Origen y legitimidad del poder político: El Estado

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Democracia y ciudadanía
Origen y legitimidad del poder político: El Estado
1.
Los Grupos Sociales: Comunidad, Asociación. Nación, Estado _____________ 2
1.1. Comunidades y asociaciones. ____________________________________________ 3
1.2. Pertenencia y participación. _____________________________________________ 4
1.3. La Nación y el Estado __________________________________________________ 5
2.
El Estado y sus rasgos Distintivos_____________________________________ 9
2.1. Política y Legitimidad _________________________________________________ 10
2.2. Legitimidad y Legalidad. De Derecho y de Hecho (de Facto) _________________ 13
2.3. Rasgos Distintivos del Estado___________________________________________ 14
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Democracia y ciudadanía
Origen y legitimidad del poder político: El Estado
1.
Los Grupos Sociales: Comunidad, Asociación. Nación, Estado
¿Qué es un grupo social? ¿Cuándo podemos decir que varias personas,
cualquiera que sea su número o la extensión del espacio (y tiempo) en que habitan,
logran formar un grupo y sentirse partes de él?
Lee atentamente este texto fijándote bien en los distintos elementos que
constituyen el grupo social:
“El primer paisaje que vemos de los hombres es el rostro y rastro de
otros seres como nosotros: la sonrisa materna, la curiosidad de gente que se
nos parece y se afana cerca de nosotros, las paredes de una habitación
(modesta o suntuosa, pero siempre fabricada, o al menos arreglada, por manos
humanas), el fuego encendido para calentarnos y protegernos, instrumentos,
adornos, máquinas, quizá obras de arte, en resumen: los demás y sus cosas.
Llegar al mundo es llegar a nuestro mundo, al mundo de los humanos. Estar en
el mundo es estar entre humanos, vivir — para lo bueno y para lo menos bueno,
para lo malo también— en sociedad.
Pero esa sociedad que nos rodea y empapa, que nos irá también dando
forma (que formará los hábitos de nuestra mente y las destrezas o rutinas de
nuestro cuerpo) no sólo se compone de personas, objetos y edificios. Es una red
de lazos más sutiles o, si prefieres, más espirituales: está compuesta de lenguaje
(el elementos humanizador por excelencia), de memoria compartida, de
costumbres, de leyes. . . Hay obligaciones y fiestas, prohibiciones, premios y
castigos. Algunos comportamientos son tabú y otros merecen general aplauso.
La sociedad guarda por tanto información, mucha información. Nuestros
cerebros humanos, puestos en marcha por el lenguaje, empiezan a tragar desde
pequeñitos toda la información que pueden, digiriéndola y almacenándola.
Vivir en sociedad es recibir constantemente noticias, órdenes, sugerencias,
chistes, súplicas, tentaciones, insultos. . . y declaraciones de amor.”
(FERNANDO SAVATER, Política para Amador).
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Democracia y ciudadanía
La sociedad no es, sencillamente, una coexistencia física de individuos (y de
productos humanos), sino algo mucho más complejo. Lo que caracteriza a la sociedad
humana son precisamente esos lazos “sutiles o espirituales” de los que nos habla
Savater. Los sociólogos denominan “relaciones sociales” a los lazos espirituales con
los que interactúan continuamente las personas físicas que habitan un espacio común.
La sociedad humana es relación, interacción y, por tanto, comunicación.
En sociología se dice que existe un grupo social (o una sociedad) siempre que
entre un conjunto de personas se establezcan relaciones sociales. Y se dice que hay una
relación social cuando la conducta o la disposición de cada uno se ve afectada por el
hecho de ser conscientes de la presencia de los demás. Un grupo de personas que
viajan juntas en un autobús, constituyen temporalmente un grupo social. Sus relaciones
no pasan de ser meramente accidentales, pero su comportamiento ya se ve parcialmente
afectado desde el momento en que, al subir o bajar del autobús, por ejemplo, tienen
cuidado de no tropezar con los tobillos de otros pasajeros.
Normalmente hablamos de grupos sociales cuando no tienen una duración tan
corta como un viaje en autobús. Los grupos de los que decimos que somos miembros
tienen relaciones estables y regulares; en ellos ocupamos una determinada posición o
rol, que nos fija unas obligaciones específicas hacia los demás. Por eso, es más exacto
hablar de grupo social cuando sus relaciones se han convertido en reglas de
comportamiento, es decir, en pautas de conducta que rigen las distintas actividades de
sus miembros.
1.1. Comunidades y asociaciones.
Los sociólogos distinguen dos clases fundamentales de sociedades o grupos: la
comunidad y la asociación.
