JUDEA Y LOS SELÉUCIDAS

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U.D. 7
TEMA 2
JUDEA Y LOS SELÉUCIDAS
I.- Antíoco III: convivencia pacífica
Entre 201 y 200 a.C., el rey Antíoco III, de la familia de los seléucidas, los soberanos de
Siria, consigue arrancar a los tolomeos toda Palestina, comprendida Judea; una vez más a Israel le
toca cambiar de amo. Las relaciones de los judíos con el nuevo soberano parece que fueron
inicialmente excelentes. Según Flavio Josefo, los judíos habrían ayudado incluso a Antíoco III a
derrotar a la guarnición tolomaica presente en Jerusalén. En todo caso, Judea hizo pronto un
completo acto de sumisión, manteniendo a cambio los seléucidas el estatuto de autonomía interna
de que habían gozado ya bajo los tolomeos, además de una serie nada despreciable de privilegios
fiscales.
A este período se remonta, por ejemplo, un edicto que prohibe a los extranjeros el ingreso en
el templo, además de la cría y el comercio de animales impuros en Jerusalén, leyes que tenían por
fin salvaguardar la pureza ritual de la ciudad santa. Pero aquellas prescripciones debieron chocar
con la oposición de al menos una parte de las clases ricas y de los mismos sacerdotes, entre los
cuales la cultura helenística se iba difundiendo cada vez más progresivamente.
El mismo año en que Antíoco III conquistaba Judea, Roma entraba en guerra con Filipo V
de Macedonia, del que era aliado Antíoco. En 197 Roma inflige a Filipo una dura derrota, y en 190
Antíoco experimenta un grave descalabro en la batalla de Magnesia. El tratado de paz impuesto por
los romanos a Antíoco prevé condiciones durísimas. Antíoco debe abandonar todos sus territorios
de Asia Menor y pagar un tributo de 12.000 talentos, cifra realmente exorbitante, que coloca al
Estado seléucida al borde de la bancarrota. Las consecuencias de la derrota de Magnesia pesarán de
modo decisivo en el gobierno seléucida en relación con los judíos.
II.- Los sucesores de Antíoco III: cambio de situación
El sucesor de Antíoco, el rey Seleuco IV, al subir al poder en el 187 a.C. pensó en evitar las
desastrosas condiciones en que se encontraba su reino, saqueando los templos más ricos, entre ellos,
naturalmente, el de Jerusalén. Los judíos lo consideraron un sacrilegio, fracasado a consecuencia
de una intervención milagrosa de Dios. A Seleuco IV le sucede Antíoco IV (187-163 a.c.), que se
puso el nombre de Epífanes, que significa en griego "(dios) revelado", nombre que el pueblo
cambiará irónicamente en el de Epimanes, "loco", sobrenombre que ya nos dice algo de la
personalidad de Antíoco, o al menos de cómo era considerado por sus súbditos.
Bajo Antíoco IV, la situación de los judíos empeora. En Jerusalén un tal Jasón, judío de
familia sacerdotal pero fuertemente helenizado, se atreve a comprar del rey, que estaba necesitado
de fondos, según se ha visto, el cargo de sumo sacerdote. Jasón, con el apoyo de otros miembros de
la clase sacerdotal, inicia un decidido proceso de helenización: se abre en Jerusalén un gimnasio al
estilo griego; algunos jóvenes judíos son invitados a participar en los juegos de Tiro, mientras se
propone dar a Jerusalén el régimen de ciudad griega ("polis") del mismo modo que tantas otras
ciudades helenísticas. Ello hubiera supuesto de hecho la abolición de la Toráh como ley del Estado.
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Mientras que para muchos la elección de permanecer fieles a las propias tradiciones fue del
todo natural, para otros la decisión fue vivir al modo griego.
Entre tanto, hacia el 172 a.C., un segundo personaje, un tal Menelao, consiguió ocupar el
puesto de Jasón después de ofrecer al rey 300 talentos más. Para garantizarse el cargo, Menelao
mandó matar al año siguiente al sumo sacerdote legítimo, Onías III. En esta situación enmarañada y
corrompida se ubican las dos campañas emprendidas por Antíoco IV contra Egipto, campañas
bruscamente interrumpidas por el ultimátum dado por Roma al rey seléucida.
III.- La persecución de Antíoco IV
Ya a su vuelta de la primera campaña militar contra Egipto, de paso por Jerusalén, Antíoco
habría sacado dinero de las cajas del templo, como había hecho precedentemente Seleuco IV. Al
término de la segunda campaña, probablemente frustrado por su fracaso y por la humillación padecida por parte de los romanos, Antíoco aprovecha un intento de Jasón de recuperar el puesto de
sumo sacerdote del que le había privado Menelao, para intervenir militarmente en Judea. Penetra en
Jerusalén y saquea su templo, ordenando la construcción de un fuerte militar, donde deja una
guarnición. Además ordena la construcción de un altar a Zeus olímpico, en lugar del altar de los
holocaustos, en el centro del templo. Este acontecimiento, ocurrido el 15 de diciembre del 167 a.C.
Se toman además medidas precisas represivas contra el culto judío, prohibiendo la práctica
de la circuncisión y la celebración de las fiestas judías bajo pena de muerte. No se debe, sin
embargo, pensar en Antíoco como en un cruel perseguidor, que sólo estaría impulsado por el móvil
de destruir pura y simplemente la ley judía. Ante todo le movían móviles políticos (suprimir el
intento de revuelta de Jasón y dirimir de una vez por todas la caótica situación creada en Jerusalén)
y económicos (la necesidad de dinero). Tampoco hay que olvidar el factor emotivo, si se piensa que
Antíoco volvía de una campaña fracasada por la viva humillación que le habían impuesto los
romanos. Además, en Jerusalén existía, según se ha visto, un partido filohelenista muy fuerte entre
los mismos judíos, del que el mismo sumo sacerdote formaba parte y que no debía ver mal la obra
de helenización iniciada por Antíoco. Sin embargo, el judaísmo, cerrado en sí mismo y caracterizado por una fe y por un estilo de vida distinto del de los demás pueblos, convencido de su
superioridad religiosa y moral, mira la acción de Antíoco como un acto encaminado a destruir la
comunidad israelita como tal. Así es como su acción, dictada por motivos de otro orden, apoyada
desde dentro al menos por una parte de los mismos judíos, se transforma, al margen de las
intenciones iniciales, en un acto de auténtica persecución religiosa.
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