SAN AGUSTIN DE HIPONA San Agustín nació el 13 de noviembre

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SAN AGUSTIN DE HIPONA
San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia
en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y
su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de «mujer cristiana»,
de piedad y bondad probadas.
Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el
joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración
constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí
mismo "el hijo de las lágrimas de su madre"En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios
básicos, posteriormente su padre le envía a Madaura a realizar estudios de gramática.
San Agustín se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la
literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros
triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en
gramática y retóricaDurante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una
irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de
recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su
juventud. A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la
mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la
filosofía, ciencia en la que sobresalió. Durante esta época el joven Agustín conoció a
una mujer con la que mantuvo una relación estable de catorce años y con la cual tuvo
un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una
escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus
inquietudes. Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema
encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta
doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina
simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.
Conversión al cristianismo
En 385 Agustín se convirtió al cristianismo. Fue en Milán donde se produjo la última
etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones
litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su corazón.
Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo.
Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para estar con su hijo,
y que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle
hacia el bautismo. En vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había
buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los
escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a
resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave
para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la Biblia la fuente de la fe. Por
último, la lectura de los textos de san Pablo le ayudó a solucionar el problema de la
mediación y de la gracia. Según cuenta el mismo Agustín, la crisis decisiva previa a la
conversión, se dio estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando sobre el
ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma y lee, y
entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas de
Pablo y leyó el pasaje. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las
sombras de duda.
En 386 se consagró al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo.
Renunció a su cátedra y se retiró con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca
de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 24 de abril de
387, a los treinta y tres años de edad, fue bautizado en Milán por el santo obispo
Ambrosio. Ya bautizado, regresó a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica
murió en Ostia, el puerto cerca de RomaSan Ambrosiode Milán
La relación que tiene con San Ambrosio de Milán es la siguiente , al principio no era
buena, ya que tenían enfrentamientos porque eran rivales de oratoria pero después le
hizo entrar más en el mundo de la fe en el cristianismo y convertirse en uno de los
cuatro padres de la Iglesia debido a que San Ambrosio le hizo conocer los escritos de
Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso.
La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio que logró con la adopción de un
conjunto de creencias y valores.
Obras
San Agustín ha dejado una obra inmensa de la que citamos a continuación algunos de
sus títulos más significativos. Algunas fueron elaborados en varios años, por lo que se
da la referencia del año en que se inician.
386 Contra Academicos, De Beata Vita, De Ordine, De inmortalitate animae.
388-391 De libero arbitrio, De vera religione, De quantitate animae, De Magistro, De
Musica, De moribus Manichaeorum, De Genesi contra Manichaeos.
391-400 De duabus animabus, Disputatio contra Fortunatum, Psalmus contra parte
Donatum, Contra Adimantum Manicheum, De Mandacio, De Continentia, De Doctrina
Christiana.
400 Publicación de las "Confesiones". De Trinitate (15 libros, concluida en el 416).
Durante su estancia en Cartago mostró su genio retórico y sobresalió en concursos
poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar por sus pasiones, y seguía
abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios,
especialmente los de filosofía. Años después, el mismo Agustín hizo una fuerte crítica
sobre esta etapa de su juventud en su libro Confesiones.
401 De Genesi ad litteram (12 libros).
410 De Urbis excidio (sermón elaborado tras el saqueo de Roma).
413 De civitate Dei (22 libros, terminada en el 426).
415 De natura et gratia contra Pelagium.
417 De Gestis Pelagii.
418 De gratia Christi et pecato originali.
419 De anima et eius origine, De gratia et libero arbitrio, Ad Valentinum,
Retractationes.
La filosofía de San Agustín
No hay una distinción clara entre razón y fe en la obra de San Agustín, lo que marcará
el discurrir de todo su pensamiento.
Existe una sola verdad, la revelada por la religión, y la razón puede contribuir a
conocerla mejor. "Cree para comprender", nos dice, en una clara expresión de
predominio de la fe; sin la creencia en los dogmas de la fe no podremos llegar a
comprender la verdad, Dios y todo lo creado por Dios (la sabiduría de los antiguos no
sería para él más que ignorancia).
