La epístola 37 de san Jerónimo y el problema de Tartessos igual a Tarshish bíblica; J. J. Arce

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Hispania protohistórica. Análisis crítico:
La epístola 37 de san Jerónimo y el problema de Tartessos igual a Tarshish bíblica. J. J. Arce.
Mainake, ¿una colonia focea inexistente?
A. del Castillo
El rey Terón y la situación de la Península en época postartéssica.
A. del Castillo
La epístola 37 de san Jerónimo y el problema de
Tartessos igual a Tarshish bíblica.
J. J. Arce.
La epístola pretende disipar la identificación de la Tarshish bíblica con Tarsos de Cilicia. Dicha carta apoya la
teoría de que Tarshish hace referencia a un lugar de la India y a barcos que cruzan el océano. Esto tendría la
ventaja de disolver el binomio Tarshish=Tarsessos, y afectaría a las teorías de muchos autores: Blázquez
siempre ha rechazado que Tarshish y Tartessos sean la misma cosa, y tampoco acepta la identificación con
Tarso de Cilicia, excepto en el texto de Jonás, donde sí sería plausible porque Jonás parte de Jope.
Moscati asegura que, por las referencias de la Biblia y los textos de Josefo y Eusebio, Tarshish equivale a
Tarso de Cilicia, y que se identificó también con Tartessos por su similitud fonética.
El texto de Jonás y el trabajo de Müller sobre Jonás invalidarían a estos autores. Para demostrar que Tarshish
es sinónimo de Tarsos, en contra de Josefo, además del texto de s. Jerónimo hay monedas de Tarsos que
llevan el nombre de Tarzi, e inscripciones asirias llaman a la ciudad Tarzi, por tanto Tarsüsh/ Tarshish no es
igual a Tarsos.
Harden se opone a que Tarshish sea igual a Tarsos sin usar el texto de s. Jerónimo, pero está de acuerdo con
que Tarshish es sinónimo de lejano oeste, por tanto, de Península Ibérica, aunque sitúa a Ophir, que en la
Biblia siempre aparece asociada a Tarshish, en la India.
Mazzarino también identifica Tarshish con Tartessos.
Culican afirma que no hay base filológica suficiente para establecer que Tarshish es sinónimo de Tartessos,
pero dice que las inscripciones asirias sitúan a Tarshish en el extremo Occidente, y que en el sur de España
había centros fenicios.
Bérard directamente considera que Tartessos es Tarshish, y Contenau asume que Tarshish significa extremo
Occidente. Sostiene que el apelativo barcos de Tarshish en realidad hace referencia a un tipo de navío, España
sería Tarshish, esto es, Tartessos. Sin embargo, Tarshish nunca podría ser Tarsos de Cilicia.
Asimismo, hay una hipótesis de que Tarshish es sinónimo de mina, pero es muy discutida.
Barnett afirma que Ophir está en la India, cerca del mar, y que navíos de Tarshish es una frase hecha que se
refiere a un tipo de barco, independientemente de donde proceda o a donde vaya, aunque no entra en el dilema
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de Tarshish igual a Tartessos.
En resumen, la carta de san Jerónimo permite suponer que: Tarshish significa azulado y por extensión, mar,
que es una región de la India, que Jonás no embarcó hacia Tarsos, sino hacia la India, hacia Tarshish, y que
Tarshish no es sinónimo ni de Tartessos ni de Tarsos.
Mainake, ¿una colonia focea inexistente?
A. del Castillo
Schulten, al estudiar las fuentes históricas, deduce que Mainake realmente existió: según él, fue fundada por
los foceos, colonizadores provenientes de Grecia, y se ubicaba en la desembocadura del río Vélez, al oeste de
Torre del Mar, en la provincia de Málaga.
La finalidad de dicha colonia sería mantener relaciones comerciales con Tartessos, muy rica en metales.
