Historia de una asistencia

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HISTORIA DE UNA
ASISTENCIA
Roc Massaguer nació el 7 de mayo de 1977 en Terrassa (Barcelona). Licenciado
en Ciencias de la Información por la UAB en 2000, desarrolló sus primeras experiencias como periodista deportivo en Catalunya Radio, si bien cuenta con una prolongada trayectoria en radios locales con programas de deporte, informativos, magazine, cine y humor. Fue jefe de prensa de un Club deportivo catalán y actualmente es redactor de ACB.COM.
«Historia de una asistencia» es un relato novelado basado en una fiel recopilación de los hechos sucedidos el 2 de marzo de 1962, fecha en la que Wilt
Chamberlain anotó 100 puntos en el partido que enfrentó a Philadelphia Warriors y
New York Knicks en Hersey (Pennsylvania).
En la elaboración de su narración, Roc Massaguer ha hecho un esfuerzo por ceñirse al máximo a lo realmente acontecido esa noche. De hecho, solo uno de los
personajes que intervienen en el relato es inventado (John Tennan, el tutor del
orfanato) y su aparición es en todo momento colateral a los hechos. Para conseguir
su propósito, el autor se ha nutrido de las crónicas existentes y las declaraciones
de los propios protagonistas, bases de datos de baloncesto (en el caso de las estadísticas y la biografia del protagonista, Joe Ruklick) y páginas de internet dedicadas
específicamente a Wilt Chamberlain o a este partido en particular. Y todo ello
remarcando que, a pesar de toda esta información, se trata del partido histórico
menos documentado de la NBA.
Al margen de su valor como documento periodístico-histórico, «Historia de una
asistencia» será un relato agradable de leer para cualquier amante del basket. La
definición de los personajes y los sentimientos que transmiten serán fácilmente
identificables para todo aquel que haya practicado este juego, lo que, unido a una
trama argumental sencilla y bien estructurada, permitirá al lector disfrutar de un
meritorio trabajo literario.
Roc Massaguer
Colección ACB.COM
Historia de una asistencia
Roc Massaguer
Colección ACB.COM
Historia de una asistencia
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una sola asistencia puede hacer grande a un hombre.
Lo miré fijamente. Me abrazó otra vez. Recordando la primera
vez que nos conocimos, y cómo él me respaldó siempre aún siendo
yo un joven poco prometedor, entendí que él mismo se había
aplicado esta sentencia. Su única asistencia me había salvado y
le había hecho grande a él. Qué poco importaba el baloncesto en
ése momento.
A mi lado estaba Luk. También lo abracé.
- Después de todo, la historia siempre dirá que el último rebote y
la última asistencia la dieron Luckenbill y Ruklick. - sonreímos y
nos dirigimos hacia un restaurante cercano. Había que celebrarlo.
Roc Massaguer
Marzo de 2002
Historia de una asistencia
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PRÓLOGO
Asistimos en la memoria histórica del Deporte a una pequeñísima suma de registros que por insólitos parecen haber sido extraídos de la más fabulosa obra de ficción. Cuando Bob Beamon asombra al mundo en 1968 con aquel salto imposible de 8.90 o Michael
Johnson devora los 200 en 19.32 casi tres décadas después, se
asiste a una fuga instantánea en el complejo proceso por mejorar la
marca, una lógica articulada siempre en una dura y lenta trayectoria
natural.
El Baloncesto por contra, no es un deporte que como el Atletismo esté sometido al yugo del registro, pero igualmente los números son un ingrediente activo en su complejo técnico de competición.
Y aun siendo nuestro juego un deporte de equipo, los números continúan vertebrando un asunto más bien individual, y si de números y
registros insólitos hablamos, nadie ha conseguido llegar más lejos
que Wilt Chamberlain. A su figura quedarán asociados durante muchos años proezas estadísticas difícilmente repetibles, y en especial,
su anotación de 100 puntos en un solo partido. Un registro anotador
de tres dígitos para un solo jugador es el equivalente imaginario a
que un equipo supere los 300 puntos en una noche. Hoy precisamente se cumplen 41 años de aquel lejano 2 de marzo de 1962, una
fecha que cogió desprevenida, como suele ocurrir, a la propia competición en un irrelevante partido entre New York y Philadelphia. Pero
¿qué ocurrió realmente allí? Porque si bien hablamos de un registro
que todo aficionado conoce, las circunstancias y el mismo escenario
de la hazaña, continúan históricamente sumidos en una sombra.
