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EL DELITO DE PREVARICATO Y LA DEFENSA DE LA HONRA
JUDICIAL EN EL SIGLO XIX
Salvador CÁRDENAS GUTIÉRREZ*
SUMARIO: I. Hacia una nueva imagen del juez. II. La defensa de la
honra judicial. III. Conclusión.
I. HACIA UNA NUEVA IMAGEN DEL JUEZ
El delito de prevaricato o concusión judicial en el siglo XIX es un tema en
el que se hace especialmente patente el cambio de una imagen de la judicatura esencialmente moral (arraigada en la tradición religiosa heredada de
la época virreinal) a un modelo de comportamiento más técnico, secularizado, e incluso, lúdico, por cuanto se exige del juez el apego a las reglas de
un complejo juego que forma parte de la economía procesal creada y regida por el Estado.
En algunos casos de prevaricato judicial que he revisado en el Archivo
Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la ciudad de
México, relativos en su mayoría a sentencias de juicios de amparo dictadas
a partir de 1835, se observa esta transición en un doble aspecto.
1. Tecnificación creciente de la judicatura
En la medida en que el Estado va haciéndose con el control de los procesos judiciales a través de la producción creciente de leyes que determinan los términos en que éstos deben ser planteados en los tribunales, se
produce un cambio en la mentalidad jurídica, pues el proceso se aleja de
cualquier resabio de ordalía o de autodefensa por medio de las armas, para
* Universidad Panamericana.
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transformarse en un juego de posiciones en el tablero judicial. De este
modo se verifica —gradualmente y de modo discontinuo, como todo lo
que es histórico— el paso hacia una técnica procesal, que como señalara
hace años Piero Calamandrei en su estudio El proceso como juego, se convierte en una “una competición reñida”, que no sólo consiste en tener buenas razones, “sino también en la habilidad técnica para hacerlas valer”, o
bien se transforma en “una serie de actos que se entrecruzan y se corresponden como los movimientos de un juego”.1
En una concepción como ésta el juez que desee cumplir cabalmente con
su oficio debe ajustarse ante todo a un baremo legal (reglas procesales
establecidas por el Estado) y, consecuentemente, a una visión más científica y técnica del proceso, y no únicamente a las normas deónticas o morales
contenidas en los antiguos manuales de profesiones o en los directorios de
oficios en los que se prescribían las “virtudes del juez”.
Esto no significa, por supuesto, que antes del siglo XIX, la imagen ética
del juez excluyera a la ciencia de su normativa y de sus exigencias, lo que
sucede es que, tratándose del derecho, la ciencia es un concepto que ha
sufrido variaciones conceptuales fundamentales. En el Sala Mexicano
(1849) se recogen las características del buen juez según la antigua tradición castellana sancionada por Alfonso X en la Partida III, Ley III, título
IV, en donde dice que el juez debe ser “leal e de buena fama e sin codicia
e que hayan sabiduría para juzgar los pleitos derechamente por su saber o
por uso de luengo tiempo” [sic]; y enseguida el autor del texto mexicano,
apostillando el código alfonsí y la Recopilación de Castilla en la que se
recoge la misma tradición (Ley 1a., título IX) concluye diciendo que además, se requiere en quien juzga, “ciencia, experiencia y probidad”.2
Detengamos un momento nuestra atención en estas últimas palabras,
pues el trinomio “ciencia, experiencia y probidad” requiere ser explicado
para entender mejor el itinerario de nuestras transformaciones conceptuales. La palabra “ciencia” —al igual que “experiencia”— se entiende en el
texto citado más como civilis sapientia o iurisprudentia que como ciencia
1
Calamandrei, Piero, “El proceso como juego”, publicado originalmente en Padua,
en 1950, y recogido más tarde en: Estudios sobre el proceso civil, trad. de S. Sentís Melendo,
Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa-América, 1962.
2
Sala, Juan, Sala Mexicano, o sea, La ilustración al derecho real de España … Ilustrada con noticias oportunas del derecho romano…, México, Librería del Portal de Mercaderes, 1849, t. IV, p. 30.
