SOLEMNIDAD DEL ANIVERSARIO DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA

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SOLEMNIDAD DEL ANIVERSARIO DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE
MONTSERRAT
Texto de la homilía escrita por el P. Abad Josep M. Soler para la fiesta de hoy, y
que ha sido leída por el P. Prior en la Misa conventual
3 de febrero de 2016
Is 56, 1.6-7
Montserrat, hermanos, hoy está de fiesta porque es el aniversario de la dedicación de
esta basílica que nos reúne en torno a la imagen Venerable de Santa María. Hoy hace
424 años que el Señor, como en otro tiempo había hecho en casa de Zaqueo (Lc 19,
1-10), entraba bajo estas bóvedas convirtiéndolas en lugar de su presencia y de su
salvación.
El libro de Isaías, como hemos leído en la primera lectura, expresaba con visión de
futuro lo que serían los tiempos de Jesucristo y de la Iglesia. Es decir, los nuestros.
Por medio del profeta, Dios anunciaba que la salvación estaba a punto de llegar y que
se revelaría su bondad. Esta salvación, esa bondad entrañable, llegaron por medio de
Jesucristo y él las fue llevando a cabo en todo su ministerio por las tierras de
Palestina, tal como hemos escuchado que hizo con Zaqueo, el publicano. Salvación y
bondad que, por medio del Espíritu Santo, se van haciendo presentes a través del
tiempo de la Iglesia en el mundo. Desde los inicios de la predicación del Evangelio, los
extranjeros, de los que hablaba el libro profético, es decir, los que no pertenecían al
pueblo de Israel-, se fueron adhiriendo al Señor por medio de la fe. Y por amor se
pusieron a su servicio, aceptando vivir con fidelidad la alianza que Dios había hecho
con ellos. Así se fue extendiendo la presencia del cristianismo por toda la geografía, tal
como podemos ver en nuestros días.
En este lugar, las palabras de Isaías toman un relieve especial. Nuestra montaña,
hecha santa por la presencia espiritual de Santa María, los Santos Misterios que se
celebran y por la oración del pueblo cristiano, se convierte en un símbolo de aquella
montaña sagrada que anunciaba el profeta, refiriéndose a la montaña Sión, en
Jerusalén. Aquí, gente de todas las regiones de nuestra tierra y, también, de otras
muchas culturas y razas, suben la montaña para celebrar las fiestas en esta casa de
oración. Y Dios acepta benevolente las ofrendas y las oraciones ofrecidas por amor y
desde un corazón sincero. Y, de un modo eminente, acepta la ofrenda que Jesucristo
hace de sí mismo en este altar, que es ahora del sacrificio eucarístico que actualiza el
del Calvario y es comida que alimenta para la vida eterna.
Y ¿qué significa que este lugar que nos reúne es casa de oración? Quiere decir, antes
que nada, que es un espacio en el que Dios se hace presente con su vida trinitaria;
que es un lugar, también, donde se hace espiritualmente presente Santa María y
prolonga el misterio de su Visitación. Este lugar, pues, es denso de presencia divina.
Pero, Dios, el Dios verdadero que se nos ha revelado en Jesucristo, no es un Dios
extático, lejano, distante. Es un Dios que habla, que nos dirige su palabra para entrar
en diálogo amistoso con los que le abren el corazón con simplicidad. Por eso este
lugar es, todavía, un lugar donde resuena la Palabra de vida, que ilumina el camino
humano y llama a la esperanza y al compromiso. Todo el que acude a esta basílica es
invitado a escuchar la Palabra bíblica, a entrar en diálogo con el Dios de la paz; el
espacio, la ambientación, las imágenes, todo quiere llevar a adentrarse en la intimidad
divina. El Dios cristiano, sin embargo, no es un Dios que sólo habla; es un Dios que se
da, que es capaz de lavar los pies de la humanidad y de extender los brazos en la cruz
para acoger a todos; que es capaz de dar la vida por cada persona. Por eso, también,
este es un lugar en el que Dios se nos da a sí mismo en los sacramentos para
transformar nuestras vidas. Dios se nos da acogiendo nuestra alabanza y nuestra
súplica.
Y toda esta realidad, tan rica y tan digna de ser agradecida, que ocurre cada día en
este lugar, no es más que una anticipación. La profecía de Isaías apuntaba a los
últimos tiempos, en el momento de la llegada definitiva de la salvación. La montaña
sagrada, el templo definitivo donde acuden todos los pueblos, es la Jerusalén del cielo.
Por eso lo que vivimos ahora en esta casa de oración no es sino una anticipación de la
plenitud futura en el Reino de Dios. Y lo que ocurre en el santuario interior de cada
persona, en la intimidad de los corazones, se desplegará con toda su riqueza en los
tiempos últimos, cuando la acción del Espíritu Santo habrá transformado nuestra
pobreza radical y nos habrá identificado con Jesucristo. De igual manera, la
construcción que Dios hace de nosotros como comunidad cristiana, como templo
espiritual, como pueblo santo (cf. 1 Pe 2, 5), particularmente de los monjes y los
escolanes que cada día rogamos en este lugar, llegará también a su plenitud en el
Reino.
Este sitio es casa de oración en la que Dios acoge nuestra oración y acepta las
ofrendas que le presentamos. En la alegría de este día aniversario de la dedicación de
esta basílica, pues, intensifiquemos nuestro diálogo con Dios y hagámonos más
dóciles al Espíritu. La Virgen María nos es modelo, ella que, como he dicho, renueva
para los peregrinos el misterio de su Visitación. Sintámonos en comunión con tanta
gente de todas partes que invoca la Virgen de Montserrat, pesando en este santuario o
en las numerosísimas capillas e iglesias que tiene dedicadas en tantas partes del
mundo, y que de alguna manera son prolongación de esta casa de oración.
Sintámonos en comunión con todos los peregrinos que a lo largo de los siglos han
rezado en este lugar.
Ahora somos invitados a la mesa del Señor; dispongámonos a acogerlo con la
disponibilidad de Zaqueo. Y nutridos con la Palabra y la Eucaristía, salgamos después
de aquí renovados y dispuestos a continuar la construcción de la Iglesia, pueblo de
Dios, y a comprometernos, cada uno según su situación, a construir una sociedad más
justa y más solidaria, más empapada de ternura y de misericordia, que anticipe de
alguna manera en la tierra la fraternidad de la Jerusalén del cielo.
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