Marco conceptual de la revisoría fiscal

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MARCO CONCEPTUAL DE LA REVISORIA FISCAL EN
COLOMBIA
Un aporte de citas y reflexiones para su construcción
HERNANDO BERMÚDEZ GÓMEZ1
Presentación
La celebración de este VIII Simposio Contaduría Universidad de Antioquia es otra demostración
del compromiso y amor por la profesión que distingue a los docentes del Departamento de
Contaduría de dicha institución universitaria. Al engrandecer el oficio, se magnifican ellos
mismos, a su Universidad y a nuestra Nación. Hago votos porque Dios les de fuerza para seguir
adelante.
John Cardona suele comprometerme en descabelladas aventuras intelectuales. Esta es una de
ellas. Es descabellada porque yo jamás había intentado exponer ni, mucho menos, formular un
marco conceptual de la revisoría fiscal colombiana. Semejante grado de elaboración no estaba en
mis proyectos. Sin embargo el momento de ocuparse de ello debía llegar y John ha sabido
provocarlo.
Ahora bien: puesto que se trata de un primer intento, no debe esperarse encontrar en las líneas
siguientes una estructura definitiva, madura. Tal cual lo indico en el título de este escrito, en
realidad este trabajo no pasa de ser un aporte para que se construya el marco en cuestión.
Precisiones previas
Aunque estudioso de la contaduría, mi formación de abogado me limita a enfrentarme con el
asunto en su ámbito jurídico. Fuerza comprender que la revisoría fiscal a más de una institución
legal, es una realidad polifacética que, aunque normatizada, no está contenida íntegramente en el
derecho positivo.
En cuanto al método aplicado para realizar este trabajo, he considerado prudente hacer un
recuento de la historia y problemática de la revisoría, por considerar que ello es imprescindible si
se quiere lograr un resultado adecuado.
Por esa razón, quienes han dedicado algún tiempo a leer mis escritos, encontrarán aquí una
recopilación, algo adaptada y actualizada, de trabajos y ensayos anteriores, que se hilan en este
momento. Obviamente ellos reflejan percepciones personales que pueden carecer de validez
científica.
1
Abogado javeriano. Director del postgrado en Derecho de Sociedades de la Facultad de Ciencias Jurídicas
y profesor de la carrera de Contaduría Pública de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas en
la Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del Colegio de Abogados Javerianos y Socio Honorario de la
Sociedad de Contadores Javerianos. Consultor independiente.
1
Por otra parte, incluyo aquí datos y reflexiones reseñados en el informe que con fecha 30 de
agosto de 1996, presentó el Comité para el estudio de un nuevo estatuto de la Revisoría Fiscal,
que viene funcionando bajo el patrocinio y en las instalaciones de la Superintendencia de
Sociedades.
Muchas veces he dicho y ahora lo reitero, que es necesario recopilar fuentes bibliográficas,
como, confiando en la benevolencia de sus autores, también lo hago en esta oportunidad.
¿ Qué es un marco conceptual?
Con solo contestar esta pregunta ya habría suficiente. Por ahora nos limitamos a introducir una
noción simple, verdaderamente preliminar.
Un concepto es una idea concebida o formada por el entendimiento. La idea, a su turno, es una
representación de un objeto.
Un marco no es otra cosa que los límites que encuadran una cosa.
De manera que un marco conceptual es un conjunto de ideas que usamos para circunscribir algo,
en este caso la revisoría fiscal.
Cuando participamos en la elaboración del proyecto que se convirtió en el decreto reglamentario
2649 de 1993, propusimos que antes de ocuparse de las normas técnicas se reseñaran el conjunto
de postulados, principios y límites que definen y circunscriben el modelo adoptado. Desde la
perspectiva del quehacer legislativo del momento, fue un esfuerzo por incitar a todos los
involucrados con el asunto a teorizar, contribuyendo así a la estrategia encaminada a que, en
nuestro medio, la contabilidad deje de percibirse, equivocadamente, como una forma de hacer en
lugar de una forma de pensar. Fue, también, un intento por buscar una base común para el
desarrollo de las regulaciones contables especiales, con el ánimo de que ellas guarden un mínimo
de coherencia. Además, con el propósito desesperado de enfrentar las interpretaciones
gramaticales y aisladas de los textos, se planteó que la contabilidad financiera no es un conjunto
arbitrario o irrazonable de normas, sino una estructura verdaderamente lógica, guiada por
conceptos superiores, que las reglas técnicas no hacen más que desarrollar y aplicar a cosas
concretas. En otras palabras: la norma técnica no tiene un sentido propio; ella es el resultado de
un concepto, del cual depende. Ciertamente nosotros no nos inventamos ese marco conceptual.
Simplemente incardinamos en la ley las concepciones planteadas por la disciplina contable,
vertidas en documentos emanados, principalmente, del IASC y del FASB, que contemplan uno de
tantos modelos posibles, aunque probablemente el de mayor aceptación, al menos en Occidente.
Se trata, entonces, de hacer lo propio respecto de la revisoría fiscal. ¿Cuáles son los conceptos
que definen y circunscriben un modelo de revisoría fiscal concreto? Ya veremos si al final de
este trabajo el lector juzga que efectivamente hemos hecho un aporte al respecto.
Breve historia legislativa de la revisoría fiscal
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No es posible aquí, por la naturaleza de este escrito, hacer una historia completa de la revisoría
fiscal. En consecuencia, este documento se limita a mencionar las principales manifestaciones
jurídicas en torno a la revisoría fiscal, cuyo conocimiento resulta imprescindible si se quiere
abocar la expedición de una nueva reglamentación sobre la materia. Como seguramente es
evidente para la mayoría de los entendidos en la materia, las normas que se citan a continuación
fueron y son objeto de múltiples y extensos desarrollos reglamentarios.
Se ha encontrado evidencia documental que comprueba la existencia de la revisoría fiscal en el
siglo XIX, tal como lo observa el Contador Público John Cardona Arteaga en su ensayo
denominado La Profesión Contable en Antioquia 1850 - 1900, publicado en el número 12 de la
revista Contaduría Universidad de Antioquia, correspondiente al mes de marzo de 1988. No se
han identificado normas legales reguladoras del mencionado órgano de fiscalización en dicha
época.
Como primer antecedente legal de la institución, tal como la conocemos hoy, los investigadores
mencionan el artículo 562 del Código de Comercio Terrestre del Estado de Panamá, que fue
adoptado como legislación permanente para toda la República mediante la ley 57 de 1887. Este
artículo facultaba al Gobierno, respecto de las sociedades anónimas, para nombrar un Comisario,
pagado por las compañías, que vigilara las operaciones de los administradores. Fue derogado por
la ley 27 de 1888.
También mencionan como antecedente el artículo 620 del mismo código. Dicha disposición
obligaba a las sociedades en comandita por acciones a tener una Junta de Vigilancia, compuesta
por lo menos por cinco accionistas, a la cual correspondía examinar si la sociedad había sido
legalmente constituida, inspeccionar los libros, comprobar la existencia de los valores sociales en
caja, en documentos o en cualquier otra forma y presentar a fin de cada año a la asamblea una
memoria acerca de los inventarios y de las proposiciones que hiciera el gerente para la
distribución de dividendos.
Corroborando su existencia previa, ya que no se encuentran en ella reglas sobre la creación y el
funcionamiento del órgano, la ley 58 de 1931, estableció normas sobre el revisor fiscal de las
sociedades anónimas. Así, en su artículo 26, estipuló que dicho funcionario no podía ser
accionista de la respectiva compañía, ni ser pariente del gerente, el cajero o el contador de la
misma. De otro lado, en el artículo 41, consagró la responsabilidad solidaria de los
administradores y el revisor fiscal por los daños que causaren a los socios y acreedores de la
sociedad, al faltar a sus deberes. La ley 58 de 1931 solo entró en vigencia en 1937.
En 1935, por virtud de la ley 73, el revisor fiscal se convirtió en obligatorio para todas las
sociedades anónimas. En los artículos 6º y 7º de dicha ley se fijaron sus funciones y estableció la
forma de elegirlo. Por virtud del primero, el revisor fiscal debía examinar todas las operaciones,
inventarios, actas, libros, correspondencia y negocios de la compañía, sus comprobantes de
cuentas, sus balances y “demás cuentas” y autorizar con su firma los balances mensuales y
semestrales de la sociedad. Adicionalmente debía verificar el arqueo de caja por lo menos una
vez por semana y la comprobación de todos los valores sociales de propiedad o custodiados por
la compañía. Debía, también, cerciorarse del cumplimiento de los estatutos, de las disposiciones
de la asamblea y de la junta directiva. Quedó obligado a denunciar oportunamente las
irregularidades que notara en los actos de la sociedad. Finalmente, la ley facultó a la asamblea
para asignar otras funciones al revisor, siempre que fueran compatibles con las enumeradas.
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Mediante el decreto 1946 de 1936 se ordenó a las Cámaras de Comercio abstenerse de practicar o
renovar la inscripción de las sociedades anónimas cuando la compañía no tuviese revisor fiscal
según lo dispuesto por la ley 73 de 1935.
En 1938, mediante sentencia del 21 de julio, la Corte Suprema de Justicia, con ponencia del
doctor Arturo Tapias, sostuvo que la institución de la revisoría fiscal no era contraria ni
excluyente del derecho de inspección de los socios, sino, por el contrario, complementaria de
este.
El 18 de diciembre de 1939, mediante la resolución número 1, la Superintendencia de Sociedades
Anónimas exigió que los balances que se le enviaran fueran suscritos por las firmas autógrafas
del gerente, el secretario, el revisor fiscal y el contador de la sociedad, norma que debe
considerarse como antecedente de la figura de estados financieros certificados que hoy consagran
nuestras leyes.
El 30 de enero de 1940, a través de la resolución 10, la nombrada Superintendencia exigió que
entre los documentos necesarios para otorgar un permiso de funcionamiento a una sociedad
anónima se encontrara una atestación del revisor fiscal sobre el pago del capital.
El 6 de junio de 1940, la Superintendencia de Sociedades Anónimas, mediante su resolución 204,
ordenó que la firma del revisor fiscal en los balances de las sociedades anónimas debía
precederse de la declaración de que ellos estaban fielmente tomados de los libros y que las
operaciones se habían efectuado conforme a la ley, los estatutos y las disposiciones de la
asamblea y de la junta. Probablemente este sea el antecedente legislativo más remoto sobre el
dictamen del revisor fiscal.
Mediante el decreto 1357 de 1941, el Gobierno Nacional aprobó el reglamento de la institución
de contadores juramentados cuya organización autorizó la ley 58 de 1931. Tales contadores, que
deberían ser nacionales colombianos, ejercerían funciones de carácter oficial y, entre otras cosas,
serían tenidos especialmente en cuenta para la provisión de los cargos de revisores fiscales en las
sociedades anónimas. Su actividad debía ser caucionada mediante la consignación de una suma
de dinero a satisfacción de la Superintendencia de Sociedades Anónimas. Esta quedó facultada
para señalar los casos en que las atestaciones de dichos contadores se revestirían de fe pública. El
decreto en cuestión representa el primer intento de regulación legal sobre la profesión contable
colombiana. Su vigencia fue corta, debido a que el 27 de marzo de 1943 la Corte Suprema de
Justicia declaró inconstitucional la norma en que se basó su expedición.
El decreto 2521 de 1950 reglamentó en forma integral las leyes existentes sobre las sociedades
anónimas. Sus artículos 134 a 141 se destinaron a la revisoría fiscal. Estipuló que el revisor fiscal
debía ser persona natural, incluyó entre las normas cuya observancia debía vigilar el revisor
fiscal a las normas legales, ordenó la autorización de los balances anuales, consagró como
incompatible el cargo con el desempeño de empleos en la rama jurisdiccional o el ministerio
público, confirmó el contenido de la atestación de los balances que había determinado la
Superintendencia, encomendó a la asamblea resolver los eventuales conflictos entre el revisor
fiscal y los administradores, facultó a la Superintendencia para imponerle multas, extendió
expresamente su responsabilidad durante el período de liquidación de la compañía fiscalizada y
exigió su presencia en las sucursales de las sociedades anónimas domiciliadas en el exterior.
Mediante el decreto 2373 de 1956 el Gobierno Nacional, al amparo del estado de sitio, reguló la
profesión de contador juramentado. En él se distinguía entre contadores inscritos y contadores
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públicos. Este último fue facultado para imprimir fe pública. Por primera vez se exigió que los
revisores fiscales obligatorios fuesen contadores, razón por la cual el régimen de dicho
funcionario vino a quedar adicionado con las disposiciones de la citada profesión. Se reformó el
contenido y alcance de las atestaciones, incluyéndose la manifestación sobre la calidad de
fidedigna de la situación financiera mostrada por los balances y limitando la manifestación sobre
el cumplimiento de las normas a los requisitos de forma. Para efecto de las penas se asimiló el
contador a funcionario público. Se reguló el contenido del informe que debía acompañarse a los
balances y se invocó allí la técnica de la interventoría de cuentas. Se autorizó a las firmas u
organizaciones profesionales para cumplir las funciones adscritas a los contadores juramentados,
aunque bajo la responsabilidad individual de uno de sus asociados. Finalmente, se autorizó la
organización de la revisoría fiscal en departamentos, al mando de distintos profesionales,
reservándose la sección o parte contable a los contadores juramentados.
El proyecto de código de comercio de 1958 propuso el establecimiento de la revisoría plural.
Recomendó que los revisores fuesen siempre personas naturales. Incluía como inhabilidad la de
ser consocio de los administradores, el cajero o el contador de la sociedad. Obligaba al revisor
fiscal a verificar el cumplimiento de las órdenes emanadas del Departamento Nacional de
Comercio, institución que se proponía reemplazara a la Superintendencia de Sociedades
Anónimas. Proponía que se facultara al revisor fiscal para impartir instrucciones en materia
contable y sobre el control de los valores sociales. Se regulaba un informe a la asamblea, distinto
y adicional al dictamen del balance. Suprimía la verificación del arqueo semanal de caja.
Consagraba los términos en los cuales el revisor fiscal sería imputable de falsedad documental.
Planteaba la posibilidad de una revisoría potestativa. Autorizaba la remoción del revisor por el
citado Departamento. Permitía que los revisores fiscales fuesen contadores inscritos, pero no los
facultaba para dar fe pública a no ser que fuesen contadores públicos. Propendía por la extensión
de la revisoría fiscal a toda clase de sociedades con excepción de las colectivas y de las en
comandita simple, en este último caso cuando tuvieran menos de 10 socios comanditarios.
Valga la pena anotar que la redacción del decreto 2373 de 1956 se encomendó a la Comisión
Revisora del Código de Comercio que conocemos como de 1958 y que en ésta participaban
miembros del Instituto Nacional de Contadores Públicos.
La ley 151 de 1959 ordenó que la elección de los revisores fiscales de “las empresas o
instituciones en que tenga parte principal el Estado”, con excepción de los establecimientos
bancarios, se hiciera de ternas suministradas por el Contralor General de la República.
La ley 155 de 1959 ordenó a los revisores fiscales vigilar el cumplimiento de las disposiciones
sobre prácticas comerciales restrictivas.
La ley 145 de 1960 derogó el decreto 2373 de 1956. Suprimió las categorías de contador inscrito
y contador público. Desde esa fecha todos los contadores lo son públicos. Mantuvo la exigencia
de que los revisores fiscales obligatorios fuesen contadores. Estableció que la dependencia
laboral inhabilitaba al contador público para dar fe pública, salvo en el caso de los revisores
fiscales. Eliminó la mención que en materia de atestaciones se hacía a los requisitos legales de
forma. Mantuvo la asimilación a funcionarios públicos. Conservó la regulación sobre el dictamen
de los balances. Reprodujo el artículo 46 del decreto 2373 de 1956 sobre las firmas u
organizaciones profesionales. Eliminó la autorización legal para que la revisoría se organizara
por departamentos.
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El decreto 2368 de 1960 exigió a las sociedades administradoras de inversión someter las cuentas
de los fondos por ellas administrados a la revisión de contadores o de firmas u organizaciones
profesionales independientes.
El decreto 1651 de 1961 consagró la pena de cancelación de la inscripción profesional de los
contadores públicos, incluyendo entonces a los revisores fiscales obligatorios, que autorizaran o
intervinieran en la elaboración de declaraciones de renta inexactas, que sería impuesta por la
Junta Central de Contadores.
El decreto 3233 de 1965 estableció un régimen sancionatorio propio en materia contravencional
o administrativa para las entidades vigiladas por la Superintendencia Bancaria, que además de
multas permitía decretar la remoción del infractor. Este régimen comprendía a los revisores
fiscales.
En 1971 se dieron a conocer dos proyectos de ley sobre el régimen de las sociedades
comerciales. El primero de ellos, fechado en febrero de ese año, elaborado con el concurso, entre
otros, de los doctores Neira y Pinzón, que también habían participado en la elaboración del
decreto 2373 de 1956 y en el proyecto de 1958, proponía que tuvieran revisor fiscal todas las
sociedades anónimas, las sucursales de sociedades domiciliadas en el exterior, las sociedades de
responsabilidad limitada o en comandita por acciones con capital superior a un millón de pesos y
que en las demás dicho funcionario fuese potestativo. La elección del revisor fiscal se haría por
la mayoría ordinaria. Se consagraba la figura de los auxiliares del revisor fiscal, se establecía el
deber de reserva o secreto, facultaba a las Superintendencia Bancaria y de Sociedades y a las
Cámaras de Comercio para sancionar con multas a los revisores, insistía en la regulación de un
informe distinto y separado del dictamen que debía presentarse a los máximos órganos sociales,
en la tipificación de un delito de falsedad aplicable a los revisores fiscales y mantenía la
posibilidad de que las firmas u organizaciones profesionales actuaran como revisores fiscales,
siguiendo los lineamientos de la ley 145 de 1960.
El otro proyecto, fechado en marzo de 1971, en el cual participó, entre otros, el doctor Narváez,
abogaba porque la revisoría fiscal fuese obligatoria en las anónimas, en las sucursales de
sociedades extranjeras y en las de responsabilidad limitaba si en éstas así lo decidía el 60% del
capital perteneciente a los socios no administradores. Proponía que la elección del revisor
correspondiera, en primera instancia, a los socios que no hubiesen obtenido representación en la
junta directiva. La remoción requería una mayoría calificada. Igualaba el período del revisor al
de la junta directiva. Propuso la función de colaboración para con el Estado. Obligaba a la
comprobación física de la existencia de los bienes y valores al menos una vez al año.
Recomendaba facultar al revisor para impartir instrucciones en materia contable y de
conservación de los bienes. Atribuía al revisor la facultad de convocar los órganos sociales y la
de exigir a los revisores fiscales de las subordinadas los datos que consideraren necesarios.
Extendía las inhabilidades a la vinculación con las subordinadas. Exigía que en el informe sobre
el balance se indicarán los procedimientos de interventoría y auditoría utilizados, en especial
para verificar los inventarios, así como su opinión sobre la veracidad sobre los índices de
solvencia, rendimiento y liquidez presentados por los administradores.
El 1º de enero de 1972 entró en vigencia el decreto ley 410 de 1971, mediante el cual se adoptó
un nuevo código de comercio, que reguló íntegramente la materia, derogándose, en consecuencia
todas las disposiciones anteriores sobre las sociedades comerciales, incluyéndose, entre otras, la
ley 58 de 1931, la ley 73 de 1935 y el decreto 2521 de 1950. Subsistieron las leyes 151 y 155 de
1959 y 145 de 1960.
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Este código impuso la revisoría fiscal obligatoria solamente a las sociedades por acciones y a las
sucursales de sociedades extranjeras. Dispuso que la elección se hiciese por la mayoría ordinaria.
Integró en una sola norma las inhabilidades propuestas, consagrando así impedimentos por razón
del parentesco, el contrato social, el empleo o la vinculación con las subordinadas. Dispuso que
el período fuese igual al de la junta directiva. Actualizó las funciones del revisor fiscal
consagrando la colaboración con el Estado, la facultad de impartir instrucciones en materia
contable y de control sobre los bienes, la de convocar los órganos sociales, eliminó la
verificación del arqueo semanal de caja y exigió la autorización de cualquier balance que se
hiciese. Mantuvo el contenido del dictamen y consagró un informe adicional para la asamblea o
junta de socios. Autorizó la utilización de auxiliares. Contempló una triple fuente de
responsabilidad: civil, penal y contravencional o administrativa, que se unió a la disciplinaria
prevista en el régimen profesional. Mantuvo la profesionalización de la revisoría obligatoria y
conservó el régimen de las firmas u organizaciones profesionales. Limitó a cinco el número de
revisorías en materia de sociedades por acciones. Consagró un régimen especial en materia de
inscripción del nombramiento y los efectos de esta. Facultó al revisor fiscal para impugnar los
actos ilegales de la asamblea o junta de socios.
El decreto 2073 de 1973 reguló la presencia de la revisoría fiscal al interior de las empresas
comunitarias.
El decreto 2815 de 1974 consagró la responsabilidad del revisor fiscal, solidaria con los
administradores y contadores, por los mayores valores que en materia del impuesto sobre las
ventas estableciera la Autoridad Tributaria.
También en 1974 la Sala de Consulta y Servicio Civil del Consejo de Estado conceptuó que si un
balance certificado era firmado por un revisor fiscal que fuese contador público no sería
necesaria la firma del contador que los hubiese preparado.
La ley 20 de 1975, reformando la ley 151 de 1959, reemplazó el sistema de ternas por el de listas
para la elección de los revisores fiscales en las sociedades de economía mixta en que el Estado
tuviese menos del 50% del capital. Si el Estado tenía más del 50% el régimen de vigilancia
aplicable sería el correspondiente a las empresas industriales y comerciales del Estado.
El decreto 1520 de 1978 dispuso que en los estatutos de las Cámaras de Comercio se regule la
revisoría fiscal.
La ley 32 de 1979, que creó la Comisión Nacional de Valores, exigió que la información rendida
por los emisores fuese dictaminada por contadores públicos independientes, quienes con base en
normas de auditoría y con sustento en papeles de trabajo, debían pronunciarse sobre la
razonabilidad de las cifras. Posteriormente, por vía de doctrina, la entidad consideró que el
revisor fiscal clasificaba como contador independiente. La ley creó un régimen sancionatorio
propio para las entidades vigiladas por dicha Comisión, que comprendía a sus respectivos
revisores fiscales.
El decreto 80 de 1980 exigió que las instituciones de educación post-secundaria consagraran en
sus estatutos la figura del revisor fiscal, sometido a los requisitos previstos para las sociedades
anónimas.
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Mediante la circular PD-008 de 1980 la Superintendencia de Sociedades consideró que los
revisores fiscales personas naturales se encontraban, en principio, vinculados por contrato de
trabajo a las sociedades por ellos fiscalizadas.
El decreto 2463 de 1981 estableció un régimen de inhabilidades especial para los revisores
fiscales de las Cajas de Compensación Familiar.
En providencia del 21 de mayo de 1981, la Sala de Consulta y Servicio Civil del Consejo de
Estado consideró que las Autoridades no podían exigir el cumplimiento de los pronunciamientos
que sobre contabilidad había emitido el Comité Nacional de Investigaciones Contables.
La ley 21 de 1982 estableció un régimen propio de funciones para los revisores fiscales de las
Cajas de Compensación Familiar.
La ley 23 de 1982 exigió la presencia de un fiscal en las asociaciones de autores.
El decreto 2786 de 1982 exigió a todas las entidades vigiladas por la Superintendencia Bancaria,
con excepción de las urbanizadoras y constructores, que contratasen los servicios de auditoría
financiera externa. Este decreto fue anulado por el Consejo de Estado en marzo de 1983.
El decreto 2920 de 1982 modificó el régimen sancionatorio en materia contravencional aplicable
por la Superintendencia Bancaria y decidió indexar el monto de las multas que dicha entidad
puede imponer. Estas sanciones podían aplicarse a los revisores fiscales.
Mediante la resolución 031 de 1982, la Comisión Nacional de Valores exigió la preparación y
publicidad a través de las bolsas de valores, de información semestral emitida por los emisores.
La ley 9ª de 1983 reformó las sanciones a imponer a los contadores en caso de inexactitud en las
declaraciones tributarias. Fijó un límite de materialidad equivalente al 20%, en todo caso no
inferior a una suma fija. Estableció que primero se suspendería por un año la facultad de firmar
declaraciones, hasta dos años en la segunda oportunidad y definitivamente en la tercera
oportunidad. Reguló un procedimiento propio para el efecto y atribuyó la competencia a un
comité en el que habría un delegado de la Junta Central de Contadores.
El decreto 3410 de 1983 exigió la firma del revisor fiscal en la declaración de renta y
complementarios. Consagró el sentido y alcance de tal firma para efectos tributarios, con relación
a los principios de contabilidad generalmente aceptados y respecto de la razonabilidad de la
información. Dispuso que tal firma reemplazara la obligación de enviar ciertas pruebas, anexos y
certificados a la Administración Tributaria. Reguló la expresión de salvedades del revisor fiscal
en estas materias.
El decreto 3541 de 1983 confirmó la obligación de los revisores fiscales de certificar los pagos
bimestrales del impuesto a las ventas.
El decreto 3116 de 1984 estableció que los fiscales de las asociaciones de autores serían
contadores públicos elegidos para períodos de dos años.
El decreto 3139 de 1984 estableció la obligación de los revisores fiscales de firmar las
declaraciones sobre el impuesto sobre las ventas cuando ellas presentaran saldos a favor.
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La resolución 003 de 1984 expedida por la Comisión Nacional de Valores consagró la obligación
de los emisores de difundir información trimestral.
La ley 55 de 1985 estableció que la firma del revisor fiscal reemplazaría adicionalmente el envío
de las relaciones y anexos sobre los costos y gastos laborales y certificaría que se hubiesen
practicado la totalidad de las retenciones en la fuente ordenadas por las leyes.
El decreto 1196 de 1985 reguló la revisoría fiscal de las asociaciones gremiales agropecuarias,
determinándole un período de dos años.
El decreto 2503 de 1987 exigió la firma del revisor fiscal en las declaraciones de renta, de
ingresos y patrimonio, de ventas y de retenciones en la fuente y estableció que su falta daría lugar
a considerar no presentadas tales declaraciones. Integró en un solo texto las distintas normas
sobre el contenido y alcance de tal firma para efectos tributarios.
El decreto 2514 de 1987 reguló la presencia del revisor fiscal en los fondos mutuos de inversión.
El decreto 341 de 1988 reglamentó el contenido del informe y del dictamen del revisor fiscal de
las Cajas de Compensación Familiar.
La ley 79 de 1988, reemplazando la figura de auditor, dispuso la obligatoriedad de la revisoría
fiscal en todas las entidades cooperativas. Simultáneamente mantuvo las juntas de vigilancia.
Facultó al Departamento Administrativo Nacional de Cooperativas para admitir casos de
excepción y para autorizar a organismos de segundo grado, instituciones auxiliares y
cooperativas de trabajo asociado para prestar los servicios de revisoría. Esta ley también
estableció un régimen contravencional especial.
El decreto 1333 de 1989 normatizó la revisoría fiscal de las precooperativas.
El decreto 1480 de 1989 reguló los revisores fiscales de las asociaciones mutualistas.
El decreto 1481 de 1989 se ocupa de los revisores fiscales de los fondos de empleados.
El decreto 1482 de 1989 dictó normas sobre los revisores fiscales de las administraciones
públicas cooperativas.
Mediante la resolución 2053 de 1989, la Superintendencia Bancaria adicionó el dictamen de los
revisores fiscales con un pronunciamiento expreso sobre el cumplimiento de las normas sobre
evaluación de cartera.
Mediante la circular SS-005, SB-076, CNV-15 de 1989, la Superintendencia de Sociedades, la
Superintendencia Bancaria y la Comisión Nacional de Valores se pronunciaron en forma
conjunta sobre la revisoría fiscal. Postularon como características de ella la permanencia, la
cobertura total, la independencia de acción y criterios y una función preventiva. Resaltaron las
obligaciones de impartir instrucciones, colaborar con el Estado y llevar papeles de trabajo. Se
pronunciaron sobre sus diferencias con la llamada auditoría externa. Difundieron precisiones
sobre el dictamen y el informe del revisor fiscal y rechazaron el modelo de informe que se
fundaba en el SAS 58.
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El decreto 1529 de 1990 exige que en los estatutos de las asociaciones, fundaciones e
instituciones de utilidad común se contemple la revisoría fiscal y que, en las dos últimas
entidades citadas, sea contador público.
La ley 43 de 1990 reformó el estatuto de la profesión contable. Mantuvo al revisor fiscal
excluido de los casos en que la dependencia laboral impide dar fe pública. Catalogó la revisoría
fiscal como una actividad relacionada con la ciencia contable en general. Conservó el régimen
aplicable a las sociedades de contadores públicos, aunque impuso nuevas reglas para estas en
materia de composición y ciertas actividades. Dispuso que los contadores deban observar las
normas de auditoría de general aceptación. Ordenó la elaboración de papeles de trabajo y su
conservación por cinco años. Modificó la regulación sobre la fe pública, limitándola a los actos
propios de la profesión contable, conservando la asimilación a funcionarios públicos. Declaró
como función privativa de los contadores la emisión de dictámenes sobre estados financieros.
Siguió exigiendo la calidad de contador para los casos en que la revisoría es obligatoria, los
cuales aumentó al disponer que todas las sociedades comerciales que superen los 5.000 salarios
mínimos de activos brutos o los 3.000 salarios mínimos de ingresos brutos a 31 de diciembre de
un año deberán tener tal funcionario. Estableció un código de ética. Instituyó el principio de
separación de responsabilidades. Consagró nuevas inhabilidades para ser revisor fiscal y
prohibiciones aplicables luego de la dejación del cargo.
La ley 45 de 1990 exige la presencia de revisor fiscal en cualquier institución vigilada por la
Superintendencia Bancaria o la Superintendencia de Valores. Consagró que su elección
corresponde al Ministro de Hacienda y Crédito Público en las entidades estatales en las cuales la
junta directiva cumpla las funciones de asamblea. Introdujo el deber de posesión de los revisores
fiscales ante la respectiva Autoridad, quien puede denegarla si considera que el nombrado no
tiene suficiente carácter, experiencia o idoneidad. Impuso el deber de aprobarle un presupuesto
de recursos humanos y técnicos para el cumplimiento de sus funciones.
El decreto 135 de 1991 limitó la remuneración de los revisores fiscales de las empresas
industriales y comerciales del Estado y de las sociedades de economía mixta al 80% de la que
corresponda al representante legal de la respectiva entidad.
La ley 6ª de 1992 remitió a las sanciones contempladas en la ley 43 de 1990 las conductas de los
contadores contrarias a la verdad en materia de declaraciones tributarias o de información de
sustento de ellas. Consagró una nueva sanción para las sociedades de contadores públicos y
aludió a la falta de controles de calidad de sus trabajos como causal de castigo. Eliminó el límite
de materialidad determinado en términos de porcentaje para los casos de inexactitud y lo
reemplazó por un suma ajustable que hoy es de $4.600.000.
Mediante la circular externa 042 de 1993 la Superintendencia Bancaria dispuso un contenido
especial para los dictámenes o informes interinos del revisor fiscal.
La ley 42 de 1993 eliminó la intervención de la Contraloría General de la República en la
elección de los revisores fiscales de las entidades del Estado, pero lo obligó a remitirle los
correspondientes informes a la asamblea con antelación de 10 días a la fecha de sus reuniones y a
presentarle las demás informes que le solicite.
La ley 100 de 1993 hizo obligatoria la revisoría fiscal para todas las entidades promotoras de
salud y las instituciones prestadoras de servicios de salud. Los revisores están obligados a
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posesionarse y deberán contar con un presupuesto. La Superintendencia de Salud goza de un
régimen propio en materia contravencional.
En 1994 el Consejo Técnico de la Contaduría Pública expidió, con el número 7, un
Pronunciamiento sobre Revisoría Fiscal. La definió como “un órgano de fiscalización que, en
interés de la comunidad, bajo la dirección y responsabilidad del revisor fiscal y con sujeción a las
normas de auditoría generalmente aceptadas, le corresponde dictaminar los estados financieros y
revisar y evaluar sistemáticamente los componentes y elementos que integran el control interno,
en forma oportuna e independiente en los términos que señala la ley, los estatutos y los
pronunciamientos profesionales.”. Determina que las funciones correspondientes se cumplen
mediante el desarrollo de cuatro auditorías: financiera, de cumplimiento, de gestión y de control
interno. Con relación a ésta última acogió los planteamientos expuestos en el documento Control
Interno - Un marco de trabajo integrado elaborado por el Comité de Organizaciones
Patrocinadoras de la Comisión Treadway (COSO).
La ley 132 de 1994 dispuso que los revisores fiscales de los fondos ganaderos tendrán un período
de 2 años y no podrán ser reelegidos en más de tres oportunidades.
La ley 142 de 1994, en adición a la revisoría fiscal, exigió a las empresas de servicios públicos
contratar una auditoría externa de gestión y de resultados.
El decreto 1727 de 1994 dispuso que el revisor fiscal de los fondos de pensiones sea elegido por
el voto de cuatro de los integrantes de una comisión compuesta por tres representantes de los
afiliados al fondo y dos accionistas de la sociedad administradora. A estos revisores se aplican
las normas que corresponden a las instituciones financieras.
El decreto 2150 de 1995 ordenó que, si es el caso, los estatutos de las organizaciones civiles,
corporaciones, fundaciones, juntas de acción comunal y demás entidades sin ánimo de lucro,
deben contemplar las funciones y obligaciones del revisor fiscal.
La ley 190 de 1995 obliga a los revisores fiscales de los contratistas del Estado a velar porque
durante los procesos de contratación no ocurran desembolsos en favor de funcionarios oficiales,
porque sus estados financieros reflejen correctamente los ingresos y costos de los contratos y a
colaborar con los interventores, contralores y auditores del Estado. Esta misma ley lo sanciona
penalmente si usa indebidamente información privilegiada o comete receptación, legalización u
ocultamiento de bienes provenientes de actividades ilegales.
La ley 222 de 1995 contempla la intervención del revisor fiscal en los procesos de escisión,
obliga a los administradores a velar porque puedan realizar sus funciones, encomienda al revisor
incoar la acción social de responsabilidad, reguló la figura de estados financieros dictaminados y
estableció su autenticidad, contempla la publicidad de sus dictámenes u opiniones, consagra el
deber de indemnizar los perjuicios derivados de la ausencia de estados financieros, esclarece la
responsabilidad penal, extiende el derecho de inspección de los socios a los dictámenes e
informes del revisor fiscal, lo sanciona con remoción si no denuncia la violación de dicho
derecho, establece causales de remoción en caso de concordato, e inhabilidades para
desempeñarse como contralor o liquidador obligatorio, le prohibió el ejercicio de la acción de
reintegro en materia laboral y determinó la prescripción de las acciones en su contra en cinco
años. La misma ley atribuyó la competencia reglamentaria en materia de normas de auditoría al
Gobierno Nacional.
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Por virtud de la ley 223 de 1995 la inscripción del nombramiento de un revisor fiscal en la
Cámara de Comercio causa impuesto de registro y anotación, entre dos y cuatro salarios mínimos
diarios legales, según lo determine la respectiva asamblea departamental.
La circular 007 de 1996, expedida por la Superintendencia Bancaria, además de recoger los
pronunciamientos mencionados anteriormente, contiene reglas sobre planeación, evaluación del
control interno, papeles de trabajo, la aplicación de las normas de auditoría generalmente
aceptadas, y el ejercicio del suplente.
Breve resumen del esquema básico vigente
Una pequeña reflexión sobre la historia que antecede permitirá concluir que ya no existe un
régimen único de revisoría fiscal en Colombia. Además se observará que la institución desbordó
el mundo de las sociedades comerciales. No obstante es adecuado presentar un resumen del
esquema básico aplicable a dicho órgano, que de todas maneras sigue siendo dominante. La idea
de esquema básico supone que existen otros modelos derivados del principal, como
efectivamente sucede en nuestro país. Las siguientes líneas no pretenden cobijar las
particularidades de todos ellos.
Nuestra revisoría fiscal
En Colombia, desde 1935, algunas personas jurídicas están obligadas por la ley a tener revisor
fiscal. A partir de 1956, la revisoría fiscal sólo puede ser desempeñada por personas que hayan
obtenido inscripción profesional como contadores públicos ante la Junta Central de Contadores,
unidad administrativa que depende del Ministerio de Educación Nacional.
Las normas que regulan el nombramiento, inhabilidades, período, remuneración, posesión,
registro del nombramiento, funciones, auxiliares, informes y responsabilidades del revisor fiscal,
están dispersas en diversos textos legales. Las principales disposiciones se encuentran en el
Código de Comercio, dentro del libro dedicado a las sociedades comerciales, y en la ley 43 de
1990. Esta última constituye el estatuto básico al cual debe sujetarse la profesión de la contaduría
pública en Colombia, en forma tal que es aplicable no sólo a la revisoría fiscal sino también a
otros servicios profesionales, como la auditoría financiera.
Casos en que la revisoría fiscal es obligatoria
En la actualidad deben tener revisor fiscal:
 Cualquier entidad sometida al control y vigilancia de la Superintendencia Bancaria, con
excepción de los intermediarios de seguros. Esta obligación recae sobre las instituciones
financieras (bancos, corporaciones financieras, corporaciones de ahorro y vivienda,
compañías de financiamiento comercial, sociedades fiduciarias, almacenes generales de
depósito, sociedades administradoras de fondos de pensiones y de cesantía, sociedades de
capitalización, organismos cooperativos de grado superior de carácter financiero) y sobre las
entidades aseguradoras ( reaseguradoras, compañías de seguros de vida y compañías de
seguros generales).
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 Toda institución sometida a la inspección y vigilancia de la Superintendencia de Valores,




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

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




tales como bolsas de valores, comisionistas de bolsa, comisionistas independientes de valores,
sociedades administradoras de fondos de inversión, sociedades administradoras de depósitos
centralizados de valores, sociedades calificadoras de valores y fondos de garantía que se
constituyan en el mercado público de valores.
Las sucursales de compañías extranjeras.
Cualquier sociedad comercial en que, a 31 de diciembre del año anterior, sus activos brutos
sean o excedan el equivalente a 5.000 salarios mínimos mensuales (1996 $594,667,500) o
cuyos ingresos brutos sean o excedan 3.000 salarios mínimos mensuales (1996
$356,800,500).
Las sociedades por acciones, así sus activos o ingresos brutos no alcancen los montos
indicados en el párrafo anterior. Es usual que el régimen de la sociedad anónima se imponga a
ciertas entidades, como sucede en el caso de las empresas de servicios públicos, reguladas por
la ley 142 de 1994.
Las asociaciones o corporaciones, fundaciones e instituciones de utilidad común.
Las entidades del sector solidario, incluyendo, entre otras, las cooperativas y las asociaciones
mutuales.
Las cajas de compensación familiar.
Las cámaras de comercio.
Las entidades promotoras de salud y las instituciones prestadoras de servicios de salud.
Los fondos de empleados.
Las asociaciones de autores.
Los fondos ganaderos.
Las asociaciones gremiales agropecuarias.
Las empresas comunitarias
El Código de Comercio permite que cualquier sociedad comercial, no incluida en las
circunstancias que se acaban de mencionar, pueda tener revisor fiscal, por decisión de su junta de
socios. Algunas sociedades comerciales no son administradas por todos su socios. En este caso,
socios excluidos de la administración que posean el 20% o más del capital social pueden exigir
que la compañía tenga revisor fiscal. En estos dos eventos se dice que la revisoría fiscal es
potestativa.
Las disposiciones legales que se resumen a continuación aplican, principalmente, a las
sociedades comerciales en que, por virtud de la ley, es obligatorio tener revisor fiscal. Las juntas
de socios pueden acordar que ellas también deban observarse por los revisores fiscales
potestativos.
Nombramiento
Por regla general, el nombramiento del revisor fiscal es de competencia de la asamblea general
de accionistas o junta de socios. Dicha designación se realiza con el voto de mayoría absoluta de
los integrantes de tales órganos.
Sin embargo, en las sociedades en comandita por acciones, en el nombramiento sólo pueden
participar los socios comanditarios.
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Tratándose de sucursales de compañías extranjeras, la designación del revisor fiscal corresponde
al órgano competente de la principal, de acuerdo con los estatutos sociales de ésta.
El capital social de algunas instituciones financieras es de propiedad del Estado en más de un
90%. En estos casos, la designación del revisor fiscal corresponde al Gobierno Nacional, a través
del Presidente de la República y del Ministro de Hacienda y Crédito Público.
En los fondos de pensiones el nombramiento está encomendado a un comité de cinco miembros,
tres nombrados por los afiliados al fondo y dos accionistas de la sociedad administradora.
Personas elegibles como revisor fiscal
La ley colombiana permite que se nombre como revisor fiscal a una persona natural (física) o a
una persona jurídica.
En el primer caso, como ya se dijo, tal persona debe ser contador público inscrito.
En el segundo, el nombramiento debe recaer sobre una sociedad de contadores públicos. Este
tipo de compañías está regulado por la ley 43 de 1990 y son vigiladas por la Junta Central de
Contadores. A su turno, la sociedad de contadores públicos debe designar a un contador público
inscrito para que bajo su dirección y responsabilidad se desempeñen las funciones
correspondientes.
A pesar de lo anterior, la doctrina oficial, al menos para la aplicación de las inhabilidades y el
reclamo de responsabilidades, atribuye la calidad de revisor fiscal únicamente a las personas
naturales. En ese mismo orden de ideas, la ley 45 de 1990 precisó que la posesión no se surte
respecto de las personas morales sino de las físicas.
Independencia e inhabilidades
La ley colombiana consagra el principio conforme al cual el contador público deberá tener y
demostrar absoluta independencia mental y de criterio.
Algunas situaciones concretas son expresamente consagradas como inhabilidades, cuya
ocurrencia impide que un contador público pueda ser designado como revisor fiscal. Las
principales causas de inhabilidad son las siguientes:
 Ser asociado de la misma compañía o de alguna de sus subordinadas.
 Respecto de las sociedades subordinadas, ser asociado o empleado de la sociedad matriz.
 Estar ligado por matrimonio o parentesco dentro del cuarto grado de consanguinidad, primero
civil o segundo de afinidad , o ser consocio, de los administradores, funcionarios directivos,
cajero, auditor o contador de la sociedad.
 Desempeñar en la misma compañía o en sus subordinadas cualquier otro cargo.
 Haber sido empleado de la sociedad, o de su matriz, dentro de los seis (6) meses anteriores a
la designación.
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 En general, constituyen inhabilidad los vínculos económicos, amistad íntima, enemistad
grave, o intereses comunes con cualquiera de las partes (socios, administradores,
empleados...)
 Las sociedades de contadores públicos no pueden ser revisores fiscales de empresas en las
cuales alguno de sus afiliados sea ocasional o permanentemente contador, cajero o
administrador.
Los contadores públicos, personas naturales, no pueden ejercer más de cinco revisorías fiscales
en sociedades por acciones (esta restricción no aplica respecto de otras compañías, ni de las
sucursales de sociedades extranjeras).
Los revisores fiscales de las sucursales de sociedades extranjeras deben ser personas naturales
con residencia en Colombia. Los de las empresas dedicadas a la explotación de recursos
naturales, deben ser colombianos o extranjeros domiciliados en el país con no menos de tres años
de anterioridad a la fecha en que empiecen a ejercer el cargo.
Existen, además, ciertas prohibiciones, algunas de las cuales se extienden por un tiempo a partir
de la fecha en que se pierda la calidad de revisor fiscal.
Período
De acuerdo con el Código de Comercio, el período de un revisor fiscal debe ser igual al de la
junta directiva.
El período en cuestión es determinado en los estatutos sociales. En la práctica generalmente es de
un año contado desde la fecha de la respectiva elección.
El revisor fiscal puede renunciar o ser removido en cualquier tiempo, sin perjuicio de las
indemnizaciones de orden contractual a que haya lugar.
En los últimos años se observa la tendencia de establecer un período independiente al de la junta,
por ejemplo, de dos años. Además, en el caso de los fondos ganaderos se prohibe la reelección
por más de tres períodos consecutivos.
Remuneración
Existe libertad para convenir la remuneración del revisor fiscal. Sin embargo, ésta debe
estipularse previamente y por escrito. En los concursos que se realizaren para escoger revisor
fiscal, es prohibido hacer rebajas u ofrecer mayores servicios luego de haber presentado las
cotizaciones respectivas.
Se exceptúa del régimen de libertad el caso de las entidades del Estado, en las cuales la
remuneración del revisor no puede exceder el 80% de la que corresponda al respectivo gerente.
Tratándose de entidades vigiladas por la Superintendencia Bancaria, por la Superintendencia de
Valores o por la Superintendencia de Salud, la asamblea general de accionistas o junta de socios,
junto con el nombramiento, debe aprobar un presupuesto de los recursos humanos y técnicos
destinados a la revisoría fiscal.
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Es usual que las remuneraciones se revisen y ajusten anualmente.
Posesión
Antes de poder ejercer el cargo, los revisores fiscales de las entidades vigiladas por la
Superintendencia Bancaria, por la Superintendencia de Valores o por la Superintendencia de
Salud, deben solicitar su posesión ante los respectivos Superintendentes.
Dichos funcionarios exigen diversos documentos y realizan ciertas investigaciones con el fin de
cerciorarse acerca del carácter, idoneidad y experiencia del interesado. Como resultado pueden
conceder o negar dicha posesión.
Registro del nombramiento
Presentando (1) el acta en la cual conste la elección o, en su caso, el decreto del Gobierno
Nacional, (2) el acta de posesión cuando esta diligencia sea necesaria y (3) una constancia
expresa de que se acepta la designación, el nombramiento debe inscribirse en el registro
mercantil que lleve la Cámara de Comercio correspondiente al domicilio de la sociedad auditada.
El efecto principal del registro consiste en que, frente a terceros, se considera como revisor fiscal
a quien se encuentre inscrito, así su período haya terminado. Por regla general, una inscripción
solo se cancela mediante el registro de un nuevo nombramiento.
Funciones
El artículo 207 del Código de Comercio es del siguiente tenor:
“Son funciones del revisor fiscal:
1. Cerciorarse de que las operaciones que se celebren o cumplan por cuenta de la sociedad se
ajustan a las prescripciones de los estatutos, a las decisiones de la asamblea general y de la
junta directiva.
2. Dar oportuna cuenta por escrito, a la asamblea o junta de socios, a la junta directiva o al
gerente, según los casos, de las irregularidades que ocurran en el funcionamiento de la
sociedad y en el desarrollo de sus negocios.
3. Colaborar con las entidades gubernamentales que ejerzan la inspección y vigilancia de las
compañías y rendirles los informes a que haya lugar o le sean solicitados.
4. Velar por que se lleven regularmente la contabilidad de la sociedad y las actas de las
reuniones de la asamblea, de la junta de socios y de la junta directiva, y porque se conserven
debidamente la correspondencia de la sociedad y los comprobantes de las cuentas,
impartiendo las instrucciones necesarias para tales fines.
5. Inspeccionar asiduamente los bienes de la sociedad y procurar que se tomen oportunamente
las medidas de conservación o seguridad de los mismos y de los que ella tenga en custodia a
cualquier otro título.
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6. Impartir las instrucciones, practicar las inspecciones y solicitar los informes que sean
necesarios para establecer un control permanente sobre los valores sociales.
7. Autorizar con su firma cualquier balance que se haga, con su dictamen o informe
correspondiente.
8. Convocar a la asamblea o a la junta de socios a reuniones extraordinarias cuando lo juzgue
necesario.
9. Cumplir las demás atribuciones que le señalen las leyes o los estatutos y las que, siendo
compatibles con las anteriores, le encomiende la asamblea o junta de socios.
Parágrafo.- En las sociedades en que sea meramente potestativo el cargo de revisor fiscal, éste
ejercerá las funciones que expresamente le señalen los estatutos o las juntas de socios, con el
voto requerido para la creación del cargo; a falta de estipulación expresa de los estatutos y de
instrucciones concretas de la junta de socios o asamblea general, ejercerá las funciones indicadas
en este artículo. No obstante, si no es contador público, no podrá autorizar con su firma balances
generales, ni dictaminar sobre ellos.”
Teniendo presente la regulación contenida en el Pronunciamiento sobre Revisoría Fiscal del
Consejo Técnico de la Contaduría Pública, en resumen, la revisoría fiscal debe:
 Realizar una auditoría financiera, para expresar una opinión sobre la razonabilidad de los
estados financieros emitidos por la sociedad. En la mayoría de los casos, sólo se emiten
estados financieros al cierre del período contable. Sin embargo, las Superintendencias exigen
la presentación de estados financieros de períodos intermedios, usualmente trimestrales.