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legal. Se acerca más a la imagen del vir prudens, esto es, del hombre que
adquiere la ciencia (scientia) como resultado de la virtud moral y no únicamente por el conocimiento racional de unas reglas precisas y ciertas
(eruditio). Palabras como “advertencia”, “discreción”, “virtud”, “señorío”,
de uso común en la moralística bajomedieval castellana, aluden a esta imagen de la ciencia o sabiduría entendida como hombría de bien, es decir,
como el dominio de los deseos personales, con el que se consigue la libertad necesaria para ver más allá3 y llegar al fondo de las cosas (rerum cognitio
o sapientia) distinguiendo la verdad de la falsedad o el bien del mal. Este
es el sentido que tiene la citada expresión de las Partidas “sabiduría para
juzgar los pleitos derechamente”, que se corresponde con el “honeste vivere”
de la tradición latina,4 y que más tarde veremos plasmada en las primeras
ordenanzas del Juzgado e audiencia para Indias, dictadas por Fernando el
Católico en 1511, en donde dispone que haya “tres buenas personas que
sean letrados e de buena conciencia”.
El concepto moderno de “ciencia y experiencia”, en cambio, tal como
lo han estudiado García Marín5 y Mariluz Urquijo,6 se refiere al conocimiento racional de las reglas del juego judicial y administrativo establecidas por el poder político. En este sentido la ciencia es información en dos
niveles: en primer lugar, el de las reglas con las que se juega en una arena
o campo específico, por ejemplo las del procedimiento judicial; en segundo, de la actividad del adversario y de las circunstancias de tiempo y lugar
que le rodean. A este último tipo de información prospectiva es a la que se
denomina modernamente, “estrategia de juego”. Consecuente con esta concepción, la “probidad” del juez, en todo caso, podría entenderse como cumplimiento de las reglas del juego, tanto las contenidas en las leyes estatales,
como las que se derivan de la naturaleza de ese “juego” y de la honestidad
3
Véase más allá, en latín, procul videre, de donde viene la palabra prudentia y
iurisprudentia.
4
Ulpiano, Regularum in Digesto, 10, 1, Iuris præcepta sunt haec: honeste vivere,
alterum non lædere suum quicue tribuere.
5
García Marín, José María, “El dilema ciencia-experiencia en la selección del oficial
público en la España de los Austrias”, Actas del IV Simposium de Historia de la Administración, Madrid, Instituto Nacional de la Administración Pública, 1983, pp. 261-280.
6
Mariluz Urquijo, José María, “El saber profesional de los agentes de la administración pública en Indias”, Estructuras, Gobierno y Agentes de la Administración en la
América Española (siglos XVI, XVII y XVIII), Valladolid, VI Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, 1984, pp. 251-275.
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del jugador “quod non vetat lex hoc vetat fieri pudor”, prescribe Séneca o,
como dice Calamandrei con un lenguaje más cercano al nuestro, por “el
fair play cuyas reglas no escritas están principalmente encomendadas a la
conciencia y a la sensibilidad de los órdenes forenses”.7
Pero no son únicamente las leyes —de carácter siempre apodíctico—
las que adquieren este sesgo estratégico, también las reglas de derecho
—extraídas de los textos antiguos como las Partidas— cuya naturaleza es
de aplicación analógica y siempre ad casum, se vuelven instrumento de
uso normal en la contienda judicial, tanto por la oportunidad con la que se
citan para generar en el juez la convicción para su fallo como por el uso
que se hace de ellas para envolver el derecho en un lenguaje arcano que
inhiba a la contraparte o impresione al juez por su erudición academicista,
así lo advertía un crítico mexicano de la época, en un artículo publicado en
el diario La Nación:
La hermenéutica del derecho, es también un precioso recurso para los que
no sabemos: la aplicación dificilísima de las reglas de derecho, que son la
piedra de toque donde un buen jurisconsulto experimenta su talento, la hacemos con prodigiosa facilidad y esgrimimos esta arma peligrosa con más
arrogancia de lo que lo haría el mismo Bronchorst, no hay tinterillo que no
sepa de memoria una docena y es de ver la actitud gravedosa y cómica con
que las repasan en su memoria antes de entrar a un juicio, murmurando
entre dientes …Ubi lex non …eius est non nolle…8
El delito de prevaricato en el siglo XIX mexicano, se enmarca, como he
dicho, en este proceso gradual de tecnificación, en el que, si bien las fronteras conceptuales permanecen difusas hasta finales de esa centuria, siendo discernibles sólo hasta la etapa de la codificación civil y penal, es posible
observar ciertos indicios de cambio a partir del uso del lenguaje judicial
asentado en el expediente desde las primeras décadas del siglo.