Por ello presentamos aquí una formidable incursión en la más
fina novela histórica del raro género deportivo a cargo de Roc
Massaguer; puede que la narración más rigurosa y completa en lengua castellana de lo ocurrido en aquel sencillo pabellón de Hershey la
fría noche de aquel invierno del 62. Cabe destacar de este excelente
episodio el mental relato íntimo de quien no fue protagonista sino
antihéroe, el condenado al banquillo perpetuo en nombre de
Chamberlain, Joe Rucklick. Su primera persona representa la privilegiada óptica de primerísima fila, la que contempla in situ el milagro.
Con su testimonio el lector ocupa igualmente el banquillo para entender no sólo el calado histórico de aquel hito sino el colosal peso sobre
el entorno de la figura de Wilt Chamberlain, quien a día de hoy y
tres décadas después de su retiro, continúa representando la fuerza
ofensiva de mayor impacto en la Historia del Baloncesto.
G Vázquez
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agotar la posesión pero Luk hizo una buena falta. Salimos de los
tiros casi en contraataque. Wilt corrió el primero. Rodgers le dio
un pase fantástico, se levantó y falló por tirar con demasiada
fuerza. Estaba agarrotado. De la nada salió Luk con un salto
increíble. Recuperó un rebote estupendo. Sin dudarlo le dio un
gran pase a Wilt que seguía aún debajo del aro. Chamberlain no
se lo esperaba. Estaba atónito. Se levantó y volvió a fallar. Un
grito contenido recorrió la grada. La gente no podía esperar más.
Pensé que nunca metería la canasta número 100. El número
retumbó en mi cabeza: “Dios mío! Son muchísimos puntos!”, pensé.
Entonces Luk hizo lo imposible. Robó de las manos del “center”
de New York el rebote. Estaba luchando como nunca. Miró a Wilt,
pero no estaba bien colocado. Me dio un pase complicado al otro
lado. Cogí el resbaladizo balón. Tal y como me llegó, vi que Wilt
ganaba la espalda del defensor y se quedaba sólo. No dudé ni un
segundo. Tuve el balón apenas décimas. Di el pase más fuerte de
mi vida. Wilt lo cogió y suavemente la metió sin oposición.
Todos estallamos. Nos llenaba una euforia difícil de describir. El
público, los jugadores, Wilt, los árbitros...todo el mundo dio un
salto. Wilt resopló exhausto. Sonreía, aunque más de alivio que
de otra cosa. Aún no habíamos ganado el partido, ni habíamos
hecho una gran actuación como equipo. Aún así, a todos nos invadió
una satisfacción irrepetible. Parecía que no nos hiciera falta nada
más, en ése momento, para ser felices.
El público entró en el campo. Primero tímidamente y luego
convencidos. Algunos buscaban a Wilt, otros sencillamente se
abrazaban entre sí. Vi el flash de una cámara y encontré a Wilt
justo enfrente. Arizin intentaba llevárselo. Estaba hecho polvo.
Había hecho un esfuerzo sobrehumano. Aún quedaban 46
segundos de partido. Nunca se jugaron, lo que confirmó que aquel
encuentro había sido más un record en sí mismo que un partido
normal.
De entre la multitud, un hombre viejo, delgado y casi calavérico
se me lanzó encima. Era Tennan. Me abrazó como nunca. Entre
gritos dispares e incomprensibles me dijo al oído:
- Ha sido increíble! Increíble! Estoy tan orgulloso de ti!
Yo estaba contento. Contento de estar abrazando al hombre al
que debía todo, contento de haber conseguido los cien puntos, y
sencillamente contento de estar ahí en medio. Lo estrujé entre
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Harvey me llamó a primera hora de la mañana; casi me sacó de la
cama. Me dio una excelente noticia con su habitual voz alegre. Me
confirmó que por fin vendría a verme John Tennan: sería esa misma tarde, en el partido que jugábamos en casa contra los Knicks.
En silencio siempre le agradecí a Harvey que se preocupara tanto
por nosotros. Los delegados de otros equipos no lo hacían.
Me sentí excitado de repente, hacía mucho tiempo que quería
que el viejo Tennan se acercara a verme jugar. Desde el instituto
tenía la costumbre de mandarle cartas explicándole como me iba,
y cuantos puntos metía. Rara vez había venido a verme; quizás
tres o cuatro veces en toda mi carrera. Él aborrecía el baloncesto,
aunque nunca me lo dijo. Siempre me respondía animándome
aunque no supiera aún si 10 puntos eran más importantes que 10
rebotes o cuán destacado era jugar en los Warriors, aún haciendo
pobres números.
Llegué a la estación muy temprano, con más ganas de jugar que
de ver a los compañeros, cosa que no era habitual últimamente.