Una comunidad —por ejemplo, una familia, una aldea, una nación— no posee
un conjunto específico de propósitos. Las personas que forman una comunidad no
limitan sus relaciones a una sola clase (por ejemplo, relaciones sólo afectivas, o sólo
económicas, o sólo religiosas, etc.), sino que mantienen entre ellos un sin fin de lazos.
Este carácter abierto del grupo comunitario a toda clase de relaciones sociales hace
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Democracia y ciudadanía
posible que los miembros de la comunidad puedan perseguir todo tipo de objetivos
comunes.
Además, las comunidades no suelen estar organizadas de forma deliberada por
sus miembros. Esta segunda característica de las comunidades se deriva de la anterior.
En efecto, si los grupos comunitarios no persiguen fines concretos, tampoco necesitan
organizarse deliberadamente para conseguirlos. Por supuesto que todo grupo humano
tiene algún grado de organización, pero en el caso de las comunidades ésta viene dada
por la tradición y la costumbre, no por el cálculo racional de las personas. Esto no
impide, sin embargo, que en algunos casos las comunidades alcancen un alto grado de
organización racional (piensa, por ejemplo, en una comunidad religiosa o en un kibbutz
israelí).
Al contrario que una comunidad, una asociación es un grupo de personas
organizado para la consecución de un objetivo común determinado, o de un número
limitado de objetivos comunes. Un club deportivo, una sociedad protectora de animales
o un banco son asociaciones. En todos ellos se dan las dos características de una
asociación: en primer lugar, la existencia de un objetivo común específico (o un
conjunto de objetivos comunes) y, en segundo lugar, una organización deliberadamente
planeada (estatutaria) para alcanzarlo. Este último rasgo de voluntariedad que las
asociaciones tienen tanto en su origen como en su organización es lo que las distingue
fundamentalmente de las comunidades.
1.2. Pertenencia y participación.
La diferencia entre comunidades y asociaciones se nos revela con toda claridad
cuando consideramos el distinto modo en que nos sentimos miembros de unas y de
otras.
Lee a continuación este texto y trata de identificar los rasgos básicos de cada
una de estas formas de estar en un grupo:
“Los individuos tenemos dos maneras de formar parte de los grupos
sociales, que suelen darse por separado pero a veces se dan juntas. Podemos
pertenecer al grupo y podemos participar en él. La pertenencia al grupo se
caracteriza por una entrega del individuo incondicional (o casi) a la
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Democracia y ciudadanía
colectividad, identificándose con sus valores sin cuestionarlos, aceptando que se
le defina por tal adhesión: en una palabra, formando parte irremediablemente,
para bien o para mal, de ese conjunto. Casi todos nosotros solemos “pertencer”
a nuestras familias y sentirnos parte obligada de ellas sin demasiado juicio
crítico, porque nos lo imponen las leyes del parentesco y los sentimientos
espontáneos de proximidad; pero también a veces “pertenecemos” así a un club
de fútbol, por ejemplo, y lo de menos es que el equipo vaya ganando o perdiendo
la liga: son los “nuestros” y basta... estamos dispuestos a justificar hasta el más
injusto de los penaltis que pueda beneficiarles. La participación, en cambio, es
algo mucho más deliberado y voluntario: el individuo participa en un grupo
porque quiere y mientras quiere, no se siente obligado a la lealtad y conserva la
suficiente distancia crítica como para decidir si le conviene o no seguir en ese
colectivo. Así es corriente que “participemos” en un club filatélico mientras nos
interese la filatelia o que vayamos a una determinada academia a aprender
inglés en tanto no nos convenzamos de que lo enseñan deficientemente y que las
hay mejores. En la pertenencia a un grupo lo que cuenta es ser del grupo,
sentirse arropado e identificado con él; en la participación lo importante son los
objetivos que pretendemos lograr por medio de la incorporación al grupo: si no
los conseguimos, lo dejamos.”
(F. SAVATER, Política para Amador).
Luego de la lectura de textos de Savater podemos concluir lo siguiente:
-
Se pertenece a una Comunidad
-
Se participa en una Asociación
1.3. La Nación y el Estado
¿En qué consiste la sociedad actual y qué tipo de relaciones o vínculos existen
entre las personas que viven en ella?
Pues bien, en el mundo moderno, la población mundial está repartida en
grandes grupos sociales llamados estados nacionales. Un Estado nacional es un grupo
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Democracia y ciudadanía
social integrado por una comunidad (la nación) y organizado como una asociación (el
Estado).
Pertenencia
Comunidad
Nación
Constitución
Grupo Social
Participación
Asociación
Estado
Para que una comunidad, una nación, que no es una entidad jurídica, es decir que
no está organizada por un sistema de leyes y, en consecuencia, amparada por ellas,
pueda organizarse como una asociación, necesita un acto constitucional (estatutario) por
el que todos los integrantes de la comunidad nacional acuerden de forma explícita y
manifiesta su intención de organizarse como un Estado y dejen igualmente explícito y
manifiesto los fines que persiguen en tanto que asociación, cuales van a ser sus
estructuras organizativas y sus órganos de gobierno. Es decir, una nación necesita
constituirse como estado.