Cuando los cartagineses cerraron el estrecho, se unió a Tartessos por medio de un camino. Siempre según
Schulten, debió fundarse antes que Marsella (600 a.C.), y sería la más occidental de todas las colonias griegas.
Fue destruida por los cartagineses.
Las ruinas pervivían en el siglo I a.C., lo que permitió que fueran vistas por Estrabón. Éste afirmó que la
colonia era de planta regular, traída por los jonios. La colonia no se llamaría Mainake, sino Mainobora, la
ciudad de los mastienos (según Hecateo), o Mainoba, porque las fuentes afirmaban que estaba entre Malaka y
Sexi, junto al río Maenuba (río Vélez), a 18 kilómetros al este de Málaga. Sin embargo, el Vélez desemboca a
28 kilómetros de Málaga, no a 18.
Avieno, por su parte, asegura que estaba sobre una isla, con un puerto y un templo tartesio a la Luna, por lo
que se llamaba Isla de la Luna.
Siguiendo con el razonamiento de Schulten, no se sabía donde estaba Mainake hasta 1922, momento en que él
supuestamente la descubrió; antes se suponía que estaba en Málaga (Malaka), Almuñécar (Sexi), etc., pero en
realidad se hallaba en la desembocadura del Vélez, sobre un peñón en el que se han encontrado restos
prerromanos. Además, enfrente hay una isla con restos de sillería que correspondería al templo de la Luna, lo
que confirmaría la veracidad de las fuentes.
Otros autores opinan que Mainake existió, pero con matices:
Maluquer de Motes acepta que apenas hay datos sobre la colonia, pero afirma que entre Massalia y Tartessos
se debieron fundar pequeñas factorías para mantener unidos y comunicados ambos puntos. Sin embargo, la
arqueología no aporta pruebas definitivas de nada, principalmente porque toda la costa tartésica debió recibir
comercio griego, lo que dificulta fijar un punto determinado.
Blázquez asegura que los foceos establecieron contacto con Argantonio, y fundaron cerca de Tartessos una
colonia sin importancia, ya que hay poca cerámica griega en el Estrecho.
Morel afirma que no se puede conocer su antigüedad, ni siquiera saber si existió realmente, y que algo
parecido ocurre en el resto de las colonias foceas de Andalucía y Levante mencionadas por la tradición
(Alonis, Akra Leuka...) por mucho que a los foceos les hubiera resultado muy ventajosa una colonia en ese
emplazamiento a fin de comprar minerales. Sin embargo, no se ha encontrado ningún resto anterior al siglo V
a.C.
Niemeyer asegura que las fuentes sobre Mainake son equívocas, y que las campañas arqueológicas han
hallado restos púnicos, no griegos, de una colonia fundada en el siglo VIII a.C. y abandonada a mitad del siglo
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VI a.C.
Mientras, Pellicer mantiene que Mainake está en la desembocadura del río, a pesar de las evidencias
arqueológicas.
Así pues, las fuentes afirman que existió Mainake, pero sólo dos dicen que fuera griega, por lo que hay que
analizarlas con detenimiento:
Avieno alude a Menace: cuenta que bajo dominio tartesio existía frente a la ciudad una isla consagrada a
Noctiluca, donde había una marisma y un puerto seguro. Encima estaría Menace. También dice que
anteriormente esa región había acogido a muchos fenicios.
La información de Avieno apoya los restos púnicos hallados, y no dice que Mainake fuera griega.
Hecateo de Mileto, en Esteban de Bizancio, asegura que era una ciudad céltica, por tanto, no se habla de que
fuera griega.
Escimno de Quíos (Éforo) describe las Columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar), y afirma que cerca una
de ellas había una ciudad massaliota (focea) llamada Mainake, la más extrema de las colonias griegas.
Estrabón afirma que algunos identificaban Malaka con Mainake, pero que la verdad era que estaba entre
Málaga y Almuñécar, que había sido destruida, y que era de planta griega.
