Fernando De la Rúa, el presidente humano Mélany Barragán Manjón PhD Universidad de Salamanca. El contexto de la entrevista 1 Martes, dieciocho de marzo de 2014. Amanece soleado en Buenos Aires y la ciudad comienza a retomar su ritmo habitual después de las vacaciones estivales. Seis días antes había recibido una llamada que me confirmaba que el ex presidente argentino Fernando De la Rúa me concedería una entrevista. La cita es en su casa de la Avenida Callao, a tan solo unos pasos de la entrañable Librería Ateneo, en Santa Fe. Estoy convocada a las once de la mañana y trato de llegar lo más puntual posible. No quiero retrasarme, pero tampoco anticiparme demasiado. Salgo con tiempo del lugar en el que me alojo y llego antes de lo previsto, encontrando fácilmente el edificio. La fachada es sencilla, tiene puertas de madera y algunos grafitis en las paredes. Nada que dé muestras que un ex presidente viva en ese bloque de apartamentos. Decido hacer algo de tiempo tomando un café mientras veo salir del edificio un par de jóvenes que no deben llegar a la treintena. A las once en punto llamo al timbre y me anuncio. La voz al otro lado del teléfono me dice que suba. Tomo el ascensor y, al salir, inmediatamente veo abrirse la puerta del apartamento. Quien me atendió al telefonillo debió quedarse esperando al otro lado de la puerta hasta que el ascensor llegase. Me da la mano y me dice que espere un segundo, que va a anunciarme al Dr De la Rúa, quien me espera en la biblioteca. La puerta está entreabierta y apenas entra para anunciarme oigo la voz del ex presidente diciendo que pase. Es una voz tranquila, sosegada, no demasiado elevada pero muy clara. Paso a la habitación y lo encuentro sentado de frente, presidiendo una mesa de reunión de madera color cerezo. Tras él, estantes llenos de libros y al lado un ventanal por donde se cuelan los rayos de sol. Lleva una camisa blanca con unas finas rayas azules; los primeros botones están desabrochados pero transmite una sensación de total pulcritud y decoro. Cuando entro se levanta. Yo le ofrezco la mano para saludarle pero él me da un beso. Me ofrece asiento y me dice que va a apagar la calefacción. La había encendido hacia un rato porque sentía el frio del otoño en ciernes, pero ya estaba caldeada la habitación. Me siento a un lado de la mesa y él hace lo propio, cambiando su asiento original para situarse a mi lado, dejando una silla separándonos. Veo que sobre la mesa hay una bolsa de lona, de la que saca unos dvs. Me dice que ha encontrado un material que me puede resultar útil como 1 Quiero expresar mi agradecimiento a Clara Aguirre por su ayuda en la consecución de esta entrevista y a Juan Pablo Herbel por su entusiasmo y sus consejos a la hora de elaborar el producto final. politóloga. Se trata de una serie de entrevistas a ex presidentes latinoamericanos que no me puede regalar porque solo tiene una copia, pero que me los pueden grabar o compartir. Abre las cajas de los dvd y bromea con que su entrevista debió ser muy interesante, porque le dejaron el último soporte solo para él. Observo que mantiene mucho la compostura. Le agradezco enormemente que me haya recibido y le cuento el propósito de la entrevista, algo que ya le había expuesto en un correo electrónico. Me interrumpe y me pregunta qué es lo que exactamente necesito, para no andarse por las ramas ya que tiene tendencia a hablar mucho. Le cuento que quiero conocer su trayectoria, su experiencia…Me corta de nuevo diciéndome que pensaba que hablaríamos más de la gestión. Yo le contesto que en realidad el formato de la entrevista es una conversación en la que ambos estemos cómodos. Que no hay ningún problema si no quiere contestar algo, y viceversa…si considera que no le pregunto algo que para él resulta importante…que lo añada sin ningún problema. Le hago saber que lo que verdaderamente me interesa es acercarme a la figura del político, pero también a la persona. Más que a los hechos puntuales, a lo que el recuerda y cómo lo recuerda. Noto que comienza a relajarse. Incluso sonríe...y empieza la entrevista. Parece obvio que tiene ganas de hablar, de contarme cómo vivió su carrera, y cómo la sufrió. En un determinado momento me dice, precisamente, que sufrió la política toda su vida. Se genera un formato de entrevista que en realidad se parece más a un intercambio de ideas. En ocasiones me pregunta por España e intenta establecer símiles. El ambiente es tranquilo y la entrevista solo se detiene en un momento en el que recibe una llamada a su móvil. Alguien que le llama para recordarle algo. Está tranquilo. Eso sí, noto que a veces no me deja terminar las preguntas. Me interrumpe y comienza a contestar. Me transmite la sensación de alguien que necesita contar su experiencia, que se sintió solo en el final y que está convencido de que actuó siguiendo unos principios que, independientemente de los hechos, pensaba que eran los mejores que podía aplicar. También transmite el peso de la sombra de Alfonsín y el desencanto con un partido en el que parece que nunca encontró su lugar. Sorprende en ocasiones la ingenuidad de algunos de sus planteamientos sobre las relaciones de lealtad y deslealtad en la política. Pero ante todo me transmite la sensación de resignación. De alguien a quien le pesan demasiadas cosas y necesita que alguien escuche su versión. No obstante, me impresiona la manera en que se ilumina su mirada cuando le pregunto si alguna vez se arrepintió de ser presidente. Inmediatamente me dice que no y en sus labios se dibuja una sonrisa. Si tuviera que definir la entrevista con una sola palabra, utilizaría el