atribuirlas a Adriano figuran en el apartado Personajes/Adriano/Pensamiento. 1 8 Amor: El único juego que perturba el alma; juego misterioso que va del amor de un cuerpo al amor de una persona; extraña obsesión que hace que esta misma carne de la que nos preocupamos tan poco cuando compone nuestro propio cuerpo pueda inspirarnos una tal pasión simplemente porque está animada por una individualidad diferente de la nuestra; la primera aproximación hace al no iniciado el efecto de un rito aterrador; la emoción nace en el contacto; un ser pasa de estar en la periferia de nuestro universo a constituir su centro, se nos hace más indispensable que nosotros mismos; invasión de la carne por el espíritu. I,20-3 El amor impide al amante comer, dormir, pensar, e incluso amar, en tanto que ciertos ritos no se han consumado. X,100 Esta calma tan propicia a los trabajos y a las disciplinas del espíritu me parece uno de los más bellos efectos del amor. XVI,179 Autoridad absoluta: X,102 La mayoría de las personas que han ejercido una autoridad absoluta buscan desesperadamente en su lecho de muerte un continuador dócil, empleado con los mismos métodos, e incluso con los mismos errores. Autoridad (su ejercicio): XIII,128-9 Un día que visitaba en Tarragona una explotación minera, un esclavo cuya vida se había pasado casi enteramente en aquellos corredores subterráneos se arrojó sobre mí con un cuchillo. Nada ilógicamente, se vengaba sobre el emperador de sus 43 años de servidumbre. Lo desarmé, y lo remití a mi médico; su furor desapareció; se transformó en lo que era en realidad: un ser no menos sensato que los demás, y más fiel que muchos. Este culpable que la ley salvajemente aplicada habría hecho ejecutar inmediatamente se convirtió para mí en un servidor útil. La mayoría de los hombres se parecen a este esclavo: en realidad son demasiado sumisos; sus largos períodos de estupidez son interrumpidos por algunas rebeliones tan brutales como inútiles. Yo quería ver si una libertad sabiamente entendida no habría sido más provechosa. Este bárbaro condenado al trabajo de las minas se convirtió para mí en el emblema de todos nuestros esclavos, de todos nuestros bárbaros. No me parecía imposible tratarlos como yo había tratado a este hombre, convertirlos en inofensivos a fuerza de bondad, siempre que supiesen ante todo que la mano que los desarmaba era firme. Todos los pueblos han perecido hasta hoy por falta de generosidad. Yo quería retrasar lo más posible, evitar, si ello fuese posible, el momento en que los bárbaros en el exterior, los esclavos en el interior, se precipitarán sobre un mundo que se les pide que respeten de lejos o que sirvan desde abajo, pero cuyos beneficios no son para ellos. Yo intentaba que la más desheredada de las criaturas, el esclavo que limpia las cloacas de las ciudades, el bárbaro hambriento que merodea por las fronteras, tuviera interés en ver durar Roma. 9 Cultura griega: Lleva detrás tesoros de experiencia, la de los hombres y la del Estado. Todo lo que cada uno de nosotros puede intentar hacer para perjudicar a sus semejantes o para servirlos ha sido hecho por un griego, al menos una vez. Nuestros vicios y virtudes tienen modelos griegos. III,45 La única cultura que se haya separado un día de lo monstruoso, de lo informe, de lo inmóvil, que haya inventado una definición del método, una teoría de la política y de la belleza. IX,88 Despertar: I,26 Volver de muy lejos al estrecho reducto de humanidad que es el yo. Diferenciación sexual: VII,75 Un hombre que lee, o que piensa, o que calcula, pertenece a la especie, y no a su sexo. Disciplinas griegas: XXIII,241-2 Todo lo que en nosotros es humano, ordenado y lúcido procede de ellas. La seriedad un poco pesada de Roma, su sentido de la continuidad, su gusto por lo concreto, fueron necesarias para transformar en realidad lo que en Grecia continuaba siendo una admirable visión espiritual, un bello aliento del alma. Elección: su carácter permanente en la vida: XIV,151 Cada hombre tiene siempre que elegir sin cesar, a lo largo de su breve vida, entre la esperanza infatigable y la sabia ausencia de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad, entre el Titán y el Olímpico. Tiene que elegir entre ellos, o conseguir un día armonizarlos entre sí. Enemigo: un excelente profesor de prudencia. XXVII,275 Enfermedad: No se ha comprendido nada de ella mientras no se ha reconocido su extraña semejanza con la guerra y el amor: sus compromisos, sus astucias, sus exigencias, esta amalgama extraña y única producida por la mezcla de un temperamento y de un mal. XXVI,269 La solicitud de mis amigos equivale a una vigilancia constante: todo enfermo es un prisionero. XXIX,300 Esclavitud: XIII,129 Dudo de que toda la Filosofía del mundo consiga suprimir la esclavitud: como mucho, se le cambiará el nombre. Soy capaz de imaginarme formas de esclavitud peores que las nuestras, por más insidiosas: bien se transforme a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, que se crean libres a pesar de estar sometidas, bien que se haga desarrollar en ellos, excluyendo el ocio y los placeres, un gusto por el trabajo tan irracional como la pasión de la guerra en las razas bárbaras. A esta servidumbre del espíritu, o de la imaginación humana, yo prefiero nuestra esclavitud de hecho. En todo caso, el horrible estado que pone a un hombre a la merced de otro hombre exige ser cuidadosamente reglado por la ley. 10 Ética: XXVII,280 La edad no me ha parecido nunca una excusa para la malignidad humana; vería más bien en ella una circunstancia agravante. Evaluación de la existencia humana: 3 medios (mellados): II,30-2 -Los libros: mienten, incluso los más sinceros: -Los poetas nos transportan a un mundo más bello, más ardiente o más suave que el real. -Los filósofos hacen experimentar a la realidad las transformaciones que el fuego o la maza hacen experimentar a un cuerpo: nada del ser original subsiste. -Los historiadores proponen del pasado sistemas demasiado completos y series de causas y efectos demasiado exactas y claras para ser verdaderos. -Los cuentistas exhiben en el mostrador pequeños trozos de carne apreciadas por las moscas. -La observación directa de los hombres: método todavía menos completo, limitado por lo general a las bajas constataciones con las que se sacia la malevolencia humana; casi todo lo que sabemos del otro es de segunda mano; si un hombre se confiesa, defiende su causa. -La observación de uno mismo, individuo junto al cual se está obligado a vivir hasta el final. En el fondo, el conocimiento de uno mismo es oscuro: uno emplea la inteligencia en ver de lejos y desde más arriba su propia vida, que así se convierte en la vida de otro; tiende a ver su vida parcialmente modificada por la imagen que el público tiene de ella. Conclusión: a la mayoría de los hombres les gusta resumir su vida en una fórmula, a menudo presuntuosa, a menudo una queja, casi siempre una recriminación; su memoria fabrica complacientemente una existencia explicable y clara. A menudo, la propia vida es lo que no ha sido. Fanatismo: XXV,254 En todo combate entre el fanatismo y el sentido común, rara vez triunfa este último. Felicidad: XVI,180 Toda felicidad es una obra maestra: el menor error la falsea, la menor duda la altera, la menor torpeza la afea, la menor tontería la embrutece. Fortuna (riqueza): I,24. Sus inconvenientes: se puede creer que se seduce cuando en realidad se impone. Fracaso: XXVIII,289 Me pregunto qué escollo hará naufragar tu sabiduría, pues siempre se naufraga: ¿será una esposa, un hijo demasiado querido, una de esas trampas legítimas, en fin, en las que quedan atrapados los corazones timoratos y puros? ¿Será simplemente la edad, la enfermedad, la fatiga, el desengaño que nos dice que, si todo es vano, también lo es la virtud? 11 Gramática: III,43-4 Con su mezcla de regla lógica y de uso arbitrario, propone al espíritu del joven una muestra de lo que le ofrecerán más tarde las ciencias de la conducta humana, el Derecho o la Moral, todos los sistemas en los que el hombre ha codificado su experiencia instintiva. Griego: III,45 Flexibilidad de cuerpo muy en forma. Riqueza de vocabulario: cada palabra atestigua el contacto directo y variado de las realidades. Casi todo lo que mejor han dicho los hombres lo han dicho en Griego. Guerras: IX,84 Mi puesto en las fronteras me mostró una cara de la victoria que no figura en la Columna Trajana. Mi retorno a la administración me permitió acumular contra el partido militar un informe todavía más decisivo que todas las pruebas amasadas en los ejércitos. Los cuadros de las legiones y la guardia pretoriana entera están exclusivamente formados por elementos italianos: las guerras lejanas drenaban las reservas de un país ya pobre en hombres. Los que no morían estaban tan perdidos como los otros para la patria propiamente dicha, porque se les establecía forzosamente sobre las tierras recién conquistadas. Incluso en las provincias, el sistema de reclutamiento causó en esta época revueltas serias. Un viaje a España me atestiguó el desorden introducido por la guerra en todos los sectores de la economía: acabé de convencerme de lo bien fundamentado de las protestas de los hombres de negocios de Roma. No era tan ingenuo como para pensar que era cuestión de evitar todas las guerras; pero yo no quería más que las defensivas; soñaba con un ejército encargado de mantener el orden sobre las fronteras, tal vez rectificadas, pero seguras. Todo nuevo incremento del vasto organismo imperial me parecía una excrecencia enfermiza, un cáncer, o el edema de una hidropesía por el que acabaríamos muriendo. Identidad: X,100 A los cuarenta años yo no existía todavía más que para mis propios ojos y para los de mis amigos, que debían a menudo dudar de mí como yo dudaba de mí mismo. Insomnio: I,27-8 Obstinación maniática de nuestra inteligencia en manufacturar pensamientos, secuencias de razonamientos, silogismos y definiciones propias; rechazo a abdicar en favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los sueños. Judaísmo: XXV,253-4 Ningún pueblo, salvo Israel, tiene la arrogancia de encerrar la Verdad íntegramente en los estrechos límites de una sola concepción divina, insultando así a la multiplicidad de dioses que contiene todo; ningún otro dios ha inspirado a sus adoradores el desprecio y el odio hacia los que rezan ante altares diferentes. 