Como tal, en la medida en que ese acto asociativo es explícito y manifiesto a
través de lo que normalmente se denomina Constitución, el Estado sí es una entidad
jurídica, que desde el orden político moderno en el que el mundo, especialmente
Occidente, pero paulatinamente prácticamente el mundo entero, se organizó mediante la
entidad legal del Estado Nacional, forma parte de la ley internacional y de la idea del
Estado de Derecho.
Por eso decimos que España, por ejemplo, es un Estado nacional: una nación
organizada políticamente. En nuestra Constitución de 1978, después del Preámbulo de
intenciones, se levanta acta de la fundación del Estado por parte de la Nación española:
Art. 1.1. España se constituye en un Estado social y democrático de
Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la
libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
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Democracia y ciudadanía
Con esta definición no estamos diciendo que la sociedad se reduzca a una
organización política. Dentro de cada estado nacional existen multitud de asociaciones
—municipios, fábricas, sindicatos, universidades—, algunas de las cuales pueden tener
carácter internacional —como es el caso de las ONGs o las iglesias—; todas ellas están
organizadas deliberadamente para la consecución de fines distintos a los del Estado. A
su vez, las comunidades que actúan dentro del Estado nacional —las familias, las
comunidades religiosas o los barrios— pueden llegar a tener también un alto grado de
organización voluntaria y racional. Con la definición que proponemos, se trata de
destacar el hecho de que toda esa multitud de asociaciones y comunidades (que
conforman a su vez la llamada “sociedad civil”) está sujeta a una organización superior,
el Estado nacional, cuyas normas se imponen obligatoriamente a todo grupo social que
actúe dentro de sus límites territoriales.
El Estado nacional es una comunidad organizada como una asociación. Por un
lado, la nación es una comunidad, es decir, un grupo de personas abierto a toda clase de
relaciones sociales, que alienta sentimientos de pertenencia, y que, por tanto, no se
limita a un conjunto de fines determinados. Los miembros de una nación no se sirven de
ella para ningún propósito concreto, sino que consideran su pertenencia al grupo
nacional como un fin en sí mismo, algo que despierta en ellos sentimientos de lealtad e
identificación.
Por su parte, el Estado es una asociación, es decir, un grupo de personas
organizado deliberadamente para la consecución de un conjunto concreto de objetivos
comunes. Cuando ese grupo de personas formaba ya una comunidad preexistente, surge
el Estado nacional, pues en ese momento la nación se organiza como una “empresa”
destinada a lograr unos objetivos concretos. La organización y los objetivos comunes
son, por tanto, los elementos que añade el Estado a la convivencia del grupo nacional.
El Estado puede ser nacional o plurinacional. Hemos supuesto antes, en la
definición de una sociedad moderna, la existencia de una sola nación organizada
políticamente, pero no hay inconveniente en que sean varias las naciones regidas por un
único Estado, siempre que todas ellas acepten voluntariamente participar en una
empresa común. En este caso, es decir, cuando el Estado abarca más de una nación, se
manifiesta con más crudeza la diferencia que existe entre pertenecer a una nación y
participar en esa empresa que llamamos Estado.
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Democracia y ciudadanía
Veamos un ejemplo a través del siguiente texto:
“El libro de registros de los hoteles tiene normalmente una columna con
el encabezamiento: “Nacionalidad”. Algunos escoceses tienden a escribir en
esta columna “escocés” y otros “británico”. En el sentido legal del término, que
es al que el registro se refiere, todos tienen la nacionalidad británica. Este
concepto legal puede también denominarse ciudadanía. Un escocés, lo mismo
que un inglés, tiene pasaporte británico. La ley no reconoce la nacionalidad
escocesa. Sin embargo, independientemente del concepto legal, existe lo que ha
dado en llamarse el concepto de “nacionalidad personal”. Esta consiste en un
sentimiento de pertenencia a un grupo que habita un territorio común, comparte
el mismo lenguaje y tradiciones, tiene la misma memoria histórica, y prevé un
futuro común. En este sentido una persona puede pensar que tiene nacionalidad
escocesa, o inglesa, o galesa. Un “nacionalista”, por ejemplo, un nacionalista
escocés, es aquél que siente profundamente la nacionalidad personal y trata de
que su nación se organice como Estado independiente”
(D. D. RAPHAEL, Problemas de filosofía política).
