inmanuel kant (1724-1804)

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INMANUEL KANT (1724-1804)
Vida
Inmanuel Kant nace el 22 de Abril de 1724 en Könisberg, capital del ducado de Prusia. Es el
cuarto de once hijos, aunque de esos once sólo él y otros cuatro alcanzarán una edad
avanzada. Su padre es un artesano de clase media, en concreto guarnicionero, pero es su
madre, una mujer de una acendrada religiosidad pietista, la que se encarga de la educación de
su hijo Inmanuel Kant, dejando en él profunda huella ( “Jamás olvidaré a mi madre, pues ella
fue la primera en sembrar y alimentar en mí la semilla del bien”).
Tras nueve años de estudios en el Collegium Fridericianum, en 1740 ingresa en la
Universidad de Königsberg. En esta Universidad recibe una formación filosófica de carácter
racionalista, en la línea de Christian Wolff (discípulo de Leibniz), y se pone también en contacto
con las investigaciones físicas de Newton. Lo más importante es que durante los seis años de
sus estudios universitarios (deja la Universidad en 1746) decide dedicarse a la docencia
científica, a pesar de que no posee la base económica para ello, sobre todo desde la muerte de
su padre, ocurrida ese mismo año.
Por este motivo, de 1746 a 1755 tiene que dedicarse a ejercer como profesor de clases
particulares para poder ganarse la vida. En 1755 abandona esta labor para presentarse a
oposiciones en la Universidad en que había estudiado. Es designado en un primer momento
profesor auxiliar de Filosofía y en 1770 ocupa la cátedra de Lógica y Metafísica. En 1786 es
elegido rector de la Universidad por primera vez, la segunda lo sería en 1788, y en 1792 decano
de la Facultad de Filosofía y de toda la Academia.
Kant fue un hombre metódico a lo largo de toda su vida y sus costumbres sufrieron muy
pequeños cambios durante su etapa de dedicación a la docencia, a pesar de que sus funciones
fueran diferentes. Se levantaba a las cinco de la mañana, y era su criado (un soldado retirado)
el que le despertaba al grito de “¡Es la hora!”. Comenzaba luego a preparar sus clases, tarea a
la que, en un principio sobre todo, dedicaba de cuatro a cinco horas diarias. A continuación,
impartía sus clases, aproximadamente dos horas diarias, y después, hasta la una del mediodía,
se dedicaba a registrar por escrito sus pensamientos. La comida que realizaba a esa hora era
para él un momento de distensión que aprovechaba normalmente para conversar con personas
cultas, pero nunca de temas relacionados con la Filosofía. Terminada la casi siempre dilatada
sobremesa, se retiraba a leer y a meditar hasta las siete de la tarde, en que daba un paseo. De
vuelta a casa se enfrascaba de nuevo en la lectura, esta vez de obras de reciente publicación,
para, a las diez en punto de la noche, acostarse y así poder disponer de siete horas
complementarias de sueño. En el cumplimiento de estos horarios era tan rígido que, según se
dice, algunos ciudadanos de Königsberg ajustaban sus relojes basándose en los horarios del
filósofo.
A partir de 1794 fue retirándose paulatinamente de sus funciones docentes y en 1797
abandonó definitivamente sus actividades como profesor. Murió el 12 de febrero de 1804, sin
haber salido nunca del término municipal de su ciudad natal.
Obra. Sus obras más importantes son:
Crítica de la razón pura. 1781
Prolegómenos a toda metafísica futura, 1783
Fundamentación de la metafísica de las costumbres. 1785
Crítica de la razón práctica, 1788.
Crítica del juicio. 1790.
La religión dentro de los límites de la mera razón. 1793
Antropología desde el punto de vista pragmático. 1798.
Influencias
Kant se encuentra en el cruce de las cuatro grandes corrientes filosóficas que surcan el siglo
XVIII:
En la primera etapa de su vida, Kant vive el espíritu de la Ilustración. La confianza en la
razón, en una razón usada independientemente, en una razón que no admite ninguna
imposición desde fuera de ella misma, así como la valoración de la obra de Newton, son
rasgos fundamentales de su mentalidad.
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Desde el punto de vista filosófico, los autores que valora más el joven Kant son los
racionalistas. Su formación filosófica se hace siguiendo las enseñanzas de Wolff y, de
hecho, cuando Kant ingresa en la Universidad sus primeros escritos tratan sobre las
relaciones entre el pensamiento de Descartes y el de Leibniz.
La tercera corriente que influye en su pensamiento, provocando un primer conflicto con
su mentalidad anterior, es la que proviene de Rousseau. El mismo Kant confiesa en
1764 que había puesto todas sus esperanzas en las ciencias hasta el día en que la lectura
de Rousseau le había convencido de que los progresos de las ciencias y de las artes no
conseguían hacer que los hombres fueran mejores ni más dichosos.
Y, por último, el pensamiento que va a hacer que Kant se tenga que plantear los
problemas desde una nueva perspectiva, dando origen además a su llamada “etapa
crítica” (alrededor de 1770), es el de Hume. Hume saca a Kant del “sueño dogmático”
en el que se encontraba sumido hasta esta etapa de su vida y orienta su Filosofía por
unos derroteros radicalmente distintos.
Como consecuencia de estas influencias, algunas de ellas encontradas, Kant se ve enfrentado
a una serie de problemas a los que trata de dar solución.
Problemas que se plantea
1. En primer lugar, el problema del conocimiento en general. Este problema no es
nuevo. Toda Filosofía tiene que enfrentarse con él. Lo que ocurre es que, en el
mundo moderno, es el problema fundamental y el más frecuente. Además, la
Filosofía de la época había llevado el tema a un callejón sin salida: mientras que el
racionalismo, partiendo de la conciencia, mantenía que lo verdadero, lo “real”, era lo
coherente, lo lógico, y que lo proveniente de los sentidos no era fiable, el empirismo
situaba en el conocimiento sensible, en la experiencia, la base del conocimiento
auténtico; al margen de la experiencia ningún conocimiento es posible y la razón no
puede hacer otra cosa que jugar con las ideas que el hombre adquiere por su
mediación. Era necesario, pues, enfrentarse con el tema desde una perspectiva nueva
que superara esa dualidad irreconciliable.