12 Juventud: III,47 Época poco pulida de la existencia, período opaco e informe, fugitivo y frágil. Leyes: XIII,127-8 Creo poco en ellas. Si son demasiado duras, son rechazadas, y con razón. Si son demasiado complicadas, el ingenio humano encuentra fácilmente maneras de deslizarse entre las mallas de esta nasa frágil que se arrastra. El respeto de las leyes antiguas corresponde a lo que hay de más profundo en la piedad humana; sirve también de almohada a la inercia de los jueces. Las más viejas participan de este salvajismo que intentan corregir; incluso las más venerables son el producto de la fuerza. La mayoría de las leyes penales no alcanzan, tal vez por fortuna, más que a una pequeña parte de los culpables; nuestras leyes civiles no serán nunca suficientemente flexibles para adaptarse a la inmensa y fluida variedad de los hechos. Cambian menos rápidamente que las costumbres: peligrosas cuando se retrasan en relación a éstas, lo son todavía más cuando intentan precederlas. Y, sin embargo, de este montón de innovaciones peligrosas y de rutinas caducas, emergen de vez en cuando, como en Medicina, algunas fórmulas útiles. Los filósofos griegos nos enseñaron a conocer un poco mejor la naturaleza humana; nuestros mejores juristas trabajan desde hace algunas generaciones en la dirección del sentido común. Las reformas parciales son las únicas duraderas. Es mala toda ley transgredida demasiado a menudo: corresponde al legislador abrogarla o cambiarla, por miedo a que el desprecio en el que esta torpe ordenanza ha caído se extienda a otras leyes más justas. Me propuse como objetivo una prudente ausencia de leyes superfluas, un grupito firmemente promulgado de decisiones sabias. Parecía haber llegado el momento de volver a evaluar todas las prescripciones antiguas en interés de la humanidad. Libertades deseables: III,53-4 De vacaciones, de momentos libres. Quien no sabe provocarlos no sabe vivir. De alternancia: las emociones, las ideas, los trabajos deben ser susceptibles de poderse interrumpir y ser retomados después. Así no nos tiranizan. Libertad de aquiescencia: amar el estado en que se está: las obligaciones pierden su carácter amargo, o incluso indigno, si se acepta verlas como un ejercicio útil, intentando disfrutarlas. Maduración: XXVII,278 Nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre. Medicina: Ciencia demasiado próxima a nosotros para no ser incierta. III,46 Mesura: Sus palabras mesuradas no eran nunca más que respuestas. X,95 Miedos o impaciencias: IX,83 Los que yo, en soledad, habría sobrellevado con corazón ligero, se hacían abrumadores cuando me veía obligado a esconderlos a las solicitudes, o a confesarlas. 13 Muerte: Defensas contra ella. XXII,226-7 Dos líneas: 1.Presentarla como mal inevitable, recordar que ni la belleza, ni la juventud, ni el amor escapan a la putrefacción; probar que la vida y su cortejo de males son todavía más horribles que la misma muerte, y que más vale morir que envejecer. Estas verdades nos inclinan a la resignación, justifican la desesperanza. 2.No se trata de resignarse a la muerte, sino de negarla: sólo cuenta el alma; se presenta arrogantemente como un hecho la inmortalidad de esta vaga entidad que jamás hemos visto funcionar en ausencia del cuerpo, antes de tomarse el trabajo de probar su existencia. Si la sonrisa, la mirada, la voz, estas realidades imponderables, se aniquilan, ¿por qué no el alma? Ésta no me parece más inmaterial que el calor del cuerpo. Nos deshacemos de los despojos de los que el alma ya se ha ausentado; sin embargo, son la única cosa que queda, la única prueba de que ese ser vivo haya existido. Se quiere hacer creer que la inmortalidad de la raza palía cada muerte humana; me importa poco que generaciones de bitinios se sucedan hasta el fin de los tiempos. Se habla de gloria, bella palabra que infla el corazón, pero se esfuerzan en establecer entre ella y la inmortalidad una confusión falsa, como si el rastro de un ser fuese lo mismo que su presencia. Me indigna la rabia que tiene el hombre por desdeñar los hechos en provecho de las hipótesis, de no reconocer los sueños como sueños. Otro mundo cuyos tormentos se parecen a los del nuestro, pero cuyas nebulosas alegrías no valen como las nuestras. XXVII,272 La obsesión por la muerte no ha dejado de imponerse a mi espíritu más que cuando los primeros síntomas de la enfermedad han venido a distraerme; he vuelto a comenzar a interesarme por esta vida que me dejaba. XXIX,299 Parentesco: XXVII,281 Los lazos de sangre son bien débiles, se diga lo que se diga, cuando no son reforzados por ningún afecto; ello se manifiesta en la gente normal, en los más nimios asuntos relacionados con la herencia. Paternidad: Su carácter superfluo: XXVII,273 No tengo hijos, y no lo lamento. Ciertamente, en las horas de cansancio y debilidad en las que uno reniega de sí mismo, me he reprochado a veces no haberme tomado el trabajo de engendrar un hijo, que me habría continuado. Pero este lamento tan vano reposa en dos hipótesis igualmente dudosas: la de que un hijo nos prolonga necesariamente, y la de que ese extraño amasijo de bien y de mal, esa masa de particularidades ínfimas y curiosas que constituye una persona, merece ser prolongada. He utilizado mis virtudes lo mejor que he podido; he sacado partido de mis vicios; pero no tengo un interés especial en legarme a alguien. Por otro lado, no es a través de la 14 sangre como se establece la verdadera continuidad humana: César es el heredero directo de Alejandro, y no lo es el frágil niño nacido en una princesa persa en una ciudadela de Asia; y Epaminondas, muriendo sin posteridad, se enorgullecía con pleno derecho de tener por hijas a sus victorias. La mayoría de los hombres que cuentan en la Historia tienen ramas mediocres, o peores que eso; parecen agotar en ellos los recursos de una raza. Patria: III,43 El verdadero lugar de nacimiento es el lugar en que uno se da por primera vez un vistazo inteligente a sí mismo. Para Adriano, las primeras patrias son los libros. Persona humana: Los más opacos hombres no carecen de luces. Hay pocos de los cuales no se pueda aprender alguna cosa. Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y descuidar las virtudes que posee. III,51 La mayoría de los hombres son poco sólidos en el bien, pero no lo son más en el mal. III,51 Espero poco de la condición humana: los períodos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos para recomenzar y continuar me parecen prodigios que compensan la casi inmensa masa de males, de fracasos, de incuria y de error. XXX,313-4 Placer: Todo placer disfrutado con gusto me parecía casto. XII,121 Poesía: Quizá el descubrimiento del amor no es más delicioso que el de la Poesía, que transforma. III,44 Homero: generosa comodidad. III,44 Hesíodo: humilde parsimonia. III,44 Horacio: metal pulido. III,44 Lucrecio: sabia amargura. III,44 Lugares comunes: nos aprisionan. El poeta no triunfa de las rutinas y no impone a las palabras su pensamiento sino gracias a esfuerzos prolongados y asiduos. XXIII,236 Ovidio: blandura de carne. III,44 Poesía complicada y oscura: obliga al pensamiento a la gimnasia más difícil. III,44 Poetas más recientes: trazan vías completamente nuevas. III,44 Poetas más antiguos: ayudan a encontrar pistas perdidas. III,44 Política: XI,111 Me importaba poco que el acuerdo conseguido fuera exterior, impuesto desde fuera, probablemente temporal: sabía que tanto el bien como el mal son cuestiones de rutina, que lo temporal se prolonga, que lo exterior se infiltra en el interior, y que la máscara, a la larga, se convierte en cara. Puesto que el odio, la estupidez, el delirio tienen efectos duraderos, no veía por qué la lucidez, la justicia, la benevolencia no tendrían también los suyos. El orden en las fronteras no era nada si yo no persuadía a ese bribón judío y a ese charcutero griego de vivir tranquilamente uno junto a otro. 15 Precursores: Tener razón demasiado pronto es un error. X,97 Progreso de las ideas: XXV,263 La suavización de las costumbres, el progreso de las ideas en el curso del último siglo son obra de una ínfima minoría de espíritus selectos; la masa permanece ignorante, feroz cuando puede, en todo caso egoísta y limitada, y podemos apostar fuertemente a que permanecerá siempre así. Pronósticos: X,93 Yo preveía bastante exactamente el porvenir, cosa posible, después de todo, cuando se está informado sobre una buena cantidad de elementos del presente. Prostitución: I,24-5 Arte como el masaje o la peluquería, formas demasiado maquinales del placer; disgusto por que una criatura crea poder satisfacer mi deseo, preverlo, adaptarse mecánicamente a lo que supone mi elección. Protagonismo: IX,83 Mi persona pasaba a un segundo plano, precisamente porque mi punto de vista comenzaba a contar. Religión: Judíos: III,45 Sectarios, tan obsesionados por su dios que han descuidado lo humano. Retórica: III,44 Siendo sucesivamente Jerjes y Temístocles, Octavio y Marco Antonio, uno se embriaga, se siente Proteo; aprende a entrar alternativamente en el pensamiento de cada hombre, a comprender que cada uno decide, vive según sus propias leyes. Retorno: XII,121 Placer exquisito el retomar el contacto tras largas ausencias, el volver a juzgar, y el volver a ser juzgado. Seductor: I,23-4 Su personalidad: la preparación de trampas, la rutina limitada a perpetuas aproximaciones exige una indiferencia. El seductor pierde el placer de ver al amor cambiar, envejecer. Soledad: un lujo. I,27 Sueño: Abandono consciente a la inconsciencia; el más perfecto es un anexo del amor. I,25-6 Encuentro con la Nada. I,28 Sueño del amado: fuga, descanso respecto a la propia persona. I,28 Suicidio: Los deseos de muerte son una muralla contra la misma muerte: la perpetua posibilidad de suicidio me ayudaba a soportar menos impacientemente la existencia. XXIX,298 El suicidio parecería al pequeño grupo de amigos entregados que me rodean una señal de indiferencia, tal vez de ingratitud. XXIX,302 16 Testamentos: X,102 Ancianos obstinados en morir intestados: tratan menos de guardar hasta el final su tesoro que de no establecerse demasiado pronto en el estado póstumo de quien no tiene ya decisiones que tomar, sorpresas que provocar, amenazas o promesas que hacer a los vivos. Vejez: Derrota aceptada. I,12-3 Yo toda mi vida había tenido buenas relaciones con mi cuerpo; había contado implícitamente con su docilidad, con su fuerza. Esta estrecha alianza comenzó a disolverse; mi cuerpo cesó de formar una unidad con mi voluntad, con mi espíritu, con eso que es preciso que llame, torpemente, mi alma; el compañero inteligente de antaño no era más que un esclavo que rezonga al hacer sus tareas. XXVI,264 La edad en que cada lugar hermoso recuerda a otro más bello, en la que cada delicia se agrava con el recuerdo de las delicias pasadas. XXVII,272 La posibilidad de arrojar la máscara en todas las ocasiones es una de las raras ventajas que le encuentro al envejecimiento. XXVII,275 Viaje: Ruptura perpetua de todas las costumbres, sacudida incesante dada a todos los prejuicios. XIII,137 Virtud: VIII,82 La más alta forma de virtud, la única que yo todavía soporto, es la firme determinación de ser útil. Visión de los demás: XXVII,277 Mi opinión sobre él se modificaba sin cesar, lo que no ocurre apenas más que con los seres muy cercanos; nos contentamos con juzgar a los demás con menos precisión, y de una vez por todas. Personajes Adriano: Acciones: Bigamia: XXX,304 Los casos de bigamia se multiplican en las colonias militares; he hecho todo lo que he podido para persuadir a los veteranos de no abusar de las nuevas leyes que les permiten el matrimonio, y de esposar prudentemente a las mujeres de una en una. Brutalidad judicial (lucha contra): XXX,305 La lucha contra la brutalidad judicial continúa: he tenido que amonestar al gobernador de Cilicia que era de la opinión de hacer morir en el suplicio a los ladrones de ganado de su provincia, como si la simple muerte no fuera suficiente para castigar a un hombre y desembarazarse de él. Código comercial de Palmira: XXX,304 Acabo de terminar la refundición del código comercial de Palmira: todo está contemplado en él, la tasa de las prostitutas y los impuestos sobre las caravanas. 