Ocurre lo mismo cuando la nación y el Estado coinciden en sus límites
territoriales. En este caso, una persona puede ser miembro de un Estado pero no de la
nación, y viceversa. Un inmigrante naturalizado (con papeles en regla para trabajar o
residir), y, por tanto, ciudadano de un Estado, con los mismos derechos y obligaciones
del ciudadano que lo es por nacimiento, no se sentirá miembro de la nación (ni aceptado
como tal por los demás) hasta pasado un tiempo. Pero puede ocurrir que, a pesar de
haber perdido su nacionalidad legal de origen, el inmigrante conserve sus lazos
sentimentales con la nación que ha dejado, en cuyo caso mantiene su adhesión a la
comunidad nacional de nacimiento pero sin ser ciudadano de su Estado.
En resumen, la pertenencia a una nación es una cuestión de sentimientos de
lealtad y fidelidad, mientras que la condición de miembro de un Estado depende de
aquel acto constitucional originario por el que todo miembro del Estado, en tanto
ciudadano, se le otorgan unos derechos y unas obligaciones legales.
En el caso de España, nuestra constitución expresa lo siguiente:
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Democracia y ciudadanía
“Art. 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la
Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la
integran y la solidaridad entre todas ellas.”
2.
El Estado y sus rasgos Distintivos
Dar una definición del Estado no es tarea fácil. En España, y en los países de
nuestro entorno, existe una democracia liberal, pero sabemos que en otras partes del
mundo todavía viven bajo dictaduras (“blandas” o tiránicas), basadas en el dominio
militar o en la dinastía monárquica. Algunos Estados promueven el libre mercado,
mientras otros establecen formas colectivas de producción y distribución. Si a esto
añadimos los modelos teóricos de Estado, como los que proponen los escritores
comunistas y utópicos, podemos tener la impresión de que todas estas formas de Estado,
reales o posibles, tienen tan poco en común que intentar dar una definición que abarque
a todas ellas es un trabajo inútil.
A pesar de ello, Max Weber (1864-1920) definió con exactitud el elemento
común de cualquier forma de organización estatal: la creación de un conjunto de
instituciones políticas que monopolizan el uso legítimo de la violencia. Dicho de otra
forma, el estado es una asociación de tipo institucional que posee el poder político. Esto
quiere decir que las instituciones del Estado (los gobernantes, los legisladores y los
jueces) tienen el derecho de crear leyes y de castigar a aquellos que no las respeten. Se
dice que este poder está legitimado (o justificado), y no es un mero poder coercitivo,
cuando todos los miembros de la sociedad aceptan (voluntariamente) el derecho del
Estado a dictar órdenes y se sienten obligados (y no sólo forzados) a obedecerlas.
La mera utilización del poder coercitivo no constituye, desde luego, un
monopolio del Estado; las bandas armadas de delincuentes y de terroristas también se
sirven de él. Lo que distingue al Estado de una banda de mafiosos es el hecho de que su
poder ha sido previamente aceptado por todas las personas y asociaciones de la
comunidad. Sus normas se consideran obligatorias y, generalmente, se cumplen de
forma voluntaria.
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Democracia y ciudadanía
2.1. Política y Legitimidad
La noción de legitimidad es, como tantos otros conceptos creados por el
pensamiento humano, extraño y a menudo parece circular. En el contexto en que
estamos viendo este término, lo legítimo y lo político parecen coincidir.
Podemos definir la política, siguiendo a Savater en su Política para Amador,
como el conjunto de razones para obedecer y de las razones para sublevarse. Visto así
cabe establecer una equivalencia entre lo político y lo legítimo. De tal manera que si
alguien o algo obtiene una obediencia voluntaria diríamos que esa autoridad es legítima.
Si no, es decir, si hay razones para desobedecer, diremos que es ilegítima.
Pero la cuestión tampoco es tan simple, en primer lugar porque acabamos de
introducir un término nuevo, autoridad. E inmediatamente surge la pregunta de ¿qué
relación existe entre el poder político y la autoridad política?
Para intentar comprender todo esto hagamos una rápida digresión histórica.
La Política es un invento griego. En el siglo V a.C. en Atenas, una comunidad
próspera económica, militar y culturalmente, inventó la política. La Política para los
atenienses era sinónimo de público y lo público era el espacio de libertad donde los
ciudadanos de la polis1 salían a encontrarse con sus amigos una vez satisfechas las
necesidades vitales y biológicas. Estas necesidades conformaban el espacio privado.
