El libro del bimestre Los libros del cambio BUSTELO , PECES BARBA , DE VICENTE , ZAPATERO : PSOE. 132 págs., Editorial Avance, 1976. FELIPE GONZÁLEZ: PSOE. 134 págs., Bilbao, Ediciones Albia, 1977. XXV Ú' Congreso del PSOE. 324 págs., edición a cargo de ALFONSO GUERRA, Barcelona, Editorial Avance, 1977. ELIAS DÍAZ: Socialismo en España: el Partido y el Estado. 263 págs., Madrid, Editorial Mezquita, 1982. ALFONSO S. PALOMARES: El socialismo y la polémica marxista. Barcelona, Editorial Bruguera, 1979. IGNACIO SOTELO : El socialismo democrático. 194 págs., Madrid, Taurus, 1980. JOSÉ MARÍA MARAVALL : La política de la transición. 277 págs., Madrid, Taurus, 1981. FELIPE GONZÁLEZ: Un es filo ético. Conversaciones con Víctor MárquezReviriego. 216 págs., Barcelona, Argos Vergara, 1982. Es posible que muchas cosas se puedan decir respecto del pasado, del presente o del futuro del Partido Socialista Obrero Español. Lo que sin duda sería por completo injusto es atribuirle una ocultación en los propósitos y en los programas. Más bien habría que caracterizarlo por todo lo contrario: desde el momento mismo de iniciarse la transición política desde el autoritarismo a la democracia, el Partido Socialista se ha caracterizado por haber llevado prácticamente a la luz del día su debate ideológico interno trasluciéndolo a través de numerosas publicaciones. Teniendo como uno de sus temas básicos el presente número de CUENTA Y RAZÓN lo que ha dado en denominarse como «el cambio», leit motiv de la campaña electoral del partido triunfante en las elecciones, puede tener sentido hacer un rápido recorrido sobre estas diferentes tomas de postura. No son, desde luego, las únicas: hay, por una parte, toda una corriente de izquierda socialista que no va a ser aludida aquí, puesto que nos ceñiremos tan sólo a la dirigente, que ha ido marcando el rumbo a lo largo de todos estos años, Por otro lado, como es lógico, ha existido también una abundantísima producción literaria interna concretada en resoluciones de los Congresos, pero probablemente ésta ha sido destinada al consumo interno y no a la imagen públicaj e incluso trans-parenta de una forma mucho menos ni- tida los reales cambios de postura que, en el primer partido de la nación en los momentos actuales, se han ido produciendo diariamente de una manera imperceptible pero mucho más fácilmente constatable en un lapso más considerable de tiempo. Esta descripción parte de una voluntad no sólo de síntesis, sino también de imparcialidad. El autor de estas líneas tiene, como es obvio, su propia opinión acerca de materias políticas, pero no trata en este momento de expresarla, sino únicamente dar cuenta de una realidad some-tible a juicios de valor muy diferentes. Partamos del momento en que, muerto el general Franco, se produce en España una relativa pero progresiva «liberalización», que va a constituir el primer paso para la posterior democratización a partir de las elecciones de junio de 1977, Es entonces el partido una agrupación de hombres jóvenes que no han tenido, por supuesto, práctica del poder ni siquiera en un grado mínimo, que incluso se^ han hecho con la dirección del partido hace poco tiempo y que expresan puntos de vista radicales, impensables desde la ópti ca de 1983 y desde luego difícilmente considerables como semejantes a los de otros partidos homónimos europeos del momento. Con la firma de,sus principa les dirigentes de hoy día aparecen en estos momentos declaraciones relativas, por ejemplo, a la «herencia marxista irrenunciable» del partido, el repudio de la tentación socialdemócráta, el mito autogestionario considerado como algo total mente opuesto a fórmulas como la cogestión, una cierta voluntad de colaboración con el partido comunista (aunque: con fór mulas imprecisas), el repudio de la socie dad capitalista, el derecho a la autodeter minación y la voluntad federalista, una extensa política de nacionalizaciones y, en el contexto internacional, una autodenominada política de «neutralidad activa» que quiere servir de mecanismo de dis tensión entre los dos grandes bloques en presencia. Por supuesto, la autodefinición del partido como «marxista, de masas y democrático» y la táctica de combinar la lucha parlamentaria con la «movilización popular en todas sus formas» son conse cuencia directa de este tipo de plantea miento doctrinal. ' No existe un momento en que el PSOE cambie de pronunciamientos, sino, en realidad, un largo período, más que de luchas internas, de reflexión sobre la propia identidad, que cronológicamente se sitúa en 1979. Probablemente la mayor parte del público lector lo identifica con la dimisión de Felipe González en el momento en que éste no acepta la unívoca proclamación marxista del PSOE para luego recuperar las riendas del partido. Hay en este momento dos producciones ideológicas muy significativas de la línea dirigente que aparecen publicadas en la revista Sistema. Uno de sus autores, Elias Díaz, ha reeditado su texto recientemente en un libro que se cita al comienzo de estas líneas. El otro, José Félix Tezanos, hacía un estudio sociológico pormenorizado de la composición del partido que no carecía de significación desde, el punto de vista de los ideales de la organización. Tezanos, en efecto, señalaba que en el PSOE ya en esta fecha había un alto componente de clases medias y de católicos practicantes; había, además, un grado elevado de autoconciencia socialdemócráta, por supuesto, en mucho mayor grado en el electorado socialista que en los militantes, pero también en éstos. De ello se deducía un posible crecimiento del partido hacia el sector central de la sociedad española. En el estudio de Elias Díaz se coincidía en exactamente esta misma interpretación, pero desde puntos de vista diferentes. El lector de