17 Condenas a trabajos forzados (prohibición): XXX,305 El Estado y las municipalidades abusaban de las condenas a trabajos forzados con objeto de procurarse una mano de obra barata; he prohibido esta práctica, tanto con los esclavos como con los hombres libres; pero importa velar para que este sistema detestable no se restablezca bajo otros nombres. Correo público: XXVIII,284 Establecí el correo público, con sus relevos de caballos y de coches sobre inmensos territorios. Cristianismo: XXIII,238-40 Adopté por principio mantener hacia esta secta la línea de conducta estrictamente equitativa que había sido la de Trajano en sus mejores días; yo acababa de recordar a los gobernadores de provincias que la protección de las leyes se extiende a todos los ciudadanos, y que los difamadores de los cristianos serían castigados si los acusaban sin pruebas. Pero toda tolerancia concedida a los fanáticos les hace creer inmediatamente que se tiene simpatía por su causa; me cuesta imaginar que Quadratus esperase hacer de mí un cristiano; él intentó en todo caso probarme la excelencia de su doctrina, y sobre todo su inocuidad para el Estado. Leí su obra; tuve incluso la curiosidad de hacer reunir a Phlegón las informaciones sobre la vida del joven profeta llamado Jesús, que fundó la secta y murió víctima de la intolerancia judía hace aproximadamente cien años. Este joven sabio parece haber dejado preceptos bastante similares a los de Orfeo, al cual a veces lo comparan sus discípulos. A través de la prosa singularmente llana de Quadratus, no dejé de disfrutar del encanto enternecedor de estas virtudes de gentes simples, su dulzura, su ingenuidad, su dependencia de los unos para con los otros; todo ello se parecía mucho a las hermandades de esclavos o pobres que se fundan por todas partes en honor de nuestros dioses en los arrabales populosos de las ciudades; en el seno de un mundo que a pesar de todos nuestros esfuerzos se mantiene duro e indiferente a las penas y esperanzas de los hombres, estas pequeñas sociedades de asistencia mutua ofrecen a los desgraciados un punto de apoyo y de consuelo. Pero yo era sensible también a ciertos peligros. Esta glorificación de las virtudes del niño y del esclavo se hacía a expensas de cualidades más viriles y lúcidas; adivinaba bajo esta inocencia cerrada e insípida la feroz intransigencia del sectario en presencia de formas de vida y de pensamiento que no son las suyas; el insolente orgullo que le hace preferirse al resto de los hombres, y su vista 18 voluntariamente limitada por sus orejeras. Me cansé rápidamente de los argumentos capciosos de Quadratus y de esas briznas de Filosofía torpemente tomadas de los escritos de los sabios. Chabrias, siempre preocupado del culto que se debía ofrecer a los dioses, se inquietaba por el progreso de las sectas de este género entre el populacho de las grandes ciudades; temía por nuestras viejas religiones, que no imponen al hombre el yugo de ningún dogma, se prestan a interpretaciones tan variadas como la misma naturaleza, y dejan a los corazones austeros inventarse, si quieren, una moral más alta, sin constreñir a las masas con preceptos demasiado estrictos para no engendrar enseguida la presión ni la hipocresía. Arrio compartía estos puntos de vista. Me pasé toda una velada discutiendo con él el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo; es demasiado contrario a la naturaleza humana para ser sinceramente obedecida por el vulgo, que no amará jamás más que a sí mismo, y no conviene en absoluto al sabio, que no se ama a sí mismo de un modo particular. Derechos (restablecimiento): XXX,305 En Asia Menor, los derechos de los herederos de los Seléucidas han sido vergonzosamente conculcados por nuestros tribunales civiles, siempre mal dispuestos hacia los antiguos príncipes; he reparado esta larga injusticia. Ejército: XIII,133-5 Muy a menudo, la paz no es para el ejército más que un período de inacción turbulento entre dos combates. La alternativa a la inactividad o al desorden es la preparación para una guerra determinada, y después la guerra. Yo rompí con estas rutinas; mis permanentes visitas a los puestos avanzados no eran sino un medio para mantener a este ejército pacífico en estado de actividad útil. En cualquier lugar, tanto en terreno llano como en montaña, tanto al borde del bosque como en pleno desierto, la legión despliega o concentra sus construcciones siempre parecidas, sus campos de maniobras, sus campamentos construidos en Colonia para resistir a la nieve, y en Lambese a la tormenta de arena, sus almacenes, cuyo material inútil hice vender, su círculo de oficiales presidido por una estatua del príncipe. Pero esta uniformidad es sólo aparente: estos barrios intercambiables contienen la muchedumbre siempre diferente de las tropas auxiliares; todas las razas aportan al ejército sus virtudes y sus armas particulares, su genio de infantes, de caballeros, o de arqueros. Yo encontré aquí en estado bruto esta diversidad en la unidad que fue mi objetivo imperial. Permití a los soldados el uso de sus 19 gritos de guerra nacionales, y órdenes dadas en sus lenguas; sancioné las uniones de los veteranos con las mujeres bárbaras y legitimé a sus hijos. Me esforcé así en dulcificar la brutalidad de la vida de los campos, en tratar a hombres simples como a hombres. Con el riesgo de hacerlos menos móviles, los quise arraigados en el rincón de tierra que se encargaban de defender; no dudé en regionalizar el ejército. Esperaba restablecer a escala imperial el equivalente de las milicias de la República inicial, en la que cada hombre defendía su campo y su granja. Trabajé sobre todo en desarrollar la eficacia técnica de las legiones; pensaba usar los centros militares como una palanca de civilización, como una cuña suficientemente sólida para entrar poco a poco allí donde los instrumentos más delicados de la vida civil se habrían mellado. El ejército se convirtió en un elemento de unión entre la población del bosque, de la estepa y de las marismas, y el habitante refinado de las ciudades; en escuela primaria para los bárbaros, escuela de resistencia y de responsabilidad para el griego letrado o para el joven caballero habituado a las comodidades de Roma. Yo conocía personalmente el lado penoso de esta vida, y también sus facilidades, sus subterfugios. Anulé los privilegios: prohibí la excesiva frecuencia de los permisos concedidos a los oficiales; hice desembarazar los campamentos de sus salas de banquetes, de sus pabellones de placer y de sus costosos jardines. Estas construcciones inútiles se convirtieron en enfermerías, en asilos para veteranos. Reclutábamos a nuestros soldados a una edad demasiado tierna, y los guardábamos hasta una edad demasiado avanzada, lo que era a la vez poco económico, y cruel. Cambié todo esto. La Disciplina Augusta debe participar en la humanidad del siglo. Eleusis: XV,161 Me hice iniciar en Eleusis. En cierto sentido, la visita a Osroes había producido un quiebro en mi vida. En lugar de volver a Roma, había decidido consagrar algunos años a las provincias griegas y orientales del Imperio: Atenas se convertía cada vez más en mi patria, mi centro. Intentaba complacer a los griegos, y también helenizarme lo más posible, pero esta iniciación, motivada en parte por consideraciones políticas, fue sin embargo una experiencia religiosa incomparable. Embarazo: límites extremos. XXX,304 En este momento se reúne un congreso de médicos y de magistrados encargados de establecer los límites extremos de un embarazo, para poner fin de esta manera a interminables querellas legales. 20 Esclavitud: XIII,131 He velado para que el esclavo no fuese más esa mercancía anónima que se vende sin tener en cuenta los lazos de familia que se ha creado, ese objeto despreciable cuyo testimonio no es registrado por el juez sino después de haber sido sometido a tortura, en lugar de aceptarlo bajo juramento. Prohibí que se le obligase a oficios deshonrosos o peligrosos, que se le vendiese a dueños de casas de prostitución o a escuelas de gladiadores. Que sólo ejerzan esas profesiones aquéllos a quienes les gusten; así serán ejercidas mejor. En las granjas, cuyos capataces abusan de su fuerza, he reemplazado en la medida de lo posible los esclavos por colonos libres. Nuestras colecciones de anécdotas están llenas de historias de gourmets que arrojan a sus domésticos a las morenas, pero los crímenes escandalosos y fácilmente penalizables son poca cosa comparados con los millares de monstruosidades banales, diariamente perpetradas por gentes de bien de corazón seco a quienes nadie intenta inquietar. Hubo protestas cuando desterré de Roma a una patricia rica y considerada que maltrataba a sus antiguos esclavos: el menor ingrato que descuida a sus parientes enfermos choca más a la conciencia pública, pero yo veo poca diferencia entre estas dos formas de inhumanidad. XIII,129-30 Escuelas públicas de Gramática: Apertura. XXX,304 Ética: XIII,12 Yo subordinaría conscientemente todos mis actos al espíritu del tiempo: Humanitas, Felicitas, Libertas. Griegos y judíos: XI,110-1 Eternos incompatibles. Intenté demostrar a los griegos que no eran siempre los más listos, a los judíos que no eran en absoluto los más puros. Las canciones satíricas con los que los helenos de baja especie herían a sus adversarios no eran menos estúpidas que las grotescas imprecaciones de las juderías. Estas razas que vivían puerta con puerta desde hacía siglos no habían tenido nunca la curiosidad de conocerse, ni la decencia de aceptarse. Los pleiteadores me presentaban montones de basura de falsos testimonios: los cadáveres apuñalados que me presentaban como cuerpos del delito eran a menudo los de enfermos muertos en su lecho y robados a los embalsamadores. Hombres de negocios: XIII,132-3 Nuestros mercaderes son a menudo nuestros mejores geógrafos, nuestros mejores astrónomos, nuestros naturalistas más sabios. Nuestros banqueros cuentan entre nuestros más hábiles conocedores de 21 hombres. He utilizado sus habilidades; he luchado con todas mis fuerzas contra las trabas. El apoyo proporcionado a los armadores ha decuplicado los intercambios con las naciones extranjeras; he conseguido así suplementar con pocos gastos la costosa flota imperial: en lo que concierne a las importaciones de Oriente y de África, Italia es una isla, y depende de los comerciantes de trigo para su subsistencia desde que no se provee ella misma de él; el único medio de afrontar los peligros de