En la Atenas del siglo V a.C. existía un sistema esclavista. Los esclavos eran los
encargados de realizar las labores de subsistencia, normalmente dirigidas por las
mujeres. Los hombres, atenienses y propietarios, disponían de tiempo libre y salían a un
espacio público para encontrarse con sus amigos. Poco a poco este espacio de amistad,
pero también de rivalidad, se convirtió en el escenario de la política. ¿Cómo organizar y
dirigir ese espacio común, público que disponían entre iguales los atenienses? La
respuesta que los atenienses dieron a este nuevo problema produjo una transformación
1
Polis en griego significa ciudad, pero la Polis era la forma de organización política de las comunidades
griegas de aquella época. Eran ciudades-estados. Es decir, cada ciudad mantenía una autonomía y tomaba
sus propias decisiones, aunque en la Hélade (Gracia) existían vínculos comunes entre las diversas polis,
fundamentalmente el idioma y las relaciones comerciales y las alianzas bélicas que se establecían entre
ellas.
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Democracia y ciudadanía
de las formas de ejercer el poder y la autoridad política dando lugar a una gran
invención: La democracia.
Sin duda esto ocurría a la vez que en otras polis y en otros lugares del mundo el
poder y la autoridad no se ejercía entre iguales: Reinos, Tiranías, Satrapías, Imperios.
Pero la política aparece como un espacio público en el que hombres iguales deben
tomar decisiones sobre qué hay que hacer con eso común.
Esta idea de la igualdad entre los ciudadanos, que se expresó en dos notas
características -la Isonomía o igual ante la ley y la Isegoría o igualdad en el uso de la
palabra- se perdió pronto con la llegada del Imperio de Alejandro Magno y
posteriormente con el Imperio Romano. Pero éste trajo otro elemento fundamental en la
idea de la política, a saber, la Ley.
El Imperio Romano, que se extendió prácticamente por todo el mundo conocido,
que unificó pueblos de los más diversos y heterogéneos y que, en consecuencia, ya no
era una reunión pública de amigos en un espacio público, necesitó un elemento para
coordinar a todos sus ciudadanos y para conseguir de ellos obediencia y orden. Este
elemento fue el Derecho, la ley escrita y pública que exigía a todos por igual y
amparaba a todos por igual. Mientras que los atenienses tomaban sus decisiones en un
asamblea de todos los ciudadanos, en Roma, dado que esto ya no era posible, una
representación de los ciudadanos, el Senado, determinaba las decisiones poniéndolas
por escrito. Las leyes se convirtieron en los procedimientos que todos los ciudadanos
tenían que seguir para realizar las distintas actividades y relaciones y para solucionar los
conflictos que pudieran surgir.
La Historia de los hombres y de las sociedades, que no es un continuo
progresivo, desde entonces ha corrido muy diversas suertes y ha experimentado todo
tipo de organizaciones y de ejercicios del poder, pero no es el lugar para profundizar en
ello. Por ahora nos basta para volver a las ideas de Max Weber y retomar la noción de
legitimidad, para comprenderla más adecuadamente.
Si volvemos al concepto de legitimación y observamos conceptualmente la
historia podemos sintetizar, como ya hizo Weber, las distintas formas de legitimación
de la autoridad en las siguientes:
(1) Autoridad tradicional: la aceptación de la autoridad se basa en que siempre se
ha procedido de esa forma, la habitualidad de los usos y costumbres le confiere
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Democracia y ciudadanía
legitimidad. Se centra en el principio de la costumbre y suele reflejarse en
instituciones políticas con cargos hereditarios. Quienes ostentan la autoridad
están legitimados por la fuerza de la costumbre y gozan desde un tiempo
inmemorial de un status especial, los cambios solo pueden producirse si una
porción determinada de la población lo desea. A menudo, esta forma de
legitimación busca el apoyo en la creencia religiosa y vincula el ejercicio del
poder político a directrices o mandatos de dioses. Así se fundamenta también la
transmisión hereditaria de la autoridad en muchos casos.
(2) Autoridad carismática: La aceptación de la autoridad proviene de la influencia
personal del superior. Se basa en las condiciones personales de quien ejerce la
autoridad. Ésta es la propia del líder: el jefe es reconocido como tal por sus
cualidades personales excepcionales, tales como el heroísmo, la santidad, el
genio, la fuerza, etc. Weber indicó que la autoridad carismática, con el tiempo,
tiende a convertirse en autoridad tradicional.
(3) Autoridad legal-racional: Los individuos aceptan la autoridad porque creen
racionalmente en su legitimidad. Dicho de otra manera se obedecen las órdenes
porque se cree que será mejor para todos y para cada uno obecederlas que
incumplirlas. Para que esto sea posible, desde Roma –como hemos repasado
rápidamente- la autoridad se desvincula de dioses o de dinastías o de personas
concretas y se dispone en un artificio humano que se elabora según normas
procedimentales que aseguren esta independencia de unas determinadas personas.