Fueron llegando todos paulatinamente. Los veteranos casi no me
saludaban, mientras que los novatos y los que jugábamos poco
tendíamos a llevarnos mejor, como era ley en la NBA. Harvey y el
entrenador McGuire llegaron casi los últimos, siempre puntuales
para coger el autobús sin tener que esperar a nadie. Cuando subimos, por supuesto, aún faltaba Wilt. Según comentó Arizin con
su habitual voz punzante y seria: «Es mucho trabajo despedir a
dos mujeres para irte a sudar a una cancha». Todos nos reímos.
Wilt llegó en el último momento y se subió al autobús con una
sonrisa de expectación. Sabía que aún era un novato y que no
estaba bien llegar tarde, pero sus más de 50 puntos de media esa
temporada le precedían. Nadie le dijo nunca nada, aunque él aún
creía que, en cierto modo, debía pedir disculpas. Desde que le
conocí en la Universidad cuatro años antes, no podía quitarme de
la cabeza esos increíbles brazos negros, ese medio reverso rapidísimo y ese carisma que le hacía flotar por la pista, intocable
aunque quisieras destrozarlo a faltas. La primera noche que jugué contra Wilt fue en un partido universitario contra Kansas. Yo
era el «center» estrella de Nothwestern y ya se hablaba sobre
nuestro primer duelo. En mis tres primeros tiros, me colocó sendos tapones impresionantes. Luego, 52 puntos y 31 rebotes. Aún
viéndole jugar ahora, se me para el corazón cuando se gira desde
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Cuando me disponía a tirar, oí al entrenador gritar desde el
banquillo:
me aceptara en el equipo. Así que, puesto que estaba todo dicho,
cambiamos de tema.
- Ruklick! - sonaba a reprimenda - Balones a Wilt, hijo!
- Crees que ganaremos hoy, Harvey? - pregunté rutinariamente.
Se giró hacia el segundo entrenador con expresión de fastidio.
Más me valía hacer lo que decía o volvería al banquillo y eso sería
aún más terrible que no haber entrado. Quería anotar los dos
tiros libres para dedicarlos, pero aún estaba frío. Fallé el primero
por poco. Cuando me disponía a lanzar el segundo, vi con el rabillo
del ojo que el entrenador hacía un gesto de desaprobación mientras
me miraba. Armé el brazo y me imaginé que estaba planeando
sentarme otra vez. Fallé.
- Dicen que Phil Jordan tiene la gripe y no podrá jugar.- Siempre
tenía informaciones de primera mano.
Estaba fastidiado pero iba a aprovechar mis minutos. El record de
Wilt me parecía algo anecdótico. Quería jugar bien y demostrar lo
que valía. Así que me esforcé en defensa aún cuando sabía que el
partido ya estaba resuelto.
- Defendiendo a Wilt? Ni de coña. Ese tío no llega a los 7 pies. Wilt
se sale hoy. - Sentenció Luk con un brillo especial en los ojos.
Siempre había adorado a Wilt, y le encantaba ganar.
Los Knicks aguantaban deliberadamente la posesión. No querían
que Wilt tuviera oportunidad de meter los 100. Eso me molestó.
Pensé que debían aceptar su impotencia sin poner trabas de esa
índole. Nos mirábamos sin saber muy bien qué hacer. El entrenador
gritaba “Falta! Falta!” desde la banda, así que cogí el brazo de mi
atacante cuando recibía el balón. Falta.
El partido estaba convirtiéndose en una farsa. Los jugadores de
los Knicks no sabían dónde meterse. Querían aguantar la posesión
pero tampoco estaban muy convencidos de que eso sirviera de
algo. Guerin cometió una estúpida sexta falta y se fue el banquillo.
Parecía contento de no seguir en el partido. Mis compañeros
estaban como flotando, puesto que por primera vez en nuestra
vida, ganar no era el objetivo. Mientras, Wilt seguía apartado de
todos, intocable. Recibía y anotaba, estaba muy lejos de esa pista;
estaba en otro lugar, donde el aro debía medir un metro de ancho.
McGuire le dijo que jugara de base; si bajaba el balón, no podrían
hacer falta a otro. El partido era absoluta y completamente de
Wilt.
Metió 90, 92 y 94. Le gente chillaba sin cesar. Sólo la palabra 100
se entendía. Se creó una sinergia imparable: todos querían que
aquello terminara bien. Hasta el inmóvil aire del pabellón parecía
empujar a Wilt en cada acción. Me pareció que un árbitro esbozó
una sonrisa cuando pitó la sexta falta a Imhoff. Dos tiros para Wilt
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- Y quién jugará en su lugar, el novato? - pregunto Luk, esperanzado.
- Supongo que Imhoff. No es un mal «center», es «rookie» pero
se las apañará. -respondí resuelto.
Llegó la hora de entrar a los vestuarios. Yo odiaba ese pabellón.