esta situación es tratar a los hombres de negocios indispensables como a funcionarios vigilados estrechamente. Interés de la comunidad: XIII,132 La mayoría de nuestros ricos hacen enormes donaciones al Estado, a las instituciones públicas, al príncipe. Muchos obran así por interés, algunos por virtud, casi todos finalmente sacan provecho de ello. Pero yo quisiera ver adoptar a su generosidad formas diferentes a las de la ostentación en la limosna, quisiera enseñarles a aumentar sabiamente sus bienes en interés de la comunidad, no como sólo lo han hecho hasta ahora, para enriquecer a sus hijos. Con este espíritu yo mismo he afrontado la gestión del Imperio; nadie tiene derecho a tratar la tierra como el avaro su pote de oro. Intermediarios: XIII,133 Nuestras antiguas provincias han llegado en estos últimos años a un estado de prosperidad que no es imposible aumentar todavía, pero es importante que esta prosperidad sirva a todos, y no solamente a la Banca Herodes Atticus o al pequeño especulador que acapara todo el aceite de un pueblo griego. Ninguna ley es demasiado dura si permite reducir el número de los intermediarios que hormiguean en nuestras ciudades: raza obscena y ventruda, murmurando en todas las tiendas, acodada en todos los mostradores, dispuesta a obstruir toda política que no le beneficie inmediatamente. Una gestión juiciosa de los graneros del Estado ayuda a controlar la escandalosa inflación de precios en tiempos de escasez, pero yo confiaba sobre todo en la propia organización de los productores, de los viticultores galos, de los pescadores del Ponto Euxino, cuya miserable pitanza es devorada por los importadores de caviar y de pescado salado que engordan con los trabajos y los peligros de aquéllos. Uno de mis mejores días fue aquél en que persuadí a un grupo de marineros del Archipiélago para que se asociaran en corporación y tratasen directamente con los tenderos de las ciudades. Nunca me sentí más útil como príncipe. 22 Moneda: XIII,132 Nuestra moneda se ha devaluado peligrosamente desde hace un siglo; es sin embargo sobre la tasa de nuestras monedas de oro donde se evalúa la eternidad de Roma: nos corresponde devolverles su valor y su peso sólidamente medidos en cosas. Mujer: XIII,131 He acordado incrementar la libertad de la mujer para administrar su fortuna, testar o heredar. He insistido en que ninguna hija sea casada sin su consentimiento: esta violación legal es tan repugnante como cualquier otra. Muro de Gran Bretaña: XIV,152 La erección de un muro cortando la isla (Bretaña) por su parte más estrecha sirvió para proteger las regiones fértiles y cuidadas del sur contra los ataques de las tribus del norte. Panteón: XXVIII,289 Uno de los años más solares de mi vida [fue] la época que marca la erección del Panteón. Panteón de Atenas: XXX,304-5 En Atenas se erige un Panteón, siguiendo el ejemplo de Roma. He compuesto la inscripción que se colocará en sus muros. Enumero en ella, a título de ejemplo y de compromiso para el porvenir, los servicios prestados por mí a las ciudades griegas y a los pueblos bárbaros; los servicios prestados a Roma se suponen. Religión: Luché con todas mis fuerzas para favorecer el sentimiento de lo divino en el hombre, pero sin sacrificarle lo humano. XVI,181 Todas las divinidades me aparecían fundidas en un Todo, manifestaciones iguales de una misma fuerza. Se me impuso la construcción de un Panteón. XVII,183 Sacrificios de niños: XXX,305 Los sacrificios de niños se cometen todavía en ciertos puntos del antiguo Cartago: es preciso saber prohibir a los sacerdotes de Baal la alegría de atizar sus hogueras. Tierras: su cultivo: XIII,132 Nuestras tierras sólo se cultivan al azar. Sólo algunos distritos privilegiados, Egipto, África, la Toscana y algunos otros, han sabido crear comunidades agrícolas sabiamente expertas en el cultivo del trigo o de la viña. Una de mis preocupaciones era apoyar a esta clase, obtener de ella instructores para las poblaciones rurales más primitivas o más rutinarias, menos hábiles. 23 Tierras: Barbecho: XIII,132 He puesto fin al escándalo de las tierras dejadas en barbecho por grandes propietarios poco preocupados por el bien público: todo campo no cultivado durante cinco años pertenecerá en adelante al agricultor que se encarga de sacar provecho de él. Más o menos lo mismo ocurre con las explotaciones mineras. Pensamiento: Se convirtió en mi filosofía la idea heraclitiana del cambio y del retorno. El mundo tal vez no tenga ningún sentido. XXIII,237 Nuestro Estado ha sabido construirse una regla de sucesión imperial: la adopción; reconozco en ello la sabiduría romana. XXVII,273 Psicología: Animales: Preferidos a los hombres: un caballo obedece a su amo como el cuerpo a su cerebro. I,14-5 Actitud hacia la comida: I,16-8 Sobriedad con voluptuosidad, ya superada la antigua impaciencia de comer cualquier cosa a cualquier hora, como para acabar de un golpe con las exigencias del hambre. Sería ridículo que un hombre rico que sólo ha conocido la austeridad voluntaria, que sólo ha experimentado a título provisional, como uno de los episodios más o menos excitantes de la guerra y del viaje, se vanagloriase de no atiborrarse. Empapuzarse en ciertos días de fiesta ha sido siempre la ambición, la alegría y el orgullo natural de los pobres. Me gustaban el aroma de las carnes asadas y el ruido de las marmitas rascadas de las celebraciones del ejército, y que los banquetes de campamento (o lo que en el campamento era un banquete) fueran lo que deberían ser siempre: un alegre y grosero contrapeso a las privaciones de los días laborables; yo toleraba bastante bien el olor de fritanga de las plazas públicas en las Saturnales. En cambio, los festines de Roma me llenaban de tanta repugnancia y hastío que alguna vez que creí morir en el curso de una expedición militar me dije, para consolarme, que al menos no banquetearía más. Pero no soy un vulgar asceta: una operación que se realiza dos o tres veces al día, y cuyo objetivo es alimentar la vida, merece sin duda todos nuestros cuidados. Comer un fruto es hacer entrar dentro de uno un bello objeto vivo extraño, alimentado y favorecido como nosotros por la tierra; es consumar un sacrificio en el que nos preferimos a las cosas. ¡Ay!, ¿Por qué mi espíritu, en mis mejores días, no posee jamás más que una parte de los poderes asimiladores de un cuerpo? 24 Si todos los platos que se suceden en nuestros banquetes fueran presentados por separado, comidos en ayunas, estarían bien; pero presentados revueltos, forman en el paladar y en el estómago una confusión detestable en la que los olores, los sabores, las sustancias pierden su valor propio y su maravillosa identidad. Grecia lo hacía mejor: su vino resinado, su pan claveteado de sésamo, sus pescados hechos a la brasa al borde del mar, ennegrecidos desigualmente por el fuego y sazonados en un lugar u otro por algún grano de arena, contentaban simplemente el apetito sin rodear de demasiadas complicaciones la más simple de nuestras alegrías. He probado, en algún antro de Egina o de Phalera, alimentos tan frescos que permanecían divinamente limpios, a pesar de los dedos sucios del chico de la taberna; tan módicos, pero tan suficientes, que parecían contener en la forma más resumida posible alguna esencia de inmortalidad. La carne cocida al atardecer de los días de caza tenía también esta cualidad casi sacramental, nos conducía más lejos, a los orígenes salvajes de las razas. El vino nos inicia en los misterios volcánicos del suelo, en las riquezas minerales escondidas: una copa de Samos bebida a mediodía, a pleno sol, o, al contrario, absorbida una noche de invierno en un estado de fatiga que permite sentir inmediatamente en la cavidad del diafragma su paso caliente, su segura y ardorosa dispersión a lo largo de nuestras arterias, es una sensación casi sagrada, a menudo demasiado fuerte para una cabeza humana; ya no la encuentro tan pura saliendo de las bodegas numeradas de Roma, y la pedantería de los grandes entendidos de vinos me impacienta. Más piadosamente todavía, el agua bebida en la palma de la mano o a morro de la fuente hace correr en nosotros la sal más secreta de la tierra y la lluvia del cielo. Divinidad: Aceptación del carácter divino que le atribuían: Estos sabios se esforzaban en reencontrar a su dios más allá del océano de las formas, en reducirlo a esta cualidad única, intangible, incorpórea, a la cual ha renunciado el día en el que quiso ser el universo. Yo me imaginaba secundando su esfuerzo para informar y ordenar un mundo. XV,159 Yo me sentía sin impaciencia, seguro de mí mismo, tan perfecto como me lo permitía mi naturaleza, eterna. Yo era dios, simplemente, porque era hombre. XV,160 25 El rey, representante de dios: Si Júpiter es el cerebro del mundo, el hombre encargado de organizar y moderar los negocios humanos puede razonablemente considerarse como una parte de este cerebro que lo preside todo. La humanidad, con razón o sin ella, ha concebido casi siempre a su dios en términos de Providencia; mis funciones me obligaban a ser para una parte del género humano esta providencia encarnada. XV,160 Como en tiempo de mi felicidad, me creen dios; continúan concediéndome ese título incluso en el mismo momento en que ofrecen sacrificios para el restablecimiento de la Salud Augústea. Ya te he dicho por qué razones esta creencia tan bienhechora no me parece insensata. Una vieja ciega llegó a pie desde Panonia. Había emprendido este viaje agotador para pedirme que tocase con el dedo sus pupilas apagadas. Recobró la vista bajo mis manos, como su fervor esperaba de antemano; su fe en el emperador-dios explica este milagro. Se han producido otros prodigios: enfermos que dicen haberme visto en sus sueños, como los peregrinos de Epidauro ven en sueños a Esculapio; pretenden haberse despertado curados, o a menos aliviados. No sonrío por el contraste entre mis poderes de taumaturgo y mi enfermedad; acepto estos nuevos privilegios con gravedad. Esta vieja ciega caminando hacia el emperador desde el fondo de una provincia bárbara se ha convertido para mí (...) en el emblema de las poblaciones del Imperio a las que he regido y servido. Su inmensa confianza me paga veinte años de trabajos que no me han disgustado (...). Un judío de Alejandría me atribuye poderes más que humanos; he acogido sin sarcasmos esta descripción del príncipe que se vio ir y venir sobre todas las rutas de la tierra, hundiéndose entre los tesoros de las minas, despertando las fuerzas generatrices del suelo, estableciendo por todas partes la prosperidad y la paz; esta descripción del iniciado que ha reconstruido los lugares sagrados de todas las razas, del experto en artes mágicas, del vidente que colocó a un niño en el cielo. Habré sido comprendido mejor por este judío entusiasta que por muchos senadores y procónsules. XXX,305-6 Furia ocasional: XXIV,251 Este acto poco ponderado me satisfizo como el gesto de un hombre que se rasca hasta sangrar. Ideal de persona: V,65 Me gustaría poseer un coraje helado, indiferente, puro de toda excitación física, impasible. 