entonces y de ahora, al releer este texto, tiene la sensación de que el autor ha participado en una especie de acceso súbito y colectivo a la necesidad de madurez. El cansancio del radicalismo verbal, el repudio del simplismo y del primitivismo, la negativa a enfrascarse en una especie de logomaquia indescifrable fundamentada en el marxismo eran las características más señaladas, al menos en la interpretación de quien esto escribe, del texto de Elias Díaz. El de Palomares, también citado al comienzo de esta recensión colectiva, en otro nivel diferente —el del periodismo de divulgación—, tenía también estas características. Desde; luego no había que pedirle una gran altura intelectual, pero la tesis fundamental del libro de Palomares tampoco tenía mucho de puro tacticismo o personalismo. Se trataba entonces de desmitificar al marxismo y sus concreciones en lo que respecta a política partidista y a táctica, como pueden ser la autogestión o la posible colaboración entre socialistas y comunistas. Al decir que el marxismo era «la más sólida raíz» del socialismo, pero no la única, de hecho se estaba introduciendo una relativización del mismo que desde un punto de vista externo puede parecer chocante incluso, pero que, a lo que parece, resultaba totalmente imprescindible en el PSOE de entonces. En última instancia también en el texto de Palomares se superponía al repudio de la inflación ideológica marxis-ta la voluntad de ser capaces de hallar un proyecto socialista que aunara voluntades mucho más amplias del pueblo español. El siguiente paso lo cumple el libro de Ignacio Sotelo, aparecido en 1980 y obra de quien, como profesor universitario, tiene un conjunto de preocupaciones diferentes y distintas de las de Palomares. Su título es expresivo: se trata de encontrar una «tercera vía» frente a lo que el autor define como modelos socialdemócra-ta y marxista. Lo más característico es, sin embargo, no este «tercerismo» (que tanto tiene de utópico), sino la crítica de la versión leninista del marxismo. El leninismo no es una fórmula socialista porque socialismo y democracia constituyen una unidad indisoluble. La única alternativa existente al Estado democrático es el Estado despótico, y en él han recaído no sólo las fórmulas leninistas, sino también las que podríamos denominar genéricamente como eurocomunistas. Pero, además, la formulación de una política socialista actual exige, en opinión de Sotelo, desprenderse de algunos puntos de vista del marxismo. Lo que caracterizaría al socialismo democrático, según Sotelo, sería una estrategia múltiple y sectorial destinada a la transformación de la sociedad y no sólo del Estado, como ha mantenido la socialdemocracia. Sin embargo, la realidad es que toda la tesis de Sotelo, por así decirlo, «recae» en la socialdemocracia. Sotelo se declara no marxista, y al elegir la vía de algo que llama socialismo democrático, lo hace exclusivamente para evitar la vitanda «socialdemocratización». Sin embargo, realmente lo que propone como soluciones e incluso como planteamiento general no es en nada diferente de lo que los socialdemócratas han hecho en los países en que han ejercido el poder. El socialismo democrático es, así, un subterfugio verbal para encubrir la evolución profunda de quien era entonces ideólogo • «oficioso» del partido. El paso siguiente, y por ahora final, lo encontramos en el libro de José María Maravall. Como suele suceder, se mezclan en él por un lado el estudio histórico del partido con el balance de las políticas socialistas en otros países y los datos electorales con las disquisiciones ideológicas. Lo que nos importa, sobre todo, es el resultado final. Este parte de la constatación de que en España la sociedad solicita un reformismo importante en torno a cuestiones específicas más que una determinada aplicación de un modelo genérico de sociedad. Dice Maravall que en realidad no existe tanto una sociedad socialista como medidas de transformación socialistas. Ahora bien, siguiendo siempre a Maravall, la sociedad española se caracterizaría por un grado de desigualdad en la distribución de la renta, por una insuficiencia en los servicios sociales y por una inmovilidad en los procesos de transformación o de permeabilidad entre las diferentes clases sociales muy superiores a los europeos. Mientras que la perspectiva marxista o eurocomunista son descartadas sin excesivo debate, lo es también la socialdemocracia como excesivamente gradualista, evolucionista y pacata. Pero es difícil no calificar de socialdemócratas las políticas alternativas que Maravall nos presenta. Decir, por ejemplo, que el socialismo mediterráneo debiera, sobre todo, centrarse en el asentamiento de la democracia y la solidaridad e igualdad ante la crisis es esbozar una tesis típicamente so-cialdemócrata o aun simplemente liberal. Lo que ya no se explica por motivos ideológicos, sino tácticos, es repudiar al mismo tiempo la socialdemocracia (para que el adversario de izquierdas no acuse de derechización). Todos estos planteamientos pueden parecer muy teóricos, pero en el momento de la verdad que son unas elecciones se traducen en actitudes concretas. Llegar a decir, por ejemplo, que «el cambio consiste en que las cosas funcionen» no es sólo: una frase, sino el producto de una evolución ideológica significativa. Gracias a ella, en los textos de divulgación del principar dirigente del socialismo español el bagaje doctrinal de su partido se adelgaza hasta convertirse simplemente en «un impulso ético». Mucho podrá decirse respecto de él o en relación al cambio, pero lo que parece indudable es que a este adelgazamiento ha conducido también el conjunto de las propias demandas de la sociedad española a las que el PSOE ha sabido responder electoraímente en octubre de 1982.