Pues bien, la referencia de Hecateo de Mileto no debe ser tenida en consideración, ya que en esa época era
materialmente imposible que los celtas hubieran llegado hasta esa zona de la Península Ibérica.
Avieno no habla de ciudad griega, pero deja claro que antes del siglo VI a.C. había población fenicia, lo cual
está hoy probado por la arqueología, y que Tartessos tenía poder en la zona. Los textos más fiables serían los
de Escimno de Quíos y Estrabón, que dejan bien claro que había un asentamiento griego.
Niemeyer opina que por la descripción que realiza Estrabón, debió confundir Mainake con lo hallado en la
desembocadura del Vélez, pero esto no implica que el asentamiento foceo no existiera. Asimismo, estudia las
referencias de Heródoto a las relaciones entre los foceos y Tartessos y al viaje de Coleo de Samos. Según
Heródoto, había una relación de amistad entre los foceos y los tartesios, pero cuando los primeros tuvieron
que huir de Harpados Focea, no se refugiaron en Tartessos, sino que se dirigieron a Aleria, en Córcega, y que
tras la batalla de Alalia se quedaron en Hyle. Heródoto no menciona a Mainake en este texto ni en el de Coleo
de Samos.
Sin embargo, García Bellido, al releer el texto de Heródoto, se dio cuenta de que el texto no hablaba de la
fundación de colonias foceas, sino del traslado de una población entera, por lo que no tendría por qué hablar
de la colonia de Mainake. Además, no se podía pedir auxilio a Argantonio porque había muerto ya, y
Tartessos se hallaba en franca decadencia. Respecto al texto sobre Coleo de Samos, no había por qué
mencionar a Mainake, ya que éste se produjo antes de que Argantonio subiera al trono.
Sin embargo, una fuente olvidada o desconocida por la mayoría de los autores es un texto de Apiano, en el
que cuenta que algunos de los griegos que viajaron hasta Tartessos y entraron en contacto con Argantonio
acabaron por asentarse en la Península.
Otras fuentes hablan de una ciudad indígena en las cercanías de Mainake: Hecateo de Mileto, en Esteban de
Bizancio, dice que había una ciudad de los mastienos, Mela, describiendo las ciudades de la costa que sigue a
Cartagena, nombra la ciudad de Maenoba entre Malaka y Sexi, Plinio también sitúa Maenuba entre Malaka y
Sexi. Ptolomeo sitúa Maenoba en una situación muy parecida a la de Plinio, Antonino la llama Menova, y la
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llaman Lenuba el anónimo de Rávena y la Guidonis Geographica, situándola los tres, con pequeñas
variaciones, entre Malaka y Sexi.
Así, la hipótesis de García Bellido resulta ser la más plausible: Mainake no era una colonia griega en sí, sino
una concesión para establecerse dentro o cerca de una ciudad tartessia.
Por otro lado, Arce reflexiona sobre la naturaleza de puerto de comercio que las fuentes otorgan a Mainake, y
siguiendo el texto de Avieno, concluye que realmente fue un punto de comercio, pero nunca una colonia. En
esto sigue a Lepore, que enunciando la idea de port of trade, considera que dicho puerto quedaba bajo la tutela
de la población indígena más cercana, lo que se confirmaría por la rareza y el tipo de los objetos hallados en
las necrópolis de Almuñécar.
En realidad, lo que dice Avieno es que en la isla, que era tartessia, frente a Menace había un puerto seguro.
Sería aquel donde los que fueran más allá del Estrecho dejarían su carga.
García Bellido se mantiene en que la ciudad griega de Mainake estaba en la misma isla, y afirma, en contra de
lo defendido por Schulten, que se situaba en lo alto de la isla, y que estaba amurallada. Esto podría ser el
puerto de la Luna, y explicaría la escasez de restos griegos. Es por ello que las fuentes clásicas la
consideraban una colonia griega, y la llamaron por su nombre de la antigua ciudad fenicia, o por el de la
posterior indígena, ya que filológicamente el nombre en sus variantes podría ser tanto de origen fenicio como
griego o ibérico. Según García Bellido, Mainake debió existir desde finales del siglo VII a.C.