El tema central del pensamiento de San Agustín de Hipona es la relación del alma,
perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios, relación en la que el
mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre ambas partes.
Dios es concebido como bien y verdad, en la línea del idealismo platónico. Sólo
situándose en el seno de esa verdad, es decir, al realizar el movimiento de lo finito
hacia lo infinito, puede el hombre acercarse a su propia esencia. Pero su visión
pesimista del hombre contribuyó a reforzar el papel que, a sus ojos, desempeña la
gracia divina, por encima del que tiene la libertad humana, en la salvación del alma.
Este problema es el que más controversias ha suscitado, pues entronca con la cuestión
de la predestinación, y la postura de San Agustín contiene en este punto algunos
equívocos.
Dios
Dos son las cuestiones fundamentales referidas a Dios en el pensamiento cristiano: su
existencia y su esencia.
El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es
predominantemente una teología, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el
conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre.
San Agustín no se preocupa, de elaborar pruebas sistemáticas de la existencia de Dios,
aunque propone diversos argumentos que ponen de manifiesto su existencia,
haciéndolo con esa estricta intención.
Respecto a la creación, es el resultado de un acto, libre, de Dios. No obstante, las
esencias de todas las cosas creadas se encontraban en la mente de Dios como
ejemplares o modelos de las cosas, tanto de las creadas en el momento original como
de las que irían apareciendo con posterioridad, es decir, de todo lo posible, pero no
existente todavía. Es el llamado ejemplarismo, que se complementa con la teoría, de
origen estoico, de las rationes seminales. Los seres materiales se componen de
materia y forma, pero no todos han sido creados en acto desde el principio del mundo.
En el momento de la creación Dios depositó en la materia una especie de semillas, las
rationes seminales, que, dadas las circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar
a la aparición de nuevos seres que se irían desarrollando con posterioridad al
momento de la creación.
En el acto de la creación Dios crea, pues, unos seres en acto y otros en potencia, como
rationes seminales, por lo que todos los seres naturales habrían sido creados desde el
principio del mundo, aunque no todos existirían en acto desde el principio.
Como obispo de Hipona (396-430)
Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez. Agustín, tenía entonces cuarenta y
dos años y ocuparía la sede de Hipona durante treinta y cuatro.
El nuevo obispo supo combinar bien el ejercicio de sus deberes pastorales con las
austeridades de la vida religiosa y, aunque abandonó su convento, transformó su
residencia episcopal en monasterio, donde vivió una vida en comunidad con sus
clérigos, que se comprometieron a observar la pobreza religiosa.
Agustín ganó el título de patriarca de los religiosos y renovador de la vida del clero en
África.
Pero, ante todo, él fue defensor de la verdad y pastor de las almas. Sus actividades
doctrinales, cuya influencia estaba destinada a durar tanto como la Iglesia misma,
fueron múltiples: predicaba con frecuencia, a veces cinco días consecutivos, y de sus
sermones manaba tal espíritu de caridad que conquistó todos los corazones; escribió
cartas que divulgaron sus soluciones a los problemas de la época por todo el mundo
entonces conocido; dejó su espíritu grabado en diversos concilios africanos a los que
asistió.
Mundo, alma y Dios
En sus concepciones sobre la naturaleza y el mundo físico, Agustín de Hipona parte del
hilemorfismo de Aristóteles: los seres se componen de materia y forma.
Pero conforme al ideario cristiano, Agustín introduce el concepto de creación (Dios
creó libremente el mundo de la nada), extraño a la tradición griega, y enriquece la
teoría aristotélica con las llamadas razones seminales: al crear el mundo, Dios lo dejó
en un estado inicial de indeterminación, pero depositó en la materia una serie de
potencialidades latentes comparables a semillas, que en las circunstancias adecuadas y
conforme a un plan divino originaron los sucesivos seres y fenómenos. De este modo,
el mundo evoluciona con el tiempo, actualizando constantemente sus potencialidades
y configurándose como cosmos.