Cabía poca gente, pero el problema era que aún iba menos gente
a vernos. Rara vez se había llenado y no parecía que ese día fuese
a ser diferente. Lo de jugar en el Hershey Arena era una molestia
puesto que no te sentías como si jugaras en casa. Los vestuarios
eran muy pequeños; parecía que nadie hubiera pensado que jugadores de más de 6 pies tenían que cambiarse ahí. Sólo había
un banquillo cochambroso, como si se tratara de un vestuario de
instituo. De hecho, eso era lo que era, aunque, por lo menos esa
vez, no olía mal.
Entre carcajadas y con la habitual mirada altiva, entraron por la
puerta los pilares del equipo, el capitán Arizin, el base Rodgers y
Wilt. Rodgers llamó nuestra atención levantando la mano:
- Wilt no ha dejado ni un pato vivo. - lo dijo como quien anuncia
que su hijo ha empezado a andar. Luego sonrió y se giró hacia el
gigante Chamberlain. - Que es más fácil Wilt, disparar con una
escopeta de feria o tirar a canasta? - Le acercó el puño cerrado
simulando que empuñaba un micrófono.
- Siempre que tenga patos delante es fácil. - soltó una sonrisa de
suficiencia y nos miró. Los otros estallaron a reír. Era habitual que
se mofara de los equipos rivales. Y aún no sabía que le defendería
un rookie! «Después de todo, a lo mejor es cierto que se sale
hoy», pensé.
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del record de Wilt (él mismo había metido 78 esa temporada)
circuló rápidamente. Todo el mundo se enteró y querían el record. Creían que iban a asistir a un partido anodino y de repente
estaban a punto de presenciar un record histórico.
ganarles en los dos partidos aunque las posiciones de playoff ya
estubieran casi sentenciadas. Busqué al viejo Tennan por las gradas con ahínco. Justo antes de encontrarlo, me perdí la primera
canasta de Wilt.
En cuatro minutos, Wilt llegó al record. Con una bandeja después
de pase de Rodgers, metió el punto 80. El público enloqueció.
Dave Zinkoff comunicó el record a todo el pabellón. A partir de
ese momento, cantó sus puntos después de cada canasta. 80
puntos era una barbaridad y aún quedaban 8 minutos. Se pidió
un tiempo muerto.
El ritmo de juego era trepidante. Anotábamos muy rápido y empezamos a destacarnos rápidamente en el marcador. Como siempre, Wilt estaba espléndido. El joven Imhoff poco podía hacer con
él más que cargarse con faltas. Recibía ayudas y todos metían la
mano, pero Wilt estaba en su 50% habitual en tiros de campo.
Encontré a Tennan con la mirada. Estaba a pie de pista, justo
enfrente de los banquillos, un poco escorado hacia la derecha.
Lástima que no le gustara el baloncesto; ésas eran unas buenas
localidades. Al cabo de un rato de verle seguir el juego, me miró.
En un gesto típico suyo, se llevó la mano a la cabeza, para saludarme gentilmente. Le respondí, con una sonrisa. Harvey me pilló pero no me dijo nada. Sólo pareció insinuarme con una mirada
benévola: «Cuidado que no te vea el entrenador mirando al público, si es que quieres jugar!».
Me acerqué al grupo de jugadores. Miré a Tennan con gesto triste. Yo quería jugar. Quería impresionar a ese hombre que había
leído una y mil veces que yo era el amo de la pista. Quería demostrar, por lo menos, que podía jugar ese partido. Tennan me
respondió la mirada. Me levantó el pulgar: estaba claro que estaba entusiasmado con el record. No se había dado cuenta que yo
ni siquiera había participado.
El entrenador sudaba y parecía igual de extasiado que el público.
Dijo que sentía tener que decir eso pero habría que jugar exclusivamente para Wilt. Había que conseguir un record mayor. Yo casi
me echo a reír. A caso no hacíamos eso siempre? Enfurecí. Qué
record mayor? Que importancia tenía el record, más allá de la
victoria? Que podía ser más importante que mi ilusión por jugar?
De repente lo comprendí. 100 puntos! Claro. En eso estaba pensando el entrenador McGuire! Miré a mis compañeros y pareció
que todos pensaban lo mismo. Todos menos Wilt. Él, cabizbajo
con las manos en las rodillas, a duras penas podía respirar. Había
jugado 40 minutos sin descanso, con dos, tres y hasta cuatro
hombres marcándole y haciéndole faltas.
Pensé que la perspectiva del record no debía hacerle tanta ilusión
como al público que empezaba a gritar «Consigue 100! Consigue
100! Consigue 100!». Él reaccionó con cierto gesto de apuro. No
las tenía todas consigo. Yo sabía lo que era conseguir un record.