adjetivo “humano”. Y es que, más allá de las respuestas que buscan justificación, de la reivindicación de sus valores…tenía delante a una persona que transmitía sensaciones, vivencias, sentimientos. Termina la entrevista y le agradezco de nuevo. Me dice que el placer ha sido suyo y me da su dirección de correo electrónico. Si necesito cualquier cosa, me invita a escribirle. Se despide varias veces. Pide que me acompañen a la salida y se cierra la puerta del apartamento. Transcribo la entrevista esa misma noche. Mi director de tesis me sugiere intentar publicarla. Escribo a De la Rúa para enviarle la entrevista y para preguntarle si le parece bien que vea la luz. Me responde al instante. No hay problema, confía en el buen uso que haga del material. Solo me pide que sea cuidadosa en la edición. No soporta los errores de la exposición oral que se trasladan al texto escrito. Ese mismo día me entero, por la persona que me hizo el contacto, que el ex presidente ha quedado contento con la entrevista y que se sintió cómodo. La entrevista Nace en Córdoba el 15 de septiembre de 1937, hijo de un abogado…. (Interrumpe) Sí, pero fue además político. Fue secretario de Gobierno de la ciudad de Córdoba, diputado provincial y ministro de Amadeo Sabatini. Después pasó a la justicia como Magistrado y luego el presidente Illia lo nombró interventor federal de la provincia de Jujuy. Con esto quiero decir que viví la política desde el hogar ya que yo era muy pequeño cuando él era ministro. Piense que eso fue en 1939 y yo nací en 1937. Igual en la escuela me acerqué mucho a los profesores que tenían una visión democrática del país. Me tocó hacer la escuela en épocas del peronismo, que era dirigido, totalitario directamente. Así que de ahí me incliné a esto. Actué en la política universitaria y me afilié a los dieciocho años a la Unión Cívica Radical (UCR). Luego, cuando el presidente Illia ganó la elección, el ministro del interior Juan Palmero me convocó. Vengo a Buenos Aires, estoy en la Casa Rosada y en ese tiempo tengo mucho trabajo y adquiero mucha experiencia. Pero el Gobierno cae y viene un gobierno militar. Yo me quedo a vivir en Buenos Aires y cuando se reabren los partidos políticos me vuelvo a afiliar. Entonces, me invitan a integrar el órgano de conducción del partido. De ahí intervengo mucho en los programas de acción del partido y cuando se llama a elecciones, pese a no tener miras ni proyecto de ello, me convocan para ser candidato a senador en segundo término. Total, que hay segunda vuelta y gano la elección. Fui el único que resultó ganador frente el peronismo ese año (1973) en todo el país, así que eso me proyectó mucho, me puso en una posición de responsabilidad. Y después fui candidato a vicepresidente acompañando a Ricardo Balbín. Pero todo eso se interrumpe por un nuevo golpe militar que ya ocurre en época de la violencia máxima. Los legisladores estábamos amenazados, tanto de derecha como de izquierda, así que debíamos cuidarnos. Cuando se reabre la etapa democrática yo ya contaba con una carrera consolidada, así que resultó natural que fuera precandidato a presidente. Pero al mismo tiempo se presentó Raúl Alfonsín, que ganó la elección interna. Me convocó para ser candidato a senador y así volví al Senado en 1983. Termino mi mandato a los seis años y me voy del Senado. Gano la elección pero Menem y sus asociados me quitan la banca, así que me retiro un año. Fue algo positivo, ya que considero que es muy bueno retirarse un tiempo breve para poder reflexionar. Posteriormente gano una elección interna para la conducción del partido en la capital y en 1991 vuelvo al Congreso como presidente de la UCR hasta que en 1992 soy elegido otra vez senador nacional. En 1994 se reforma la Constitución, estableciéndose la elección directa del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mi partido venía muy debilitado y apareció el FREPASO de “Chacho” Álvarez, que nos disputó espacio. Nadie auguraba que pudiera ganar esa elección, pero sin embargo la gané. De hecho, no he perdido ninguna de las elecciones a las que me presenté. Ni de la ciudad de Buenos Aires ni del país, porque la siguiente ya a la que me presenté fue para presidente. Una dispersión de fuerzas entre el radicalismo y el FREPASO, que era de origen peronista pero opositor, no permitiría un cambio. Por ello nos unimos, hicimos la Alianza y ahí gano la elección interna frente a mi amiga Graciela Fernández Meijide. Soy elegido candidato a presidente. Graciela, que debió acompañarme como vicepresidente prefiere ir como candidata a gobernadora de la provincia y Chacho Álvarez me acompaña como candidato a la vicepresidencia. Y ganamos la elección. De ese modo accedí a la presidencia. Ahora, todo este camino está abonado por una gran acumulación de experiencia y conocimiento que a día de hoy, visto en perspectiva, pese a ser mucha me parece insuficiente. Tal vez me faltó más conocimiento de otros personajes, de otros protagonistas, de entender ciertos modos de acción…Yo tenía la visión global de lo que debe ser el país, de lo que es una política fundada en los valores, de justicia social, de progreso social, de vigencia de las instituciones. Pero quizás estaba menos formado en lo que es el trasiego político, la negociación, las organizaciones sociales con los sindicatos, con las organizaciones empresarias, la propia Iglesia, los distintos intereses…Tenía buena relación, pero estos días estoy pensando que me faltó quizás más experiencia en eso. Ahora bien, ve que los caminos se bifurcan. ¿Qué hay que hacer, una política para negociación o una política de principios