2. Un segundo problema, totalmente relacionado con el anterior, es el del conocimiento
científico. Uno de los rasgos que define al siglo XVIII es la admiración por la obra de
Newton que Kant comparte plenamente. Sin embargo, la obra de Hume con su
afirmación de que sobre la experiencia no pueden existir conocimientos que posean
un valor universal y necesario, y con su negación de la causalidad había puesto en
solfa la solidez de la ciencia físico-matemática de Newton. Se hacía necesario, por lo
mismo, fundamentar sobre unas nuevas bases su indiscutible prestigio y sus
continuos progresos.
3. Y, por último, el tercer problema con el que Kant se encuentra, y que exige asimismo
una urgente solución, es el de fundamentar la moral, el de señalar cómo debe
comportarse el ser humano y cuáles son las bases sobre las que se asienta la
exigencia de ese comportamiento. Esta cuestión es también permanente en la
historia del pensamiento, pero en el siglo XVIII adquiere una urgencia mayor que en
otros momentos históricos, puesto que la religión (que había servido de base y
dotado de contenido a la moral hasta esa época) ya no puede desempeñar el mismo
papel en un siglo que proclama la independencia de la razón. Era necesario, pues,
buscar una moral, independiente de la tradición religiosa, que quisiera lo bueno por
convencimiento (y no por imposición o por temor) y que contribuyera a liberar a los
hombres.
Actualidad del pensamiento de Kant.
Si tenemos presentes los problemas con los que Kant se enfrenta, es muy fácil darse cuenta
de que esos mismos problemas lo son también de nuestro mundo. Si Kant valora la ciencia
(sobre todo la físico-matemática de Newton) y se ve precisado a profundizar en cuál es el
fundamento de su validez, y, como consecuencia del mismo, en qué tipo de cuestiones posee
autoridad y dónde no tiene nada que decir, ¿no se plantea el mismo problema en nuestra
época? ¿Acaso no existen pensadores para los que el conocimiento científico es el único posible
y afirman que solamente los problemas que puede abordar la ciencia son los que tienen una
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solución racional? ¿Y no existen, asimismo, pensadores para los que el conocimiento científico,
y sobre todo su excesiva valoración, son la causa de la decadencia de la cultura occidental?
En cuanto a la moral, ¿se puede afirmar que está fundamentada en nuestra época? ¿No se
producen en este campo algunas de las polémicas más apasionantes del final de este siglo?
También son de nuestra época las reflexiones que se hace Kant sobre la sociedad y su afán
por sentar las bases para que la guerra desparezca definitivamente de la faz de la tierra.
Pero la actualidad de Kant es mayor aún si en lugar de fijarnos en los problemas que se
plantea atendemos a la orientación de las soluciones que da a esos problemas: la participación
que Kant atribuye al sujeto en la elaboración del conocimiento va a ser a partir de su obra una
constante en el pensamiento contemporáneo; por otra parte, los conceptos de “universalidad” y
“autonomía”, que se encuentran en la base de su moral, se van a convertir en los conceptos
clave de la moral actual.
Y, por último, las bases sobre las que Kant sienta la posibilidad de una “paz perpetua” son
posibilidades que nuestro tiempo está intentando realizar, aunque, todo hay que decirlo, sin
mucho éxito por el momento.
Síntesis
Kant se encuentra en el cruce de las grandes corrientes ideológicas que surcan el siglo XVIII:
racionalismo, empirismo, Ilustración (aunque le influye también la obra de Rousseau, un crítico
de la Ilustración); y, con su obra, pretende solucionar los problemas que plantea este múltiple
cruce, que fundamentalmente son tres: a) ¿cuál es el estatuto de la ciencia?, b) ¿cuál es el del
conocimiento en general? y c) ¿cómo debe comportarse el ser humano?
La contestación a las dos primeras preguntas es el objeto de su obra Crítica de la Razón Pura,
y viene determinada por lo que Kant denomina el Faktum (hecho) de la razón pura, el hecho
del conocimiento, que para él es la ciencia físico-matemática de Newton, de cuyo valor no duda
en ningún momento. Por eso, parte, para dar contestación, del análisis de las características de
esta ciencia.
Según Kant, la física y las matemáticas están compuestas de juicios sintéticos a priori, es
decir, de juicios en los que se mezclan dos elementos: uno que proviene de la experiencia y
otro que aporta el sujeto. Sin la aportación del sujeto no hay conocimiento científico, y esa
misma aportación es necesaria tanto en el conocimiento sensible como en el conocimiento
intelectual. Sin ella no hay conocimiento auténtico, y, por lo mismo, en el conocimiento ya no
se pone el hombre en contacto con la realidad, con la cosa en sí (a la que denomina
“noúmeno”), sino con el objeto del conocimiento, con el fenómeno.
La teoría de Kant recibe el nombre de idealismo trascendental, ya que en ella lo que el
hombre conoce son sus propias ideas, no la realidad, que en sí misma es incognoscible; pero
sus ideas no existirían sin una realidad que aportara el elemento material sobre el que se
vuelcan los elementos formales del sujeto.
Precisamente por esto, la metafísica no es una ciencia, ya que pretende conocer la realidad
independientemente del sujeto y, además, sus objetos (el yo, Dios y el mundo) no son
realidades sensibles que puedan aportar el elemento material necesario para que se produzca
un conocimiento auténtico; la metafísica pretende lograr un conocimiento de realidades de las
que el sujeto no puede tener experiencia y eso es imposible.
En su obra Crítica de la Razón práctica trata de dar respuesta a la pregunta de cómo debe
comportarse el ser humano, a la que va unida la de qué es lo que le cabe esperar, que Kant
considera más importantes que las anteriores.