En la Universidad había conseguido 31 rebotes en un partido, 23
puntos de media en dos años, 13,9 rebotes de media en mi carrera y máximo anotador de la División en el Instituto en dos ocasiones. Recordaba perfectamente que nunca había sido consciente
de estar haciendo algo insólito mientras lo lograba. Te hacías cargo después. Pero conseguir 100 puntos...era algo diferente.
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Hacia el final del primer cuarto ya ganábamos de más de 15 puntos. Larese me dio un codazo, Wilt estaba tirando tiros libres.
- Fíjate Joe, es como si estuviera disparando a los patos! Lleva 7
de 7!
Me sorprendí puesto que los veteranos siempre se reían de Wilt
porque no metía tiros libres. Siete seguidos era una gran marca
para el grandullón.
- Lleva 21 puntos. Si mete estos dos... - añadió en voz baja.
- Nueve de nueve? Ni de coña. Un pavo a que falla por lo menos
uno. - Luk, impetuoso, se apresuró a apostar.
Todo el banquillo se miró. Conlin y Larese vieron la apuesta. Yo
sonreí. Wilt metió los dos. Nueve de nueve en tiros libres, 23
puntos en un cuarto. Un escalofrío me recorrió la espalda: ese día
no saldría a jugar de «center» a menos que Wilt se rompiera una
pierna.
En el tiempo entre cuartos, el entrenador insistió en que debíamos dar balones a Wilt puesto que Imhoff no sabía como defenderle. Nos animó a seguir jugando rápido. 42 puntos en un cuarto
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mis brazos.
Podía haberme quedado allí para siempre. A todos nos hubiera
gustado que aquello durara eternamente. Pero no fue así. Entramos
al vestuario. Todos felicitaban a Wilt, que empezaba a reponerse
y había recuperado su habitual mirada de suficiencia. Mientras
me quitaba la camiseta, vi a Harvey coger un papelito y pintar en
él un gran número 100. No entendí para qué hasta que se lo dio a
Wilt. Un fotógrafo llamó su atención y Wilt, con gesto cansado,
levantó el papelito. Normalmente no había periodistas de ámbito
nacional en esos partidos, ni cámaras ni casi fotógrafos. Así que
quizás ésa sería la única prueba de lo que aquél día pasó.
Después de ducharnos, salí con Luk. La emoción estaba a flor de
piel y nos costaba hablar coherentemente de lo que acababa de
pasar. Salí con la bolsa y Wilt me dio una palmadita en la espalda.
- Gracias, Joe. Sin vosotros no lo hubiera logrado. - me miro un
segundo, agradecido. Luego levanto su cabeza y se fue, firmando
algún autógrafo.
Ése era Wilt. Me molestó un poco su suficiencia pero en seguida
entendí que así eran las cosas. Él era el grande. Y yo debía sentirme
orgulloso de haber contribuido. Cada uno tiene su papel y él, por
lo menos, me lo había agradecido. Sonreí.
Tennan me esperaba fuera. Su habitual felicidad parecía ampliada
recorriéndole todo el cuerpo. Me dio la mano con fuerza.
- Gran partido, Joe. Gran partido.
Yo buscaba sacar alguno de los resquicios que aún tenía en mi
interior. No le había dedicado ninguna canasta.
- Sí, gran partido para Chamberlain. El joven y desastroso Joe
Ruklick sólo ha conseguido no meter ninguna canasta en tres tiros,
dos faltas y una asistencia en ocho minutos. No son buenos
números, te lo aseguro. - fingí más tristeza de la que verdad
sentía.
Tennan sonrió. Lo tenía claro.
- Joe, a lo mejor no entiendo de estadísticas pero no soy tonto.
Has dado una sola asistencia, pero qué asistencia! Chico, a veces
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el poste alto y hace rodar el balón a pocos centímetros del aro.
Me da vértigo imaginar que hay que pararlo. Por suerte, ahora
jugaba en su equipo.
y aún tres minutos por jugar. Wilt metió los dos. Hubiera hecho
una fortuna apostando que el grandullón Chamberlain metería 28
de 32 tiros libres esa tarde.
Durante el trayecto desde Philadelphia (jugábamos en la pequeña ciudad de Hershey), algunos nos dedicamos a echar una partida de cartas. Por suerte no nos apostamos nada, ya que Wilt
ganó todas las manos sin excepción. Sabíamos que tenía una
gran capacidad para practicar cualquier deporte pero lo de las
cartas nos pareció excesivo. Algunos se retiraron diciendo: «Demasiado para mi», entre risas. También en los entrenos tenías
esa sensación, especialmente yo, que acostumbraba a defender a
Wilt. Llegamos temprano a la ciudad. Wilt, Rodgers y Arizin se
fueron hacia una feria mientras Ted «Luk» Luckenbill y yo paseamos hasta el pabellón con Harvey. Quería saber algo más del
viejo Tennan. Aún no podía creerme que fuera a verme por primera vez en la NBA.