 Realizar una auditoría de cumplimiento, para dictaminar si los administradores de la sociedad
han cumplido las normas legales, los estatutos sociales, las decisiones de las asambleas
generales de accionistas o juntas de socios y las determinaciones de la junta directiva. Esta
auditoría comprende, entre otras cosas, el examen de la manera como se han cumplido las
reglas aplicables a los libros de contabilidad, a los comprobantes y soportes de las cuentas, a
los libros de actas de asamblea o juntas, al libro de registro de accionistas o socios y a la
correspondencia.
 Realizar una auditoría sobre el control interno, para conceptuar si ha sido adecuado. El
alcance de este trabajo excede la revisión que del control interno se efectúa usualmente en
desarrollo de una auditoría financiera. La ley exige especial énfasis con relación a las medidas
adoptadas para asegurar la conservación y control de los bienes y valores sociales, y de los
que, siendo de terceros, se encuentren en poder de la compañía.
 Según dicho Consejo, adicionalmente, debe practicar una auditoría de gestión, con el
propósito de evaluar el grado de eficiencia y eficacia con que se manejan los recursos
disponibles y se logran los objetivos previstos por el ente.
 Colaborar con las entidades gubernamentales que ejerzan la inspección y vigilancia de la
sociedad. En Colombia las certificaciones y dictámenes de los contadores públicos gozan de
un especial valor probatorio, en tanto no se demuestre su falsedad. Esta connotación legal
hace que las entidades gubernamentales soliciten con frecuencia al revisor fiscal trabajos
especiales, que cubren los más diversos asuntos, no necesariamente registrados en los libros
de contabilidad. Además, el Código de Comercio obliga al revisor fiscal a informar a dichas
entidades de situaciones que sean de su interés, según las funciones que corresponden a éstas,
informes que deben darse aunque no medie petición expresa requiriéndolos. No existe una
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compilación oficial de los múltiples informes que debe enviar el revisor fiscal en
cumplimiento de esta función.
De otro lado, el Estatuto Tributario, codificación de las normas legales aplicables a los impuestos
de orden nacional, exige que los revisores fiscales firmen las declaraciones mensuales de
retención en la fuente, las bimestrales sobre el impuesto al valor agregado y las anuales sobre el
impuesto sobre la renta. Dicha firma, en tanto no se exprese lo contrario, hace presumir que la
contabilidad se lleva según las normas legales y que muestra razonablemente la situación
financiera del respectivo contribuyente.
El cumplimiento de las funciones de los revisores fiscales debe hacerse con sujeción a las normas
de auditoría generalmente aceptadas. Estas están descritas en la ley, la cual se ha limitado a
enumerar las llamadas normas generales sobre la persona, el trabajo y los informes. Existe norma
expresa sobre el deber de documentación de la auditoría. La ley reconoce la propiedad del
contador público sobre sus papeles de trabajo, que debe conservar por cinco años y exhibirlos
antes las autoridades.
El Gobierno Nacional, mediante decretos reglamentarios, puede desarrollar tales normas
generales. No lo ha hecho hasta el momento. La jurisprudencia no reconoce, per se,
obligatoriedad legal a los pronunciamientos profesionales, tales como los emanados de IFAC. No
obstante, existen normas que se remiten expresamente a ellos, exigiendo su aplicación. La
doctrina de las autoridades de inspección y vigilancia, concebida a la luz de las normas legales y
según la hermenéutica jurídica, con relación a conceptos tales como la materialidad, el error
tolerable, el muestreo, la diferencia entre error e irregularidad y la rotación de los énfasis de
auditoría, se aparta significativamente del entendimiento que de ellos tiene la profesión contable.
También existen y son de obligatorio cumplimiento, 8 pronunciamientos del Consejo Técnico de
la Contaduría Pública, que comprenden el dictamen sobre estados financieros ajustados por
inflación, un pronunciamiento general sobre las normas de auditoría y ética, otro sobre el código
de ética, uno sobre las normas de auditoría generalmente aceptadas, un quinto sobre papeles de
trabajo, otro sobre rendición de informes sobre estados financieros, uno sobre revisoría fiscal y,
finalmente, un pronunciamiento sobre el estado de flujos de efectivo.
Auxiliares del revisor fiscal
La ley contempla dos tipos de auxiliares del revisor fiscal, según quien los remunere. Es posible
que todos los auxiliares sean remunerados por el revisor fiscal, que lo sean por la sociedad
auditada, o que unos lo sean por el revisor fiscal y otros por la compañía. En cualquier caso, los
auxiliares son nombrados y removidos por el revisor fiscal y actúan bajo la dirección y
responsabilidad de éste. La ley colombiana permite que el revisor fiscal se apoye en otros
auditores externos, en los auditores internos o en expertos.
Informes
Existen varias modalidades de informes:
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 Los que deben emitirse al fin del período contable, como resultado de las auditorías indicadas
atrás, cuyo contenido está regulado de manera general por el Código de Comercio y la ley 43
de 1990. Es usual que las opiniones sobre los estados financieros, sobre el cumplimiento de
normas y sobre el control interno se incluyan en un solo documento. Ciertas disposiciones
exigen pronunciarse sobre información complementaria presentada junto con los estados
financieros o hacer referencia expresa al cumplimiento de reglamentos específicos, como, por
ejemplo, tratándose de instituciones financieras, sobre la adecuada clasificación y evaluación
de los préstamos.
 Los correspondientes a estados financieros de períodos intermedios, que se preparan según
normas profesionales de aplicación universal. La Superintendencia Bancaria ha dictado
normas especiales en esta materia.
 Certificaciones sobre asuntos concretos, generalmente preparadas conforme a las reglas sobre
atestaciones.
 Adicionalmente la ley exige comunicar por escrito las irregularidades que se observen durante
el desarrollo del trabajo, en cualquiera de las áreas objeto de auditoría. Estas denuncias deben
ser oportunas y, en principio, se envían a los representantes legales. Excepcionalmente es
necesario ponerlas en conocimiento de las juntas directivas, asambleas generales de
accionistas o juntas de socios y entidades gubernamentales de inspección y vigilancia. Para
comprender adecuadamente las implicaciones de estos informes, debe tenerse en cuenta que
la ley colombiana concibe la revisoría fiscal como una función permanente que se desarrolla
desde la constitución de la sociedad hasta su liquidación. La doctrina de las autoridades no
distingue entre error, irregularidad y acto ilegal. Por irregularidad entiende cualquier
incumplimiento de una norma y cualquier debilidad o falla del sistema de control interno. Ha
llegado a sostener que respecto de estas denuncias no es procedente aplicar el concepto de
materialidad, para determinar si deben o no realizarse.
Responsabilidades
Al igual que respecto de otros profesionales, la ley contempla cuatro tipos de responsabilidad,
que no se excluyen ni se subsumen entre sí.
De un lado, responsabilidad civil, contractual o extracontractual, encaminada a indemnizar los
daños económicos que por dolo o negligencia pudieren causarse a la sociedad auditada, a sus
dueños o a terceros. Esta responsabilidad se demanda ante los jueces civiles.
De otro, responsabilidad contravencional, también llamada administrativa, inspirada en la
necesidad de velar por el respeto a las normas legales. No cumplir con las funciones del cargo, o
hacerlo negligentemente o en forma irregular, ocasiona amonestaciones, multas, suspensión o
interdicción para ejercer la revisoría fiscal, penas que son impuestas principalmente por las
Superintendencias, el Departamento Administrativo Nacional de Cooperativas o por la Dirección
de Impuestos Nacionales. En general cada entidad de vigilancia tiene su propio régimen aplicable
en esta materia.
Responsabilidad disciplinaria, diseñada para proteger la profesión, mediante el establecimiento
de un código de ética, actualmente contenido en la ley 43 de 1990. Dicho código desarrolla diez
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principios (integridad, objetividad, independencia, responsabilidad, confidencialidad,
observación de disposiciones normativas, competencia y actualización profesional, difusión y
colaboración, respeto entre colegas y conducta ética). Su violación acarrea amonestaciones,
multas, suspensión o cancelación de la inscripción profesional, castigos que son impuestos por la
Junta Central de Contadores.
Responsabilidad penal. Los tipos penales usualmente no se refieren expresamente al contador
público, pero los delitos cometidos por éste en ejercicio de su actividad profesional son
castigados en forma agravada, puesto que la ley ordena que las penas se tasen como si ellos
fueran funcionarios públicos. La investigación y represión de los delitos está asignada a la
Fiscalía General de la Nación y a jueces penales. Se suele mencionar como delitos más cercanos
al ejercicio de la revisoría, la falsedad, el encubrimiento, el fraude procesal, el uso indebido de
información privilegiada y la receptación, ocultamiento o disposición de bienes obtenidos de
actividades ilícitas.
Reflexiones de orden jurídico y sociológico sobre la revisoría fiscal. Crítica
y problemática
Descrita como queda la historia legislativa de la revisoría fiscal y resumido su esquema básico de
regulación, procede hacer una crítica del sistema y plantear su problemática. Este aparte es de
vital importancia. La revisoría fiscal, aunque algunos no lo perciban así, es objeto de una aguda
discusión. Los empresarios tienen una visión, el gobierno otra y la profesión, dividida por su
causa, se debate entre los más diversos esquemas y conceptos.
Debo advertir que no poseo tantos documentos como quisiera sobre este asunto. Y ello puede
quitar validez a la visión que se transmite a continuación. Como generalmente lo que se escribe
produce reacciones, confío que en el futuro mis vacíos tiendan a desaparecer.
En los Anales del Congreso, edición del 20 de noviembre de 1975, páginas 1244 y 1245, aparece
reseñado el proyecto de ley número 113 de 1975, presentado a consideración del Congreso por el
senador Ernesto McAllister. En su exposición de motivos se lee:
« (...) Hasta la expedición de la Ley 145 de 1960, reglamentaria de la profesión de contador
público, en Colombia existía una falsa imagen de lo que ésta era. Se tenía una idea muy elemental
de ella como profesión, se desconocía su dinámica, su proyección hacia el futuro y sobre todo su
aspecto humanístico y su función socio-económica, atributos altamente conocidos y difundidos en
los países desarrollados.
Uno de los objetivos que se pretendía con la mencionada ley era elevar la contaduría pública a
nivel universitario y con ello darle un carácter profesional, dado el desarrollo económico, que iba
teniendo nuestro país, lo que hacía necesario la aplicación de nuevas y más elevadas técnicas en la
dirección y control de las explotaciones económicas, tanto públicas como privadas. Todo esto,
motivado por un sano espíritu de defensa de los intereses nacionales.
El legislador consciente de las funciones y responsabilidades del contador público lo ha investido
de la facultad de dar fe pública. Esta facultad va desde la empresa privada a la oficial, procurando
siempre que los inversionistas grandes y pequeños o en general los interesados en los resultados
operacionales, como de manejos administrativos de dichas empresas pudieran tener información
confiable y fidedigna de ellas.
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No obstante el buen espíritu que acompañó al legislador en la elaboración y expedición de la Ley
145 de 1960, ésta conservó grandes vacíos que fueron hábilmente aprovechados por quienes
siempre han estado interesados en explotar inmisericordemente, para sus propios beneficios las
riquezas de nuestro país, y dentro de ellas, los beneficios de una profesión como la contaduría
pública, esta vez representados en ocho firmas de contadores públicos internacionales que operan a
nivel mundial, con sede en los Estados Unidos de Norteamérica, defendiendo los intereses que este
país tiene establecidos en Colombia.
Siendo la revisoría fiscal la máxima expresión de la contaduría pública en nuestro país y, por
consiguiente, el campo de acción más importante para el contador público, ésta no fue
suficientemente delimitada por la Ley 145 de 1960, en cuanto hace referencia al número de
revisorías fiscales que podrían ser desempeñadas por un contador público y en cuanto a que no la
estableció como privativa de los contadores públicos de nacionalidad colombiana, permitiendo con
ello el que extranjeros o firmas extranjeras absorbieran este campo desplazando así a los
profesionales colombianos de esta actividad y obligándose a servir únicamente como un empleado
más en cargos administrativos dentro de la empresa privada u oficial.
Esta situación de monopolio se hizo tan notoria que el mismo legislador debió pronunciarse al
respecto a través del artículo 215 del nuevo Código de Comercio que contempla ya una limitación
a cinco (5) revisorías fiscales por contador público, lo cual indiscutiblemente redundó en una mejor
distribución de las revisorías en un mayor número de profesionales. Pero es de observar que tanto
la Ley 145 de 1960 como el artículo 215 del nuevo Código de Comercio no han resuelto el
problema fundamental, esto es, en cuanto a que las revisorías fiscales y las auditorías externas sean
desempeñadas por contadores públicos de nacionalidad colombiana, o por firmas nacionales de
contadores públicos formadas por contadores públicos de nacionalidad colombiana.
Decíamos anteriormente que la Ley 145 de 1960 y sus decretos reglamentarios habían dejado
grandes vacíos que podemos enumerar así:
1. No definición, ni equivalencia de la auditoría externa como actividades propias del contador
público.
2. Ninguna limitación en el número de revisorías fiscales en cabeza de un contador público.
3. No estableció el ejercicio de la revisoría fiscal como privativo de los contadores públicos de
nacionalidad colombiana.
Como consecuencia de ello se obtuvo que las firmas extranjeras de contadores públicos radicadas
en nuestro país siguieran ejerciendo sin ningún control las auditorías externas, las cuales vienen
practicando por mandato de sus casas matrices, en cumplimiento de legislaciones vigentes en su
país de origen. Débese tener en cuenta que la institución de la auditoría externa en los Estados
Unidos de Norteamérica es igual a la institución de la revisoría fiscal que se realiza en nuestro país,
pero con una denominación diferente, por lo que es necesario que ésta sea asimilada a revisoría
fiscal en lo que toca a nuestro territorio nacional y entrar a tomar determinaciones sobre el
particular, decisiones que deben conllevar a que dichas auditorías externas, aún cuando sean
determinadas por legislaciones foráneas, sean a su vez privativas de los contadores públicos de
nacionalidad colombiana, tal como la revisoría fiscal propiamente dicha.
Si se entiende la profesión del contador público, contaduría pública, como una actividad liberal que
realiza este objetivo en la auditoría externa, veremos cuán peyorativo resulta el apelativo liberal, en
las actuales condiciones, porque si la actividad del contador público, tiene su expresión más
caracterizada en las llamadas firmas de contadores públicos, es necesario saber cómo y por qué
surgieron dichas empresas en nuestro país y conocer, por consiguiente, si cumplen una actividad
que se acople hoy con nuestros objetivos nacionales y profesionales.
Tras las inversiones extranjeras llegan y se presentan por primera vez al país las firmas
internacionales de contadores públicos. Surgen como exigencia de las empresas inversionistas
21
extranjeras y aparecen como sus razones sociales lo indican, como una manifestación del poder
económico dominante. Nace la profesión de contador público para servir a una industrialización
que no es la nuestra y se crean las facultades de contaduría que nutren de personal a dichas
empresas internacionales de contadores que monopolizan todo el campo de la actividad profesional
propiamente dicha.
Si la presencia de las firmas internacionales fue en principio una necesidad para la inversión
extranjera, su presencia hoy en nuestro país es no solo innecesaria sino principalmente perjudicial
para el libre desarrollo de la profesión de la contaduría pública en Colombia. Este hecho se
manifiesta en la posición defensiva que han adoptado en los últimos años dichas firmas frente a los
contadores colombianos y frente a nuestra propia legislación.
La situación actual se caracteriza, pues, por un monopolio de la profesión ejercido por ocho firmas
extranjeras de contadores públicos que operan en nuestro país no solo en el campo de la revisoría
fiscal, sino también en el campo de la auditoría externa, en donde llega a ser casi total
(aproximadamente el 95% de los honorarios facturados por este concepto). Esta situación se ha
puesto de manifiesto y denunciado, inclusive en el seno mismo de los Estados Unidos de
Norteamérica, en donde órganos informativos de gran audiencia nacional han publicado,
ocupándose así del caso, cifras que escandalizan a cualquier lector. Por ejemplo, la revista
“Business Week”, de abril 22 de 1972, indica del dominio del mercado profesional ejercido por
ocho grandes firmas, las cuales monopolizan mil billones de dólares de un total de dos mil
quinientos billones de dólares que facturan por honorarios profesionales las firmas de contadores
públicos americanas.
Contra estas ocho grandes firmas debe competir el profesional colombiano, pues ellas están
establecidas en Colombia y operando sin control de ninguna naturaleza, competencia que se realiza
bajo todo tipo de desventajas, inclusive de la propia legislación colombiana que no ha dictado
normas que lo protejan, defiendan y permitan la libre emulación de firmas nacionales de contadores
públicos conformadas por profesionales de nacionalidad colombiana y no por el contrario, de
firmas nacionales de contadores públicos extranjeros.
El desarrollo de una conciencia nacionalista del profesional colombiano de la contaduría ha venido
en crecimiento día tras día: dicha evolución se ha dado en la medida de una sana y objetiva
discusión acerca de lo que debe ser la contaduría pública y de la participación colombiana en el
desarrollo de la misma.
Se ha llegado entonces a cuestionar una filosofía, su contribución al desarrollo económico y la
necesidad de tomar una participación más activa en el tratamiento de los problemas que aquejan la
profesión. Tema que ha sido centro de la discusión lo constituyen las firmas extranjeras de
contadores públicos que no han permanecido pasivas frente al despertar de esta conciencia y han
puesto en juego todas las cartas para tratar de frenar este proceso que entendemos como un hecho
irreversible, históricamente considerado.
En los apartes anteriores nos hemos referido a la injerencia de dichas firmas en los problemas
internos de la profesión de la contaduría pública en Colombia, problemas que deben ser resueltos
exclusivamente por los contadores colombianos y a cuya solución deben atenerse los extranjeros
que, de acuerdo a las leyes colombianas, ejerzan la profesión en el país. No debe mirarse esta
posición desde el ángulo de un nacionalismo estrecho, sino como una simple manifestación del
principio de autodeterminación, ya hace mucho tiempo aceptado por todas las naciones, incluyendo
a los mismos Estados Unidos de Norteamérica, país éste donde se da una protección al trabajo y al
ejercicio de algunas profesiones, limitando su ejercicio únicamente a los ciudadanos de
nacionalidad estadounidense.
Ya en mas de una oportunidad los contadores públicos colombianos se han manifestado en contra
de esta insólita situación y la más reciente la dieron en el III Congreso de Contadores Públicos,
22
máxima entidad que representa a los profesionales de la contaduría en Colombia, en Cali, en junio
de 1973.
Estamos seguros de que el Parlamento colombiano hará eco de estas justas aspiraciones,
procurando materializarlas en una ley que coloque al profesional de la contaduría pública en el sitio
que le corresponde; que defienda sus intereses frente a los extranjeros, que acabe con los
monopolios establecidos por las firmas extranjeras de contadores públicos en nuestro país; que
permita y estimule la creación de firmas nacionales de contadores públicos formadas por
contadores de nacionalidad colombiana y sin nexos de ninguna naturaleza con firmas extranjeras;
evite el disfraz que las firmas extranjeras quieren hacer al aparecer como nacionales, propiamente
dichas, y, finalmente, determine una mejor distribución de las actividades propias de la contaduría
pública, las cuales son la revisoría fiscal y la auditoría externa, en un mayor número de
profesionales.
Es por todo lo anterior que presentamos a la digna consideración de los honorables parlamentarios
esta iniciativa de la ley que recoge fielmente las aspiraciones de los contadores públicos
colombianos, lo cual hacemos en un articulado corto, claro y sin distracciones de ninguna índole,
pero con un fondo nacionalista de protección de los intereses nacionales y enmarcado dentro de
nuestra Carta Constitucional.
Convencidos como estamos de que las leyes deben contener y expresar la realidad socio económica de un país, es por lo que nos atrevemos a pensar que esta iniciativa tendrá la acogida de
los honorables parlamentarios. (...)»
El contador público Régulo Millán Puentes, en su calidad de Secretario General de la Junta
Central de Contadores, envió al doctor Horacio Serpa Uribe, el 10 de agosto de 1983, un
proyecto aprobado por dicha Junta, que se presentó al Congreso primero como proyecto 136 de
1983 y luego como proyecto 39 de 1984; este último es el origen de la que luego de muchas
vueltas se convirtió en la ley 43 de 1990. En la exposición de motivos aprobada por la Junta se
lee:
« (...) Artículo 5o. Define el concepto de firma o sociedad de contadores públicos, haciendo énfasis
en la calidad de contador público que deben tener los socios de la firma cuyo objeto social se
desarrollará por intermedio de los mismos.
También dispone que las personas jurídicas no pueden ejercer la profesión, sino contratar los
servicios propios de la profesión, los cuales deberán ser prestados por personas naturales que
tengan la calidad de contadores públicos debidamente inscritos ante la Junta Central de
Contadores; igualmente se aclara que su razón social deberá llevar el apellido de por lo menos, uno
de sus socios.
El fin de esta norma es evitar que personas distintas de los verdaderos profesionales pretendan
ofrecer servicios que no estén en capacidad de garantizar, con grave perjuicio no sólo para la
profesión, sino para la economía empresarial y para la economía nacional.
En cuanto a la exigencia de que la razón social de la firma o sociedad de contadores debe llevar el
apellido de por lo menos de uno de sus socios tiene los antecedentes de que, en casi todos los
países del mundo, las firmas o sociedades de profesionales se anuncian con el apellido o el nombre
de sus socios. Nuestro Código de Comercio exige que la razón social de la sociedad colectiva debe
llevar el apellido de uno o varios de los socios (Artículo 303 del Código de Comercio).
Es importante este artículo porque es la primera vez que se dictan normas sobre el ejercicio de la
profesión de contador por medio del sistema de sociedades o compañías creadas para prestar este
servicio.
23
El artículo 6o. precisa las funciones que generalmente prestan los contadores públicos bajo la
modalidad de la auditoría externa. Con esta medida se llena el gran vacío que dejó la Ley 145 de
1960, ya que en la actualidad la práctica de la auditoría externa es de libre ejercicio, sin control de
ninguna naturaleza y es necesario, para beneficio de la misma profesión, que la legislación
colombiana la regule de forma similar a como lo está la revisoría fiscal. Pues, tanto en el ejercicio
de la auditoría externa, como de la revisoría fiscal, el contador público otorga la fe pública.
El artículo 7o. contiene una de las grandes aspiraciones del contador público colombiano, la cual
no es otra que la de pretender una acertada y equitativa distribución de la revisoría fiscal y de la
auditoría externa en nuestro medio.
La revisoría fiscal es una actividad establecida por nuestro Código de Comercio, para cuyo
cumplimiento el Contador público emplea normas y procedimientos de auditoría externa, como los
estudios y análisis para fundamentar su dictamen sobre los estados financieros. No así para las
demás funciones que el Código le asigna sobre el control y vigilancia de la administración de la
sociedad. Sus dictámenes y conceptos autorizados pueden ser utilizados en ocasiones para cumplir
las modalidades de los sistemas de auditoría externa.
Por tal razón las firmas extranjeras de auditoría aprovechan para incorporar en un mismo contrato
los servicios de la auditoría externa y de la revisoría fiscal. Conviene aclarar que mientras la
auditoría externa opera en cerca de 30.000 empresas, muchas de ellas sociedades limitadas, las
exigencias de nuestro Código de Comercio se cumplen apenas en 4.000 sociedades comerciales,
siendo en su mayoría sociedades anónimas.
Una de las grandes características de la Revisoría Fiscal, a diferencia de la auditoría externa, es la
de que el revisor fiscal cumple funciones de vigilancia y control sobre el cumplimiento del contrato
social y de las órdenes de la Asamblea y la Junta de Socios. El ejercicio de estas funciones supone
necesariamente una actividad permanente. En cambio, la auditoría externa obedece a los
compromisos de un contrato de servicios profesionales.
Por otra parte el artículo es muy claro al establecer que el Revisor Fiscal no debe tener vinculación
laboral o económica con sociedades o firmas que presten el servicio de auditoría externa a la
misma empresa en la cual ejerce el cargo de revisor fiscal, evitando así que las firmas
transnacionales de auditoría sigan acaparando, como hoy lo hacen, las revisorías fiscales por
intermedio de sus empleados, a la vez que mantienen el monopolio de las auditorías externas.
Además, el artículo señala que en ningún caso el revisor fiscal será una persona jurídica y enfatiza
que dicho cargo no lo puede desempeñar sino un contador público de nacionalidad colombiana.
El artículo 8o. determina que todas las empresas transnacionales que tengan negocios permanentes
en Colombia o que se establezcan como sucursal o con otra denominación deberán ser auditadas
por contadores públicos, de nacionalidad colombiana, salvo lo convenido en tratados con otros
países con los cuales exista reciprocidad de títulos.
Si la empresa extranjera de cualquier índole que fuere, funciona en el país, bien sea en la prestación
de servicios o en la explotación de nuestros propios recursos naturales, lo más elemental es que
esté controlada en sus aspectos de contabilidad y auditoría por colombianos, ya que son los propios
recursos nacionales lo que se encuentra en juego.
No se trata en este caso de un nacionalismo a ultranza, sino que es la propia conveniencia nacional
la que exige esta clase de procedimientos, máxime si se tiene en cuenta los sistemas poco
ortodoxos que emplean las firmas transnacionales de auditoría. (...)»
24
Las ideas anteriores se han difundido a lo largo de estos años, a través, entre otros medios, de
algunas universidades. Así fue el propósito, tal como se puede ver en las siguientes conclusiones
que consignó el contador público Carlos Cortés Mattos en su libro Las multinacionales de
auditoría en Colombia, impreso por Italgraf en 1986, página 102:
«Todos estos planteamientos constituyen algunos elementos de juicio que nos deben llevar a la
reflexión, y tras el convencimiento de su legitimidad, imponernos con mayor responsabilidad una
línea de conducta vertical y decidida contra las nocivas firmas transnacionales de contadores
públicos norteamericanos; primero, orientando a los colegiados que ejercen funciones catedráticas
como decanos y profesores, que tienen el deber de explicar ante los estamentos docentes y
estudiantiles, el mensaje que encierra nuestro lema de luchar por la nacionalización de la
contaduría pública, transmitiéndoles nuestras opiniones para que se discutan y se creen las
condiciones que lleven a la formulación de una teoría contable nuestra, de acuerdo con las
condiciones propias; esta labor la llamaría por su verdadero nombre o sea, enfrentar con decisión la
lucha ideológica contra las “8 grandes” y sus testaferros, demostrando que éstas sirven de
instrumento ideológico al capital monopolista con miras al sostenimiento de las condiciones
económicas que les permiten actuar a sus anchas; y, segundo, complementar esta lucha ideológica
con el apoyo masivo y activo de los contadores públicos y estudiantes de contaduría a toda
reglamentación oficial que controle la actividad desenfrenada y monopolística de la hidra de 8
cabezas.
Tal es la misión histórica del CCCP en su etapa actual, y nos corresponde a esta generación llevarla
a cabo no sólo como una tarea sino como un deber frente a las futuras generaciones.»
A continuación transcribo la comunicación que con relación a la circular SS-005, SB-076 y
CNV-015 de septiembre de 1989, enviaron a sus tres emisores los doctores Fabio Echeverri
Mejía, Presidente de la ANDI, Carlos Caballero Argaez, Presidente de la ASOBANCARIA y
William R. Fadul, Presidente de FASECOLDA, la cual está fechada el 7 de diciembre de 1989:
«Apreciados doctores:
Como es de su conocimiento los Despachos a su cargo expidieron conjuntamente el pasado 19 de
septiembre la Circular indicada en la referencia, mediante la cual efectúan una serie de precisiones
en cuanto a la importancia, los objetivos y las características de la Revisoría Fiscal, así como la
forma en que, en opinión de esos Despachos, deben ser ejercidas las funciones de vigilancia
atribuidas por la ley al Revisor Fiscal.
La citada Circular en el punto II, número 2, preceptúa que uno de los principales objetivos de la
Revisoría Fiscal es la “Vigilancia igualmente permanente para que los actos administrativos, al
tiempo de su celebración y ejecución, se ajusten al objeto social de la empresa y a las normas
legales...”.
La misma Circular agrega en el aparte III que son características propias de las funciones de la
Revisoría Fiscal, de una parte, la permanencia entendida como que “Su labor debe cubrir las
operaciones en su fase de preparación, celebración y ejecución...” y, de otra parte, la naturaleza
preventiva de la vigilancia que ejerce el Revisor Fiscal “... para que no se incurra en actos
irregulares o no se persevere en conductas ajenas a la licitud...”.
De la lectura de los apartes reseñados anteriormente surge la inquietud, tanto para los
administradores y directores de las sociedades comerciales, como para sus Revisores Fiscales, de
que con ella se pretenda, por parte de los entes de control del Estado, alterar el sentido que la ley
ha dado al ejercicio de la Revisoría Fiscal, para convertirla en un elemento de cogestión o
coadministración de los negocios sociales.
25
Ciertamente el Código de Comercio le asigna al Revisor Fiscal la función de “Cerciorarse de que
las operaciones que se celebren o cumplan por cuenta de la sociedad se ajusten a las prescripciones
de los estatutos...” (art. 207 ord. 1o.). Pero dicha función de cerciorarse, la cual se ejerce a
posteriori de la celebración de los actos, no puede ser confundida con una vigilancia previa o
concomitante a la celebración y ejecución de los actos de los administradores sociales.
Ello por cuanto sería físicamente imposible que un Revisor Fiscal, así cuente con auxiliares para tal
función, intervenga en la fase “de preparación, celebración y ejecución” de absolutamente todos los
actos que diariamente efectúa una sociedad en diversos lugares del país, a lo cual se suma el hecho
de que la administración no está sujeta para la celebración de un acto o contrato al visto bueno o a
la aprobación del Revisor Fiscal, lo cual, además, haría nugatoria la independencia que
precisamente debe caracterizar su labor. Es más, mal podría el Revisor Fiscal dar cumplimiento a
las instrucciones de la Circular en comento, cuando, según el artículo 213 del Código de Comercio,
el Revisor Fiscal no tiene derecho propio para asistir a las reuniones de los órganos sociales, en las
cuales tiene lugar la fase de preparación, celebración o ejecución de una buena parte de los
principales actos de la sociedad.
De lo expuesto claramente se infiere la necesidad de que los Despachos a su muy digno cargo
precisen los alcances de la Circular en cuestión, para eliminar la idea de que la vigilancia del
Revisor Fiscal deba ser previa y concomitante respecto de los actos de la administración de la
sociedad y, de esta forma, evitar el establecimiento de un sistema de coadministración de los
negocios sociales.
De los señores Superintendentes de Sociedades y Bancario y del señor Presidente de la Comisión
Nacional de Valores con todo respeto, »
Cuando se estaba tramitando el proyecto que se convirtió en la ley 45 de 1990, la ANDI remitió
al ponente del mismo, doctor Saulo Arboleda Gómez, la carta y el documento que incluimos a
continuación, tomados del libro “Consolidación y futuro del Sector Financiero”, de autoría y
edición del citado ponente, impreso por Editoláser & Cía. Limitada, Bogotá 1991, páginas 201 a
206:
«B. Carta de noviembre 6 de 1990
Ha presentado el Gobierno Nacional a la consideración del Congreso un proyecto de reforma
financiera que, en nuestro sentir, resulta congruente con el anhelo de fortalecer el sector financiero,
hacerlo más competitivo y obtener una mayor eficiencia.
Uno de los capítulos del proyecto de ley contiene normas relativas a la revisoría fiscal que, si son
aprobadas, harían de este funcionario un mero auxiliar de los organismos de control público, tales
como la Superintendencia Bancaria y la Comisión Nacional de Valores. Tal propósito es contrario
a la filosofía de la privatización y desregulación que el sector financiero y, el país en general,
anhela.
El documento adjunto contiene un análisis detallado de estos asuntos y propone algunas reformas
que buscan la modernización de la Revisoría Fiscal.
Cordialmente,
Fabio Echeverri Correa
Presidente
C. Documento adjunto sobre Revisoría Fiscal
26
La Asociación Nacional de Industriales comparte, en líneas generales, este proyecto de origen
gubernamental. Le parece correctamente orientado hacia una mayor competitividad, apertura y
eficiencia del sector financiero; un grado mayor de modernidad en las normas reguladoras de la
actividad aseguradora; y la completa transparencia de las operaciones de captación y colocación de
dinero.
Ha analizado también la ANDI las observaciones formuladas por otras entidades gremiales
(Asociación Bancaria, Fasecolda, ICAVI), las cuales comparten integralmente. A ellas, en aras de
la brevedad, nos remitimos.
Este documento referirá exclusivamente, a las normas que tanto el Gobierno como el H.
representante, doctor Saulo Arboleda, presentan para modificar la institución de la Revisoría
Fiscal. Nos parece, de un lado, que tales preceptos son inadecuados y que, de otro, debe
aprovecharse la reforma financiera propuesta para modernizar la Revisoría Fiscal y efectuar un
deslinde claro entre las tareas que corresponden al revisor fiscal y las que, por su propia naturaleza,
deben pertenecer a los administradores.
1. Subordinación del revisor fiscal frente al Gobierno
Según el artículo 20 del proyecto ley y del pliego de modificaciones presentado por el ponente, “la
Superintendencia Bancaria o la Comisión Nacional de Valores podrán instruir a los revisores
fiscales sobre la manera como deben cumplirse las disposiciones que regulan su actividad y fijar
criterios técnicos y jurídicos para su cabal aplicación.”.
Esta subordinación del revisor fiscal frente a la Comisión Nacional de Valores y la
Superintendencia Bancaria nos parece altamente inconveniente. La Revisoría Fiscal es un
mecanismo de control y vigilancia de carácter privado, cuyo mandato proviene de la Asamblea
General de Accionistas, así ejerza funciones que interesan a toda la comunidad, particularmente al
fisco, a los acreedores y a quienes actúan en el mercado de valores. La existencia de un interés
público vinculado al cabal desempeño de la Revisoría Fiscal explica que este órgano social deba
cumplir no sólo las funciones establecidas en los estatutos, y las que los accionistas le impongan,
sino también, y de manera rigurosa, aquellas que se encuentran consagradas en la ley.
La Comisión Nacional de Valores y la Superintendencia Bancaria son, por el contrario,
mecanismos de supervisión de origen estatal, llamados a cumplir funciones diferentes a las del
revisor fiscal. Su existencia se explica por la necesidad de que el Estado pueda vigilar la operación
del mercado de valores y la ortodoxia con que son administradas las entidades que captan y
movilizan el ahorro de los particulares.
Conviene, por lo tanto, mantener una nítida separación entre ambas clases de instituciones con el
fin de que cada una de ellas, dentro de su propio ámbito de actuación, cumpla correctamente el
papel que le corresponde.
La iniciativa del Gobierno desvirtúa, de manera grave, la esencia de la Revisoría Fiscal. Es
evidente que si los entes públicos de control quedan facultados para impartir instrucciones al
revisor fiscal, no gozará éste de la independencia y objetividad que son indispensables para que sea
plenamente responsable en el desempeño de sus tareas. En la medida en que sea sometido a
instrucciones obligatorias emanadas de los organismos estatales de control, estos últimos tendrán
que asumir, en última instancia, la responsabilidad por el buen funcionamiento de la Revisoría
Fiscal.
Y desde luego es inconveniente este exceso de intervencionismo del Estado, como también lo es
que se debilite la Revisoría Fiscal sometiéndola a cumplir un papel subalterno de la
Superintendencia Bancaria y la Comisión Nacional de Valores.
27
En consecuencia, considera la ANDI que existiendo un régimen legal estricto sobre los deberes del
revisor fiscal y de la responsabilidad derivada de su defectuoso cumplimiento, en modo alguno
conviene facultar a tales organismos públicos para impartir instrucciones al revisor fiscal sobre la
dimensión jurídica y técnica de sus tareas.
2. Posesión del revisor fiscal ante un ente público
Está previsto en el artículo 21 del proyecto de ley que el revisor fiscal debe posesionarse ante el
Superintendente Bancario o el presidente de la Comisión Nacional de Valores, según corresponda.
esta posesión solo procederá cuando tales funcionarios “... se cercioren acerca del carácter, la
idoneidad y la experiencia del peticionario. Con tal fin podrán realizar pruebas de idoneidad.”.
Estima la asociación que en este punto también se incurre en un exceso de intervencionismo estatal.
La posesión tiene sentido tratándose de directores, representantes legales y gerentes de entidades
financieras, toda vez que no existen requisitos de orden legal para el desempeño de sus cargos. No
ocurre lo mismo en el caso del revisor fiscal. En la legislación vigente está previsto que sea un
contador público debidamente autorizado para el ejercicio de su profesión, requisitos éstos que
dependen de la previa obtención del título profesional y de su inscripción ante la Junta Central de
Contadores.
Así las cosas, existen suficientes mecanismos de control sobre la idoneidad del revisor fiscal, y, por
consiguiente, resulta superflua su posesión ante el presidente de la Comisión de Valores o el
Superintendente Bancario. Cierto es que el H. representante ponente plantea la eliminación de la
potestad que tales funcionarios tendrían de realizar pruebas de idoneidad previas a la posesión del
revisor fiscal. Esta no es una solución satisfactoria porque deja en el plano de la más absoluta
discrecionalidad la posesión del revisor fiscal, o la convierte en un mero formalismo, carente, por
completo, de sentido.
3. Deslinde entre las funciones de los administradores y del revisor fiscal
En la práctica corriente de los negocios suele creerse, de manera errónea, que al revisor fiscal
corresponde, de manera exclusiva, el ejercicio del control interno de las operaciones del ente
comercial y la certificación sobre la exactitud de los estados financieros. La verdad es que esas son
tareas que dado su carácter esencialmente administrativo, deben quedar comprendidas dentro de la
órbita de los administradores de la sociedad.
Estima la asociación, en consecuencia, que debería adicionarse el artículo 196 del Código de
Comercio, que trata de la responsabilidad de los administradores de las sociedades, con un inciso
nuevo, concebido así:
“El establecimiento de una estructura de control interno adecuada y la preparación y presentación
de estados financieros, son funciones que corresponden a los administradores.”.
Si se acepta la propuesta anterior, es lógicamente indispensable redefinir el alcance del dictamen
del revisor fiscal sobre los estados financieros, asunto éste regulado en el artículo 208 del Código
de Comercio. Esta disposición ha sido entendida por la Superintendencia Bancaria y de Sociedades
y la Comisión Nacional de Valores como si el revisor fiscal estuviera obligado a certificar la
exactitud de los estados financieros que, preparados por los administradores, debe aprobar la
Asamblea General de Accionistas o el órgano social equivalente. Esta es una concepción también
equivocada, que, conjuntamente, con otros factores, contribuye a que los índices de eficiencia de
nuestra actividad empresarial sigan siendo bajos. Es evidente que si el revisor fiscal es responsable
por la exactitud de los estados financieros, en la práctica tendrá que ejercer un control exhaustivo
sobre las operaciones contables, tarea casi de imposible cumplimiento que consume un enorme
volumen de recursos humanos y económicos.
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Ese no puede ser el papel del revisor fiscal. Tratándose del balance y la cuenta de resultados, su
tarea debe consistir en certificar que los saldos de las cuentas han sido correctamente trasladados
de los libros y que tales estados financieros reflejan, razonablemente, la realidad financiera del
ente. Como consecuencia de lo que acaba de indicarse, los numerales 4o. y 5o. del artículo 208 del
Código de Comercio deberían quedar así:
“4o. Si el balance y el estado de pérdidas y ganancias han sido tomados fielmente de los libros; y si
en su opinión de acuerdo con la ley y las normas de contabilidad generalmente aceptadas, ellos
reflejan, razonablemente, la situación financiera y los resultados del correspondiente ejercicio.
5o. Las reservas o salvedades que tenga sobre la razonabilidad de los estados financieros.”.
4. Deber de colaboración de los revisores fiscales con las autoridades
Según el artículo 207 numeral 3o. del Código de Comercio los revisores fiscales están obligados a
suministrar la colaboración que les soliciten la Superintendencia Bancaria y otras entidades
públicas de control. Al amparo de esta disposición tales entidades han resuelto desligarse del
cumplimiento de sus tareas trasladándose a los revisores fiscales. De esta manera se ha desvirtuado
las importantes funciones que dentro de las empresas ellos cumplen, reemplazándolas por tareas
mecánicas de certificación de operaciones que deben efectuarse dentro de la “colaboración” debida
a las autoridades. En el sector financiero este problema es crítico.
Si el honorable Congreso de la República accediere, como lo anhela la ANDI, a las
recomendaciones formuladas en párrafos precedentes, habría que modificar el papel de
colaboración de los revisores fiscales en los siguiente o similares términos.
“El numeral 3o. del artículo 207 del Código de Comercio quedará así: Colaborar con las entidades
gubernamentales que ejerzan la inspección y vigilancia de las compañías, efectuando los análisis
técnicos que le sean solicitados sobre los estados financieros y la calidad de la estructura de control
interno.”.
5. Ejercicio de la Revisoría Fiscal
En sociedades comerciales pequeñas, con bajos volúmenes de operación y carentes de
complejidad, la Revisoría Fiscal puede ser desempeñada por personas naturales. Mas difícilmente
podrá así ocurrir en empresas de mayor envergadura como las que hoy son frecuentes en nuestro
medio. En tales casos las circunstancias exigirán el acopio de conocimientos técnicos altamente
sofisticados que, por regla general, sólo posee un selecto grupo de profesionales. Es cierto que la
legislación actual permite la designación de sociedades de contadores públicos para el ejercicio de
la Revisoría Fiscal, pero a renglón seguido exige que, de todas maneras, la firma designe el
contador persona natural sobre quien recae la responsabilidad consiguiente. Conviene, por lo tanto,
autorizar plenamente el ejercicio de la Revisoría Fiscal por asociaciones profesionales disponiendo
al propio tiempo, que la responsabilidad recaiga directamente sobre el ente público. A continuación
se presenta la fórmula legal que recoge estas ideas:
“El artículo 215 del Código de Comercio quedará así:
El revisor fiscal podrá ser una persona natural o jurídica. En el primer caso, necesariamente será un
contador público. En el segundo, deberá ser una sociedad de contadores públicos, evento en el cual
a ella se imputará la responsabilidad prevista en el artículo 211 del Código de Comercio. Ninguna
persona natural podrá ejercer el cargo de revisor fiscal en más de cinco sociedades por acción.”.
6. Renuncia del revisor fiscal
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Ha ocurrido en la práctica con alguna frecuencia que cuando el revisor fiscal renuncia a su cargo, o
no aspira a continuar desempeñándolo al vencimiento del período, el órgano social encargado de
reemplazarlo se abstiene de hacerlo; y como el revisor fiscal no puede desligarse de sus
responsabilidades mientras no se inscriba su reemplazo en el Registro Mercantil, queda
indefinidamente obligado, no pocas veces sin remuneración, al desempeño de tareas de las que
quiere desligarse. Para resolver este problema se propone adicionar al artículo 215 del Código de
Comercio con un parágrafo concebido en los siguientes o parecidos términos.
“Parágrafo. La renuncia del revisor fiscal, comunicada al órgano competente para designarlo, no lo
libera de las responsabilidades inherentes a su cargo. Sin embargo, transcurridos seis meses sin que
sea inscrito su reemplazo, la Cámara de Comercio procederá a cancelar su inscripción en el registro
público mercantil.”
Bogotá, noviembre 1o. de 1990
Asociación Nacional de Industriales, ANDI»
En el seminario celebrado entre el 9 y el 11 de septiembre de 1991, con el cual la Cámara de
Comercio de Bogotá y la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes conmemoraron los
20 años de expedición del Código de Comercio, junto con Eduardo Jiménez Ramírez
presentamos una ponencia intitulada Información y Control Interno en parte la cual se lee:
«Igualdad del esquema frente a la desigualdad de las empresas
Como se sabe nuestro código de comercio exige que tengan revisor fiscal las sociedades por
acciones y las sucursales de las sociedades extranjeras (artículo 203). La forma social fue un
criterio muy socorrido, por considerarse que ella estaba asociada al tamaño e importancia
empresarial.
Con el paso de los años, tal vez como producto de diferentes tratamientos tributarios, vino a
observarse que dicho supuesto no era correcto. Muchas sociedades de gran envergadura estaban
constituidas como sociedades de responsabilidad limitada.
Lo cierto es que la forma societaria ha valido más que la realidad económica de las empresas. Para
el legislador dos sociedades anónimas, la tienda de la esquina y el Banco Ganadero, son lo mismo
para efectos de la revisoría.
Los grados de fiscalización, su alcance y complejidad, debieran corresponder con el tamaño de las
operaciones de una empresa y con el nivel de exposición de los terceros.
Lamentablemente esto no se ha entendido, y aunque el legislador en su momento tuviera en mente
empresas de ciertas características, el sistema de revisoría fiscal se ha extendido sin discriminación
alguna. Cierto es que la ley 43 de 1990 impuso la revisoría fiscal en atención a su volumen de
activos o de ingresos, desvinculando así el órgano de la forma societaria. Pero ningún ajuste se ha
introducido al esquema que permita considerar como viable la aplicación de los diferentes
enfoques de auditoría que las normas profesionales consagran según se trate de grandes o pequeños
negocios.
La inflación normativa
El primer escollo que un revisor fiscal encuentra para vigilar una entidad es el deber que tiene de
cuidar por el cumplimiento de las leyes y de la normatividad interna.
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Los estudios de orden jurídico incluidos en la formación de un contador público ascienden tan solo
al 14% de la intensidad horaria total. Hay un énfasis marcado respecto de la legislación tributaria.
Tal dedicación, dispuesta y aprobada por el Estado, resulta a todas luces insuficiente para
considerar que en verdad nuestros profesionales estén preparados para ejercer la vigilancia de la
legalidad.
De otro lado, cualquiera sabe que el sector empresarial está excesivamente reglado, en especial
aquellos en que el Estado ha resuelto intervenir.
A lo anterior se añade la gran movilidad del ordenamiento jurídico, que por su carácter económico,
está sujeto a permanentes ajustes de aplicación inmediata.
Con criterio por cierto ingenuo se presume que de forma instantánea las instituciones pueden
cambiar sus operaciones, armonizar las herramientas de administración, entrenar su personal y
orientar la clientela. De igual manera tampoco un revisor fiscal puede ajustar su planeación y sus
programas en forma inmediata.
Para rematar no son pocas las ocasiones en que las nuevas normas provocan múltiples
interpretaciones o son de difícil cumplimiento. Ni aún los expertos se ponen de acuerdo. Y no son
pocos los casos en que los máximos tribunales de la rama jurisdiccional se pronuncian en forma
contraria. En medio de todo este mare magnum se encuentra el revisor fiscal, como se dijo sin
mayor preparación.
Complejidad del sistema contable
Una de las consecuencias de la inflación legislativa es la alta regulación del sistema contable. No
pueden desconocerse los avances hechos en esta materia en aras de una tecnificación y trasparencia
en la preparación y difusión de información financiera.
Sin embargo un examen de la logística involucrada en el asunto, aunque pondrá en evidencia
importantes esfuerzos y recursos orientados a esta área, nos arrojará un panorama desalentador.
El altísimo volumen de operaciones, la complejidad de la normatividad, la falta de capacitación del
personal, entre otros factores, son la causa de sistemas contables verdaderamente cuestionables por
su oportunidad y precisión. La utilización de computadores es bastante irregular, existiendo varias
entidades que aún manejan gran parte de sus operaciones en forma manual. En muchas entidades la
utilización de medios magnéticos está generando graves problemas de procesamiento.
Basados en el numeral 4º del artículo 207 del código, las entidades gubernamentales han hecho
recaer en el revisor fiscal todo el peso de la regularidad del sistema contable. Pero resulta que la
solución de los problemas actuales, además de una cierta estabilidad en la normatividad jurídica,
requiere de importantes esfuerzos de la administración que, por corresponder a ésta, escapan de la
competencia del revisor fiscal.
La dispersión de los bienes
La necesidad de conquistar el mercado y competir adecuadamente conlleva una expansión
territorial de las operaciones de las instituciones.
A lo largo y ancho de la geografía nacional se encuentran oficinas abiertas al público. El tamaño de
las operaciones ha promovido cierto grado de descentralización en el proceso de toma de
decisiones.
Y allí donde hay oficinas hay bienes y valores que el revisor fiscal debe vigilar.
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Equivocadas políticas de crédito, malos manejos empresariales, efectos imprevisibles del sistema
económico, han hecho proliferar los bienes recibidos en pago. Inmuebles urbanos y rurales,
vehículos, maquinaria, acciones, títulos valores y joyas se encuentran en poder de nuestras
instituciones.
Auxiliares de la revisoría por doquier, cuando se tiene el privilegio de contar con ellos, o
permanentes viajes de un lado a otro, son otro reto para la revisoría fiscal, a fin de dar
cumplimiento al numeral 5º del artículo 207 citado.
Lo anterior sin considerar el efecto de la violencia y de la delincuencia que ya han colocado a
ciertos auditores en la imposibilidad de visitar algunos sitios, pues su propia vida correría peligro.
