Consolidación legislativa para mejor decidir. (Evaristo Sotelo Rosas) México es uno de los países que más códigos y leyes tiene en su sistema jurídico. La elaboración de leyes y aplicación de esas normas es poco eficiente y poco entendible como es percibido generalmente. El hecho de tener un gran volumen normativo no significa necesariamente una gran producción legislativa ni mucho menos una buena técnica legislativa o coordinación entre sus poderes legislativo y judicial principalmente. Por el contrario, esta masiva, incongruente y dividida legislación se apega a lo que los dictadores prefieren: “entre más obscura y ambigüa una ley, mejor” de esa manera se manipulan y malabarean los preceptos para dar la interpretación que más convenga en determinado momento. La elaboración y aprobación de leyes depende de diversos factores externos y poderes fácticos que condicionan, retrasan, promueven o inhiben determinada ley, modificación o inserción de nuevos artículos a determinado ordenamiento jurídico. El caso que ejemplifica lo anterior, es la supeditación de la aprobación de las reformas energética y laboral por parte PRI, al resultado de la elección para Gobernador del Estado de México, temiendo un desenlace desfavorable si esas reformas se hubieran llevado a cabo antes de la elección. El ejemplo de la nueva forma de producción y revisión legislativa lo podemos observar con la reciente presentación del Digesto Jurídico Argentino por la presidenta Cristina Fernández, con el cual se depura, ordena y consolida la legislación vigente. Dicha depuración fue realizada por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, conjuntamente con equipos técnicos del Ministerio de Justicia y especialistas en la materia. El término “consolidación” en técnica legislativa, implica precisamente la depuración, ordenamiento, concentración de todas aquéllas leyes y códigos para evitar precisamente la obscuridad y ambigüedad en conceptos, para evitar también la prolijidad, es decir, extensión y confusión en conceptos, también implica escarbar en el contenido conceptual –forma y fondo- para saber que textos están vigentes y cuáles ya no tienen validez. Todo esto conlleva a que el ciudadano conozca y entienda de mejor manera los derechos consignados en nuestro sistema jerarquizado de normas. Implica también determinar qué leyes, códigos, artículos, títulos, capítulos serán concentrados para evitar la inflación y la contaminación legislativa. La primera se refiere a un aumento excesivo de normas mientras que la segunda -término acuñado por el profesor Antonio A. Martino-, a la inserción de nuevas normas sin abrogar aquéllas que han perdido su validez por haberse sancionado nuevas. Bien harían nuestros legisladores en observar y analizar los resultados que seguramente se darán con la simplificación y depuración del ordenamiento jurídico argentino. Esta consolidación también se ha llevado a cabo en otras provincias argentinas, cuyos beneficios son patentes para legisladores, jueces y principalmente ciudadanos al tener un mejor conocimiento de los textos normativos y en la simplificación de la aplicación de la ley por parte de los jueces. Claramente en nuestro sistema normativo y desde hace tiempo, los legisladores no han atendido a los principios que rigen la elaboración de toda ley según Manuel Atienza, jurista y filósofo del derecho español; la racionalidad lingüística, que es la capacidad del edictor de transmitir una idea o mensaje (la ley), racionalidad jurídico formal que es la manera en que se inserta una ley en un sistema jurídico, racionalidad pragmática en donde la conducta de los destinatarios debe adecuarse a lo prescrito por la ley, racionalidad teleológica en la cual, la ley debe alcanzar los fines sociales perseguidos y por último una racionalidad ética, pues las conductas prescritas y los fines de las leyes presuponen valores éticos. Enorgullecerse de ser el país que tal vez tenga el mayor número de textos normativos no tiene ningún sentido por las razones expuestas anteriormente. Más valdría tener un sistema jurídico depurado, consolidado y por así decirlo purgado de antinomias, ambigüedades y redundancias que permitan también al juez –la voz del derecho- de sólo aplicar y no de interpretar, función que sólo corresponde técnicamente al legislador. Preguntémosle a los jueces la cantidad de códigos y leyes que tienen que consultar para fundamentar jurídicamente o dar sentido a un razonamiento, observemos las sesiones del Pleno de la Suprema Corte de Justicia, en donde los Ministros tienen a su costado columnas de leyes y códigos que implica precisamente la imperfección en la elaboración de leyes y otras más expuestas en este artículo, preguntémosle a un Secretario de Acuerdos o Magistrado las dificultades que tienen para hacer una adecuada interpretación de lo que quiso decir el legislador –que no deberían- por ser un concepto ambigüo u obscuro. Seguro que todos ellos, estarían a favor de una revisión y consolidación del sistema normativo mexicano. Es momento de una mejor coordinación entre el legislativo y judicial, momento de aprender de otras experiencias legislativas y de dejar de enorgullecerse de tener un sistema normativo extenso pero confuso, anacrónico y deficiente. La participación de universidades, académicos e investigadores, poderes del estado, institutos de investigación de diversas disciplinas es fundamental para dar certeza normativa, claridad en los contenidos, ejecución de sentencias, comprensión y obediencia de la ley para garantizar la paz social. Esto implica una tarea de años de trabajo pero si postergamos esta labor jamás terminaremos. La necesidad lo amerita y sobre todo el ciudadano lo demanda. [email protected]