La respuesta a estas preguntas va a venir determinada por lo que Kant denomina “el hecho
de la razón práctica”, que es la existencia en todo hombre de una ley moral, que posee carácter
de imperativo categórico y a la que el hombre debe acomodar su conducta para ser expresión
de su razón. La moral kantiana es, pues, una moral autónoma, ya que el hombre al cumplir
esta ley moral porque proviene de su propia razón, al cumplir el deber por el deber, se obedece
a sí mismo; y es también una moral universal, ya que los imperativos categóricos, al ser
expresión de la naturaleza racional del hombre, son comunes a todos los seres humanos.
Analizando “el hecho de la razón práctica”, se encuentra también la contestación a la
pregunta de qué es lo que le cabe esperar al hombre. En efecto, para explicar la existencia del
orden moral es necesario postular que el hombre es libre e inmortal y que existe un Ser
Supremo, Dios, que garantiza que el cumplimiento del deber estará recompensado con la
felicidad eterna.
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Crítica de la Razón Pura: el conocimiento.
El hecho de la razón pura. La obra de Kant, como la de sus predecesores de la modernidad,
comienza por ser una teoría del conocimiento. Él mismo reconoce en su obra “Prolegómenos a
toda metafísica futura” que toda Filosofía debe iniciarse con una reflexión acerca del
conocimiento.
Ahora bien, Kant piensa que entre él y sus predecesores existe una gran diferencia a la hora
de enfrentarse con los problemas relativos al conocimiento. Mientras que los pensadores
anteriores trataban este tipo de problemas sin tener delante un modelo, él tiene delante una
ciencia constituida, una ciencia modélica, que le puede servir de paradigma. Se refiera, claro
está, a la ciencia físico-matemática de Newton, que, en opinión de Kant, ha logrado reducir a
fórmulas matemáticas exactas las leyes de la realidad, por lo que todos los científicos están de
acuerdo, cosa que no ha ocurrido con la metafísica, que va a la deriva y en la que cada
pensador afirma cosas diferentes.
Kant denomina a la ciencia físico-matemática de Newton “el hecho de la razón pura” y, por
eso, va a analizar cómo conoce esta ciencia, cómo funciona en ella la razón, para tratar de
contestar a la pregunta de cómo hay que utilizar la razón para conseguir conocimientos
verdaderos.
Los juicios sintéticos a priori. Para seguir a Kant en su análisis de cómo funciona la razón en
la ciencia físico-matemática de Newton es preciso analizar (como él hace en la introducción a la
Crítica de la Razón Pura) los diversos tipos posibles de juicios.
Existen, en principio, dos grandes grupos posibles de juicios:
a) Los juicios analíticos, que son aquellos en los que el predicado está incluido en el
concepto mismo del sujeto, es decir, aquellos en los que si descomponemos el sujeto en
sus elementos conceptuales nos encontramos con que uno de esos elementos es el
predicado; es lo que ocurre, por ejemplo, en el juicio: “el triángulo tiene tres lados”.
El fundamento de legitimidad, la validez de estos juicios proviene del principio de
identidad. No son más que meras tautologías, ya que el predicado no hace sino repetir lo
que dice el sujeto, de ahí su carácter universal y necesario.
Consecuentemente, estos juicios son independientes de la experiencia, son juicios “a
priori”, ya que lo que es universal y necesario no puede provenir de la experiencia.
b) Los juicios sintéticos son aquellos en los que el predicado no está incluido en el concepto
de sujeto, es decir, aquellos en los que el sujeto y el predicado unen elementos
heterogéneos; es lo que ocurre, por ejemplo, en el juicio “esta mesa es de madera”.
El fundamento de legitimidad de estos juicios es la experiencia, la percepción sensible.
Son válidos únicamente en la medida en que los avala la experiencia sensible. Y como la
experiencia se da siempre en un aquí y un ahora, son juicios particulares, ya que su
verdad queda restringida a ese aquí y a ese ahora en que han sido formulados, y también
contingentes, puesto que su contrario no es imposible.
Consecuentemente, estos juicios son a posteriori, es decir, dependientes de la
experiencia.
Ahora bien, ¿de cuál de estos dos tipos de juicios está compuesta la ciencia físico-matemática
de Newton? Si estuviera compuesta de juicios analíticos (como pretendía Leibniz) sería vana,
puesto que no sería otra cosa que un conjunto inmenso de tautologías. No supondría aumento
alguno del saber y se reduciría a simples repeticiones. Y si estuviera compuesta por juicios
sintéticos sería un conjunto de hábitos, de costumbres (eso es lo que decía Hume) sin validez
universal y sin ningún carácter de necesidad.
Luego la ciencia físico-matemática de Newton (recordemos que para Kant esta ciencia no es
una posibilidad, sino una realidad, un “hecho” y, por lo mismo, no necesita demostrar su
validez) tiene que estar compuesta de un tercer tipo de juicios, que sean universales y
necesarios, como los analíticos (y para ello necesitan ser “a priori”) y, al mismo tiempo, que
aumenten nuestro conocimiento de las cosas, como los sintéticos (y para ello han de provenir
de la experiencia, es decir, han de ser “a posteriori”). Kant denomina a estos juicios sintéticos a
priori.
Pero ¿cómo puede un juicio ser al mismo tiempo a posteriori y a priori, es decir, dependiente
e independiente de la experiencia? Explicar esta aparente contradicción es el objeto de su obra
Crítica de la Razón Pura, cuyas líneas generales vamos a analizar para exponer su teoría del
conocimiento.
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La Estética trascendental.
Kant divide su obra “Crítica de la Razón Pura” en tres partes. En la primera, la Estética
trascendental, Kant va a explicar cómo son posibles los juicios a priori en las matemáticas, para
poder establecer de esa forma por qué las matemáticas son auténticamente una ciencia.
Matemáticas y sensibilidad. Ahora bien, ¿por qué trata Kant de contestar en la “Estética
trascendental” a la pregunta de cómo son posibles los juicios sintéticos “a priori” en las
matemáticas, cuando la Estética es la parte de la Filosofía que se ocupa de la sensibilidad en
general? ¿Qué tienen que ver las matemáticas con la facultad de conocer a través de los
sentidos?