En última instancia, el hombre del foro y de la judicatura va confiando
cada vez más en la eficacia per se de las reglas procesales, dando cabida a
7
Calamandrei, P., op. cit., nota 1, p. 268.
Artículo de La Nación: “La nueva jurisprudencia”, El Foro, periódico de jurisprudencia y de legislación, t. I, núm. 114, México, 17 de octubre de 1873, p. 446.
8
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una suerte de concepto técnico-normativo de la ética judicial, que se reflejará en el ámbito penal.9
La raíz latina de la palabra prevaricato, según el citado doctor Juan Sala,10
expresa bien este sentido ético penal que quiero destacar, pues viene de
“varicus”, que significa el que camina tuerto, atornado o torcido. Se refiere a una persona que no se conduce con rectitud, ya sea por incumplimiento de la ley o por exceso de legalidad con el que a menudo se encubre el
entuerto, o como rezaba aquel antiguo y sabio brocardo, “Summa lex summa
iniuria” o, dicho en un sentido más cercano al prudencial, como lo señala
Cicerón, “Summum ius summa iniuria” (De Officiis, 1, 10), recogido en
nuestra tradición judicial según el conocido aforismo castizo: “Con estos
derechos nacen los cohombros retuertos”, con el que se daba a entender
que la rectitud moral excesiva por lo general propicia conductas retorcidas y furtivas, como los cohombros o pepinos con los que se simboliza
este delito.
Y razón tenían los antiguos juristas, pues lo cierto es que, por experiencia, sabemos que bajo las apariencias de apego estricto a la legalidad se
esconden en ocasiones grandes injusticias o conveniencias políticas, que
obedecen por lo general a esa lógica inmanente del poder a la que se conoce como “razón de Estado” y que en ocasiones no sólo se aleja de la ratio
iuris, sino que además la atropella so pretexto del bien general o del orden
público o de la preservación del “Estado de derecho”. Piénsese, por ejemplo, en aquel famoso personaje de Los Miserables, Javert, que no entendía
más razones que las de la ley, ni más noción de justicia que la de su
aplicación irreflexiva e irresponsable, o quizá podríamos recordar con
este sentido al licenciado Pedro Martín de Olañeta, que aparece en la no-
9
En 1879, apareció en el periódico mexicano El Foro la traducción de un artículo de
la revista Droit, en el que el jurista Sorel hacía algunos comentarios sobre algunos libros
de derecho publicados en Francia, pero que, seguramente, sus ideas influirían en la sensibilidad de nuestros juristas. Entre otros mencionaba el de Duverger, M., Manual criminal
de jueces de paz (París, 1849), en el que instruía a los funcionarios de la justicia para
lograr una mayor eficacia en el cumplimiento de su oficio. “Con semejante guía los jueces
de paz —decía el articulista— menos prácticos pueden evitar las extralimitaciones de
facultades, los vicios de forma y las nulidades, siempre de tanta trascendencia en materia
criminal, donde el procedimiento hace tan gran papel. El Foro. Periódico de Jurisprudencia y Legislación, t. V, núm. 4, 8 de enero de 1879, sección “Bibliografía extranjera”,
p. 21.
10
Sala, Juan, op. cit., nota 2, t. III, p. 307.
