Texto completo

Anuncio
ENCUENTROS EN VERINES 2009
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
Revistas Literarias Independientes: la literatura como juego
José Luis García Fernández
Con ocasión de una reciente valoración que una prestigiosa revista literaria
hizo sobre la abundancia de publicaciones al uso, es fácil realizar una
sencilla operación aritmética para entender el escenario en el que nos
movemos. Si se editan unos 60.000 libros al año en castellano, es fácil
entender la abundancia de suplementos literarios en los diarios y las revistas
especializadas. Pero hecha esta reflexión, si uno advierte que por un lado
apenas llegan a las estanterías de las librerías el 1% de los volúmenes
editados, estimación generosa, y que por otro las publicaciones a las que
nos estamos refiriendo no hacen sino "pisarse" unas a otras las reseñas, con
lo que comienza a ser habitual que los críticos literarios en nuestro país
realicen las mismas a partir de galeradas y no de volúmenes editados,
resulta comprensible el que comience a cundir el desánimo entre los
profesionales del género, a no ser que la actividad de crítico literario se
comience a ver como un juego. No resulta fácil hacerlo así, que todos fuimos
jóvenes y pecamos de la soberbia propia de ese estado. Es cierto que al
escritor se le admira, es un referente cultural, un modelo social a seguir, y no
es menos cierto que el crítico literario con todo, participa de dicho nirvana.
Pero sólo considerando y tratando la actividad de la crítica literaria como un
juego, y por extensión la misma literatura, se podrá avanzar en la difícil tarea
de convertirla en un arma de futuro capaz por si sola de modificar y cambiar
el mundo. Y aquí es donde entramos en otro apartado de lo que entiendo
debería ser el debate en el siglo XXI, al menos en lo que concierne a este
ejercicio. La existencia de las Revistas Literarias Independientes, (con
todas las salvedades y reservas de dicho calificativo ya que como veremos a
continuación, la independencia va un poco por barrios), se justifica en si
misma como contrapunto y alternativa a aquellas otras avaladas por los
Ayuntamientos, Editoriales, Diputaciones y Organismos Oficiales, formando
parte así de un entramado cultural en el que se dan aliento mutuamente y
manteniendo con ellas la armonía necesaria para su recíproca
supervivencia. Funcionan de alguna forma como lo hacen las Pequeñas
Editoriales respecto de las Grandes, los Grandes Grupos, que no hacen sino
ligar su futuro empresarial y personal al de estos y dinamizando la vida
cultural de las últimas décadas.
Lo minoritario como sinónimo de calidad
Nadie duda pues a estas alturas de la importancia de las Editoriales
llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional como nadie lo
hace de las Revistas Independientes. Esto es porque desde siempre
fueron cuna y cantera de los grandes Grupos, a quienes les resulta más
sencillo, rápido y barato arrebatar los autores, poetas, articulistas y críticos
literarios descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición,
que apostar ellos mismas por alguno en concreto desde el principio. Cuesta
imaginarse a una Gran Editorial avalando a un escritor novel, como cuesta
ver a un gran medio periodístico hacerlo por un joven crítico que no esté
respaldado por el Sátrapa de turno. Operarían de ese modo de igual manera
que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc,
con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más
alternativa que el derecho al pataleo y la búsqueda de nuevos diamantes en
bruto que una vez pulidos y tratados, pasarán a su vez a engrosar la nómina
de los poderosos. Como se puede observar es la pescadilla que se muerde
la cola y recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y
correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas
tanto en autores como en Editoriales. Pero aún a riesgo de presentarlos de
una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los
árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente
todos, Revistas (grandes y pequeñas) Editoriales y autores, se necesitan
unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeñas
acusan a las grandes de intrusismo, pero no es menos cierto que no podrían
sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de esa competencia,
porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar
unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una
Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se
come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha
descubierto, el pequeño (la Editorial minoritaria o Revista Independiente)
necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la
auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de
que lo minoritario es sinónimo de calidad. Dicho todo esto, y otorgándole
sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de
rescatar siquiera a algunas de ese volumen ingente de Publicaciones que
suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación.