La explicación más lógica sería que la colonia fenicia fue destruida por la debilidad de sus habitantes, por la
mayor actividad griega y por el apogeo del reinado de Argantonio, antes de Alalia. El apoyo de los tartessios
hacia los foceos en esa zona obligó a los fenicios a marcharse, ya que eran incómodos para ambas
poblaciones. Además, la destrucción de la factoría fenicia coincide plenamente con la época de reinado de
Argantonio.
En resumen, Mainake seguramente fue un puerto de dominio tartéssico, donde habría importación y
exportación, como lo fue Caere para los cartagineses. Los foceos usaban el puerto de la Luna para
transacciones comerciales durante el reinado de Argantonio, que sería el destructor del asentamiento fenicio,
pero los escritores clásicos posteriores identificaron esas relaciones económicas y el lugar en que se
efectuaban con una auténtica colonia focea. Así, se podría por fin conciliar a las fuentes clásicas y a la
arqueología.
El rey Terón y la situación de la Península
en época postartéssica
A. del Castillo
El reino de Tartessos nace gracias a la eclosión originada por su entrada en las transacciones metalíferas, y su
economía creció y evolucionó hasta un nivel que le permitió elaborar una superestructura política logrando la
unión de varios pueblos independientes de la zona.
Cuando el crecimiento económico tartéssico fue destruido por fenicios y cartagineses, se pidió ayuda a los
griegos, pero sin resultado, y Tartessos quebró a todos los niveles. Así, la alianza entre pueblos se disolvió por
la ausencia de un líder definido, a lo que se sumó la presión púnica.
Ahora bien, todo ello no se produjo pacíficamente. Justino habla de los problemas que tiene Gadir con los
pueblos cercanos, que la hostigaban militarmente, hasta el punto de que Cartago tuvo que mandarles ayuda.
Esta ofensiva cartaginesa, además de ayudar a Gadir, sometió una porción de la Península.
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Pero los enemigos de Gadir no eran únicamente sus vecinos, sino los residuos de la antigua alianza tartéssica,
sobre todo de la parte este de la misma, ya que aún poseían recursos mineros, que les permitían equipar y
sustentar un ejército fuerte, principalmente a nivel marítimo, y que el odio a lo púnico sería más fuerte en la
zona tartésica más helenizada.
Así, Macrobio afirma que el rey de la Hispania Citerior, Terón, intentó atacar por mar el templo de Hércules
(Melqart) de Gadir, pero que los gaditanos contraatacaron con navíos. Finalmente, las naves del rey indígena
huyeron, incendiadas.
Schulten consideró que los hechos que relatan Justino y Macrobio sucedieron en un mismo período, la
fundación de Gadir, asumió que donde ponía cartagineses debía leerse Tiro, e instituyó a Terón como el
mítico rey Gerión.
García Bellido opina que el texto de Justino sucedería en el 237 a.C., y que respecto al de Macrobio, Terón era
Gerión, y la Hispania era la Ulterior. De esta forma, convertía a Terón en rey de todo Tartessos.
Aubet ha optado por la teoría de Schulten, y afirma que Gadir fue atacada entre el 550 y el 500 a.C.
Maluquer de Motes usa ambos textos, pero no desprecia a Macrobio, por lo que asume que Terón realmente
era un gobernante de la zona oriental, heredero de la antigua monarquía tartéssica, e impulsado a atacar Gadir
para satisfacer a los griegos que aún comerciaban con ellos.