Un reporte tras otro
Mientras en las sociedades no controladas bien puede suceder que el único reporte que haya que
enviarse a terceros sea el informe de fin de año, la lista de informes y certificaciones que se deben
producir para las entidades sujetas a inspección y vigilancia crece como si se tratara del medio
circulante.
Y no sabemos si por desconfianza respecto de los administradores, si por conveniencia probatoria,
si como homenaje a su idoneidad, todos ellos deben ser certificados por el revisor fiscal. La puerta
abierta por el numeral 3º del artículo 207, aludido, permite a las entidades de control exigir
reportes sin limitación alguna.
Los miércoles, los viernes, cada mes, al trimestre, semestralmente y en fin de año el revisor fiscal
escribe sin parar. Pero ahí no termina el asunto. El estado, decidido a librar con éxito su propio
cometido, contesta preguntando. Nuestro revisor fiscal suma, resta, investiga, documenta y
responde.
Pasan los días y nuevamente ha de tomar la pluma. Sólo que en este caso copiará lo que su abogado
le aconseje, pues se trata de un requerimiento para efecto de determinar la procedencia de
eventuales sanciones.
Planear una auditoría en ese contexto es bien complicado. Los requerimientos vigentes en marzo
difieren de los de septiembre. Los presupuestos estimados se agotan antes de lo previsto. Los
administradores viven de mal genio porque los informes no se remiten oportunamente. El revisor
fiscal lucha por encontrar un sentido en todo ello y por lograr que de una manera u otra todo ese
afán sirva para soportar opiniones sobre la razonabilidad de los estados financieros, lo adecuado
del control interno, el cumplimiento de las disposiciones legales.
La falta de cultura contable una coyuntura profesional
Como se manifestó en el II Congreso de Contadores Javerianos, la falta de cultura contable es uno
de los mayores enemigos del contador público y, por ende, del revisor fiscal. En tal oportunidad se
sostuvo:
" La generación de información económica que sea veraz, oportuna y útil implica, necesariamente,
que la contabilidad sea reconocida como herramienta idónea para lograr esos propósitos.
En otras palabras: se requiere que en realidad se considere imprescindible la contabilidad para
desarrollar las labores propias de la administración, como son, planear, organizar, seleccionar,
motivar, controlar e informar.
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Reconocido el papel de la contabilidad, adicionalmente debe entenderse que para obtener registros
veraces es indispensable controlar las operaciones y garantizar que son capturadas por el sistema de
información como realmente ocurren.
Mas cuando la contabilidad se mira como el resultado de obligaciones legales cuyo objeto no es
otro que suministrar información al Estado y no se considera como un elemento esencial para
soportar las decisiones económicas que día tras día se toman, entonces resulta relegada al mundo
de aquellas cosas que hay que hacer porque toca y no porque sirven.
Al perder importancia el sistema contable se arrastra necesariamente en ese descrédito al
profesional que es capaz de organizarla, perfeccionarla y hacerla funcionar: el contador público,
quien bien entendido su papel como parte de la administración, debería resultar un eje esencial para
cualquier organización.
Enfrentados entonces, a contabilidades que suministran informes tardíos, o datos generados bajo
criterios fiscalistas o de control estatal, o con distorsiones importantes de la realidad y a contadores
que son relegados a niveles de segundo o tercer orden dentro de la organización, salta a la vista la
falta de cultura contable y de control, donde se empieza a hablar de una "contabilidad oficial" por
contraposición a una contabilidad privada, estadística y verdaderamente útil.
Menospreciada la contabilidad, manipulada la información y subyugado el contador público, el
auditor o fedatario económico se encuentra en un medio hostil, en el cual se le cierran las puertas
para evitar los reproches que seguramente formularía ante semejante situación.
En definitiva, la falta de aprecio por la cultura contable, el respaldo a métodos alternos de
información, el rechazo a la intromisión del Estado que con sus criterios de vigilancia o
recaudación impone métodos que restan utilidad interna a la información contable, genera un
dilema insalvable para el fedatario: o se pliega ante esas realidades, flexibiliza sus criterios y asume
solitariamente preocupaciones científicas u opta por rebelarse frente a las limitaciones al alcance de
su trabajo, procede a glosar severamente las desviaciones y enfrenta las consecuencias que ello
generaría en las relaciones contractuales con el ente auditado.
Ante semejante disyuntiva es necesario abogar por una mayor difusión de los principios básicos de
la contabilidad, un mejor resaltamiento de su utilidad y un reposicionamiento de la imagen del
contador público tanto en su papel de administrador como de fedatario.
En suma, los diferentes estamentos profesionales y la universidad están llamados a culturizar al
público en general mediante estrategias claras que en el corto plazo dignifiquen y eleven al
contador al estadio de los protagonistas sociales más prestigiosos e importantes.".
Lamentablemente el Estado parece estar satisfecho de tener a quien echar la culpa de los defectos
contables. Y parece que así continuará la situación mientras haya revisores fiscales.
El desconocimiento de la normatividad y el rechazo de ciertos postulados.
La falta de cultura contable tiene una de sus mayores expresiones específicamente en la temática de
la revisoría fiscal. Aunque las regulaciones sobre ella proceden en lo fundamental de 1935 aún hoy
no hemos acabado de entenderlas.
Las universidades, como muchos otros, consideraron durante varios lustros que la revisoría fiscal
estaba suficientemente cubierta por las clases de auditoría. Era mayor la profundidad de los
estudiantes de derecho que la de los de contaduría pública.
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La alergia ya casi ancestral que nuestra clase empresarial tiene a los controles que no son ejercidos
por ella misma, ha contribuido a que no se financien esfuerzos de capacitación en esta materia y al
fortalecimiento de las auditorías internas en detrimento de los presupuestos de la revisoría fiscal.
La debilidad económica y de mercadeo de las agremiaciones profesionales conlleva una muy
restringida circulación de los planteamientos formulados en sus foros.
Las divisiones políticas y científicas han alimentado interminables discusiones sobre las firmas de
auditoría, la interventoría de cuentas, las normas de contabilidad, etc.
La doctrina oficial ortodoxa y teórica viene siendo la fuente de mayor debate e interés. Se discute
sobre la viabilidad del muestreo, la materialidad, la oportunidad y hasta sobre la redacción de los
informes.
Funciones tales como la de impartir instrucciones o cuestiones como la asistencia a las juntas
directivas, alinean a los contadores y administradores en el rechazo de la llamada
"coadministración".
Responsabilidad por los resultados
Bajo el amparo de la llamada responsabilidad objetiva, las entidades gubernamentales han llegado
a sostener que permitir una irregularidad cuando se tiene el deber de impedirla equivale a
cometerla.
Siendo que el revisor puede ver todo lo que quiera y que está obligado a denunciar oportunamente
y por escrito cada irregularidad, cada error se ha convertido en su responsabilidad.
Y si, Dios no lo quiera, ocurre algún fraude, el primero llamado a explicarse es el revisor fiscal.
Llaves, candados, seguros y celadores deberían encontrarse dentro de su inventario.
Lo mas desalentador en esta problemática es verificar cómo mientras se multan los revisores
fiscales, cosa que está visto puede terminar impidiendo su posesión en futuros cargos, los
administradores ni siquiera son requeridos. En estos casos las multadas son las personas jurídicas,
de las cuales tanto unos como otros forman parte, siendo por ello inexplicable ese trato diferencial.
Critica al sistema legal
Se ha sostenido que el problema de la revisoría fiscal en Colombia es que es tan perfecta que
resulta mala.
En parte achacamos este problema al hecho de que la legislación fue elaborada en un momento en
el cual muchos de los desarrollos actuales eran inimaginables. El tamaño de las organizaciones de
ese entonces está muy lejos del actual. La revolución generada por la electrónica nos está
apabullando a pasos agigantados. La inflación y la devaluación combinadas están poniendo en
duda la validez de un esquema contable basado en el costo histórico. En síntesis nuestra legislación
requiere de una actualización.
En primer lugar deben solucionarse los problemas nacidos de la forma de designar al revisor fiscal.
La triste realidad es que la gerencia, siguiendo instrucciones de la junta directiva, cotiza y negocia
los trabajos, a sabiendas que su propio grupo convalidará sus decisiones en el seno de las
asambleas generales. Capacitación y experiencia deberían ser expresamente exigidos respecto de
los candidatos. Resulta por cierto lamentable que esfuerzos como el de la ley 45 de 1990,
encaminado a impedir que las juntas directivas con funciones de asamblea designaran a los
revisores fiscales, terminarán en que si bien la elección la hace un tercero la remuneración y los
recursos siguen en manos de aquellos a quienes se quiso sustraer del asunto.
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En segundo lugar la falta de una tarifa profesional está permitiendo que una guerra de precios se
apodere de los cargos. Los empresarios, siempre en la búsqueda de una mejor rentabilidad,
conversan con unos y otros hasta obtener la "mejor" propuesta. El haber asimilado la revisoría
fiscal a una auditoría financiera redujo de entrada la respectiva remuneración. La falta de cultura
contable y de control hace imposible cerrar la profunda brecha que existe en esta materia, pues los
accionistas no entienden por qué de la noche a la mañana se deban incrementar substancialmente
los honorarios. Un avance es sin duda la obligación impuesta por la ley 45 de 1990 de exigir que
las asambleas aprueben los presupuestos de recursos físicos y técnicos. Lástima que esta norma
solo opere en el sector financiero, respecto de los agentes del mercado de valores o de las empresas
del sector salud. Lástima que los funcionarios no hayan recibido las expresas facultades que se
propusieron para poder cuestionar los presupuestos insatisfactorios. Pero más lamentable aún que
muchos revisores fiscales, abierta la puerta legal, se considerarán satisfechos con lo que en el
pasado tenían. A la final siguieron pensando en brindar un servicio barato, cuando los hechos
indican sin duda que cuentan con muy pocos recursos.
El débil sistema de inhabilidades permite, como ya lo estamos viendo, la creación de empresas
subordinadas que se encarguen de ejercer la revisoría del grupo en cuestión. Como herramienta
para responder al control que incumbe a la administración no nos caben dudas sobre sus beneficios.
Pero guardamos reparos sobre la independencia que estas nuevas unidades puedan tener.
La posibilidad de remover al revisor fiscal aún sin justa causa rompe la estabilidad del control y
genera una baja irreparable en la moral de los buenos profesionales.
La falta de normas que permitan que quien ha sido removido sea el llamado a certificar asuntos que
ocurrieron durante su gestión, como lo son las operaciones involucradas en una declaración de
renta, implica hacer esfuerzos no estimados ni remunerados adecuadamente.
La no obligatoriedad de entregar el cargo a los sucesores fuera de generar trabajos innecesarios
fortalece la falta de solidaridad y lealtad gremial.
La compleja variedad de asuntos sometidos a la vigilancia del revisor fiscal está pidiendo a gritos
varias acciones: robustecer las responsabilidades de la gerencia en estas materias, imponer las
auditorías internas en ciertas organizaciones sujetas a claros patrones profesionales,
departamentalizar la revisoría fiscal en busca de que cada asunto sea atendido por su propio
especialista.
La problemática de los auxiliares más que un cambio requiere de que el estado tome cartas en el
asunto. No creemos que pueda entenderse que se cumple la ley cuando las asambleas crean
circunstancias en las cuales desde un principio no se puede cumplir a cabalidad las funciones de la
revisoría fiscal. Se espera que los contadores públicos se abstengan de contratar en tales
condiciones. Está muy bien que la ética tenga un papel que jugar. Pero desconocer las fuerzas del
mercado, libres y omnipotentes, es una ingenuidad. Cuánta falta hace que se examinen las
estructuras actuales y se glose a nivel de asambleas las que sean insatisfactorias.
Hay que introducir en la legislación el criterio de que la información debe ser distinta según el
usuario. No es posible seguir incrementando el contenido de los dictámenes de propósito general
con toda clase de datos. Los neófitos cada día entienden menos la información.
Los revisores fiscales deben contar con plazos propios para emitir sus opiniones. No es posible
seguir tolerando que la administración consuma en su totalidad los plazos comunes y que, luego, el
fiscal sea el responsable por la inoportunidad de la información.
El régimen de responsabilidad legal, sea civil, contravencional, penal o disciplinario, debe ser
acotado en forma tal que quede claro que es con sujeción a patrones profesionales que deben ser
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juzgados estos funcionarios. El permanente juzgamiento bajo criterios meramente teóricos es
arbitrario y debe ser combatido.
La tan famosa, necesaria y odiada colaboración debe dejar de existir o convertirse en una acción de
doble sentido, impregnada de lealtad, de razonabilidad y de respeto por los profesionales idóneos.
Deben fijarse límites adecuados a la capacidad de pedir informes certificados y no debe utilizarse
al revisor fiscal para producir información que está en poder de la administración.
Pero eso sí, los cambios y renovaciones deben cuidar por elevar la calidad del servicio, por su
eficiencia y en manera alguna tolerar que unos pocos dañen la imagen de la comunidad profesional.
La otra cara de la moneda
Las largas reflexiones antecedentes son, en realidad, una defensa de los revisores fiscales.
Pero ello no significa que por estos lares las cosas sean perfectas.
En primer lugar, con honrosas excepciones, las facultades de contaduría pública no están
dedicando espacios adecuados para el estudio de la revisoría fiscal. El resultado de esto es que los
contadores asocian dicho órgano con la función de atestar documentos. La situación llega al
extremo que antes de ir al campo las sociedades de contadores públicos deben impartir cursos a sus
nuevos empleados para tratar de subsanar las deficiencias universitarias.
En segundo lugar, la profesión dividida entre quienes apoyan el nacionalismo y quienes se oponen
a él, ha terminado desvinculada de los fenómenos mundiales. La literatura técnica disponible en el
país es bien exigua y, en no pocas ocasiones, en idiomas que nuestros profesionales no dominan.
Muchos países en el mundo no solo están participando, bajo la coordinación de la IFAC, en la
generación de las llamadas normas internacionales, sino que las están aplicando y apoyando
jurídicamente. Mientras tanto aquí en el país se pretende generar una propia versión de lo contable,
lo cual cada vez más nos aleja del concierto universal, lo que sin duda es y será un serio escollo al
proceso de internacionalización de la economía.
En tercer lugar, como otra consecuencia de la falta de estudio sobre el órgano fiscal, la revisoría ha
sido concebida como el equivalente de una auditoría financiera. Pero, en verdad, desde su
organización legal, ha incorporado, además, una auditoría de control interno y una auditoría de
cumplimiento, todas las cuales exigen la expresión de una opinión. En adición al error de haber
cobrado por tres trabajos lo que escasamente retribuye uno, este error conceptual se traduce en
incorrectos enfoques e insuficientes alcances.
Las planeaciones estereotipadas, carentes de criterio profesional y de análisis del negocio del
cliente, han permitido enfoques meramente sustantivos y pasar por alto indicadores claves de la
operación.
La utilización creciente de pequeños grupos de trabajo, como un medio para proteger la
rentabilidad, se agrava cuando se une a la inexperiencia del equipo y a la escasa supervisión que de
él se ejerce.
Sin desconocer la falta de apoyo del gobierno y la carencia de solidaridad gremial, tampoco puede
ocultarse la debilidad con que se preparan las llamadas cartas de control interno. Amen de que para
algunos la oportunidad se presenta luego del cierre de ejercicio y no en el transcurso del año,
muchas observaciones, al amparo de un concepto demasiado flexible de materialidad y error
tolerable, reposan en los papeles de trabajo sin ser comunicadas, o lo son en forma verbal, de
manera que la falta de evidencia del reclamo también libera de responsabilidad a la administración.
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Quien sabe si por la carencia de patrones legales, tan echados de menos como contraindicados, los
contadores han olvidado evaluar la eficiencia de las organizaciones. La preocupación por la forma
y razonabilidad de los estados financieros no es suficiente para satisfacer las necesidades de los
usuarios para quienes el éxito representa la primordial preocupación. Acosados por los problemas
de rentabilidad servicios que pudieran cubrir esta área se mercadean por aparte de la revisoría
fiscal.»
En el número 17 de la Revista SB Superintendencia Bancaria, correspondiente al mes de
septiembre de 1993, impresa en Bogotá, en sus páginas 57 a 65, se reprodujo el discurso
pronunciado por el doctor José Elías Melo Acosta, Superintendente Bancario, en el Congreso de
la Sociedad de Contadores Javerianos en septiembre 23 de 1993. Aunque extenso, procedo a
reproducirlo en su integridad, ante su evidente importancia.
«Consonancia de la revisoría fiscal con la auditoría externa
El propósito de esta ponencia será el de plantear algunos cambios que deberían darse en la
regulación del órgano de la revisoría fiscal a efecto de mejorar la efectividad de la tarea que
compete a los organismos de supervisión. En tal virtud, en primera instancia se hará una exposición
sobre la forma como el órgano de fiscalización societaria ha sido tratado internacionalmente,
describiendo sintéticamente las características consagradas en las distintas legislaciones. En
segunda instancia, se describirán las funciones que corresponden a los organismos de supervisión y
a la auditoría externa y se analizará el entorno regulatorio de la revisoría fiscal, para culminar con
el planteamiento de los aspectos más ventajosos de las diferentes legislaciones y de las
recomendaciones del Comité de Basilea frente a lo que es factible y deseable de la auditoría o
revisoría fiscal para propósitos de supervisión bancaria.
Consideraciones generales
La auditoría, como órgano o instancia societaria responsable de la fiscalización de la marcha de los
negocios sociales, y por razón de la complementariedad de sus funciones, ha sido preocupación
constante de los organismos de supervisión, buscando una mayor vinculación entre sus tareas que
redunden en un efectivo control del funcionamiento de las instituciones financieras.
Tal preocupación es comprensible, en la medida en que los objetivos de los órganos supervisores
sea velar por la adecuada prestación del servicio financiero, y porque las entidades mantengan
permanente solidez económica, así como para prevenir situaciones que puedan derivar en la
pérdida de confianza del público en el sistema financiero.
Internacionalmente se ha reconocido que el objetivo básico de una auditoría externa es el emitir
una opinión, basada en normas técnicas, sobre los estados financieros de una entidad, los cuales
son elaborados conforme a las regulaciones existentes en cada país. En determinados países la
auditoría es requerida para la elaboración de informes especiales con destino a las autoridades de
supervisión o demás entidades reguladoras.
La opinión del auditor tiene fundamento en la necesidad de brindar credibilidad a sus usuarios
sobre los estados financieros, sin pretender con ello que el auditor certifique respecto de la
viabilidad futura de la institución auditada o como una opinión sobre la forma como la
administración del ente, en grados de eficiencia y eficacia, ha conducido la operación social.
Para cumplir su principal cometido, el auditor, además de fijar con claridad los términos de su
compromiso, relacionados con el objetivo y el alcance de su auditoría, la medida de sus
responsabilidades y la forma de sus informes; adelanta la planeación de su trabajo tendiente a
adquirir un buen conocimiento de la operación social de la entidad y de su estructura de control
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interno, con el fin de establecer el grado de confianza en éste y programar los procedimientos de
auditoría a desarrollar.
La complejidad de la función y sus relaciones con la supervisión bancaria han sido analizados de
manera más detallada en la declaración sobre auditoría expedida por el Comité Internacional sobre
Prácticas de Auditoría de la Federación Internacional de Contadores, en consulta con el Comité de
Basilea para la Supervisión Bancaria, en julio de 1989.
La declaración menciona cómo para llevar a cabo una auditoría, el auditor externo debe reconocer
que las características de las entidades financieras dan lugar a ciertos problemas especiales, tales
como:
- La implantación de límites razonables y procedimientos operativos formales y de control interno,
cuando se trate de la realización de operaciones de custodia y transferencia de grandes volúmenes
de dinero y títulos negociables.
- Dado el alto volumen de operaciones que realizan las instituciones y el hecho de operar mediante
una amplia red de agencias y sucursales geográficamente dispersas, requieren la adecuación de
sistemas integrales de contabilidad y de control interno, y una mayor descentralización de la
autoridad y de las funciones contables y de control.
- Las obligaciones que asumen las entidades a través de operaciones que no implican
modificaciones en su estructura financiera o la transferencia de activos, conllevan a crear
procedimientos de autorización, registro y control, por manera que se pueda tener seguridad que
todas las operaciones que se realicen queden debidamente registradas.
- Los organismos de supervisión de las instituciones financieras, por lo general, están facultados
para dictar reglas contables de operación que influyen sobre las normas de contabilidad y auditoría
generalmente aceptadas. Dicha circunstancia obliga a la implantación de procesos adecuados que
tiendan a su cabal observancia.
La evaluación y puesta a prueba de los sistemas de control interno diseñados para asegurar la
exactitud de los registros contables y la seguridad de los activos, así como el uso de técnicas de
muestreo y procedimientos analíticos de revisión permiten al auditor concentrar su labor en los
aspectos que, a su juicio, revistan mayor importancia.
De esta manera el auditor planifica y lleva a cabo su trabajo, de manera tal que sea posible detectar
en los estados financieros de las entidades las irregularidades que sean materialmente importantes.
La determinación de la materialidad estará dada por su juicio profesional y por el conocimiento que
tenga de las necesidades de los usuarios de la información financiera. La sustancialidad podrá estar
definida por las regulaciones que rijan la actividad del ente auditado.
En la medida en que las deficiencias sustantivas sean detectadas, el auditor deberá exigir los ajustes
necesarios. La inobservancia por parte de la administración de las solicitudes de la auditoría podría
concluir en la emisión de una opinión adversa o con salvedades.
Características comunes en las regulaciones latinoamericanas sobre auditoría
Se han revisado las legislaciones de 15 países pertenecientes a la Asociación de Organismos de
Fiscalización y Supervisión de América Latina y del Caribe con el fin de extraer de ellos las
características básicas que definen la auditoría como una herramienta de supervisión bancaria. En
ellos se detectó una tendencia creciente a la homogeneidad de la regulación y a un paralelismo en
su desarrollo, consistente con la gran armonización que se ha venido dando en la región en materia
de política de regulación financiera.
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Con base en esa revisión puede concluirse que la mayor parte de los países obligan o facultan al
supervisor bancario para exigir que las entidades financieras tengan una auditoría externa de sus
operaciones.
No puede cualquier persona o sociedad desempeñar la función y por eso es común, aunque no
general, que exista un sistema de registro a cargo del organismo supervisor, para quienes pueden
ejercerla.
Se establecen controles a la designación del auditor, tales como la obligatoriedad de una selección
entre varias firmas o la evaluación de los contratos que se celebren entre los auditores y las
empresas auditadas. En todo caso, la mayoría de las legislaciones contemplan la aprobación previa
del auditor por parte del supervisor bancario.
El sistema de registro se orienta a que exista una evaluación previa de la capacidad técnica de las
personas y de los recursos técnicos que tiene a su disposición la firma de auditoría, de modo que
solo operen aquellas que satisfacen adecuadamente los requerimientos de la autoridad de
supervisión.
Adicionalmente, es bastante común encontrar elementos que buscan controlar la idoneidad de
quienes realizan la función de auditores, tales como la exigencia de requisitos previos de
experiencia y capacitación académica, lo mismo que regímenes de incompatibilidades entre la
persona del auditor y la entidad auditada.
Respecto de las funciones de los auditores, éstas son muy homogéneas en la mayoría de los países.
En efecto, se contempla la tarea básica de examinar y evaluar los estados financieros de la entidad,
y las auxiliares de revisar los controles internos existentes y el manejo apropiado del sistema
contable. Intimamente ligado a esta función, con frecuencia se exige a los auditores verificar los
mecanismos de evaluación y clasificación de cartera e inversiones, lo mismo que determinar la
suficiencia de provisiones sobre deudas malas y otros activos.
Es de general aplicación que los auditores revisen de manera específica el grado de cumplimiento
de ciertos mecanismos de regulación prudencial, tales como relaciones de solvencia, límites de
concentración de riesgos y manejo de liquidez. En este sentido, los auditores se vinculan
explícitamente a fortalecer el nivel de cumplimiento de esas normas.
Por último, se observa en algunos casos que el auditor queda obligado a evaluar el grado de
observancia que la entidad tiene respecto de las normas legales y contables, las demás regulaciones
del supervisor e inclusive las normas internas dictadas por los órganos de administración del ente.
De otra parte, respecto de las relaciones entre los supervisores y los auditores, se exige en las
regulaciones más avanzadas que los auditores mantengan durante un período definido, por regla
general 5 años, sus papeles de trabajo a disposición del supervisor. Normalmente, éste también
tiene capacidad para sancionar al auditor por el incumplimiento de sus funciones; estas sanciones
van desde multas, amonestaciones, suspensiones, orden de remoción del cargo hasta la exclusión
del registro de auditores habilitados. En algunas legislaciones el auditor puede incluso ser
designado por el supervisor, bien con cargo al banco auditado, bien costeado por el supervisor.
La auditoría externa en Colombia
La labor de vigilancia de las sociedades, que en otras legislaciones se impone a la auditoría externa,
en Colombia se asigna al órgano de fiscalización denominado Revisoría Fiscal, el cual, por
disposición legal, tiene funciones y responsabilidades que van más allá de la auditoría para emitir
una opinión sobre los estados financieros de las entidades.
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La revisoría fiscal, su elección y remoción, sus funciones, inhabilidades y responsabilidades, se
encuentra regulada en el Código de Comercio (Artículos 203 y siguientes), y las previsiones
contenidas en el Estatuto Orgánico del Sistema Financiero (Artículos 78, 209 y 210), tratándose de
la revisoría fiscal de las entidades financieras.
La legislación mercantil ha dispuesto la revisoría obligatoria para determinadas formas sociales,
tales como las sociedades por acciones, las sucursales de compañías extranjeras y en las sociedades
en las que el estado posea menos del 50% del capital y en aquéllas que exceden de un determinado
monto de activos totales o de ingresos brutos. Los demás entes sociales, si así lo dispone su
máximo órgano social, podrán implantarlo en sus organizaciones, para lo cual deberá sujetarse a las
disposiciones del citado estatuto mercantil.
La designación del revisor fiscal está a cargo de la Asamblea General de Accionistas, o del órgano
que haga sus veces, para períodos que han de corresponder a los de la Junta Directiva de la
sociedad, y es removible en cualquier tiempo por el mismo órgano con el voto de la mayoría
ordinaria prevista en la ley para la adopción de cualquier decisión.
A efecto de garantizar la independencia necesaria en el ejercicio de las funciones de la revisoría
fiscal, el legislador prevé una serie de inhabilidades e incompatibilidades, tales como ser socio de
la misma compañía, de la matriz, de los administradores, entre otros; así como ser cónyuge o
pariente de algunos miembros de la administración de la sociedad o desempeñar empleos o cargos
en la compañía o en alguna de sus vinculadas.
Los revisores fiscales deberán ser contadores públicos, sin embargo, la designación podrá recaer en
una sociedad de contadores, caso en el cual ésta debe nombrar a un contador público para que
desempeñe las funciones propias del cargo. Así mismo se consagra que ninguna persona natural
podrá ocupar más de cinco revisorías fiscales en sociedades por acciones en un mismo tiempo.
Para el caso de las entidades financieras en particular, a diferencia de las demás sociedades, se
advierte que el revisor fiscal deberá tomar posesión de su cargo ante la Superintendencia Bancaria,
organismo que, previamente, habrá de cerciorarse de la idoneidad y responsabilidad de la persona
que va a realizar la gestión.
Al revisor fiscal le corresponde realizar las siguientes funciones:
- Cerciorarse que las operaciones que se celebren se ajusten a las normas que rijan la sociedad;
- Velar porque la contabilidad y los libros se lleven regularmente y se conserven debidamente;
- Inspeccionar asiduamente, impartir las instrucciones y solicitar los informes, sobre los bienes
propios y los de terceros que la entidad tenga en su poder; así como verificar si hay y son
adecuadas las medidas de control interno, conservación y custodia de los bienes;
- Autorizar con su firma cualquier estado financiero que se haga junto con su dictamen
correspondiente, y
- Denunciar oportunamente y por escrito las irregularidades que se advierten e informar y colaborar
con la entidad de control, cuando a ello haya lugar.
Por otra parte, de acuerdo con nuestro ordenamiento jurídico, el revisor fiscal puede incurrir en
responsabilidades Civil, Penal o Administrativa.
La responsabilidad civil se puede presentar cuando, como consecuencia de un comportamiento
negligente o doloso de parte suya, se cause un daño a la sociedad, a los asociados, o a terceros, y se
traduce en la obligación de indemnizar los perjuicios causados.
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La responsabilidad penal se configura cuando la conducta que desarrolla se enmarca dentro de los
moldes de la falsedad o de la violación del deber de discreción. Esto es, cuando tolere, ordene,
haga o encubra falsedades en los balances, o autorice balances con inexactitudes graves, rinda
informes a la asamblea de asociados con inexactitudes de esta magnitud.
Por último, la responsabilidad de carácter administrativo, derivada del incumplimiento o
cumplimiento regular o negligente de sus funciones, o no permita el derecho de inspección,
conllevan la posibilidad de que la autoridad administrativa imponga al revisor fiscal sanciones de
carácter pecuniario, o disponga su suspensión, su interdicción o su remoción del cargo, cuando la
naturaleza de la infracción así lo aconseje.
Conocida la importancia del papel social que están llamados a cumplir los revisores fiscales y dado
el alcance de sus funciones, a la Superintendencia Bancaria se la ha encomendado la obligación de
posesionar a aquéllos que vayan a desempeñarse en las entidades sometidas a su inspección y
vigilancia, una vez se ha cerciorado de la suficiencia de su carácter, de su idoneidad y su
experiencia para acometer la labor que le corresponde. Como se advierte, esta función tiene como
fin principal fortalecer los mecanismos de control y vigilancia estatal y crear condiciones para el
ejercicio de un adecuado control dentro de las instituciones.
El Gobierno ha considerado que la revisoría fiscal en un complemento del derecho de inspección
que la ley confiere a los asociados, se constituye en garantía para los terceros y en instrumento que
facilita y coadyuva en la labor de supervisión estatal, permite el desarrollo de mercados financieros
eficientes, lo que contribuye al dinamismo y desarrollo económicos. He ahí la importancia de que a
través del conocimiento previo de la idoneidad y la experiencia de los revisores fiscales la
Superintendencia esté interesada cada vez más en profesionalizar dicha labor.
Es claro que la responsable de la información que se da a conocer al público es la administración,
es a ella a quien corresponde la implantación y el mantenimiento de una adecuada estructura de
control interno, incluyendo en dicha estructura, obviamente, el sistema contable y los
correspondientes procedimientos de control.
Es por esto que la Superintendencia ha considerado necesario revaluar la actividad certificadora de
la revisoría fiscal dejando de lado esa actividad notarial. Dicho cambio se dio con la expedición de
la Circular Externa 042 del presente año, mediante la cual se dejó claramente establecido que no
será necesaria la atestación del revisor fiscal en los informes que se remitan a la Superintendencia
Bancaria, salvo que tal exigencia emane de normas superiores o de otras autoridades, a cambio de
la emisión de un informe que verse sobre la información financiera revisada, las normas o prácticas
de auditoría seguidas durante su revisión y su opinión sobre la fidelidad de la información, el
cumplimiento de las normas legales y la observancia de procedimientos para su determinación y
presentación.
En estas circunstancias, la revisoría fiscal podrá disponer de un mayor tiempo para planear y
ejecutar labores de auditoría en otras tareas de las entidades que requieran mayor atención de parte
suya y respecto de las cuales sea requerido por parte del organismo supervisor.
La complejidad de las operaciones financieras y su dispersión geográfica, obligan a los organismos
supervisores a trabajar en la ampliación de la función de la revisoría fiscal a efecto de que
contribuya aún más en el proceso de supervisión. No se pretende subrogar funciones que por ley
corresponden a la Superintendencia, lo que se busca es hacer más profesional su labor, aunque
enfocándola más hacia la colaboración con las entidades de control, conforme lo establece el
Artículo 207 - 3 del Código del Comercio.
Un elemento clave que acentúa la utilidad de la función de la revisoría fiscal en la supervisión
bancaria la constituye la capacidad que tengan las autoridades de supervisión para pedirle al revisor
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fiscal acometer tareas específicas o la emisión de informes especiales a cerca de factores de
importancia, tales como la evaluación de riesgos, calidad de sus activos; fundamentales para
conocer permanentemente la buena marcha de las entidades financieras en las cuales la cercanía del
revisor fiscal fortalece la confiabilidad de esa información especial.
Conocida la complementariedad existente entre las funciones de los órganos de supervisión y los
auditores, conviene detenerse a hacer un paralelo entre ellas, y específicamente las que
corresponden al órgano de la revisoría fiscal en Colombia.
Relaciones entre las funciones de los supervisores bancarios y la revisoría fiscal
Los supervisores se preocupan permanentemente de la solidez económica y de la liquidez de las
instituciones financieras, con miras a asegurar la confianza pública y a proteger los intereses del
público. En tal virtud, están atentos a la viabilidad presente y futura de las instituciones.
A los revisores fiscales, por su parte, les corresponde rendir informes sobre la posición financiera y
los resultados, así como enunciar oportunamente y por escrito las irregularidades que se adviertan e
informar y colaborar con las entidades de control, cuando a ello haya lugar. Su preocupación se
circunscribe, principalmente, por la viabilidad presente, y la futura, pero solo en la medida en que
afecta la continuidad del ente contable.
Los supervisores velan porque se mantenga una sólida estructura de control interno como base para
la adecuada prestación del servicio financiero, que asegure el cumplimiento de las normas que lo
rigen y la adopción de sanas prácticas y desarrollos tecnológicos que aseguren un desenvolvimiento
adecuado de las instituciones. El revisor fiscal evalúa el control interno para determinar el grado de
confianza que puede tener en el sistema al planear y adelantar su trabajo, además de verificar si hay
y son adecuadas las medidas de control interno de conservación y custodia de los bienes, con el fin
de informarlo al máximo órgano social.
Los supervisores se interesan por la existencia de un sistema de contabilidad adecuado a su
actividad como requisito para obtener información oportuna y confiable, en aras de evaluar y
controlar los diferentes riesgos a los cuales están expuestas las entidades, control que se da a través
de la expedición de normas que propendan por el mantenimiento de niveles adecuados de capital,
de activos de riesgo, de conformación del portafolio de inversiones y de volúmenes de activos
productivos, entre otros. Los revisores fiscales, además de velar porque la contabilidad y los libros
se lleven regularmente y se conserven debidamente, se sustentan en el sistema contable para
asegurarse de que los registros contables sean manejados adecuadamente y le garanticen la
producción de información financiera y de estados financieros que reflejen la real situación
financiera del ente auditado.
El supervisor, al igual que el revisor fiscal, debe cerciorarse que las operaciones que celebren las
entidades financieras se ajusten a las normas que las rijan. Sin embargo, sus objetivos son
diferentes, el primero lo hace con el fin de prevenir situaciones que puedan derivar en la pérdida de
confianza del público y el segundo para asegurarse que no se viole norma alguna, denunciar las
irregularidades que advierta y dar fe pública sobre si los actos adelantados por la sociedad se han
sujetado a los requisitos legales.
Así mismo, en desarrollo de las labores que corresponden a los supervisores y a los revisores
fiscales, se encuentran algunas que son de utilidad mutua, a saber:
- Las comunicaciones que dirige el revisor fiscal a la asamblea o junta de socios, a la junta directiva
o al gerente, según los casos, en donde da a conocer las irregularidades que ocurran en el
funcionamiento de la sociedad y en el desarrollo de sus negocios, incluidas las observaciones y
recomendaciones relacionadas con el control interno; brindan a los organismos de supervisión
información valiosa sobre aspectos que solo pueden ser detectados en inspecciones in situ.
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- Del mismo modo, las comunicaciones que el ente supervisor dirige a las instituciones,
relacionadas con aspectos de orden contable, financiero y legal de sus operaciones y
funcionamiento en general, permiten al revisor tener mayores elementos de juicio para profundizar
en el examen de las áreas que han sido objeto de observación, tales como las relacionadas con la
evaluación de sus inversiones, de la cartera de créditos, del cumplimiento de relaciones legales, etc.
- La información que emite periódicamente el organismo supervisor referente al comportamiento
del sector, esto es, respecto de su crecimiento, volumen de activos productivos e improductivos,
tasas de colocación y captación, márgenes de intermediación y rentabilidades, entre otras, se
constituye en una ayuda importante para el revisor fiscal en la realización de sus revisiones
analíticas.
Siempre que sea necesario dirigir comunicaciones a la administración, tanto los organismos de
supervisión como los revisores fiscales deben evaluar los beneficios que obtendrán dando a
conocer a la otra parte del contenido de las mismas. Es decir, que no todas las comunicaciones que
se produzcan entre la administración y la revisoría fiscal o entre el organismo supervisor y la
administración, deberán ser conocidas por todas las partes; para el efecto será menester determinar
la necesidad y el beneficio que se pueda derivar de su conocimiento.
Existen muchos casos en los cuales los revisores fiscales o los supervisores conocen información
importante que consideren que la otra parte no ha tenido acceso y sea, por ende, necesario
comunicarla. Obviamente dichas comunicaciones deben darse dentro de la protección de la
confidencialidad y de la relación cliente - revisoría fiscal. A título de ejemplo, tales circunstancias
podrían ser las siguientes:
- Cuando la revisoría fiscal habiendo dado a conocer las irregularidades detectadas en el
funcionamiento de la sociedad o en el desarrollo de sus operaciones, advierte que los órganos
societarios no han tomado las medias tendientes a solucionarlas;
- Cuando la revisoría fiscal tenga conocimiento de hechos que pudieran poner en peligro la
existencia del banco o derechos de terceros. Tales hechos pueden tener relación con la calidad de
los activos, la celebración de operaciones no autorizadas, incluso aquellas que, a pesar de estar
autorizadas, conllevan un riesgo de pérdida muy grande para la institución o la detección de
fraudes o desfalcos, entre otros.
- Cuando el organismo de supervisión, a través de visitas o la evaluación de informes, ha tenido
conocimiento de asuntos de carácter contable, financiero o legal relacionados con la calidad de sus
activos, con el manejo de sus operaciones financieras que pudiera afectar su viabilidad futura o
conllevan la modificación de los dictámenes e informes que debe rendir la revisoría fiscal.
Reconociendo la gran dependencia mutua que en general existe entre los órganos de supervisión y
la revisoría fiscal, la declaración internacional sobre auditoría de julio de 1989, estima que existen
funciones que los revisores fiscales están en capacidad de prestar y puede aportar
significativamente a la labor de supervisión.
Estas funciones normalmente consisten en:
- Verificar que los informes sobre aspectos esenciales de la marcha financiera de las entidades
correspondan de manera fiel a sus registros contables.
- Evaluar la estructura de control interno de las instituciones, esto es, las políticas y procedimientos
establecidos para proporcionar una seguridad razonable de poder lograr los objetivos específicos
de la entidad, conforme a los parámetros que podrían ser dados por el órgano supervisor.
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- Opinar acerca del sistema contable y, en particular, sobre las políticas relacionadas con la
constitución de provisiones para la protección de los activos o de los riesgos a los cuales, por razón
de su actividad, se encuentran expuestas las entidades del sector financiero.
- Verificar que las operaciones realizadas por las entidades se sujeten a las prescripciones legales.
Recomendaciones para que la revisoría fiscal esté acorde con regulaciones internacionales
sobre auditoría y contribuya en las funciones de supervisión bancaria
De lo expuesto hasta ahora y de la lectura y análisis de los planteamientos del Comité de Basilea,
se pueden identificar algunos elementos en los cuales se debe fundamentar un buen régimen de
revisoría fiscal para de esta manera contar con una verdadera herramienta de apoyo eficaz para la
supervisión bancaria y hacerla más acorde con las disposiciones internacionales al respecto.
Ante todo, es necesario adelantar un proceso orientado a estrechar las relaciones entre los
supervisores y la revisoría fiscal. Proceso que podría iniciar con el fortalecimiento de la figura de la
revisoría fiscal, de manera que inspire respeto y credibilidad, propiciando para ello que tenga
mayor independencia y cuente con los recursos humanos y técnicos para el cabal desarrollo de sus
funciones. A este respecto, conviene anotarlo, la revisoría fiscal debe contar con auxiliares o
colaboradores que dominen disciplinas especializadas, tales como administración, sistemas y
derecho.
Obviamente, no podrá hablarse de estrechamiento de relaciones, si no existiera colaboración y
confianza mutuas. En este sentido la revisoría debe estar comprometida con la autoridad de
supervisión a informar aquellos hechos relevantes que tenga conocimiento y puedan tener
incidencia significativa en la marcha de los negocios sociales. No debe esperar a ser requerida.
Del mismo modo, la autoridad de supervisión debe estar atenta a que a la revisoría fiscal se le
facilite su labor, por vía del suministro de los recursos técnicos y humanos necesarios e idóneos.
Debe propiciar, adicionalmente, un marco regulatorio que consulte su realidad profesional y
racionalice las exigencias de información, a efecto de que pueda dirigir su atención a los
verdaderamente importante.
En relación con los elementos que deben observarse para un desarrollo de la revisoría fiscal que
sirva de apoyo eficaz para la supervisión, tenemos los siguientes: Capacidad Técnica,
Independencia, Eficiencia, Continuidad y Suficiencia.
Capacidad técnica y moral
Para realizar una revisoría sobre una institución financiera se requiere capacidad y conocimiento de
las regulaciones financieras, además de un excelente manejo e interlocución con quienes dominan
el funcionamiento de los sistemas y regulaciones contables aplicables. Ello es de particular
relevancia en nuestro medio donde la cultura de la consistencia y coherencia contable todavía tiene
el atraso del desarrollo del país.
Es frecuente encontrar que para una institución conseguir un revisor fiscal es simplemente una
rutina, un requisito formal que cumplir; quién la ejerza resulta indiferente, dado que no existe
conciencia suficiente de la importancia que reviste para la institución, el público y las autoridades
que el trabajo realizado por la revisoría fiscal tenga la calidad técnica suficiente. Por ello es
necesario contar con mecanismos que permitan a la autoridad tener una razonable seguridad de
que, por lo menos, quien vaya a adelantar tal labor posea las características técnicas y morales, la
experiencia suficiente y la capacidad académica que lo hagan idóneo para desempeñar la función.
Más allá de una evaluación sobre la calidad profesional del revisor fiscal, es determinante
establecer su capacidad administrativa para realizar la función. La eficacia con que pueda realizarla
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dependerá no solamente de sus calidades personales sino también de los recursos humanos y
técnicos que estén a su alcance para adelantarla. Este tipo de análisis eventualmente es muy difícil
de ser efectuado respecto de una auditoría en particular; sin embargo, cuando la función abarca
varias instituciones y pretende realizarla en todas ellas con igual grado de eficacia, las autoridades
deben revisar si la sociedad de contadores cuenta con los recursos humanos y técnicos suficientes
para cumplir esa función en conjunto, con el propósito de corregir situaciones en las cuales se
detecte que dichas sociedades se estén prestando para realizar esa tarea en más instituciones de las
que realmente está en capacidad de atender con calidad suficiente, poniendo de esta forma en riego
los intereses de las autoridades, de la comunidad e inclusive de la propia institución auditada. Para
el efecto debe tenerse una relación directa con las sociedades de auditoría contando para ello con
mecanismos de control a través del registro de dichas sociedades. Tal registro permitirá a los
organismos supervisores admitir como revisores fiscales de las instituciones financieras sólo
aquellas firmas debidamente inscritas, así como suspender y hasta cancelar del registro aquéllas
que tuvieren un desempeño deficiente e irresponsable.
Independencia
Quizás lo que con más esfuerzo se ha buscado en los esquemas de regulación sobre el tema, tiene
que ver con el logro de una posición de independencia de los revisores fiscales frente a la
institución auditada. De lo contrario, inclusive existiendo capacidad técnica suficiente, si las
administraciones tienen mecanismos de disuasión sobre sus revisores pierde validez su opinión
respecto de las actuaciones de la administración, en cuyo caso ésta carecería por completo de
utilidad.
Para dar solución a este problema la opción más recurrida ha consistido en que el trabajo sea
realizado por profesionales que no pertenezcan a la nómina de la institución auditada. El siguiente
elemento de independencia estaría ligado con la ausencia de una relación laboral entre el revisor
fiscal y la institución auditada; sin embargo, esto no ha parecido suficiente.
En efecto, se ha buscado inclusive sustraer la elección del auditor de la decisión de la empresa
auditada. No se considera suficiente que la autoridad de supervisión pueda cambiar al revisor fiscal
si no le merece confianza su labor o cree que ha cometido irregularidades. Una opción intermedia
ha consistido en exigir que las instituciones evalúen varias propuestas de auditorías antes de
efectuar su selección del auditor.
En esta materia, sin embargo, debe considerarse que a pesar de la independencia que pueda
lograrse por medio de normas de incompatibilidades, sobre la relación revisor - entidad gravita el
hecho de que existe de por medio un interés económico derivado del contrato que existe entre los
dos, que para uno significa costo y para el otro una ganancia. Es claro, que en todo momento en
que el revisor fiscal desempeña su labor buscará mantener una relación fluida con la administración
a fin de darle continuidad y estabilidad a esa gestión y a su contrato. Una respuesta a este problema
ha consistido en que la autoridad de supervisión asuma el costo de esa labor; no obstante, esta
alternativa solamente es viable respecto de trabajos especiales. Tampoco la designación del revisor
fiscal por la autoridad de supervisión debe ser una solución apropiada dado que la primera perdería
su independencia frente al auditor y, más grave aún, podría quedar comprometida con eventuales
debilidades de la auditoría designada. No es posible en este caso buscar una independencia del
estilo de las empresas calificadoras de valores, quienes normalmente trabajan por cuenta de
inversionistas y no de las entidades que evalúan; la función de revisoría fiscal requiere una relación
mucho más estrecha y profunda con la entidad auditada donde debe fomentarse la confianza y el
trabajo efectivo bajo intereses comunes.
Por las razones que se han expuesto podría pensarse que lo mejor consiste en que el auditor sea
escogido libremente por la institución mediante un proceso amplio y objetivo para que participen
en ellos con libertad las sociedades de contadores y personas idóneas calificadas por la autoridad
de supervisión, con lo cual se lograría un mejor conocimiento del mercado, midiendo el esfuerzo
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administrativo a que está dispuesta cada firma de auditoría y darle a la situación económica un
nivel eminentemente secundario.
Eficiencia
La labor de la revisoría fiscal no puede consistir en una revisión individual de las operaciones y
controles de la entidad, toda vez que se constituiría en una tarea demorada, ineficiente y sobre todo
costosa. En la medida en que tales labores se encaminen a determinar problemas substanciales que
puedan afectar significativamente a la institución, la planificación que se realice sobre la forma en
que va a desplegar sus recursos debe entonces orientarse a lograr muestras de evaluaciones de
controles suficientemente representativas como para poder detectar errores u omisiones de esa
categoría. En ello, naturalmente, existe un juicio del revisor, pero no debe excluirse tampoco que
éste pueda en circunstancias especiales abordar con mayores elementos áreas de situaciones que
reflejen puntos de riesgo en el manejo de la institución.
El grado de eficiencia de la revisoría beneficia a la institución, en la medida en que una labor más
eficiente puede representarle menores costos. Sin embargo, la eficiencia no es sinónimo de costos
reducidos, razón por la cual las autoridades de supervisión deberían estudiar con cuidado las
situaciones en que los costos conocidos sean demasiado bajos.
En todo caso, tratándose de la evaluación del trabajo de las revisorías fiscales, las autoridades de
supervisión deben preferir aquellos trabajos donde se logre una mayor cobertura con mecanismos
sencillos de control, frente a controles previos o permanentes sobre ciertas operaciones,
circunstancia que permitirá aumentar su capacidad para detectar errores substanciales en la marcha
de las operaciones sociales y en las actuaciones de la administración que puedan poner en peligro
su viabilidad futura.
Continuidad
La falta de continuidad del revisor fiscal en una institución puede hacer que éste no tenga el
conocimiento suficiente de la actividad de la entidad, no pueda comprometerse en tareas a largo
plazo y que el grado de profundidad y de conocimiento de la institución pueda perderse al ser
sustituido por un nuevo profesional. Ahora bien, la continuidad del revisor también puede verse
afectada, en la medida en que sea excesiva su independencia con la institución donde presta sus
servicios. Como en todas estas características, los extremos son viciosos.
Valdría la pena pensar en la conveniencia de normas que establezcan períodos mínimos y máximos
para la presencia de un mismo revisor fiscal en una institución, impidiéndose que sea removido el
auditor, mientras esté dentro del período convenido, salvo que la autoridad de supervisión así lo
disponga.
Suficiencia
Las funciones que por disposición legal debe asumir la revisoría fiscal y el modo como las cumpla
determinan si la labor del auditor es suficiente o no. En efecto, el alcance de su trabajo puede
medirse tanto por el número de funciones que le corresponde cumplir, como por la actividad
concreta desplegada por el órgano fiscalizador para realizar cada una de las funciones asignadas.
