Poco antes de cumplir los 56 años —h ab ía nacido en la ciudad de México el 31 de octubre de 1931—, Eduardo Blanquel expiró en un centro médico de Houston, Texas, el 24 de mayo de 1987. En ocasión anterior y afortunada, encontró allí remedio a la dolencia cardiaca que lo amagó desde su ni­ ñez. Con ese mal creció e hizo de las limitaciones que le impo­ nía un reto asumido como estímulo a la vida que entregó en horas y horas de cátedra, en horas y horas de conversación que prolongaban la enseñanza iniciada en las aulas de clase. Fue Blanquel, en el sentido cabal de los términos, maestro universitario de tiempo completo. Su memoria pertenece a muchas generaciones de universitarios, muchos lo recorda­ mos en diversos tiempos y lugares enseñando con gran entu­ siasmo, despertando vocaciones, inconformidades ante situaciones absurdas y, cuando caemos en la cuenta que en esos recuerdos h ay más de treinta años de su magisterio, advertimos que m uchas generaciones de universitarios per­ tenecen a las enseñanzas de Eduardo Blanquel. Lo recuerdo como profesor de Historia de México y de Historia U niversal en el Colegio Franco Español en 1956, organizando de su cuenta y tiempo (cuando a los maestros se les pag aba por horas de clase) seminarios de investigación para leer obras fundam entales y p ara elaborar trabajos que leíamos y discutíamos. Blanquel daba entidad a los hechos, a las personas, comenzando por los que estábamos ahí entonces con quince o dieciséis años de edad; nos hacía sentir personas con algo muy im portante que hacer en el camino de la universidad, iniciado ya en el bachillerato y que habría de continuarse luego, al elegir “carrera”. Y como ese recuerdo de lugares y tiempos distintos (colegios particulares, Escuela N acional Preparatoria..., U niversidad Iberoam ericana, Facuitad de Filosofía y Letras y otras facultades y escuelas de la unam,...) habrem os de oír otros. Algunos culm inan en tesis y en trabajos publicados, de los que Blanquel tom aba gusto y se sentía orgulloso. Esto es algo que h ab rá de tom arse en cuenta al hacer su biobibliografía; m ás que h u rg ar en los renglones de su curricu­ lum —descuidado por él— h ab rá que recuperar la imagen que corresponde a su labor de maestro. En las bibliografías de m aestros suele hablarse de la bibliografía directa, p ara referirse a sus escritos, y de biblio­ grafía indirecta, p ara recoger los trabajos de otros debidos a su guía y consejo. La bibliografía indirecta de Eduardo Blan­ quel resultará una de las m ás am plias y contrastará, para escándalo de muchos, con la cifra de sus escritos personales. De ello nos h ab la Gloria Villegas en la nota necrológica publicada el 25 de mayo (La Jornada, p. 7); recoge —sin ánim o de hacer una bibliografía— cinco títulos (El pensa­ miento político de Ricardo Flores Magón, precursor de la Revolución Mexicana. Tesis, 1963; Mi libro de sexto año de Historia y Civism o, en colaboración con Jorge Alberto Man­ rique, 1966; su participación en la Historia m ínim a de México que coordinó Daniel Cosío Villegas en El Colegio de México, 1973; N uestras historias. México y el Grupo Nacio­ nal Provincial, 1979, y Testimonios de la Revolución Mexi­ cana y Ricardo Flores M agón, 1985), al tiempo que señala su labor como divulgador del conocimiento y como cuestionador inteligente de la historia de México. Conferencias en muy diversos lugares, charlas y entrevistas g rabad as y repe­ tidas en radio y televisión, artículos periodísticos dispersos y algunos organizados —como la serie del suplemento Tiempo mexicano. Todo era parte de su labor de maestro, iniciada en las aulas y seguida en otras partes en consecuencia del mismo compromiso con la verdad. Eduardo Blanquel poseía conocimientos que no expresó por escrito. Dicen que tenía un afán perfeccionista que lo llevaba a hacer y rehacer m anuscritos y a destruir muchas páginas. Ese afán, sin embargo, no le impidió, antes lo esti­ muló, a dar lo mejor de sus ideas y posibilidades a otros; incitaba a escribir y acogía con entusiasmo —aunque criti­ cando y señalando lo que h ab ía que corregir y rehacer— las obras de sus alumnos. Quienes ya no lo eran hallaban en él un lector animoso o un entusiasta com entarista que impul­ saba a seguir trabajando: “Leí su artículo, qué bien..., con lo que no estoy de acuerdo...”; “supe de su conferencia, me lo platicó...; a ver si me p asa el texto...”. Por ello, en ese recuerdo común que une a diversas generaciones, Gloria Villegas h a traído a cuento la justísima frase de Javier Garcíadiego: “Los libros de Blanquel son sus alum nos”. También señala Gloria Villegas la concepción historicista de Eduardo Blanquel, la comprensión de las generacio­ nes p asad as que obliga al cuestionamiento de nuestro presente, a dejar el sermón y el regaño dirigido a los vivos en nombre de los muertos. En esta actitud lo recuerdo la última vez que lo oí, al presentar los dos primeros volúmenes de la “Biblioteca José M aría Morelos” (I: Morelos, vida preinsurgente y lecturas y II: Los procesos de Morelos) en el Archivo General de la Nación; ponderó entonces la calidad de los estudios de Carlos Herrejón —a quien no conocía— por la cultura que revelaban y por la posibilidad que ofrecían para alum brar aspectos de la compleja personalidad de Morelos; situaciones ciertam ente incómodas e incomprensibles para quienes, pese a la acumulación de materiales, siguen con el “héroe” , con la estatua, sin cuidarse de ver al hombre. Las palabras finales de esa presentación que hizo Blanquel fue­ ron, si mal no recuerdo: “es tiempo ya de bajar a los héroes del pedestal p ara que nos ayuden a recorrer el camino de la historia”. Andrés Lira