La crisis de Darfur

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La crisis de Darfur: causas y perspectivas de futuro
Haydar Ibrahim Ali
La crisis de Darfur representa, hoy en día, una
de las cuestiones internacionales más importantes
que ha atraído la preocupación del mundo entero,
como demuestra la acción de los medios de comunicación y de las organizaciones no gubernamentales.
Pese a la proliferación de focos de tensión en todo el
mundo, la crisis de Darfur ha acaparado la atención
hasta convertirse en una cuestión interna en países
como Estados Unidos. La internacionalización de la
crisis de Darfur ha sido posible gracias a la acción de
poderosos medios de comunicación, de las organizaciones de la sociedad civil y de países con intereses
Haydar Ibrahim Ali es
doctor en Filosofía de las
Ciencias Sociales por la
Universidad de Frankfurt,
investigador en diversas
instituciones académicas,
director del Centro de
Estudios Sudaneses con
sede en Jartum y editor
de la revista Kitabat
Sudaniyya.
El presente texto es
una conferencia pronunciada en Madrid el 20 de
septiembre de 2007, en
el marco del programa
La Tribuna de Casa Árabe. Texto original en
árabe. Traducción de
Vanesa Casanova Fernández
opuestos. A pesar de la existencia de una guerra civil en el sur desde el año
1955, que se prolongó durante medio siglo hasta la firma de los Acuerdos
de Paz del 2005 en Naivasha, ésta no concitó la misma preocupación que la
crisis de Darfur. Es éste uno de los síntomas de la globalización y la hegemonía de un orden unipolar: gracias a los medios de comunicación y a las
comunicaciones el planeta se ha convertido en una verdadera aldea global,
y no es una metáfora. Por otro lado, las políticas que sucedieron a la Guerra
Fría avanzan hacia la consecución de la seguridad y la estabilidad como
premisas para un mercado y una economía únicos. Por ello, la crisis de Darfur, que considerábamos una crisis exclusivamente local, adquirió una amplia dimensión regional e internacional.
La crisis de Darfur es una muestra de la debilidad mostrada por los
países recientemente independizados como Sudán para construir un estadonación fuerte, capaz de incorporar todos los aspectos de su diversidad cultural y étnica dentro de una entidad unitaria. Sudán es un país multicultural, que ocupa una superficie extensa. En él habitan 597 tribus y grupos
étnicos que hablan cerca de 115 lenguas y dialectos diferentes, con una población compuesta por musulmanes, cristianos, y animistas. Sudán compar-
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te frontera con nueve países y las diferentes regiones que lo componen
muestran una diversidad climática que va del clima desértico al tropical.
Es sabido que la diversidad puede ser una fuente de fuerza para un
Estado-nación vivo y desarrollado, o bien convertirse en causa de interminables conflictos y luchas. El resultado depende de la capacidad de su clase
política y del papel que jueguen los partidos y las organizaciones de la sociedad civil a la hora de reforzar los sentimientos de pertenencia a la nación. Sin embargo, a lo largo de los periodos históricos precedentes y especialmente en el caso de los diferentes sistemas de gobierno que lo han
regido, tanto civiles como militares, Sudán ha tendido hacia una experiencia
de construcción nacional fallida. Este proceso de construcción nacional le
habría permitido alcanzar un nivel de desarrollo, equilibrio e independencia,
y conseguir la unidad nacional en el seno de un Estado multicultural. Para
que este proceso se dé, la democracia debe estar firmemente establecida,
pero a pesar de la existencia de partidos políticos y elecciones, la democratización del país sigue siendo débil e insuficiente. Esto es atribuible a la
desvinculación del proceso democratizador de la modernización del país y,
en consecuencia, de su desarrollo. El abrupto fin de la diversidad culminó
con la aparición de diferentes tendencias que llegaron al extremo del enfrentamiento civil, haciendo que Sudán perdiera la oportunidad de avanzar
en el proyecto de construcción de un Estado tolerante en el que puedan
convivir etnias, culturas y religiones diversas. El historiador Arnold Toynbee,
en un libro publicado en la década de los sesenta del siglo pasado con el
título Entre el Níger y el Nilo, tenía razones para creer que Sudán y Nigeria
constituían dos proyectos ejemplares para la convivencia entre el Norte y el
Sur de África, es decir, entre el África musulmana y el África no musulmana.
Lamentablemente, ambos países no han sabido enfrentarse a este reto.