A diferencia de las auditorías externas, tal como quedó concebido el Código de Comercio, la
revisoría fiscal como órgano social tiene objetivos y características muy particulares que buscan
garantizar la suficiencia, circunstancia que, por el énfasis que debe darse a los demás elementos
tratados, contribuye enormemente con la función que corresponde a las autoridades de supervisión.
No obstante, el marco regulatorio podría incluir la obligatoriedad para que la revisoría fiscal dé a
conocer al organismo de supervisión las deficiencias detectadas en la estructura de control interno,
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en la forma y con la misma periodicidad acostumbrada para con la administración de las entidades.
Esta obligación permitirá prevenir situaciones peligrosas o riesgosas que se observen en las
instituciones y coadyuvará para que se tomen los correctivos necesarios. De esta manera la
revisoría fiscal se convierte en una voz de alarma para los administradores y las autoridades,
independientemente de que los hechos advertidos afecten o no la estructura financiera de los entes.
Adicionalmente, es conveniente que el régimen legal consagre que los papeles de trabajo de la
revisoría fiscal no sean de su propiedad, con el fin de que, respecto de los mismos, no pueda
oponerse reserva profesional a la autoridad de supervisión. En este sentido, los papeles de trabajo
deben quedar en la institución donde se realice la labor, a disposición permanente de los
organismos supervisores, de los órganos de dirección y administración de la entidad y de quienes lo
sucedan en el desempeño del cargo.
Conclusiones
La evolución que ha tenido el sector financiero hacia la ampliación de sus operaciones y hacia un
mayor radio de acción, ha llevado a los órganos de supervisión del Estado y de fiscalización social
a orientar sus esfuerzos hacia un control más severo y estrecho en aras de asegurar la confianza en
el sistema y velar porque las instituciones que lo integran mantengan permanentemente solidez
económica y coeficientes de liquidez apropiados para atender sus obligaciones.
Pero dicho control no es posible en la medida en que los organismos de supervisión insistan en
continuar en una labor solitaria, sin contar para ello con el apoyo del órgano de fiscalización social.
Es bien sabido que la revisoría fue concebida en beneficio de la comunidad en general y de los
asociados, razón por la cual, como se ha reiterado a lo largo de esta ponencia, sus objetivos se
complementan con los que corresponden a las autoridades supervisoras.
En tal virtud, será necesario propender por estrechar la relación revisor - supervisor, con el fin de
coordinar y profundizar con efectividad en el control de las actividades y operaciones de las
entidades del sector financiero. Para ello será necesario propiciar un clima de confianza y
colaboración mutuas.
Por su parte, la revisoría fiscal debe asumir, conforme se lo ha confiado el legislador, su papel de
verdadero garante del buen desempeño de la actividad de los entes sociales, a través de una
fiscalización efectiva, para lo cual deberá ser poseedor de una gran capacidad técnica, ser
independiente y su trabajo sea permanente y tenga cobertura total.
Las funciones de la revisoría fiscal, debidamente ejercidas, redundan en beneficio de terceros que
encuentran en el patrimonio del ente moral la prenda general de sus créditos, por manera que debe
brindar confianza sobre el manejo de los recursos del ahorro privado, de la inversión y en general
del manejo justo y equitativo del aparato productivo del país.
De otro lado, corresponde a las autoridades de supervisión adelantar acciones que busquen la
profesionalización de la revisoría fiscal, procurando una regulación que consulte los parámetros
estatuidos y aceptados por la ciencia contable y reduzcan los niveles de exigencia en cuanto a
requerimientos de información certificada. Así mismo, como contribución al impulso de su labor,
los órganos de supervisión deben velar que las personas que acometan funciones de revisoría fiscal
sean idóneos, independientes y cuenten con la experiencia necesaria.
Por último, es pertinente anotar la necesidad de que a los revisores fiscales se les garantice una
permanencia mínima en las instituciones, de manera que éstos puedan comprometerse en tareas a
mediano y largo plazo; obviamente sin perder de vista que la excesiva dependencia o
independencia puede generar pérdida de credibilidad de sus actuaciones frente a terceros.»
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Del 15 al 17 de septiembre de 1994 se celebró el VII Simposio Contaduría Universidad de
Antioquia. Los trabajos presentados en tal oportunidad se publicaron en el libro Tendencias
Actuales de la Profesión Contable en Colombia, Volumen III, editado por ACUDA. Del trabajo
titulado La Revisoría Fiscal y su posicionamiento en Colombia, preparado por el Grupo
Universidad de Antioquia - Acuda, tomamos las siguientes reflexiones, que aparecen en las
páginas 305 a 310 de dicho libro:
« (...) La idoneidad del profesional que ejercerá la revisoría fiscal depende de la capacitación
académica, de su experiencia profesional, y de los más altos valores éticos, por ello incluimos en
esta ponencia unas reflexiones acerca de la formación del revisor fiscal.
LA FORMACION DEL REVISOR FISCAL
Hablar del posicionamiento de la revisoría fiscal obliga a analizar la formación del revisor fiscal, lo
cual, es tocar uno de los problemas más álgidos de la contaduría colombiana, dado que, en buena
medida, si existen problemas en la formación de los revisores fiscales, ellos devienen de las
debilidades en la formación de los contadores.
Por eso, en primer lugar, se tratará de hacer una aproximación a la problemática pedagógica que
toca a los actores comprometidos en el proceso enseñanza - aprendizaje de los contadores y, luego,
se plantearán algunos problemas específicos en la formación de los revisores fiscales.
Finalmente, se presentarán algunas recomendaciones que nos acerquen a la formación de los
revisores fiscales que demanda la sociedad de hoy y que les permita continuar vigentes.
1. Las universidades
A partir de la década del 80 se da una verdadera avalancha de universidades, muchas de ellas
privadas, que encuentran en la contaduría y profesiones afines una forma fácil de incursionar en el
negocio más rentable: la educación. Cuando en 1980 había 34 facultades de contaduría, hoy ya son
63, sin contar las sucursales en municipios tan atrasados, que cualquiera se pregunta de dónde salen
los docentes calificados para guiar a los estudiantes, y el número tiende a aumentar, pues los
tecnológicos, que se han transformado en instituciones universitarias, de acuerdo con la Ley 30 del
92 o ley de la educación superior, les ha dado por iniciar sus actividades con el programa de
contaduría, sin considerar para nada la saturación del mercado profesional. Como si lo anterior
fuera poco, hay universidades que reciben en su primer semestre hasta 300 estudiantes creando
entre los bachilleres una feria de ilusiones. Consciente de esto la Universidad de Antioquia ha
bajado de 80 a 50 los estudiantes que admite en el primer semestre. La verdad es que estas
universidades no hacen nada por la dignificación del trabajo que debe ser parte de su misión, sino
que se están convirtiendo en fábricas de resentidos sociales, con todo lo que eso significa en una
sociedad como la nuestra.
Todo lo anterior es la causa de la pauperización que vive la profesión con graves repercusiones
para la confianza pública. Esta pauperización se caracteriza por un alto desempleo y subempleo;
ajuste de ingresos de los profesionales, con servicios marginales mal atendidos; guerra del centavo
en la oferta de servicios, y, naturalmente, bajas retribuciones.
La ampliación de la oferta educativa sin calidad, tiene al borde del abismo a la profesión.
Muchas de las instituciones donde se forman contadores públicos se crearon como universidades de
garaje y siguen siéndolo. Mientras tanto, no se sabe de acciones concretas del Icfes para poner
remedio a esta situación tan lamentable. Con universidades sin profesores de tiempo completo, sin
bibliotecas, sin centros de investigación, sin aulas que inviten al trabajo intelectual, no se puede
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esperar que se formen profesionales de calidad, que es la clave para que se posicione bien cualquier
profesión.
Sin embargo, vale lo mismo la firma de estos profesionales que la de los que se forman en
ambientes de mejor calidad académica. Por falta de cultura contable, los empleadores y clientes no
decantan la oferta de profesionales porque nos les interesa un servicio de calidad, sino un servicio
barato, aunque más adelante paguen las consecuencias, y cuando esto sucede se pone en tela de
juicio a toda la profesión, porque el país siempre se recrea en las generalizaciones. De manera que
ni el Estado ni el mercado profesional sirven de tamiz para las universidades de mala calidad.
El desequilibrio entre la oferta y la demanda de profesionales todavía no se corrige a pesar del art.
73 de la ley 43 de 1990.
Con el sistema de acreditación creado por la ley 30 del 92 se abre una remota esperanza para hacer
una diferenciación de las universidades, puesto que su objetivo es garantizar que las que hagan
parte de él cumplan con los más altos requisitos de excelencia académica. Con este sistema, si no
se pervierte por el tráfico de influencias, se podrá orientar en un futuro a la comunidad respecto de
la calidad de los programas que se ofrecen.
2. El modelo pedagógico
Nuestro modelo pedagógico definitivamente ha hecho crisis. En efecto, se sabe que la mayoría de
los estudiantes de contaduría trabajan y que la mayoría de los profesores son de cátedra. Este
hecho afecta gravemente el compromiso de los actores principales en el proceso enseñanza aprendizaje, puesto que prima lo laboral sobre lo académico y las universidades terminan
trabajando con el ritmo y el rigor que imponen los estudiantes que tienen actividades
extracurriculares. No es que la actividad laboral sea nociva per se (incluso en cursos avanzados
puede ser un factor enriquecedor de la clase), sino que es necesario que ella no conduzca a un
facilismo académico.
Restablecer el rigor académico es indispensable para hacer viable el paradigma pedagógico que
tendrá que imponerse en el país para superar el atraso educativo recientemente diagnosticado por la
llamada comisión de sabios, que nos pone en desventaja para encarar los retos de la apertura y la
internacionalización de la economía. El nuevo modelo pedagógico de la contaduría exige un nuevo
profesor y un nuevo estudiante.
El nuevo profesor es el que da lo que no pueden hacer los textos; el que expone los conceptos
teóricos básicos de la profesión y los problemas prácticos del ejercicio profesional, basado en su
experiencia; el que hace una síntesis e interpreta los textos, o sea un profesor de gran competencia
teórica y práctica que tiene como misión facilitar y orientar al estudiante en la adquisición del
conocimiento necesario para ingresar en la comunidad profesional. Las universidades deberán ser
más exigentes en la selección de sus profesores y sensibilizarlos a que hagan un cambio de la
metodología tradicional, es decir, la cátedra magistral, y mejorarles su remuneración, puesto que ya
pasó la época en que los docentes se vinculaban a las universidades por motivaciones diferentes al
dinero. No es posible lograr un egresado competente si los docentes no lo son.
Las universidades hacen grandes esfuerzos por tener excelentes currículos, porque ellos son un
punto focal de los evaluadores del Icfes, pero de qué sirven los currículos si los profesores no
pueden abordar los temas con competencia o ni siquiera los pueden abordar?
Así los currículos se quedan en declaraciones de buenas intenciones, en el deber ser. Lo peor es
que las universidades ni saben de la calidad de sus docentes, ni saben si cumplen con los programas
aprobados, porque no tienen un sistema de evaluación de sus profesores y sus programas.
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Por su parte, el nuevo estudiante debe tener un compromiso real con su formación como persona y
como candidato a la comunidad profesional. Este compromiso lo vincula de manera dinámica en la
adquisición del conocimiento, haciendo las veces de seguidor y coinvestigador de su profesor. El
estudiante va al aula a hacer un ejercicio intelectual para enriquecer las lecturas previas a la clase.
De manera que en el pasado quedará el estudiante cuya única actividad en su formación es tomar
notas, o simplemente fotocopiarlas, para luego reproducirlas en el examen, porque este estudiante
está muy lejos de poder ser el profesional que requiere la sociedad de hoy para las
transformaciones de la modernidad, y porque ese estudiante no podrá continuar su proyecto
educativo que dura toda la vida, en un medio tan cambiante, en lo legal y lo tecnológico.
Para que la revisoría fiscal avance y se posicione como una actividad deben hacerse
transformaciones profundas en el compromiso de profesores, estudiantes y administradores, con el
proceso enseñanza aprendizaje. Como quien dice: nos transformamos o desaparecemos.
3. La formación técnica del Revisor Fiscal
Pese a que la revisoría fiscal es una actividad con más de un siglo de existencia, todavía no
sabemos cuál es el conjunto de conocimientos y competencias para hacer parte de la comunidad
profesional de los revisores fiscales. En efecto, ni la comunidad académica, ni los profesionales, ni
las agencias del Estado se ponen de acuerdo acerca de cual es el marco conceptual de la profesión.
Aunque son muchas las pruebas que puede darse de esto, la más reciente y dramática es el
pronunciamiento # 7 del Consejo Técnico de la Contaduría Pública.
Como si no fueran suficientes las auditorías financiera, de cumplimiento, de control interno, y
tributaria, que actualmente tienen que hacer los profesionales, este organismo, rebasando todo el
esquema técnico y legal se inventó otra auditoría más: la de gestión, que obligará al revisor fiscal a
contratar un cuerpo de asesores gerenciales, dado que son pocos los profesionales que pueden
evaluar con propiedad la competitividad, los cuadros directivos, la dirección estratégica, la
productividad, la publicidad, etc., de las empresas. Claro que también son pocos los profesionales
que tienen el presupuesto suficiente como para contratar a los mencionados asesores. Estudiando
este pronunciamiento cualquiera entiende por qué recientemente, mediante proyecto de ley, se
pretendió que los administradores de empresa pudieran ejercer la revisoría fiscal. Quién sabe
mañana que se les ocurrirá a quienes creen que la vigencia de la revisoría depende de las funciones
que se le acomoden, sin importar qué tan utópicas sean.
Lo cierto, sin embargo, es que en la mayoría de nuestros claustros lo que se enseña como revisoría
fiscal es una auditoría externa de estados financieros, y de ahí que nuestros profesionales se han
formado básicamente en el duro trasegar del ejercicio profesional, enfrentando la falta de cultura de
control de los empresarios y las incomprensiones de las entidades de vigilancia y control del
Estado. Por otro lado, tampoco tenemos textos serios y aquilatados de Revisoría, ya que nos hemos
quedado en el terreno de los ensayos, lo cual es consecuencia de la escasa investigación, tan
necesaria para nutrir la docencia y para haberle creado un marco teórico a la revisoría fiscal que
estableciera fronteras claras e inequívocas con la auditoría financiera. La realidad es que los
estudiantes se siguen formando creyendo que las normas de auditoría generalmente aceptadas son
las normas de la revisoría fiscal. Duro es reconocerlo, pero la enseñanza de la revisoría se ha
movido en el plano de las confusiones por parte de los docentes.
Todo lo anterior conduce a que la formación de los revisores fiscales tenga grandes falencias
conceptuales que son tan determinantes para orientar el quehacer profesional en asuntos claves
como la contratación de los servicios, la planeación del trabajo, las relaciones con la gerencia, la
ejecución del examen, etc. Además, si en la aulas no se prepara a los estudiantes en temas
puntuales como la conservación y archivo de la correspondencia y comprobantes de la empresa;
como la participación de los profesionales en las asambleas de accionistas; como la redacción de
informes intermedios; como las irregularidades a las cuales el profesional debe estar atento para
que los bienes de la empresa no sufran pérdidas, y los informes financieros no sean manipulados en
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perjuicio de los accionistas, del Estado y de terceros; repito, si no se le forma en estos y otros temas
necesarios para su desempeño profesional competente, su ejercicio como revisores fiscales no se
ceñirá a las exigencias profesionales y legales, y vendrán las críticas, socabándose así la
credibilidad en la revisoría fiscal y poniéndose en duda su utilidad social, que es la razón de ser de
las profesiones. No hay que olvidar que el objetivo de la circular conjunta de los organismos de
control de septiembre de 1989 fue conminar a los revisores fiscales a que no eludieran sus
responsabilidades reduciendo la revisoría fiscal a una auditoría externa. Con motivo de la crisis del
sector financiero en el año de 1982 donde incluso estuvo a punto de desaparecer por el decreto
2786 del mismo año, la revisoría fiscal fue colocada en la picota pública. Recuérdense los
pronunciamientos del Contralor General de la República, del Presidente de la Comisión Nacional
de Valores, etc. Sin embargo, no hubo interés de cambiar el rumbo de la enseñanza de la revisoría
fiscal. La universidad y la comunidad profesional prefirieron hacer como el avestruz. Las
asociaciones profesionales conscientes del problema hacen algunos esfuerzos por llenar el vacío de
la formación, pero realmente no son suficientes y, además, no todos los profesionales se interesan
por su mejoramiento. Pero lo cierto es que ahora que aparecen nuevas amenazas para la revisoría
fiscal, si ésta no cambia, estaremos muy próximos a ver su final.
4. La Formación Etica del Revisor Fiscal
Pero si la formación técnica deja mucho que desear, la formación ética no se queda atrás. Qué tanto
pudo influir en el relajamiento moral que entre 1981 - cuando cayó el viejo código de ética - y
1990 - cuando se expidió la Ley 43 - el ejercicio profesional no hubiera tenido un norte moral?
Algo, pero no fue esencial, porque el problema no sólo es de tener códigos.
Lo cierto es que es muy difícil lograr comportamientos morales valiosos desde la cátedra, cuando
el país vive una profunda crisis de valores; cuando los revisores fiscales se ven obligados, cada vez
más, a servir incondicionalmente a sus clientes y empleadores, para poder seguir activos en su
profesión; cuando se ve que a quienes equivocan el camino recto del ejercicio profesional no les
pasa nada.
Mucho daño le ha hecho a nuestra profesión la impunidad que ha reinado para los actos inmorales,
puesto que no sólo se ha afectado la imagen de la profesión, sino que se mantiene en unas
vacaciones éticas a los profesionales.
Todavía no se hace sentir la aplicación del artículo 23 de la ley 43 de 1990 por parte de nuestro
tribunal disciplinario. Por ejemplo, cuándo hemos visto una amonestación pública? Así la
formación ética que se imparte en las aulas queda invalidada porque el profesional observa que
quien infringe el código de ética no recibe ninguna sanción, lo cual es muy grave en un país de la
idiosincrasia nuestra, acostumbrado a que sólo cumple las normas que conllevan sanciones
efectivas a los infractores.
Además, para la ética y la credibilidad de la revisoría fiscal ha sido muy perjudicial el parágrafo
segundo del artículo 13 de la ley 43 de 1990 que extendió la revisoría fiscal. En efecto, en las
medianas y pequeñas empresas obligadas por el monto de sus activos o de sus ingresos a tener
revisor fiscal, el desempeño de los profesionales no siempre se ajusta a los lineamientos de la ley,
por diferentes causas como: falta de una cultura de control de los administradores y propietarios,
contratación de la revisoría como si fuera una auditoría externa, desconocimiento de las
responsabilidades por parte de los profesionales; etc.; así las cosas, los firmones hacen de las
suyas, erosionando los pilares morales de la profesión. No hemos sido partidarios de la extensión
caprichosa de la revisoría fiscal en función de una ciega ampliación del mercado laboral. La
contaduría pagará un costo muy alto por este absurdo. (...)»
El 6 diciembre de 1994 se llevó a cabo un foro organizado por la Superintendencia de Sociedades
como acción previa a la instalación del Comité para el estudio de un estatuto legal sobre la
51
revisoría fiscal, en el cual intervinieron la doctora Olga Forero de Silva Superintendente de
Sociedades, la doctora Priscila Montoya Gómez Jefe de la División Jurídica del Ministerio de
Desarrollo Económico, el doctor Hernando Bermúdez Gómez designado como coordinador del
futuro Comité, el doctor Jaime Hernández Vásquez Presidente de la Confederación de
Asociaciones de Contadores Públicos de Colombia, el doctor Luis Humberto Ramírez Barrios
Vicepresidente de la Junta Central de Contadores y representante del Superintendente Bancario,
el doctor David Aguirre Mejía socio de la firma KPMG Peat Marwick, el doctor Edgar Fernando
Nieto Sánchez Presidente de la Asociación de Facultades de Contaduría Pública y el doctor
Darío Moreno Calderón miembro del Consejo Técnico de la Contaduría Pública. Coordinó el
foro el doctor Fernando Londoño García y actuó en él como presentador y moderador el doctor
Luis Darío Miranda Cano, funcionarios de la Superintendencia de Sociedades.
A manera de concreción de la problemática atinente a la elaboración de un proyecto sobre la
revisoría fiscal, el autor del presente trabajo presentó el siguiente escrito:
«Revisoría Fiscal
Reflexiones en torno al proyecto de reforma de su régimen legal en Colombia
Tema de permanente discusión
Desde la expedición del decreto 2373 de 1956, es decir, por un lapso que ya alcanza los 38 años,
ha sido una constante que las propuestas de reforma con relación a la legislación que regula la
contaduría pública en Colombia sean objeto de los más diversos comentarios, casi siempre de
rechazo.
De esa tendencia a la censura no han escapado el régimen profesional, la reglamentación de los
principios de contabilidad, el desarrollo de bases alternas como la tributaria, la actualización de las
normas de auditoría ni la proyectada organización del Contador General.
Confirmando semejante regla, también ahora, respecto del proyecto de reforma de la revisoría
fiscal en cuanto al régimen que sobre la misma consagra el Código de Comercio, se han suscitado
los más diversos debates y expresado múltiples posiciones, algunas de ellas contradictorias entre sí.
Al tiempo que esto sucede, paradójicamente, durante el mismo lapso hemos podido observar como
otros asuntos, cuyo impacto e importancia a nivel nacional es superior, no han sido objeto de tantos
dimes y diretes.
Diversos intereses
Un análisis de corte sociológico sobre tales discusiones arroja muchos puntos de reflexión.
En primer lugar, resulta evidente que existen intereses diversos sobre la revisoría fiscal e, incluso,
por otra parte, un marcado desinterés.
En el lado de quienes albergan intereses sobre la revisoría fiscal se encuentran tanto el Estado,
como los gremios profesionales y algunos académicos. De otra parte, cosa muy significativa, se
ubican los empresarios.
Aunque a primera vista pareciera que se trata solo de dos grupos, en donde, ante la pasividad del
otro, deberían resultar triunfantes las ideas del que demuestra interés, acontece que ello no es así.
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No es así porque cada una de las tres fracciones ubicadas en el grupo interesado mantiene una
posición distinta de las de las otras dos. Y, como si fuera poco, cada fracción, en su interior,
alberga variadas posturas.
En cuanto al grupo desinteresado, el otro se apresura a explicar que esa actitud es por demás
esperada, puesto que aquel no tiene motivos para impulsar modalidades de fiscalización. Antes por
el contrario, se afirma, tiene muchas razones para ser opositor sistemático de cualquiera de ellas.
Esto último encierra una aberrante injusticia y una tremenda falta de autocrítica. Injusticia pues en
el argumento va implícita la idea según la cual los empresarios, al menos en su mayoría, son poco
honestos y, de contera, refractarios a todo tipo de supervisión. Y falta de autocrítica ya que, como
lo han sostenido voces aisladas, aunque cada día de mayor número, lo que sucede es que las
distintas modalidades de seguimiento no han demostrado su utilidad en términos de contribuir a la
prosperidad de la empresa y del país.
Distintas percepciones
El juego de intereses es asunto de política. Utilizar esta palabra es correr el riesgo de ser mal
interpretado. Pero aquí no la usamos en su sentido peyorativo, sino en su concepto noble. Todo
cuanto se plantee en una comunidad humana es cosa de la política.
Pues bien : la ciencia política ha establecido que cada interés busca un discurso que lo valide,
soporte y haga triunfar.
No es de extrañar, entonces, que tanto cada fracción interesada, como sus partes interiores,
expresen toda una serie de argumentos en defensa de su propia percepción sobre la revisoría fiscal.
Es así como de un mismo órgano se predican cosas contradictorias. Para algunos la revisoría fiscal
es un servicio profesional y para otros un órgano de las personas jurídicas. Mientras de un lado se
sostiene que la revisoría fiscal es control, de otro se reivindica su semejanza con la auditoría. Se
pretende, simultáneamente, encontrar en ella tanto un delegado o colaborador del Estado como una
expresión privada profesional. Se discute sobre la estructura de organización que ella debiera
adoptar, así como sobre el alcance de su labor, sobre las técnicas que tendría que usar y sobre las
calidades profesionales que demanda.
El resultado final de semejante diversidad es que, considerando en su conjunto la impresionante
normatividad legal y reglamentaria existente al respecto, la institución es una amalgama de tantas
posiciones académicas y jurídicas, que cualquiera de ellas puede hacer, como en efecto sucede, un
propio discurso en su favor.
Una ilustre desconocida
Mientras la pobre revisoría fiscal se encuentra en la vorágine de dicha diversidad, continua siendo
desconocida.
Cada fracción se precia de tener la verdad sobre ella. Se esgrimen las más diversas fuentes y raíces,
los más distintos tratadistas, las más variadas reflexiones.
Pero digan lo que digan, lo cierto es que la revisoría fiscal es una ilustre desconocida. No existen
estudios de orden sociológico sobre ella que puedan ser fuente fidedigna a nivel nacional de su
tamaño, o conducta, o estructura, o eficacia.
Tampoco la academia puede sacar la cara en esta materia. Son pocas las cátedras sobre ella y el
interior de muchas de estas consiste, en realidad, en un amplio foro sobre los variados asuntos de
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interés de la profesión. Las tesis de grado sobre el tema son bien escasas. La bibliografía exigua.
Las especializaciones se cuentan con los dedos de una mano.
Lo grave de esta situación es que cada uno de nosotros, en nuestra ignorancia, asumimos que la
revisoría fiscal es lo que cada uno percibimos. No hay, ni puede haber, otra revisoría que la que
podemos ver, sentir, practicar. A la ignorancia añadimos el orgullo y terminamos exigiendo a los
demás que acepten nuestra visión. Quien no comparta nuestra intelección es digno de anatema.
Así, pues, la revisoría fiscal es el centro de una verdadera batalla de intereses, percepciones y
fantasías.
Expectativas
Como si lo anterior fuera poco, sobre la institución de la revisoría fiscal recaen expectativas de
gran envergadura. Estado, acreedores y socios lastimados se apresuran a cuestionar la figura
porque no ha sido capaz de prevenir todo tipo de irregularidad. La profesión, por otra parte, sabe aunque en veces no quisiera aceptarlo -, que el estado actual de la ciencia, la técnica y la
tecnología, no le permite cumplir ese cometido.
Hay, entonces, una verdadera brecha entre las expectativas y las posibilidades.
Resulta que el debate no es simplemente colombiano. Es mundial. O si se prefiere internacional.
Una mirada a la problemática existente más allá de nuestras fronteras, además de permitirnos
percibir que estamos en lo mismo, seguramente haría que, considerando las soluciones esbozadas
en otras latitudes, las expectativas cedieran y los compromisos profesionales aumentaran.
¿ Es necesario un cambio ?
Aún ante esta pregunta no existe unanimidad. Algunos sostienen que el régimen actual es
suficientemente claro, coherente y bien concebido. Consideran, de contera, que hay que dejarlo
como está y que basta con que se cumpla.
Otros, tal vez la mayoría, opinan que debe ser modificado o, al menos, complementado. Algunos
puntos parecen aglomerar mayores adeptos que otros.
Así, al interior del Estado, dominan las ideas orientadas a exigir un mayor grado de independencia,
de profundidad en el alcance, de colaboración con la Autoridad, de responsabilidad.
Al menos en una parte del gremio, parece ser motivo de consenso la necesidad de contemplar un
régimen que garantice su estabilidad, el adecuado suministro de recursos, el fortalecimiento de sus
instrumentos de corrección, subrayando el deber de los administradores de acatar sus dictámenes e
instrucciones.
Otros anhelan un redimensionamiento de la revisoría, tanto para dirigirla a asuntos de mayor calado
que las innumerables revisiones y certificaciones en que hoy se ocupa, como para impregnarla de
concepciones y herramientas más sofisticadas.
Estos y aquellos podrían coincidir en la necesidad de mejorar su rentabilidad.
Los empresarios, usualmente apáticos, seguramente se movilizarían para exigir modelos
productivos y para solicitar un alcance razonable de su quehacer, que no ahogue los modelos
internos de control, oponiéndose, en todo caso, a modelos de coadministración o de
intervencionismo estatal.
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Finalmente los académicos, tan dados a mantener posiciones individuales, bien pueden coincidir en
la necesidad de terciar entre tan distintas percepciones sobre la revisoría fiscal, para caracterizarla
de manera unívoca.
Pluralismo y tolerancia
Un panorama tan complejo induce rápidamente a un axioma. Es necesario empezar por aceptar el
pluralismo. Este deberá ser seguido de tolerancia.
Sin pluralismo y tolerancia no podrá llevarse el tema a una mesa neutral, transparente y respetuosa,
única en la cual podría parirse un consenso.
Esto es fácil decirlo. Pero de ahí a que estemos dispuestos a abandonar el protagonismo que nos
caracteriza existe aún un abismo.
Es que ha sido y es difícil encontrar gestores que gocen tanto de un criterio ponderado y
desapasionado, como de un respaldo tal que evite las detracciones que históricamente se han
presentado. Cuando los negociadores no son última instancia, terminan por ser desautorizados y,
en veces, sacados de la fila.
Un punto de partida
Existe la ilusión de que si fuéramos capaces de convenir unos puntos mínimos, estarían sentados
los cimientos para construir un andamiaje de general aceptación.
Así, antes de adentrarnos en la redacción de fórmulas concretas, es necesario identificar ciertos
aspectos neurálgicos y fijar una posición respecto de ellos. Un intento en ese sentido es el que se
expone a continuación.
El orden en el cual se presentan los diferentes puntos de atención no necesariamente corresponde a
su importancia.
Ubicación jurídica de la institución
Debemos empezar por reconocer el hecho de que la revisoría fiscal, por virtud de las más diversas
leyes, se encuentra presente en casi todas las personas jurídicas y no solamente dentro de las
sociedades comerciales.
Fundaciones, cooperativas, cajas de compensación familiar, universidades, empresas industriales y
comerciales del Estado, entre otras, han entrado a engrosar la lista de las personas de existencia
ideal que hoy están obligadas a tener revisor fiscal.
Hasta el momento nos hemos limitado a extrapolar el régimen mercantil, haciéndolo aplicable a la
institución, cualquiera fuere la naturaleza, objeto y finalidad de la entidad que la albergue.
Con ello hemos incurrido en un magno error, pues hemos olvidado que la institución, concebida
dentro del mundo del derecho societario, fue diseñada de cara a problemáticas concretas de esas
formas asociativas, en especial de las que son propias de las sociedades anónimas, y, en
consecuencia, al extenderla a otras personas jurídicas brotan diversas insuficiencias y
contradicciones.
Incluso al interior de las sociedades comerciales, al ampliar su presencia, se han generado
desajustes. Así, por ejemplo, cuando la ley 43 de 1990, dejando de lado criterios de forma, impone
la revisoría atendiendo la cuantía de los activos brutos o ingresos de la entidad, la ha hecho
presente en sociedades donde los dueños son al mismo tiempo administradores. Se suponía que el
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revisor fiscal era un delegado de aquellos para vigilar a éstos. Se preconizó la independencia del
órgano con relación a los cuerpos directivos. Pero este principio originario resulta, como es
evidente, ausente en el nuevo grupo de personas obligadas a tener revisor fiscal.
Parece, entonces, que se impone la necesidad de expedir un cuerpo normativo independiente del
derecho societario, aunque complementario de éste, en el cual la revisoría fiscal sea estructurada
teniendo en cuenta la heterogeneidad jurídica de las entidades a que está dirigida.
Reconocimiento de la diversidad
La diversidad que debemos reconocer no es solamente jurídica. Es ante todo empresaria.
Como se recordará, la revisoría fiscal se organizó al interior de las compañías anónimas. Cuando
ello ocurrió se creía que este tipo societario era sinónimo de la gran empresa. Grande tanto
respecto del número de propietarios como respecto del tamaño de su actividad. Se presumía que,
por lo mismo, estaría presente dinámicamente en el mercado de capitales.
Sin embargo, como hemos podido observarlo en nuestro país y puede constatarse en otras latitudes,
el armazón de la sociedad anónima ha sido utilizado como recipiente de pequeñas organizaciones.
Tenemos entonces, que al extenderse de facto la revisoría fiscal de la gran a la pequeña empresa y
de las sociedades comerciales a otras formas de organización jurídica, la institución ha resultado
aplicada a entidades muy distintas de las que en su nacimiento fueron tenidas en mente.
De tal manera que resulta ineludible reconocer la variedad de empresas que hoy están al alcance de
la revisoría fiscal. Variedad de naturaleza y estructura jurídica, de objeto o actividad, de tamaño y
ubicación, de desarrollo tecnológico y métodos de producción, de finalidad.
En otras palabras, es necesario construir un régimen flexible, con capacidad de adaptación a cada
organización. Así, por ejemplo, como lo hacen las normas de auditoría en muchas latitudes, pudiera
hablarse de grandes y pequeños negocios.
Con toda transparencia deben analizarse la posibilidad de separación de tareas, o el esquema de los
órganos plurales, o la departamentalización de la institución. Entre más grande y compleja la
entidad controlada o fiscalizada mayor urgencia de afrontar este punto.
Proporcionalidad
Punto de la mayor importancia para garantizar la eficacia del órgano en el cumplimiento de sus
funciones, es garantizar que exista una adecuada proporción entre su tarea y estructura con los
recursos, humanos, financieros y físicos, que se pongan a su alcance.
Lo que para algunas entidades puede ser mucho, para otras sería insuficiente. En todo caso, aunque
no es posible concebir una regla para cada evento, debe quedar claro que el principio de la
proporcionalidad es de obligatoria realización.
Conflicto de intereses
Quienes hemos dedicado varias horas de nuestra vida al estudio del derecho societario, hemos
encontrado que la institución es criticada, por ineficaz, en casi todos los países del mundo y,
prácticamente, desde principios de siglo.
Sin embargo, la institución no ha desaparecido. Parece existir un consenso sobre su existencia
necesaria.
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Al reflexionar sobre las causas de tan larga y extendida crítica y observar los países en los cuales
resulta menos cuestionada, se encuentra que existe una relación directa entre la eficacia del órgano
y el conjunto de intereses cuya salvaguardia se le encomienda.
Cualquiera que es sometido a presiones encontradas resultará vencido por ellas. Sea porque se
incline hacia las fuerzas más poderosas, sea porque opte por un actuar tan pálido que a nadie sirva
pero que tampoco a nadie moleste, sea porque resulte explotando en mil pedazos.
Debe aceptarse que hay cuatro fuerzas involucradas en este asunto : la propia empresa, sus
accionistas - cuando son independientes de aquella -, el Estado y el público.
En los países en que mejores resultados presenta la institución, lo que no quiere decir que esté
exenta de críticas, es en aquellos donde para cada interés se ha planteado una respuesta. Obsérvese
que no se dice que se hayan escogido algunos intereses y desechado otros. No. Lo que pasa es que
hay tantos instrumentos como intereses compatibles.
Los modelos más extendidos han bifurcado la problemática interna de la que tiene que ver con el
público. Así, en Chile, una cosa es el inspector y otro el auditor externo. Es más : parece irse
imponiendo el llamado sistema dualista de administración, de origen alemán, en donde el control interno - adquiere verdadera supremacía, al punto de que se organiza un consejo, superior al de los
administradores, que tiene poder suficiente para asegurar que éstos marchen dentro de los
lineamientos trazados. En esa línea, haciendo los ajustes de caso en atención a las diferencias de su
cultura jurídica, podemos colocar a los llamados comités de auditoría anglosajones.
También puede observarse en el contexto del derecho comparado, la especialización que viene
sufriendo la auditoría financiera, claramente asociada con la defensa del público. España es un
claro ejemplo de un giro en este sentido. Esta auditoría, aunque centrada en su objeto, se realiza en
beneficio de todos cuantos tienen que ver con las cuentas, llámense socios, Estado o terceros.
La problemática tributaria también tiene su propia respuesta. Italia y México son buenos ejemplos.
En fin : sería muy largo exponer todos los recientes desarrollos en la materia. El punto claro es que
la sobrevivencia de la institución está íntimamente relacionada con que se encuentre a salvo de
fuegos cruzados.
¿ Control o Fiscalización ?
Obsérvese que deliberadamente la cuestión no se plantea en términos de control y auditoría. Esta es
una disciplina que bien puede ser usada por aquel.
Es más : tampoco se trata de escoger entre uno y otra. Se trata de advertir que un órgano de control
no puede, por ser necesariamente administrador, asumir funciones de fiscalización en beneficios de
terceros.
La revisoría fiscal ha venido siendo receptora de funciones que generan una mixtura inaceptable. A
los órganos de control pertenecen, entre otros, los votos de censura, las acciones de impugnación e
incumplimiento, la capacidad de impartir órdenes. A los de fiscalización la más amplia libertad de
criterio, de acceso y de opinión - las tres caras necesarias del principio de independencia - que se le
conceden como contrapartida indispensable del cada vez más dilatado deber de información al
público.
El control está asociado con los objetivos de la organización, dentro de los cuales, según la más
reciente teoría, se encuentran (1) la eficacia y la eficiencia, (2) la generación de información
confiable y (3) el cumplimiento del marco normativo externo. La fiscalización tiene el propósito
fundamental de aumentar el grado de responsabilización de todo aquel obligado a rendir cuentas.
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La amalgama de uno y otra en la revisoría ha sido la causa de su descalificación en el exterior. Esto
no puede seguir siendo así en un país que pretende conquistar mercados foráneos.
Profesionalización
Este tema despierta las mayores susceptibilidades. Agita las pasiones y, por lo mismo, está lleno de
argumentos claramente tendenciosos.
Debemos, en primer lugar, resaltar que no se trata de juzgar la bondad de ninguna profesión.
Tampoco se trata de ampliar o achicar los ámbitos profesionales.
Se trata de rescatar el principio básico de la especialidad sobre el cual está construido el derecho
profesional. Se trata de aceptar la inevitable multidisciplinariedad del mundo actual. Hasta aquí
casi todos están de acuerdo. El problema empieza cuando se habla de quien debe tener la autoridad.
Es entonces donde cada profesión quiere ocupar el papel protagónico.
Pero el verdadero asunto a debatir y resolver es meramente relacional.
Debe existir una clara relación, correspondencia, entre las tareas asignadas al órgano y los
conocimientos de quien se llame a desempeñarlo.
No faltan quienes han llegado a sostener, en el afán de conservar el estatus, que su respectiva
profesión está plenamente capacitada. Que algunas, en ciertas áreas, estén mejor dotadas que otras,
no significa que podamos aceptar el despropósito de que hay carreras hábiles para todo. Tampoco
podemos aceptar que el control o la auditoría ( en su sentido genérico ) sea propiedad de tal o cual.
Tampoco es válido afirmar que cualquier profesión, posea el conocimiento y la experiencia para
desempeñar roles de supervisión.
El punto que parece indiscutible es que primero deben establecerse las funciones y de ellas,
necesaria y causalmente, brotarán los requisitos profesionales. El razonamiento inverso no es
posible, pues se corre el riesgo de no hacer un análisis adecuado de los bienes jurídicos que deben
protegerse y de la necesaria coherencia interna, sistemática, que debe tener el esquema. Y, sin lugar
a dudas, resulta inadmisible postular una profesión y luego asignarle cualesquiera tarea.
El dogma, en cuanto es práctica mundial, es que en todo caso estará presente una auditoría
financiera en beneficio del público. Y, como es obvio, esta corresponde de manera privativa a los
contadores públicos.
También es necesario reflexionar sobre la educación. Algunas profesiones quisieran llegar a
participar formalmente en la supervisión. Pero no están entrenadas para ello. Otras poseen algunos
elementos, casi todos propios de la auditoría financiera, que no son lo suficientemente complejos y
profundos para asumir ciertos asuntos. Se han abierto paso, entonces, las voces que claman por la
especialización. Sea este u otro el camino, lo cierto es que tan grandes responsabilidades no
pueden estar en manos de quienes no acrediten un nivel de conocimiento y experiencia adecuado.
Consecuencias de la profesionalización
Al revisar distintos pronunciamientos de las ramas ejecutiva y judicial se observa un profundo
desconocimiento de la profesión contable.
Ese desconocimiento ha propiciado la construcción de una teoría sobre la revisoría fiscal
francamente exégeta.
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No puede ser que se profesionalice la revisoría fiscal y luego se consideren improcedentes las
reglas de la disciplina en cuestión.
Un proyecto de ley sobre una revisoría profesionalizada debe empezar por reconocer el ámbito de
la ciencia en cuestión y sus limitaciones. Debe, también, aceptar la visión, el criterio, la técnica,
que ella emplea.
Si cierta ciencia y sus limitaciones no son del agrado del legislador, éste debería recurrir a otra
profesión o, como sucede en algunos países, convertir a la revisoría en una profesión distinta de las
demás, con sus propios requisitos de acceso, formas de trabajo y responsabilidades.
Responsabilidad
Como se sabe, existen cuatro modelos básicos de responsabilidad : Civil, penal, contravencional y
disciplinaria. Ellos se aplican a todo habitante.
Ante las que se consideran fallas de la institución de la revisoría, algunas de las cuales
verdaderamente lo son, sobretodo en el Estado corre la idea de incrementar aún más el rigor de los
modelos de responsabilidad.
Ciertamente sanciones débiles es lo mismo que no sanciones. Nadie que crea en la institución o que
ame la profesión puede éticamente aceptar que se tolere el ejercicio de personas que son
verdaderos corsarios. Los casos que podrían aducirse para justificar una acción más decidida no
solo son abundantes. También los hay aberrantes.
Pero, al mismo tiempo, son inaceptables una responsabilidad ampliada - superior a la de otros -,
una responsabilidad objetiva, una responsabilidad doble por un mismo hecho, una responsabilidad
por los hechos de terceros, una responsabilidad que no examina el poder ser sino que se nutre y
desarrolla en el mundo abstracto del deber ser, un juez no profesional y un perito no experto.
Puesto que es tan grave condenar al inocente como exonerar al culpable, es necesario inyectarle
energía, recursos, estabilidad, profesionalidad, a los jueces. Hay que ampliar la cobertura y
oportunidad de su acción. Simultáneamente, se debe impregnar el juicio de responsabilidad de
amplias garantías, de razonabilidad y de proporcionalidad. Y, por sobre todo, es necesario admitir
que hay cosas que no pueden ser o que al menos dependen, en el sentido estrictamente fáctico, de
otros.
La revisoría fiscal no puede seguir siendo el camino por el cual se pretende cambiar la moral de
otros. No puede continuar recibiendo todos los castigos, o al menos los mayores, con el ánimo de
que dolida se desahogue aplicando a sus vigilados un rigor que ella misma y cualquier otro no
admiten.
Santa Fe de Bogotá, diciembre 5 de 1994.»
En esa misma oportunidad, el contador público David Aguirre Mejía se pronunció en los
siguientes términos:
«LA CRISIS DE LA REVISORIA FISCAL
David Aguirre Mejía
En representación de las firmas de auditoría y consultoría Arthur Andersen, Deloitte Touche, Ernst
& Young, Price Waterhouse y KPMG Peat Marwick, quiero agradecer a la Dra. Olga Forero de
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Silva su carta - invitación para participar en este Foro sobre la revisoría fiscal. En dicha carta, la
Superintendente indica:
“ ... consciente de la problemática que viene afrontando el Organo de la Revisoría Fiscal, debido a
que su desarrollo no se ha visto acompañado de una actualización de la normatividad que la rige,
esta Superintendencia considera necesario un replanteamiento en la concepción de esta figura en
aras de hacerla armónica con los cambios que viene generando la internacionalización de la
economía en nuestro país y las exigencias de parte de los diversos entes gubernamentales que
ejercen el control..”
Este diagnóstico, de una entidad de vigilancia y control del Estado, es sintomático de la verdadera
situación de la revisoría fiscal desde nuestra perspectiva: CRITICA! De allí el origen del titulo de
mi intervención.
LAS FIRMAS INTERNACIONALES DE AUDITORIA
Las Firmas de Auditoría se establecieron en Colombia desde hace mas de 40 años. A raíz de la
crisis financiera de principios de 1980 que sirvió, entre otras cosas, para revivir la importancia de
los revisores fiscales, profesionalizar sus agentes y formar una conciencia de la necesidad de
controles más efectivos, surgieron en el mercado de la revisoría fiscal respaldadas en su prestigio
internacional y en su tarea ya arraizada en el país como auditores externos de compañías
internacionales. El propio Gobierno, por otra parte, auspició este desenvolvimiento en su
expectativa de mejorar la calidad del control.
El mercado en su conjunto entonces (sector privado y sector público) consolidó una expectativa de
mejor control respecto del pasado, alimentado con mayor profesionalismo, experiencia
internacional y tecnología. Hoy en día es una realidad que las grandes y medianas empresas del
país reciben los servicios de revisoría fiscal de las Firmas de Auditoría.
Este proceso ha sido benéfico para el país; sin embargo, nuestra experiencia nos obliga a señalar
algunas observaciones que aspiramos sean tenidas en cuenta en una futura revisión del Código de
Comercio o en la preparación de una Ley especial sobre la revisoría fiscal.
LAS PREOCUPACIONES DEL MERCADO
Los clientes
Con el fin de obtener retroalimentación que nos permita mejorar la prestación de nuestro servicio,
periódicamente realizamos encuestas con accionistas (clientes y no clientes) y administradores de
sociedades obligadas a tener revisor fiscal, representativas de diferentes sectores e industrias del
país. Una buena parte de ellos considera a la revisoría fiscal como un impuesto adicional porque,
en la práctica, representa más a las entidades de vigilancia y control del Estado que a los
accionistas. En su percepción, especialmente en lo relacionado con el sector financiero, la revisoría
fiscal ha perdido independencia y expresan su descontento e insatisfacción por el producto final
obtenido, al comprobar que buena parte de los recursos asignados se relacionan con actividades de
atestación de poco o ningún valor agregado.
Para todos es difícil comprender la dedicación de importantes recursos (humanos y técnicos) a
actividades de tan poco beneficio; este resultado agrava la relación revisor fiscal - cliente y
refuerza la tonalidad de círculo vicioso.
Para las Firmas de Auditoría este es un desarrollo inconveniente, no sólo en función de su propio
interés sino en el perjudicial impacto que la sociedad en conjunto traduce, del esquema de revisoría
fiscal imperante.
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Las expectativas de los empresarios sobre la revisoría fiscal van mas allá de comentarios sobre el
cumplimiento de normas legales y sobre debilidades en el control interno contable. Esperan
recomendaciones sobre el control de la gestión y una apreciación critica de su negocio.
Los profesionales que ejercen la Revisoría Fiscal
No es ningún secreto afirmar que nuestras firmas son consideradas como centros de capacitación y
de exigencia profesional. Anualmente vinculamos alrededor de 200 personas, entre profesionales y
estudiantes de los últimos semestres de Contaduría Pública, para complementar nuestra planta de
servicio. Preocupados por la alta rotación de los últimos años, investigamos sus causas y el
resultado es diciente: el 95% de estos profesionales abandonan el ejercicio de la revisoría fiscal por
el predominio creciente de actividades de atestación sobre aquellas que representan juicio
profesional, lo cual ha venido incidiendo negativamente - en materia grave- sobre el interés,
atractivo y reto profesional de la revisoría fiscal como campo de actuación para los contadores
públicos y las firmas de contadores. Cada día es mayor el desplazamiento voluntario de
profesionales competentes a campos más desafiantes fuera de la revisoría fiscal. Advierten cierta
injusticia en las exigencias del Estado a los revisores fiscales, producto del fantasma de la
desconfianza que aún pesa sobre los administradores. La función de "notariado", que se les solicita
permanentemente es desmotivante y, con alguna frecuencia, conlleva a hacerlos responsables de los
actos de los administradores.
Las entidades de control y vigilancia
Las crecientes expectativas de colaboración, han generado que el ordinal 3° del artículo 207 del
Código de Comercio, sea una cita constante en los oficios que recibimos los revisores fiscales de
las Entidades de Vigilancia y Control del Estado.
Actualmente, un alto porcentaje de nuestro tiempo lo utilizamos para atender los requerimientos de
colaboración que, sumado a las exigencias legales para verificar el cumplimiento de normas por
parte de las sociedades, representa en promedio un 45% del total del tiempo invertido en el
cumplimiento de las funciones de revisoría fiscal.
Este porcentaje frío, podría corroborar el concepto de los empresarios y accionistas sobre la
revisoría fiscal: es un impuesto que se paga, para que un profesional dedique casi la mitad de su
tiempo a verificar, en las instalaciones de la sociedad, si ésta cumple con las normas legales.
La exigencia de colaboración a los revisores fiscales ha llegado a solicitudes extremas como las
siguientes:
1.- La Superintendencia Bancaria el pasado 11 de noviembre le envió a un revisor fiscal el
siguiente oficio, radicado bajo el numero 93012208-23
"Apreciado doctor:
Con toda atención le solicito, para efectos que interesan a la actuación administrativa de la
referencia que el procedimiento utilizado por (...) ha tenido en cuenta la revisión de todos y cada
uno de los créditos otorgados a partir del 5 de febrero de 1991, y con base en el cual determinó en el
anexo 1 de la respuesta con fecha 1 de marzo de 1994, que todos ellos se concedieron para financiar
vivienda usada.