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vela de Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío. En ambos casos, la
literatura expresa el uso creciente del lenguaje legal como recurso táctico en la lucha social, invocando siempre el rigor de su supuesta literalidad:
dura lex sed lex (D, 40, 9, 12), que revela con claridad, como ha visto
Arlette Frage en su trabajo sobre archivos judiciales, el uso y abuso estratégico del lenguaje legal.11
Quizá si tomamos un caso entre los muchos que obran en el Archivo
Histórico Judicial, veremos que se evidencia con especial fuerza la imagen
del juez que oscila entre la dureza de criterio y la realidad jurídica compleja. Sucedió el año 1840 en el pueblo de Ocoscoautla, curato de San
Bartolomé de los Llanos, en Chiapas, en donde una mujer llamada Agustina Espinosa, acusó al juez de ese pueblo indígena y al asesor letrado (Ramón Larrainzar) por haber cometido concusión en el caso de su difunto
hermano, al tratar el asunto como si fuera el de un intestado. Este caso
resulta especialmente interesante si atendemos a los argumentos esgrimidos por las partes. El difunto había elaborado un testamento que dejó en
sobre cerrado, y supuestamente había hecho otro, abierto, que presentó la
hermana. El juez declaró nulo el último por considerar que no se había
actuado conforme a lo establecido por el derecho, pues en la Ley III, título
III, de la Partida VI (que por entonces seguía teniendo vigencia), dice:
“abierto debe ser el testamento delante del juez ordinario e de los testigos
que son escritos en él”.12 Con base en esta disposición concedió la razón a
Cristobal Figueroa quien alegaba mejor derecho que la señora Espinosa.
Ésta a su vez, acusando al juez de rigidez en la interpretación de la ley
citada de Partidas, alegó en su favor:
La apertura de un testamento en un pueblo de indígenas como el de San
Bartolomé de los Llanos, no puede hacerlo absolutamente nulo porque no
se abrió en regla, si en el mismo pueblo se carece de las personas y de los
conocimientos necesarios para la cartulación y que lo prevenido en la ley
citada jamás se ha practicado en Chiapas, lo cual es conforme a la opinión
11
Farge, Arlette, La atracción del archivo, Valencia, Ediciones Alfons el Magnanim,
1991.
12
Las siete partidas del Sabio Rey D. Alfonso el Nono, copiadas de la edición de
Salamanca del año 1555, que publicó Gregorio López… Publícalas el Dr. D. José Berní
y Catalá, abogado de los Reales Consejos, y de pobres en la misma Audiencia, Partida
VI, Valencia, Joseph Tomás Lucas, 1758, cito por la edición facsimilar de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, México, 2004.
EL DELITO DE PREVARICATO
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de Gregorio López quien en su comentario sobre la ley 5a. del mismo título
y partida, dice que yerran los que presentan al juez para su publicación los
testamentos cerrados.13
Con todo y la acusación el juez dictó sentencia a favor de Figueroa, por
lo que la señora Espinosa interpuso en tiempo apelación de dicha sentencia, declarándose desierto el recurso, entonces doña Agustina acudió al
mismo Tribunal Superior del Departamento a interponer recurso de nulidad. El tribunal estaba en plena organización administrativa por lo que no
pudo responder en tiempo. Entre tanto el asesor dijo al juez local que ejecutase la sentencia. Nuevamente la mujer, desesperada, acude al Tribunal
Superior, de donde recibe respuesta en el sentido que los argumentos de
los juristas Hevia Bolaños y Acevedo, que ella había invocado para que
declararan nula la sentencia, en este caso ya habían sido superados por la
Novísima Recopilación que establecía “tiempos” y “términos” que ella había
ignorado.
Ante tales respuestas, evidentemente ceñidas a los términos y tiempos
previstos por la ley antes que a la justicia, la señora, armada de coraje,
argumenta en los siguientes términos su acusación de prevaricato por exceso en la interpretación y aplicación de la ley: “Un rábula o un leguleyo
acaso habrían tenido más miramiento al sentar estas expresiones, pero cuando un asesor se ha obstinado en desbarrar se hace difícil y pasa al fin por el
ojo estrecho de una hilera”.14
Es común este tipo de señalamientos en los casos de prevaricato. Detrás
de las acusaciones de “rábula”, o de hombrecillos de criterio estrecho que
se hace de los funcionarios judiciales, está esa tensión a que me he referido, entre la ley y la realidad, y al mismo tiempo entre la imagen del juez
legalista y el juez prudente.