Así pues, los hechos no pudieron ocurrir mucho después de la desaparición de Argantonio, a pesar de lo que
diga J. Alvar, que afirma que ocurrió en el 348 a.C., coincidiendo con el tratado entre Roma y Cartago, que
provocaría beligerancias griegas, y por tanto, la actuación de Terón. Los griegos habrían dotado a Terón de
una flota de naves para que él realizara el trabajo sucio que suponía atentar contra un templo de Hércules, lo
cual es un argumento bastante endeble. Además, el tratado sólo pone trabas a los romanos, no varía para nada
el poder cartaginés.
Por tanto, lo más probable es que el texto de Justino en realidad haga referencia a tres períodos distintos, esto
es, la fundación de Gadir, su crecimiento y el momento en que es auxiliada por los cartagineses.
En cuanto a Macrobio, la postura más coherente es la de Maluquer de Motes, aunque el ataque por mar
implica que el estado postartéssico se hallaba en la costa, lo que rechaza su ubicación en el Alto Guadalquivir.
Terón habría continuado con la hostigación a los fenicios iniciada en Tartessos, aprovechando su retroceso por
la crisis de Tiro. Además, se produce una gran influencia griega en zonas anteriormente fenicias, todo ello a
mediados del siglo VI a.C.
La parte oriental del antiguo reino era muy importante, González Prats afirma que la zona cobró gran
importancia por sus metalurgias, llegando a asentarse los fenicios en ella. Esta prosperidad sería lo que, más
tarde, permitiría a esta región mantener su poder tras la ruptura de la alianza.
Fernández Jurado halla en las excavaciones arqueológicas evidencias de que a fines del siglo VI a.C. la
minería sólo se ejercía en el sudeste, donde las vetas de metal eran más accesibles.
Por su parte, Aubet afirma que entre el siglo VI y el III a.C. Cartago aumenta su control sobre los fenicios de
Occidente, por mucho que se oponga Barceló. Los yacimientos de Villaricos, Cádiz o Ibiza certifican
presencia cartaginesa en puntos de la Península desde mediados del siglo VI a.C.
Sin embargo, y aun aceptando la teoría de Aubet, tras caer Tartessos, el peso del poder lo asumió Gadir,
aunque los cartagineses crecerían en importancia. Según Olmos, retomó el comercio tartéssico con Grecia y
Oriente; según Bendala, al caer Tiro y actuar Cartago como potencia hegemónica de la zona, Gadir se
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desarrolló en gran medida.
Para Schubart y Arteaga, Gadir firmó a finales del siglo VI a.C. una alianza militar con los cartagineses, pero
aún así sería asediada por distintos enemigos, momento en el que Cartago, a cambio de su ayuda, aumentó el
control estratégico sobre la zona. La prueba de la acción cartaginesa serían varios yacimientos del sudeste que
muestran una destrucción sistemática y total, para mantener bajo control las zonas de penetración de los
barcos griegos.
Terón perdió, pero muestra los restos de la unidad desaparecida. Esta voluntad de reunificación evidenciaría
que no había pasado mucho tiempo desde la caída de Tartessos y el apogeo fenicio. El rico rey buscaba, aparte
de atacar Gadir, recuperar el mundo que acababa de perder. Por tanto, teniendo en cuenta el tiempo de reinado
de Argantonio, estos hechos debieron producirse en torno a finales del siglo VI a.C.
En resumen, Tartessos y Gadir ya eran enemigos en tiempos de Argantonio, pero tras Alalia, el reino será
acosado por los fenicios, que a su vez se apoyaban en los cartagineses. Así, Cartago dominaba el
Mediterráneo occidental, y Gadir la Península Ibérica, aunque con presencia cartaginesa, que aumentó
claramente desde el momento en que Gadir tuvo que acudir a ellos para hacer frente a Terón. Las
destrucciones del siglo IV a.C. y el tratado del 348 a.C. demuestran las intenciones cartaginesas, que sólo se
frenarían con la primera guerra púnica, porque Cartago debía concentrar sus fuerzas en un solo objetivo,
Roma.