Este artificio es la Ley. La ley, que debe ser escrita y conocida por todos,
elaborada según un principio de imparcialidad y de ecuanimidad y que crea una
soberanía universal, es decir, se aplica a todos por igual, contiene precisamente el
fundamento racional de sí misma. Dicho de otra manera la ley es el fundamento
racional de la obediencia. Por eso la ley no puede abandonar la idea de
racionalidad, es decir, aquello en virtud de lo cual todo ser racional debe
reconocer que es la mejor alternativa de acción. Diremos que un estado es un
Estado de Derecho cuando legitime su autoridad mediante un procedimiento
legal.
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Democracia y ciudadanía
2.2. Legitimidad y Legalidad. De Derecho y de Hecho (de Facto)
Llegado a este punto podemos ahora hacer algunas aclaraciones entre los
conceptos de legitimidad y legalidad. De lo dicho anteriormente se sigue, que si
efectivamente la ley contiene su fundamento racional de obediencia, será legítima. Pero,
en la complejidad del mundo, también puede suceder que la legalidad se separe de la
legitimidad en distinto grado.
Obviamente, lo legal es lo que queda escrito en la ley, pero eso no asegura su
legitimidad. Sólo serán legitimas aquellas leyes promulgadas dentro de un sistema de
racional de leyes o de derecho.
Un tirano puede promulgar leyes, que serán legales, pero no necesariamente
legítimas y el Estado que gobierna tiránicamente tampoco será de Derecho, sino de
Hecho. La obediencia no será voluntaria sino que se ejercerá coercitivamente en un uso
autoritario o totalitario de la violencia, el miedo y otros mecanismos de control tan
habituales en dictaduras.
Podemos ahora concretar una cuestión que había surgido con anterioridad y que
no respondimos a la espera de disponer precisamente de estos conceptos ya explicados.
La cuestión es la relación entre poder y autoridad. En general poder es potencia,
capacidad de hacer o de mandar hacer. Podemos ir al cine o al teatro, podemos romper
un plato o hacer una casa. El poder político, naturalmente designa la capacidad de
dirigir políticamente una comunidad o grupo social, pero en sí mismo el poder no es
más que una potencialidad de los agentes políticos. Michel Foucault dice que el poder
no tiene cabeza, que fluye de mano en mano, que es reversible, complejo y sutil. Lo
expresaba muy bien con la sentencia de que “el poder se ejerce”, por eso combatir el
poder no suele remediar nada. Ahora bien ese poder, particularmente el político, se
instituye legalmente en un agente político legitimando su ejercicio, esto es la
Autoridad.
La
Autoridad
es
la
institución
a
la
que
se
le
concede
legítimamente/legalmente el ejercicio del Poder Político. La Autoridad o sus
representantes, la policía por ejemplo, puede obligarnos a cumplir la ley por derecho.
Cuando no hay ese fundamento de Derecho que legitima a la autoridad el
ejercicio del poder, decimos que el poder es de hecho o de facto. De ahí la conocida
expresión poderes de facto o poderes fácticos.
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Democracia y ciudadanía
Volviendo a Weber, es notorio que dentro de un grupo social cualquiera el cómo
alguien consigue que algo sea hecho por los otros puede ser de muy diversas maneras y
ejerciendo muy distintos tipo de poder y/o autoridad. En general la idea de legitimidad
en sociedades complejas queda reducida al ámbito del profesional, sea legislador o juez.
Incluso la postulación de alguien como político suele apelar a elementos carismáticos o
tradicionales incluso. Todos hemos vivido la experiencia de tener que obedecer a
nuestros padres, aunque el contenido de la orden no tuviera demasiado sentido en ese
momento para nosotros, sencillamente porque sí, porque lo manda él, que es
precisamente quien manda en la familias por tradición. También hemos aceptado
muchas veces las decisiones del amigo más carismático del grupo de amigos, aunque no
estuviésemos muy de acuerdo, pero conseguía por simpatía, por seducción o
sencillamente por la fuerza imponer sus criterios de cómo pasar la tarde o adónde ir a
divertirse.
Así también en las sociedades hay grupos de poder que influyen en las
decisiones de la gente y que consiguen sacar adelante sus criterios no porque estén
instituidos de autoridad, sino porque hacen uso de otro tipo de poder de tipo tradicional
o carismático. Estos poderes se denominan fácticos y ejemplos de ellos son los medios
de comunicación, que pueden dirigir la opinión pública, o la iglesia, que siempre influye
entre sus fieles, o el ejército, porque al fin y al cabo ellos custodian y tienen acceso
directo a la fuerza de las armas.
En conclusión, aunque la autoridad queda restringida a las instituciones del
Estado que legítimamente pueden ejercer el poder político, el funcionamiento de una
sociedad es mucho más complejo porque el poder se desliza entre todos sus
componentes de un modo, digamos, no racional o legal.