El motivo por el que Kant explica cómo son posibles las matemáticas hablando de la
sensibilidad, se encuentra en el hecho de que, en su opinión, las matemáticas son posibles
como ciencias porque se fundan en las formas a priori de la sensibilidad, y es de estas de las
que se ocupa en la “Estética trascendental”. El hombre conoce sensiblemente al volcar sobre lo
que percibe a través de los sentidos unos elementos “aprióricos”, las formas a priori de la
sensibilidad, y estos mismos elementos “aprióricos” son los que hacen posible el conocimiento
matemático. Las condiciones de posibilidad del conocimiento sensible son, también, las
condiciones que hacen posible el conocimiento matemático, y éste es el motivo por el que los
juicios de esta ciencia son al mismo tiempo sintéticos y “aprióricos”.
El conocimiento sensible. Para Kant, todo lo que la sensibilidad nos proporciona son
intuiciones, concretamente intuiciones empíricas. Todo lo que vemos, oímos, todo lo que
percibimos a través de los sentidos son intuiciones empíricas. La sensibilidad es, pues, la
capacidad de captar perceptivamente el mundo que nos rodea, la capacidad de tener
intuiciones empíricas.
Las intuiciones empíricas poseen un contenido material que procede de la realidad, del objeto
conocido, y un elemento formal que procede del sujeto cognoscente. Los objetos, la realidad, la
cosa en sí, como la denomina Kant, envía al sujeto un caos de sensaciones que éste
organiza mediante las formas a priori de la sensibilidad, a las que también denomina
intuiciones puras.
Como el caos de sensaciones que el sujeto recibe de la realidad es organizado por las formas
“a priori” de la sensibilidad (y es imposible conocer al margen de esas formas a priori, puesto
que son el modo de conocer del hombre) la cosa en sí, la realidad tal como es en sí misma,
nunca es conocida por el sujeto y, por eso, Kant se refiere a ella también como el noúmeno, lo
incognoscible. Lo que el hombre conoce mediante la sensibilidad, el objeto de conocimiento
sensible, las intuiciones empíricas, no son nunca la realidad, sino el aparecer de la misma, el
fenómeno sensible; no son nunca el objeto “en sí”, sino el objeto “para mí”.
De todas formas, aunque la realidad, la cosa en sí, es incognoscible, sin ella no habría
conocimiento (por eso el idealismo de Kant recibe el nombre de idealismo trascendental), ya
que la realidad proporciona la materia del conocimiento y sin esa materia las formas “a priori”
de la sensibilidad no tendría sobre qué ejercitarse. Sin el objeto en sí no podría haber
conocimiento, puesto que las formas “a priori” tienen siempre que volcarse sobre algo para
poder producir conocimiento. Pero el objeto en sí es totalmente incognoscible. Únicamente,
cuando la cosa en sí se provee de las formas “a priori” de la sensibilidad, de las intuiciones
puras, que no le pertenecen, pero que el sujeto cognoscente proyecta sobre ella, se convierte
en fenómeno sensible.
El espacio y el tiempo como formas a priori. Las formas a priori de la sensibilidad, o
intuiciones puras, son el espacio y el tiempo. El espacio es, en concreto, la forma “a priori” de
la sensibilidad externa y el tiempo de la sensibilidad interna. El espacio y el tiempo no son,
pues, para Kant, propiedades del Universo, sino sólo nuestro modo de percibirlo. Las cosas no
están en un espacio ni los acontecimientos suceden en un tiempo; si percibimos las cosas en un
espacio y los acontecimientos en un tiempo es porque nuestro modo de conocerlas las ha
dotado de esas dimensiones.
Los motivos que le llevan a Kant a colocar en el espacio y en el tiempo lo que el sujeto
proyecta sobre las cosas para hacerlas cognoscibles tienen mucho que ver con la problemática
que esos conceptos plantean en la época, pero quizá pueda ayudar a entenderlo el hecho de
que el espacio y el tiempo no sean objeto de ninguna percepción específica, puesto que no
existen por sí mismos y sólo se puede hablar de ellos en relación con los objetos. Si no existiera
ningún objeto en el Universo no se podría hablar de espacio, puesto que no existirían
distancias, ni direcciones, ni medidas…, y si no existiera en el mundo ningún movimiento
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tampoco se podría hablar de un antes y un después, es decir, de un tiempo. Y es el hombre el
que establece las distancias, las direcciones, las medidas, el antes y el después.
El espacio y el tiempo son, pues, intuiciones puras, producto de la sensibilidad (y no
conceptos puros, que son producto del entendimiento). En ellas no se encuentra nada
perteneciente a la sensación, no hay ningún contenido material concreto, y son simplemente el
modo de percibir del ser humano. Su función es la de ordenar el caos de sensaciones, la
diversidad fenoménica que envía la realidad, y que recibe la sensibilidad, y organizarla en cierta
forma o estructura que no es sensación, sino intuición empírica.
El espacio y el tiempo como formas trascendentales. Ahora bien, según Kant, a pesar de que
lo que el hombre conoce procede, en parte, de lo que él mismo pone a la hora de conocer, el
conocimiento sensible no es subjetivo, no depende de cada persona, ya que el espacio y el
tiempo, en cuanto formas de la sensibilidad son trascendentales, es decir, son iguales y
comunes para todos los hombres (es necesario no confundir el subjetivismo
individualista/relativista con este idealismo trascendental).
Y lo que demuestra que el espacio y el tiempo son comunes a todos los hombres es que las
matemáticas, que son posibles como ciencia porque se basan en las formas “a priori” de la
sensibilidad, es decir, en el espacio y en el tiempo, tienen la misma validez en todas las culturas
y son igualmente válidas para todos los hombres.