para los valores? Yo creí que se podía hacer una política de principios y que lo difícil de la situación del país generaría naturales apoyos al acompañamiento. La experiencia muestra que esos acompañamientos leales no se dan fácilmente en política. Hay egoísmo, picardías y oportunismo y pienso que un gobernante debe saber esto para tenerlo por lo menos en cuenta. Yo tuve un buen gobierno, creo, en la Ciudad de Buenos Aires. Todos lo dicen. Consolidé la autonomía de la ciudad, cambié la faz de Buenos Aires que era una ciudad que estaba gris y triste. Devolví la vida cultural, elevamos el nivel educativo, la salud pública y había un consenso general. Bueno, tanto es así que eso lo comprueba que haya ganado la elección presidencial” Usted cuenta que en su casa siempre vivió la política y que, de hecho, su padre hizo de ella una profesión. ¿Ello le llevó a desarrollar una temprana vocación política? Cuando me reúno con mis compañeros del secundario, recuerdan que me pronosticaban que sería presidente y que incluso yo lo decía. Bueno, tenía doce años. Con esto quiero decir que esa vocación estaba presente. Siempre me gustó organizar grupos y conducirlos. Lo hice en la misma escuela secundaria, lo hice después en la universidad y después ya entré en una etapa política en la que no pude conducirlo todo y tuve que incorporar a los movimientos. Fui muy amigo del Dr. Illia, y del Dr. Balbín, en cuyas filas milité. Tuve muy buena relación con el Dr. Alfonsín, aunque veníamos de grupos distintos. Él lideraba su sector y yo venía del balbinismo que era otro a quien él solía enfrentar. Pero ocurrió que cuando Alfonsín estaba muy caído, después de dejar la presidencia, yo gané la elección interna para la conducción del partido en la capital y le llamé a participar del acto, invitándole a subir al escenario y nos sacamos fotos. En un momento en el que, este es el egoísmo de la política, nadie quería sacarse fotos con él. Así como después me pasó a mí, que nadie quería sacarse fotos conmigo tras dejar el gobierno. La política tiene esas escenas crueles. Por lo menos en nuestros países. Hay otros países donde se respeta más la figura del político. Todo depende de los modos de trato mediático, de cómo se presentan las cosas. Creo que hay una realidad y es que la política se ha mediatizado más y los medios cumplen un rol más importante en democracia. Y en países como el nuestro generalmente existen medios predominantes. No hay equilibrio entre distintas opiniones. Los medios poderosos te generan una imagen a veces a favor, a veces en contra. Cuando es a favor te levantan, cuando es en contra es muy difícil remontarlo. Volviendo a lo anterior, cuando gané como intendente, él seguía caído (refiriéndose a Raúl Alfonsín). Lo sucedió Menem, quien siempre decía Alfonsín se fue del gobierno, se escapó del gobierno y me tiró el problema. Eso, dicho por el presidente, desgastaba mucho. Sin embargo, cuando gané la elección para jefe de gobierno de la ciudad organizamos un acto donde llevo a Alfonsín a hablar y él pronuncia un gran discurso, recupera protagonismo. La figura de Alfonsín hoy algo notable, muy querido… su memoria tiene un gran prestigio. Pero esta es la realidad: el recibió un gran cariño de la gente como expresidente o presidente retirado, pero cuando quería ser candidato lo castigaban. La gente no lo quería volviendo a la acción. ¿Cree que la ciudadanía es injusta con la figura del político? En la actualidad muy poca gente valora el oficio del político y son habituales los comentarios que denostan la actividad política, vinculándola con la corrupción o la ineficiencia en la gestión. ¿Por qué cree que se produce este fenómeno? Sí, nos echan la culpa de todo. Pero he notado que es algo casi universal. Supongo que se debe a que nuestras sociedades tienen muchos problemas y la gran comunicación acerca demasiado la figura del político al ente de la gente común. Así, lo tienen a mano para criticarlo. En cambio, en el pasado el político estaba rodeado de prestigio y existía el aura de la función del cargo. Voy a dar dos ejemplos. En primer lugar, la figura del presidente Roosvelt de Estados Unidos. Él inauguró una gran etapa de comunicación con sus programas de radio Charlas junto a la chimenea, lo cual era algo revolucionario. Había un respeto y una devoción por él que disimulaba sus errores personales. Después todo comenzó a publicarse demasiado y los políticos quedaron muy al alcance del juicio crítico de la gente. Con todo, en Estados Unidos hay un mayor respeto por el presidente; es una institución más respetada. En mi opinión, la función pública tiene que estar acompañada por el respeto y la consideración de la gente. Porque en el fondo, el político ¿qué busca? Poder. Unos para hacer el bien, otros por la formación…No creo que busque que la gente lo quiera. Piensa que tiene ideas y quiere realizarlas para hacer bien. Es cierto que hay otros que quieren el poder con objetivos mezquinos, pero no creo que sea la mayoría. El otro ejemplo que quería dar es el de Hipólito Yrigoyen, un presidente al que casi nadie veía. No hablaba. Mejor dicho, no hacía discursos. Era un conversador que convencía así y era muy respetado por la gente, la cual trataba de imaginar cómo sería. . Ese misterio le valía y le servía. Ello no impidió, sin embargo, que al final hubiera una acción de prensa dirigida a desprestigiarlo. En el extremo opuesto está Perón, quien fue un político mediático. Él también tuvo sus enemigos, que lo derrocaron dando la vuelta a su mecanismo de poder. Porque él creaba y atacaba al enemigo. Y ese ataque se le fue de las