Darfur
La región de Darfur está situada en el extremo occidental de Sudán;
limita con Libia, Chad y la República Centroafricana, tiene una superficie de
500 000 kilómetros cuadrados y en ella vive la quinta parte de la población
de Sudán. A mediados del siglo XVII se estableció en la región el Sultanato
Fur bajo la égida de Sulaymán, descendiente de los Kira, que presumía de
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su parentesco con las tribus árabes. El Sultanato Fur alejó del poder a otras
tribus locales, como los tanjur o los dayu. La administración otomana sobre
la región (1821-1885) conquistó Darfur en 1874 y derrocó a sus gobernantes. Posteriormente, durante la época de la revuelta de Al-Mahdi (18851898) y tras el establecimiento del condominio angloegipcio, Darfur siguió
siendo un sultanato independiente hasta el año 1916, en que fue sometido
por las autoridades británicas, después de que el sultán Ali Dinar hubiese
intentado contactar con el Gobierno otomano para anunciar su alineamiento
con Turquía en contra de los aliados. Darfur pasó a ser entonces una provincia dentro de Sudán.
Los sultanes fur abrazaron el islam y se dedicaron a su entusiasta
propagación por territorio darfurí. Las lenguas del sultanato eran el árabe y
el furí, al menos entre la élite gobernante y los ulemas. Sin embargo, se
estima que en la región habitaban cerca de cien tribus y grupos étnicos distintos, divididos con frecuencia entre tribus árabes y no árabes o población
autóctona, división que puede ser también geográfica y económica. Existe
una controversia constante sobre esta división, dada la dificultad de definir
quién es árabe en Darfur. Hay quien prefiere hablar de «tribus de origen
árabe», entendiendo su arabidad en términos culturales y no étnicos, ya
que quien habla árabe es considerado como tal; especialmente teniendo en
cuenta que la mezcla entre los habitantes locales fue considerable, hasta el
punto de influir en el color de la piel y la fisonomía, de manera que las formas externas se asemejan.
La presencia árabe era mayor en el norte de Darfur, zona más desértica que permitía a las tribus árabes practicar su modo de vida tradicional
basado en el pastoreo. Los árabes del norte recibieron el nombre de ibala
(lit. 'camelleros') debido a su dedicación a la economía del camello; los sureños de las regiones montañosas, por el contrario, recibieron el nombre de
baggara (en árabe, 'vaqueros'), dividiéndose en cuatro grupos: los taayisha,
los banu halba, los habaniyya y los raziqat. Este último grupo también tiene
una presencia notoria en el norte de Darfur y en Chad, e incluye a los mahariya, los mahamid, los atifat y los ariqat. Sin embargo, nunca han constituido una entidad política fuerte como sus parientes del sur, como por
ejemplo la familia Madibu.
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Los grupos no árabes incluyen tribus importantes como los fur, los
dayu, los zagawa, los barqad, los masalit, los tama o los midub. Los fur cultivan la región que rodea Yabal Marra; dependen para ello de las lluvias. En
el Sultanato Fur se practicaba la agricultura minifundista.1 El sultán concedía al jefe de la tribu una porción de la tierra, que pasaba a ser considerada
propiedad privada o bien propiedad comunitaria. Los miembros de la tribu
tenían derecho a cultivar el terreno; el jefe recolectaba los impuestos y el
diezmo. El resto, en especial las tierras menos fértiles o poco dadas a la
agricultura estacionaria, siguieron siendo tierras de propiedad colectiva para
todos los miembros de la tribu; entre ellas se encontraban la mayor parte
de las tierras de pastoreo. El tamaño de las tierras variaba, y en ocasiones
algún ulema podía recibir una pequeña parcela de tierra para su sustento.
Bases históricas de la crisis
Hay quien, para abreviar, intenta explicar la crisis de Darfur como un
conflicto por el control de los escasos y cada vez más insuficientes recursos
naturales en la región. Cierto, pero no es toda la verdad. La lucha por la
falta de recursos es la causa principal del problema, pero existen factores
entremezclados cuyo origen podría o no estar relacionado con esta situación. Los especialistas se han inclinado por dar una explicación jalduniana2 a
la crisis como un conflicto entre el desierto y la civilización, aunque en el
caso de Darfur lo más correcto sería hablar de una lucha entre agricultores
sedentarios y pastores nómadas, debido a la inexistencia de colectivos urbanos propiamente dichos. De hecho, la crisis es una prolongación de la
tradicional lucha regional entre pastores y agricultores. No obstante, esta
lucha se desarrolla actualmente en condiciones políticas diferentes, en un
1
El autor utiliza el término hawakir, plural de la palabra árabe hakura. Este término se refiere a un terreno de pequeñas dimensiones dedicado a la agricultura, generalmente para la
subsistencia familiar. Un posible equivalente español serían nuestro sistema de huertas.
Hemos optado por traducir la palabra como 'minifundio' debido a las características del sistema que describe. (N. de la T.)