De repente, Luk apareció a mi espalda. Le habían cambiado por
Conlin. Después de todo, quizás el entrenador tuviera un poco de
sensibilidad.
- Parecía emocionado de venir a verme? - pregunté ansioso a
Harvey.
- Si, Joe. Me comentó que llegará justo para ver el partido pero
que espera hablar contigo después. Está de paso por Pennsylvania;
tiene que ir a una convención de la Iglesia Covenant en Nueva
York. Su voz me pareció ansiosa, tiene ganas de saber en qué te
has convertido muchachote. - me dio una palmada en la espalda,
aunque casi no llegaba a mis hombros. Harvey era un tipo pequeño.
- Tu tutor vendrá a verte Joe? - preguntó Luk, entusiasmado. Era
un buen muchacho, siempre nos habíamos llevado muy bien, aunque él era algo mayor.
- Me lo prometió hace tiempo. Él vendría a verme en un partido
de la Liga y a cambio, yo volvería a Illinois para hablar con los
chicos del centro Covenant de acogida.
Se hizo un silencio. Los dos sabían que yo había pasado mi infancia en ese centro, en Princeton. Aunque sabían que el baloncesto
me había sacado de los problemas, aún me miraban con compasión por mi traumática infancia. Ambos me conocían y sabían por
tanto, cómo de importante fue John Tennan en mi vida. Él me dio
alojamiento, me enseñó los movimientos básicos del baloncesto
y convenció al director deportivo del instituto Princeton para que
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- McGuire dice que hagamos faltas rápidas a sus bases. Hay que
recuperar la posesión cuanto antes mejor. - le brillaban los ojos
como nunca. Estaba totalmente excitado, quería que Wilt metiera
100 puntos y ni siquiera se había percatado que le habían puesto
en pista para que ningún titular hiciera la pantomima de forzar
faltas para tener más posesión. Me alegré de tenerlo a mi lado.
Era mi mejor amigo, y se le veía tan feliz.
Yo seguía sintiéndome extraño. Lo de los cien puntos me parecía
aún algo raro. Mi objetivo era otro. Pero era difícil no dejarse
llevar por el impulso de todo el pabellón. El peso de la historia se
me metió dentro. Viendo a Luk respirar entrecortadamente por la
emoción, entendí que mi lugar era aportar un pequeño granito a
aquella hazaña. Ésa era la noche de Wilt, aunque mi antiguo tutor
estuviera allí para verme a mí.
Las jugadas se sucedieron sin demasiado acierto. Hacíamos faltas
rápidas. Yo sólo una, puesto que mi par jugaba cerca del aro y
casi no le llegaba el balón. No podía dejar de mirar a Wilt. Su cara
reflejaba un infinito cansancio. Parecía que sólo se movía empujado
por el ánimo de todos. Miraba el balón y la canasta con
preocupación. Alguien le dio el balón y lo lanzó, húmedo y cansado
hacia el aro. Era el punto 98 y aún tenia un minuto y 20 segundos
por delante. Volviendo hacia el campo de defensa, su cara cambió.
De repente, abrió los ojos y me miró. Se tambaleó un centímetro
y entreabrió un poco la boca. Acababa de darse cuenta de dónde
estaba. El peso de los cien puntos le arqueó ligeramente la espalda.
Su cara reflejaba angustia.
Yo vi más claro que nunca que había que ayudarle para que llegara
a hacerlo. Se lo merecía, sin duda. Esa noche había sufrido más
que ningún otro. Era un chaval estupendo, un genio, una persona
excepcional. Sólo él podía hacerlo y sólo yo y mis tres compañeros
podíamos ayudarle.
En el siguiente ataque perdimos el balón. Los de New York querían
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El entrenador nos dio las últimas instrucciones: balones a Wilt,
cuidado con Richie Guerín (el escolta anotador de los Knicks),
buen trabajo sin balón...etc. Miró a Wilt y le dijo que aprovechara
que Phil Jordan estaba enfermo para forzar la defensa del rookie
Imhoff. Lo oímos todos. Era un buen entrenador pero siempre
nos decía lo mismo. Claro que siempre jugábamos a lo mismo, así
que no engañaba a nadie. Miré a Wilt justo antes de saltar a la
cancha. Me costaba adivinar que le pasaba por la cabeza. Parecía
tenso, pero no más que en cualquier otro partido. Era unas cinco
pulgadas más alto que yo y su espalda era inmensa. Cuando saltamos al parquet pensé que Tennan no me vería detrás suyo.