manos y se convirtió en dictadura, de lo cual después se arrepintió. En definitiva, Perón tenía mucha ambición de poder y poseía ideas precisas que quería llevar a la práctica. Basó su política en el progreso de las clases trabajadoras al igual que Yrigoyen lo hizo en el progreso de las clases medias y mayor participación popular de los que estaban excluidos de la participación cívica. Así, con Yrigoyen llega la primera experiencia del sufragio libre, universal masculino y secreto. Y en el caso de los presidentes anteriores, como Roca, el objetivo era la organización nacional, sentar las bases del progreso del país. Y los precedentes, ¿cuál era la función de Urquiza, Mitre, Sarmiento y Avellaneda? Era la paz nacional, la integración de la República. Cada uno tiene su tiempo y su misión. Ahora, cada uno es valorado y respetado según la imagen que llega a la gente o que no llega a la gente. Porque también hay cierta absolución de lo que no llega. En general yo digo que, individualmente, hay respeto por el presidente pero si la prensa actúa para hostigarlo produce calamidades. Con el presidente Illia, por ejemplo, había medios de comunicación que lo identificaban con una tortuga por la lentitud de su gestión. O, en el caso de mi gobierno, al final los medios promovieron el que se vayan todos o el voto bronca. En una sociedad en la que los medios de comunicación ocupan una posición preeminente y en la que las informaciones vertidas no siempre se circunscriben al ámbito de la actividad pública, ¿el político siempre se siente observado?. ¿Cree que desaparece la vida privada? Sí, es cierto. La verdad es que en este sentido yo prefiero el modelo francés o el respeto que en España se tenía por el rey. En cambio, Inglaterra es lo opuesto… ahí te sacan cualquier cosa. Y en el caso de Argentina sacan lo que es y lo que no es, según les convenga. Y si no hay, lo inventan. Eso crea algunos problemas. Por ejemplo, a Carlos Andrés Pérez, cuando era candidato a presidente de Venezuela, le sacaron que tenía una amante. Él estaba desesperado. Entonces Diego Arrias, un amigo mío que era su jefe de campaña, le dijo no te preocupes Carlos, vamos a redoblar la apuesta. Vamos a decir que sí, que tienes esa amante y no sólo esa, sino cinco más. El pueblo venezolano admira al hombre fuerte que tiene varias mujeres. Entonces hizo una campaña al revés. Después en Estados Unidos se dio el problema de Clinton con Mónica Lewinsky. Eso era para tumbar a un presidente. Pero, pese al escándalo, fue una buena demostración de cómo la economía cuenta en la política. Si la situación económica hubiera sido desastrosa, lo de Mónica Lewinsky hubiera terminado en un desastre, pero como la economía andaba bien, Clinton pudo superarlo. ¿Piensa que una buena gestión de gobierno, especialmente en materia económica, puede salvar de las consecuencias de un escándalo personal? Creo que debe haber respeto porque no es cuestión de que la prensa se meta en todo. Me parece que es una búsqueda subalterna andar hurgando en la vida privada de los presidentes. Ahora bien. Tampoco creo que un presidente o un gobernante pueda andar haciendo escándalos o tener una amante. En la vida de un presidente es imposible hacer cualquier cosa externa. Eres perseguido por las cámaras, por las noticias. ¿Qué valores cree que debe tener un buen político? La honestidad, no sólo en lo material sino también en cuanto a los fines y los propósitos. Y esto tiene importancia porque creo que en general los presidentes no persiguen enriquecerse. Puede haber excepciones, y también puede ocurrir que los que estén alrededor especulen por él. Hay que tomar en cuenta que si los políticos no son honestos desvirtúan el sentido de su misión: tomar decisiones pensando en lo que es lo correcto. Hay que tener muy presente la honestidad en la búsqueda de los objetivos. Es decir, actuar con coraje cuando haga falta, sin imprudencia teniendo en cuenta que está en juego la situación de la nación, con la mejor sabiduría de la que se disponga y si no consultar, no ser caprichoso, no incurrir en torpezas y actuar de esa manera con lealtad hacia el país, haciéndolo lo mejor que se pueda. No siempre se puede, y a veces te encuentras con tropiezos inesperados. Si la situación económica es mala en general, todo te lo van a ver mal. Recuerdo la primera vez que Raúl Alfonsín viajó a Estados Unidos siendo ya presidente y bailó el tango en una recepción. Todos dijeron qué bien, el presidente baila un tango. Pasaron los años, la situación no estaba bien, bailó el tango y todos dijeron pero ¿qué hace este bailando el tango?. Menem cuando llegó bailaba las odaliscas. En esos momentos todos comentaban qué bien, el presidente baila las odaliscas. Después les parecía un horror, así que todo depende de cómo se mire. En este sentido, también hay que tener en cuenta el poder destructivo que pueden tener los medios de comunicación, y en particular la televisión, si no respeta. Creo que hoy la democracia moderna exige un mínimo de respeto por parte de los medios de comunicación. Se puede usar la broma, el humor, pero tiene que haber un límite de respeto. Por ejemplo, en mi caso me sometieron a una imitación en el programa de Tinelli, que era de los más vistos, 30% de rating. Ahí me imitaban, se burlaban y daban una imagen que muchos creyeron que se correspondía con la realidad. Y eso fue destructivo para mi imagen, pero también es destructivo para el país porque hoy, que vivimos en época de crisis permanente en todo el mundo, hace falta la autoridad presidencial. Así, si esta se socaba se hace un daño al conjunto. Algunos pueden