2
El autor hace referencia a las teorías avanzadas por el historiador árabe tunecino Ibn Jaldún (1332-1406 d.C.), considerado por muchos como uno de los precursores de la sociología. Autor de una historia universal, Ibn Jaldún es conocido principalmente por el prólogo
(Muqaddima) a dicho trabajo. En la Muqaddima, Ibn Jaldún desarrolló una teoría sobre los
orígenes del conflicto social basada en la dicotomía existente entre los habitantes el desierto
y los de las ciudades como motor de los cambios históricos, concepto al que se refiere el
autor del artículo. (N. de la T.)
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entorno regional e internacional complejo. Por ello, el conflicto ha dejado de
ser un conflicto limitado y de fácil resolución. Las asambleas de paz entre
tribus podrían haber servido como garante de una solución pacífica al conflicto en el pasado, pero en la actualidad el propio conflicto, local y primitivo, se ha trasladado al mismísimo Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Nueva York.
Este análisis, es decir, la lucha entre pastores y agricultores podía ser
acertado hace años, inmediatamente después de la independencia en 1956,
pero su prolongación y su renovación constante apuntan a la existencia de
defectos en el Gobierno, la administración y la economía. Hemos atribuido
este tipo de problemas al papel del colonialismo en nuestro país y, a pesar
de su desaparición hace ya más de medio siglo, seguimos repitiendo la
misma cantinela y buscando excusas manidas. Tampoco cabe conceder un
papel especial al sistema de propiedad de la tierra (un sistema sencillo para
la parcelación del territorio), que desde hace cientos de años y hasta hoy en
día domina las relaciones entre los ciudadanos de Darfur. Es evidente que
los actuales problemas administrativos y de desarrollo han quedado desatendidos y no se les ha concedido prioridad tras la independencia. Por ello,
el problema de Darfur se ha agravado en medio de nuevos supuestos que
se han sumado a los viejos desequilibrios. Darfur sigue alejada y aislada del
centro, consciente sintiéndose independiente aún dentro del Sudán unificado. Los británicos agravaron la situación al incluir Darfur dentro de las
políticas de «distritos cerrados» de su administración en 1933, como por
ejemplo el Sur o las montañas Nuba. Tras la independencia, continuaron la
despreocupación por el desarrollo y la falta de participación política. Tras la
salida de los británicos del territorio, cuando se sudaniza el funcionariado,
los darfuríes no recibieron puestos de relevancia en las administraciones
nacionales.
El sistema del reparto de la tierra está en el origen de la exclusión de
las tribus árabes de la propiedad y el usufructo de la tierra. Estas tribus de
nómadas y pastores no sienten inclinación por la propiedad de tierras pequeñas, prefieren las superficies vastas para moverse, no necesariamente
de propiedad privada. El sistema tribal tradicional había podido organizar las
relaciones entre pastores y agricultores en función de una serie de normas
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consuetudinarias. A pesar de los incidentes ocasionales, el sistema funcionaba en la mayor parte de las ocasiones, pero el conflicto se focalizó en la
propiedad de la tierra y los recursos de agua y pastos. La propiedad de la
tierra siguió en manos de las tribus no árabes, si bien éstas permitían a las
tribus árabes el acceso a aguas y pastos. Las tierras por las que podía pasar
el ganado sin dañar los cultivos estaban delimitadas, como delimitados estaban también los periodos después de la cosecha en los que se permitía el
pastoreo en zonas agrícolas y la utilización del resto de los cultivos. Los
agricultores creían que la presencia de ganado en sus tierras contribuía a la
fertilización de las mismas. Los jefes tribales y los dirigentes locales conseguían contener a sus conciudadanos y también sus sanciones.
Los factores medioambientales, administrativos y políticos estaban íntimamente relacionados con la complejidad y el agravamiento de la situación, especialmente tras la independencia. La sequía y la desertificación
golpearon la zona de la sabana, en la que se encuentra la parte norte de la
región de Darfur. La desertificación del sahel africano contribuyó un gran
aumento de los movimientos migratorios y demográficos. Uno de los grupos
más afectados fue la numerosa tribu de los zagawa, cuyos miembros se
trasladaron a zonas con población sedentaria.
Era inevitable que tuvieran fricciones con los agricultores locales. Dada la imposibilidad de realizar migraciones estacionales entre norte y sur,
los zagawa intentaron asentarse en los terrenos pobres que utilizaban los
fur en la región de Yabal Marra. Se produjo entonces un gran desequilibrio
con el establecimiento de las tribus y la propiedad de las tierras, a causa de
los cambios ecológicos. Aumentaron las disputas entre los pastores y las
tribus fur; después, los ibala se unieron a la lucha. Cerca de treinta tribus
de origen árabe se unieron para luchar contra los fur, la tribu más grande
de la zona, y posteriormente se enfrentaron a la tribu no árabe de los masalit. Entonces, el conflicto tribal tradicional, recurrente a lo largo de la historia de la región, comenzó a adoptar un carácter étnico y en la terminología empleada para referirse al conflicto aparecieron clasificaciones que
dividían a los bandos en «árabes» frente a «negros». Ésta es la peligrosa
orientación de la crisis de Darfur que surgió en la década de los ochenta del
siglo pasado.