Lo anterior, sin perjuicio de remitir copias de los folios de matrícula inmobiliaria correspondientes a
cada uno de ellos, en tener en cuenta la fecha de su expedición, precisando finalmente cuáles
obligaciones listadas en el anexo 1 habrían sido canceladas.
Esta Superintendencia sabrá agradecer su respuesta en un término improrrogable que vence el día 23
de noviembre de 1994.”
61
Este profesional ejerce su cargo en la institución desde 1993 y el número de créditos era
aproximadamente de 800.
2.- El siguiente es el texto del Oficio 01235 del 12 de octubre de 1994, emanado de la
Superintendencia de Sociedades y dirigido a un Representante Legal
“Con fundamento en la atribución contenida en el numeral 10 del artículo 6º del Decreto 2155 del
30 de diciembre de 1992, se le solicita el envío de la información de carácter financiero que a
continuación se relaciona con miras a establecer la actual situación económica de la sociedad que
representa, así:
1º Balance General a agosto 31 de 1994, acompañado del respectivo estado de resultados (enero agosto), debidamente certificado (Artículo 290 del Código de Comercio). Igualmente, allegue las
notas a los estados financieros que crea pertinentes (Artículo 26 del Decreto 2649 de 1993).
2º Evolución de las ventas netas y de los gastos financieros, discriminados por conceptos para el
período enero - agosto de 1994, comparados con el mismo período del año anterior.
3º Discriminación del pasivo externo (precise monto, fecha de vencimiento y tipo de garantía
otorgada cuando esta se requiera)
- con entidades públicas
- con los trabajadores
- con entidades financieras (moneda nacional, moneda extranjera)
- con particulares
- con proveedores
4º Certificación suscrita por el representante legal y el revisor fiscal sobre la cancelación oportuna
de sus obligaciones y si existe refinanciación de las mismas. En el evento de no estar efectuando en
su oportunidad tales pagos, deberán indicarse las acreencias con vencimiento superior a treinta (30)
días y si existe algún proceso en contra de la sociedad originado por esta situación.
5º Memorandos de recomendaciones de la revisoría fiscal a la administración, con relación al
adecuado registro de pasivos y provisiones.
6º Certificación del representante legal y revisor fiscal en la cual manifiesten si todas las operaciones
celebradas por la sociedad están registradas en la contabilidad.
7º Certificación suscrita por el revisor fiscal en la que manifieste si todas las decisiones adoptadas
por el señor gerente se ajustan a lo consagrado en los estatutos y la ley.
8º Información adicional
Problemas que afronta la compañía en la actualidad.
Es de notar que la documentación que se allegue con excepción de la señalada en el punto 8 deberá
estar certificada por el revisor fiscal de la sociedad.
Para dar respuesta a lo anterior, se le concede un plazo que vence el 15 de noviembre de 1994.”
Sobran los comentarios sobre este oficio
3.- Los siguientes son apartes de un oficio proveniente de la Superintendencia de Valores
“(...) Remitir una certificación sobre el índice de siniestralidad de la cartera, firmada por el Revisor
Fiscal de la sociedad emisora (...)
Adjuntar una certificación conjunta del representante legal y del revisor fiscal de la sociedad
emisora, en la que conste que cada uno de los créditos titularizados reúne los requisitos que
62
corresponden a las condiciones exigidas para las categorías A, B y C, según lo expuesto en la
Resolución 2053 de 1989 de la Superintendencia Bancaria (...)”
En relación con este oficio, la determinación del índice de siniestralidad requiere la participación
de actuarios y el número de créditos a titularizar era aproximadamente de 4,000
4.- El pasado 27 de julio, un revisor fiscal recibió de la Dirección de Impuestos y Aduanas
Nacionales el requerimiento ordinario No 0403, del cual resalto lo siguiente:
“La División de Fiscalización de la Administración Local de Impuestos y Aduanas Nacionales de
Personas Naturales de Santafé de Bogotá, en uso de las facultades conferidas por los Artículos 684,
686, 688 del Estatuto Tributario y 93 del Decreto 2117/92 y teniendo en cuenta lo establecido en el
artículo 688 del citado Estatuto: “El deber de atender requerimientos de información”, le solicita el
envío de la siguiente información, respecto de los siguientes contribuyentes residentes en el
Municipio de Cáqueza (Cundinamarca):
1. Ultima dirección y teléfono registrado por el cuentahabiente.
2. Transacciones comerciales, laborales, financieras, tales como: inversiones, CDTs, cartas de
crédito y préstamos que le haya otorgado la Entidad, indicando concepto, valor y retenciones en la
fuente practicadas.
3. Los saldos de cuentas corrientes y de ahorros a 31 de diciembre de 1991.
4. Enviar a esta administración copia de los extractos de cuentas corrientes y de ahorro, expedidos
por el año 1991 y las tarjetas de apertura.
La información solicitada debe ser refrendada con sellos de la entidad.
Se le recuerda que la no atención al presente Requerimiento ocasionará la sanción prevista en el
artículo 851 del Estatuto Tributario, modificado por el artículo 55 de la Ley 6a. de 1992.
Su respuesta deberá dirigirla al Grupo de Gestión Tributaria de la División de Fiscalización de esta
Administración, y radicarla en la oficina correspondiente ubicada en la carrera 7 No. 32-57
mezzanine, en un término de diez (10) días contados a partir de la fecha de introducción al correo
del presente oficio.
Notifíquese de conformidad con los artículos 563, 565 y 566 del Estatuto Tributario.”
Los anteriores ejemplos dan la razón a los revisores fiscales que prefieren desertar por la labor
clerical que se les exige, el riesgo cada vez mayor y el traslado de responsabilidades que, en
principio, son de los administradores.
LA REVISORIA FISCAL UNA ACTIVIDAD INTERVENIDA POR EL ESTADO
Analicemos esta afirmación desde tres aspectos: como un órgano de control privado (?), el enfoque
y alcance de sus pruebas y de su responsabilidad frente a la de los administradores
Un órgano de control privado ?
La más reciente Ley sobre nuestra profesión, L.43 de 1990, establece en su artículo 35:
"(...) La Contaduría Pública es una profesión que tiene como fin satisfacer necesidades de la
sociedad mediante la medición evaluación, ordenamiento, análisis e interpretación de la
información financiera de las empresas o los individuos, sobre los cuales se basan las decisiones de
los empresarios, inversionistas, acreedores, demás terceros interesados y el Estado acerca del
futuro de dichos entes económicos (...)”
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De lo indicado en este artículo, resulta claro deducir que el ejercicio de la profesión de la
Contaduría Pública y, en consecuencia, de la revisoría fiscal se encuentra enmarcado en la órbita de
un control privado que busca satisfacer los intereses de los accionistas o socios, personas que han
contratado sus servicios y ante las cuales, el revisor fiscal debe informar las situaciones que
requieran correctivos, en procura de lograr para ellos y de su sociedad un beneficio particular el
cual, de igual manera, redundará en provecho de terceras personas y de la comunidad en general.
De esta forma, la consagración legal de la revisoría fiscal no debe buscar que ella se convierta en
un instrumento útil en el cumplimiento de las funciones de la Administración Pública del Estado, a
través de la imposición de responsabilidades no acordes con su naturaleza de órgano de control
privado.
De las funciones establecidas por los nueve ordinales del Código de Comercio en su artículo 207,
solo uno -el consabido y mal interpretado 3°- menciona a "las entidades gubernamentales". Sin
embargo, la interpretación que le han dado a ese ordinal, las entidades gubernamentales que ejercen
la inspección y vigilancia, han convertido los otros 8 en funciones suplementarias y cuyo usuario
principal deben ser ellas; hasta tal punto que sólo las puede ejercer luego de su posesión ante
algunas de ellas.
Cómo no pensar que nuestra profesión está intervenida por el Estado cuando estas entidades
cuestionan y/o establecen el enfoque del trabajo y el alcance de las pruebas que debe efectuar el
revisor fiscal y, en algunos casos, son las que deciden si puede ejercer el cargo?
Enfoque del trabajo y alcance de las pruebas del revisor fiscal
Las entidades de vigilancia y control han venido efectuando evaluaciones de los papeles de trabajo,
en donde los revisores fiscales documentan el cumplimiento de sus funciones, sin tener en cuenta
que el proceso de evaluación de un trabajo profesional supone establecer un patrón o marco de
referencia, el cual representa el comportamiento esperado y, con relación a él, deberían examinar
las conductas efectivamente realizadas.
En nuestra profesión, este patrón lo establece la Ley 43 de 1990; más exactamente sus artículos 7°
y 8°: las normas de auditoría generalmente aceptadas. Es importante resaltar que el artículo 7° de la
ley 43 de 1990 no consagra en su totalidad las normas de auditoría generalmente aceptadas; en
dicho artículo apenas están plasmadas las llamadas normas generales.
Dichas normas generales no son más que los principios o criterios básicos que rigen una auditoría.
Por su propia naturaleza, en ellas no se pretende regular, ni se regula, la forma específica de
realizar un trabajo, ni se estipulan pasos o procedimientos concretos de necesaria ejecución.
Desafortunadamente, los "evaluadores" de la revisoría fiscal han olvidado que la auditoría supone
juicio profesional, materialidad, evaluación de riesgos, evidencia acumulativa suficiente para
valorar razonabilidad y oportunidad y se han considerado los poseedores del criterio profesional
absoluto. Es así como califican de inoportuna la fecha de documentación de una planeación, o
insuficiente el alcance de un trabajo o, lo que es peor, cuestionar por qué se hicieron -o no se
hicieron pruebas - sobre saldos de cierre.
En nuestro concepto, la auditoría es un proceso integral de evaluación y no de cuentas o
transacciones aisladas y el control debe ejercerse sobre los procesos.
Se cuestiona mucho la permanencia del revisor fiscal, concepto establecido en la circular conjunta
del 19 de septiembre de 1989 y mal interpretado por los evaluadores, quienes consideran debe ser
una labor personal del revisor fiscal ejercida sin interrupción, lo cual resulta irrazonable e
impracticable.
64
Tampoco está obligada la persona nombrada como revisor fiscal a ejercer exclusivamente el cargo
en una sola sociedad. Tratándose de sociedades por acciones le es posible desempeñar hasta cinco
revisorías. Respecto de otras compañías la ley no ha fijado un número máximo. Ciertamente no es
posible, por vía doctrinal, reducir o limitar al revisor más allá de lo que la ley misma ha dispuesto,
máxime cuando ella le permite " (...) tener auxiliares u otros colaboradores nombrados y removidos
libremente por él, que obrarán bajo su dirección y responsabilidad (...)" (Artículo 210 del Código
del Comercio). Si una persona puede ejercer varias revisorías a la vez, lógicamente no estará en
ninguna de ellas en forma permanente.
De la función prevista en el ordinal 1° del Art 207 del Código de Comercio no se desprende
necesariamente una labor permanente, en el sentido de pretender una revisión sobre cada
operación. Mediante la utilización del muestreo estadístico es posible cubrir un gran número de
operaciones, con seguridad, en un tiempo muy inferior al que se requeriría para evaluar cada
operación por separado. Además, el tiempo necesario para revisar las operaciones sociales depende
de múltiples circunstancias, tales como su número, su frecuencia, su homogeneidad, las partes que
en ellas intervinieren y la complejidad misma de las actividades. A lo cual hay que añadir que el
alcance de las pruebas puede reducirse en proporción a la confianza que se deposite en el control
interno. Esto último es producto del criterio profesional, el cual es imposible normatizar.
Existen sociedades sujetas al control permanente de ciertas entidades gubernamentales. Esto no
significa que en todo momento se encuentren inspectores en tales compañías. El control es el
resultado de un conjunto de acciones, algunas de las cuales se realizan por fuera de las
instalaciones físicas del ente auditado. ¿Será que cuando una Superintendencia está examinando un
balance desde su despacho, no está controlando por el sólo hecho de hacerlo fuera de las
instalaciones de la empresa en cuestión?
Por otro lado, se ha querido asociar la permanencia con la oportunidad de los procedimientos.
Algunos piensan que tan pronto una operación se realiza debe ser revisada por el fiscalizador,
cubrimiento que solo sería posible si el revisor estuviera permanentemente atento a ejercer sus
funciones inmediatamente el administrador actúa. Esta manera de entender la revisoría fiscal
desconoce la forma como se hace una auditoría y, concretamente, la noción de ciclo de auditoría.
Si se quiere evaluar, en un correcto sentido, si la labor del revisor fiscal ha sido permanente, habrá
que preguntarse no por las posibles interrupciones de su labor, sino porque ésta cubra cada uno de
los momentos de la vida societaria.
Para finalizar esta parte, correspondiente al enfoque de trabajo y alcance de las pruebas, es
necesario aclarar que el revisor fiscal no debe ser considerado como un censor jurídico.
Aunque no se discute que compete al revisor fiscal la realización de una auditoría de cumplimiento,
si debe rechazarse la manera amplia e ilógica que se utiliza para determinar el alcance de ésta. Se
pretende, por medio de circulares, que en realidad simplemente sientan doctrina, adicionar las
obligaciones del revisor fiscal, al punto de desentrañarlo de su propio ámbito de competencia y
catalogarlo como un consumado censor jurídico. Una y otra cosa han sido consideradas como
inadmisibles por la jurisprudencia. En adición a lo anterior, se pasa por alto que es al contador
público a quien se ha atribuido la llamada función certificante. Revisor que carezca de tal calidad
no puede emitir dictámenes ni opiniones en los términos del artículo 10° de la ley 43 de 1990. Así
que, a riesgo de repetir lo que se ha sostenido en múltiples oportunidades, es pertinente volver
sobre el asunto, para evitar que el control de legalidad se desconecte de los libros de contabilidad y
del sistema contable como se pretende.
La revisoría fiscal frente a la responsabilidad de los administradores
El revisor fiscal se ha convertido en la vía para tratar de corregir la conducta de los
administradores, lo cual fuera de ilógico es por demás injusto.
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Las responsabilidades a cargo del revisor fiscal que perciben algunos de sus usuarios (accionistas,
administradores, Estado, público) se prestan a equívocos o a expectativas irrazonadas, al presumir
que la responsabilidad primaria en actos irregulares, errores o desviaciones de control recae en el
revisor fiscal y no en sus gestores.
NECESIDAD DE PRECISAR LA NATURALEZA LEGAL DE LA REVISORIA FISCAL
En síntesis, las observaciones anteriores recogen las siguientes conclusiones:
1. Las entidades de inspección y vigilancia del Estado al trasladar al revisor fiscal sus propias
responsabilidades, han desvirtuado su campo profesional de auditor; tal traslado lo ha
acompañado de normas de actuación profesional que vulneran el carácter de profesión liberal
independiente
2. La revisoría fiscal regulada por la Superintendencia Bancaria para el sector financiero, a más de
desprofesionalizarla, asigna los mejores recursos disponibles a tareas auxiliares. Se exige
experiencia para posesionar a un profesional como revisor fiscal de sus vigiladas, pero se le
requieren labores clericales y notariales que no le permiten una contribución suficientemente
efectiva.
3. La revisoría fiscal que ejercen las Firmas de Auditoría en el sector financiero recoge a medias
las potencialidades de su actividad multidisciplinaria, debido a la inflexibilidad de asignación
de tareas que determina la Superintendencia Bancaria
4. El mercado ha venido manifestando su desencanto al percibir su actuación de atestación sin
valor agregado colateral
Al lado de estos desarrollos negativos es innegable la contribución potencial que la revisoría fiscal
puede brindar a la sociedad. Esta institución orientada a su verdadero objetivo de control
independiente puede contribuir eficientemente al fortalecimiento del control gerencial, en unión de
esfuerzos con la auditorías internas de las organizaciones.
Para reorientar la revisoría fiscal a su verdadera vocación se requiere:
A. Modificar el ordinal 3° del Artículo 207 del Código de Comercio, con el fin de eliminarle
responsabilidades al revisor fiscal, que corresponden a los administradores. De esta forma se
concentra su actuación profesional en las actividades propias de la auditoría independiente,
como son:
1. Dictaminar sobre estados financieros bajo la responsabilidad de contadores públicos, pero
con el apoyo de otras disciplinas(Ingenieros de sistemas, Administradores de empresas,
Abogados, etc.)
2. Dictaminar sobre el control interno en su múltiples dimensión de:
 Ambiente de control
 Evaluación de riesgos
 Sistemas de información y comunicación
 Supervisión y monitoreo
 Este dictamen exige el concurso profesional de varias disciplinas.
3. Dictaminar sobre el cumplimiento de las leyes, regulación y decisiones estatutarias, bajo la
responsabilidad de especialistas.
B. Restringir su función de atestación tan sólo a los estados financieros, previamente auditados.
Las demás informaciones que se requieran, extraídas de los libros de contabilidad o de los
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registros estadísticos, deben ser solicitados a los administradores, pues son ellos los
responsables de su preparación
C. Responsabilizar a las Firmas de Auditoría por el ejercicio de su encargo como revisores
fiscales, pero reconociéndoles su autonomía para organizar el servicio prestado.
D. Reconocer explícitamente las limitaciones en el ejercicio de la revisoría fiscal. Entre ellas:
 Las pruebas de auditoría son selectivas y, por ende, no pueden asegurar la no ocurrencia de
errores, omisiones o irregularidades en el transcurrir de todas las operaciones
 Algunas de las pruebas se orientan para evaluar la calidad del sistema de control interno
existente en la entidad auditada; una opinión sin salvedades no entraña la no ocurrencia
ocasional de desviaciones
 La responsabilidad como revisores fiscales no está enfocada a descubrir fraudes, aún
cuando ellos podrían identificarse con ocasión de las pruebas de auditoría
 La responsabilidad profesional como revisores fiscales no reemplaza ni aminora la propia
de los administradores de la entidad auditada, con relación a sus decisiones y actuaciones
en materia de control interno; la responsabilidad del revisor fiscal se limita a su evaluación
Aspiramos a que estas observaciones, conclusiones y recomendaciones susciten un análisis objetivo
sobre la realidad de la revisoría fiscal y logren un camino más acorde con las necesidades del país y
el debido ejercicio de la Contaduría Pública
No estamos optando por el facilismo de regresar al servicio tradicional de la auditoría externa.
Queremos que el producto final de este análisis sea un texto de articulado de Ley con su
correspondiente exposición de motivos que pueda despertar el interés de los jóvenes que
ambicionen carreras atractivas y desafiantes, así como la comprensión de las partes involucradas,
para lo cual estamos dispuestos a colaborar con nuestros recursos humanos y técnicos.
GRACIAS POR SU ATENCION
Santafé de Bogotá, 6 de diciembre de 1994»
En el foro en cuestión, el contador público Jaime A. Hernández Vásquez presentó la siguiente
ponencia:
«HACIA UNA NUEVA REVISORIA FISCAL
Introducción
Es conocido de todos la importancia que reviste el órgano societario denominado REVISORIA
FISCAL, puesto que de su eficiencia y eficacia depende en gran medida, la regularidad y pulcritud
de las operaciones sociales de los entes económicos.
Ello ha determinado que sobre su ejercicio existan una multiplicidad de intereses y presiones de
distinto orden, entre los que podemos enunciar al Estado con su utilización por decir lo menos
exagerada, en todos los campos de la fe pública societaria; a los entes económicos que no solo
buscan responder a los mandatos sino que muchas de las veces tratan de hacer uso indebido de esa
fe pública para su beneficio; a los administradores de las empresas que ven en ese órgano la
67
solución de parte de sus problemas; a los mercaderes de la profesión que a través de un ejercicio
inadecuado de la misma, hacen uso indebido de esta investidura; y a otros elementos exógenos.
Lo anterior tiene su origen en la ausencia de una estructura jurídica que posibilite la jerarquización
del órgano frente a los demás poderes societarios y le aclare y determine sus derroteros dotándolo
de una verdadera autonomía e independencia, todo lo cual implica que la Revisoría Fiscal debe ser
materia de un ESTATUTO LEGAL con vida propia, independientemente del legajo de otras
disposiciones alejadas de su contexto.
Por eso la Confederación de Asociaciones de Contadores Públicos de Colombia “Confecop”, como
máximo organismo gremial, celebra este acontecimiento, pues él entregará la viabilidad necesaria
para la estructuración de un proyecto de ley serio y responsable, acorde con las necesidades del
país en aspectos de control societario.
Revisoría Fiscal - Definiciones
Uno de los temas que suscita continua discusión en este campo, es el que tiene que ver con la
definición de lo que es la Revisoría Fiscal y particularmente con el deber ser de la misma, pues de
ello depende en gran medida la forma de su ejercicio profesional, así como sus objetivos y
alcances.
Varias son las concepciones que se tienen sobre este particular, entre las cuales se cuentan aquellas
que definen la Revisoría Fiscal como una Auditoría y en el mejor de los casos como una suma de
Auditorías, o creen que se trata de un cargo de simple cometido legal, que incluso no encarna un
beneficio reditual, o las que la entienden como una función adjetiva, que le da un cargo más a la fe
pública del contador.
Desde luego y para fortuna, hoy en día es mayoritaria la interpretación que acertadamente
considera la Revisoría Fiscal como una institución perteneciente al orden público económico, que
constituye parte esencial como elemento de equilibrio entre los poderes y en las actividades de los
distintos entes económicos y cuyo substrato científico se fundamenta en el control, para lo cual
utiliza la Auditoría como parte de la Técnica de Inteventoría de cuentas, en el desarrollo diario de
su desempeño fiscalizador.
A este respecto, como se sabe, el control es aquella fase del proceso organizacional que procura
mantener la actividad institucional - léase empresarial - dentro de parámetros lógicos, con el fin de
alcanzar los objetivos y metas fijadas, es decir que la Revisoría Fiscal como órgano de control
cumple con la misión de vigilar integralmente las operaciones sociales, los actos de la
administración y el ejercicio de las demás órganos societarios, para que estos se ajusten a la ley y a
los Estatutos, no permitiendo que se desborden, además de cumplir con la función de dictaminar
sobre los Estados Financieros del respectivo ente.
Por ello es preciso resaltar que el Revisor Fiscal no es mandatario de la Asamblea o Junta de
Socios a pesar de estar subordinado a ella, ni tampoco de los accionistas o socios individualmente
considerados, ya que sus funciones nacen de la ley y en un sin número de aspectos sustituyen la
vigilancia estatal, pudiendo incluso no acatar las órdenes o instrucciones impartidas al interior del
ente económico, cuando sean contrarias al ordenamiento jurídico, o a la legalidad estatutaria.
En este estadio y antes de aventurarnos en algún tipo de Definición, es necesario categorizar que la
Revisoría Fiscal se sustenta en los principios de la Integralidad y Permanencia, es decir que su
control cubre todas las partes que entran en la composición del Ente y su duración en el tiempo es
constante, por lo que puede predicarse de una cobertura general de modo, tiempo y lugar, en
relación con los hechos económicos.
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Así pues, las operaciones que se realizan, que no son más que la actividad o el acto en razón de la
función con un objetivo fijado por el ente societario; no escapan a la vigilancia del órgano
fiscalizador en ninguna de sus etapas, ya que la labor que efectúa la Revisoría Fiscal, no se limita a
conceptuar simplemente sobre la veracidad de una cifra presentada en un Estado Financiero, pues
su examen abarca todo un proceso que va desde el nacimiento del acto mismo, del hecho que le da
origen a la operación; prosigue con el desarrollo de todos los factores que lo integran y se termina
con el resultado obtenido, el cual se refleja en el Estado Contable respectivo.
Por lo tanto no se puede confundir el control que ejerce la Revisoría Fiscal con otro tipo de
controles, pues este como se ha dicho es integral y permanente, es el control en su más pura
acepción, no es previo, ni perceptivo, ni tampoco es posterior, ni es selectivo, por el contrario es
todo lo anterior y más, es perenne antes, en el momento y después de los hechos. Cubre todas las
fases, operaciones y áreas de naturaleza abstracta o física y da garantías de la certeza patrimonial o
impositiva y de resultados económicos.
Con este criterio, se puede asegurar que no existe un modelo de control que se equipare con la
Revisoría Fiscal, pues los demás arquetipos encarnan una limitación, sea su desarrollo, sea en sus
objetivos, sea en su alcance - cobertura -, sea en su necesidad, sea en su independencia, sea en su
responsabilidad, sea en su metodología, sea en su repercusión o consecuencia, sea en sus funciones,
o sea en su concepción.
Así los hechos, atendiendo a las consideraciones anteriores y conociendo que semánticamente
REVISOR es quien realiza un examen con cuidado para comprobar una determinada realidad; que
FISCALIZAR es el oficio del Fiscal cuya función en términos genéricos consiste en inspeccionar,
investigar y vigilar; es decir, en tratar de descubrir, averiguar o corroborar algo, mediante el
examen, estudio y reconocimiento de los hechos en torno de actividades, operaciones o acciones;
podemos concluir que:
Revisoría Fiscal es el órgano de control con que cuenta el ente económico, el cual bajo la dirección
de un Contador Público, con sujeción a un examen profesional, ejerce sus funciones de
fiscalización en interés de los Asociados, el Estado y la comunidad en general, para que las
operaciones sociales, los actos de los administradores y los Estados Financieros, estén conforme a
la ley, a los Estatutos y a las decisiones de los órganos sociales.
Autonomía e Independencia
Ha quedado demostrado en el acápite anterior, el valor y la importancia que reviste como órgano
de control la Revisoría Fiscal, pues tal plusvalía como servicio eficaz, no se puede lograr si la
misma no posee una fuerza sustancial al interior de los entes económicos cualesquiera que sea la
naturaleza de estos. Es por ello que se requiere dotarla de una autonomía e independencia propias,
que le permitan realizar sus funciones con suficiencia y libre de ataduras administrativas.
Sobre este particular, tres factores a nuestro juicio sustantivos, constituyen la columna vertebral de
la autonomía. De una parte el provisionamiento de recursos económicos, humanos, técnicos y
logísticos en general; de otra, la determinación de un período continuo en el cargo, que impida la
remoción gratuita y sin causas, a no ser por violación o negligencia comprobada en el ejercicio de
las funciones; y por último, una democratización en las formas de elección y de reelección del
Revisor Fiscal, exigiendo mayorías especiales en uno u otro caso.
De acuerdo con lo anterior, aspectos tales como honorarios, planta física, equipos, número de
auxiliares y remuneración, gastos de transporte y alojamiento, etc., deben obedecer exclusivamente
a un presupuesto determinado por la Revisoría Fiscal; cuya única limitación será el tamaño del ente
fiscalizado. Sobre esta materia los organismos de vigilancia y control estatal exigirán su estricto
cumplimiento, so pena de las sanciones correspondientes.
69
Igualmente la prohibición legal de remover al Revisor Fiscal que cumpla adecuadamente con sus
funciones, debe ser tema obligado en cualquier proyecto de ley que se considere en el futuro, ya
que ello impediría la presión indebida de los socios, accionistas y administradores sobre el Revisor
Fiscal, los cuales muchas veces con el argumento del despido, buscan encubrir operaciones ilegales
al interior de los entes económicos. Por eso no basta en este punto, sustentar el manido discurso
ético, preconizante de la teoría de que a pesar de una promesa económica o de una amenaza de
despido, el Revisor Fiscal no puede cohonestar con hechos irregulares. Como tampoco basta el
discurso sancionatorio, preconizante a su vez de castigos penales, administrativos, tributarios,
civiles y disciplinarios, pues sobre esta circunstancia, la realidad, el pragmatismo y la necesidad
van de la mano.
Así mismo, la exigencia de una mayoría calificada para elección y/o reelección del Revisor Fiscal
que incluya a los socios o accionistas minoritario, debe ser tema de estudio para considerar en un
proyecto de ley juicioso y moderno.
La Revisoría Fiscal como Auditoría Externa? La Interventoría de Cuentas
Gran inquietud ha causado desde el pasado, el ejercicio de la Auditoría externa cuando a la misma
se le da el carácter de Revisoría Fiscal, pues no cumple con los parámetros de una verdadera
institución de control.
Muchas son las limitaciones que se tienen cuando se ejerce la cobertura de fiscalización del ente,
con unas pocas visitas en el período, ya que debido a lo limitado de su extensión y de su labor
selectiva, no entregan una cobertura general armónica con los principios de integralidad y
permanencia. Es este otro aspecto que es necesario reglamentar, pues de su observancia depende en
gran medida la eficiencia de la función fiscalizadora.
Sobre este particular, existe una corriente mayoritaria que desde hace tiempo ha venido sosteniendo
que la Revisoría Fiscal no puede equipararse con la Auditoría Externa, que el alcance de ésta, es
demasiado limitado, ya que se hace a larga distancia y sin el conocimiento diario de los hechos
económicos. Fruto de esta tesis vio la luz, la circular conjunta de las Superintendencias de
Sociedades, Bancaria y de Valores, la cual se haya vigente; pero que con pena tengo que afirmar,
algunas Superintendencias no están exigiendo su estricto cumplimiento, tanto en materia de
funciones como de dictámenes.
Por lo dicho, es que hemos venido sosteniendo que la Revisoría Fiscal como órgano societario de
control, debe organizarse como un Departamento de máximo nivel al interior de las distintas
instituciones, desde luego atendiendo al principio general que el Revisor Fiscal debe ser un
Contador Público. Sobre este aspecto se requiere precisar que los entes de vigilancia y control han
observado en conceptos recientes, que el Revisor Fiscal no lo es la empresa o firma de auditores
independiente nombrada, si no por el contrario, el Contador Público persona natural designado por
la misma. Que por ello es que se predican toda clase de limitaciones e inhabilidades en torno de él
como persona natural y no de la firma, pues según tales superintendencias, tales firmas solo son
unas facilitadoras de un recurso humano para desempeñar una labor. Entonces cabe preguntarse,
Qué sentido práctico tiene el elegir una firma como Revisor Fiscal, cuando todas las obligaciones y
responsabilidades recaen en el Contador Público designado por ella?
Unido a las consideraciones anteriores que también requieren una definición legal, surge
obligadamente el tema de lo que acertadamente nuestro legislador denominó “Técnica de
Interventoría de Cuentas”, entendida esta como el conjunto de acciones y procedimientos
encaminados a determinar la veracidad y legalidad de los hechos y operaciones económicas,
elemento capital por lo tanto en el funcionamiento de la Revisoría Fiscal, pues la Interventoría de
Cuentas incluye como institución en un amplio sentido general, un examen integral, ya que no se
limita a una simple verificación de un Estado Financiero, sino que va más allá, abarcando la gestión
y la conducta de los hacedores de los hechos económicos. Así pues, teniendo en cuenta las
70
observaciones anteriores se categoriza de manera definitiva, que la acepción Técnica de
Interventoría de Cuentas no puede cercenarse a la definición de Normas de Auditoría generalmente
aceptadas, pues estas son un apéndice de aquélla y en modo alguno la emulan o equiparan.
Por último vale la pena anotar, que además de las Normas de Auditoría generalmente aceptadas,
actividades tales como fiscalizar, inspeccionar, vigilar, examinar, comprobar, constatar, verificar,
instruir, velar, analizar, juzgar, medir, y corregir los hechos y la información económica sobre los
mismos, corresponden a prácticas de la Técnica de Interventoría de Cuentas.
En virtud de lo afirmado, se demuestra que la Revisoría Fiscal es factor indispensable en la
transparencia de las actividades económicas, que por lo mismo, se constituye en elemento
sustantivo en la lucha contra la corrupción y en herramienta valiosa en al que el estado puede
apoyarse para utilizarla en su gestión de vigilancia gubernamental.
Por lo tanto, tal como ha quedado expuesto, si se quiere que en Colombia exista una absoluta
corrección de las operaciones económicas, se evite la corrupción, se tengan garantías para los
acreedores, se eviten la evasión y la elusión fiscales, se liquiden correctamente los tributos, se
cumpla con las cantidades anunciadas y la calidad de los productos, se tenga certeza de los valores
accionarios, se distribuyan utilidades verdaderas, se evalúe la gestión administrativa, se cumpla con
las normas legales y se tenga certeza de la veracidad de la contabilidad; se requiere fortalecer la
institución de la Revisoría Fiscal, modernizándola mediante un Estatuto Legal ágil y coherente.
Propuesta de articulado
En anexo independiente se entrega una propuesta de articulado, la cual si bien conserva la
estructura fundamental, contiene modificaciones al actual Código de Comercio, en aspectos
relacionados con la definición de Revisoría Fiscal; Personas Jurídicas obligadas a tener Revisor
Fiscal; elección, período y remoción del Revisor Fiscal; inhabilidades del Revisor Fiscal; recursos
económicos, humanos, técnicos y logísticos para la gestión del Revisor Fiscal; papeles de trabajo
del Revisor Fiscal; derechos y garantías del Revisor Fiscal; reglamentación del ejercicio de la
Revisoría Fiscal para las personas naturales y jurídicas y requisitos y restricciones para el ejercicio
de la Revisoría Fiscal.
Santa Fe de Bogotá, diciembre 6 de 1994.»
Lamentablemente no han llegado a mi poder las demás intervenciones realizadas en el Foro que
organizó la Superintendencia de Sociedades el 6 de diciembre de 1994.
Al XVI Simposio sobre Revisoría Fiscal, realizado bajo la organización del Instituto Nacional de
Contadores Públicos de Colombia los días 4 a 7 de septiembre de 1996 en Santa Fe de Bogotá, el
Contador Público Samuel Alberto Mantilla Blanco presentó la ponencia titulada Revisoría
Fiscal: Auditoría Integral o Servicio de Seguridad Razonable? - Lo que el Estatuto no podrá
solucionar-, que recomiendo leer en su integridad, de la cual extracto el siguiente aparte:
«(...) Conclusiones
1. La profesión no puede ser inferior a las condiciones del nuevo entorno. Está en la obligación de
generar respuestas eficaces a las nuevas circunstancias.
2. Lo que el Estatuto no puede hacer (porque no es de su alcance), debe hacerlo la profesión: es la
hora en la que la Contaduría Pública debe realizar acciones audaces con relación a la Revisoría
Fiscal, o el momento de pasar, definitivamente, a la historia sin dejar huellas de grandeza.
3. Debe evitarse, a toda costa, que la profesión se vuelva a polarizar. El Estatuto no puede ser
instrumento para ello. Es preferible realizar ingentes esfuerzos por la unidad en medio de la
71
4.
5.
6.
7.
diversidad, por el consenso a través del discenso. Se hace prioritaria la búsqueda conjunta de
valores superiores.
Si bien el Estatuto propiamente no constituye una necesidad urgente, de todas maneras
constituye una oportunidad que se debe aprovechar para unir, fortalecer y actualizar la
profesión.
La rendición de cuentas (un término eminentemente jurídico) ha desembocado en la
accountability (un concepto eminentemente interdisciplinario): una demostración más de cómo
el escenario moderno es diferente; por qué la solución jurídica no es la única ni necesariamente
la mejor; y por qué ahora lo técnico - contable reclama autonomía frente a lo jurídico - legal
adquiriendo protagonismo propio.
Las nuevas condiciones implican un perfil estratégico, gerencial, posicionado en su puesto de
evaluador de la gestión global de los administradores, en relación directa con los inversionistas
y hombres de negocios. Ello implicará cambiar muchas cosas y a su vez dará origen a las
mayores transformaciones de fondo en la Revisoría Fiscal. Pero será el paso más difícil y que
requerirá mayores atenciones.
La documentación en papeles de trabajo (workpapers) debe ceder el paso a la documentación
electrónica (paperless). Ahí radica el talón de aquiles de todo. Porque sin documentación y
evidencia el trabajo está perdido. Pero ahí debe llegar también la innovación tecnológica.»
Como se concluirá de la lectura de los documentos anteriores, efectivamente existe una
diversidad de percepciones sobre la revisoría fiscal, de las cuales brotan distintas propuestas
sobre cómo debería ella regularse.
Antecedentes próximos a la preparación de un estatuto sobre la revisoría
fiscal
El 27 de octubre de 1993, los Ministros de Hacienda y Crédito Público, Desarrollo Económico y
Justicia, presentaron a la Cámara de Representantes un proyecto de ley, que se distinguió con el
número 119, mediante el cual se pretendía modificar íntegramente el régimen de las sociedades
comerciales y el de los procedimientos concursales.
El proyecto conservaba la obligación de detallar en los estatutos las funciones y obligaciones del
revisor fiscal. Proponía la responsabilidad solidaria de éste y los administradores por los
indebidos repartos de utilidades, así como por los perjuicios derivados de los estados financieros
falsos o incompletos. Reproducía la norma que castiga penalmente la falsedad en los balances.
Mantenía el régimen de inscripción en el registro mercantil, aunque sugería la viabilidad de
desvincularse mediante la renuncia; esta debía aceptarse a más tardar dentro de los dos meses
siguientes a su presentación. Conservaba la participación del revisor dentro de los procesos de
fusión y regulaba lo propio en materia de escisión. Recomendaba que el período fuese mínimo de
tres y el máximo de seis años y prohibía la reelección tanto del revisor como de personas
vinculadas con él. Generalizaba el deber de dotar al revisor de un presupuesto para el desarrollo
de sus funciones. Consagraba causales nuevas para remover al revisor fiscal. Aumentaba la
cuantía de las multas a cien salarios mínimos mensuales. Mantenía la competencia de la
asamblea para ordenar acciones contra el revisor. Seguía atribuyendo al revisor el derecho deber
de convocar las asambleas, juntas de socios y juntas directivas. Los revisores seguían autorizados
para elaborar las actas de asamblea y expedir copias de ellas. El revisor podría incoar tanto la
acción de impugnación contra los actos de la asamblea, como la acción social de responsabilidad
contra los administradores. Igualmente debía adelantar la acción encaminada a obtener
indemnización por los perjuicios derivados de decisiones nulas. Se conservaba el sistema de libre
nombramiento y remoción y la no exoneración de responsabilidad por el hecho de aprobación de
las cuentas sociales. El revisor debería oponerse a los actos de las sociedades disueltas no
72
dirigidos a su liquidación. Se conservaba la figura de balance certificado. Se consagraba la
sanción de remoción para cuando se permitiera la violación del derecho de inspección de los
socios. Se mantenía la pena por el suministro de informes contrarios a la realidad contable y por
los datos inexactos dados a conocer con motivo de una suscripción de acciones. El revisor
conservaba la facultad de solicitar visitas a la Superintendencia de Sociedades. Se extendía el
régimen de la revisoría a las sociedades de economía mixta. Se mantenía el revisor fiscal en las
sucursales de sociedades extranjeras. Otras normas, como las que consagran las funciones, no
eran objeto de modificación alguna. Así en el artículo 585 del proyecto se leía: “Esta ley regula
íntegramente las materias contempladas en ella. Sin embargo, salvo en los puntos modificados
por esta ley, en lo relativo a la revisoría fiscal continúa vigente lo dispuesto en el Código de
Comercio y demás normas que lo modifiquen o complementen.”.
Bajo el entendido que el proyecto de ley del Gobierno omitía regular asuntos esenciales en
materia de revisoría fiscal, el 30 de noviembre de 1993, el representante Armando Estrada Villa
presentó un proyecto, al que correspondió el número 163, encaminado a reformarla. Entre otras
cosas en este proyecto se propuso el voto por cabezas para elegir el revisor fiscal, el
establecimiento de una convocatoria pública a quienes estuvieran interesados en desempeñar el
cargo, la previa determinación de un presupuesto para la revisoría, fijar el período en tres años, la
consagración del principio de autonomía técnica y directiva, la limitación de la reelección a dos
períodos a menos que se lograra que la reelección fuere apoyada por las dos terceras partes de los
asistentes, la necesidad de acreditar cinco años de experiencia para poder ejercer el cargo, la
admisibilidad de las pruebas selectivas, la aplicación obligatoria de las normas de auditoría
generalmente aceptadas, el establecimiento de informes intermedios obligatorios, la
determinación del contenido de cada tipo de informe, que serían tres: uno sobre los estados
financieros, otro sobre los actos de los administradores y otro sobre el control interno, la
obligación de evaluar la gestión administrativa con su correspondiente proyección económica, la
autorización para solicitar a los revisores una póliza de responsabilidad civil, la reducción de la
prescripción de la acción civil a cinco años, la consagración del principio de separación de
responsabilidad, el otorgamiento de competencia exclusiva a la Junta Central de Contadores para
imponer a los revisores sanciones disciplinarias que caducarían en dos años, la fijación de la
cuantía de las multas por violaciones contravencionales en diez salarios mínimos legales, amen
de la posibilidad de solicitar la remoción, penas que prescribirían en tres años, la propuesta de
establecer en forma expresa de un lado los derechos y de otro los deberes del revisor fiscal,
incluida la participación en las reuniones de la junta directiva, la facultad de solicitar informes a
terceros, la posibilidad de la delegación de sus funciones incluso en profesionales no contadores
si así lo exigían las circunstancias concretas, los deberes de ejercer las acciones de impugnación
e indemnizatorias, de oponerse al desarrollo de operaciones irregulares, la limitación del
ejercicio a 10 entidades, la posibilidad de nombrar sociedades de contadores, la obligación de
llevar papeles de trabajo y conservarlos 5 años, el mantenimiento de la función de colaboración
con el Estado y la obligación de determinar su remuneración con relación al cargo de mayor
rango en la empresa.
Así planteadas las cosas se produjo una acumulación de los dos proyectos. En la ponencia para
primer debate se presentó un articulado sobre la revisoría, modificado por el ponente en
desarrollo de sus facultades. Esta ponencia incluyó una definición de la revisoría, prohibía la
reelección tanto del revisor como de personas vinculadas a él, recogía el principio de autonomía,
limitaba la revisoría a cinco sociedades de cualquier naturaleza, adicionaba las funciones
previstas en el artículos 207 del código de comercio con las de velar por el pago oportuno de los
impuestos y contribuciones y con el deber de evaluar el control interno y pronunciarse sobre su
efectividad, generalizaba el deber de dotar a la revisoría con un presupuesto, consagraba
73
expresamente y por separado los derechos y deberes del revisor fiscal y una regulación sobre sus
informes, siguiendo en estas materias en líneas generales las propuestas contenidas en el
proyecto número 163, contemplaba informes intermedios trimestrales, consagraba causales de
remoción y la responsabilidad civil de las sociedades de contadores, obligaba a llevar y conservar
papeles de trabajo, a guardar reserva, establecía presunciones de culpa para el efecto de las
responsabilidades civiles, permitía la exigencia de cauciones, reformulaba la responsabilidad
penal y la contravencional permitiendo multas hasta de cien salarios mínimos mensuales y fijaba
las prescripciones en tres años.
En cuanto a requisitos para ejercer el cargo curiosamente la ponencia incluyó dos propuestas:
una que admitía la ejercicio de la revisoría a diversos profesionales, aunque manteniendo el
dictamen sobre los estados financieros en cabeza de los contadores y otra que la reservaba el
cargo a éstos.
La ponencia fue aprobada en primer debate el 6 de julio de 1994, reservándose la revisoría a los
contadores públicos.
Diversos sectores manifestaron su opinión en el sentido que en atención a la problemática atrás
reseñada era conveniente preparar un estatuto sobre la revisoría fiscal, separando su régimen del
de las sociedades comerciales y regulando íntegramente la materia. La Superintendencia de
Sociedades hizo eco de esta opinión y resolvió patrocinar la integración de un comité para tales
fines.
En diciembre de 1994, la Superintendencia llevó a cabo un foro, orientado a captar posiciones
respecto de los asuntos que debía contemplar el futuro proyecto, al cual procuró las más amplia
participación. Algunas de las intervenciones que en él se hicieron fueron transcritas atrás.
Como se recordará, siguiendo indicaciones del nuevo Ministro de Justicia, el proyecto se redujo
a cuestiones novedosas o importantes, en forma tal que la ponencia para segundo debate en la
Cámara, presentada el 21 de abril de 1995, redujo el articulado en materia de sociedades de 433
artículos a 89, resultando excluido todo el capítulo referente a la revisoría fiscal.
Siguiendo los lineamientos de la ponencia para segundo debate en la Cámara, el proyecto hizo
tránsito ante el Senado y fue enviado al Presidente de la República, quien objetó algunas de sus
normas. Resueltos estos reparos, finalmente, la ley fue sancionada, correspondiéndole el número
222 de 1995, cuyas implicaciones sobre la revisoría fiscal fueron enunciadas en el aparte de este
documento destinado a la historia legislativa.
Funcionamiento del Comité para el estudio de un proyecto de estatuto
sobre la Revisoría Fiscal
El Comité para el estudio de un proyecto de estatuto sobre la revisoría fiscal fue instalado por la
doctora Olga Forero de Silva el 3 de febrero de 1995. En su primera reunión se acordó la
siguiente composición:
Sector Gobierno
 Consejo Técnico de la Contaduría Pública
 Contraloría General de la República
 Departamento Administrativo Nacional de Cooperativas
74












Dirección de Impuestos Nacionales y Aduanas Nacionales
Junta Central de Contadores
Superintendencia Bancaria
Superintendencia de Industria y Comercio
Superintendencia de Notariado y Registro
Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios
Superintendencia de Sociedades
Superintendencia de Subsidio Familiar
Superintendencia de Valores
Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada
Superintendencia General de Puertos
Superintendencia Nacional de Salud
Sector Profesional
 Asociación de Facultades de Contaduría Pública
 Confederación de Asociaciones de Contadores Públicos de Colombia
 Tres representantes de las sociedades de contadores públicos
Sector Empresarial
 Consejo Gremial Nacional
En noviembre de 1995 se acordaron algunas modificaciones a su composición, quedando
integrado de la siguiente manera - se indican además las personas que han actuado en
representación de cada entidad:
Sector Gobierno
Consejo Técnico de la Contaduría Pública Jesús María Peña Bermúdez
Contador General de la Nación
Contraloría General de la República
Juan Martínez Petro
Elver Jesús Lemus
Departamento Administrativo Nacional de Rosalba Abella Mendoza
Cooperativas
Néstor Rodríguez Espinosa
Dirección de Impuestos y Aduanas Alfredo E. Wiston B
Nacionales
Junta Central de Contadores
Francisco Barbosa Delgado
Evelio Benitez Castañeda
Miguel Hernán Santana Urrego
Ministerio de Justicia y del Derecho
Guillermo Espinosa Reyes
Edgar Perilla Amortegui
Superintendencia Bancaria
Luis Humberto Ramírez Barrios
Gustavo Serrano Amaya
Fernando Espitia Melo
Superintendencia de Industria y Comercio Ricardo García Ramírez
Superintendencia de Notariado y Registro Rafael Rodríguez
Yolanda Rodríguez
Superintendencia de Servicios Públicos Luis Alberto Camargo Puerto
Domiciliarios
Gilma Susana Martínez Gaitán
Superintendencia de Sociedades
Olga Forero de Silva
Fernando Londoño García
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Sector Profesional
Sector Empresarial
Ezequiel Tesón Guadián
Miguel Hernán Santana Urrego
Luis Ferney Moreno Castillo
Beatriz Amparo Salazar Hurtado
Rigoberto Jiménez Junco
Superintendencia de Subsidio Familiar
Carlos H. Gutiérrez Roa
Superintendencia de Valores
Noel Orlando Gutiérrez
Rafael Campos Guevara
Alvaro Trujillo Mahecha
Miguel Romero Pardo
Superintendencia
de
Vigilancia
y Teodoro Riveros
Seguridad Privada
Claudia Urrea
Superintendencia General de Puertos
Ernesto Barrera Nuban
Carlos Vargas
Dionisio de los Rios
Anni Sampayo
Superintendencia Nacional de Salud
Alfonso Ernesto Roa Cifuentes
Lesly Vallejo Becerra
Asociación de Facultades de Contaduría Horacio Aguiar Jaramillo
Pública
Samuel Alberto Mantilla Blanco
Colegio Colombiano de Contadores
Públicos
Confederación de Asociaciones de Jaime Hernández Vásquez
Contadores Públicos de Colombia
Sociedades de contadores públicos - tres David Aguirre Mejía
representantes
Henry Páez Romero
Juan José Amézquita Piar
Consejo Gremial Nacional - dos Darío Alberto Múnera Toro
representantes
Carmen Sofía Ramírez
El Comité ha funcionado con reuniones semanales, de más o menos cinco horas de duración cada
una, del 3 de febrero al 31 de mayo de 1995, fecha en la cual suspendió actividades por motivos
de fuerza mayor; del 2 de noviembre al 6 de diciembre de 1995, oportunidad en la cual se decretó
un receso con ocasión de las vacaciones de fin de año; del 17 de enero al 12 de junio de 1996, día
en el cual se decidió abrir un paréntesis en las actividades para facilitar el estudio de las
diferentes propuestas al interior de cada entidad; las reuniones se reiniciaron el 31 de julio de
1996.