preguntarse por qué no actué. Creo que hay que respetar la libertad de prensa y poner una mordaza o amenazarlos no estaba en mi espíritu. Uno no se imagina a un presidente de los Estados Unidos acallando un programa, pero tampoco se concibe la irresponsabilidad de programas destructivos con la imagen presidencial. O que la gente apoye a canales de televisión que hagan eso. Entonces, hay una combinación de valores que se cruzan. En general la prensa no quiere sujetarse a ningún tipo de valor. Dice qué se arreglen los otros. Sin embargo, eso es importante tenerlo en cuenta y, bueno, esos son los problemas de la diaria convivencia. Ahora, para ganar elecciones, ¿piensa que se necesitan las mismas cualidades que para ser un buen político? Hay que tener un mensaje claro y trabajar intensamente. Siempre he sido obsesivo con el trabajo. Si había que ir a una reunión lo hacía, acudía a programas de televisión, hacía mis comunicados de prensa…No dejaba nada por hacer. El que no es buen candidato hace las cosas a medias y la gente lo percibe. Siente que no tiene actitud, que no tiene ganas, que le falta ánimo. Hay que saber responder y tampoco se deben inventar las cosas, ya que eso se nota. En mi caso, intervenía muy directamente en la formulación de la campaña y no delegaba nada. Por ejemplo, cuando fui candidato a Jefe de Gobierno de la ciudad, me idearon una campaña que decía El mejor candidato y yo pensé que tal vez no era lo que le importaba a la gente. Después crearon otro que decía De la Rúa, por una ciudad mejor. Ese estaba mejor pero no me convencía. Entonces inventaron otro que decía Con De la Rúa un día va a ganar la gente. Es decir, las tres categorías: la persona, la institución o medios (lo frío) y la gente como destinatario de la política. Con Un día va a ganar la gente levanté muchísimo. Por lo que se refiere a mi campaña como candidato a presidente, para mí el eslogan aburrido era muy discutible. Depende como uno sienta… Lo que pasa que a uno le cuesta sentirse como tal. Aburrido yo no soy. Pero era una campaña que por lo curioso y lo contradictorio con lo que uno se anima a decir, valió en otro sentido. Transmitía sinceridad y, sobre todo, había algo importante en esa campaña: sabía que me permitía entrar a los hogares porque los chicos me iban a asumir. Cuando me imitaban y repetían dicen que soy aburrido, el mensaje entraba a las casa y entendían más. Porque lo importante de una campaña es que llegue el mensaje. Por otro lado, de las encuestas aprendí a ver que no importa tanto la intención de voto sino el peso de la imagen negativa. Porque de esa difícilmente se vuelve y, en cambio, el caudal de votos positivo puede crecer. Entonces, hay tres cosas importantes. Primero, el nivel de conocimiento, sin el cual como candidato no vas a ninguna parte. Segundo, no tener elevado el nivel de imagen negativa. Y tercero, tener la mayor intención de voto. Por ejemplo, en esa campaña se notaba que para mis adversarios era difícil ganar ya que tenían muy alto el nivel de corrupción y no podían bajarlo. Nosotros, en cambio, vinimos con la imagen del cambio ético y moral. Por eso me atacaron a mí con la causa del Senado, la cual me ha costado doce años de juicios y ha resuelto que era inocente. Así lo dice el tribunal. Ahora, ahí juega la intervención de la prensa, la cual se instaló en que eso era cierto y no quiere dar su brazo a torcer. Por último, otra cosa que me ayudó fue la fórmula somos más. Me permitió articular un discurso que incluyera a la gente: somos más los que queremos justicia, somos más los que queremos trabajo, democracia…Con ella gané la elección. Con esto quiero decir que tuve mucha experiencia en campañas y fui muy personal en hacerlas. Encargué la tarea material pero seguí de cerca el aviso, el mensaje. Dentro de todo esto, ¿qué papel piensa que juega la formación en el rol del político? ¿Piensa qué es importante que tenga ese capital o la calidad del político depende de otras cosas? La formación no sólo son los grados, los títulos o recibir una medalla de oro al rendimiento. Implica la lectura, los seminarios, los centros de discusión y de debate. Es decir, comprende a las personas con las que andas, el intercambiar ideas, el contacto con buenos pensadores que te ayuden a formar tus propias opiniones. Por eso no es sólo tener buenas notas en el colegio, sino tener una mente abierta para captar los signos de los tiempos. ¿Vivió en su casa el intercambio de ideas, el pensamiento crítico? Y, en concreto, ¿recuerda conversar sobre política durante su infancia y juventud con familiares y amigos? Sí, sobre todo en el secundario. Lo que ocurre es que yo estudié en el Liceo Militar, por lo que estaba toda la semana allí y eso me alejaba un poco de mi casa. Pero formamos un grupo con mis compañeros de tercer año, siendo todos jóvenes, en el que nos reuníamos todos los sábados a hablar de política y a estudiar historia. Eso nos ayudó y nos abrió bastante la mente. Pero además, reconozco tener una necesidad de acudir a los libros. Ahora ya se ha desbordado la cantidad de lecturas de las que se puede disponer, pero en aquellos tiempos no se disponía de tantos libros de política. Y claro, en la universidad tuve acceso a libros de política, de historia, sociología, filosofía…Me parece, sinceramente, que pensar en la carrera como pura militancia no da buenos resultados. Se puede llegar igual si se tiene buena comunicación. Pero es muy importante que el que esté en esa posición se preocupe por formarse, porque puede ser llamado a eso. Yo siempre le decía a los jóvenes, precisamente porque me había tocado