En cuanto a la valoración crítica que se podría realizar, en primer lugar decir que he escogido estos tres
artículos porque hacen referencia al que sin duda es el aspecto más importante en lo que a Hispania
protohistórica se refiere: Tartessos. Este legendario reino, que existió, pero que nadie encuentra, ha hecho
correr ríos y ríos de tinta en todos sus aspectos, desde su mitología hasta su posible mención en la Biblia,
pasando por sus relaciones con los colonizadores per se del Mediterráneo, esto es, los fenicios y los griegos, o
por sus últimos coletazos contra el horizonte púnico.
El primer artículo versa sobre una vieja diatriba que ha tenido en vilo a buena parte de la historiografía de
todos los tiempos: ¿es Tartessos la Tarshish mencionada en la Biblia? Pues bien, el autor, basándose en una
epístola de s. Jerónimo que ubica Tarshish en la India, cerca de Ophir, intenta invalidar o matizar las teorías
anteriormente formuladas sobre el asunto, dejando muy claro que muchas de las hipótesis elevadas sobre el
particular no habían tenido en cuenta la fuente que él ha utilizado.
Los problemas del texto de Arce no son graves, pero sí muy evidentes: en primer lugar, salta a la vista que
considera que su fuente es poco menos que el bálsamo de Fierabrás cervantino. Esto es un error que cualquier
historiador que se precie debería evitar, ya que el mayor valor que debe tener un científico debe ser el
escepticismo, sobre todo de las conclusiones propias.
En segundo lugar, peca de academicismo, esto es, cita en el idioma original muchos de los puntos de sus
argumentos sin ofrecer una traducción al pie, lo cual me parece francamente excesivo si se tiene en cuenta lo
exiguo del texto, lo único que debería estar en su idioma original serían las fuentes utilizadas.
Y esto me lleva finalmente al último fallo que encuentro en el artículo de Arce: su escasa longitud.
Personalmente, considero que un postulado que aparentemente vendría a resolver un problema histórico casi
inmemorial, que ha provocado tantas controversias, debería extenderse bastante más tanto en el análisis de las
fuentes como en la comparación con teorías anteriores de otros historiadores.
En cuanto a los otros dos artículos, uno trata sobre la existencia o no de una colonia focea cerca de Tartessos,
Mainake, y el otro sobre los restos del poder tartéssico tras la muerte de Argantonio, personificados en la
figura de Terón, y en ambos casos el autor consigue llevar a buen puerto sus conclusiones utilizando todo el
material existente sobre el tema.
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Ahora bien, dado que están escritos por la misma mano, considero que puedo aunar el análisis de los dos en
una sola crítica. En primer lugar, hay que destacar el exhaustivo análisis y utilización de las todas las fuentes,
desde las menos afortunadas hasta las más certeras y fiables, a fin de resaltar la veracidad del argumento
enfrentándolo con todos los obstáculos existentes.
En segundo lugar, me parece innecesario que un autor se cite a sí mismo a pie de página. Ello únicamente
tendría sentido en el supuesto de que lo hiciese con el fin de corregir o negar sus obras anteriores, llevado por
el descubrimiento de una fuente o de una evidencia arqueológica que invalide todo su trabajo de investigación
anterior, y, francamente, me parece algo francamente improbable.
En tercer lugar, creo que, dentro de su minuciosa relación de todo lo escrito o excavado acerca de la cuestión a
tratar, debería intercalar de cuando en cuando su propia premisa, ya que de no hacerlo, ésta puede llegar a ser
olvidada por el lector, haciéndole perder parte de la esencia del denso y multilinear razonamiento que lleva a
cabo el autor para poder reflejar todos los pros y los contras del asunto en cuestión.
Por lo demás, considero que los tres artículos cumplen de modo satisfactorio su propósito primigenio, esto es,
clarificar y divulgar parte del insondable misterio que aún hoy en día supone Tartessos en todos sus aspectos
para la historiografía.
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