¿No se cae de esta manera en un círculo vicioso? A primera vista parece que sí, puesto que
Kant a la pregunta de cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemáticas
contesta diciendo que el motivo se encuentra en que se fundan en las formas a priori de la
sensibilidad, que son el espacio y el tiempo, y, luego, a la pregunta de cómo sabemos que el
espacio y el tiempo son trascendentales responde diciendo que porque las matemáticas son
posibles como ciencia. Sin embargo, no existe tal círculo vicioso, ya que Kant no trata en
ningún momento de demostrar que las matemáticas son una ciencia (esto es para él el punto
de partida, el Faktum de la razón pura), sino simplemente cómo son posibles sus juicios. La
existencia, pues, de la matemáticas como ciencia de valor universal prueba que el espacio y el
tiempo, formas a priori en las que se funda su elaboración, son también universales, o lo que es
lo mismo, trascendentales, comunes a todos los hombres.
La Analítica trascendental.
En la segunda parte de la Crítica de la Razón Pura, Kant va a explicar cómo son posibles los
juicios a priori en la Física, para poder establecer de esta forma por qué la Física es
auténticamente una ciencia.
Física y entendimiento. Kant trata de contestar en la Analítica trascendental a la pregunta de
cómo son posibles los juicios a priori en la Física, porque la Analítica es la parte de la lógica que
se ocupa del estudio del entendimiento y la Física es posible como ciencia porque se funda en
los elementos a priori del entendimiento.
Los juicios son posibles porque el entendimiento, al realizarlas, pone en juego unos
elementos aprióricos, que estructuran los fenómenos sensibles, y estos mismos elementos
son los que hacen posibles también los juicios en la Física. Las condiciones que hacen posible el
conocimiento intelectual son, también, las posibilidades de la ciencia de la Física y, por eso, los
juicios de esta ciencia son al mismo tiempo sintéticos y “a prióricos”.
El conocimiento intelectual. El entendimiento es la facultad según la cual se piensa la
experiencia. El entendimiento es, pues, la facultad de conocer mediante conceptos, la facultad
que nos permite pensar la realidad. “Como no hay otro modo de conocer, fuera de la intuición,
que el conceptual, resulta que el conocimiento de todo entendimiento – o, al menos, el
entendimiento humano –, es un conocimiento conceptual, discursivo, no intuitivo”.
Ya no se trata de intuir objetos presentes, sino de representarnos conceptualmente una
realidad que puede no ser el contenido actual de nuestra sensibilidad. El concepto, por ejemplo
de “mesa” unifica y engloba una multitud de objetos diversos (todas las mesas que podemos
percibir) y supone una unificación, una síntesis de objetos conocidos por la experiencia.
Si la sensibilidad proporciona intuiciones empíricas, el entendimiento proporciona
conceptos empíricos. Los conceptos empíricos poseen un contenido material, las intuiciones
empíricas, y un elemento formal que procede del sujeto cognoscente. El elemento formal del
entendimiento son las categorías. Las categorías son los modos mediante los cuales el hombre
piensa el mundo, y no están sacadas de la experiencia, sino que son anteriores a ella. Por eso
llama a las categorías conceptos puros a priori del entendimiento.
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Las intuiciones sensibles no pueden ser pensadas sin las categorías, sin los conceptos puros
del entendimiento. El dato sensible necesita de las categorías para poder convertirse en objeto
de conocimiento científico. Éste es el motivo por el que Kant afirma que “los conceptos sin
contenidos son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas”.
La función del entendimiento consiste, pues, en unir o sintetizar lo diverso de la sensibilidad
bajo unidades categoriales o conceptos puros. “Pero la espontaneidad de nuestro pensar exige
que esa multiplicidad sea primeramente recorrida, asumida y unida a una forma determinada, a
fin de hacer de ella un conocimiento. Este acto lo llamo síntesis”.
El encuentro del dato bruto con la conciencia unificadora, daba, como primer producto, una
unidad concreta de materia y forma, el fenómeno. En el grado siguiente de unificación, el
fenómeno, a su vez, desempeña el papel de materia, pero no de pura materia, ya que posee su
forma propia. Por eso, la unificación de los fenómenos será, en sentido estricto, una unión de
elementos definidos. Las síntesis “a priori” que realiza el entendimiento sólo alcanzan
indirectamente el dato particular y variable.
Para poder entender el papel que Kant asigna a las intuiciones empíricas y a los conceptos
puros se puede analizar lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de la causalidad. Hume había
negado la existencia de la causalidad por carecer de experiencia sensible de la misma. Para
Hume, cuando establecemos una relación de causalidad, la experiencia nos habla
exclusivamente de dos fenómenos contiguos en el espacio y que se suceden en el tiempo, por
lo que entre ellos no hay ninguna relación necesaria; la causalidad es, pues, solamente la
creencia de que siempre que ocurra el primero de los hechos se va a producir también el
segundo, pero no hay ninguna necesidad de que suceda así. Kant coincide con Hume en que la
causalidad no procede de la experiencia, pero afirma que la causalidad es puesta por nuestro
modo de pensar la experiencia y no por ello es menos objetiva, menos real. Lo que ocurre es
que la conexión causal no se encuentra en los fenómenos mismos, sino en nuestro modo de
pensarlos; es un concepto puro, una categoría. Por eso es objetiva, ya que si no lo fuera, la
Física, que es una ciencia, no lo sería.
Kant deduce las categorías “a priori”, los conceptos puros del entendimiento, de la tabla de
juicios que había establecido Aristóteles, ya que hay tantas como modos posibles de establecer
juicios. “De esta forma, surgen precisamente tantos conceptos puros referidos a priori a
objetivos de la intuición en general como funciones lógicas surgían… en todos los juicios
posibles”.
Carácter trascendental de las categorías. Ahora bien, según Kant, a pesar de que lo que
conocemos mediante conceptos procede, en parte, de lo que nosotros ponemos a la hora de
conocer, el conocimiento intelectual no es subjetivo, no depende de cada persona, ya que las
categorías del entendimiento son trascendentales, es decir, son iguales y comunes para todos
los hombres. Y lo que demuestra que las categorías o conceptos puros son comunes a todos los
hombres es que la Física es posible como ciencia porque se basa en ellas, y la Física tiene la
misma validez en todas las culturas, es igualmente válida para todos los hombres.