ser senador relativamente joven, que se prepararan y estudiaran. No se sabe cuál de todos ellos puede ser llamado a grandes responsabilidades. Y les ponía mi ejemplo: a los treinta y cinco años me llamaron para ser senador en una época difícil y no me quedé conforme con la formación que tenía. Entonces uno sigue estudiando y leyendo. Pero, además, creo que no sólo hay que quedarse en lo que es el conocimiento teórico de lo que es la política. Hay que adquirir experiencia en la psicología para tratar de adivinar las actitudes que vienen, hay que manejar hombres…. Creo que algo que nos falta a los políticos, y que sin embargo tienen los empresarios y sindicales, es la capacidad para conducir grupos humanos y obtener lo mejor de ellos. El político puede ser amable pero severo en exigencia y debe crear las condiciones para que las personas produzcan lo mejor. En Argentina pasa que un presidente peronista nombra a un equipo de ministros y, pese a ser desconocidos o no del mejor nivel, son leales. En cambio los radicales, y a mí me pasó, nombramos a los mejores, los más conocidos y de más alto prestigio. Sin embargo, tienen un bajo compromiso. Son tan importantes que piensan primero en ellos y se necesita pensar primero en el país, segundo en el presidente y sólo al final en ellos mismos. Cuando uno llega a posiciones de poder relevantes, como es la Jefatura de la Capital o, posteriormente, la presidencia, ¿piensa que el político se siente solo? Sobre todo atendiendo a las relaciones de deslealtad o egoísmo de las que hablaba antes. Es diferente la Jefatura de la Capital a la presidencia. En la primera estás mucho más acompañado, son cosas de todos los días y la función es mucho más alegre. La presidencia es más solitaria porque todo está mucho más descentralizado. Eso provoca que cuando hay problemas los dejan subir al presidente y cuando las cosas marchan bien los laureles los reciben otros. Por eso la actual presidenta ha sido muy estricta. Cuando cualquier cosa sale bien debe decirse que ha sido por orden de ella y todos los avisos de publicidad siempre dicen Presidencia de la Nación. Está bien dirigida recogiendo la experiencia. En lo que concierne a mi experiencia, tenía ministros que se apresuraban a dar buenas noticias. En cambio, cuando la noticia era mala no había manera de encontrarlos por ningún lado. Bueno, en esa línea Dick Morris recomienda a los presidentes no ser los que den las malas noticias. Esa es la psicología actual de cómo se maneja una campaña. Porque una campaña también es eso: tener la oportunidad de contestar de modo directo y pensando que la respuesta que le dan a una persona afecta a otras que se sienten interpretadas. ¿Cómo fueron sus relaciones con la Unión Cívica Radical? Y, en particular, ¿cómo convivió con un liderazgo tan fuerte como el de Raúl Alfonsín? No fue fácil. Venía de Córdoba, era sabatinista porque mi padre había sido ministro, era amigo del Dr. Illia… Así que me sentía identificado con Illia y con todo lo que él representaba, pero él no actuaba demasiado en la interna del partido. Cuando decidí quedarme en Buenos Aires, fui a ver a Ricardo Balbín ya que en la capital eran todos balbinistas. Me incorporo a sus filas y por esa línea salgo senador. Recuerdo que el día de la elección, en un momento en el que todavía no había encuestas, desde un canal de televisión me llamaron para decirme que creían que iban a saber el resultado antes. Entonces avisé al Dr Balbín, y teniendo en cuenta que veníamos de perder y la elección estaba complicada, le dije si esto va mal, me la banco solo, me quedo solo. Pero si va bien quiero que usted esté y tenga la reivindicación que se merece. Decidí llamarle y no ir al canal de televisión hasta que llegara el Dr Balbín. Bien, ¿qué pasó después? Yo entonces militaba en el sector de Balbín y en esa segunda vuelta se le habían arrimado Alfonsin, Storani…Claro, si yo ganaba, ellos sacaban medio. Sin embargo, cuando Balbín muere y Alfonsín crece, todo el partido se hace alfonsinista. Entonces me quedé como el único balbinista que había enfrentado a Alfonsín. Siempre fui un poquito outsider. Primero con Balbín, porque aunque yo tenía muy buena relación con él en realidad era un intruso dentro de su grupo personal de amigos, sobre todo de Buenos Aires. Y después con Alfonsín, porque yo venía del balbinismo y no me daban mucho crédito. Ello influyó después, cuando gané la elección al gobierno de la ciudad y me doy cuenta de que no hace nada feliz a los alfonsinistas. Y eso que yo fui amplio, y les di a todos su lugar, su espacio. Después, como me daban muy bien las encuestas, Alfonsín me apoya para candidato a presidente. Pero creo que gran parte de los alfonsinistas no estaban contentos. Y esto explica los episodios finales, donde me sustraen el apoyo. Durante su carrera, ¿considera que tuvo algún valedor o padrino político? Alguien que le introdujera y acompañara durante toda su carrera. ¿Cumplió Balbín ese papel? No, así como plantea no. Pero no voy a negar que Balbín o Alfonsín tuvieron que ver. He sido amigo y leal con ellos. También tengo presente a Facundo Suárez, quien fue presidente de YPF y al que quisieron llevar como candidato a senador en las elecciones de 1973. Él dijo, yo no, pero ¿por qué no lo llevan a Fernando que está ahí? Dará buena imagen de universitario. En esos tiempos recuerdo que llevaba anteojos para ver y creía que esa imagen tipo Clarke Gable funcionaba. Un día me dijo ¿por qué no te sacás los anteojos? Me los quité y no me los pude volver a poner más porque me di cuenta que creaban una barrera. Por ejemplo, Angeloz utilizaba