26 Intolerancia ocasional: XXIV,249 Furores secretos, impaciencias salvajes me poseían en presencia de las menores tonterías, de las bajezas más banales, un rechazo del que yo mismo no estaba exento. Personalidad cambiante: V,65-6 Personajes diversos reinaban en él por turnos, ninguno de ellos durante mucho tiempo, pero el tirano caído retomaba rápidamente su poder: albergaba así el oficial meticuloso, fanático de disciplina, pero que compartía alegremente con sus hombres las privaciones de la guerra; el melancólico soñador de dioses; el amante dispuesto a todo por un momento de vértigo; el joven lugarteniente altanero que se retira a su tienda, estudia sus mapas a la luz de una lámpara, y no esconde a sus amigos su desprecio por la manera como marcha el mundo; el hombre de Estado futuro. Pero también el innoble complaciente, que, para no desagradar, aceptaba embriagarse en la mesa imperial; el jovencito cortando desde arriba todas las cuestiones con una seguridad ridícula; el hablador frívolo, capaz de perder un amigo por un chiste; el soldado cumpliendo con una precisión maquinal sus bajos trabajos de gladiador. Y también el personaje vacante, anónimo, sin lugar en la Historia, pero tan individuo como todos los demás, simple juguete de las cosas, ni más ni menos que un cuerpo, acostado sobre su litera de campaña, distraído por un olor, ocupado por una respiración, vagamente atento a algún eterno ruido de abeja. Renuncia: Nada, para mí, era más peligrosamente fácil que la renuncia. XV,159 Sexualidad: XIX,206 La belleza un poco fría de una mujer me habría seducido, si yo no hubiera decidido simplificar mi vida reduciéndola a lo que yo consideraba esencial. Aelius Afer Hadrianus, padre de Adriano: III,41 Hombre abrumado de virtudes: administrador sin gloria, a quien el gobierno de África no le enriqueció. En Itálica, municipio de la familia, se agotaba regulando los conflictos locales. Ausencia de ambiciones y de alegría. Dedicación maniática a las pequeñas cosas a las que se limitaba. Escepticismo en relación a los demás Muerte cuando Adriano tenía doce años. Madre de Adriano: III,41-2 Matrona irreprochable. Austera viudedad. Cara larga de española, marcada por una dulzura un poco melancólica. Pies pequeños en estrechas sandalias. 27 Suave balanceo de caderas propio de las bailarinas de Gades. No volvió a ver a Adriano desde el día en que éste, llamado por su tutor, marchó a Roma. Marullinus, abuelo de Adriano: III,39-41 Creencia en la astrología. Quiromántico. Pronostica a Adriano la dignidad imperial. Ausencia de ternura, casi de comunicación verbal con el nieto (misma relación que con los animales y las piedras). Antepasados establecidos en España desde la época de los Escipiones. Rango senatorial (3º de la familia). Ignorancia del Griego, uso del Latín con bronco acento español que transmitió a Adriano. Conocimientos semi-científicos, semi-aldeanos. No usaba sandalias si sombrero. Vestimenta similar a la de los mendigos. Trajano: XII,123 El mejor emperador que Roma conoció después de la vejez de Augusto, el más asiduo a su trabajo, el más honesto, el menos injusto. Psicología Parecer desdeñar las alegrías de los otros es insultarlos. XII,119 Estaba demasiado vacilante como para parecer poco seguro. XV,156 Estaba demasiado seguro de la superioridad de nuestras fuerzas como para que me estorbase un estúpido amor propio. XV,157 Si hacía pocas promesas, era porque esperaba cumplirlas. XV,157 Yo había picado en la austeridad, la renuncia, la negación, como se hace casi siempre a los veinte años. XV,158 Punto de Vista Narratario: Marc. I,11 El hijo del emperador Antonino. III,51; XXIII,240 Te aconsejo que renuncies a las contribuciones voluntarias hechas por las ciudades al emperador, que no son más que un robo disfrazado. XIII,132 Confío en ti para que esta situación continúe tras mi muerte. XV,157 El desarrollo futuro del Museo de Alejandría será de tu incumbencia. XXIV,246 Tú conoces a Celer. XXV,257 Fronton, este magistrado con futuro que será sin duda uno de los buenos servidores de tu reinado. XXX,307 El espacio de una generación me parecía poca cosa cuando se trataba de consolidar la seguridad del mundo; yo intentaba, si era posible, prolongar más lejos esta prudente línea adoptiva, preparar para el imperio un relevo más en la ruta del tiempo. Te he conocido desde la cuna, pequeño Anio Vero, que por mis cuidados te llamas hoy Marco Aurelio (...) Hice que fueras elegido (...); te he cogido de la mano 28 durante el sacrificio (...); miré con tierna diversión tu actitud de niño de cinco años (...); ayudé a tu padre a elegirte los mejores maestros. Te he visto leer apasionadamente los escritos de los filósofos, vestirte de lana áspera, acostarte en el suelo, someter tu cuerpo un poco frágil a todas las mortificaciones de los estoicos. Hay exceso en todo ello, pero el exceso a los diecisiete años es una virtud (...). Siento lo que tu firmeza tan bien aprendida esconde de dulzura, tal vez de debilidad; adivino en ti la presencia de un genio que no es forzosamente el de un hombre de Estado (...). Hice lo necesario para que fueras adoptado por Antonino (...). Creo dar a los hombres la única oportunidad que tendrán de realizar el sueño de Platón, de ver reinar sobre ellos a un filósofo de corazón puro. No has aceptado los honores sino con repugnancia; tu rango te obliga a vivir en un palacio; Tibur, ese lugar en el que reúno hasta el colmo todo lo que la vida tiene de dulzura te inquieta por tu joven virtud; te veo errar gravemente por las avenidas entrelazadas de rosas; te miro, con una sonrisa, aficionarte a los bellos objetos de carne colocados a tu paso, dudar tiernamente entre Verónica y Teodora, y rápidamente renunciar a las dos en favor de la austeridad, ese puro fantasma. No me has escondido tu desdén melancólico por esos esplendores que duran poco, por esta corte que se dispersará tras mi muerte. No me quieres apenas; tu afecto filial se dirige más bien hacia Antonino; tu olfateas en mí una sabiduría contraria a la que te enseñan tus maestros, y en mi abandono a los sentidos un método de vida opuesto a la severidad de la tuya, y que, sin embargo, es paralelo a ella. No importa: no es indispensable que me comprendas. Hay más de una sabiduría, y todas son necesarias para el mundo; no es malo que se alternen. XXVIII,288-90 Lugar de narración: XIII,139. Y hoy, en las terrazas de la Vila [Adriana]. Tiempo de narración: T: año 887 de la era romana. XXV,263 Sociedad Escuelas: III,43 Las de España se resentían de los entretenimientos de la provincia. La escuela de Terentius Scaurus, de Roma, enseñaba mediocremente los filósofos y los poetas, pero preparaba bastante bien para las vicisitudes de la existencia humana; los maestros ejercían sobre los escolares una tiranía que Adriano se avergonzaría de imponer a los hombres; cada profesor, encerrado en los estrechos límites de su saber, menospreciaba a sus colegas, que de una manera igualmente limitada sabían otra cosa; estos pedantes se enredaban en disputas nominalistas; los conflictos de superioridad, las intrigas, las calumnias, familiarizaban con lo que después se encuentra en la sociedad; algunos maestros amados, con sus relaciones extrañamente íntimas y extrañamente elusivas con sus alumnos; y las Sirenas cantando con una voz cascada que os revela una obra maestra o una idea nueva. 29 Mujeres: XIII,130-1 Su condición está determinada por extrañas costumbres: están a la vez sometidas y protegidas, son a la vez débiles y poderosas, demasiado despreciadas y demasiado respetadas. En este caos de usos contradictorios, lo social se superpone a lo natural; incluso no es fácil distinguir un aspecto del otro. Este estado de cosas tan confuso es mucho más estable de lo que parece: en conjunto, las mujeres quieren ser lo que son; se resisten al cambio, o lo utilizan para sus propios fines. La libertad actual de las mujeres, mayor o al menos más visible que la de antaño, no es apenas más que un aspecto de la vida más fácil de las épocas prósperas; los principios, e incluso los prejuicios de antes, no han sido seriamente erosionados. Sinceros o no, los elogios oficiales y los epitafios continúan prestando a nuestras matronas esas mismas virtudes de trabajo, de castidad, de austeridad, que se exigía de ellas bajo la República. Por otra parte, estos cambios reales o supuestos no han modificado en absoluto la eterna libertad de costumbres del pueblo bajo, ni el perpetuo puritanismo burgués, y sólo el tiempo permitirá ver si son duraderos. La debilidad de las mujeres, como la de los esclavos, se basa en su condición legal; su fuerza toma la revancha en las pequeñas cosas, en las que el poder que ellas ejercen es casi ilimitado. Raramente he visto interior de una casa en que las mujeres no reinasen; he visto a menudo reinar allí también al encargado, al cocinero, o al liberto. En el orden financiero, ellas continúan igualmente sumisas a cualquier forma de tutela; en la práctica, en cada puesto de Subur, es ordinariamente la pollera o la frutera quien ejerce de amo del mostrador. La esposa de Atiano gestionaba los bienes de la familia con un admirable genio de hombre de negocios. La leyes deberían diferir de los usos lo menos posible: he acordado incrementar la libertad de la mujer para administrar su fortuna, testar o heredar. He insistido en que ninguna hija sea casada sin su consentimiento: esta violación legal es tan repugnante como cualquier otra. El matrimonio es su gran negocio; es justo que no lo concluyan más que ejerciendo totalmente su voluntad. 