Siendo Superintendentes los doctores Olga Forero de Silva, Beatriz Cuéllar de Ríos y Darío
Laguado Monsalve, la Superintendencia de Sociedades ha puesto a disposición del Comité sus
instalaciones físicas y sus recursos humanos, habiendo actuado como Secretaría del mismo. Las
reuniones han sido coordinadas por Hernando Bermúdez Gómez.
Las deliberaciones realizadas por el Comité pueden agruparse claramente en dos grupos: las
sostenidas hasta mayo de 1995, dedicadas principalmente a intercambiar opiniones sobre temas
claves de la institución, a revisar bibliografía nacional e internacional y a intentar elaborar una
definición de la revisoría fiscal. Por otra parte se encuentran las sesiones realizadas a partir del 2
de noviembre de 1995, durante las cuales, previa determinación de una estructura temática
76
tentativa, se han venido elaborando borradores de articulado, que actualmente se encuentran en
discusión.
En la actualidad está corriendo un plazo que vencerá el 25 de septiembre de 1996, a cuyo
vencimiento se espera que cada integrante haya definido una posición oficial, respecto de cada
uno de los siguientes asuntos:
1.
2.
3.
4.
5.
Naturaleza de la revisoría fiscal
Alcance o extensión de las funciones de la revisoría fiscal
Papel a desempeñar por las sociedades de contadores públicos
Colaboración de la revisoría fiscal para con el Estado
Sistema de determinación de responsabilidad contravencional y disciplinaria e imposición de
sanciones.
Estado de las discusiones
A continuación se presenta un resumen del estado de las deliberaciones del Comité. Como se
verá existen aún muchos puntos respecto de los cuales se plantean diversas opiniones, razón por
la cual el Comité ha considerado que aún no están dadas las condiciones para hacer público un
proyecto de articulado, como espera hacerlo en su oportunidad.
Necesidad de la reforma
Algunos miembros del Comité consideran que el régimen actual de la revisoría fiscal es
adecuado y que no merece sino pequeñas modificaciones. Otros, por el contrario, son de la
opinión de que tanto por su extensión a organizaciones no societarias, como por la multiplicidad
de reglas e interpretaciones a que está sometida y las distintas experiencias, es necesario expedir
un nuevo estatuto. Esto implica que hay aún algunos temas sobre los cuales no existe consenso
sobre si deben o no incluirse en el proyecto.
De otro lado, algunos miembros anotan que la problemática de la revisoría fiscal no radica en la
ley y, por tanto, no se solucionará reformándola. Otros, aunque piensan que si hay asuntos
respecto de los cuales la ley debe ser modificada, admiten que existen tópicos extrajurídicos que
la ley no puede abordar ni solucionar. Finalmente los hay quienes creen que la mayoría de las
deficiencias de la actual revisoría pueden sortearse por la vía legislativa.
Estructura temática del proyecto
En concordancia con lo anterior, unos sostienen que el proyecto debe circunscribirse a la
revisoría fiscal propiamente dicha. Otros piensan que deben tocarse, por razones sistemáticas,
otros temas conexos.
Los temas conexos serían los siguientes:
Régimen de los administradores. Al respecto se advierte que las normas de la ley 222 de 1995
solo son aplicables en el ámbito de las sociedades, al paso que la revisoría fiscal está presente en
muchas otros tipos de organización. Ahora bien: si la revisoría fiscal ha de vigilar la actuación de
77
los administradores es necesario que el código de conducta de estos este claramente determinado.
Quienes abogan por incluir este tema en el proyecto se inclinan por extender a todas las personas
jurídicas las reglas de la ley 222, con pequeñas modificaciones.
Régimen del control interno. Algunos piensan que este asunto es de competencia privativa de las
propias organizaciones. A lo cual añaden que en su sentir puede resultar equivocado consagrar en
la ley ciertas concepciones y teorías sobre el control interno que, aunque en boga actualmente,
pueden verse superadas en el futuro. Otros replican anotando que si el revisor fiscal debe evaluar
el control interno es indispensable que la ley precise en qué consiste y cuándo es adecuado. En
general se comparte la idea de que el diseño y mantenimiento del control interno es
responsabilidad de los administradores.
Régimen del derecho de inspección. Para algunos no es necesario abordar este asunto, pues creen
que se encuentra bien regulado y no está necesariamente conectado con la revisoría fiscal. Otros
son del parecer de que tanto el derecho de inspección como la revisoría fiscal son especies del
género de fiscalización y que entre ellos debe haber armonía. En este orden de ideas proponen un
régimen único sobre el derecho de inspección, el cual sería ilimitado a falta de revisor fiscal y
limitado cuando este funcionario existiere.
Régimen de los organismos de la profesión. Algunos, aunque piensan que son necesarias ciertas
modificaciones de tales organismos, son de la idea que su reforma debe asumirse por separado.
Otros, en la medida en la cual proponen convertir a la Junta Central de Contadores en la única
autoridad competente para imponer sanciones contravencionales (también llamadas
administrativas) y disciplinarias a los revisores fiscales y que el Consejo Técnico de la
Contaduría Pública desempeñe un papel primordial en la gestación de las normas reglamentarias,
plantean que deben hacerse de una vez las reformas pertinentes. Algunos plantean que debe
crearse un nuevo organismo, que podría denominarse Consejo Nacional de la Revisoría Fiscal,
que asumiría funciones de registro, orientación y juzgamiento de los revisores.
Reglas sobre educación. En general se está de acuerdo con la idea de que, además exigir
experiencia profesional, la ley debe exigir el estudio y actualización en materia de revisoría
fiscal.
Estilo del proyecto
Algunos preferirían un proyecto corto, de carácter conceptual o paradigmático, que sería
desarrollado por las vías reglamentaria, doctrinal o contractual.
Otros, en cambio, propenden por regulaciones detalladas que eviten la multiplicidad de
interpretaciones y desarrollos posteriores que consideran indebidos e inconvenientes.
Naturaleza jurídica de la revisoría fiscal
En general existe consenso sobre considerar la revisoría fiscal como un órgano de las personas
jurídicas. Mas algunos han sostenido que debe decirse simplemente que es una institución, es
decir, una estructura legal autárquica, que no necesariamente debe incrustarse en las
78
organizaciones. Finalmente se anota que actualmente la ley 43 de 1990 visualiza la revisoría
como una “actividad” relacionada con la ciencia contable en general.
Intereses protegidos por la revisoría fiscal
En la actualidad se asigna por igual a la revisoría fiscal la protección de los intereses de los
asociados, de la persona jurídica, del Estado y del público. Algunos piensan que tales intereses
no son incompatibles y, de contera, el régimen no requiere cambios en esta materia. Los que
piensan que si existe la mentada incompatibilidad se inclinan por dirigir la revisoría
primordialmente hacia el interés del público.
Carácter de la revisoría fiscal
En general el Comité es del parecer que la revisoría es un órgano de carácter privado. Pero
algunos consideran que tal calidad desaparece cuando se le postula como colaborador del Estado,
pues, dicen, el cumplimiento de esta función termina en convertirlos en extensiones de las
Autoridades.
Enfoque (sentido o dirección) de la revisoría fiscal
Este es uno de los puntos en que existen las mayores distancias entre los miembros del Comité.
Para algunos a la revisoría fiscal le corresponde la prestación de servicios de seguridad
razonable, más que de atestación, auditoría o control. Dicha seguridad razonable es postulada
bien respecto de los sistemas de información y de la información misma, bien respecto de la
gestión de los administradores.
Otros consideran que la revisoría fiscal debe enfocarse a la realización de auditorías que
permitan expresar opiniones sobre puntos claves para que los terceros puedan evaluar las
organizaciones y tomar decisiones según sus conclusiones. Advierten que este es el modelo más
extendido en el mundo.
Finalmente, una tercera posición propende porque la revisoría fiscal se conciba como un
instrumento de control de fiscalización, de control completo, orientado a la vigilancia del ente en
sí, comprendiendo de esta manera todos sus funcionarios, sean o no administradores, todos sus
procesos o actividades, todos sus bienes y derechos, dotada de instrumentos de corrección
suficientes para reconducir el funcionamiento de la organización cuando se desvíe de los
patrones legales, de las políticas o de las estrategias predefinidas.
Algunos miembros del Comité piensan que todos los enfoques anteriores son válidos y que su
elección debería ser objeto de la contratación que se haga en cada caso. Otros advierten que
cualquiera sea el modelo siempre las técnicas de auditoría serán aplicables.
Alcance (profundidad) de la revisoría fiscal
79
Al lado de la discusión sobre el enfoque se adelanta una controversia sobre el alcance, entendido
como la cantidad de aserciones objeto de verificación.
Para algunos la revisoría fiscal debería comprobar todo tipo de aserciones, incluidas las de
calidad de la gestión, las propias de la protección del medio ambiente, la eficacia y eficiencia de
los procesos productivos, etcétera.
Otros consideran que debe mantenerse el cubrimiento actual consagrado en las leyes.
Otros propugnan por un enfoque amplio en cuanto aserciones pero limitado a aquello que pueda
ser comprobado a través del sistema contable y por los conocimientos propios de la profesión a la
cual se encomiende la revisoría.
Otros proponen el establecimiento de nuevas aserciones, acordes con los desarrollos tecnológicos
del mundo contemporáneo, advirtiendo que si no se hace así la regulación entraría prontamente
en obsolescencia.
Finalmente, algunos propenden por un sistema básico aplicable o exigible en todas las
organizaciones, que podría adicionarse por la vía contractual y para casos concretos según que el
revisor considere tener o no experticio en aserciones adicionales.
Cobertura de la revisoría fiscal
La mayoría del Comité es de la opinión de que debe ampliarse la cobertura de la revisoría fiscal.
Si esta no se concibe en beneficio de los socios estaría abierta la puerta para esta tendencia.
Algunos piensan que la revisoría solo debería estar presente en organizaciones que involucren de
manera significativa el interés público, atendiendo principalmente a su carácter de intervinientes
en los mercados de capitales o valores o a la naturaleza de los servicios que presten.
Otros prefieren el criterio de tamaño, sea de activos, ingresos, trabajadores o cargas públicas. Los
hay que no están de acuerdo con estos criterios que consideran inapropiados para definir en
donde debe haber revisoría fiscal.
Otros prefieren consagrar una obligación general y admitir ciertas excepciones. Respecto de éstas
algunos piensan que deberían ser definidas en casos concretos por una Autoridad y otros son del
parecer que la ley misma debe estipular los casos de excepción.
Finalmente, algunos piensan que la cobertura debería ser el producto de las fuerzas del mercado,
de la idoneidad y valor agregado que los contadores sean capaces de ofrecer y suministrar.
Simultáneamente con el debate sobre la cobertura de la institución, se plantea una limitación
respecto de los revisores fiscales, en forma que, sea por número de entidades o de acuerdo con
otros criterios, exista un tope para los trabajos que cada uno podría asumir.
Profesionalización del revisor fiscal
80
Existe consenso en que la revisoría debe mantenerse reservada a los contadores públicos.
Sin embargo, algunos advierten que ciertas funciones u obligaciones que se pretende imponer a
la revisoría son formas de extralimitar el experticio de dicha profesión y ello conllevaría
necesariamente la admisión de otras disciplinas. Sostienen que ante un enfoque amplio y
complejo se impondría la revisoría plural y multidisciplinar.
A los anteriores se replica acudiendo al expediente de los auxiliares y expertos que gozarían de
los conocimientos especiales que fuesen necesarios.
En general se piensa que evidentemente debe poderse recurrir a especialistas. No obstante
algunos piensan que las opiniones, dictámenes o informes no deberían comprender asuntos en
que el concepto de los especialistas resulte esencial o significativo para definir el sentido en que
se manifestaría el revisor fiscal.
El revisor fiscal
Para algunos la revisoría fiscal solo puede encomendarse a personas naturales. En cuanto piensan
que esta es una actividad profesional no estiman admisible su ejercicio por parte de personas
jurídicas. Varios miembros rechazan enérgicamente que las sociedades puedan actuar como
revisores, incluso a pesar que la ley las obligue a designar contadores públicos para la dirección
de los trabajos. Algunos ven que por esta vía se estaría fortaleciendo la posición dominante de las
firmas, en detrimento de las personas naturales.
Otros piensan que es decisión de los contadores actuar en forma individual o colectiva y que la
ley debe preocuparse porque ninguno de los esquemas se encuentre en posición privilegiada.
Algunos añaden que el engrandecimiento de la revisoría depende de la conformación de
organizaciones sólidas y con patrimonios adecuados para responder por las tareas que asuman.
Una mayoría piensa que es necesario modificar el régimen de las sociedades de contadores
públicos, garantizando que su dominio esté en manos de contadores, imponiéndoles inhabilidades
y prohibiciones y extendiendo expresamente a ellas el sistema de responsabilidad. A esta
corriente se le anota que puede ser incoherente fijar todas esas nuevas reglas si a la final ellas no
tendrían la calidad de revisores fiscales.
Independencia de la revisoría fiscal
En general el Comité está de acuerdo con la necesidad de exigir independencia al revisor fiscal.
Sin embargo, no existe unidad de criterio sobre lo que esto implica.
Las inhabilidades por razón del parentesco, del empleo o de vínculos asociativos resultan
generalmente aceptadas.
En cambio, las reglas encaminadas a garantizar independencia económica, en términos de
dispersión de la cartera, por ejemplo, tienen pocos defensores.
81
Otro tanto sucede con las reglas orientadas a evitar la concentración de clientes, sea por la vía
formal, acudiendo a limitar el número de revisorías por persona, sea por la vía de la capacidad
productiva, verbi gracia, estableciendo límites respecto de las horas disponibles. Algunos
proponen que los límites cuantitativos para cada persona natural sean los mismos para cada
persona jurídica. Este es un punto de alta controversia.
Tampoco tienen mayor resonancia las reglas para proteger la objetividad de las opiniones, como
las que se orientan a impedir el ejercicio simultáneo de labores de vigilancia y consejería.
Las reglas encaminadas a evitar labores incompatibles, como las que pretenden eliminar las
cargas en materia de impugnaciones de las decisiones asamblearias, acciones sociales de
responsabilidad, suscripción de documentos a falta o en lugar de los administradores, obligación
de impartir instrucciones, deber de oponerse a ciertos actos, etcétera, tienen pocos adeptos.
Finalmente, algunos hacen serios reparos al esquema de control por considerar que entraña una
especie de coadministración, incompatible con la independencia.
Ciertos miembros del Comité hacen descansar la independencia en el carácter del revisor, el cual
estiman metajurídico. Otros la apoyan en la adopción de una adecuada remuneración, en una
suficiente estructura y en reglas de estabilidad en el cargo.
De otro lado existe la tendencia de profundizar los esquemas actuales, conforme a los cuales el
ejercicio de la revisoría fiscal implica inhabilidad para desempeñar ciertas tareas luego de la
dejación del cargo, aunque se discuten las causales y la duración de este tipo de impedimentos.
Elección o designación del revisor fiscal
Tradicionalmente se ha considerado el sistema de elección como instrumento propicio para
debilitar la independencia.
Algunos propenden por sistemas claramente transparentes, como los que consisten en licitaciones
o concursos públicos.
Otros abogan dejar la elección en manos de las minorías.
Otros, en cambio, piensan que este asunto debe estar librado a las fuerzas del mercado.
Varios ven con malos ojos la posibilidad de que en ciertos casos la elección corresponda al
Gobierno.
La posibilidad de que en las empresas grandes el nombramiento se pueda delegar en cuerpos
pequeños y especializados se abre paso lentamente. No sucede lo mismo con la idea de hacer de
estos estructuras estables, que mantengan a lo largo del período la calidad de interlocutores del
revisor fiscal.
También se ha ido haciendo espacio la idea de que algunas personas no puedan participar en la
elección del revisor fiscal.
82
Algunos defienden el actual sistema de posesión, planteando que debiera subsistir.
Proceso de contratación del revisor fiscal
Esta es una de las materias que ha sido criticada por la extensión de las reglamentaciones
propuestas.
Sin embargo se encuentra a consideración un articulado que regularía cuidadosamente el proceso
de contratación, exigiendo la formulación previa de marcos de referencia, la realización de
concursos privados o en casos públicos, cotizaciones detalladas, mecanismos de igualdad durante
la etapa precontractual, procedimientos de comunicación del nombramiento y reglas para su
registro.
Algunos piensan que el proceso es costoso, engorroso y que atenta contra el derecho a mantener
en secreto ciertos asuntos.
Algunos comparten la idea de centralizar en la Junta Central de Contadores el registro de los
revisores fiscales. Otros promueven la creación de un nuevo organismo que, entre otras cosas, se
encargue de estos menesteres. Algunos plantean que el régimen actual es adecuado y otros
piensan que esta función debería encomendarse a la respectiva entidad de inspección vigilancia y
control.
Los borradores en estudio plantean diversos procedimientos para concretar la desvinculación del
revisor fiscal, sea por su renuncia o por su remoción. Se plantean allí mecanismos para permitir
dicha desvinculación en los casos en que no se nombre oportunamente reemplazo al revisor fiscal
saliente.
Período del revisor fiscal
En general se ha impuesto la idea de desvincular el período de los revisores fiscales del de las
juntas directivas. Una mayoría propone plazos más largos que los actuales, del orden de tres
años.
Se ha propuesto que en algunos casos no haya lugar a la reelección. Sin embargo, tanto la
duración del período como el sistema de rotación de revisores es objetado por quienes consideran
que estos asuntos deben dejarse en manos del mercado.
Los proyectos en discusión proponen la regulación de las remociones o renuncias, distinguiendo
entre las justificadas e injustificadas y penalizando estas. También es materia de penas existen
divergencias.
Se ha abierto paso la figura de la cesación de pleno derecho cuando la elección del reemplazo no
se hace oportunamente.
Presupuesto de la revisoría fiscal
83
En general se está de acuerdo en generalizar el deber de dotar al revisor de un presupuesto
adecuado. Se plantean diversos criterios para su elaboración. Algunos añaden la conveniencia de
determinar también la estructura del órgano. Se plantea que el revisor fiscal sea el ordenador de
su propio presupuesto.
En cambio, son objeto de resistencia las reglas orientadas a determinar un presupuesto mínimo y
a permitir al Estado intervenir en su ajuste a nuevas circunstancias.
Funciones, derechos y obligaciones de la revisoría fiscal
La idea de presentar de un lado las funciones, de otros los derechos y de otra las obligaciones de
la revisoría fiscal, en un esfuerzo de sistematización, es mayoritariamente acogida.
La determinación de las funciones está sometida a debates desde dos puntos de vista: el detalle
de las mismas y su naturaleza. En cuanto a lo primero hay quienes abogan por una enumeración
sucinta y precisa, construida a partir de los productos o salidas del sistema de revisoría fiscal.
Otros se inclinan por una enumeración detallada y cuidadosa. En cuanto a la naturaleza de las
funciones el debate es correlativo al enfoque de la revisoría, razón por la cual se encuentran
muchas diferencias en esta materia.
En cuanto a los derechos y obligaciones existen muchos puntos en común, aunque también son
afectados por el enfoque adoptado y por el grado de admisibilidad que se conceda a ciertas
técnicas.
Colaboración con el Estado
Hay un grupo de miembros que plantea una colaboración amplia y discrecional para con el
Estado.
Otros, en cambio, proponen circunscribir o limitar la colaboración a ciertas reglas que impidan el
desbordamiento de esta facultad.
Las reglas planteadas en esta materia aún están lejos de poderse considerar adecuadas.
Informes de la revisoría fiscal
La problemática de los informes se enmarca en las variables de oportunidad y contenido.
En cuanto a la oportunidad, una mayoría acoge la idea de exigir informes trimestrales. Algunos
aún no se consideran satisfechos con las reglas propuestas sobre información eventual.
En cuanto al contenido, nuevamente se presentan diferencias en materia de detalle y sentido.
Algunos abogan por la libertad en estas materias. Otros proponen que estas cuestiones se dejen a
las normas reglamentarias. Y un tercer grupo propone detalles y orientaciones concretas.
El contenido de los informes es también variable del enfoque que se de a la revisoría.
84
Sistema de responsabilidad
En general el sistema de responsabilidad no se debilita en comparación con el actual, aunque es
objeto de muchas precisiones, basadas principalmente en el principio de separación de las
responsabilidades y en el del debido proceso.
Los puntos álgidos se presentan cuando se plantea la concentración de la facultad sancionatoria
contravencional y disciplinaria sobre los revisores fiscales en un solo organismo, que para
algunos podría ser la Junta Central de Contadores y para otros el Consejo Nacional de la
Revisoría Fiscal. Hay quienes estiman que debe conservarse el régimen actual de múltiples
autoridades competentes. Otros proponen que se redistribuyan estas tareas entre los organismos
existentes, en forma tal que se evite la duplicidad de facultades pero todos las entidades
conserven alguna competencia en esta materia.
Otro aspecto de la discusión tiene que ver con las propuestas de patrimonios adecuados o
cauciones para ejercer los trabajos, que tienen pocos adeptos y que se consideran costosas y
discriminatorias para con el contador público. La cara opuesta, es decir, la viabilidad de
estipulaciones limitativas de la responsabilidad es mirada con mucho recelo.
Expedición de normas técnicas
La clase de normas técnicas aplicables es una variable del enfoque de revisoría que se adopte.
Independientemente de ello se discute entre dejar esos asuntos a la profesión, es decir como un
proceso metajurídico, encomendar tal labor al Gobierno, en este caso con o sin sometimiento a
un procedimiento para su expedición, o definir en la ley las normas generales y principales.
Algunos piensan que este asunto podría solucionarse con la creación y organización de los
colegios profesionales.
De otro lado, en cuanto al sistema actual, que atribuye esta función al Gobierno, quien
directamente o por intermedio de sus dependencias la ejerce, es objeto de reparos, por
considerarse que no siempre se basa en consideraciones científicas adecuadas.
La actitud del Comité
A pesar del largo tiempo transcurrido, de las dificultades generadas por las usuales
recomposiciones de asistentes, en especial respecto de los representantes del Gobierno, y de la
cantidad de asuntos aún sometidos a discusión, el Comité mantiene la esperanza de lograr un
consenso en los aspectos fundamentales, que despeje el camino para elaborar un articulado que,
como ya se dijo, sería objeto de exposición pública.
El Comité piensa que ha llegado el momento de encontrar posiciones convergentes, que permitan
a la profesión contable superar sus ya largas diferencias. Piensa que este propósito no tiene por
85
qué desembocar en el sacrificio de algunos en beneficio de otros, ni en la adopción de modelos
inadecuados de cara a la idiosincrasia, tradición y expectativas de nuestro pueblo.
En armonía con tal actitud el Comité se declara respetuoso de toda clase de opiniones e invita a
todos los interesados a pronunciarse, ojalá por escrito, con la seguridad de que todas las
manifestaciones serán objeto de juiciosas reflexiones y pronunciamientos razonados y
razonables.
Una mirada a la Unión Europea
En repetidas oportunidades me he referido al sorprendente fenómeno que representa la Unión
Europea, resaltando, principalmente, la fusión entre las culturas jurídicas continental y
anglosajona, que se está produciendo por el esfuerzo de adoptar una legislación única para todos
los países miembros en aquello que tiene que ver con la organización del mercado común.
Puede decirse que Europa, sea continental o anglosajona, es el origen de las instituciones del
derecho societario que hoy están extendidas por todo Occidente. Entre tales instituciones se
encuentra aquélla que Felipe de Solá Cañizares denominó Fiscalización por síndicos.
Suiza, por ejemplo, regula un Organe de révision. Italia consagra el Collegio sindicale. Francia
contempla los Commissaries aux comptes. Por su parte Portugal reglamenta la presencia de un
Conselho fiscal o de un Fiscal único y un Revisor oficial de contas. La ley de España se refiere
al Auditor de Cuentas. En Alemania la ley se ocupa del Abschlußprüfer. Bélgica legisló sobre el
Commissarie - Reviseur. En Inglaterra se encuentra la figura del Auditor. Y así pudiera seguirse
respecto de los demás países.
El derecho de sociedades y el derecho contable no han escapado a la armonización. Son varias
las directivas que se han expedido sobre estas materias, entre las que se cuentan las que regulan
los estados financieros individuales, los estados financieros consolidados y la auditoría de
cuentas. En un esfuerzo por armonizar las condiciones de idoneidad y de propender por la
independencia de los síndicos en cuanto tiene que ver con el control legal de las cuentas, se
expidió la Octava Directiva, que se transcribe a continuación:
«OCTAVA DIRECTIVA DEL CONSEJO,
del 10 de abril de 1984
basada en la letra g) del apartado 3 del artículo 54 del Tratado CEE, relativa a la
autorización de las personas encargadas del control legal de documentos contables
(84/253/CEE)
EL CONSEJO DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS,
Visto el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea y, en particular, la letra g) del
apartado 3 de su artículo 54,
Vista la propuesta de la Comisión,
Visto el dictamen del Parlamento europeo,
Visto el dictamen del Comité económico y social,
86
Considerando que, en virtud de la Directiva 78/660/CEE, las cuentas anuales de ciertas formas de
sociedades deben ser controladas por una o varias personas autorizadas para efectuar este control y
que únicamente pueden ser exceptuadas de ello las sociedades indicadas en el artículo 11 de dicha
directiva;
Considerando que esta última Directiva ha sido completada por la Directiva 83/349/CEE, que se
refiere a las cuentas consolidadas;
Considerando que importa armonizar las cualificaciones de las personas autorizadas para efectuar
el control legal de los documentos contables y garantizar que esas personas sean independientes y
honorables;
Considerando que se debe garantizar, mediante un examen de aptitud profesional, un nivel elevado
de los conocimientos teóricos que sean necesarios para el control legal de documentos contables así
como la capacidad de aplicar estos conocimientos a la práctica de este control;
Considerando que procede dar a los Estados miembros el poder de autorizar a personas que, no
cumpliendo todas las condiciones requeridas en materia de formación teórica, acrediten una larga
actividad profesional que les haya dado una experiencia suficiente en los campos financiero,
jurídico y contable, y hayan superado el examen de aptitud profesional;
Considerando que igualmente, procede facultar a los Estados miembros para que adopten
disposiciones transitorias en favor de los profesionales;
Considerando que los estados miembros podrán autorizar tanto a personas físicas como a
sociedades de control, que pueden ser personas jurídicas u otros tipos de sociedades o
asociaciones;
Considerando que las personas físicas que efectúen el control legal de documentos contables en
nombre de una tal sociedad de control deben reunir las condiciones de la presente Directiva;
Considerando que un Estado miembro podrá autorizar a personas que hayan obtenido
cualificaciones equivalentes a las prescritas por la presente Directiva fuera de este Estado;
Considerando que es conveniente admitir que un Estado miembro que, en el momento de la
adopción de la presente directiva, reconozca categorías de personas físicas que reúnan las
condiciones establecidas en la presente Directiva, pero el nivel de cuyo examen de aptitud
profesional sea inferior al de un examen análogo al nivel de fin de estudios universitarios, puede
continuar autorizando especialmente, bajo ciertas condiciones y hasta una coordinación ulterior, a
estas personas, para que efectúen el control legal de los documentos contables de sociedades y
grupos de empresas, de dimensión limitada, cuando este Estado miembro no haya hecho uso de las
facultades de exención previstas en las directivas comunitarias en materia de establecimiento de
cuentas consolidadas;
Considerando que la presente Directiva no contempla la libertad de establecimiento ni la libre
prestación de servicios de las personas encargadas de efectuar el control legal de los documentos
contables;
Considerando que el reconocimiento de las autorizaciones para este control dadas a los nacionales
de los otros Estados miembros será específicamente regulado por directivas que contemplen el
acceso y el ejercicio de actividades en los sectores financiero, económico y contable así como la
libre prestación de servicios en los sectores indicados,
HA ADOPTADO LA PRESENTE DIRECTIVA:
87
SECCIÓN I
Ambito de aplicación
Artículo primero
1. Las medidas de coordinación prescritas por la presente Directiva se aplicarán a las disposiciones
legales, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros referentes a las personas
encargadas de efectuar:
a) el control legal de las cuentas anuales de sociedades, así como la verificación de la
concordancia de los informes de gestión con las cuentas anuales, en la medida en que este
control y esta verificación sean impuestos por el Derecho comunitario;
b) el control legal de las cuentas consolidadas de los grupos de empresas así como la verificación
de la concordancia de los informes de gestión consolidados con estas cuentas consolidadas, en
la medida en que este control y esta verificación sean impuestas por el Derecho comunitario.
2. Las personas a que se refiere el apartado 1 pueden ser, según la legislación de cada Estado
miembro, personas físicas o jurídicas u otros tipos de sociedades o de asociaciones (sociedades de
control a efectos de la presente Directiva).
SECCIÓN II
Normas sobre la autorización
Artículo 2
1
El control legal de los documentos contemplados en el apartado 1 del artículo 1 sólo
pueden efectuarlo personas autorizadas. Sólo pueden ser autorizadas por las autoridades
de los Estados miembros:
a) las personas físicas que reúnan al menos las condiciones fijadas en los artículos 3 al 19;
b) las sociedades de control que reúnan al menos las siguientes condiciones:
I. las personas físicas que en nombre de las sociedad de control efectúen el control
legal de los documentos mencionados en el artículo 1, deberán reunir, al menos,
las condiciones establecidas en los artículos 3 a 19; los Estados miembros podrán
disponer que estas personas físicas sean también obligatoriamente autorizadas,
II. la mayoría de los derechos de voto la poseerán las personas físicas o sociedades
de control que reúnan, al menos, las condiciones establecidas en los artículos 3 a
19, con excepción de la letra b) del apartado 1 del artículo 11; los Estados
miembros podrán disponer que estas personas físicas o sociedades de control sean
también obligatoriamente autorizadas. Sin embargo, los Estados miembros que no
exijan tal mayoría en el momento de adopción de la presente Directiva podrán no
imponerla, siempre que todas las partes o acciones de la sociedad de control sean
nominativas y sólo se puedan transferir con el consentimiento de la sociedad de
control y/o, cuando el Estado miembro lo disponga, con la aprobación de la
autoridad competente;
III. la mayoría de los miembros del órgano de administración o de dirección de la
sociedad de control deben ser personas físicas o sociedades de control que reúnan,
al menos, las condiciones establecidas en los artículos 3 a 19; los Estados
miembros podrán disponer que estas personas físicas o sociedades de control sean
también obligatoriamente autorizadas. Cuando este órgano no tenga más de dos
miembros, uno de ellos, al menos, debe cumplir estas condiciones.
Sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado 2 del artículo 14, la autorización de una sociedad
de control deberá ser revocada cuando se cumpliere alguna de las condiciones contempladas
en la letra b). Sin embargo, los Estados miembros podrán disponer de un plazo de
88
regularización no superior a dos años para las condiciones a que se refieren los incisos ii) y iii)
de la letra b).
2
Las autoridades de los Estados miembros podrán ser, a los fines de la presente Directiva,
asociaciones profesionales, siempre que, según el derecho nacional, estén autorizadas a
conceder autorizaciones en el sentido de la presente Directiva.
Artículo 3
Las autoridades de un Estado miembro sólo concederán autorización a personas honorables y que
no ejerzan ninguna actividad que sea incompatible en virtud del derecho de este Estado miembro,
con el control legal de los documentos contemplados en el apartado 1 del artículo 1.
Artículo 4
Una persona física sólo podrá ser autorizada para llevar a cabo controles legales de los documentos
contemplados en el apartado 1 del artículo 1, después de haber alcanzado el nivel de acceso a la
universidad, seguido un programa de enseñanza teórica, realizando una formación práctica y
superando un examen de aptitud profesional de nivel análogo al nivel de fin de estudios
universitarios, organizado o reconocido por el Estado.
Artículo 5
El examen de aptitud profesional mencionado en el artículo 4 debe garantizar en nivel de
conocimientos teóricos que sean necesarios en las materias pertinentes para efectuar el control legal
de los documentos mencionados en el apartado 1 del artículo 1 ya la capacidad de aplicar los
conocimientos a la práctica de este control.
Una parte al menos de este examen se deberá realizar por escrito.
Artículo 6
El control de los conocimientos teóricos incluidos en el examen deberá versar especialmente sobre
las siguientes materias:
a) - revisión contable
- análisis y crítica de las cuentas anuales
- contabilidad general
- cuentas consolidadas
- contabilidad analítica de explotación y contabilidad de gestión
- control interno
- normas relativas al establecimiento de cuentas anuales y cuentas consolidadas y a formas de
valoración de las partidas del balance y de determinación de los resultados
- normas jurídicas y profesionales relativas al control legal de los documentos contables y a las
personas que efectúen ese control.
b) En la medida en que ello interese al control de las cuentas:
- derecho de sociedades,
- derecho de quiebras y procedimientos análogos,
- derecho fiscal,
- derecho civil y comercial,
- derecho del trabajo y de la seguridad social,
- sistemas de información e informática,
- economía de la empresa, economía política y economía financiera,
- matemáticas y estadística,
- principios fundamentales de gestión financiera de las empresas.
89
Artículo 7
1. No obstante lo dispuesto en los artículos 5 y 6 los Estados miembros podrán disponer que las
personas que hayan superado un examen universitario o equivalente, o sean titulares de diplomas
universitarios o equivalentes relativos a alguna o algunas materias de las mencionadas en el artículo
6, queden dispensadas del control de conocimientos teóricos en las materias que ya hayan sido
sancionadas por ese examen o esos diplomas.
2. No obstante lo dispuesto en el artículo 5, los Estados miembros podrán disponer que los
titulares de diplomas universitarios o equivalentes relativos a alguna o algunas materias de las
mencionadas en el artículo 6 queden dispensados del control de la capacidad de aplicar los
conocimientos teóricos a la práctica, en estas materias, cuando las mismas hayan sido objeto de una
formación práctica sancionada por un examen o un diploma reconocido por el Estado.
Artículo 8
1. Con el fin de garantizar la capacidad de aplicar los conocimientos teóricos a la práctica, el
control de lo cual se incluye en el examen, se deberá efectuar una formación práctica de un mínimo
de tres años referida especialmente al control de cuentas anuales, cuentas consolidadas o estados
financieros análogos. Esta formación práctica deberá efectuarse, en dos tercios al menos, con una
persona autorizada en virtud del derecho del Estado miembro, con arreglo a la presente directiva;
sin embargo, los Estados miembros podrán permitir que la formación práctica se efectúe con una
persona autorizada en virtud del derecho de otro Estado miembro, con arreglo de la presente
directiva.
2. Los Estados miembros garantizarán que la totalidad de la formación práctica se efectúe con
personas que ofrezcan garantías suficientes para la formación del alumno.
Artículo 9
Los Estados miembros podrán, para el ejercicio del control legal de los documentos contemplados
en el apartado 1 del artículo 1, autorizar a personas que no reúnan las condiciones exigidas por el
artículo 4, si éstas justificaren:
a) sea haber ejercido durante quince años actividades profesionales que les hayan permitido
adquirir una experiencia suficiente en los sectores financiero, jurídico y contable y haber
superado el examen de aptitud profesional al que se refiere el artículo 4;
b) sea haber ejercido durante siete años actividades profesionales en este mismo sector, haber
seguido la formación práctica a que se refiere el artículo 8 y haber superado el examen de
aptitud profesional a que se refiere el artículo 4.
Artículo 10
1. Los Estados miembros podrán deducir de los años de actividad profesional a que se refiere el
artículo 9, los períodos de enseñanza teórica que versen sobre las materias a que se refiere el
artículo 6, siempre que esa enseñanza haya sido sancionada por un examen reconocido por el
Estado. Esta enseñanza no podrá ser inferior a un año ni se podrá deducir de los años de actividad
profesional por una duración superior a cuatro años.
2. La duración de las actividades profesionales y la formación práctica no deberán ser más cortas
que el programa de enseñanza teórica y la formación práctica prescritos en el artículo 4.
Artículo 11
90
1. Las autoridades de un Estado miembro podrán autorizar a las personas que hayan obtenido una
parte o la totalidad de sus cualificaciones en otro Estado cuando reúnan las condiciones siguientes:
a) que las autoridades competentes juzguen que sus cualificaciones son equivalentes a las
exigidas en virtud de este Estado miembro con arreglo a la presente directiva;
b) que hayan demostrado tener los conocimientos jurídicos requeridos en este Estado miembro
para el control legal de los documentos a los que se refiere el apartado 1 del artículo 1. Sin
embargo, las autoridades de este Estado miembro podrán no exigir esta prueba cuando juzguen
suficientes los conocimientos jurídicos adquiridos en otro Estado.
2. Será aplicable el artículo 3.
Artículo 12
1. Un Estado miembro podrá considerar autorizados, con arreglo a la presente Directiva, a los
profesionales que hayan sido autorizados por un acto individual de las autoridades competentes de
este Estado miembro antes de la aplicación de las disposiciones a que se refiere el apartado 2 del
artículo 30.
2. La admisión de una persona física en una asociación profesional reconocida por el Estado
cuando, según la legislación de este Estado, esta admisión dé a los miembros de esta asociación el
derecho a efectuar el control legal de los documentos mencionados por el apartado 1 del artículo 1,
puede considerarse como una autorización por acto individual según el sentido del párrafo 1 del
presente artículo.
Artículo 13
Hasta la aplicación de las disposiciones a que se refiere el apartado 2 del artículo 30, un Estado
miembro podrá considerar autorizados con arreglo a la presente Directiva a los profesionales que
no hayan sido autorizados por un acto individual de las autoridades competentes pero que tengan
las mismas cualificaciones, en este Estado miembro, que las personas autorizadas por un acto
individual y que, fecha del reconocimiento, realicen el control legal de los documentos a que se
refiere el apartado 1 del articulo 1 en nombre de estas personas autorizadas.
Artículo 14
1. Un Estado miembro podrá considerar autorizadas, con arreglo a la presente Directiva, a las
sociedades de control que hayan sido autorizadas por acto individual de las autoridades
competentes de este Estado miembro, antes de la entrada en vigor de las disposiciones a que se
refiere el apartado 2 del artículo 30.
2. Las condiciones impuestas en los incisos ii) y iii) de la letra b) del apartado 1 del artículo 2,
deben ser reunidas a más tardar al cabo de un plazo que no puede ser superior a cinco años,
contados a partir de la fecha de entrada en vigor de las disposiciones a que se refiere el apartado 2
del artículo 30.
3. Las personas físicas que hayan estado realizando, hasta la entrada en vigor de las disposiciones
del apartado 2 del artículo 30, el control de los documentos a que se refiere el párrafo 1 del artículo
1 en nombre de la sociedad de control, pueden, después de esta fecha, ser autorizadas a continuar
realizándolo, aunque no reúnan todas las condiciones establecidas en la presente Directiva.
Artículo 15
Hasta un año después de la entrada en vigor de las disposiciones a que se refiere el apartado 2 del
artículo 30, los profesionales que no hayan sido autorizados por un acto individual de las
91
autoridades competentes, pero que estén cualificados, en un Estado miembro, para efectuar el
control legal de los documentos a que se refiere el párrafo 1 del artículo 1 y hayan ejercido
efectivamente tal actividad hasta esta fecha, podrán ser autorizados por este Estado con arreglo a la
presente Directiva.
Artículo 16
Hasta un año después de la entrada en vigor de las disposiciones a que se refiere el apartado 2 del
artículo 30, los Estados miembros podrán aplicar medidas transitorias para regular la situación de
los profesionales que, después de esta fecha, vayan a conservar el derecho de efectuar el control de
los documentos contables anuales de ciertos tipos de sociedades no sometidas a control legal, pero
que no podrían seguir efectuándolo tras el establecimiento de nuevos controles legales si no se
dictaren medidas particulares en su favor.
Artículo 17
El artículo 3 será aplicable a los artículos 15 y 16.
Artículo 18
1. Hasta seis años después de la entrada en vigor de las disposiciones a que se refiere el párrafo 2
del artículo 30, los Estados miembros podrán aplicar medidas transitorias para regular la situación
de las personas que se hallen en período de formación profesional o práctica en la fecha de
aplicación de las disposiciones antes indicadas que no reuniesen, al terminar su formación, las
comisiones establecidas por la presente Directiva y que, por ello no pudieren efectuar el control
legal de los documentos mencionados en el apartado 1 del artículo 1, control para el cual han sido
formadas.
2. Será aplicable el artículo 3.
Artículo 19
Los profesionales a los que se refieren los artículos 15 y 16 y las personas a las que se refiere el
artículo 18 sólo podrán ser autorizados, no obstante lo dispuesto en el artículo 4, si las autoridades
competentes los consideran aptos para efectuar el control legal de los documentos a que se refiere
el apartado 1 del artículo 1 y tienen cualificaciones equivalentes a las d las personas autorizadas en
aplicación del artículo 4
Artículo 20
Un Estado miembro que no haya hecho uso de la facultad prevista en el apartado 2 del artículo 51
de la Directiva 78/660/CEE y en el cual, en el momento de la adopción de la presente directiva,
varias categorías de personas físicas puedan, en virtud de la legislación nacional, efectuar el control
de los documentos que se refiere la letra a) del apartado 1 del artículo 1 de la presente directiva,
podrá, hasta una coordinación posterior en materia de control legal de documentos contables,
autorizar especialmente, para efectuar el control legal de los documentos a que se refiere la letra a)
del párrafo 1 del artículo 1 de una sociedad que no sobrepase los límites de dos de los tres criterios
establecidos en el artículo 27 de la Directiva 78/660/CEE, a personas físicas que actúen en su
propio nombre:
a) que cumplan las condiciones establecidas en los artículos 3 a 19 de la presente Directiva; sin
embargo, en este caso, el nivel del examen de aptitud profesional puede ser inferior al
establecido en el artículo 4 de la presente Directiva;
92
b) que hayan efectuado ya el control legal de esta sociedad cuando todavía ésta no había
sobrepasado los límites de dos de los tres criterios establecidos en el artículo 11 de la directiva
78/660/CEE.
Sin embargo, si la sociedad formara parte de un conjunto de empresas que vaya a consolidarse que
sobrepase los límites de dos de los tres criterios mencionados en el artículo 27 de la Directiva
78/660/CEE, estas personas no podrán efectuar el control legal de los documentos de esta sociedad
a que se refiere la letra a) del apartado 1 del artículo 1, de la presente Directiva.
Artículo 21
Un estado miembro que no haya hecho uso de la facultad prevista en el apartado 1 del artículo 6 de
la directiva 83/349/CEE y en el que, en el momento de la adopción de la presente directiva, varias
categorías de personas físicas pueden, en virtud de la legislación nacional, efectuar el control de
documentos contemplados en la letra b) del apartado 1 del artículo 1 de la presente directiva,
podrá, hasta una coordinación ulterior en materia de control legal de los documentos contables,
autorizar especialmente para efectuar el control legal de los documentos a que se refiere la letra b)
del apartado 1 del artículo 1, a una persona autorizada en virtud del artículo 20 de la presente
Directiva si, en la fecha de cierre del balance de la empresa matriz, el conjunto de las empresas en
proceso de consolidación, de acuerdo con sus últimas cuentas anuales formalizadas, no sobrepasare
los límites de dos de los tres criterios mencionados en el artículo 27 de la Directiva 78/660/CEE,
siempre que pueda efectuar el control legal de los documentos mencionados en la letra a) del
apartado 1 del artículo 1 de la presente directiva de todas las empresas comprendidas en la
consolidación.
Artículo 22
Un Estado miembro que haga uso del artículo 20 podrá permitir que la formación práctica de las
personas interesadas, tal y como se menciona en el artículo 8, pueda efectuarse con una persona
autorizada en virtud del derecho que tiene este Estado miembro para efectuar el control legal a que
se refiere el artículo 20.
SECCIÓN III
Conciencia profesional e independencia
Artículo 23
Los Estados miembros prescribirán que las personas autorizadas para el control legal de los
documentos a que se refiere el apartado 1 del artículo 1 ejecuten este control con conciencia
profesional.
Artículo 24
Los Estados miembros prescribirán que estas personas no puedan efectuar un control legal cuando
no sean independientes según el derecho del Estado miembro que lo imponga.
Artículo 25
Los artículos 23 y 24 se aplicarán igualmente a las personas físicas que reúnan las condiciones
fijadas en los artículos 3 a 19 y efectúen el control legal de los documentos contemplados en el
apartado 1 del artículo 1 en nombre de una sociedad de control.
Artículo 26
Los Estados miembros garantizarán que las personas autorizadas puedan ser sancionadas de
manera apropiada cuando no efectúen el control de conformidad con los artículos 23, 24 y 25.
93
Artículo 27
Los Estados miembros garantizarán que, al menos, los accionistas asociados o miembros de
sociedades de control autorizadas, y los miembros del órgano de administración, de dirección o de
vigilancia de estas sociedades que no respondan personalmente, en un Estado miembro, a las
condiciones previstas en los artículos 3 a 19, no intervengan en la realización de control de una
manera que restrinja la independencia de la persona física que efectúe el control de los documentos
a que se refiere el apartado 1 del artículo 1 en nombre de la sociedad de control.
SECCIÓN IV
Publicidad
Artículo 28
1. Los Estados miembros garantizarán que los nombres y direcciones de todas las personas físicas
y sociedades de control autorizadas para el ejercicio del control legal de los documentos a que se
refiere el apartado 1 del artículo 1 se tengan a disposición del público.
2. Además, por cada sociedad de control autorizada, se deberán tener a disposición del público:
a) los nombres y direcciones de las personas físicas a que se refiere el inciso i) de la letra b) del
apartado 1 del artículo 2,
b) los nombres y direcciones de accionistas, asociados o miembros de la sociedad de control,
c) los nombres y direcciones del órgano de administración o de dirección de la sociedad de
control.
3. Cuando una persona física pueda efectuar el control legal a que se refiere el apartado 1 del
artículo 1 de una sociedad en las condiciones mencionadas en los artículos 20, 21 y 22, se aplicará
el apartado 1 del presente artículo. Sin embargo, será preciso indicar la categoría de las sociedades
o los grupos de empresas respecto de los cuales pueda efectuarse tal control.
SECCIÓN V
Disposiciones finales
Artículo 29
El comité de contacto creado por el artículo 52 de la Directiva 78/660/CEE tendrá igualmente por
misiones:
a) facilitar, sin perjuicio de lo dispuesto en los artículos 169 y 170 del tratado CEE, una
aplicación armonizada de la presente Directiva mediante una concertación regular, referida
especialmente a los problemas concretos de su aplicación,
b) asesorar, si fuere necesario, a la Comisión respecto de adiciones o enmiendas que deberán
introducirse a la presente directiva.
Artículo 30
1. Los Estados miembros adoptarán, antes del 1 de Enero de 1988, las disposiciones legales
reglamentarias y administrativas necesarias para cumplir a la presente directiva e informarán de
ello inmediatamente a la Comisión.
2. Los Estados miembros podrán disponer que las disposiciones mencionadas en el apartado 1 no
se apliquen hasta el 1 de Enero de 1990.
3. Los Estado miembros comunicarán a la Comisión el texto de las disposiciones básicas de
Derecho interno que adopten en el ámbito regulado por la presente Directiva.
94
4. Los Estados miembros comunicarán igualmente a la Comisión la lista de los exámenes
organizados o reconocidos con arreglo al artículo 4.
Artículo 31
Los destinatarios de la presente Directiva serán los Estados miembros.
Hecho en Luxemburgo, el 10 de Abril de 1984
Por el Consejo
El Presidente
C. CHEYSSOM»
En el pasado mes de julio de 1996, a instancias del Comisionado para el mercado común, la
Comisión de las Comunidades Europeas aprobó el documento que incluyo a continuación,
mediante el cual se inicia un proceso formal de reflexión orientado a definir de qué manera debe
ser modificada la Octava Directiva. Si bien los esfuerzos de armonización se iniciaron, como ya
se dijo, por las reglas de idoneidad e independencia, que ciertamente son fundamentales, ahora
vemos como la armonización se pretende extender a otros aspectos. Como llegó a mis manos
recientemente no he tenido tiempo de traducirlo, así que lo reproduzco en inglés, tal cual puede
consultarse, vía Internet, en los servicios en línea que mantiene la Unión Europea. Su lectura me
ha sorprendido, debido a la similitud que tienen muchos de los asuntos que en él se plantean con
los que actualmente analizamos en Colombia.
«GREEN PAPER
THE ROLE, THE POSITION AND THE LIABILITY OF THE STATUTORY AUDITOR
WITHIN THE EUROPEAN UNION
CONTENTS
1. INTRODUCTION
2. REGULATION OF STATUTORY AUDIT AT EU LEVEL AND NEED
FOR EU ACTION
3. THE ROLE OF THE STATUTORY AUDITOR
A definition of statutory audit
 The accuracy of financial statements
 The going concern status/solvency of the company
 The existence of fraud
 The respect by the company of its legal obligations
 Responsible behaviour by the company with regard to environmental and
societal matters
 Priorities for action and possible methods
The audit report
 Contents of the audit report
 Priorities for action and possible methods
4. THE POSITION OF THE STATUTORY AUDITOR
The competence of the statutory auditor
 Competence in the Eighth Directive
 Priorities for action and possible methods
The independence of the statutory auditor
 Definition of independence
 Priorities for action and possible methods
The position of the statutory auditor within the company
Para. no.