13
Archivo Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (AHSCJ), Asuntos
económicos, caja 55, exp. 4360. Suprema Corte de Justicia, Tribunal Pleno, Año 1840,
Expediente sobre la queja de doña Agustina Espinosa contra las autoridades del Departamento de Chiapas por los prevaricatos cometidos en los autos seguidos con don Cristobal
Figueroa por la demanda que éste puso reclamando los bienes que quedaron por el fallecimiento del presbítero don Benancio Espinosa, hermano de la expresada doña Agustina,
fs. 52-53v.
14
AHSCJ, Asuntos económicos, caja 55, exp. 4360, f. 55v.
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2. Cambio del capital jurídico-simbólico de la judicatura
Como consecuencia de la tecnificación de los procesos judiciales, se
produce una suplantación de imágenes ideales que definen la dirección de
la conducta judicial —imagen dóxica o capital simbólico, le llama Pierre
Bourdieu—,15 o bien, dicho en los términos del análisis contemporáneo,
se observa una sustitución de “paradigmas”.
El origen de este cambio lo podemos localizar en el siglo de las reformas borbónicas impuestas por Carlos III en Nueva España. Como se sabe,
éstas tendían a hacer más eficaz la administración y a fortalecer el poder de
la monarquía sub specie rationis. Para conseguir estos objetivos se dispuso en el artículo 21 de la Real ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias de 1786, que “los intendentes, corregidores, como
sus tenientes, tendrán muy a la vista y harán particular estudio de todas las
leyes de Indias que perciban las más sabias y adaptables reglas para la
administración de justicia y buen gobierno”. 16 Tras la consumación de
la Independencia se percibe esta misma preocupación en los gobiernos
republicanos, pues se considera que el buen juez, ya no es únicamente
aquel que actúa ajustado a la ley moral y lleva una vida honesta, sino además, quien juzga conforme a las reglas procesales estatales. La imagen
honorable del juez aparece desde entonces asociada a su pericia y competencia profesional, probada en el ejercicio cotidiano de su labor jurisdiccional. Desde 1841 se había incorporado este binomio a la legislación
positiva nacional a través de un decreto dado por Santa Anna en el que se
manda que en adelante, toda decisión judicial debía estar claramente fundada en leyes, cánones o doctrina, previniendo que actuar en sentido contrario sería considerado responsabilidad para los tribunales y jueces.17 Por
15
Bourdieu, Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama, 1997, pp. 108-110: “Capital simbólico es cualquier propiedad (cualquier tipo de
capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distinguirla) y reconocerla, conferirle algún valor”.
16
Real ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias, de ejército y
provincia en el Reino de la Nueva España. Por orden de Su Majestad…, Madrid, 1786,
cito por la edición anastática de la UNAM, con introducción de Ricardo Rees Jones,
México, 1984, artículo 21.
17
“Decreto del gobierno. Ordena que se funden las sentencias en ley, canon, o doctrina (Octubre 18 de 1841)”, Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana
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lo mismo en el citado texto del Febrero Mexicano se señala que incurre en
las penas de inhabilitación y despido aquel juzgador que fuese reputado
por ignorante o “de conocida ineptitud o desidia habitual en el desempeño
de sus funciones” [sic].18
Tratándose de las faltas cometidas por los ministros de la Suprema Corte de Justicia, el problema era mayor. Se les juzgaba por los actos injustos
cometidos en el ejercicio de su oficio, ya fuera que éstos se debieran a la
falta de “honradez” o bien de “ineptitud”, es decir, que tuvieran el carácter
moral o técnico. A mediados del siglo XIX se dispuso que en tales situaciones se erigiera un Tribunal formado por sus pares para juzgarlos, y la
Sala o Salas que estuviesen funcionando debían nombrar de entre los ministros cesantes “un secretario y un escribiente que, por su honradez y
aptitud, [merecieran] la confianza del tribunal”. 19
Los elementos comunes a ambas imágenes —antigua y moderna— de
la probidad judicial y, por tanto, del prevaricato, son:
1. La conciencia, característica que el Nuevo Febrero Mexicano (1850)
destaca cuando señala que son prevaricadores los jueces que juzgan
conscientemente en contra del derecho, atendiendo a intereses personales, ya sea disimulando para no aplicar una norma o ya aplicándola cuando no hay lugar a ello.20 No se trata, pues, de un error o
distracción sino de una injusticia, de una conducta explícitamente
tuerta o no recta.