Una de ellas, la que me ha traído hasta aquí, hasta Verines, se trata de
www.literaturas.com , revista editada desde Asturias para todo el territorio
nacional, fundada y dirigida por Ignacio Fernández y quien les habla y que
nació con la firme voluntad de dar oportunidad a escritores y creadores
noveles. www.literaturas.com mezcla de esa forma y sabiamente plumas
más o menos conocidas con otras que conforman la vanguardia de una
evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere
decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos
literarios, de modas y de artificios, apuesta por la literatura y la cultura en su
estado más puro, o al menos lo intenta, y lo hace dándole cabida a una
nueva generación de críticos literarios y creadores, que han encontrado en
sus páginas, en este caso en Internet, el medio en el cual expresarse en
libertad. Mi colaboración dentro de www.literaturas.com , que se remonta a
cerca de siete años, se circunscribe a mi labor como entrevistador y crítico
literario a la par que a la de Director de Contenidos, y dicha colaboración
siempre la he visto como un juego, ya que es así como entiendo la literatura.
La literatura como juego
La literatura es un juego porque hace participar en la misma a quien la lee. Y
si hay alguien capaz por sí mismo de entender este razonamiento, son los
niños. Yo, que tengo dos hijos que son lectores desde su mas corta infancia,
descubro cada vez que los observo y me explican o cuentan lo que han leído
que en realidad están haciendo crítica literaria mas acertada si cabe que la
de los sesudos que semanalmente leemos en los suplementos y revistas. Y
ellos, excesivamente perversa, son capaces de realizar así unos análisis
tremendamente frescos y desprejuiciados, innovadores y a menudo si,
pueriles, pero siempre sinceros. Para ellos es un juego porque está unido a
valores como la inocencia y espontaneidad, y juntos forman un cóctel al alza
en un mundo excesivamente despiadado, falto de ellos. La reseña debe
interpretarse como un juego y debe a la par hacer partícipe del mismo a los
lectores de igual manera que el relato corto, la poesía o la novela. En
tiempos de desconcierto cultural e intelectual, sin duda alimentado y
promovido desde las esferas del poder político, es hora de reivindicar la
creación literaria desdramatizándola de sus orígenes, a menudo bastardos o
cuando menos poco éticos, y de vincular la crítica literaria, la mal llamada
"reseña", en un movimiento de mayor alcance social que se oponga al
pasotismo de una juventud desencantada y harta de incumplidas promesas.
Pero toda reseña literaria no lo es sin el buen hacer de las Editoriales,
empeñadas en educar como buenamente pueden a lectores y críticos. Un
proceso no exento de dificultades añadidas, toda vez que no siempre sus
criterios de edición van parejos con las tendencias del mercado. Muchas
guardan en su buen saber, "know how" que se dice ahora, planes
específicos de Animación a la Lectura que periódicamente desempolvan
con motivo del Día del Libro. Dichos planes de Animación a la Lectura,
perfectamente inútiles por otra parte, suelen resumirse la mayoría de las
veces en la puesta en marcha de campañas escolares en las que se incita a
los niños a comprar libros obligando a sus padres a que se los regalen bajo
el pretexto de su necesaria lectura, aunque este hecho hoy en día es
sumamente discutible ya que dada la abundancia de Bibliotecas Públicas
existentes, su propia inexistencia o el precio de los libros ha dejado de ser
una excusa para no hacerlo. No estoy en contra de dichos planes, ni mucho
menos. Aunque si que es cierto y mantengo, que la mejor política cultural en
el campo de la animación a la lectura es la que no existe. Y me explico: una
vieja reivindicación de antaño, que coincide con los años de mi
adolescencia, excusaba la insuficiencia cultural en la escasez de dichas
Bibliotecas. Hoy, muchos años y libros después, dudo que el cociente
cultural de la ciudad en que resido haya aumentado a pesar de la
abundancia de la generosa dotación de las mismas (una por barrio) entre
otras razones porque, o bien no se usan, o se usan incorrectamente. Esta
reflexión, aparentemente pueril, nos lleva a la conclusión de que el mal no
estaba en la escasez de recursos, sino en el incorrecto uso de los mismos.