30 CARNET DE NOTAS (de Marguerite Yourcenar) Emisión (proceso de composición de la obra) Este libro fue concebido, y después escrito, total o parcialmente, bajo diversas formas, entre 1924 y 1929, cuando yo tenía entre 20 y 25 años. Recomencé los trabajos en 1934; largas investigaciones; una quincena de páginas escritas que creí definitivas; proyecto retomado y abandonado muchas veces ente 1934 y 1937. En 1937 escribí la visita al médico, y el pasaje sobre la renuncia a los ejercicios corporales. Estos fragmentos subsisten, modificados, en la versión presente. Ceso de trabajar en este libro entre 1937 y 1939. En 1939 dejé el manuscrito en Europa, con la mayor parte de las notas. Abandoné el proyecto entre 1939 y 1948. Pensaba en él a veces, pero desilusionada, casi con indiferencia, como en un imposible. Y sentí algo de vergüenza por haber intentado alguna vez semejante cosa. En 1947 quemé las notas tomadas en Yale. Parecía que eran completamente inútiles. En 1948 me apareció entre unos papeles que me enviaron de Suiza un fragmento del manuscrito perdido. Desde este momento, ya no tuve otra intención que la de reescribir este libro costase lo que costase. Hace no mucho, yo había pensado sobre todo en el letrado, el viajero, el poeta, el amante; nada de ello se borraba, pero por primera vez veía dibujarse con una nitidez extrema, entre todas estas figuras, la más oficial a la vez que la más secreta, la del emperador. Me he complacido en hacer y rehacer este retrato de un hombre casi sabio. De madrugada, trabajé [en la obra] entre New York y Chicago, encerrada en mi coche-cama, y todo el día siguiente, en el restaurante de una estación de Chicago, en la que esperaba a un tren bloqueado por una tormenta de nieve. Después, de nuevo, hasta el alba, sola en el vagón de observación del expreso de Santa Fe, rodeada por las grupas negras de las montañas de Colorado. Los pasajes sobre la alimentación, el amor, el sueño y el conocimiento del hombre fueron escritos de una tirada. Apenas recuerdo un día más ardiente, ni noches más lúcidas. Debe de haber a menudo, un poco en la sombra, en la aventura de un libro que ha llegado a puerto, o en la vida feliz de un escritor, alguien que no deja pasar la frase inexacta o débil que queremos conservar por cansancio; alguien que si hace falta releerá veinte veces con nosotros una página insegura; alguien que nos coge de las estanterías de las bibliotecas los gruesos tomos en los que podríamos encontrar alguna indicación útil, y se obstina en consultarlas más, en el momento en que el cansancio nos los había hecho ya cerrar; alguien que nos sostiene, nos aprueba, a menudo nos combate; alguien que comparte con nosotros, con igual fervor, las alegrías del Arte y las de la vida, sus trabajos jamás aburridos y jamás fáciles; alguien que no es ni nuestra sombra ni nuestro reflejo, ni siquiera nuestro complemento, sino él mismo; alguien que nos deja divinamente libres, y sin embargo nos obliga a ser plenamente lo que somos. 31 Emisor (Autor) Me hundí en la desesperación de un escritor que no escribe. Era precisa tal vez esta solución de continuidad, esta fractura, esta noche del alma que tantos de nosotros experimentamos en esta época, y a menudo de manera mucho más trágica y más definitiva que yo, para obligarme a intentar colmar, no solamente la distancia que me separaba de Adriano, sino sobre todo la que me separaba de mí misma. Utilidad de todo lo que se hace para uno mismo, sin idea de aprovecharlo. Una de las mejores maneras de recrear el pensamiento de un hombre es reconstituir su biblioteca. Una vida humana se compone de tres líneas sinuosas, que sin cesar se acercan y se separan: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que ha sido. Intención del autor Rehacer el interior de lo que los arqueólogos del siglo XIX hicieron con el exterior. Se escribe para atacar o para defender un sistema del mundo. Contexto Cabeza de Antínoo Mondragón, en el Louvre. Perfil del Antínoo del Museo Arqueológico de Florencia. En un grabado de Piranese en que figura la Villa Adriana se ve la capilla de Canope, de la que se sacó en el siglo XVII el Antínoo de estilo egipcio que se ve hoy en día en el Vaticano. El nombre de Adriano figura en un ensayo sobre el mito de Grecia, redactado por mí en 1943, y publicado en las Letras francesas de Buenos Aires. En 1945, la imagen de Antínoo ahogado, arrastrada de alguna manera por esta corriente de olvido, sale a la superficie en un ensayo todavía inédito, Cántico del alma libre. Dion Casio y la Historia de Augusto son las dos principales fuentes de la vida de Adriano. La clarividencia que atribuí a Adriano no era más que una forma de valorar el elemento casi fáustico del personaje, tal como queda iluminado, por ejemplo, en los Cantos sibilinos, en los escritos de Aelio Aristide, o en el retrato de Adriano envejecido trazado por Frontón. En ausencia de otros documentos, la carta de Arrio al emperador Adriano bastaría para recrear en grandes líneas esta figura imperial: minuciosa exactitud del jefe que quiere saberlo todo; interés por los trabajos en tiempos de paz y en tiempos de guerra; gusto por las estatuas fieles y bien hechas; pasión por los poemas y las leyendas antiguas... un mundo, raro siempre, y que desaparecerá completamente después de Marco Aurelio, en el cual, por sutiles que sean las variantes de la deferencia y del respeto, el letrado y el administrador se dirigen todavía al príncipe como a un amigo. 32 Situación El emperador hizo reconstruir la tumba de Epaminondas e inscribió en ella un poema. Epaminondas fue sepultado entre dos amigos jóvenes muertos a su lado. Shelley definió a Antínoo así: Eager and impassionated tenderness, sullen effeminacy (Ansiosa y apasionada ternura, hosco afeminamiento), cuando los críticos de Arte y los historiadores del siglo XIX no sabían sino extenderse en declamaciones virtuosas, o idealizar de un modo completamente falso o completamente vago. Abundan los retratos de Antínoo. Es un ejemplo único en la Antigüedad de supervivencia y de multiplicación en piedra de un rostro que no fue ni el de un hombre de Estado ni el de un filósofo, sino que simplemente fue amado. Entre ellos, los dos más bellos son los menos conocidos: Uno es un bajorrelieve signado por Antoniano de Aphrodisias, reencontrado hace unos cincuenta años en el terreno de un instituto agronómico, los Fundi Rustici, en cuya sala del consejo de administración está colocado hoy [Nota de 1958: el bajorrelieve de Antoniano ha sido adquirido por un banquero romano. Lo guarda en su propiedad a dos pasos de Roma]. La segunda de estas obras maestras es la ilustre sardónica que lleva el nombre de Gema Marlborough, porque perteneció a esta colección hoy dispersa. El gran coleccionista Giorgio Sangiorgi la reintegró a Roma. RSS2 Por la idealización o la difamación por encima de todo, por el detalle burdamente exagerado o prudentemente omitido, se descalifica casi todo biógrafo: el hombre construido reemplaza al hombre comprendido. Relación Situación-Signo, es decir, entre la Realidad y la Ficción. Se engloba en esta categoría la cuestión de la historicidad, del realismo o de lo fantástico. 2 33 NOTA Historia En lo que concierne a los monumentos de Antinoé, recordamos que las ruinas de la ciudad fundada por Adriano en honor de su favorito estaban todavía en pie al principio del siglo XIX, cuando Jomard dibujó las planchas de la grandiosa Descripción de Egipto, comenzada por orden de Napoleón, que contiene emocionantes imágenes de este conjunto de ruinas hoy destruidas. Hacia la mitad del siglo XIX, un industrial egipcio transformó en cal estos vestigios, y los empleó en la construcción de fábricas de azúcar de las cercanías. Conocemos la existencia de una ruta establecida por Adriano entre Antinoé y el Mar Rojo por una inscripción antigua encontrada en el lugar (Ins. Gr. ad Res. Rom. Pert. I, 1142), pero el trazado exacto de su recorrido parece que no se ha descubierto nunca hasta hoy. RSS Adriano: Un papiro coleccionado en el yacimiento de Antinoé o en el de Oxyrhynchus, y publicado entre 1901 y nuestros días, nos ha proporcionado una lista muy completa de las divisiones administrativas y religiosas de la ciudad, evidentemente establecidas por el mismo Adriano, que testimonian una fuerte influencia del ritual eléusico sobre el espíritu de su autor. El viaje de Atenas: no es seguro que el joven Adriano lo hiciera. Iniciación mitraica: el episodio es inventado. Este culto estaba en esta época en boga en el ejército; es posible, pero en absoluto probado que el joven oficial Adriano tuviera la fantasía de hacerse iniciar en él. Encuentro de Adriano con el gimnosofista: no es histórico; pero la Historia registra episodios del mismo género. Antínoo: todos los detalles concernientes a él son exactos, excepto una o dos alusiones a su vida privada, de la que no sabemos nada. Antínoo: el esbozo de su medio familiar no es histórico, pero tiene en cuenta las condiciones sociales que prevalecían en esa época en Bitinia. Taurobolo al que se somete Antínoo en Palmira: es episodio inventado pero también posible, como la iniciación mitraica de Adriano. Meles Agripa, Castoras y Turbo son personajes reales; su participación en los ritos de iniciación es completamente inventada. Se ha seguido la tradición según la cual el baño de sangre haya formado parte de los ritos de Mitra y de la diosa siria. Iseo, el sofista: fue uno de los maestros del joven Adriano. Galus es real, pero su ruina final sólo se ha puesto para subrayar uno de los rasgos más a menudo mencionados del carácter de Adriano: el rencor. Marullinus: El personaje es histórico. pero su característica principal, sus dotes adivinatorias, se toma de un tío, y no de un abuelo de Adriano. Las circunstancias de su muerte son imaginarias. Pompeyo Próculo fue gobernador de Bitinia; no es seguro que lo fuera cuando pasó por allí el emperador. 34 Estratón de Sardes, poeta erótico cuya obra nos es conocida por la Antología palatina, vivía probablemente en tiempo de Adriano; nada prueba, ni impide, que el emperador lo encontrase en el curso de uno de sus viajes a Asia Menor. Chabrias, Celer y Diotimo son mencionados muchas veces por Marco Aurelio, que sólo indica de ellos su fidelidad apasionada hacia Adriano: Chabrias representa el círculo de filósofos platónicos o estoicos que rodeaban al emperador; Celer el elemento militar. Iollas: este médico es un personaje real del que la historia sólo proporciona el nombre. El liberto Onésimo existió, pero no sabemos si desempeñó para Adriano el papel de mediador. Crescenso fue secretario de Serviano, pero la Historia no nos dice si traicionó a su amo. El comerciante Opramoas es real, pero nada prueba que acompañase a Adriano a la región del Éufrates. La mujer de Arrio es un personaje histórico, pero no sabemos si era, como aquí lo dice Adriano, una mujer fina y orgullosa. Comparsas como el esclavo Euphorion, los actores Olympos y Batilo, el médico Leotíquide, el joven tribuno británico y el guía Asar, son completamente inventados. Las dos brujas, la de la isla de Bretaña y la de Canope, personajes ficticios, resumen el mundo de los echadores de buenaventura y de practicantes de ciencias ocultas de los que se rodeaba voluntariamente Adriano. Visita de Lucio a Alejandría en 130: es deducida de un texto a menudo contestado: la Carta de Adriano a Serviano, aunque el pasaje que concierne a Lucio no obliga de ninguna manera a tal interpretación. Incidentes de la noche en Canope: son inventados Asociación de la ejecución de Apolodoro al complot de Serviano: no es sino una hipótesis, tal vez defendible. Sobre ciertos puntos controvertidos, las causas de la retirada de Suetonio, el origen libre o servil de Antínoo, la participación activa de Adriano en la guerra de Palestina, las fechas de la apoteosis de Sabino y del entierro de Aelio César en el castillo de Sant'Angelo, ha sido preciso elegir entre las hipótesis de los historiadores; se han hecho esfuerzos para no decidirse más que por buenas razones. En otros casos, la adopción de Adriano por Trajano, muerte de Antínoo, se ha intentado dejar planear sobre el relato una incertidumbre que, antes de ser la de la Historia, sin duda fue la de la misma vida. Villa Adriana: los nombres de sus diferentes partes, enumeradas por Adriano en la obra, todavía se usan hoy en día. Existió una ruta establecida por Adriano entre Antinoé y el Mar Rojo, pero no conocemos su exacto recorrido, por lo que la cifra de las distancias proporcionada por Adriano en esta obra no es sino una aproximación Contexto El capítulo sobre las amantes está sacado enteramente de dos líneas de Espartiano Los detalles que conciernen a Lucio durante este período se han sacado casi todos de su biografía por ESPARTIANO: Vida de Aelio César. 