El ser humano se compone de cuerpo y alma. Pero siguiendo ahora a Platón, para
Agustín de Hipona cuerpo y alma son sustancias completas y separadas, y su unión es
accidental: el hombre es un alma racional inmortal que se sirve, como instrumento, de
un cuerpo material y mortal; el santo llegó incluso a usar algunas veces el símil
platónico del jinete y el caballo.
Dotada de voluntad, memoria e inteligencia, el alma es una sustancia espiritual simple
e indivisible, cualidades de las que se desprende su inmortalidad, ya que la muerte es
descomposición de las partes.
Para San Agustín, fe y razón se hallan profundamente vinculadas: sus célebres
aforismos "cree para entender" y "entiende para creer" (Crede ut intelligas, Intellige ut
credas) significan que la fe y la razón, pese a la primacía de la primera, se iluminan
mutuamente.
Mediante la sensación y la razón podemos llegar a percibir cosas concretas y a conocer
algunas verdades necesarias y universales, pero referidas a fenómenos concretos,
temporales. Sólo gracias a una iluminación o poder suplementario que Dios concede al
alma, a la razón, podemos llegar al conocimiento racional superior, a la sabiduría. Por
otra parte, un discurso racional correcto necesariamente ha de conducir a las verdades
reveladas.
De este modo, la razón nos ofrece algunas pruebas de la existencia de Dios, de entre
las que destaca en San Agustín el argumento de las verdades eternas. Una proposición
matemática como, por ejemplo, el teorema de Pitágoras, es necesariamente
verdadera y siempre lo será; el fundamento de tal verdad no puede hallarse en el
devenir cambiante del mundo, sino en un ser también inmutable y eterno: Dios.
Dios posee todas las perfecciones en grado sumo; Agustín destaca entre sus atributos
la verdad y la bondad (por influjo de la idea platónica del bien), aunque establece la
inmutabilidad como el atributo del que derivan lógicamente los demás. La influencia
de Platón se hace de nuevo patente en el llamado ejemplarismo de San Agustín: Dios
posee el conocimiento de la esencia de todo lo creado; las ideas de cada ser en la
mente divina son como los modelos o ejemplos a partir de los cuales Dios creó a cada
uno de los seres.
Ética y política
El hombre aspira a la felicidad, pero, conforme a la doctrina cristiana, no puede ser
feliz en la tierra; durante su existencia terrenal debe practicar la virtud para alcanzar la
salvación, y gozar así en la otra vida de la visión beatífica de Dios, única y verdadera
felicidad. Aunque para la salvación es necesario el concurso de la gracia divina, la
práctica perseverante de las virtudes cardinales y teologales es el camino que ha de
seguir el hombre para alejarse de aquella tendencia al mal que el pecado original ha
impreso en su alma.
Agustín de Hipona entiende el mal como no ser, como carencia de ser. Siguiendo la
tesis ejemplarista, el mundo y los seres que lo forman son buenos en cuanto que
imitación o realización, aunque imperfecta, de las ideas divinas; no podemos culpar a
Dios de sus carencias, ya que Dios les dio el ser, no el no-ser. Del mismo modo, las
malas acciones son actos privados de moralidad; Dios no puede sino permitir que se
cometan, pues lo contrario implicaría retirar al alma humana su libre albedrío.
San Agustín expone sus reflexiones en La ciudad de Dios, obra escrita a raíz de la caída
de Roma en manos de Alarico y de la desmembración del imperio romano. Los
paganos habían culpado a los cristianos de tal desastre, argumentando que el
abandono de los dioses tradicionales en favor del cristianismo, convertido desde hacía
tiempo en la religión del imperio, había sido la causa de la pérdida del poder de Roma
y de su posteiror destrucción.
La ciudad de Dios la componen cuantos siguen su palabra, los creyentes; la terrenal,
los que no creen.
Esa lucha continuará hasta el final de los tiempos, en que la ciudad de Dios triunfará
sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del Apocalipsis para
defender su postura. De hecho, la oposición señalada será utilizada posteriormente
para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes políticos, exigiendo su
sumisión, lo que ocurrirá en la alta edad media. Asegurada esa dependencia, San
Agustín aceptará que la sociedad es necesaria al individuo, aunque no sea un bien
perfecto; sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza humana,
siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles, y el poder de los
gobernantes procede directamente de Dios.
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