Algo que yo extrapolo y lo llevo al terreno de las Campañas de Animación
a la Lectura. Y con ello, me reafirmo en lo anteriormente expuesto: la mejor
campaña es la que no existe. Pero obviando este detalle, sí que es cierto
que es de agradecer dichas iniciativas aunque sólo sirvan para recordarnos
que estamos en uno de los países que menores índices de lectura tienen,
pero que más libros editan, hasta el extremo que las novedades se pisan
unas a otras en las estanterías de las Librerías con una voracidad que raya
la antropofagia. Pero no sólo hay que considerar la reseña literaria como un
juego. Toda la uniformidad que rodea su concepción está unida
inexorablemente a dicho concepto. Cuenta Luis Goytisolo, que formando
parte en los años sesenta del Comité de Lectura de la Editorial Seix Barral
(lo pongo con mayúsculas, ya que a mi entender y por la escasa experiencia
que tengo me parece uno de los oficios más difíciles y peor retribuidos que
existen) llegó a sus manos un ejemplar de un desconocido autor que
respondía al título de La Gándara. Una gran novela, a su juicio, que sin
embargo no mereció la aprobación de sus compañeros de Comité, entre
otras cosas porque sobre la mesa tenían una obra maestra: La ciudad y los
perros, de Mario Vargas Llosa. A la vista de lo que nos cuenta Goytisolo,
puede interpretarse de sus palabras una mezcla de resentimiento hacia sus
colegas, y resulta paradójico que entre sus libros preferidos figure uno que
nunca vio la luz, que jamás sufrió los intempestivos y a menudo impetuosos
gustos de los lectores, y del que jamás podremos saber todo lo que hubiera
dado de sí, tanto la obra mencionada como su enigmático autor de quien
nunca nada más se supo.
El juego
como recurso literario
Juegan con las palabras los críticos, los lectores de Comités de Lectura, y
los escritores. Juegan los niños en su inocencia y los adultos en su madurez.
Las Editoriales y las Revistas. La lectura de cualquiera de las obras de
Gabriel García Márquez, no viene exenta generalmente de un halo de juego
y misteriosa incredulidad. "¿Cómo se le habrá ocurrido este acontecimiento",
se pregunta el sufrido lector. O, "¿cuál fue la génesis de este suceso, o la
definición de aquel otro personaje?". La mayor parte de las veces, estos
misterios se quedan en la trastienda del autor, allá donde lentamente se van
acumulando un poco de geografía humana, imprescindible para la
realización de una novela de varios cientos de páginas y personajes, un
tanto de anécdotas, tan reales como lo pudieran ser las propias del escritor,
quien según va adelantando y prefigurando su obra recuerda con ternura los
buenos y los malos momentos por los que pasó en su infancia, y un mucho
de talento, tan necesario en estos tiempos de ambivalencia cultural, para
cuadrar una historia de pasiones, enredos y venganzas, sin el cual sería
prácticamente imposible llevar a buen término la empresa propuesta. Es por
eso, que una de las anécdotas más curiosas que recuerdo de Gabo, al hilo
de su escritura de Cien años de soledad, fue cuando le preguntaron por el
motivo de haber dotado a uno de los personajes en un momento de la
novela, (no recuerdo a cual), con toda una suerte de golondrinos de difícil
clasificación.
- Mire usted - contestó sin inmutarse - recuerdo que por aquel
entonces yo escribía en una vieja Olivetti, y que me habían salido en las
sobaqueras unos extraños bultos que se empeñaron en crecer hasta tal
punto que cuando trabajaba sólo podía mantener los brazos levantados
como un pájaro presto a volar. Más tarde supe que aquellos bultos recibían
el nombre de "golondrinos", y no se me ocurrió mejor manera de eliminarlos,
que traspasándoselos a uno de los personajes de la novela. Y, créame
usted, que realmente funcionó. No sólo desaparecieron de mis sobacos, sino
que nunca más padecí tan molesta dolencia.