2. El escándalo, es el otro elemento anejo a todo prevaricato. Hace
referencia a todos aquellos actos del juez que se realizan insidiosamente para ocasionar la ruina material o moral de una de las partes
o para estorbar el desarrollo normal de un proceso. En 1836, por
ejemplo, el gobernador del estado de Oaxaca acusó a un juez de
primera instancia ante el Tribunal Superior del Estado por la comi-
o colección de las disposiciones legislativas expedidas desde la Independencia de la República…, México, Imprenta del Comercio, 1877, t. IV, núm. 2201, p. 37.
18
Nuevo Febrero Mexicano. Obra completa de Jurisprudencia Teórico-Práctica, dividida en cuatro tomos, publicada por Mariano Galván Rivera. México, Santiago Pérez,
1850, t. II.
19
“Decreto: juramento de los ministros que han de juzgar a los de la Suprema Corte
(marzo 9 de 1849)”, Dublán y Lozano, op. cit., nota 17, t. V, p. 538.
20
Nuevo Febrero Mexicano…, cit., nota 18, t. II, p. 673.
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SALVADOR CÁRDENAS GUTIÉRREZ
sión del delito de prevaricato, pues en el supuesto ejercicio de su
jurisdicción había aprehendido a un diputado local, irrumpiendo
en su casa en la noche acompañado de la tropa armada, llevándoselo
preso a la cárcel de la ciudad y despojándolo de algunas armas que
guardaba en su casa. El gobernador señalaba en su demanda que aquél
era uno entre los muchos actos de prevaricato que en este juez ya
eran “públicos y notorios”, por lo que consideraba que era necesario
y urgente castigarlo para satisfacer la vindicta pública, pues “esto
—decía para finalizar su reclamo— perjudica en mucho la recta
administración de justicia de los infelices de este Estado”. Tras haberse dictado en el Tribunal la sentencia favorable al juez, el gobernador decide apelar ante la Suprema Corte de Justicia, acusándolo
nuevamente de ser hombre de mala fama y de haberse involucrado
varias ocasiones en actividades subversivas aprovechándose del cargo, concluye su recurso pidiendo se separe al funcionario judicial de
aquella capital para realizar la averiguación correspondiente por “los
prevaricatos que ha cometido, a fin de que se le apliquen las penas
que señale la ley de las Cortes Españolas del 24 de marzo de 1813”.21
3. El abuso del cargo, que para Montiel y Duarte puede asumir dos
posibles formas: el abuso de poder que comete un funcionario público, cobrando derechos injustos, vendiendo las gracias, justicias y
favores. Por otra parte, la exacción hecha a título de impuesto, contribución, recargo, renta, rédito, salario o emolumento, ya la verifique por sí o por medio de otro, y ya consista en dinero, valores,
servicios o cualquiera otra cosa que sepa no ser debida o que pida en
mayor cantidad que en la señalada por la ley (Código Penal, artículo 1032).22
II. LA DEFENSA DE LA HONRA JUDICIAL
La honra de un oficio viene dada, en buena medida por una serie de
atributos externos que le confieren a la persona eso que hemos denomina21
AHSCJ, Penal Histórica, caja 7, exp. 271. Manuel María de Fagoaga (gobernador
de Oaxaca) acusa de prevaricato al ministro don José Manuel Simeón Arteaga, de la
Corte de Oaxaca, por prevaricatos, Oaxaca, octubre 14 de 1835.
22
Montiel y Duarte, Isidro, Vocabulario de Jurisprudencia, México, Imprenta de la
V. e Hijos de Murguía, 1878, voz: “prevaricato”.
EL DELITO DE PREVARICATO
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do aquí, siguiendo a Bourdieu, su “capital simbólico”, integrado en nuestro siglo XIX por la indumentaria ad hoc y por los tratamientos de reverencia, por el lugar de preeminencia y los privilegios en el espacio público,
mismos que se traducen jurídicamente en el ius imaginis o derecho a la
imagen de preeminencia, por una parte, y en el ius presedentiae, o derecho
de precedencia, por la otra, derechos tan caros a los funcionarios de la
época a la que me estoy refiriendo. En ambos casos se recurre a un sinnúmero de símbolos como el traje o, como entonces se decía, al “uniforme
judicial”, a las varas y bastones, a las insignias y divisas. Estos elementos
simbolizan el cargo y su rango, es decir, el lugar de preeminencia que cada
cual ocupa en la judicatura —corporativa e individualmente— así como
en el entramado social e institucional. A lo largo del siglo XIX, se incorporará como parte importante de ese capital simbólico, la certeza legal con la
que el juez exponga sus convicciones y decisiones, esto es, su conocimiento de la ley.