2.3. Rasgos Distintivos del Estado
Una vez que hemos analizado la compleja idea de Estado que contiene, como
hemos visto, un extraño círculo conceptual, podemos pasar a detallar sus características.
Cuando se dice que el Estado es soberano o que tiene la soberanía, se está
afirmando que el Estado tiene reconocida la autoridad suprema o decisiva sobre todas
las personas y asociaciones de la comunidad. Cualquier otra asociación que dicte
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Democracia y ciudadanía
normas e imponga castigos dentro de los límites de su territorio, está subordinado y
sujeto a su autoridad. Así, un sindicato, o un Colegio, como el de los médicos, que
regula la conducta de una determinada profesión, o el director y los profesores de un
instituto como el nuestro, pueden prescribir castigos (tales como multas, privaciones de
derechos, suspensiones o expulsiones) para las infracciones de normas, pero sólo en
tanto se lo permiten o exigen las leyes del Estado. Si el miembro infractor de la
asociación no acepta el castigo, la asociación ha de recurrir a la autoridad de las leyes
del Estado, de la que deriva su propia autoridad, y si es necesario el castigo de la
asociación puede ser examinado ante un tribunal, cuya sentencia está respaldada por el
poder del Estado.
Matizado esto, según D. D. Raphael, los rasgos distintivos del Estado son los
siguientes:
a) El Estado tiene una jurisdicción universal dentro de sus límites
territoriales: Todas las personas que viven (aunque sea temporalmente) dentro de las
fronteras de un Estado están obligadas a obedecer sus leyes, y pueden ser castigados
si no lo hacen. Sus órdenes regulan incluso el procedimiento por el que se obtiene la
condición de ciudadano. La ciudadanía, o nacionalidad legal, conlleva obligaciones
igual que derechos y privilegios. El extranjero que reside temporalmente en el
territorio de un Estado no está obligado a pagar algunos impuestos exigidos a los
ciudadanos, pero tampoco tiene ciertos derechos, como el de votar, que sólo
pertenecen a los que ostentan la nacionalidad legal. Sin embargo, toda persona que se
encuentre dentro de las fronteras de un Estado está obligado a cumplir sus leyes
penales y civiles, y puede ser castigado si no lo hace.
Las fronteras se definen a través de los acuerdos y tratados internacionales
(muchos de ellos firmados después de largos conflictos armados). Hoy en día, la
población mundial se reparte entre los distintos estados, y cada uno ejerce una
jurisdicción universal dentro de sus fronteras.
b) El Estado tiene una jurisdicción obligatoria: Como consecuencia del
rasgo anterior, la obligación de obedecer las leyes del Estado se impone con
independencia de la voluntad individual (o la conciencia moral) de los individuos. Si
residimos, o incluso si nos encontramos de visita, en un determinado territorio,
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Democracia y ciudadanía
quedamos por fuerza sujetos a la jurisdicción del Estado que lo controla: no podemos
decir que elegimos no estar sometidos a sus leyes.
Entonces, después de haber explicado los mecanismos de legitimación del poder
político y las razones de la obediencia, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿No
podemos escapar a la obligación de ser ciudadano de un Estado? La respuesta es No,
pero no hay más argumento que los hechos. A decir verdad hay un concepto que
responde a esta idea de una persona que no quiere pertenece a ningún Estado y en
consecuencia está libre de obedecer sus leyes, es la idea de Apátrida; pero no hay
ninguna realidad detrás de esta idea. El individuo que no es un ciudadano de ningún
estado es sencillamente un ilegal o un “sin papeles”. Una vez constituido el Estado
su presencia es indiscutible, aunque no seamos nosotros quienes particularmente lo
hayamos constituido y, por lo tanto, estamos bajo su jurisdicción universal y
obligatoria. En este sentido, el Estado no es una asociación voluntaria, sino
compulsiva. Además, una vez constituido, sólo desde dentro, o a lo sumo haciendo
uso de una violencia no legítima (Revolución, Golpe de Estado, Sublevación, etc.),
pueden modificarse sus estructuras de gobierno y sus leyes.
c) Los objetivos de las intervenciones del Estado en la vida de los ciudadanos,
aunque aquí hay ya en juego todo un ejercicio de la teoría política y todo el sistema
ideológico que conocemos popularmente como “la Política”, pueden agruparse en
dos tipos
„ Mantener el orden social y cuidar por la seguridad de la
comunidad frente a las agresiones del exterior: La función negativa del
Estado consiste en proteger los derechos establecidos contra posibles daños.