1.1-1.15
2.1-2.10
3.1 - 3.7
3.8 - 3.13
3.14 - 3.21
3.22 - 3.29
3.30 - 3. 32
3. 33 - 3.35
3.36 - 3.38
3. 39 - 3.44
3.45 - 3.47
4.1 - 4.4
4.5 - 4.6
4.7 - 4.15
4.16 - 4.17
95
 The statutory audit and corporate governance
 Priorities for action and possible methods
The role of governmental and professional bodies
 Quality control
 Priorities for action and possible methods
5. AUDITOR'S CIVIL LIABILITY
Towards a limited liability ?
Priorities for action and possible methods
6. THE STATUTORY AUDIT IN SMALL COMPANIES
The small company audit
Priorities for action and possible methods
7. GROUP AUDIT ARRANGEMENTS
The statutory audit in groups of companies
Priorities for action and possible methods
8. THE FREEDOM OF ESTABLISHMENT AND THE FREEDOM TO
PROVIDE SERVICES
Freedom of establishment and freedom to provide services for individuals
Freedom of establishment and freedom to provide services for audit firms
Priorities for action and possible methods
9. CONCLUSION
Bibliography
1
4.29 - 4.33
4.34 - 4.36
5.1 - 5.5
5.6 - 5.7
6.1 - 6.6
6.7
7.1 - 7.3
7.4
8.1 - 8.2
8.3 - 8.5
8.6 - 8.9
8.10 - 8.13
9.1 - 9.5
INTRODUCTION
1.1
1.2
1.3
1.4
2
4.18 - 4.26
4.27 - 4.28
The requirement to have the annual and consolidated accounts of certain companies
audited by a qualified professional, which was introduced for the Community as a
whole by the Accounting Directives, is designed to protect the public interest. The
assurance offered by audited accounts should enhance the confidence of all parties
which are concerned with the affairs of companies. The increased transparency
resulting from the harmonisation of the financial information published by companies
together with the increased reliability of that information as a result of the audit by an
independent and qualified professional were regarded as an important contribution to
the completion of the Single Market.
The role of the statutory auditor has recently been the subject of much debate worldwide. As a result in particular of a number of important financial failures, questions
have been raised concerning the function of the statutory audit and the independence
of the auditor. At EU level, it has been difficult to respond to these questions because
the regulatory framework which surrounds the statutory audit at EU level is
incomplete. There is no common view at EU level on the role, the position and the
liability of the statutory auditor. The absence of such a common view has a negative
impact on audit quality and on the freedom of establishment and freedom to provide
services in the audit field.
Against this background and in response to requests from the auditing profession, the
Commission considers it desirable to organise a wide-ranging reflection on the scope
and need for further EU level action in this area. Since the European Council of
Birmingham, the Green Paper has become one of the privileged instruments for the
consultation of Member States and interested parties. The present Green Paper is
intended to raise the awareness of all interested parties in the issues at stake and to
elicit their comments.
In drafting this document, the Commission took account of various studies which
have been produced in this field at national and international level2. The Commission
itself launched a study on the role, the position and the liability of the statutory
auditor, which was carried out by the Maastricht Accounting and Auditing Research
See bibliography annexed
96
1.5
2
Center (MARC), in order to establish a clear picture of the way in which the statutory
audit is dealt with in the legislation of Member States. It is intended to discuss some
of the issues raised in this document and the comments received at a Conference
which the Commission is organising on 5 and 6 December 1996 concerning the role,
the position and the liability of the statutory auditor.
After a short description of the existing regulation of the statutory audit at EU level
and the reasons why renewed action at EU level may be justified, the document
discusses the main issues relating to the role and the position of the statutory auditor,
his liability, the audit in small companies, group audit arrangements and freedom of
establishment and freedom to provide services in the audit field. Each chapter
concludes with a short section suggesting possible priorities for action and ways and
means to tackle the issues at EU level. It is particularly on those points that comments
from interested parties would be welcome.
REGULATION OF STATUTORY AUDIT AT EU LEVEL AND NEED FOR EU
ACTION
2.1
2.2
2.3
2.4
2.5
In accordance with the Fourth Council Directive (78/660/EEC) of 25 July 1978 on the
annual accounts of certain types of companies, all companies covered by the Directive
must have their annual accounts audited by a qualified professional. The statutory
auditor must also see to it that the annual report is consistent with the annual accounts
for the same financial year. Member States may exempt small companies as defined in
the Directive from the obligation to have their accounts audited.
The Seventh Council Directive (83/349/EEC) of 13 June 1983 on consolidated
accounts has extended the audit requirement to all entities which draw up
consolidated accounts on the basis of the Directive. Similarly, the Council Directives
86/635/EEC of 18 December on the annual accounts and consolidated accounts of
banks and other financial institutions and 91/674/EEC of 19 December 1991 on the
annual accounts and consolidated accounts of insurance undertakings have introduced
a requirement for all entities covered by those Directives to have their annual
accounts and consolidated accounts audited by a qualified professional.
Member States may only approve as auditors the persons who satisfy the conditions
of the Eighth Council Directive (84/253/EEC) of 10 April 1984 on the approval of
persons responsible for carrying out the statutory audits of accounting documents.
The conditions of approval concern professional qualifications on the one hand and
personal integrity and independence on the other.
While the Eighth Directive defines the minimum qualifications of the statutory auditor
it does not contain any specific guidance concerning the independence requirement.
At the time of adoption of the Directive, the Commission stated that this situation was
not satisfactory and that they reserved the right to come back to this issue at a later
stage. This has not yet been done. Similarly, the Proposed Fifth Directive concerning
the structure of public limited companies and the powers and obligations of their
organs, which contains provisions dealing with the appointment and dismissal of the
statutory auditor, the audit fee, the audit report and the liability of the statutory
auditor, remains on the Council table. Some of the issues concerned are regulated at
national level or are the subject of self-regulation through the accountancy profession.
There are however inevitable differences in the way they are dealt with and there is
often no legislative backing.
The justification for EU interest and action in this area rests in the Single Market. The
audited financial statements of a company established in a Member State are used by
third parties in other Member States, such as investors, creditors and employees.
These third parties not unreasonably assume a certain level of assurance and a certain
coverage of the audit. Just as there have been pressures to standardise these aspects of
audits at a national level, partly in response to market forces, there is also demand for
some standardisation of these aspects of the audit at a European level. It would of
97
2.6
2.7
2.8
2.9
2.10
3
course be necessary to ensure that any standards which are developed can be kept up
to date in the face of changes emanating from the development of the Information
Society
There are also arguments related to the free movement of services and freedom of
establishment. Several studies launched by the Commission, notably on Competition
in European Accounting completed in 1992 and on the Role, the Position and the
Liability of the Statutory Auditor completed in 1996, have shown that there is not yet
a European market in audit services and that important differences remain between
the national laws and regulations of Member States which deal with the statutory
audit.
The 1992 study concludes that the need for the service provider to be located in the
same place as the client, coupled with various legal and professional obstacles, rules
out true cross-border trade. Measures taken towards harmonisation and mutual
recognition have some way to go in order to bring about significant changes in this
situation. The 1996 study concludes that if there is to be a European market for audit
services, initiatives are needed at EU level in two areas : freedom of establishment
notably of audit firms and freedom to provide services in the audit field on the one
hand and audit quality on the other hand. The report also concludes that differences
between the liability regimes in the Member States are likely to have a negative
impact on intra-Union trade in audit services.
Similar concerns were expressed in a position paper presented by the Fédération des
experts-comptables européens (FEE) in February 1996. In this document the
accountancy profession asks the Commission to look at a number of issues which are
particularly relevant for them and on which they believe that action at EU level is
necessary. These issues concern particularly the freedom of establishment of statutory
auditors and the freedom to provide cross-border audit services, as well as
professional liability.
Finally, the lack of a harmonised view at EU level concerning the role, the position
and the liability of the statutory auditor risks becoming a serious handicap in the
negotiations which are taking place at international level with a view of improving the
access of the European companies to the international capital market. Last year, the
Commission presented a Communication to the Council and to the European
Parliament on "Accounting Harmonisation : a new strategy vis-à-vis international
harmonisation" (COM(95)508). In this Communication, the Commission announced a
new strategy which would allow global players in Europe to obtain capital on the
international capital market without having to comply with different requirements on
financial reporting. The Commission announced its support for the international
harmonisation process led by the International Accounting Standards Committee
(IASC) together with the International Organisation of Securities Commissions
(IOSCO), aiming at the establishment of a core set of accounting standards which will
be accepted in capital markets world-wide. Steps are being taken in order to increase
the influence of the EU in this international accounting harmonisation process.
There is however a significant risk that the accounts and consolidated accounts
prepared by European companies will not be accepted in international capital markets
unless these accounts have been audited by an independent and qualified professional
in accordance with auditing standards which are regarded as generally acceptable
world-wide. The International Auditing Practices Committee of the International
Federation of Accountants (IFAC) has developed a number of international auditing
standards. The EU will have to decide whether it wants to support these standards and
if so, how and on what basis the European influence in the development of
international auditing standards can be increased.
THE ROLE OF THE STATUTORY AUDITOR
A definition of the statutory audit
98
3.1
3.2
3.3
3.4
3.5
3.6
3.7
Although the Fourth and Seventh Directives require annual and consolidated accounts
to be audited by a qualified professional, the Directives do not contain a definition of
the statutory audit. Similarly, the Bank Accounts and Insurance Accounts Directives
require a statutory audit without defining what this means.
According to the definition adopted by the International Federation of Accountants
(IFAC), the objective of an audit is to enable the auditor to express an opinion on
whether the financial statements are prepared, in all material respects, in accordance
with an identified financial reporting framework.
Numerous studies have shown that there are considerable differences between what
the public expects from an audit and what the auditing profession believes that the
auditor should do. The expectation gap resulting from this is a major problem for
auditors since the greater the gap in expectations, the lower is the credibility and
prestige associated with their work. It is an issue for the public at large, because the
proper functioning of a market economy depends heavily on confidence in audited
financial statements.
Any definition of the statutory audit should consider the needs and the expectations of
users to the extent that they are reasonable, as well as the ability of the statutory
auditor to respond to those needs and expectations.
As far as the needs and expectations of users are concerned, they can be considered
reasonable if :
- the tasks have been prescribed by law ;
- there are stakeholders who are willing to pay for the service ( i.e. there is an
effective demand) ;
- there exists a statutory auditor who is willing to supply the service ( for a
price which reflects notably his level of qualification, the difficulty of the task, the
number of hours and the risk involved) and is competent to do so.
What statutory auditors can supply will depend not only on what clients are willing to
pay for, but also on the auditors' technical skills and attitude to risk. Some of the
demands placed on auditors may be unreasonable in that auditors cannot be expected
to possess the skills necessary to do the work.
The public expects the statutory auditor to have a role in protecting the interests of
shareholders, creditors (e.g. suppliers, banks and credit institutions), pensioners,
employees and the public generally by providing them with reassurances concerning :
- the accuracy of financial statements
- the going concern status / solvency of the company
- the existence of fraud
- the respect by the company of its legal obligations
- the responsible behaviour of the company with regard to environmental and
societal matters.
It is useful to examine briefly the reasonableness of these expectations.
The accuracy of financial statements
3.8
3.9
3.10
There seems to be a widely held view among users of financial statements, that an
unqualified audit report guarantees the material accuracy of the financial statements.
There are two misconceptions inherent in this expectation. The first is that it is
possible to prepare financial statements that are "accurate" and the second is that the
financial statements are the responsibility of the auditor.
As to the first misconception, it is generally agreed among those who are well
informed about accounting that financial statements cannot be "accurate" in the sense
that there is only one set of figures that correctly expresses the results of a company's
operations and its financial status. The choices available for the accounting treatment
of complex business operations and the uncertainties implicit in management
99
3.11
3.12
3.13
decision-making defeat any attempt to develop a set of financial statements that all
informed observers would regard as "accurate".
In the EU, legal recognition that no set of financial statements can be uniquely "right"
is embodied in the requirement that the annual and consolidated accounts should give
a true and fair view, which is incorporated in the Accounting Directives. The strength
of the true and fair requirement, which is an overriding principle in the Accounting
Directives, is that it allows for the inevitably judgmental nature of many accounting
figures.
There has been considerable criticism of auditors for not taking a stronger line when
dealing with financial statements that comply "creatively" with the rules. When, in the
auditors' opinion, the financial statements are misleading as a result of the directors'
accounting choices and disclosure practices, auditing guidelines require the auditor to
issue a qualified opinion that states clearly all the factors giving rise to the
disagreement, the implications for the financial statements and, whenever practicable,
a quantification of the effect on the financial statements. Moreover, when the auditor
considers that the effect of the disagreement is so material or pervasive that the
financial statements as a whole are misleading, auditing guidelines require him to
issue an adverse opinion.
The second misconception is that it is the statutory auditor who prepares the financial
statements and is responsible for them. On this issue there is no doubt that it is the
Board of Directors and not the statutory auditor which has the responsibility to adopt
financial statements (prepared by management) showing a true and fair view. It is the
directors and not the statutory auditor which determine the accounting treatment and
disclosure practices adopted in the financial statements. Directors are in the best
position to know the affairs of their company, to maintain its records and to prepare
its accounts. Auditors should be independent of and separate from the management
and supervisory boards of their clients. Their duties would therefore seem quite
distinct. They should state whether, in his view, the financial statements have been
prepared in accordance with the law and whether they show a true and fair view.
The going concern status / solvency of the company
3.14
3.15
3.16
3.17
Several surveys have shown that there is an expectation on the part of a significant
proportion of the general public that the statutory auditor's report guarantees the
financial soundness of a company.
Annual accounts are prepared on the basis that the company will continue as a going
concern. Directors are entitled to adopt this basis only if they are satisfied that this is
indeed the case. (If it is not, different accounting rules apply.) Some countries are
considering a requirement for directors to comment explicitly on the ability of the
company to continue as a going concern and to take the necessary steps to ensure that
such comment is well founded.
Auditors have a duty to be alert to factors that may increase the company's financial
strength or decrease its resources, thus allowing them to assess whether the going
concern basis is appropriate. They should warn the directors or supervisory board as
soon as they become aware of matters that may threaten the going concern basis.
Acceptance of the going concern basis implies solvency, that is, that at the balance
sheet date the company's position was such that it would have been able to meet its
liabilities in full as they fell due. Users expect the audit report to contain the auditor's
opinion on solvency where the going concern basis is accepted.
Requiring this of the auditor would not relieve directors of the responsibility placed
on them by company law for determining whether or not a company is solvent, nor
mitigate the seriousness of their offence were they to continue trading while it was
insolvent². Directors' responsibilities are a continuing one, while the auditors' opinion
is based on the position as seen at a particular date.
100
3.18
3.19
3.20
3.21
Auditors need to be cautious in the way they report publicly any concerns that they
may have. Continuance of a company may depend upon the rest of the world not
knowing that its status as a going concern is open to any doubt. If, for example,
auditors report that a company will continue as a going concern only if the bank
continues to roll over its loans and its suppliers continue to grant normal periods of
credit, this may result in the bank insisting on immediate repayment and the suppliers
insisting on cash on delivery.
On the other hand, some companies might still be in existence and shareholders' and
creditors' money saved if problems had been identified earlier. Moreover, there are
examples of companies that are able to continue trading despite its being public
knowledge that they suffer from liquidity problems and are subject to discussions
about financial reconstruction. Indeed, certain studies have found, comparing a set of
companies having a going concern qualification with a matched set having no
qualification that the survival rates were indistinguishable.
Some Member States have laid down specific procedures3 to be followed by directors
and auditors when the going concern assumption is called into doubt Different reports
on corporate governance focus on this issue and some propose that directors should
provide auditors with a written statement confirming that, in their view, the company
will remain a going concern for the twelve months from the date the directors approve
the financial statements. The directors should provide the auditors with evidence to
support that view. Auditors will have a responsibility to perform procedures
specifically designed to test the directors' view that the company is a going concern.
The Cadbury Report4 and the Vienot Report³ propose that directors should be
required to satisfy themselves that the going concern assumption is reasonable and
that they should report accordingly to shareholders. Auditors should have a
responsibility to test the directors' view that the company is a going concern and to
give their opinion on the matter.
Although neither the directors nor the statutory auditors can guarantee the continuing
financial soundness of a company, it seems reasonable to expect the directors to state
publicly whether in their judgement, given the trading environment in which the
company is operating and expects to operate, adequate financial resources are
available to enable it to remain a going concern for at least twelve months from the
day the directors adopt the financial statements. It seems equally reasonable to expect
the auditors to carry out procedures aimed at testing the directors' stated judgement
and to report publicly on the result of such tests.
The existence of fraud
3.22
3.23
Audits have traditionally been associated with the detection of fraud. A survey carried
out in the UK in 1989 found that 75% of the general public, including the majority of
financially knowledgeable people, think that it is the statutory auditor's responsibility
to detect fraud of all kinds. The same survey found that 61% of the general public
think that it is the responsibility of the auditor actively to search for fraud.
Until recently the standard auditor response was to say that the auditors' prime role is
not to prevent or detect fraud and that this is in any event impossible. It was not until
the 1980s that in some Member States, legislation sought to make explicit reference to
fraud reporting / detection as an audit objective. Since that period, governments have
become particularly concerned with issues of law and order, white collar crime and
3
These procedures go beyond what is presently required by virtue of Article 17 § 1 of the 2nd
Council Directive (77/91/EEC) of 13/12/1976 which states that in case of a serious loss of the subscribed
capital, a general meeting of shareholders must be called to consider whether the company should be wound
up or any other measures taken.
4
See Bibliography annexed.
101
3.24
3.25
3.26
3.27
3.28
investor protection following well-publicised affairs that made press headlines in
several Member States.
Regulatory bodies in a number of Member States have issued auditing guidelines
related to the statutory auditor's responsibility in relation to fraud, other irregularities
and errors. The guidelines specify the respective responsibilities of management and
of the auditor. Management has primary responsibility for the detection of fraud,
other irregularities and errors. This responsibility is seen as part of management's
stewardship role. The auditor's responsibility is to plan, perform and evaluate his
audit work so as to have a reasonable expectation of detecting material misstatements
in the accounts, whether they are caused by fraud, other irregularities or errors.
The guidelines recommend that if, during the course of the audit, the statutory auditor
begins to suspect fraudulent activity, he has a responsibility to investigate until his
suspicions are either allayed or confirmed. In some Member States it is recommended
that the auditor promptly report to senior management all fraud detected during the
audit, even if the effect of the fraud is not material in the context of the company's
financial statements. The only circumstances in which auditors should not so report is
when they suspect senior management is involved in the fraud. In these circumstances
the auditor should report the matter to an appropriate authority. In some Member
States, statutory auditors are required to report to the Ministry of Justice.
Auditing guidelines suggest that the auditor may need to take legal advice before
making a decision on whether the matter should be reported to a proper authority in
the public interest. The difficulty for auditors is that normally they will have to make
a decision based on their suspicions of fraud rather than on proven facts. If they report
their suspicions to a third party and are subsequently unable to establish firm evidence
of fraud they may be liable to legal action.
In the financial sector, auditors' responsibilities in this regard have been clarified, in
most Member States, by legislation which releases auditors from their obligations of
confidentiality to their client organisations and give them the right but not the
obligation to report to a regulatory body.
It is now specifically provided for in Article 5.1 of a Council Directive 95/26/EC
adopted in June 1995 that the statutory auditor of a financial undertaking" shall have a
duty to report promptly to the competent authorities any fact or decision concerning
that undertaking of which he has become aware while carrying out that task which is
liable to :
- constitute a material breach of the laws, regulations or administrative provisions
which lay down the conditions governing authorisation or which specifically
govern pursuit of the activities of financial undertakings, or
- affect the continuous functioning of the financial undertaking, or
- lead to refusal to certify the accounts or to the expression of reservations ; ..."
This Directive also provides in its Article 5.2 that : " The disclosure in good faith to
the competent authorities, by persons authorised within the meaning of Directive
84/253/EEC (the statutory auditor), of any factor or decision referred to in paragraph
1 shall not constitute a breach of any restriction on disclosure of information imposed
by contract or by any legislative, regulatory or administrative provision and shall not
involve such persons in liability of any kind".
This Directive is to be implemented in all Member States by July 1996
If the fraud is material, statutory auditors need to ensure that the financial statements
reflect the effect of the fraud and that all necessary details are disclosed. Provided the
auditors are then convinced that the financial statements give a true and fair view, it is
not necessary to qualify the audit report. If the fraud is not material in the context of
the financial statements, it is the responsibility of the directors to decide whether
disclosure is necessary. However, since undetected material fraud will result in
financial statements which do not present a true and fair view of the company's
affairs, it would seem that auditors have a duty to employ the means which they think
are necessary to detect material fraud if their opinion is to be valid.
102
3.29
The public expects the opportunities for fraud to be minimised. It seems reasonable to
expect the Board of Directors to take responsibility for setting up and maintaining
systems of internal control that, inter alia, minimise the opportunities for fraud and
maximise the likelihood that any such fraud will be quickly detected. It seems also
reasonable to expect statutory auditors to confirm in the audit report that such systems
of internal control exist and to say whether or not they appear well designed to serve
their purpose. In the same way, it would appear reasonable to expect auditors to
support the directors in their attempts to prevent and detect fraud by reporting to the
directors any weaknesses they may have identified in these systems of internal control
and any suspicions they may have in regard to fraud.
The respect by the company of its legal obligations
3.30
3.31
3.32
It appears to be the general view that it is the auditor's duty to detect contravention of
company law or of statutory regulations which specifically relate to company law.
The auditor cannot however be reasonably expected to report on matters beyond his
competence or expertise, especially in today's complex legal environment.
The directors should take responsibility for setting up and maintaining systems of
internal control that, inter alia, minimise the opportunities for committing illegal acts
in the name of the company and that maximise the likelihood that any such illegal acts
will be quickly detected. It would seem reasonable to expect the statutory auditor to
confirm in his audit report that such systems of internal control exist and to say
whether or not they appear well-designed to serve their purpose.
In addition, as part of their responsibility to prepare financial statements which show
a true and fair view, directors must ensure that the statements reflect the financial
implications of illegal acts detected, if these implications are judged to be material.
The statutory auditor, as part of his responsibility to express an opinion on whether
the financial statements give a true and fair view, must confirm that the statements
reflect the financial implications of any such illegal acts.
Responsible behaviour by the company with regard to environmental and societal
matters
3.33
3.34
3.35
There have been demands over recent years for companies to be subject to an audit of
their social behaviour, most notably in respect of the physical environment but also in
terms of employment practices, safety of operations, trade sanctions, product
development policies and other issues of concern to the general public and to
particular interest groups.
Without entering into the merits of such an audit or audits, it might be asked whether
the statutory auditor has appropriate qualifications and experience to carry out this
work, or whether it should be a separate exercise from the statutory audit and be
carried out by qualified experts in the area(s).
Although it is unreasonable to expect the statutory auditor to make judgements on
matters outside his competence and expertise, it can be argued that auditors should
accept that their responsibilities will tend to increase in line with public expectations.
The auditor can, given time and a sufficiently clear consensus on what is expected,
avail himself of the necessary expertise in areas which go beyond strict financial
audit.
Priorities for action and possible methods
3.36
The absence of a common definition of the statutory audit in the EU creates a
damaging expectation gap. A common approach to the statutory audit, taking account
of the latest developments at international level, seems desirable. If the audit is to add
confidence to published financial statements, users need to know what the audit
103
3.37
3.38
certificate means in terms of assurance. In this regard, particular attention should go
to the role of the auditor in respect of the going concern status of the company and the
action to be undertaken by the auditor in case of fraud and other illegal acts.
Consideration should be given to what extent existing International Standards on
Auditing could be the starting point of a common definition of the statutory audit. Full
account would also need to be taken, however of any particularities which distinguish
the European from the international environment.
To be effective, the common definition would need to become part of the regulatory
framework in all Member States. It is for consideration whether an EU Directive
would be needed to achieve this result or whether a Recommendation would suffice.
In either case, due attention would need to be paid to flexibility, so that any legal
requirement can easily be adapted to the rapidly changing environment in which the
auditor operates.
The audit report
Contents of the audit report
3.39
3.40
3.41
3.42
3.43
3.44
The audit report is the medium through which the statutory auditor communicates
with shareholders, creditors, employees and with the public at large. It is the result of
the audit process. Usually, a distinction is made between a "long form" audit report
and a "short form" audit report. The "long form" report is addressed to management
and is not normally made available to the public.
Although the content of the audit report is not prescribed under the Accounting
Directives, company law in most Member States has specified the matters which have
to be included in the published audit report. Professional bodies in all Member States
have established standard forms of published audit reports. However, only three
Member States have made it a binding rule that those standard forms be used.
In general, the audit report concerning the annual accounts in Member States would
normally contain the following information :
- whether the auditor has obtained all the information and explanations which,
to the best of his knowledge and belief, are necessary for the purposes of his audit
;
- whether, in his opinion, proper books and records have been kept by the
company ;
- whether the annual report is consistent with the annual accounts ;
- whether the annual accounts give a true and fair view of the company's assets,
liabilities, financial position and profit or loss ;
- whether the annual accounts comply with the requirements of company law ;
- whether the audit was carried out in accordance with auditing standards.
Looking at the audit reports of the largest listed companies in Member States, one
could say that, in their present form, users can derive comfort only from the absence
of a qualification to the financial statements. They give users no help in understanding
what the auditors, who are appointed by shareholders and report to them, actually do
in return for the audit fee paid to them. Without this information, it is difficult to see
how investors and other users can form a conclusion with any degree of confidence on
the weight they can place on the auditors' opinion.
There seems to be a general consensus that more information should be given about
the scope and nature of the work on which the audit report is based. Users very often
consider the audit report as an assurance or a certificate for their decision making. It
is necessary that the audit report clearly states the auditor's responsibilities for
reporting on the financial statements.
The results of recent surveys have shown that harmonisation of the form and the
wording of the audit report has increased in the EU over the last ten years. This is to a
large extent the consequence of a more widespread and consistent adoption of the
104
relevant International Standard on Auditing. Differences still exist however between
Member States with regard to the wording and the coverage of the standard short
form statutory audit report. These differences have a single market impact to the
extent that they reduce the utility of reports issued in other Member States. In
principle, where similar statutory audit work has been performed, this should be
clearly communicated by way of similar wording in the audit report.
Priorities for action and possible methods
3.45
3.46
3.47
4
Once an agreement has been reached on the definition of the statutory audit, it should
be easier to agree on the minimum content of the audit report. Because the audit
report is the medium through which the statutory auditor communicates with
shareholders, creditors, employees and with the public at large, it seems desirable that
a similar wording in the audit report is used throughout the EU.
In several Member States the wording of the audit report has been adapted to that
developed by the International Federation of Accountants. It is for consideration to
what extent this could also be the starting basis for a common definition at EU level.
Proper attention would however need to be given to any particularities which
distinguish the European from the international environment. In order to reduce the
expectation gap, it would be necessary for the audit report to provide more
information on what the auditor has actually done, which professional standards he
has applied in carrying out his task and whether the financial information prepared by
the company conforms with legal and other regulatory requirements. It would also be
necessary for any reservations which the auditor might have to be clearly spelled out
in his report.
As for the definition of the statutory audit, it seems necessary for the common
definition of the audit report to have legislative backing in the Member States. It is for
consideration whether this points to binding legislation ( i.e. a Directive) at the EU
level, or whether a Commission Recommendation would be enough. Due attention
must in any case be paid to flexibility, so that any legal requirement could be easily
adapted to the rapidly changing environment in which the auditor operates, in
particular developments related to the introduction of new information technologies.
THE POSITION OF THE STATUTORY AUDITOR
The competence of the statutory auditor
Competence in the Eighth Directive
4.1
4.2
4.3
There can be no doubt that the demands put on the statutory auditor require this
auditor to be a highly qualified professional. This is the reason why the Eighth
Directive of 10 April 1984 on the approval of persons responsible for carrying out the
statutory audits of accounting documents has put the competence of the statutory
auditor at a very high level indeed.
However, differences in the educational systems of the Member States cannot be
ignored. These were a source of difficulties when attempts were made at the time of
implementation of the Directive to compare national educational levels in the Member
States. As a result, the accounting profession in Europe has stressed the need for
professionals who want to offer cross-border services to acquire the host country
professional title.
Although the Eighth Directive has led to some harmonisation in this field, there are
still important differences. There is at present no common understanding about the
contents of the different courses which are listed in Article 6 of the Eighth Directive
and which are part of the test of theoretical knowledge. The lack of a common
understanding became clearly apparent when new Member States joined the EU and
105
4.4
when Central and Eastern European countries asked for technical assistance for the
establishment of training programmes for auditors.
The development of information technology is likely to have important consequences
for the audit function. It is sometimes seen as a threat to auditors, because of the
diminishing importance of published financial statements to investors who may be
able to obtain financial information on a permanent basis through different means. It
can however also offer new opportunities, in terms of new attest functions associated
with the new information flows, systems and types of information that reporting
entities will provide to users as the information era moves forward. This is bound to
have implications for the educational requirements which are presently included in the
Eighth Directive and which were established taking account of the audit function in a
different technological environment. For this and other reasons, it may be necessary
to adapt or clarify Article 6 of the Eighth Directive.
Priorities for action and possible methods
4.5
4.6
It is regrettable that neither the accounting profession, nor the academic community
have taken any concrete steps to clarify the competence requirements listed in the
Eighth Directive. It would appear that the definition of a curriculum for the education
of auditors should be primarily a task for those who are directly involved in the
educational process. More harmonisation in this field would certainly facilitate the
application of the Mutual Recognition Directives ( see also section 8 ). In this context,
it should be evident that the training process must prepare the auditors to operate in a
Single Market. Such an initiative at European level could be undertaken for instance
in the framework of the new Community programme SOCRATES and in particular
Chapter I - ERASMUS, Action 1.D on University co-operation projects on subjects of
mutual interest ("Thematic Networks"), which provide a reflection forum involving
representatives of the socio-economic and professional world in specific subject study
areas, including those of other countries participating in these programmes.
Updating the list of courses included in Article 6 of the Eighth Directive will require
an amendment to the Directive. If and when that is considered opportune,
consideration should be given to the introduction of a procedure which will allow it to
be further amended in future without passing through the full legislative procedure.
The independence of the statutory auditor
Definition of independence
4.7
4.8
4.9
5
In accordance with the Eighth Directive, the statutory auditor must be independent. At
the time of adoption of the Directive, it was impossible to agree on a common
definition of independence. As a result, this subject has been dealt with differently by
Member States.
As pointed out by FEE5, independence is the main means by which the statutory
auditor demonstrates that he can perform his task in an objective manner. In dealing
with independence, it is necessary to address both independence of mind, i.e. the state
of mind which has regard to all considerations relevant to the task in hand and
independence in appearance, i.e. the avoidance of facts and circumstances which are
so significant that an informed third party would question the statutory auditor's
objectivity.
In recent years, concern has been expressed about the threats which have developed
to auditors' independence. Several surveys reported on the fact that companies were
increasingly prepared to challenge auditors, to shop for opinions, to seek legal advice
on auditors' views and to change auditors. Some reports concluded that, given the
See bibliography
106
4.10
4.11
4.12
4.13
4.14
4.15
competitive pressures, it would be idealistic to assume that all auditors are at all times
unmindful of the risk of losing business. Criticism has been voiced that the
professionalism of the audit function has diminished in favour of a more
"businesslike" attitude.
Moreover, it has become, more common for the audit to be put out to tender. The
principal objective in seeking competitive tenders is to obtain the services of the
auditors as cheaply as possible. It is sometimes suggested that management resort to
tendering in order to put pressure on the incumbent auditors, particularly when
disputes have arisen.
The growing intensity of competition for audit "business", and especially for the audit
of large "prestige" companies, is also a cause of concern. There is no doubt that
competition sometimes results in low-cost and perhaps even below-cost tenders. The
procedure of calls for tenders which ensures transparency and competition, should not
have as a consequence that auditors quote an audit fee which does not allow them to
carry out their work in accordance with professional standards6. Some observers infer
that the successful tenderers expect to recoup the balance of the full cost of the audit
from non-audit consultancy services. This points to another concern which relates to
the provision of non audit services.
The question whether the auditor should provide other services to his audit client has
been the subject of much debate. It has been advocated that the provision of other
services to an audit client is likely to increase the auditor's understanding of the
client's business and operations and therefore results in a better audit. Is has also been
argued that there is no evidence that the volume of non-audit fees in relation to the
level of audit fees is a threat to objectivity. Nevertheless, there is an equally strong
belief that the provision of a broad range of non-audit services to an existing audit
client can impair audit objectivity. Safeguards are necessary to respond to these
concerns.
Such safeguards could consist in confining the provision of other services to those
whose nature and quality are consistent with the auditor's professional image and
which are unlikely to impair his objectivity, or in requiring the fee for both audit and
non-audit services to be disclosed. A solution which would consist in preventing the
auditor from providing any other service to his audit client would clearly solve the
appearance problem. However, practice has shown that this solution is not a viable
alternative, as it is too easy to circumvent by having the service provided by an
affiliated or associated firm.
In all cases the auditor should ensure that he and his firm are not involved in the
management or decision making of his client. The auditor should not be engaged in
the preparation of the financial statements of his client, be involved in the valuation of
assets or liabilities for purposes of recording them in the financial statements, act for
the client in the resolution of litigation which may have a material impact on the
financial statements, or perform services having a direct impact upon senior
management such as their recruitment.
Some commentators find cause for concern where a company retains the same
auditors for a long period. It is argued that this can lead to too close and cosy a
relationship with management, with the auditors becoming too responsive to
management's wishes. The question whether the statutory audit should be made
subject to a system of mandatory rotation has been the subject of considerable debate.
The arguments in favour of such a system are not conclusive. In this context, it is
important to note that one of the two Member States which had a system of mandatory
rotation has recently abolished it. A solution which could enhance the perception of
6
In the case of public procurement, the Council has adopted a set of rules assuring transparency in
competition for the award of public entities contracts. These rules also apply to audit services. See
Directives 92/50/EEC and 93/38/EEC - Annex 1A - Category 9.
107
the auditor's objectivity, without causing the efficiency and quality drawbacks of firm
rotation, could consist in setting up a rotation of audit partners within the same firm.
Priorities for action and possible methods
4.16
4.17
Independence is an important issue. Based on different traditions and experiences,
this issue is dealt with differently in Member States. It is unlikely that it will be
possible in the short term to agree at EU level on a common definition covering the
various issues raised in relation with auditor independence. The adoption of a set of
rules which regulate independence does not by itself bring about independence in
practice. However, agreement on a common core of essential principles in all Member
States would constitute an important step towards the establishment of an internal
market for audit services. These principles could be developed by the profession at
EU level.
It is for consideration which instrument is most appropriate to ensure that an
agreement reached at EU level is likely to be adhered to in practice.
The position of the statutory auditor within the company
The statutory audit and corporate governance
4.18
4.19
4.20
4.21
The statutory audit is an essential element of the system of corporate governance. In
order to put the statutory audit in the right perspective, it is necessary to distinguish
the role of the various organs of the company in the field of financial reporting. While
the directors are responsible for the preparation of the financial statements, the role of
the statutory auditor is to report to the shareholders on the financial statements
presented to him by the directors. In doing so, the statutory auditor acts in the
interests of the shareholders who have a financial stake in the company. In addition,
his report lends credibility to the financial information used by third parties.
Because the shareholders have the most direct interest in the outcome of the statutory
audit, all Member States have given the right to appoint and to dismiss the auditor to
the shareholders in the general meeting. However, for the shareholders of most listed
companies, as a result of their large numbers and transient nature, there is no effective
mechanism for them to do so. It is usually the directors who effectively appoint and
dismiss the statutory auditor, with the decision merely being ratified by the
shareholders at the annual general meeting. A consequence of this is that statutory
auditors are criticised for not being independent of the directors. It is argued that, in
disputes between the directors and the statutory auditor on issues such as accounting
policy choices, the statutory auditor has an incentive to concede to the wishes of the
directors. The statutory auditor may be put in a particularly difficult position in such
disputes if the directors have gathered opinions from competing firms of auditors.
It is argued that another result of the auditors being effectively appointed by the
directors is that, due to cost pressures, both parties have reduced the role of the
statutory audit to the minimum necessary to fulfil the legal requirements of company
law as interpreted by the auditing firms themselves. It is argued that this has led to
less attention being given by the statutory auditors to the assessment of the efficiency
and effectiveness of companies' internal control systems, which could lead to an
increased incidence of fraud and other illegal acts.
The agreement of the statutory auditors' remuneration with the directors creates a
further problem. The audit fee is normally agreed in advance and is based on the
usually valid assumption that the auditors will not find any evidence of malpractice.
However if, in the course of their work, the auditors become suspicious that there has
been fraudulent activity that they feel should be subject to further investigation, they
will have to agree with the directors a fee for this additional work. If the directors are
108
4.22
4.23
4.24
4.25
4.26
7
8
involved in the malpractice, the statutory auditor finds himself in a very difficult
situation.
In order to preserve the independence and objectivity of the statutory auditor,
procedures giving greater assurance that the shareholders are able to make a real
choice, for instance through a greater use of audit committees and/or reforms of board
procedures or through the association of other parties, such as the workers council in
the appointment and dismissal of the auditor, have been developed or are currently
been examined in certain Member States.
Both the Cadbury report in the United Kingdom and the Vienot report in France
recommend that the board of directors in listed companies should establish an audit
committee of at least three non-executive directors, chaired by one of their members.
Since 1978, the New York Stock Exchange has required all listed companies to have
audit committees composed solely of independent directors and the 1987 report of the
American Treadway Commission7 concluded that audit committees had a critical role
to play in ensuring the integrity of US companies financial reports. Experience in the
United States has shown that, even where audit committees might have been set up
mainly to meet listing requirements, they have proved their worth and developed into
essential committees of the board of directors.
However, it is likely that companies without a strong internal audit function will be
unable to provide an audit committee with sufficient information to fulfil its
responsibilities. The scope of the work of the statutory auditor and the timing of the
statutory audit are unlikely to be adequate and appropriate for this purpose.
Furthermore, the statutory audit is essentially a snapshot at a particular point in time
whereas assessment of the effectiveness of a company's management information
systems and systems of internal control should be undertaken on a continuous basis.
Consequently, recommendations have been made for the appointment in major
companies of a chief internal auditor to lead a strong internal audit team that is
capable of providing the audit committee with sufficient information to fulfil its
responsibilities on behalf of the board. As stated by the European Confederation of
Institutes of Internal Auditing in their position paper on Internal Auditing in Europe 8,
the furnishing of objective and timely appraisals of the quality of an organisation's
internal control and systems for managing business risk, would contribute
significantly to strengthening management's control of the operations, thus
contributing to sound corporate governance. In their view, it is necessary for the EU
to introduce binding legislation for significant enterprises and sectors requiring the
establishment of a professional internal auditing function and regulating qualifications
and experience required, as well as the duties of the Board and Chief Executive in
relation to internal audit conclusions and recommendations.
In Member States, the length of the statutory audit appointment varies from a fixed
period of 1 year to 6 years to an indefinite period. In the Amended Proposal for a
Fifth Council Directive it is proposed that the statutory auditor should be appointed
for a specified period of not less than three financial years, and not more than six
financial years.
The 1996 study carried out for the Commission shows that the position of the
statutory auditor within the company is not the same in all Member States.
Differences range from an external adviser to an organ of the company. In some cases
there even exists a dual audit requirement, which means that in addition to the
statutory audit requirement following from the Accounting Directives, there is another
audit imposed by the Stock Exchange Regulatory Authority. It is not clear that such a
system offers any advantages in terms of improved control. On the other hand, it can
See bibliography
See bibliography
109
lead to confusion concerning the relative status of the different auditors, especially if
they come to different conclusions concerning the same company.
Priorities for action and possible methods
4.27
4.28
Recent debates about corporate governance have stressed the need to define more
clearly the role of the board of directors in preparing the financial statements. The
issue is however much more complicated and extends to defining the role of all
parties involved in the financial reporting process (board of directors, supervisory
board, general meeting of shareholders, auditor). In order to improve the system of
checks and balances within the company, more attention should be paid to issues such
as the creation of an audit committee and the establishment of a proper functioning
system of internal control.
It is difficult to deal at EU level with matters of corporate governance : past efforts to
harmonise law on the structure of the company have not succeeded. In order to
contribute to the debate at national level, it might be useful to consider a
Recommendation at EU level on possible ways to improve the present system of
corporate governance, especially in as far as it relates to financial reporting. It would
then be up to Member States to initiate any necessary legislative action at national
level.
The role of governmental and professional bodies
Quality control
4.29
4.30
4.31
4.32
4.33
In accordance with the Eighth Directive, auditors must be approved by an authority
designated by Member States. This authority must see to it that the persons approved
as statutory auditors satisfy all the requirements imposed by the Directive and that
they carry out audits in accordance with the principles of professional integrity and
independence.
Most Member States have delegated the authority to approve the statutory auditor to
one or more professional associations. In such cases, it is important that these
associations also supervise the way in which their members conduct the audit. Most of
these associations have developed professional rules describing the way in which the
audit has to be carried out. These auditing standards are often inspired by the
standards developed by IFAC. This is not, however, the case in all Member States and
these auditing standards, where they are applied, are in most cases only a
recommendation and not a legal requirement. There is at this stage therefore no
guarantee that the statutory audits carried out by professionals approved on the basis
of the Eighth Directive are of equivalent quality.
Similarly, the way in which professional associations supervise their members is not
the same. While some associations have organised peer review systems, whereby the
work of an auditor is at regular intervals reviewed by another auditor, other
associations have set up a special unit responsible for reviewing the way in which
members carry out statutory audits. Here again, there is no guarantee that quality
review systems in the various Member States are equivalent, or even adequate.
Some Member States have decided not to delegate the authority to approve auditors
to a professional association but have this task carried out by a Ministry or by another
body, such as a Chamber of Commerce. In this case too, appropriate arrangements
need to be made to ensure that there is quality control and that actions are undertaken
in cases where the auditors do not carry out their tasks in accordance with the
principles of professional integrity and independence.
In most Member States, special audit requirements apply to companies in the financial
sector which are subject to prudential control by a competent authority. These
additional requirements have been set up to ensure the protection of investors and
110
policyholders. In addition, Member States may authorise exchanges of information
under strict conditions and between the competent authorities of the financial sector
and the professional body of the statutory auditor, according to paragraphs 1 and 2 of
Article 4 of Directive 95/26/EC.
Priorities for action and possible methods
4.34
4.35
4.36
5
The absence of a legal requirement at EU level that all statutory audits conducted on
the basis of Community law must be carried out on the basis of an agreed set of
auditing standards is a handicap for the Single Market and in the international context.
It should be examined whether the standards on auditing developed by the
International Auditing Practices Committee of the International Federation of
Accountants and already applied to a certain extent in most Member States could
provide a possible basis for agreed standards at EU level. As with international
accounting standards, it would seem necessary to devise a mechanism to determine
whether existing IFAC standards meet European requirements and to ensure increased
European influence in the development of international auditing standards.
Such a mechanism at EU level could bring together all parties involved at national
level in the definition of auditing standards and could discuss all relevant auditing
matters. It would be important that an assurance be obtained that any auditing
standards agreed upon at EU level were actually being followed in practice at national
level. This might be difficult to achieve without giving those standards some kind of
legal backing.
Even if a code of principles on auditor independence and a core set of auditing
standards can be agreed upon, the system will only be effective if the standards are
enforced and if there is appropriate quality control. If a mechanism were set up at EU
level, as suggested above, one of its tasks could also consist in examining the way in
which quality control in the audit field is assured in the various Member States.
Within the context of the Single Market, it is also important that the regulatory
authorities in Member States communicate with each other. The rules of professional
secrecy should not present any obstacle to this.
AUDITOR'S CIVIL LIABILITY
Towards a limited liability ?
5.1
5.2
5.3
Professional liability is an important issue for auditors. In some Member States, audit
firms have been made responsible in a number of cases for amounts which were
disproportionate with the audit fee and with the auditor's direct responsibility for the
financial failure. The auditor usually disposes of professional indemnity insurance and
there is a tendency to sue by preference the party whose professional liability has
been insured.
There are major differences as to the liability regime of the statutory auditor within
the EU. In some Member States, there exists a legal civil liability cap, limiting the
amount of damages that the statutory auditor might have to pay in the case of
litigation. In other Member States, auditors can limit their liability by contract.
Differences also exist regarding the possibility for the courts to limit the amount of
damages in the case of litigation.
Various suggestions have been made in order to arrive at a regime which could be
regarded as more equitable to the auditor. These suggestions include the
generalisation of a legal liability cap, the possibility for the auditor to limit his
liability by contract, the incorporation of the audit firm into a limited liability
company, the introduction of proportional liability and the introduction of mandatory
professional insurance for auditors and for directors.
111
5.4
5.5
The original proposal for a Fifth Company Law Directive provided for unlimited
liability of the statutory auditor to third parties. The amended proposal contains no
provision directly imposing upon the statutory auditor a liability to third parties, but
provides for liability of the auditor only to the audited company, stating that these
provisions do not in any way exclude an auditor's liability to shareholders and third
parties under the general private law of the Member States. During the negotiation of
this proposal in the Council of Ministers working group, the text was further clarified
by stating that it is up to the Member States to regulate the civil liability of the
persons responsible for the statutory audit so as to ensure that compensation is made
for any damage sustained by the company, any shareholder or third party as a result of
wrongful acts committed by the auditors in carrying out their duties. Member States
could however allow the limitation by law or by contract of the civil liability to the
audited company on the basis of negligence. Discussions on the Fifth Directive were
however discontinued in 1991.
Meanwhile, it cannot be denied that the existence of different liability regimes in
Member States has internal market consequences. As a result of an extensive liability
regime, audit firms may avoid high-risk clients or even entire industries, calling into
question the very rationale for a compulsory statutory audit. Costs of statutory audits
to clients in highly litigious Member States may be higher than elsewhere. Insurance
premiums throughout the EU might become more expensive as a result of litigation in
some Member States. This might lead to a further concentration of the audit market in
the hands of a limited number of audit firms. To the extent that there exists a legal or
contractual liability cap only in some Member States, there might be a tendency to sue
the auditor preferably in those Member States where there is no such liability cap.
Priorities for action and possible methods
5.6
5.7
6
There can be no doubt that the clarification of the role and the position of the
statutory auditor would have a positive effect on the assessment of his liability in the
case of an audit failure. Whilst there does not seem to be a reason to confine the
liability of the auditor to the audited company - as the statutory audit has been
required in the public interest - it would seem reasonable that the liability of the
auditor should be limited to amounts which reflect his degree of negligence.
Action at EU level in this field is likely to be difficult. The audit profession is not the
only profession which is struggling with problems of liability. Furthermore, the legal
traditions in Member States in the area of civil liability are quite different. It is for
consideration whether the negative effects of a continuation of differences in the
regulation of audit liability are significant enough to justify EU action, considering
the difficulties which such action is likely to face and the possible discrimination
which action specific to the audit profession might entail as regards other professions.
THE STATUTORY AUDIT IN SMALL COMPANIES
The small company audit
6.1
In accordance with Article 51(2) of the Fourth Directive, Member States may relieve
small companies, as defined in Article 119, from the requirement to have their annual
accounts audited by a qualified professional. Important reasons for this exemption
were the wish not to create an additional burden for small companies but also the risks
involved in a small company audit, where the auditor can rarely rely on appropriate
9
According to article 53(2) of the Fourth Directive, the thresholds in Article 11 are reviewed every
five years by the Council on a proposal of the Commission. The next revision of the thresholds is due to
take place in 1999 and will take account of the Commission's Recommendation of 3 April 1996 concerning
the definition of small and medium size enterprises 96/280/EC.
112
6.2
6.3
6.4
6.5
6.6
internal control mechanisms. Where the exemption has been granted, Member States
must introduce appropriate sanctions in order to ensure that the annual accounts and
the annual report are prepared in conformity with the requirements of the Directive.
On the basis of Article 51 (2), most Member States have exempted small companies
from the audit requirement, although the criteria for defining a small company do not
necessarily correspond with the thresholds included in the Directive. In 1989, the
Commission proposed to require all Member States to abolish the audit requirement
for small companies. This proposal was strongly resisted by a number of Member
States. It was argued that published accounts which had not been subject to an audit
by a qualified professional could be misleading. It was also argued that the audit is in
the interest of the company itself because it provides the company with the expertise
of a qualified professional.
Considerations of independence play a lesser role in a small company where the
auditor fulfils the role both of an adviser and of an external controller. It is not
uncommon for the auditor in a small company to keep the books and records and to
audit the financial statements. This certainly raises questions as to the independence
of this professional and the usefulness of such an audit. This is the reason why some
Member States forbid the auditor to be involved in the preparation of the financial
statements of the company which he audits. In practical terms, this means that the
company will have to pay for the services of two different experts, one expert who
keeps the books and records and prepares the financial statements and another expert
who carries out the statutory audit.
