La libertad absoluta

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La libertad absoluta
Escrito por ga=Aantonio-Berruga
Hace no muchos años, asistí con un psicoanalista de la vieja guardia, de aquellos que, como
Freud, todavía creen en el poder curativo de la hipnosis.
Me pareció que el hipnotizador era un charlatán absoluto, razón por la cual nunca volví a su
consulta. Unos meses después, leyendo el periódico, me enteré de la historia truculenta de
dicho hipnotizador, el cual, durante una sesión hipnótica, le ordenó al paciente que, en cuanto
se despertara, saliera a la calle y, en plena vía pública, orinara como un perro; el hipnotizador,
además, le ordenó a su paciente que, si alguien le preguntaba por qué orinaba en la calle, el
hipnotizado debía responder: «Orino en la vía pública, porque me apetece ejercer mi
libertad absoluta
». Nada más despertar, el paciente se dirigió hacia la calle y, en medio de la vía pública, orinó
como un perro cínico (tal y como se lo había ordenado el psicoanalista hipnotizador) y
respondió a quienes le preguntaban por qué lo hacía, que se orinaba en la calle, porque le
apetecía ejercer su
libertad absoluta
(tal cual lo había dictaminado el hipnotizador); otro de los pacientes, obligado por el
hipnotizador, perpetró la cópula en la vía pública a plena luz del día; ese paciente también
respondió (tal y como se lo ordenó el hipnotizador), cuando alguien se lo preguntaba, que
perpetraba la cópula abominable, en plena calle, porque le apetecía ejercer su
libertad absoluta
(acatando inexorablemente las órdenes implacables de su hipnotizador); de tal guisa, varios
pacientes fueron obligados a cometer muchos y muy inmorales y cínicos actos en plena vía
pública, y ante las preguntas de los a
tónitos curiosos (y de los no menos perplejos gendarmes), todos ellos respondieron que
perpetraban dicho acto inmoral, porque les apetecía ejercer su
libertad absoluta
; obedeciendo (sin saberlo) las órdenes rotundas, deterministas, que el psicoanalista les imbuía
forzosamente durante las sesiones hipnóticas. El afán de éxitos mayores, de victorias más arduas, más complejas, es insaciable y
envilece al hombre; envalentonado y acicateado por
sus triunfos, el psicoanalista
fraudulento obligó a muchos de sus pacientes, por medio de la
hipnosis, a perpetrar el truculento suicidio; seis fueron los suicidas que dejaron sendas notas
en las que se leía: «Me suicido, porque me apetece ejercer mi
libertad absoluta
». Finalmente, la policía descubrió la trama hipnótica urdida por el psicoanalista infame, quien
fue apresado; durante su juicio, el juez le preguntó los motivos que le constriñeron a realizar
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Escrito por ga=Aantonio-Berruga
dicha práctica espuria de su profesión; dicho con otras palabras, el juez deseaba saber por qué
el acusado hipnotizaba a sus pacientes y les obligaba a incurrir en actos inmorales, enfermizos,
suicidas (amén de que los pacientes, irónicamente, debían responder que ejercían su
libertad absoluta
); el psicoanalista hipnotizador espurio se limitó a responder: «Hipnotizo a mis pacientes,
porque me apetece ejercer mi
libertad absoluta
». Enigmática re
spuesta que nunca pudo ser aclarada, pues el psicoanalista, que se llamaba Ernesto Valdemar,
se suicidó esa misma noche en su celda, ingiriendo veneno; dejó una nota en la que declaró
que se suicidaba porque le apetecía ejercer su
libertad absoluta
. Desde entonces, sin éxito, la policía ha tratado de averiguar si había otro hipnotizador
manipulando al susodicho hipnotizador suicida.
La pluma es la lengua de la mente».
Miguel de Cervantes Saavedra
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