Su objetivo es preservar el statu quo de los derechos y oportunidades. En los
siglos XVII y XVII, los defensores de la teoría liberal-democrática (la
derecha o la idea tradicional de la Derecha) mantenían que ésta era la única
función del Estado, puesto que la promoción del bienestar, en cualquiera de
sus formas (felicidad, cultura, desarrollo moral) correspondía, según decían,
exclusivamente al individuo. Para ellos, la intervención del Estado debía ser
mínima, limitándose a la función negativa de prevenir que una persona o
grupo lesione la libertad de otra persona o grupo. Al individuo le
16
Democracia y ciudadanía
correspondía, por tanto, en exclusiva, la promoción de su propio bienestar, y
si fracasaba, por falta de esfuerzo, falta de capacidad, o mala suerte, no podía
recabar ayuda del Estado. Una asociación voluntaria, como, por ejemplo, una
organización de caridad, podría hacer algo por él, pero no el Estado.
„ Promover el bienestar y la justicia: Actualmente se considera que
el incremento de bienestar de los miembros de la comunidad, así como la
distribución más justa de los derechos y riquezas que poseen, es una
responsabilidad del Estado (Lo que actualmente conocemos como
Socialdemocracia o política progresista –la idea de izquierda debe matizarse
mucho más). El concepto actual de “Estado del Bienestar” consiste en que
el Estado debe responsabilizarse de ofrecer un mínimo básico de bienestar
material (alimento, vestido y cuidados médicos) para todos, y que la persona
ha de asumir la responsabilidad de intentar superar por sí misma ese mínimo
básico.
En lo que todavía no hay acuerdo es en dónde hay que fijar el límite de
ese mínimo de bienestar material básico. Y la discusión es aún mayor cuando
se trata de dilucidar el papel que le corresponde al Estado respecto al
bienestar mental o espiritual de las personas. Es decir, cuando se trata de fijar
la responsabilidad del Estado en temas tales como la educación, las galerías
de arte, los museos, los teatros, los cines, etc.
d) El método principal que el Estado utiliza para llevar a cabo sus funciones
es el sistema de derecho (las leyes): Para preservar la seguridad interna, y para llevar
a cabo la función positiva de promover el bienestar y la justicia, el Estado crea un
sistema de leyes, es decir, un sistema de normas respaldadas por su poder coercitivo.
Locke definió el poder político como el derecho de hacer leyes y de usar la
fuerza, en caso necesario, para asegurar su cumplimiento.
Para evitar la posible corrupción del Estado y asegurar la equidad y la
imparcialidad de los contenidos de la ley, es decir su racionalidad, Montesquieu
(1689-1755), en su libro Del espíritu de las leyes, fijó la versión actual de la idea de
la división de poderes. De tal manera que un Estado de Derecho debe asegurar una
división de poder en distintas instituciones:
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Democracia y ciudadanía
-
El Poder Legislativo crea las leyes, en una Institución especial, el
Parlamento o Senado o Asamblea.
-
El Poder Ejecutivo (que no sólo es el gobierno, sino también la larga
lista de funcionarios públicos: la administración, la policía y los servicios
carcelarios, las fuerzas armadas, etc.), las lleva a efecto desarrollándolas
y obligando a su cumplimiento.
-
El poder Judicial, en manos de jueces independientes de los otros dos
poderes, se encarga de interpretarlas aplicándolas a los casos conflictivos
es lo que se considere que las leyes hayan sido infringidas o incumplidas.
La independencia del poder judicial significa que los jueces no están
sometidos en su trabajo a otra autoridad distinta de las leyes del Estado.
e) Los límites éticos de la soberanía: La idea del Estado de Derecho exige,
como hemos visto anteriormente, que todo ejercicio del poder político se fundamente
en un discusión ética de tipo racional. La Política encuentra su fundamento último en
la ética o al menos en la posibilidad de una discusión racional pública de su
fundamento. Como esto ni es sencillo, ni, en muchos casos conveniente para
determinados intereses, la historia de la humanidad ha tendido a organizar
instituciones supranacionales que velen éticamente del ejercicio de la autoridad
política por parte de los Estados. O dicho de otra manera, que, ante el proyecto
universal de una humanidad regida por un sistema de Derecho, vigilen los intereses
particulares que se desvíen de este proyecto y denuncien los abusos del poder que
determinados gobiernos pueden hacer contra este proyecto ético universal.
De ahí la existencia de Instituciones Supranacionales que desempeñan este papel
como puede ser la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la creación de todo
un sistema de Derecho Internacional que regule las relaciones entre los distintos
Estados Soberanos,
En el sistema mundial existente de organización política basado en el Estado
Nacional (los únicos que ostentan la Soberanía de los pueblos) estas instituciones y
sus disposiciones así como las del resto del Derecho Internacional (los convenios y
tratados firmados entre estados) sólo se consideran vinculantes para aquellos estados
que, voluntariamente renuncian a una parte de su soberanía.
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