Tampoco ahora se cae en un círculo vicioso, aunque a primera vista parezca que sí, puesto
que Kant, a la pregunta de cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la Física,
responde diciendo que el motivo radica en que se fundan en las categorías del entendimiento,
y, luego, a la pregunta de cómo sabemos que las categorías son trascendentales responde
diciendo que la razón se encuentra en que la Física es posible como ciencia. No existe, pues,
círculo vicioso alguno, ya que Kant no trata en ningún momento de demostrar que la Física sea
una ciencia (esto es para él el punto de partida, “el hecho de la razón pura”,) sino simplemente
cómo son posibles sus juicios. La existencia, pues, de la Física como ciencia de valor universal
prueba que las categorías del entendimiento, que son su condición de posibilidad, son también
universales, o lo que es lo mismo, trascendentales, comunes a todos los hombres.
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Clasificaciones
Por la cantidad
Por la cualidad
Por la relación
Por la modalidad
Tipos de juicio
Universales
Particulares
Singulares
Afirmativos
Negativos
Indefinidos
Categóricos
Hipotéticos
Disyuntivos
Problemáticos
Asertóricos
Apodícticos
Estructura lógica
Todo A es B
Algún A es B
Un solo A es B
A es B
A no es B
A es no – B
A es B
Si C es D, A es B
A es B o C
A es posiblemente B
A es realmente B
A es necesariamente B
Categoría
Unidad
Pluralidad
Totalidad
Realidad
Negación
Limitación
Sustancia/accidente
Causa/efecto
Acción recíproca
Posibilidad
Existencia
Necesidad
La dialéctica trascendental.
En la última parte de la Crítica de la Razón Pura, Kant va a variar el sentido de la pregunta
que se hacía en las partes anteriores, y esa variación va a señalar ya la orientación de su
respuesta. Ya no se va a preguntar cómo son posibles los juicios a priori en la metafísica, para
poder establecer de esta manera que la metafísica es una ciencia auténtica, sino si son posibles
los juicios a priori en la metafísica o, lo que es lo mismo, si la metafísica es una ciencia.
Y la respuesta a esta pregunta es, según Kant, negativa. En efecto, siguiendo a Wolff, divide
la metafísica en tres disciplinas fundamentales: la Psicología, que estudia el yo del individuo
como sujeto de conocimiento, la Cosmología, que estudia la realidad en su globalidad, el
mundo, y la Teología natural, que se ocupa de la existencia y naturaleza de Dios.
Consecuentemente, la metafísica trata de conocer al yo, el mundo y Dios, y ninguno de estos
tres objetos forma parte del mundo sensible, del fenómeno y, ya ha dejado establecido que no
hay ciencia más allá del fenómeno.
Por otra parte, la metafísica pretende un conocimiento de estos objetos “en sí mismos”, al
margen de cualquier relación con el sujeto cognoscente. Pretende un conocimiento no de
fenómenos, no de objetos de conocimiento, de objetos “para mí”, sometidos al espacio y al
tiempo o a las categorías, sino de objetos “en sí”, con lo cual peca contra la definición misma
de conocimiento científico. No puede haber conocimiento del noúmeno.
Todo conocimiento se constituye como confluencia de dos grupos de elementos: los formales
y los materiales o de contenido. Los elementos formales de la sensibilidad (las formas a priori) y
los elementos formales del entendimiento (las categorías) necesitan organizar un material
proporcionado por la experiencia sensible. Como el yo, el mundo y Dios no son objetos
sensibles y, como además, la metafísica pretende un conocimiento de los mismos al margen del
sujeto que conoce, es imposible un conocimiento científico de los mismos.
Por eso Kant se plantea si la metafísica es una ciencia en la “Dialéctica trascendental”, ya que
toma el término “dialéctica” en sentido clásico, como arte de la discusión que sirve para
convencer al contrario, pero no para conocer la verdad.
Las ideas de la razón. Kant denomina al yo, al mundo y a Dios, ideas de la razón y también
ideas trascendentales, y afirma (por los motivos señalados) que no es posible un
conocimiento científico de las mismas. Esto explica que, a lo largo de la historia, los filósofos, al
pretender hacer de la metafísica una ciencia, hayan caído en contradicciones y trampas lógicas
continuas.
La Psicología ha incurrido en paralogismos, la Cosmología en antinomias y la Teología
natural ha utilizado argumentaciones lógicamente incorrectas para afirmar la existencia
de Dios, que no se puede demostrar con argumentos que se apoyen en la experiencia y
tampoco con argumentos que partan del pensamiento.
Ahora bien, si la metafísica no se puede elaborar racionalmente, si no puede ser una ciencia,
¿cómo es posible que los hombres lo hayan intentado a lo largo de tantos siglos?
El motivo se encuentra, según Kant, en que la razón es una facultad sintetizante, una
facultad que tiende a unir y que, aunque sólo funciona legítimamente cuando recae sobre el
material dado por la experiencia, como es incansable en su afán de sintetizar, se sale de los
límites de la experiencia y llega a esas síntesis o uniones totales que son los objetos de la
metafísica. En efecto, la idea del yo no es sino la síntesis de todas nuestras vivencias, lo mismo
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que la idea de mundo es la síntesis de todo cuanto existe y la idea de Dios la síntesis
suprema.
Crítica de la Razón práctica: la moral.
La razón pura en su uso teórico no puede decir nada acerca del yo, del mundo ni de Dios, y,
por lo mismo, es incapaz de orientar al hombre en el problema de qué es él mismo, y de qué es
lo que debe hacer en la vida, problemas fundamentales desde que la Filosofía nace en Grecia, y
que también Kant considera como los problemas más importantes del ser humano.