Some Member States have recognised the different reality of a small company audit
and have created different professions, one profession which is primarily engaged in
advising and auditing small companies and another profession which concentrates on
large companies. Other Member States have made a distinction between microcompanies and small companies, whereby micro-companies are exempted from the
audit requirement, while small companies are made subject to a so-called compilation
report, which does not give the same assurance of a full audit but still gives some
reassurance to users that the accounts have been properly kept.
Medium-sized companies fall somewhere in between the two categories. The general
feeling seems to be that these companies should still be required to have their
accounts audited by a qualified professional. In that case, the same criteria should
apply as in the case of large companies in terms of independence and audit quality.
If one considers the question whether a statutory audit is useful in the case of small
and medium-sized companies, it is important to keep in mind that there is a tendency
to use the vehicle of limited liability companies which are not subject to an audit
requirement as a means for money laundering. The question whether a company
should be subject to an audit requirement can therefore not be seen exclusively in
terms of deregulation. Arguments relating to public policy also need to be taken into
account.
Priorities for action and possible methods
6.7
7
It is for consideration whether any change in the regulatory environment at EU level
is desirable or necessary concerning the statutory audit in small and medium sized
companies. At this stage, the Commission does not consider that convincing
arguments have yet been advanced for changing the approach in the Fourth Directive
whereby Member States can exempt small companies from the statutory audit.
Moreover, it seems unlikely that Member States which require a statutory audit would
be prepared to do away with it. Similarly the case has not been convincingly made for
allowing or requiring the exemption of medium-sized companies from the audit
requirement.
GROUP AUDIT ARRANGEMENTS
113
The statutory audit in groups of companies
7.1
7.2
7.3
Consolidated financial statements portray the financial position and results of a group
as if it were a single entity. The statutory audit of consolidated financial statements
should be carried out with no impediments and obstacles greater than those
encountered in the statutory audit of the financial statements of a single legal entity.
With the increasing complexity of international business and the ease with which
funds can be transferred from country to country, it is of increasing importance that
the statutory auditor of a group has a total picture of the significant activities within a
group. This can be difficult in the case of groups having operations in more than one
jurisdiction.
In practice, difficulties arise because there are no specific rules which offer guidance
in the case of group audits. It is sometimes difficult for the group auditor to obtain
information from the management and the auditors of the group companies which he
does not audit. He may receive audited financial statements for the individual
subsidiary undertakings, but he is not in a position to question the underlying
rationale for the accounting treatment of transactions reflected in the financial
statements. The group auditor may not have a total picture of the significant activities
within the group. Difficulties may also arise due to the rules of professional secrecy.
Possible solutions to these problems have been advanced : joint audit appointments,
the development of a comprehensive and integrated standard on group audits, the
granting of full access to all information necessary for the group auditor to carry out
his tasks and the appointment of a single statutory auditor to all group companies.
Priorities for action and possible methods
7.4
8
The conduct of a statutory audit of consolidated financial statements could be further
examined to see to what extent the issues can be dealt with without legislative action.
The mechanism which might be set up at EU level in order to examine the question of
auditing standards (see paragraph 4.35 above) might usefully look at this subject. In
the absence of clear guidance at international level, an attempt might be made to
develop at EU level a set of principles which could guide the group auditor in this
matter.
THE FREEDOM OF ESTABLISHMENT AND THE FREEDOM TO PROVIDE
SERVICES
8.1
8.2
The Commission studies previously mentioned, have shown that there is at present no
European market for audit services. National audit markets in the EU mainly function
as separate markets, notwithstanding the fact that some forms of intra-Union trade in
audit services exist. Although the different laws and regulations may not constitute an
absolute barrier to intra-Union trade in audit services, they do make establishment or
services offered across borders more costly and / or less effective and therefore less
likely.
To the extent that an equivalent level of audit quality is established in all Member
States and to the extent that proper arrangements can be found which ensure that the
audit carried out in a particular Member State by a foreign individual or firm is
surrounded with guarantees which are at least equivalent to those which surround an
audit carried out by a local professional it should be possible to make progress in the
direction of an internal market for audit services.
Freedom of establishment and freedom to provide services for individuals
114
8.3
8.4
8.5
The freedom of establishment of an individual statutory auditor in another Member
State has been achieved, to a substantial extent, through Directive 89/48/EEC on the
mutual recognition of professional qualifications. Auditors who wish to practice in
another Member State, must acquire the qualification of this Member State but are
exempted from following the complete educational programme. They can obtain this
qualification, provided they pass an aptitude test. A possible alternative to
establishment in most Member States is to delegate audit work in another Member
State to an auditor established in that Member State. As this auditor would remain
liable for the statutory audit, this solution is not in fact often practised. The Mutual
Recognition Directive has only had a limited impact in the case of statutory auditors
in that only a small number of auditors have been approved under this regime.
Impediments to freedom of establishment come from the regulatory bodies of some
Member States which stipulate that their auditing laws and regulations also apply to
their auditors working in another Member State, even though these persons have been
approved to perform audit work under the law of the host country. In order to be able
to work simultaneously in each of the two countries, such persons must respect, at the
same time, the rules of the regulatory bodies of both countries, which can sometimes
be impossible. A possible solution would be the adoption by the profession and the
authorities, of a code of conduct proposing rules in cases of conflict between the
home Member State and the host Member State.
As far as the freedom to provide cross-border audit services is concerned, most
Member States require individual professionals to have a professional establishment
on their territory. This requirement results from the need to maintain an active
monitoring of the professionals concerned so as to guarantee the quality of the
services they provide. It has been argued that where a professional auditor possesses
the title of the host Member State and respects the regulations of that country when
practising there, the obligation to have a professional establishment on the territory of
the country is an unnecessary burden. In this respect, the jurisprudence of the
European Court of Justice in the Ramrath case supports the argument that a Member
State can require a mere infrastructure and a certain effective presence of the statutory
auditor. As the study carried out for the Commission in 1996 points out, in those
Member States where there is no restriction on the delegation of audit work, the
foreign auditor can work under the responsibility of a national auditor in the host
country.
Freedom of establishment and freedom to provide services for audit firms
8.6
8.7
Freedom of establishment can first of all be exercised through the creation of a
subsidiary in another Member State. The creation of a subsidiary by a foreign audit
firm or for that matter the creation of an audit firm by foreign professionals is made
difficult by the fact that national laws and regulations directly restrict the
opportunities for foreign auditors to establish an audit firm. As the study carried out
for the Commission in 1996 points out, almost all Member States require that (more
than) the majority ownership and/ or (more than) the majority of management needs
to be in the hands of national statutory auditors. In addition, in some Member States,
other legal forms than partnerships and sole proprietorships are not allowed. This
limits the possibility of the separation of ownership and management of audit firms.
Compared to the provisions of the Eighth Directive, most Member States have
established stricter laws and regulations on the ownership, management and control of
audit firms. First, according to the Eighth Directive, audits may be carried out both by
natural persons and firms of auditors which may be legal persons or other types of
company, firms or partnership. Second, regarding ownership and management, the
Eighth Directive only requires a majority to be in the hands of statutory auditors. In
the case of management, the majority needs to be national auditors or auditors who
have furnished proof of the legal knowledge required for purposes of the statutory
115
8.8
8.9
auditing (Article 2(1)(b)(iii)). In the case of ownership, the majority may consist of
statutory auditors from other Member States (Article 2(1)(b)(ii)). A number of
Member States require that the capital of an audit firm should be held entirely by
natural or legal persons (individuals or firms) having the local statutory auditor title.
In the same way, many Member States have interpreted Article 2 (1)(b)(ii) of the
Eighth Directive in such a way that a majority of the voting rights in an audit firm
must be held by natural persons or firms of auditors who are approved under the law
of the host country.
Similar problems arise when an audit firm wants to create a branch in a host Member
State. An additional problem in this context results from the fact that some Member
States have limited the number of legal forms which an audit firm can take. This may
have as a consequence that a foreign audit firm which has a legal form which is not
allowed by the law of the host country cannot create a branch in that country.
As far as the freedom to provide cross-border audit services is concerned, the same
problems described above may arise when a foreign audit firm wishes to carry out a
statutory audit in a host country where it does not possess an establishment.
Priorities for action and possible methods
8.10
8.11
8.12
8.13
9
Despite the public interest considerations involved in the statutory audit, there is no
convincing reason why the Treaty provisions on freedom of establishment and
freedom to provide services should not fully apply to the trade in audit services.
Freedom of establishment (and to provide services) of individual statutory auditors is
already dealt with through Directive 89/48/EEC. Some problems remain. For
example, retaining the home country title after having obtained the host country title,
and possible differences in the scope of activity between the Member State of origin
and the host Member State. These problems could be further examined within the coordinators group set up by Directive 89/48/EEC, possibly in combination with the
Contact Committee on the Accounting Directives, which is responsible for the Eighth
Directive and in close co-operation with national professional associations of
auditors.
Freedom of establishment for professional firms through the creation of a subsidiary
remains problematic because many Member States have established laws and
regulations which are more restrictive than those in the Eighth Directive. Member
States should be asked to remove those national requirements exceeding those of the
Eighth Directive. In this context, there is a need to clarify the meaning of Article 2 of
the Eighth Directive in order to prevent it from being interpreted too narrowly. Such
clarification should take place after consultation of the Contact Committee on the
Accounting Directives. To the extent that Member States have adopted national
dispositions which contain a discrimination on the grounds of nationality or nonjustified restrictions to the right of establishment, action will be promptly undertaken
in order to ensure respect for the provisions of the Treaty.
Without prejudice to the direct application of the relevant provisions of the Treaty,
for the freedom of establishment for professional firms through the creation of a
branch as well as for the freedom to provide cross-border audit services further
initiatives may be needed. These could take the form of a specific Directive which
complements Directive 89/48/EEC, as in discussion between the Commission and the
profession.
CONCLUSION
9.1
This paper cannot deal exhaustively with the many sometimes very complicated
issues which surround the audit function. The matters dealt with are those which are
considered particularly relevant in the context of the Single Market.
116
9.2
9.3
9.4
9.5
In suggesting possible priorities for future action, particular attention has been given
to the principles of subsidiarity and proportionality, as enshrined in the Maastricht
Treaty. In conformity with the Communication on "Accounting Harmonisation : A
new strategy vis-à-vis international harmonisation", preference is given to an
approach which will allow a more coherent European view to be effectively expressed
in the international debate.
The underlying goal of this initiative is to contribute to a general raising of the level
of auditing in the EU, which will ultimately benefit to all parties concerned with the
life of companies.
Please send comments to European Commission - DG XV - D/3 - Financial
Information and Accounting Standards - 200, rue de la Loi - 1049 Brussels - Belgium
- ( Internet address [email protected]) - before 20 December 1996.
Comments received before 18 October 1996 will be taken into account in the
preparation of the Conference to be held on 5/6 December 1996 in Brussels on this
subject.
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liability of the statutory auditor within the European Union, final report of the study, MARC,
March 1996, Maastricht.
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Auditor in the European Union / Rôle, Statut et Responsabilité du Contrôleur Légal des
Comptes dans L'Union Européenne, Fédération des Experts Comptables Européens, JanuaryJanvier 1996, Bruxelles.
Fédération des Experts Comptables Européens, The Role, Position and Liability of the Statutory
Auditor in the European Union. Appendices / Rôle, Statut et Responsabilité du Contrôleur
Légal des Comptes dans L'Union Européenne. Annexes, Fédération des Experts Comptables
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The Institute of Chartered Accountants of Scotland, Auditor's Liability, Recommendations of a
Working Party established by The Institute of Chartered Accountants of Scotland, November 1994,
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117
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Research Committee of The Institute of Chartered Accountants of Scotland, The Institute of
Chartered Accountants of Scotland, 1993, Edinburgh.
Report of the Committee on The Financial Aspects of Corporate Governance a Code of Best
Practice (Cadbury report), Burgess Science Press, December 1992, London.
Derek Ridyard, Jean de Bolle, Competition in European Accounting, National Economic
Research Associates (NERA), Lafferty Publications 1992.
The Financial Reporting Commission, Report of the Commission of Inquiry into the
Expectations of Users of Published Financial Statements, The Institute of Chartered
Accountants in Ireland, January 1992, Dublin.
Archer, S., McLeay, St. and Dufour, J.B., Audit Reports on the Financial Statements of
European Multinational Companies: a Comparative Study, The Institute of Chartered
Accountants in England and Wales, June 1989, London.»
Algunos datos con relación a América del Norte
Ya hemos indicado como en Europa existe la figura de la fiscalización por síndicos, incluso en
Inglaterra. La situación en América del Norte es algo distinta.
En Canadá la ley - Canada Business Corporations Act - contempla la figura del auditor. Las
normas regulan su independencia, la forma de nombrarlo, los casos en que no es necesario tener
auditor, la cesación de sus funciones, la forma de removerlo, la manera de llenar las vacantes, los
casos en que su nombramiento corresponde a la Corte, es decir, al juez, la obligación de avisarle
de las reuniones de la asamblea, contempla reglas sobre su examen, su derecho a informarse, la
necesidad de que la corporación tenga un comité de auditoría, la confidencialidad de sus
pronunciamientos y reportes.
En México la ley contempla la figura del comisario, que puede ser uno o varios.
La situación es bien diferente en los Estados Unidos de América. Felipe de Solá Cañizares, en su
Tratado de Sociedades por Acciones en el Derecho Comparado - Tipográfica Editora Argentina
S.A., Buenos Aires 1957, Tomo I, página 418 - manifestó:
«(...) La fiscalización tiene lugar en los Estados Unidos en forma distinta que en los países de civil
law e incluso que en el derecho inglés. La fórmula inglesa típica de la fiscalización por auditors
designados por la asamblea de accionistas no se practica en los Estados Unidos, aun cuando con
frecuencia los balances de las grandes sociedades son revisados por peritos contables, pero estos
revisores son designados por los propios directores y no por los accionistas. De modo que hemos
de prescindir del sistema de fiscalización privada por comisarios o síndicos, que prescriben las
leyes de otros países, porque no lo prescriben las leyes estadounidenses.
También prescindiremos de lo que podríamos denominar fiscalización judicial, cuando los
tribunales entienden de actos de directores o decisiones de la asamblea, pues se trata no de un
sistema legislativo de fiscalización sino de actuaciones de derecho común de los tribunales ante una
infracción legal o un acto de abuso de poder.
118
En realidad, la fiscalización de la sociedad en Estados Unidos comprende tres aspectos: la
fiscalización individual del accionista, la fiscalización estatal en virtud de las blue sky laws, y la
fiscalización federal en virtud de las leyes federales que se han promulgado a partir de 1933. (...)»
Así pues, en principio no existe un órgano dentro de las sociedades que cumpla funciones de
vigilancia de los administradores. La auditoría de los estados financieros es, por regla general,
voluntaria. Por ejemplo, en el número 607.1620 del Florida Business Corporation Act (1993) se
lee:
«(...) (2) If the annual financial statements are reported upon by a public accountant, his report must
accompany them. If not, the statements must be accompanied by a statement of the president or the
person responsible for the corporation´s records:
(a) Stating his reasonable belief whether the statements were prepared on the basis of generally
accepted accounting principles and, if not, describing the basis of preparation; and
(b) Describing any respects in which the statements were not prepared on a basis of accounting
consistent with the statements prepared for preceding year. (...)»
Sin embargo, lo anterior no quiere decir que en dicho país no existan leyes que obliguen la
práctica de una auditoría. Lo que sucede es que la obligación en cuestión está prevista en leyes
de diferente naturaleza. Así, por ejemplo, los emisores de valores, de acuerdo con la ley, deben
someter sus estados financieros a una auditoría.
En la década de los años 80, las normas profesionales replantearon las obligaciones de los
auditores en materia de fraude y error, actos ilegales del cliente y control interno, entre otras.
También se expidieron normas sobre auditoría de cumplimiento.
En cuanto al alcance de las auditorías obligatorias son procedentes las siguientes reglas,
contenidas en el Private Securities Litigation Reform Act of 1995:
«(...) SEC. 301. FRAUD DETECTION AND DISCLOSURE.
(a) In General. -- The Securities Exchange Act of 1934 (15 U.S.C. 78a et seq.) is amended by
inserting immediately after section 10 the following new section:
“SEC. 10A. AUDIT REQUIREMENTS
“(a) In General. --Each audit required pursuant to this title of the financial statements of an
issuer by an independent public accountant shall include, in accordance with generally
accepted auditing standards, as may be modified or supplemented from time to time by the
Commission -“(1) procedures designed to provide reasonable assurance of detecting illegal acts that
would have a direct and material effect on the determination of financial statement
amounts;
“(2) procedures designed to identify related party transactions that are material to the
financial statements or otherwise require disclosure therein; and
“(3) an evaluation of whether there is substantial doubt about the ability of the issuer to
continue as a going concern during the ensuing fiscal year.
119
“(b) Required Response To Audit Discoveries.-“(1) Investigation and report to management.-- If, in the course of conducting an audit
pursuant to this title to which subsections (a) applies, the independent public accountant
detects or otherwise becomes aware of information indicating that an illegal act (whether
or not perceived to have a material effect on the financial statements of the issuer) has or
may have occurred, the accountant shall, in accordance with generally accepted auditing
standards, as may be modified or supplemented from time to time by the Commission-“(A)
(i) determine whether it is likely that an illegal act has occurred; and
(ii) if so, determine and consider the possible effect of the illegal act on the
financial statements of the issuer, including any contingent monetary effects, such as
fines, penalties, and damages; and
“(B) as soon as practicable, inform the appropriate level of the management of the
issuer and assure that the audit committee of the issuer, or the board of directors of the
issuer in absence of such committee, is adequately informed with respect to illegal acts
that have been detected o have otherwise come to the attention of such accountant in
the course of the audit, unless the illegal act is clearly inconsequential.
“(2) Response to failure to take remedial action.-- If, after determining that the audit
committee of the board of directors of the issuer, or the board of directors of the issuer in
the absence of an audit committee, is adequately informed with respect to illegal acts that
have been detected or have otherwise come to attention of the accountant in the course of
the audit of such accountant, the independent public accountant concludes that-“(A) the illegal act has a material effect on the financial statements of the issuer;
“(B) the senior management has not taken, and the board of directors has not caused
senior management to take, timely and appropriate remedial actions with respect to the
illegal act; and
“(C) the failure to take remedial action is reasonably expected to warrant departure
from a standard report of the auditor, when made, or warrant resignation from the
audit engagement; the independent public accountant shall, as soon as practicable,
directly report its conclusions to the board of directors.
“(3) Notice to commission; response to failure to notify.-- An issuer whose board of
directors receives a report under paragraph (2) shall inform the Commission by notice not
later 1 business day after the receipt such report and shall furnish the independent public
accountant making such report with copy of the notice furnished to the Commission. If the
independent public accountant fails to receive a copy of the notice before the expiration of
the required 1 - business - day period, the independent public accountant shall -“(A) resign from the engagement; or
“(B) furnish to the Commission a copy of its report (or the documentation of any oral
report given) not later than 1 business day following such failure to receive notice.
“(4) Report after resignation.-- If an independent public accountant resigns from a
engagement under paragraph (3) (A), the accountant shall, not later than 1 business day
following the failure by the issuer to notify the Commission under paragraph (3), furnish to
the Commission a copy of the accountant’s report (or the documentation of any oral report
given).
120
“(c) Auditor Liability Limitation.-- No independent public accountant shall be liable in a
private action for any finding, conclusion, or statement expressed in a report made pursuant to
paragraph (3) or (4) of subsection (b), including any rule promulgated pursuant thereto.
“(d) Civil Penalties in Cease - and - Desist Proceedings.-- If the Commission finds, after notice
and opportunity for hearing in a proceeding instituted pursuant to section 21C, that an
independent public accountant has willfully violated paragraph (3) o (4) of subsection (b), the
Commission may, in addition to entering an order under section 21C, impose a civil penalty
against the independent public accountant and any other person that the Commission find was a
cause of such violation. The determination to impose a civil penalty and the amount of the
penalty shall be governed by the standards set forth in section 21B.
“(e) Preservation of Existing Authority.-- Except as provided in subsection (d), nothing in this
section shall be held to limit or otherwise affect the authority of the Commission under this
title.
“(f) Definition.-- As used in this section, the term “illegal act” means an act or omission that
violates any law, or any rule or regulation having the force the law.”
(b) Effective Dates.-- The amendment made by subsection (a) shall apply to each annual report-(1) for any period beginning on or after January 1, 1996, with respect to any registrant that is
required to file selected quarterly financial data pursuant to the rule or regulations of the
Securities and Exchange Commission; and
(2) for any period beginning on or after January 1, 1977, with respect to any other registrant.
(...)»
La cita, bien reciente por cierto, demuestra que en Estados Unidos si existe auditoría obligatoria,
que las reglas aplicables para realizarla pueden ser modificadas o adicionadas por la Autoridad,
que es necesario estar atento de los posibles actos ilegales, que estos deben denunciarse incluso a
la SEC, la cual puede imponer multas si se incumplen las normas legales.
Postulados básicos de una auditoría
Gracias a la amable colaboración de los contadores públicos Gabriel Suárez Cortés y Alberto
Carrillo Leisser llegó a nuestras manos hace un tiempo una traducción parcial que este hiciera del
libro Philosophy and Principles of Auditing, An Introduction, escrito por David Flint y editado
en Hong Kong en 1988 por MacMillan Education Ltd. Flint justifica la auditoría en la necesidad
de responsabilizar a quien debe rendir cuentas. Y formula una serie de postulados, con el
propósito de que sobre ellos se construya una teoría de auditoría. En el capítulo II, titulado
Postulados Básicos se lee:
«(...) Se proponen, por tanto, sobre esas premisas los siguientes postulados básicos como marco y
fundamento definidos para la formulación de una teoría de auditoría y de los correspondientes
principios para su ejecución.
1. La condición primordial para una auditoría es que exista:
(a) O bien una relación de responsabilidad reconocida entre dos o más partes, en el sentido de que
hay un compromiso de conducta o desempeño aceptable que una parte debe a otra u otras partes;
121
(b) O bien la necesidad de una parte de establecer la confiabilidad y credibilidad de la información
por la cual es responsable, información que se espera será usada y será fundamento de confianza por
un grupo o grupos cuya membresía puede no ser constante o individualmente identificable, lo cual de
hecho produce una relación de reconocimiento de responsabilidad;
(c) O bien la atribución de una dimensión de interés público a la calidad de la conducta o desempeño
de alguno, con la consiguiente situación de reconocimiento de responsabilidad pública;
(d) O bien la necesidad o deseo de establecer la autenticidad de información dada o aserciones
hechas por algunos, con la intención o el efecto probable de influir sobre las acciones de miembros
no especificados del público en general o de una sección del mismo, produciendo de hecho una
situación de reconocimiento de responsabilidad.
2. El sujeto de reconocimiento de responsabilidad es demasiado remoto, demasiado complejo y/o
demasiado significativo para que pueda demostrarse el cumplimiento de la responsabilidad sin
mediar proceso de auditoría.
3. Son características distintivas esenciales de la auditoría la independencia de su gestión y la
ausencia de limitaciones sobre investigaciones y reportes.
4. El elemento sujeto a auditoría, por ejemplo comportamiento, desempeño o logro, o el registro
de eventos o estado de los negocios, o la exposición de hechos relativos a cualquiera de estos
puntos, es susceptible de verificación por evidencia.
5. Es posible fijar estándares de responsabilización, por ejemplo de comportamiento, desempeño,
logro y calidad de información, para aquellos sujetos a responsabilización; la realidad en cuanto
a comportamiento, desempeño, logro, calidad, etc., puede ser medida y comparada con dichos
estándares mediante criterios conocidos; y el proceso de medida y comparación requiere
destreza especial y el uso de criterio.
6. El significado, la importancia y la intención de los estados financieros y otros datos auditados
son suficientemente claros para que la credibilidad que se le dé como resultado de la auditoría
pueda ser claramente expresada y comunicada.
7. La auditoría produce un beneficio económico o social. (...)»
Algunas ideas fundamentales
Visto todo lo anterior, que no es más que un acopio de datos de aquí y allá, que bien puede ser
mejorado, ya porque se complemente, ya porque se corrija, finalmente debemos intentar formular
algunas ideas fundamentales que sirvan de punto de partida para un pretendido marco conceptual
de la revisoría fiscal, al menos desde una perspectiva jurídica.
Supuestos
Necesariamente una institución legal, como lo es la revisoría fiscal, debe fundarse en ciertos
hechos que la justifiquen. En mi entender, al menos en el mundo contemporáneo, esos supuestos
son:
1. La existencia de una actividad fiduciaria, o de confianza, por cuya virtud una parte administra
bienes ajenos en beneficio de terceros. Tal es, precisamente, el caso de los administradores de
122
las sociedades en frente de los dueños del capital. Esa situación implica esencialmente el
deber de dar cuenta comprobada del estado de los bienes así fideicometidos y de la gestión
realizada.
2. La difusión de información a terceras personas, identificadas o no, con el fin de provocar o
sustentar decisiones por parte de los receptores de tal información.
3. En cualquiera de los dos casos anteriores, la existencia de barreras jurídicas, económicas,
sociales u organizacionales, que hacen imposible o inconveniente que los destinatarios de las
cuentas o de la información constaten su veracidad por sí mismos. Entre las barreras jurídicas
ocupa papel de primordial importancia la institución del secreto o reserva, que se deriva del
derecho fundamental a la intimidad.
Connotación de interés público
Ahora bien: no basta que en un caso concreto se den o realicen los supuestos que se acaban de
enumerar. Es necesario, además, que la aprobación de las cuentas o la confianza en la
información revista interés público. Si no fuera así, no tendría sentido tornar en obligatoria la
presencia de la fiscalización. Ese interés público es, en últimas, identificado y medido por el
legislador de turno. Es asunto de política jurídica. En general, las legislaciones atribuyen interés
público a la prestación de servicios esenciales, a la intervención en el mercado de capitales y en
el de valores y a la presentación de denuncios o declaraciones destinadas a servir de base para la
liquidación de tributos.
En el caso colombiano, si hemos de juzgar por los eventos en los cuales la Constitución
contempla la llamada fiscalización administrativa, podemos considerar que existe una previa y
máxima calificación de interés público respecto de múltiples formas organizativas y actividades,
tales como los servicios de salud, la educación, la calidad de los bienes y servicios, la
información que se suministre al público con el fin de comercializar aquéllos, la organización y
el proceso electoral, los servicios públicos, la actividades financiera, bursátil, aseguradora y
cualquier otra que implique el manejo, aprovechamiento o inversión de recursos captados del
público, las sociedades comerciales, las cooperativas, las instituciones de utilidad común, el
Banco de la República…
La calificación de interés público reclama el tratamiento legislativo de la institución, tratamiento
que de suyo supone una restricción de la libertad de los habitantes de un país. El interés público,
su guarda y satisfacción, es lo propio de lo jurídico. Si se considera bien este punto se entenderá
por qué siempre habrá cierto grado de intervencionismo estatal en la organización y supervisión
de la fiscalización.
El hecho de que la revisoría fiscal se establezca por motivos de interés público no quiere decir
que necesariamente a ella se asignen o correspondan funciones públicas o, mejor, estatales. Es
que toda la legislación, al menos si se hace conforme a la teoría y a la técnica de la ciencia del
derecho, se produce por motivos de interés u orden público. Incluyendo en ello el llamado
derecho privado, que lo es porque está llamado a regular relaciones en las que no participa el
Estado, y no porque en él no esté implícito un interés público.
La concepción que se tenga del Estado influye decididamente en la organización de la
fiscalización mediante síndicos. Si se piensa que ella corresponde directa y exclusivamente al
Estado, los síndicos resultarán en auxiliares de él. Si se piensa que el Estado debe limitarse a
123
establecer reglas para la organización y funcionamiento de la fiscalización, pero que no es
menester que él la ejecute sino que la vigile, los síndicos serán expresiones no gubernamentales.
Esta segunda perspectiva suele ser la común en las legislaciones. Y es en ésta que tiene cabida la
figura de la colaboración, o complementariedad, que consagran nuestras normas y que reclaman
las autoridades que ejercen inspección, vigilancia o control sobre los particulares. Claro que si,
so pretexto de la colaboración, de hecho al fiscalizador se le convierte en auxiliar del Estado, se
estará en frente de una torcida forma de entender y aplicar el Derecho.
Confianza pública
La institución de la fiscalización descansa en la confianza pública. En la credibilidad que se le de
a su intervención y a sus pronunciamientos. La confianza pública es la base del beneficio social o
económico que Flint postula para la auditoría.
La confianza pública es distinta de la fe pública. Esta es una institución relacionada con aquella,
pero mientras la confianza está en el terreno de lo sociológico, la fe pública está en el mundo de
lo jurídico.
Pienso que al menos tres variables son indispensables para que exista confianza pública respecto
del fiscalizador: (1) competencia profesional, (2) independencia y (3) objetividad.
La competencia profesional
Definida una situación como de interés público y realizados los supuestos que hacen necesaria la
intervención de un fiscalizador, se sigue necesariamente la exigencia de que éste sea competente
para realizar la tarea. Competencia que se mide en tres dimensiones: (1) conocimientos, (2)
actitudes y (3) habilidades.
Atrás van quedando los eventos en que se consideró que cualquiera podría ejercer la
fiscalización. En el complejo y cambiante mundo de hoy es indispensable contar con preparación
adecuada, con actitud imparcial, con cierto escepticismo, con destreza para realizar la tarea. Ya
hemos visto como este asunto es de tan vital importancia que fue escogido para iniciar el proceso
de armonización europea.
La definición de la profesión en cuestión es asunto de relación. Es decir, debe haber consonancia
entre la fiscalización que se pretende desarrollar y la competencia que se exige al fiscalizador.
Primero se debería definir la tarea y luego quién es competente para ella y no al revés.
De la profesionalización fluye necesariamente la aceptación de la teoría y la técnica que
corresponda al elegido, pues mal puede esperarse que cumpliendo con ciertas condiciones se
desempeñe bajo parámetros que le sean ajenos.
En otras palabras: la elección de una profesión tiene consecuencias delimitadoras para la
institución, en cuanto ésta queda subordinada a la forma de pensar y de hacer del profesional en
cuestión. Lo que, a su vez, significa que la frontera final queda definida por los límites de la
ciencia subyacente. Ciencia que, como fenómeno humano, no es un sistema estático, sino que día
124
a día se renueva a partir de su propio cuestionamiento, desembocando en nuevas y más complejas
formas de pensar y hacer.
Mas lo anterior no significa que el ejercicio profesional sea metajurídico. No puede serlo, porque
también en ello hay un triple interés público: la defensa del usuario, la defensa del profesional y
la defensa de la profesión en sí misma considerada.
En otras oportunidades hemos explicado que existen ciertos estadios que deben recorrerse para
formular adecuadamente una norma jurídica: empezando por los asuntos propios de la sociología,
pasando por el de las ciencias, filtrando sus pareceres con el crisol de lo político, para llegar,
finalmente, al estadio de construcción y manifestación de la norma, que corresponde a la técnica
jurídica.
Si se atiende a la sociología jurídica, se advertirá que no todo asunto es o debe ser objeto de un
proceso legislativo. Solo aquéllos que intercepten con los valores jurídicos, es decir, con la
justicia, el orden, la seguridad o la paz.
Si se sopesa debidamente la necesidad de acudir a un procedimiento técnico para la formulación
de las normas jurídicas, se entenderá por qué resulta inadmisible que la creación de las fuentes
formales recaiga en manos faltas de idoneidad. Idoneidad que no radica ni puede confundirse con
la autoridad o competencia para expedir una norma. Idoneidad que tiene que ver con el dominio
de la ciencia subyacente. Es por esto, sin duda, que las legislaciones de mejor factura, dejan en
manos de los expertos la tarea de proponer y formular las reglas de derecho, aunque el Estado,
como corresponde a su esencia, permanezca vigilante y se reserve, finalmente, su adopción o
prohijamiento. Sin duda, el ejemplo de la SEC es digno de seguir, en cuanto, como ya dejamos
evidencia, tiene la capacidad de expedir normas con efecto sobre la profesión contable, pero, a lo
largo de casi 60 años, ha preferido ejercer cierta presión sicológica sobre ella, para que sea ella
misma la que resuelva las coyunturas.
Ahora bien: el estadio de lo político, el de la factibilidad y conveniencia, debe ponderar el peso
de las llamadas cargas públicas, a fin de no imponer reglas que superen aquello que sea necesario
para resolver el problema identificado sociológicamente. Debe también atender a la posibilidad
de hecho de aplicar u observar un esquema, considerando las limitaciones académicas,
económicas, sociales, etcétera. Un buen juicio político desembocará en la eficacia de la ley. Un
mal juicio en su desconocimiento y desuso.
El hacer es eminentemente técnico. Con lo que quiero advertir que no puede concebirse por fuera
de un marco teórico que, simultáneamente, es fin y límite. Así, lo técnico es también científico y
corresponde en primer lugar a los expertos.
Independencia
Desde una perspectiva ética hay que ser independiente. Desde una perspectiva meramente
jurídica hay que parecer independiente.
Desde lo ético, ser independiente es estar a salvo de cualquier hecho o situación que impida la
expresión de la verdad.
125
Desde lo jurídico, parecer independiente es asunto que corresponde a la imagen que el público
tenga del fiscalizador. No se trata aquí de establecer si el fiscalizador es independiente sino de si
el público así lo juzga. Puede ser que efectivamente el fiscalizador no sea independiente o
simplemente que se piense que no lo es; para la perspectiva jurídica es lo mismo.
Los hechos o situaciones que, basados en la experiencia o en la cultura, un pueblo asocia con la
falta de independencia, se tornan, de la mano de lo jurídico, en inhabilidades o
incompatibilidades.
El parecer independiente está en el mundo de las sensaciones, corresponde a un estado del
conocimiento, en el cual se juzga con escepticismo, con cautela, en forma más inductiva que
conclusiva.
A menudo el ser independiente no coincide con el parecer. Alguien puede ser independiente y el
público no considerarlo así. O parecer ser independiente sin serlo. Lo jurídico no puede traspasar
la apariencia, aunque con ello se incurra en error.
Se ha dicho que la independencia debe manifestarse a tres niveles: (1) libertad de criterio, (2)
libertad de acceso a la evidencia y (3) libertad de opinión. Repugnan a la independencia del
fiscalizador los hechos o normas que tiendan a condicionarlo en cualquiera de esos tres niveles.
Objetividad
La independencia no es carta blanca para expresar cualquier cosa. La independencia es condición
para que exista la objetividad, en la cual se justifica.
La objetividad no es otra cosa que la expresión de una certeza, o convicción de tener la verdad,
basada en evidencia. La objetividad, en cuanto la certeza se reputa profesional, es comprobable
por cualquiera que haga uso de la misma competencia.
La objetividad supone, entonces, tres elementos: (1) la definición precisa, única, universal y
unívoca del patrón de comparación; (2) la evidencia que soporte el juicio y (3) la coincidencia
entre lo que demuestra la evidencia y lo que se afirma.
Conducta o dato reglado
El patrón de comparación de un dato o conducta es esencial a cualquier proceso de control o de
auditoría. El fiscalizado o lo fiscalizado debe haber sido objeto de una previa estipulación de
cuándo el hacer de aquél es correcto o este admisible. Si el establecimiento de la regla de
comparación, el paradigma, es dejado en manos del fiscalizador, el proceso se torna subjetivo.
Penetraría en lo que el fiscalizador espera o desea que sea y no en lo que el público y el
fiscalizado consideran que debe ser.
El patrón debe ser asertivo. Debe poderse resolver si se cumple o no y esto debe lograrse de
manera segura, positiva. El patrón no debe admitir interpretaciones distintas u opuestas que
simultáneamente parezcan razonables.
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El patrón, en cuanto sea variable de un interés público, deberá ser universal, es decir, aceptado
por la comunidad.
Con base en una revisión de la legislación a nivel mundial, puede decirse que los patrones de lo
legal y de lo contable, se encuentran suficientemente maduros para servir de regla de
comparación. En un lenta gestación, el control interno, en la medida en que se teoriza cada vez
con mayor solvencia sobre él, ha ido decantando aserciones que permiten su evaluación en forma
objetiva. Sin embargo, en este último caso, aún queda terreno por recorrer. Otros asuntos, en mi
parecer, aunque son objeto de investigación y estandarización aún no reúnen la características
deseables.
Es clave tomar nota de los profundos cambios de concepción sobre el control interno. Aún hay
quienes siguen identificándolo con los hoy llamados procedimientos de control. Pero la teoría ya
no homologa ambos términos.
Evidencia
El juicio del fiscalizador debe ser verificable. Debe corresponder a datos comprobables y no a
meras sensaciones o apreciaciones personales.
De manera que es necesario apoyar el juicio en pruebas o evidencia.
Se dice que las calidades básicas de la evidencia son: (1) validez, (2) confiabilidad, (3)
autenticidad y (4) suficiencia.
Consistencia del informe
Finalmente, debe existir una trabazón o coherencia entre lo que se diga en el informe y lo que
demuestre la evidencia. La libertad de opinión se dirige a hacer posible esta calidad.
Los modelos prefijados de informe, en cuanto predeterminen las aserciones que necesariamente
deban hacerse, se oponen a la libertad de opinión y amenazan la consistencia.
La verdad a medias, que no es otra cosa que falsedad, los mensajes velados, la remisión a
expresiones no consultables por el usuario del informe, son formas de inconsistencia.
Vigilancia
Para comprender debidamente cuál es la finalidad de la fiscalización es necesario encuadrarla
dentro de la arquitectura de las personas jurídicas. Es necesario asumir que en virtud de la teoría
de la institución, de la cual se deriva el organicismo, a cada unidad o parte del ente corresponde
una función, propia, diferente de las que se asignan a los demás, que, sin embargo, se encadenan
de manera armónica. En otras palabras: cada uno tiene una competencia, es decir, un ámbito de
acción y responsabilidad exclusiva y excluyente.
La fiscalización no está concebida para asumir las funciones de otros, sino para vigilarlas.
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El fiscal no gobierna, ni activa ni pasivamente. El fiscal tiene como primer propósito
responsabilizar a quien gobierna, con el fin de que éste obre en debida forma. Mas, si este
propósito no se logra, el fiscal se convierte en denunciante, informando a quien corresponda de
las desviaciones advertidas, sea para que éstos se pongan en guardia, sea para que reaccionen.
La tendencia francamente mayoritaria, casi única, es la de dirigir la vigilancia sobre la conducta
de los administradores. Aunque se revisen hechos, datos, operaciones o productos, ello se hace
para evaluar la honorabilidad, diligencia y acierto de la gestión de gobierno.
Al gobierno se confía el patrimonio, en el gobierno se radican los poderes de planeación,
organización, dirección y control del ente, al gobierno se hace responsable de lo que se le confía.
Al fiscal se imputan la independencia de acción, la libertad de acceso a la evidencia, la libertad
de opinión, para que evalúe la conducta de los administradores y concluya si ella se ajusta a lo
esperado e informe de ello.
Si en lugar del gobierno se coloca el ente gobernado, sus procesos o productos, se desemboca en
un esquema diferente de fiscalización. Evidentemente son viables otros esquemas distintos del
que por centurias ha dominado el panorama legislativo, mas, por su novedad, invitarían a un
franco proceso de construcción y estandarización que no creo que las leyes puedan hacer.
Dos los valores básicos que protege la vigilancia y dos sus características fundamentales: de un
lado (1) la veracidad y la (2) diligencia del administrador, del otro la (1) oportunidad y la (2)
seguridad razonable.
La veracidad
Tanto en el estadio de la rendición de cuentas, como en el de la difusión de información, el valor
clave es la veracidad. Veracidad no es lo mismo que exactitud. Hay cosas que no admiten este
calificativo. En cambio, siempre se espera lealtad, transparencia, sinceridad, del administrador en
las cuentas que rinde, en la información que transmite.
La realidad, tal como ella puede percibirse, es decir, en la medida y manera como puede ser
captada por el ser humano, debe ser comunicada sin desfiguraciones.
El concepto de materialidad, importancia relativa o significatividad, no es un criterio opuesto a la
veracidad. La materialidad es un auxiliar indispensable de los procesos de comunicación, en los
cuales es necesario centrar la atención del receptor en lo importante, evitando distraerlo con lo
que no sea crucial.
La diligencia
Muy en contra de quienes alzan la bandera de los resultados, lo cierto es que el hombre solo es
capaz de diligencia. Es decir, el hombre está llamado a poner todos sus conocimientos y
habilidades en el logro de lo que de él se espera.
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Ahora bien: la evaluación de la diligencia está teniendo un cambio de sentido. Si antes la
vigilancia se enfocaba a evaluar la diligencia expresada en los hechos pasados, hoy la diligencia
se evalúa en términos prospectivos, es decir, el grado en que lo hecho tienda a garantizar el
futuro, la supervivencia de las organizaciones, la prevención de los riesgos y la preparación para
aprovechar las oportunidades.
No es que el pasado esté dejando de ser objeto de vigilancia. Es que ahora lo importante es
definir si ese pasado es garantía de un buen futuro.
Mucho tiempo hace que el postulado contable de empresa en marcha o continuidad, se volvió
objeto de fiscalización, tanto en cuanto es supuesto de lo informado, tanto en cuanto allí radica el
valor predictivo de la información.
La oportunidad
La oportunidad de la fiscalización, pero especialmente de sus informes, es esencial. Se trata de
ejercer una acción preventiva, que permita a los terceros protegerse a tiempo, sea esquivando el
daño, sea controlando sus efectos.
Oportunidad implica acciones asiduas, en la medida en la cual lo que no se advierte a tiempo no
se puede informar a tiempo. La oportunidad implica un mayor o menor grado de permanencia de
la vigilancia, según las circunstancias.
La oportunidad propende por una acción instantánea. Pero lograr que ello sea así está limitado,
principalmente, por la tecnología y por la ecuación costo - beneficio.
La determinación de la oportunidad descansa sobre la evaluación del nivel esperado de riesgo de
control. Es decir, por cuanto el gobierno está por sí mismo llamado a ejercer control, la
oportunidad del fiscalizador tiene que ver con el momento en que los procedimientos impuestos
o usados por el gobierno fallen.
Seguridad razonable
Lo absoluto, lo ideal, escapa del hacer y del juicio humano. El individuo no es perfecto y sus
obras tampoco lo son. Además el individuo solo controla algunas de las variables que pueden
incidir en que las cosas ocurran de cierta manera. La evaluación del futuro lleva en sí un grado de
probabilidad, no es posible garantizar lo que ha de suceder.
Por otra parte, las circunstancias de tiempo, lugar, recursos disponibles, conocimientos,
habilidades, nivel tecnológico, acceso a la información, entre otras, nos arrojan un posible hacer
que se contrapone al deber ser.
De manera que, dejando de lado la lógica formal, la humanidad entró en la era de la lógica de lo
razonable. De aquéllo que la razón considera prudente y posible. De aquéllo que la razón es
capaz de percibir o predecir con mediana certeza.
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La lógica de lo razonable propende por juicios de cara a las realidades concretas, oponiéndose a
los juicios ideales, abstractos, meramente teóricos. La lógica de lo razonable se funda en
preguntarse lo que cualquiera hubiese hecho o podido hacer.
El paso de la atestación, que versa sobre el dato, al de la seguridad razonable, que recae sobre la
conducta, tiene mucho que ver con el cambio de sentido de la evaluación de la diligencia. Porque
mientras un dato es susceptible de amplias y satisfactorias comprobaciones, el futuro solo lo es
de conjeturas, más o menos razonables.
Ahora bien: con ojos razonables, se pretende brindar a la comunidad de usuarios seguridad. La
gente debe poder confiar en lo que se le dice. Debe tener un grado satisfactorio de tranquilidad
en que puede descansar en la información u obrar con base en ella. A principios de siglo, debido
especialmente al grado de desarrollo tecnológico, era necesario pronunciarse ante la imposible
expectativa de garantizar la perfección. Los adelantos científicos cada vez hacen más posible
brindar un mayor grado de seguridad. Sin embargo, aunque cada día es más factible obrar de
asegurador, las cosas no han llegado al estado de poder brindar una seguridad absoluta. Pero, por
presión del público, la profesión contable, los auditores, han ido incrementando su compromiso
con la detección de fraudes, errores, actos ilegales o desviaciones del control, en todo aquéllo
que resulte material o significativo.
Proporcionalidad
La posibilidad de cumplir satisfactoriamente una tarea depende directamente de los poderes y
recursos que se asignen para realizarla.
La proporcionalidad, si bien como concepto es abstracta, se concretiza en forma diferente en
cada caso. El tamaño de las organizaciones, su forma de operar, su nivel tecnológico, su cultura,
las presiones a que esté sometida, la calidad e integridad de su gente, la mayor o menor
regulación que deba observar y otro gran número de variables, confluyen en la determinación de
los recursos necesarios, tanto en cantidad, como en clase, calidad y oportunidad.
De otra parte, los poderes o facultades, ya en el terreno meramente jurídico, juegan un papel
vital. Postular la libertad de acceso a la evidencia, implica la posibilidad de preguntar, de
examinar, de confirmar, poderes sin los cuales dicha independencia no pasaría del plano teórico.
Las diferencias potencialmente sujetos a la fiscalización conllevan, ineludiblemente, un esquema
suficientemente flexible, como para poder acoplarse o ajustarse a cada cual. En este sentido se
presentará, al interior de la fiscalización, una diversidad.
Responsabilidad
Este es el concepto de más fácil formulación cuando se trata de definir el marco conceptual de
una institución desde una perspectiva jurídica. Porque cualquier institución legal implica un
quehacer responsable.
La ley no es tal hasta tanto no es posible forzar su cumplimiento. Este poder solo lo tiene el
Estado. El lo ejerce directamente o, en ocasiones, indirectamente, pero en todo caso bajo su
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control. Una manifestación del ejercicio indirecto de la fuerza lícita es el derecho disciplinario de
las corporaciones, que es meramente interno, que supone un acto de adherencia, que lo convierte
en obligatorio, por mandato y deseo del legislador.
El interés publico que justifica la organización de la institución de la fiscalización reclama que
más allá de las regulaciones, el Estado garantice su cumplimiento. Esto se hace a través de los
sistemas de responsabilidad.
Tradicionalmente la evaluación de la responsabilidad se enmarcó dentro del concepto de
eficacia. En otras palabras, del cumplimiento. Pero el mundo moderno ha dado cabida a otra
aserción, que lenta, paulatinamente, viene penetrando en lo legal: la eficiencia.
El asunto ya no se circunscribe a si se hizo o no, sino, también, a cómo se hizo. El sustrato
económico del quehacer humano, caracterizado por la insuficiencia de recursos y su inadecuada
distribución, hace imperativo, por elementales razones de justicia general, propender por el
menor consumo de recursos para el logro de unos mismos propósitos.
La eficiencia de un proceso o conducta concreta es un asunto relativo. No existe un proceso
eficiente en sí mismo, sino en comparación con otro u otros. Además, el juicio de eficiencia
supone homogeneidad de circunstancias para que pueda considerarse válido. Aún el concepto
resulta difícil, en cuanto es más fácil, ante la falla, calificar de ineficiente, que sin error o daño,
estimar algo eficiente. No son pocas las veces en las cuales lo que se creía eficiente se demuestra
o comprueba ineficiente. Como si lo anterior fuera poco, lo eficiente lo es en una situación, o
conjunto de circunstancias. Cambiadas o alteradas éstas, lo eficiente puede seguir siéndolo o
dejar de serlo.
La responsabilidad apareja necesariamente el proceso, mas bien, el debido proceso, y la sanción,
sea el premio, sea el castigo. Este, a su turno, debe realizarse.
En materia del debido proceso, amen de todas las características que el Derecho se ha ocupado
de endilgarle para garantizar su justicia, en nuestro medio necesita ser adicionado con el criterio
del juez y juzgamiento por pares, es decir, que los zapateros evalúen los zapateros, de cara al
pensar y hacer de los zapateros.
En cuanto al castigo, algún día vendrá en que no sea fruto del “ojímetro”, de la política de la
autoridad de turno, sino de lo que manda y enseña la dosimetría.
Apreciaciones finales
Confío, de una parte, haber suministrado una buena base documental para reflexionar sobre la
revisoría fiscal, aunque, como ya lo dije, ella pueda ser incompleta y, por lo mismo, falta de
validez.
Confío, también, en haber apuntado a los conceptos fundamentales de la revisoría fiscal,
considerando su esquema básico mundial. No aspiro a haber agotado el asunto. Es más: el punto
de mayor complejidad, el de la vigilancia, dista mucho de haber llegado al nivel de precisión que
requiere un marco conceptual.
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Espero que en el futuro la comunidad de interesados termine por llegar a una visión de general
aceptación, lo cual ciertamente es imprescindible para la supervivencia de la institución.
Santa Fe de Bogotá, septiembre 10 de 1996.
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