hacia los hombres, en cuyas manos deberás colocar

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hacia los hombres, en cuyas manos deberás
colocar tu alma”.
Pasaba el tiempo y la baronesa Juana
Francisca continuaba con sus depresiones
y lágrimas: está tan flaca que su padre la
hace volver a la casa paterna, en Dijon.
Buscando la sanación de sus lágrimas hace
una peregrinación al santuario mariano de
la cercana Etang, en enero de 1602; y allí se
cruza con un franciscano, elogiado como
un santo por el grupo que ha llevado allí. La
viuda se pone, entonces bajo su dirección
que incluye penitencias corporales, que
le atraen, y vigilias nocturnas en oración.
Finalmente la induce a cuatro votos: 1°
obedecerá; 2° jamás cambiará de director
espiritual; 3° mantendrá en secreto cuanto
le dirá su director; 4° sólo con él hablará
de su alma. Y, así, pasa la viuda Juana
Francisca dos años y medio entre espada y
pared: se siente en calma porque obedece;
se siente agitada por todo el resto.
Y para colmo de males se enfrenta a un
dilema de su suegro, que se siente viejo
y cansado: si ella y sus hijos se trasladan
donde él, nombrará herederos a sus
nietos, hijos de Juana Francisca; si no,
se casará con quien lo cuide y ellos se
atendrán a las consecuencias.
Así, hacia finales de ese mismo 1602 Juana
Francisca decide trasladarse donde su
suegro, en el castillo de Bourbilly, con sus
4 hijos. Llegó y de inmediato se encontró
en guerra con una criada que había logrado
dominar al viejo, violento y pueril patrón;
tanto, que se había instalado en el castillo
con sus 5 hijos y actuaba como dueña
de casa. Juana Francisca, bajo la guía de
su Director se impone el dominio de su
propio orgullo e intenta ganarse la criada
prepotente con el cuidado de los hijos de la
criada, aunque ella sea la verdadera noble
señora. Por otra parte ha hecho en secreto,
con su Director, el voto de castidad y huye
de los muchos pretendientes.
El padre de la viuda otea la situación y
adivina el drama interno que desgasta
a su hija; y, de nuevo, la llama a su casa
paterna por una temporada; y, sabiendo
que Francisco de Sales vendrá a Dijon para
predicar la Cuaresma, está seguro de que
las predicaciones le harán mucho bien a
su hija. Por esto se encontraba ella en la
predicación del Obispo Francisco de Sales
y por eso intentaba ubicarse donde no
perdiera palabra que pudiera iluminar su
drama interior.
En Dijon, esa cuaresma de 1604, la
gente se disputaba el honor de acercarse al
obispo Francisco de Sales y de invitarlo a su
casa. Él estaba hospedado en un “Hotel”,
diríamos hoy, y su habitación estaba al fondo
de un patio. Hasta allá llegaba la gente en
busca de Francisco. Y como el padre de la
viuda Juana Francisca era de los principales
de la ciudad, no le faltaban a ella ocasiones
de acercarse un tanto; pero, como lo exigía
la etiqueta de la época, no osaba “raparlo” a
la atención de los hombres principales. Sin
embargo, allí estaba; y, en casa del padre de
la viuda, Francisco de Sales se permitió con
ella algunas bromas, por fuera de etiqueta.
Para la muestra dos de ellas:
- Llegada muy elegante a sentarse a la mesa,
S A L E S I A N I D A D
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C S R F P
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