En opinión de Kant, hay tres preguntas que acucian al ser humano: qué puedo saber, qué
debo hacer y qué me cabe esperar, preguntas que se pueden resumir en una única: qué es el
hombre. Cuando se plantea a cuál de estas preguntas ha dado respuesta en la Crítica de la
Razón Pura dice: “la primera pregunta es puramente especulativa y hemos logrado (así lo
espero) agotar todas las respuestas posibles y, por fin, aquélla con la cual la razón tiene que
darse ciertamente por satisfecha y, si no se fija en lo práctico, tiene motivos para estar
contenta; pero estamos lejos de los otros dos grandes fines hacia los que se enderezaba
propiamente todo el esfuerzo de la razón pura”.
La razón pura en su uso teórico le puede decir al hombre lo que puede saber, pero no cómo
debe vivir, ni tampoco si puede o no esperar otra vida después de ésta, aunque sean los otros
dos grandes fines hacia los que se endereza propiamente todo el esfuerzo de la razón humana.
¿Significa esto que estas dos preguntas (más importantes para el hombre que la de qué puedo
saber) no tienen solución?
Desde la razón en su uso teórico, no. Pero hay otro uso de la razón: el uso práctico. No se
trata de dos razones distintas, sino de dos usos diferentes de la misma razón, que es teórica o
especulativa cuando se ocupa del conocimiento y es práctica cuando se ocupa de regular la
conducta. Y es la razón práctica, la razón en su uso práctico, la encargada de contestar a las
preguntas de qué debo hacer y qué me cabe esperar.
El hecho de la razón práctica. Si en la Crítica de la Razón Pura se preguntaba Kant por cuáles
eran las condiciones que hacían posible el conocimiento, partiendo del hecho de que había
conocimiento, en la Crítica de la Razón práctica se va a preguntar cuáles son las condiciones
que hacen posible el deber, partiendo del hecho de que hay deber.
Y si en la Crítica de la Razón Pura Kant partía de lo que llamaba el hecho de la razón pura, la
ciencia físico-matemática de Newton (cuya validez era para él indiscutible) en la Crítica de la
Razón práctica parte también de un hecho, el hecho de la razón práctica, que es la existencia
de una ley moral universal, expresión de la razón humana (que para Kant es también
indiscutible) y que va a tratar de analizar en su naturaleza íntima.
El imperativo categórico. La ley moral posee, según Kant, carácter de imperativo
categórico. Existen dos tipos posibles de imperativos: los hipotéticos, que son mandatos que
obligan, pero sólo a aquellos que quieren conseguir el fin que en ellos se proponen, como, por
ejemplo: “se debe trabajar y ahorrar en la juventud, para no sufrir miseria en la vejez” , y los
categóricos, que son mandatos incondicionados que obligan a la voluntad, es decir, a toda
voluntad.
Pues bien, la ley moral sólo puede tener carácter de imperativo categórico, ya que sólo
los mandatos de este tipo afectan y obligan a todos los hombres, puesto que los imperativos
hipotéticos, o cualesquiera otro tipo de mandatos, poseen o bien un valor subjetivo o bien
condicionado. Y por su carácter de imperativo categórico, la ley moral sólo puede provenir de la
razón, ya que si no fuera así sus mandatos serían hipotéticos y sólo obligarían a quienes
quisieran alcanzar los fines que en ellos se propusieran. Además, tiene que ser “apriórica”,
puesto que sólo lo que es “a priori” es universal y necesario. En relación con ella, toda voluntad
se encuentra en una relación de dependencia que encierra una obligación o deber.
Una moral formal. No se trata, pues, de que la razón descubra un “deber” que sea necesario
realizar para conseguir el perfeccionamiento de la naturaleza humana, o una convivencia
pacífica, o la felicidad, o cualquier otro objetivo. El deber proviene de la razón, y obrar
moralmente consiste en cumplir la ley por respeto a la ley misma, en cumplir el deber porque
es deber.
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La bondad o malicia de las acciones depende de la intención de la voluntad al actuar. Si el
hombre al actuar posee una motivación distinta de la del puro cumplimiento del deber su
actuación no será moralmente buena, por no ser racional, y eso aunque cumpla la ley. Las
motivaciones no racionales corroen el orden moral haciendo brotar imperativos hipotéticos
donde habrían de darse imperativos categóricos.
Consecuentemente, la moral de Kant es una moral formal en la que lo importante no es
tanto “lo que” se hace, el contenido, sino la intención, la forma, el cómo se actúa.
Ese mismo carácter formal se aprecia al analizar lo que Kant dice de los imperativos
categóricos. No pueden poseer un contenido concreto, por ejemplo, “no matarás” (siempre
puede encontrar alguien razones para hacerlo: defensa propia, eutanasia…, con lo cual habría
casos en los que carecerían de validez), y afirman sólo la mera forma del deber, respetando la
absoluta autonomía de la voluntad. Son imperativos meramente formales. El ejemplo más claro
del carácter formal de los imperativos kantianos lo tenemos en el que señala como el más
importante: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo
tiempo como principio de legislación universal”. En este imperativo no se dice qué (contenido)
es lo que hay que hacer o lo que hay que evitar, simplemente se señala cómo (forma) hay que
actuar.
Características de la ley moral. Las dos características fundamentales de una ética así
entendida son la autonomía y la universalidad. En una ética en la que el hombre sólo obra
bien cuando cumple los mandatos de su razón, porque provienen de su razón, en la que obrar
moralmente consiste en que la voluntad se someta a la razón, el hombre es totalmente
autónomo (se obedece a sí mismo al cumplir la ley) y es, posiblemente, la única compatible con
la dignidad humana. Por otra parte, al provenir de la razón y ser la razón patrimonio de todos
los seres humanos, la ética kantiana es una ética universal.
Que estas dos son las características fundamentales de la ética kantiana se puede apreciar
asimismo en sus imperativos morales más importantes: “Obra de tal modo que la máxima de tu
voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de legislación universal” y “obra
de tal manera que trates siempre a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los
demás, como fin y nunca como mero medio”.