El Diccionario razonado de legislación del español Joaquín Escriche,
recogía esta antigua tradición, definiendo el honor como “la acción o demostración exterior por la cual se da a conocer la veneración, respeto o
estimación que alguno tiene por su dignidad o por su mérito; —la gloria
o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas del que
se la granjea—…”.23 De allí la importancia que tenía en aquel mundo la
defensa de la honra judicial cuando ésta hubiese sido puesta en tela de
juicio mediante acusación de prevaricato, pues no sólo implicaba, como
decía García Goyena, “una ofensa grave a las personas en su existencia
moral”, sino además, un cierto menosprecio debido a su ineficacia e ignorancia,24 lo cual afectaba también a su existencia material, pues la pena
por este delito era, por una parte, la pérdida del empleo y la inhabilitación
perpetua para ejercer la judicatura, además de pagar a la parte agraviada
23
Escriche, Joaquín, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y
forense, con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San
Miguel. Cito por la edición de González, Ma. del Refugio, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Porrúa, Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, México, 1993,
sub voce.
24
García Goyena, Florencio. Febrero o Librería de Jueces Abogados y Escribanos,
comprensiva de los códigos civil, criminal y administrativo, tanto en la parte teórica como
en la práctica... Corregida y aumentada por D. Joaquín Aguirre y D. Juan Manuel
Monatalbán, Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar Roig, 1852, vol. V.
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SALVADOR CÁRDENAS GUTIÉRREZ
costas y perjuicios. Pero lo más grave del castigo concernía a la imagen
pública del juez ya que conllevaba la pérdida de su reputación al ser declarado públicamente “infame”.25
En caso de ser encontrado inocente un juez acusado de cometer este
delito, en justicia, debía ser restituido en su honor mediante la reinstalación en su cargo. Tal fue el caso, por ejemplo, ocurrido a mediados del
siglo XIX, en que se acusó de la comisión de prevaricato a un juez federal
en el estado de Sonora, pues se había excedido en el ejercicio de sus funciones, nombrando empleados en la aduana del puerto de Guaymas. El
asunto fue turnado al más alto Tribunal nacional, en donde se confirmó la
sentencia que había dictado el Tribunal de Circuito de Hermosillo, por lo
que se le suspendió. Pero, más allá de la problemática específica del delito,
quiero recoger aquí el argumento de restitución que se lee en uno de los
alegatos del juez Bracho:
Primer Suplente del Juzgado de Distrito de Occidente… En la causa que
el Tribunal me formó por el nombramiento de empleados que hice accidentalmente (sic) en la Aduana Marítima de este puerto... se me notificó
la sentencia definitiva de seis meses de suspensión que hoy sufro… Desde el 22 de enero de 1832, hasta el día que se me notificó aquella suspensión desempeñé el Juzgado de Distrito de gratis y saliendo de mi peculio
todos los gastos de escritorio, hoy por una ley posterior disfruta sueldo el
sujeto que lo desempeñe, por esta razón y la de que mi honor quede bien
puesto, también suplico a Vuestra Señoría que se digne mandar se me
reponga en el ejercicio del mismo juzgado... / Dios y Libertad, Guaymas,
5 de enero de 1835.26
En los expedientes relativos a las conductas de los jueces es posible ver
la lucha social a través de la batalla judicial, especialmente en las ciudades
25
Nuevo Febrero Mexicano…, cit., nota 18, t. II, p. 673. Según Montiel y Duarte la
palabra infame en el vocabulario jurídico de tradición romanística es “el que por delito
perdió su fama, esto es, el concepto de honor y estimación. Y citando las Partidas de
Alfonso X (Ley VI, Título VI, Part. 7), dice que infame “tanto quiere decir como hombres
infamados”, esto es, que ha sido víctima de un infamador que le desacredita el honor.