anteojos negros incluso en los afiches salía con ellos y eso marca una distancia enorme. Cosas del mensaje político. Bueno, así que no puedo decir que tuviera un valedor especial pero sí mucha gente que me acompañó. Sin embargo, cuando aparecieron las dificultades, el partido me quitó el apoyo. . Y me lo retiró de manera fácil porque se ve que yo no era el líder natural. El líder natural era Alfonsín y me quedé muy solo. ¿Hasta qué punto la política es una cuestión de lealtades? ¿Considera que se puede salvar un mal gobierno si uno se rodea de un equipo fiel? Para mí la lealtad es fundamental porque es mi modo de acción. Tal vez tenga el error de aferrarme a los principios de lealtad y de buena fe. Creo en la gente y en sus buenas intenciones. Pienso que harán lo mejor, lo que corresponde y que responderán con lealtad. Puede que el político tenga que ser más desconfiado, más impiadoso, que no deba creer en nadie. Mi problema es que no sé vivir así. Creo en el principio de buena fe y lealtad. Pero otros no actúan así y aprovechan las oportunidades. Pienso que eso es una pérdida de valores. Sin embargo, no considero que sea deslealtad pedirle a un ministro que renuncie. Hay que decírselo si se considera necesario ya que son las facultades propias. Respecto a la disciplina partidaria, ¿piensa que el partido debe cerrar filas cuando el Presidente marca una directriz o que se debe mantener la libertad de decisión de cada individuo? Totalmente. En mi caso ahí vino el problema: yo era el presidente y Alfonsín dirigía el partido. No bastaba que yo dijera algo para que cerraran filas conmigo. Eso hizo que me acompañaran bien una gran parte del tiempo, pero no al final… no al final. Ahora se ve, por ejemplo, como al gobierno actual aparentemente se le ha debilitado un poco la lealtad de sus miembros. Y eso que ellos han perseguido siempre un férreo control de la disciplina partidaria. Le pasó a Menem, quien tuvo un control absoluto y después cayó. Lo mismo con Duhalde, quien controlaba toda la provincia de Buenos Aires y Kirchner le quitó de un soplido todos los adherentes. En cuanto al sentido del deber y el compromiso de servicio, ¿cómo entiende su renuncia? ¿Hay que saber irse de la política y desprenderse el poder cuándo uno deja de considerarse capaz de solventar la situación? Tuve en cuenta tres cosas para irme. Primero, que hacían falta leyes para que el Fondo Monetario Internacional nos pagara y pudiéramos superar la situación financiera. Y lo cierto es que sin mí el peronismo podía votar la ley de presupuestos. Segundo, que había que parar la violencia organizada y provocada por el peronismo…1200 personas que provocaron la violencia y derrocaron a un presidente. Y, por último, asegurar la continuidad institucional del país porque si yo me dejaba derrocar por un golpe, la Carta Democrática Americana de Lima de 2001, que se había firmado hacía poco, dejaría excluida a Argentina de toda la comunidad latinoamericana. En ese escenario, redacté de puño y letra la renuncia y expuse esos tres motivos. No se han entendido bien o, por lo menos, no se han desentrañado. Consideré mi renuncia más que como un abandono de poder como un medio para facilitar las cosas. Mi error fue hacer caso al jefe de la Casa Militar y tomar aquel helicóptero ahí y no a cien metros, como lo hacíamos siempre… De hecho al día siguiente vuelve y tiene una entrevista con el ex presidente del gobierno español, Felipe González. Sí, por eso reitero que yo no huyo. Simplemente me voy a Olivos. No me marcho del país, ni a ningún refugio ni nada…Hubo un exceso por parte del jefe de la Casa Militar al hacer posar el helicóptero sobre la Casa Rosada. Yo intuí eso y se lo hice saber, porque estábamos en un momento de turbulencia política. Pero él me dijo que ya había organizado todo. Al final de cuentas, creo que si hubiera salido a la plataforma hubiera ocurrido lo mismo. Esas imágenes se utilizaron mucho para dar una imagen negativa, dando a entender que estaba huyendo. Eso también me hizo regresar al día siguiente. Volví no sólo por la entrevista con Felipe González, sino para derogar el estado de sitio. El cual, por cierto, estaba tan armado que apenas renuncié se recuperaron las cosas. Nadie tuvo hambre, se acabó la violencia… Así que sí, fueron momentos difíciles. Y estoy muy agradecido a Felipe porque aceptó venir a mediar, pero cuando él ya estaba de viaje vi que se precipitaban las cosas y en medio de ese cuadro de violencia decidí renunciar. Y lo cierto es que a mí el ejército me reiteró que estaba dispuesto a salir para garantizar el ejercicio del gobierno por mi parte. Les contesté que de ninguna manera iba a mezclar a las fuerzas armadas en estos acontecimientos porque después todo se vuelve trágico. Aquí han juzgado mucho que hubo muertos y yo creo que se provocaron desde adentro. Tenía que haber una tragedia para adelantar mi caída. Me atribuyen 40 muertos en el interior del país, pero son por la propia incitación del peronismo…Es increíble, el peronismo no acepta una derrota. Ellos son ávidos de poder. Perdieron la elección y a los dos años volvieron. Y ahí el radicalismo está muy contento con Duhalde…son vicios de falta de lealtad. ¿Dudó mucho antes de presentar la renuncia? La verdad es que nadie me decía nada. Hice una convocatoria a las cuatro y cuarto de la tarde, más o menos, y vi la repercusión que tuvo. Sabía que estaban los gobernadores peronistas en San Luis. Hablé con el presidente del bloque legislativo en el Senado y me trasmitió que los peronistas no tenían ninguna voluntad para ayudar, sino todo lo contrario. Cuando comenté