35 Historia del sacrificio de Antínoo: es tradicional (Dion, LXIX,11; Espartiano, XIV,7). Detalle de las operaciones de brujería: está inspirado en las recetas de los papiros mágicos de Egipto. Episodio del niño caído de un balcón en el curso de una fiesta, colocado aquí durante la escala de Adriano en Philae, está sacado de un informe de los Papiros de Oxyrhynchus, y ocurrió en realidad más de cuarenta años después del viaje de Adriano a Egipto. El nombre de Areté proviene de un poema auténtico de Adriano, pero aquí se le aplica arbitrariamente a un intendente de la Villa. El nombre del correo Menécrates está sacado de la Carta del rey Fermes al emperador Adriano, texto completamente legendario, que la Historia propiamente dicha no podría utilizar, pero que, sin embargo, ha podido tomar prestado este detalle de otros documentos hoy perdidos. Los nombres de Benedicto y Teodoto, pálidos fantasmas amorosos que atraviesan las Meditaciones de Marco Aurelio, han sido traspuestos por razones estilísticas en Verónica y Teodora. Los nombres griegos y latinos grabados en la base del coloso de Memnon, en Tebas, están en su mayor parte tomados de LETRONIO, Colección de Inscripciones griegas y latinas de Egipto, 1848. El arqueólogo francés Albert GAYET trabajó con ardor, pero, según parece, con poco método, sobre el yacimiento saqueado de Antinoé, y las informaciones contenidas en sus artículos publicados por él entre 1896 y 1914 siguen siendo muy útiles. Los papiros coleccionados en el yacimiento de Antinoé y en el de Oxyrhynchus, y publicados entre 1901 y nuestros días, no han aportado ningún nuevo detalle sobre la arquitectura de la ciudad adriánica o el culto del favorito, pero uno de ellos nos ha proporcionado una lista muy completa de las divisiones administrativas y religiosas de la ciudad, evidentemente establecidas por el mismo Adriano, y que testimonian una fuerte influencia del ritual eléusico sobre el espíritu de su autor. Una frase de la descripción de Antinoé, que se presta aquí al mismo emperador, está tomada de la relación del Sieur Lucas. viajero francés que visitó Antinoé a principios del siglo XVIII. Vida y personaje de Adriano: las dos fuentes principales de su estudio son el historiador griego Dion CASIO, que escribió las páginas de su Historia Romana consagradas al emperador cuarenta años después de su muerte; y el cronista latino ESPARTIANO, uno de los redactores de la Historia Augusta, que compuso un poco más de un siglo después su Vita Hadriani, uno de los mejores textos de esta colección, y su Vita Aelii Caesaris, obra menor, que presenta del hijo adoptivo de Adriano una imagen singularmente plausible, superficial solamente porque en realidad lo fue el personaje. Estos dos autores se basaban en documentos después perdidos, entre otros unas Memorias, publicadas por Adriano bajo el nombre de su liberto Phlegon, y una colección de cartas del emperador reunidas por éste. Ni Dion ni Espartano son grandes historiadores, o grandes biógrafos, pero precisamente su ausencia de arte y hasta cierto punto de sistema los coloca singularmente próximos al hecho vivido, y las investigaciones modernas en general han confirmado sus afirmaciones. Algunos detalles se han espigado de otras Vidas de Historia Augusta, como la de Antonino y la de Marco Aurelio, por Julio CAPITOLINO; y algunas frases se han extraído de Aurelio VÍCTOR y del autor del Epítome. Algunas noticias 36 históricas del Diccionario de SUIDAS han proporcionado dos hechos poco conocidos: la Consolación dirigida a Adriano por Noumenios, y las músicas fúnebres compuestas por Mesomedes con ocasión de la muerte de Antínoo. Los nombres de las diferentes partes de la Villa Adriana, enumeradas por Adriano en la obra, que todavía se usan hoy en día, provienen de indicaciones de Espartiano confirmadas y completadas por las excavaciones hechas en el lugar hasta ahora. Nuestro conocimiento de los estados antiguos de esta bella ruina entre Adriano y nosotros proviene de toda una serie de documentos escritos, o grabados, escalonada desde el Renacimiento, los más valiosos de los cuales tal vez sean el Informe dirigido por el arquitecto Ligorio al Cardenal de Este en 1538, las admirables planchas consagradas a esta ruina por PIRANESE hacia 1781, y, en un detalle, los dibujos del Ciudadano PONCE (Arabescos antiguos de los baños de Livia y de la Villa Adriana, Paris, 1789), que conservan la imagen de estucos hoy destruidos. Los trabajos de Gaston BOISSIER, en sus Paseos Arqueológicos, 1880, y de Pierre GUSMAN, La Villa Imperial de Tibur, 1904, son todavía esenciales; más cercana a nosotros, la obra de R.PARIBENI, La Villa del Emperador Adriano, 1930. En Memorias de Adriano, una alusión a mosaicos sobre los muros de la villa ha sorprendido a ciertos lectores: son los de las exedras y nichos de los ninfeos, frecuentes en las villas de Campania del siglo I, y que plausiblemente adornaron también los pabellones del palacio de Tibur, o aquéllas que, según numerosos testimonios, revestían los soportes de las bóvedas (sabemos por Piranese que los mosaicos de las bóvedas de Canope eran blancos), o incluso emblemas, cuadros de mosaicos que se solían incrustar en las paredes de las salas. Para estos detalles, consultar, además de GUSMAN, ya citado, el artículo de P.GAUCKLER en DAREMBERG Y SAGLIO, Dictionnaire des Antiquités Grecques et Romaines, III,2, Musivum Opus. El breve artículo de M.J. de JOHNSON, Antinoe and Its Papyri, en el Journ. of Egyp. Arch., I, 1914, proporciona un buen resumen de la topografía de la villa de Adriano. Se ha utilizado un cierto número de obras auténticas del mismo Adriano: correspondencia administrativa, fragmentos de discursos o de informes oficiales, conservados generalmente en inscripciones; decisiones legales transmitidas por jurisconsultos; poemas mencionados por los autores de la época, como el célebre Animula vagula blandula, o reencontrados en los monumentos en los que figuraban como inscripciones votivas. Son de discutible autenticidad las tres cartas de Adriano que conciernen a su vida personal (Carta a Matidie, Carta a Serviano, Carta dirigida por el emperador agonizante a Antonino), que se encontrarán respectivamente en la colección de cartas compilada por el gramático DOSITEO, en la Vita Saturnini de VOPISCUS, y en GRENFELL AND HUNT, Fayum Towns and their Papyri, 1900). A pesar de ello, llevan intensamente el sello del hombre al que se le atribuyen; y ciertas indicaciones proporcionadas por ellas han sido utilizadas en este libro. Las innumerables menciones de Adriano o de su entorno, esparcidas por casi todos los escritores de los siglos segundo y tercero, ayudan a completar las indicaciones de las crónicas y llenan a menudo las lagunas. Por ejemplo, el episodio de las partidas de caza en Libia sale enteramente de un fragmento muy mutilado del poema de PANCRATES Las partidas de caza de Adriano y de Antínoo reencontrado en Egipto y publicado en 1911; Atenea, Aulio Gelio y Philóstrato han proporcionado numerosos detalles sobre los sofistas y los poetas de la corte imperial; Plinio el Joven y Marcial añaden algunos rasgos a la imagen un poco borrosa de un Voconio o de un Licinio Sura. La descripción del dolor de Adriano a la muerte de Antínoo se inspira 37 en historiadores de su reinado, pero también en ciertos pasajes de Padres de la Iglesia, condenadores, pero a veces más humanos, y que expresan opiniones más variadas de lo que se podría creer. Fragmentos de la Carta de Arrio al emperador Adriano con ocasión del Periplo del Mar Negro, que contienen alusiones al mismo tema, han sido incorporadas a esta obra, cuyo autor se alinea con la opinión de los eruditos que creen, en su conjunto, que este texto es auténtico. El Panegírico de Roma, del sofista Aelio ARISTIDE, obra netamente adriánica, ha proporcionado algunas líneas al esbozo de Estado ideal trazado aquí por el emperador. Algunos detalles históricos mezclados en el Talmud a un inmenso material legendario vienen a añadirse para la guerra de Palestina al relato de la Historia eclesiástica de EUSEBIO. La mención del exilio de Favorinus proviene de un fragmento de este último en un manuscrito de la biblioteca vaticana. El atroz episodio del secretario al que se deja tuerto se ha sacado de un tratado de Galeno, que fue médico de Marco Aurelio; la imagen de Adriano agonizante se inspira en el trágico retrato hecho por Frontón del emperador envejecido. Para el detalle de hechos no registrados por los historiadores antiguos se ha acudido otras veces a monumentos con figuras y a inscripciones: provienen de bajorrelieves de la Columna Trajana ciertos datos sobre el salvajismo de las guerras dacias y sármatas (prisioneros quemados vivos, consejeros del rey Decébalo envenenándose el día de la capitulación); una gran parte de la imaginería de los viajes está tomada de las monedas del reinado; los poemas de Julia Balbilla grabados sobre la pierna del coloso de Memnon han servido de punto de partida para el relato de la visita a Tebas; la precisión de la fecha del día de nacimiento de Antínoo se debe a la inscripción del Colegio de artesanos y de esclavos de Lavinium; las pocas frases dadas como inscripciones sobre la tumba del favorito están tomadas del gran texto jeroglífico del obelisco de Pincio, que relata sus funerales y describe las ceremonias de su culto. Para la historia de los honores divinos rendidos a Antínoo, para su caracterización física y psicológica, el testimonio de inscripciones, monumentos con representaciones y monedas, sobrepasa mucho el de la historia escrita. No existe una biografía moderna de Adriano. La única obra de este género que merece mencionarse, y también la más antigua, es la de GREGOROVIUS, publicada en 1851, floja en todo lo que concierne al Adriano administrador y príncipe. Los brillantes esbozos de un GIBBON o de un RENAN han envejecido. La obra de HENDERSON The Life and Principate of the Emperor Hadrian (1923), superficial a pesar de su longitud, no ofrece más que una imagen incompleta del pensamiento de Adriano y de los problemas de su tiempo, y utiliza las fuentes de un modo insuficiente. Pero, si una biografía definitiva de Adriano está por hacer, abundan los resúmenes inteligentes y los sólidos estudios de detalle, y sobre muchos aspectos la historiografía moderna ha renovado la historia del reinado y de la administración de Adriano: los capítulos dedicados a Adriano en El Alto Imperio Romano, de León HOMO (1933), y El Imperio Romano, de E.ALBERTINI (1936); el análisis de las campañas partas de Trajano y de la política pacificadora de Adriano en el primer volumen de la Historia de Asia de René GROUSSET (1921); el estudio sobre la obra literaria de Adriano en Los Emperadores y las Letras latinas, de Henri BARDON (1944); las obras de Paul GRAINDOR, Atenas bajo Adriano (El Cairo, 1934); de Louis PERRET, La Titulación imperial de Adriano (1929), y de Bernard d'ORGEVAL, El Emperador Adriano, su obra legislativa y administrativa (1950), este último a menudo confuso en los detalles. 