En su obra, Kant analiza, a la luz del imperativo categórico, algunas situaciones concretas
cuyo conocimiento puede servirnos para entenderlos con mayor rigor. Una de ellas tiene
relación con el suicidio. Supongamos, dice Kant, “un hombre que, tras una sucesión de males
que se han convertido en desesperanza, siente fastidio hacia la vida; está aún en posesión de
su razón mientras puede aún preguntarse si no será un deber para consigo mismo quitarse la
vida. ¿De qué dependerá que quitarse la vida sea o no un deber? Tiene que probar si la
máxima de su acción puede llegar a ser una ley general de la naturaleza. Su máxima es:
convierto en principio acortarme la vida por amor a mí mismo cuando ésta, con su mayor
duración, amenaza más males que promete aceptabilidad. La pregunta que aún queda por ser
formulada es si ese principio del amor propio puede llegar a ser una ley general de la
naturaleza”. Y como consecuencia de esta pregunta, la respuesta de Kant al problema es clara:
“Una naturaleza cuya ley fuese destruir la vida por medio del sentimiento, cuya finalidad es
proporcionarle su impulso, se contradiría a sí misma y no podría prevalecer como naturaleza;
por tanto, sería imposible que esa máxima pudiera tener lugar como ley general de la
naturaleza y por consiguiente se opone por completo al principio máximo del deber”.
Los postulados de la razón práctica. Una vez que Kant ha contestado a la pregunta de qué es
lo que el hombre debe hacer, se enfrenta con la última de las cuestiones que, en su opinión,
eran las que preocupaban a todo ser humano: qué es lo que me cabe esperar. Y lo hace
analizando el hecho moral cuya naturaleza acabamos de describir. Nos encontramos, pues,
dentro del uso práctico de la razón, y éste es el motivo de que Kant vaya a hablar de
postulados y no de argumentos. Los argumentos pertenecen al uso teórico de la razón, al
ámbito de la ciencia.
Los postulados son (para Kant) las condiciones indispensables para la existencia de un hecho;
los postulados de la razón práctica son, en concreto, las condiciones indispensables para la
existencia de esa ley moral universal, expresión de la razón humana, cuya existencia es, como
ya hemos dicho, un hecho, “el hecho de la razón práctica”.
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La libertad (implicada en la idea trascendental del mundo como totalidad). La existencia
del orden moral exige, en primer lugar, la libertad. El “deber” por parte del ser humano
supone “el poder”. Si el hombre no tuviera un dominio sobre sus actos, si no pudiera
determinar su comportamiento desde su voluntad, no tendría sentido que existiera una
norma que se le impusiera como deber desde su razón.
La inmortalidad. Un deber que no se pueda realizar carece de sentido, es una
contradicción. Todo deber exige el poder ser realizado. Sin embargo, esto es imposible en
esta vida. La pureza de intención que supone el cumplimiento del deber por el puro
respeto a su carácter de deber es algo que el hombre no puede realizar plenamente por
mucho que se lo proponga. Para que el deber tenga sentido es, pues, necesario que
exista otra vida donde se alcance esa perfección y donde el hombre realice el deber sólo
por ser deber. La perfecta moralidad exige, también, la inmortalidad.
Dios. El deber y la felicidad no pueden ser como dos líneas paralelas que nunca se
encuentren, no tendría sentido que una vida virtuosa se quedara sin recompensa; sin
embargo, de hecho, el cumplimiento del deber no está armonizado con la felicidad, “en la
ley moral no hay el menor fundamento para una conexión necesaria entre la moralidad y
la felicidad”. Tiene que existir, por lo mismo, un ser que garantice que el cumplimiento
del deber va a hacer al hombre feliz, y este ser, sin el cual el deber no tendría sentido, es
Dios.
Dios, la inmortalidad y la libertad aparecen, pues, en la Filosofía de Kant, como exigencias
del orden moral, como “postulados” sin los que el orden moral, que existe, que es un hecho,
carecería por completo de sentido. Las preguntas que según Kant preocupaban al hombre, y
no quedaban contestadas en la Crítica de la Razón Pura, lo son en la Crítica de la razón
práctica: ¿Qué debo hacer?. Cumplir con el deber que me impone la razón, por respeto al
deber mismo; “¿qué me cabe esperar?”: que mi alma no morirá y que después de esta vida
será feliz en el cumplimiento perfecto del deber, felicidad que queda garantizada por Dios.
La sociedad
La paz perpetua. A lo largo de toda su vida Kant publicó diversos ensayos en los que
expuso sus reflexiones sobre la sociedad y en los que siempre mantuvo una tónica realista,
sin hacerse demasiadas ilusiones sobre la condición humana. Pero, posiblemente, la
aportación más destacada de Kant en este campo sea la que recoge en un folleto que
aparece en 1795 y que lleva el nombre de “La paz perpetua”.
Kant defiende que si la paz puede llegar algún día a los hombres será a partir del derecho y
de organismos internacionales creados a tal efecto y no a partir de la reforma de los
corazones o por una especial intervención divina. Su pacifismo no es, pues, un pacifismo
religioso o moral, sino jurídico e institucional, y se puede concretar en tres afirmaciones
fundamentales:
Puesto que la situación internacional normal es la de guerra entre Estados, es necesario
crear alguna clase de autoridad que disponga del uso de la violencia legítima en la
esfera internacional. Existe una necesidad ineludible de plantear soluciones
internacionales para evitar el desorden interestatal, aunque a esta convicción, piensa
Kant, no se llegará sino después de haber vertido mucha sangre.
Además, a través de un proceso federativo, es necesario llegar a una unión universal de
países, a un cuerpo político multinacional (civitas gentium), para que cualquier conflicto
se convierta en algo que afecte a la humanidad entera y que, por lo mismo, todos los
hombres estén empeñados en eliminar. En opinión de Kant, esta ciudadanía mundial
tiene su base en la misma naturaleza humana, que apunta hacia ella.
Y, por último, es preciso que todos los países se doten de instituciones “republicanas”
(Kant se refiere a los Estados de derecho demoliberales y representativos), puesto que
solamente en estos sistemas, al estar en manos de los ciudadanos la toma de
decisiones, y ser éstos los que sufren las consecuencias de las guerras, existe la
posibilidad que adopten una posición negativa ante las mismas.
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