Todo el mundo se fijaba en Wilt.
La inconfundible voz de Dave Zinkoff anunció nuestra entrada.
Cuando le oíamos sabíamos que eso iba serio. Estaba en todos
los partidos de casa y el público ya se había acostumbrado a su
manera de animar el ambiente. A mi siempre me anunciaban el
segundo, detrás de Luk, probablemente el peor jugador del equipo, como él mismo admitió más de una vez.
- Procedente de Northwestern, 6 pies y seis pulgadas...- aquí hacía una pausa que yo aprovechaba para empezar a correr por la
pista - con el número 17, Joe Ruklick!
Él gritó como siempre, pero arrancó pocos aplausos entre el público. Pensé que entre el murmullo, habría el fuerte aplauso del
viejo Tennan. Eso me animó. Tenía muchas ganas de hacerlo bien.
Como era habitual, Wilt se llevó la ovación. Su impacto en la liga
era impresionante. Verlo jugar cada semana no te inmunizaba
ante su inmenso talento y capacidades. La gente viajaba kilómetros para asistir a sus partidos aunque no en todas partes. El
hecho de ser negro aún molestaba a según que públicos. A mi eso
me indignaba. Ante ese jugador increíble, de otra dimensión, como
podía alguien seguir fijándose en su piel?
El partido empezó. Por supuesto, no salí de titular. Me senté en el
extremo derecho del banquillo, lejos del entrenador y de Harvey.
A mi lado tenía a Luk, Conlin y York Larese. De los cuatro, Conlin
y Larese eran los que jugaban más, alrededor de 15 minutos por
partido. Las gradas estaban medio vacías, y el ambiente era gélido. Ese mes de marzo no empezaba demasiado caluroso y el
partido despertó realmente muy poca expectación. Al cabo de
cinco días volveríamos a jugar contra los Knicks. Era importante
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Me sentí terriblemente decepcionado. Estaba ante una hazaña
irrepetible y me sentía frustrado por no haber ni siquiera pisado
el parquet. Miré a Wilt, ausente, exhausto, exultante. Lo odié.
Miré a Imhoff y percibí en su cara de desconcierto lo mismo que
yo había sentido defendiendo a Wilt en la Universidad: comprendí
que esforzarse sólo sirve para hacer más digna tu derrota contra
el talento. No había nada que hacer. Ese pobre chaval estaba
viviendo una pesadilla.
- Ruklick, a pista por Meschery! - gritó el entrenador McGuire que
parecía una esponja cada vez que se doblaba.
No di crédito. Me tocaba entrar? Luk me empujó hacia Meschery
que con la cara enrojezida del cansancio me dio débilmente la
mano. Miré a Tennan. Le sonreí como nunca. Podría jugar ese
encuentro!
El entrenador me rodeó con su ancho y húmedo brazo.
- Chico, ellos empezaran a hacer faltas a cualquiera que tenga el
balón. No quieren que reciba Wilt. Tenemos que darle todo los
balones a él. Entendido?
Por supuesto que lo había entendido, no era una gran novedad.
Entré totalmente frío a un partido febril. La atmósfera era casi
insoportable, con la gente gritando frases incomprensibles. Desde la pista no parecía un partido normal. La presencia de Wilt era
más intensa que nunca: era imposible mirar hacía ningún lado sin
verle. En la primera posesión, el base de los Knicks aguantó extrañamente el balón. Nos miraba con cara de culpable. Yo cogía a
mi par, sin entender muy bien qué sucedía. Tiraron mal y recogimos el balón. En ataque, buscamos a Wilt, pero Imhoff lo marcó
bastante bien. Le dieron un mal pase que salió rebotado y me
cayó a las manos. Estaba a tres metros del aro bastante
desmarcado puesto que mi defensor había acudido en ayuda sobre Chamberlain. Miré el aro y no dudé. Quería meter una canasta y dedicarla al viejo. El balón rebotó en el acero y volvió hacia
mi. Luché el rebote y me hice con él. Dudé un segundo y me
levanté para volver a tirar. Recibí un tremendo golpe en el codo.
Falta y dos tiros. Me sentí satisfecho de ese rebote. Busqué a
Tennan pero entendí que difícilmente podía haberse dado cuenta
de mi acción mientras todo el mundo gritaba «Dádsela a Wilt!
Dádsela a Wilt».
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era casi una hazaña.