38 Los trabajos más profundos sobre el reinado y la personalidad de Adriano siguen siendo los de la escuela alemana. En Lengua inglesa, la obra de Arnold TOYNBEE contiene aquí y allá alusiones al reinado de Adriano; han servido de semillas para ciertos pasajes de las Memorias de Adriano en los cuales el emperador define él mismo sus puntos de vista políticos; ver en particular su "Roman Empire and Modern Europe", en la Dublin Review (1945). Ver también el importante capítulo consagrado a las reformas sociales y financieras de Adriano en M.ROSTOVTZEFF, Social and Economic History of the Roman Empire (1926); y, para el detalle de los hechos, los estudios de R.H.LACEY, The Equestrian Officials of Trajan and Hadrian: Their Career, with Some Notes on Hadrian's Reforms (1917); de Paul ALEXANDER, Letters and Speeches of the Emperor Hadrian (1938); de W.D. GRAY, A Study of the Life of Hadrian Prior to his Accession (1919); de F.PRINGSHEIM, "The Legal Policy and Reforms of Hadrian", en el Journal of Roman Studies, XXIV, 1934. Para la estancia de Adriano en las islas británicas y la erección del muro sobre la frontera de Escocia, consultar la obra clásica de J.C.BRUCE, The Handbook to the Roman Wall, edición revisada por COLLINGWOOD en 1933, y del mismo COLLINGWOOD en colaboración con J.N.L.MYRES, Roman Britain and the English Settlements, 1937. Para la numismática del reinado, ver H.MATTINGLY y E.A.SYDENHAM, The Roman Imperial Coinage (1926). Sobre la personalidad de Adriano y sus guerras, ver R.PARIBENI, Optimus Princeps, 1927; R.P.LONGDEN, "Nerva and Trajan", en Cambridge Ancient History, XI, 1936; M.DURRY, "Le Règne de Trajan d'après les Monnaies", Rev.His.,LVII, 1932. Sobre Aelio César, A.S.L.FARQUHARSON, "On the names of Aelius Caesar", Classical Quarterly, II, 1908, y J.CARCOPINO, L'Hérédité dinastique chez les Antonins, 1950, cuyas hipótesis han sido descartadas en favor de una interpretación más literal de los textos. Sobre el entorno griego de Adriano, P.GRAINDOR, Un Milliardaire Antique, Hérode Atticus et sa famille, 1930; A.BOULANGER, Aelius Aristide et la Sophistique dans la Province d'Asie au IIe siècle de notre ère, en las publicaciones de la Bibliothèque des Écoles Françaises d'Athènes et de Rome, 1923; G.MARTELLOTTI, Mesomede, Publicaciones de la Scuola di Filologia Classica, Roma, 1929; H.C.PUECH, Numénius d'Apamée, en las Mélanges Bidez, 1934. Sobre la guerra judía, W.D.GRAY, "The Founding of Aelia Capitolina and the Chronology of the Jewish War under Hadrian", American Journal of Semitic Language and Literature, 1923; A.L.SACHAR, A History of the Jews, 1950; y S.LIEBERMAN, Greek in Jewish Palestine, 1942.Los descubrimientos arqueológicos realizados en Israel durante estos últimos años y concernientes a la revuelta de Bar Kochba han enriquecido en ciertos detalles nuestro conocimiento de la guerra de Palestina; la mayoría de ellos, acontecidos después de 1951, no han podido ser utilizados en el curso de la presente obra. La iconografía de Antínoo, y, de modo más incidental, la historia del personaje, no han dejado de interesar a los arqueólogos y a los estetas, sobre todo en países de lengua germánica, desde que en 1764 Winckelmann donó a la iconografía de Antínoo, o al menos a sus principales retratos conocidos en la época, un lugar importante en su Historia del Arte Antiguo. La mayoría de estos trabajos, que datan de finales del XVIII e incluso del siglo XIX, hoy ya no tienen apenas más interés que el de la curiosidad; sin embargo, la obra Antinoüs, de L.DIETRICHSON (1884), de un idealismo bastante confuso, continúa siendo digna de atención por el cuidado con el 39 que el autor ha reunido la casi totalidad de las alusiones antiguas al favorito de Adriano, aunque la vertiente iconográfica representa hoy en día un punto de vista y métodos superados. El largo ensayo consagrado a Antínoo por J.A.SYMONDS en sus Sketches in Italy and Greece, 1900, aunque tiene un tono y una información a veces superados, mantiene un gran interés, así como una nota del mismo autor sobre el mismo tema, en su destacable y rarísimo ensayo sobre la homosexualidad antigua, denominado A Problem in Greek Ethics. Para los monumentos con representaciones de Antínoo, con excepción de la numismática, el mejor texto relativamente reciente es el estudio publicado por Pirro MARCONI, "Antinoo, Saggio sull'Arte dell' Eta' Adianea", en el volumen XXIX de los Monumenti Antichi, R.Academia dei Lincei, Roma, 1923. El ensayo de Marconi, mediocre desde el punto de vista de la discusión estética, marca sin embargo un gran progreso en la iconografía del tema, todavía incompleta, a pesar de todo; y pone fin por su precisión a las vagas ensoñaciones elaboradas en torno al personaje de Antínoo incluso por los mejores críticos románticos. Véanse también los breves estudios consagrados a la iconografía de Antínoo en las obras generales que tratan del Arte griego o greco-romano, como las de E.STRONG, Art in Ancient Rome, 1929; y C.SELTMAN, Approach to Greek Art, 1948. Las notas de R.LANCIANI y C.L.VISCONTI, Bollettino Communale di Roma, 1886; los ensayos de G.RIZZO, "Antinoo-Silvano", en Ausonia, 1908, de S.REINACH, "Les Têtes des médaillons de l'Arc de Constantin", en la Rev. Arch., serie IV,XV, 1910, de P.GAUCKLER, Le Sanctuaire syrien du Janicule, 1912, y de R.BARTOCCINI, "Le Terme di Lepcis", en Africa Italiana, 1929, son dignas de citarse entre muchas otras sobre los retratos de Antínoo identificados o descubiertos al final del siglo XIX y en el siglo XX, y sobre las circunstancias de su descubrimiento. En lo que concierne a la numismática del personaje, el mejor trabajo, si creemos a los numismáticos que se ocupan hoy de este tema, sigue siendo la "Numismatique d'Antinous", en el Journ. Int. d'Archéologie Numismatique, XVI, pp.3370, 1914, de G.BLUM, joven erudito muerto en la guerra de 1914, y que ha dejado también algunos otros estudios iconográficos consagrados al favorito de Adriano. Para las monedas de Antínoo acuñadas en Asia Menor, debe consultarse más particularmente E.BABELON y T.REINACH, Recueil Général des Monnaies Grecques d'Asie Mineure, I-IV, 1904-12. Para algunas de sus monedas acuñadas en Grecia, véase C.SELTMAN, "Greek Sculpture and Some Festival Coins", en Hesperia (Journ. of Amer. School of Classical Studies at Athens), XVII, 1948. Para las oscuras circunstancias de la muerte de Antínoo, el libro de P.GRAINDOR, ya citado, Athènes sous Hadrien, contiene una interesante alusión al tema. El problema del emplazamiento exacto de la tumba de Antínoo no ha sido resuelto nunca. El excelente tratado de P.FESTUGIÈRE sobre "La valeur religieuse des Papyrus Magiques", en L'idéal religieux des Grecs et l'Évangile, 1932, y sobre todo el análisis del sacrificio del Esies, de la muerte por inmersión y de la divinización conferida de este modo a la víctima, sin contener referencia a la historia del favorito de Adriano, no por ello dejan de aclarar prácticas que no conocíamos hasta aquí más que por una tradición literaria desvitalizada, y permite sacar esta leyenda de entrega voluntaria del almacén de accesorios trágico-épicos para hacerla entrar en el cuadro muy preciso de una cierta tradición oculta. 40 Casi todas las obras generales que tratan del Arte greco-romano conceden un importante espacio al Arte Adriánico; algunas de ellas han sido mencionadas en el curso del párrafo consagrado a las efigies de Antínoo; para una iconografía casi completa de Adriano, de Trajano, de las princesas de su familia, y de Aelio César, se pueden consultar P.GRAINDOR, Bustes et Statues-Portraits de l'Égypte Romaine, y F.POULSEN, Greek and Roman Portraits in English Country Houses, 1923, que contienen de Adriano y de su entorno un cierto número de retratos menos conocidos y raramente reproducidos. Sobre la decoración de la época adriánica en general, y sobre todo para las relaciones entre los motivos empleados por los escultores y los grabadores y las directivas políticas y culturales del reinado, merece una mención particular la bella obra de Jocelyn TOYNBEE, The Hadrianic School, A chapter in the History of Greek Art, 1934. Las alusiones a las obras de Arte encargadas por Adriano y pertenecientes a sus colecciones sólo tenían que figurar en este relato en tanto que añadían un rasgo a la fisonomía de Adriano anticuario, aficionado al Arte, o amante ansioso de inmortalizar un rostro amado. La descripción de las efigies de Antínoo, hechas por el emperador, y la misma imagen del favorito vivo ofrecida en muchas ocasiones en el curso de esta obra están inspiradas en los retratos del joven bitinio, encontrados en su mayor parte en la Villa Adriana, que todavía existen hoy, y que conocemos bajo el nombre de grandes coleccionistas italianos de los siglos XVII y XVIII a los que, desde luego, Adriano no se las donó. Las tres o cuatro bellas estatuas greco-romanas o helenísticas encontradas en Itálica, patria de Adriano, parecen mármoles griegos datados en el siglo I o principios del II. Nuestras informaciones sobre las grandes construcciones de Adriano, tanto en Roma como en las diferentes partes del Imperio, nos han llegado por intermediación de su biógrafo ESPARTIANO, de la Descripción de Grecia de PAUSANIAS, por los monumentos edificados en Grecia, o de cronistas más tardíos, como MALALAS, que insiste particularmente en los monumentos construidos o restaurados por Adriano en Asia Menor. Por PROCOPIO sabemos que el lugar del Mausoleo de Adriano estaba decorado por innumerables estatuas que sirvieron de proyectiles a los romanos en la época del sitio de Alarico. Por la breve descripción de un viajero alemán del siglo VIII, el Anónimo de Einsiedeln, conservamos una imagen de lo que era al principio de la Edad Media el Mausoleo ya fortificado desde la época de Aureliano, pero todavía no transformado en Castel Sant'Angelo. En una fecha muy reciente, y gracias a las marcas de fábrica de los ladrillos con los que se edificó, sabemos que el honor de la construcción o de la reconstrucción total del Panteón recayó sobre Adriano, de quien durante mucho tiempo se pensaba que sólo había sido su restaurador. En relación a la arquitectura adriánica, remitimos al lector a la mayoría de la obras generales sobre el Arte grecoromano citadas más arriba; y se pueden ver también G.BELTRANI, Il Panteone, 1898; G.ROSI, Bollettino della comm. arch. comm., LIX, 1931; M.BORGATTI, Castel S.Angelo, 1890; S.R.PIERCE, "The Mausoleum of Hadrian and Pons Aelius", en el Journ. of Rom. Stud., XV, 1925. Para las construcciones de Adriano en Atenas, la obra muchas veces citada de P.GRAINDOR, Athènes sous Adrien, 1934, y G.FOUGÈRES, Athènes, 1914, que, aunque antigua, resume lo esencial.