Montiel y Duarte, Isidro, Vocabulario…, sub voce.
26
AHSCJ, Asuntos económicos, caja 2, exp. 211. Toca a la causa instruida contra
don Manuel Bracho, primer suplente del juzgado de Distrito de Guaymas, por excesos en
el desempeño de su cargo.
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más pequeñas de los estados de la República, en los que fácilmente se
confunden las relaciones institucionales y las familiares. De allí la importancia que tenía el conservar y defender el buen nombre cuando se hubiese
manchado, o, como decía un fallo de la Suprema Corte de 1875, referente
a un juez de distrito —invocando una ley de las Partidas de Alfonso el
Sabio—, siempre que se absuelve a un miembro de la judicatura es necesario pasar a la “depuración de su conducta”.27
La conveniencia de esta “depuración” se debe a que de ella dependía no
sólo la salvación del honor personal, sino también del prestigio profesional necesario para la conservación del empleo o la consecución de otro. En
1848, por ejemplo, el administrador supremo de la aduana de Mazatlán
acusó al juez de distrito, José María Araujo, por el delito de prevaricato. El
asunto fue a parar a la Suprema Corte y ésta falló a favor del juez. Emitida
la resolución de la Sala, el juez envió a la promotoría fiscal del juzgado un
último alegato en defensa de su honra judicial, en estos términos:
Al tener la satisfacción de patentizar a Vuestra Señoría este acontecimiento
que ha roto el nublado que mis adversarios quisieron poner a mi reputación
de cerca de veinte años de abogado, quise verificarlo con testimonio que
pedí al efecto, pero la falta de papel sellado me lo impidió. Lo que tengo el
honor de poner en conocimiento de V. S. Suplicándole tenga la bondad de
elevarlo al de la Exma. Suprema Corte de Justicia (agosto 10 de 1849).28
Como se puede observar no sólo es la honra personal, de modo abstracto, lo que defiende el juez, sino también la profesional, imbricada con la
ética, y expresada con claridad cuando señala los “veinte años de abogado”. De este modo, como decían los juristas castellanos, el “honor” de la
conciencia se une a la “honra” exterior, equivalente a la autoridad epistemológica o conocimiento de la profesión.
27
AHSCJ, Penal-histórica, caja 43, exp. 3622, Toca a la acusación de varios CC.
diputados de la legislatura del Estado de Aguascalientes… contra los jueces propietarios
y Primer Suplente de distrito en dicho Estado, f. 11.
28
AHSCJ, Asuntos económicos, caja 5, exp. 821, s/f. Suprema Corte de Justicia, año
1848. Expediente sobre la acusación hecha al juzgado de distrito de Sinaloa por el administrador supremo de la aduana marítima de Mazatlán, don Francisco Lerdo de Tejada a
don José María Araujo, por prevaricato.
182
SALVADOR CÁRDENAS GUTIÉRREZ
III. CONCLUSIÓN
Tras la creciente tecnificación del derecho se observa que los jueces y
abogados del siglo XIX van modificando los parámetros de su actividad,
mediante la adopción de un nuevo lenguaje jurídico procesal.
El siglo XX volvió a plantear el tema de los paradigmas éticos del juez,
desde los días de la Revolución. A partir de la década de los treinta de ese
siglo se rehabilita el capital simbólico de la judicatura, que incluye la imagen ética del juez, en 1933 vuelve a colocarse en el candelero el delicado
tema —planteado inicialmente en el siglo XIX— del “ultraje a la autoridad” como amenaza al orden público (equiparado a ultraje e injuria). A
mediados del siglo XX vemos caer el derecho penal en un esquema
interpretativo formal, en el que el juego judicial se aleja de su raíz ética, el
prevaricato se plantea en términos de “falla técnica” o bien de “corrupción” que debe abatirse con más reglas.
La historia judicial nos pone en evidencia la estrecha relación entre las
exigencias éticas y las nociones jurídicas imperantes en la época. En esa
misma medida se regula la transgresión y se defiende la honra judicial.
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