Empezó el segundo cuarto y yo estaba impacientándome. Nunca
salía en los dos primeros cuartos pero ese día me moría de ganas
de participar. Parecía un partido muy abierto, podría hacer algo
positivo por el equipo. De todas formas, si entraba sería por Wilt
lesionado (no se había perdido ni un partido esa temporada) o
por el alero Meschery. El entrenador me hacía jugar de alero puesto
que Wilt ocupaba todo el poste. Eso me enfurecía porque lejos del
aro yo era mucho menos peligroso y esa tarde quería demostrar
al viejo tutor que me había visto crecer, de lo que era capaz. Pero
no había motivos para ser optimista: Meschery estaba haciendo
un buen partido. Wilt lanzó su décimo tiro libre y lo metió. Conlin
se meneaba en el banquillo, estaba a punto de estallar de risa.
Luk abría los ojos como nunca, no se lo podía creer. Pero el undécimo rebotó en el aro. En el banquillo nos miramos. No sé si alguien había apostado también por ese tiro.
Llegamos a la media parte ganando sólo de 11 puntos. New York
también había anotado 42 puntos en el segundo cuarto. Miré al
marcador: 79 - 68. Eran muchos puntos. Wilt lo estaba haciendo
bien aunque lo había visto resoplar un par de veces. Llevaba 41
puntos, mientras que Guerin había anotado sólo 24. Después de
todo, si Wilt no aflojaba, el partido podía ser nuestro.
De camino al vestuario, miré a Wilt. Parecía un poco absorto. Era
habitual en él estar como ausente durante el partido pero quizás
ese día me pareció especial. No habló con nadie. El entrenador
siguió dando las mismas instrucciones de siempre. Al salir eché
un vistazo a Harvey. «Quiero jugar!», le dije en silencio. Harvey
me devolvió la mirada diciendo: «Paciencia, paciencia». Él no era
el entrenador ni el segundo entrenador así que no tenía poder de
decisión pero me creí su gesto. Calentamos muy suavemente antes
de reprender el juego. Estábamos todos menos Wilt. Salió del
vestuario en el último momento. Al cruzarse conmigo cerca del
banquillo, se tambaleó un poco y me rozó el brazo. Estaba empapado de sudor. A mi me dio un escalofrío, yo no había sudado y
más bien estaba destemplado. Lo miré extrañado. Él levanto un
poco la vista y musitó:
Historia de una asistencia
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El tercer cuarto fue el definitivo. Wilt estaba en racha. El público
estaba acostumbrado a verle anotar sin parar pero eso era demasiado. Nunca contábamos sus puntos pero me preguntaba cuántos llevaría ya. Anotó los ocho tiros libres que lanzó. Ya no nos
sorprendía y ya nadie se atrevía a apostar contra él. El partido se
rompió y cogimos 20 puntos de ventaja. Wilt despertó un poco al
público. Cuando después de la enésima asistencia de Rodgers,
anotó un mate facilísimo, algunos murmullaron des de la grada.
Se extendieron los comentarios y pareció que pasaba algo serio.
Desde el banquillo nos interesamos y yo busqué a Tennan que
parecía tan poco enterado como yo. Acabó el cuarto y Harvey fue
a la mesa a cotejar el acta con sus estadísticas.
En el discurso entre el tercer y el último cuarto, el entrenador nos
sorprendió. Dijo que el partido ya estaba ganado si seguíamos
así. Sólo ganábamos 125 a 106 pero parecía convencido. Yo no lo
veía tan claro con ese ritmo de anotación. Además no creí que
Wilt pudiera seguir con su racha. Pero el entrenador lo dejó claro:
«Balones a Wilt. Hoy puede hacer algo grande». Entonces no entendimos aún a qué se refería.
Justo antes de sentarnos, Harvey pasó por delante mío. Le pregunté al oído: «Que sucede?». Sonrió y me dio una palmadita en
la espalda.
- Wilt ha metido 69 puntos. Está a 9 puntos del record de la NBA.
- me enseñó su hoja de anotación como si yo entendiera algo en
ella.
En el banquillo nos sentimos emocionados. Conlin y Larese habían entrado dos minutos antes de acabar el cuarto y seguían en
pista. Arizin y Attles se sentaron sudados. Arizin dijo con la mirada fija en la grada:
- Wilt está imparable. Sólo hay que pasarla hacia donde está él y
son dos puntos seguros. - ni siquiera me miró. Había metido 16
puntos en un gran partido. El entrenador tenía que verlo muy
claro para sentarle.
- Tengo mucho calor. - me lo había dicho a mí como podía habérselo
dicho a cualquier otro o a sí mismo. Entendí que algo no iba bien.
Estaba fuera de sí.
Los jugadores de New York empezaron a impacientarse. Guerin
había anotado 33 puntos, pero estaban fuera del partido. No habían podido frenar a Wilt de ninguna manera. Habían cometido
faltas bien repartidas pero su defensor, Imhoff ya tenía 4. El público gritaba cada vez más, embravecido. Pareció que la cercanía
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