que iba a renunciar, en realidad les transmití una decisión y no una consulta. Pero reconozco que cuando uno informa de estas cosas espera que le hagan un comentario, ¿no?. Vi que no estaba errado y entendí cuál era la situación, así que redacté la renuncia para que la llevaran al Congreso. Esto parece raro en un gobierno presidencialista. El radicalismo, frente al peronismo, en ningún momento dijo que no porque nuestra doctrina es el fortalecimiento de las instituciones. Y así como estuvimos en contra del golpe que destituyó a Isabel Perón o a los golpes contra Yrigoyen o Illia…aquí el radicalismo se desentendió. ¿Cree que falta una concepción de Estado en Argentina? Esto es, anteponer los intereses del país en momentos de crisis a la competencia partidista. Sí, y eso pasa porque lo importante es el poder. Pero si bien este es importante, hay que saber utilizarlo para lograr consensos, para aprovechar lo mejor de las cosas. Eso es lo que se debe saber crear: capacidad de acuerdo. Miro atrás y me acuerdo de Alfonsín. ¿Por qué se le complicó todo al final? Porque se peleó con todos. Por ejemplo, a Kirchner la llegada del Papa Francisco le ha servido para acercarse a la Iglesia, con la que venía enfrentada… Y a lo mejor a mí al final me ocurrió lo mismo, pese a que no quería que eso sucediera. Ningún sector salió a ayudarme; ni la Iglesia, ni los empresarios, etc. Mi problema fue llevarme mal con el peronismo y, en la última etapa, también con el radicalismo. Eso ya fue el final. Creo que es importante llevarse bien con todos los sectores, mirarlos y buscar una síntesis. Detectar cuáles son los conflictos y tratar de resolverlos. Y, en ese sentido, la economía es muy importante porque las cosas no se arreglan sólo con buenas palabras. ¿Cómo es la vida después de la política? Cuando usted renunció, ¿era consciente de que ahí terminaba todo? Dije que no intervendría más y lo cumplí… Pero, ¿uno es político siempre? Sí, porque te entrevistan, te consultan, te invitan al extranjero a hablar con ex presidentes…Todo eso sigue. Ahora, es muy distinto ser un político que opera sobre lo que es la realidad y otra muy distinta opinar sabiendo que no vas a influir. Cuando uno expresa opiniones estando en competencia política genera aprobación o rechazo, y uno cuida ciertas cosas. Bueno, en ese sentido, cuando uno abandona la política profesional eso cambia. Pero como yo he tenido siempre como modo de vida la plena ocupación y he sentido la sensación de que el tiempo no me alcanza para todo, he continuado teniendo la necesidad de hacer cosas, de comunicarme con los demás… Y, bueno, los juicios también me han ayudado a estar ocupado. Fíjate como es la historia que yo, que siempre hice de la honestidad un valor preponderante en mi hogar, me vi sometido al manoseo de la persecución judicial. No sólo la causa del Senado, sino también otras. Como doce causas en total. Ahí la prensa se cebaba contra mí y fui tapando la boca a todos. Pero, ¿cuánto tiempo me ha llevado?. No te dejan trabajar en otra cosa, aún estoy con juicios. ¿Cree que algún día su imagen cambiará entre la ciudadanía? ¿Cómo cree que será recordado? En realidad noto que ya ha cambiado mucho o al menos eso es lo que percibo en la calle. De cualquier modo, no quiero hacerme mediciones porque estas van en función de las perspectivas políticas. Y cuando uno ya está retirado y no tiene ninguna, es como la línea cerebral… está horizontal. Pero lo cierto es que creo que mi imagen ha cambiado y la gente ha comprendido mucho. Hay que tener en cuenta también el papel de la prensa y como en ocasiones se te tira encima. La gente cree que piensa libremente, pero va incorporando e incorporando mensajes. Todo es mentira. Todo está hecho y enlatado. ¿Alguna vez se arrepintió de haber sido elegido presidente? No, todo lo contrario porque fue una experiencia maravillosa. Aún recuerdo el tiempo de la campaña…Lamentablemente no resultó. Creo que el diagnóstico económico que hicimos, principalmente desde los sectores de Alfonsín y Álvarez, fue equivocado. Además, tuvimos otras malas coincidencias: cambió la Administración de los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional vino en contra de los países emergentes… fue una tormenta perfecta. ¿Cuándo comenzó su carrera, imaginaba que su trayectoria iba a desembocar en la presidencia? Uno siempre imagina cosas. Supongo que es como cuando siendo jovencito uno piensa que puede ser héroe o santo…cada quien tiene sus perspectivas. Yo recuerdo, siendo pequeño, haber ido al Teatro Colón y, al ver el lugar que ocupaba Illia , pensar que quizás algún día podría estar ahí. Sí, siempre pensé que podía ser presidente. Era muy posible. De hecho, en 1973 fui candidato a la vicepresidencia. ¿Nunca pensó en dejar la política? No, no…porque es un determinismo que te lleva así, pese a que confieso que he sufrido mucho la política porque tenía un sentido obsesivo del deber y valores que no admito, como la deslealtad o la corrupción. Y eso no todos lo entienden. Y para terminar, ¿en qué piensa que se diferencia el oficio del político de cualquier otra profesión? En la entrega total. Puede que en determinados momentos algunos políticos medren en su dedicación, pero por lo general la entrega es total. Precisamente por eso llega un momento en el que es bueno retirarse. Si no sabes hacerlo, terminas poniéndote a disposición de la experiencia política a muerte. Te absorbe totalmente. Y eso es lo que me pasó a mí. De hecho, nunca pude compatibilizar la política con cualquier otra actividad. Me parecía de mal gusto que un senador patrocinara un juicio.