Como la realidad acostumbra a superar a menudo a la ficción, en uno de
esos talleres literarios que imparte en la Escuela de Cinematografía de La
Habana, y cuyas trascripciones ha editado tan oportunamente Ollero &
Ramos, recordaba Gabo como escribiendo El otoño del patriarca se le
ocurrió imaginar un atentado que poco o nada tuviera que ver con los
modelos que habitualmente se conocían. Nació así un magnicidio, que
posteriormente pretendía incluir en la novela, que básicamente respondía al
modelo siguiente: alguien, le ponía al dictador una carga de dinamita en su
coche, con tan mala fortuna que aquella mañana era su esposa quien lo
cogía para irse de compras. A mitad del trayecto, el coche estalla y termina
su recorrido en lo alto del mercado. Una situación tan aparentemente
sencilla, que sin embargo se vería truncada de raíz meses después, cuando
ya la obra estaba prácticamente ultimada y a punto de ser enviada a
imprenta, por un suceso francamente similar, lo que lo llevó a cambiar tanto
de escenario, como de procedimiento operativo. Así, Gabo abandonó el
coche y con toda la parafernalia surrealista que había creado en la novela se
inventó a unos perros carniceros especialmente entrenados para matar,
algo, por cierto, muy verosímil hoy en día, que se abalanzan sobre la mujer
del dictador cuando llega al mercado, y la despedazan en mil pedazos. Gabo
siempre recuerda que le fastidió especialmente el haber tenido que renunciar
al atentado del coche, aunque hay que reconocer que con el nuevo suceso,
la novela mantuvo su espíritu. ¿Salió ganando la novela con la nueva
dimensión que le dio el autor?. Es difícil precisarlo con exactitud, toda vez
que es el propio autor quien acostumbra a referirse a ello con insistencia,
quizás buscando una manera de exorcizar sus viejos temores. Pero lo que
es cierto es que todo novelista, articulista, ensayista o crítico literario, cuando
se encara a un trabajo, no hace sino utilizar los recursos que previamente
han utilizado otros ya desde la antigüedad, recursos tanto escritos como
hablados, y que cuando ese trabajo lo traslada a un papel que
posteriormente habrá de ser leído por miles, o millones de lectores, no hace
sino conjurar constantemente a sus demonios, no vayan estos en el último
momento, como casi le sucedió a Gabriel García Márquez, a jugarle una
mala pasada. No nos engañemos. Cuando uno se inicia en el oficio de crítico
literario lo hace en un principio desde un punto de vista excesivamente
purista. Quiere por una lado emular a sus mayores, a quienes le preceden y
sueltan semanalmente con cuentagotas toda su sabiduría desde los
suplementos literarios, y por otro, agradar tanto a los autores como a los
propios críticos. Esta dicotomía, en mi caso en particular, me costó
inconscientemente no pocos problemas, y digo inconscientemente porque lo
que comenzó como un juego, reseñar a un autor querido de quien se conoce
casi toda su obra, muta lentamente en una nueva actitud vital que pasa por
comenzar a dejar de disfrutar con la literatura, precisamente porque uno
quiere jugar a un nuevo juego totalmente diferente y muy peligroso que es el
de ser un escritor profesional. Y es cuando chocan esas dos actitudes, la
lectura como juego y la escritura como juego, cuando te das cuenta que en
realidad muchos de los críticos literarios que conoces no disfrutan con su
oficio, precisamente porque han dejado de planteárselo como un juego y han
dejado de disfrutar con la lectura. Tienen eso sí, abundantes bibliotecas con
libros que nunca habrán de leer, reciben diariamente innumerables
ejemplares dedicados de amigos escritores,
y se convierten en
compradores compulsivos de todo lo que lleve letra escrita. Pero a veces les
cuesta disfrutar con la lectura. Y sólo cuando vuelvan a hacerlo desde una
nueva posición que inexorablemente pase por abandonar sus antiguos
hábitos, serán capaces de entender por qué todos aquellos que no se
dedican profesionalmente a la literatura se acercan a los libros como el que
lo hace a un partido de baloncesto, desde una posición totalmente
desinhibida que le permite disfrutar como lo que verdaderamente es: un niño
de treinta, cuarenta o cincuenta años que ha descubierto que el País de
Nunca Jamás se encuentra en su interior, y que efectivamente Peter Pan
existe y todas, todas las mañanas se le aparece en el espejo del baño
cuando se está afeitando.
Descargar