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Los habitantes locales de Darfur comenzaron muy pronto a sentir que
el Gobierno central desatendía las necesidades de la región y en el año
1964 se constituyó el Movimiento de Renacimiento de Darfur (Harakat Nahdat Darfur) bajo el liderazgo de Ahmad Ibrahim Diraiy. El movimiento empezó a romper el monopolio del Partido de la Umma en las circunscripciones
electorales de Darfur. Diraiy asumió el papel de jefe de la oposición y posteriormente fue nombrado ministro en el Gobierno central. Durante el periodo
de gobierno democrático, la región encontró una oportunidad para expresar
su descontento y participar.
Hay que señalar que el sistema democrático reduce la polarización
tribal y étnica, dado que la lucha es política y se da entre partidos. A pesar
de que los partidos se apoyan en los jefes tribales, lo fundamental son los
programas políticos y la rivalidad nacional y entre partidos. Durante los breves periodos de vida democrática, interrumpidos siempre por pronunciamientos militares, Sudán ha conocido elecciones libres y limpias. La experiencia democrática podría ayudar considerablemente a la operación de
fusión nacional y permitiría a Sudán aparcar el problema de los enfrentamientos tribales.
Un nuevo factor de luchas y tensión apareció con la rivalidad por los
cargos de responsabilidad política de la región cuando Yaafar al-Numayri
(1969-1985) decidió experimentar con el Gobierno regional o local y con la
introducción del sistema federal instaurado por la actual élite gobernante,
en el poder desde junio de 1989. A pesar de que el propósito de Numayri
había sido conseguir la participación y el desarrollo de un sistema de gobierno local, los regímenes autoritarios sudaneses abolieron el sistema de
«administración civil» (al-idara al-ahliyya) vigente basado en la relación directa entre el Gobierno y los jefes tribales; el nuevo sistema se topó con la
resistencia de la población local que se negó a colaborar con los nuevos
administradores. Las nuevas instituciones administrativas fueron incapaces
de resolver los problemas y complicaron la situación. El Gobierno intentó
trazar nuevos límites a la presencia tribal en función de la situación real del
momento; los emigrantes desplazados se convirtieron entonces en propietarios de las propiedades de la tribu, a expensas de las tribus sedentarias que
les habían acogido. Esta situación condujo a un enfrentamiento mutuo, esTextos de Casa Árabe
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pecialmente después de que entraran en la zona grandes cantidades de armas a resultas de las guerras en Chad. Conseguir armas en Darfur se convirtió en tarea fácil.
La dimensión étnica del conflicto
El conflicto de Darfur se revistió de un carácter étnico y racial debido
a la ausencia de organizaciones modernas tales como partidos políticos,
uniones o sindicatos. Los regímenes gobernantes volvieron a adoptar un
carácter totalitario y volvieron a hacer acto de presencia las divisiones tribales y el clientelismo. Esos regímenes reafirmaron las diferencias étnicas y
raciales obedeciendo al principio político de «divide y vencerás» que habían
inventado los británicos durante el periodo de la administración civil. Los
sistemas totalitarios buscan una alternativa al multipartidismo y la pluralidad ideológica. A esto se añade que no fueron neutrales, sino que se aliaron
con determinadas tribus y grupo étnicos, a quienes concedían privilegios y
puestos de trabajo en el ejecutivo, e incluso armaron y dieron dinero a algunas tribus.
El régimen federal comenzó a librar una lucha por el control de la autoridad regional sobre bases étnicas y raciales, en un proceso de «etnicización» del conflicto y ocultación de los factores políticos y de desarrollo. A
pesar de la mención del fracaso del desarrollo y la aparición de conceptos
como la marginalización de las periferias y el dominio del centro árabe, del
Nilo central, sobre el resto de Sudán, y el atraso de las zonas meridional,
occidental y oriental, la confirmación de los elementos étnicos sigue predominando en las referencias al conflicto. Para los sudaneses de origen árabe,
la «etnicización» comenzó a ir acompañada de una ideología de superioridad racial. Se difundió la idea del peligro que se cernía sobre el componente
árabe en Darfur, amenazado por los elementos negros. Hubo incluso quien
invocó el recuerdo de las masacres contra la población árabe en Zanzíbar
durante la década de los sesenta.
Las primeras referencias a una polarización entre árabe y negro aparecieron durante los años ochenta del siglo pasado. El germen de una ideología racial árabe se manifestó durante las elecciones regionales de 1981;
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no obstante, no consiguió unificar a los elementos árabes, lo que permitió al
político furí Ahmad Ibrahim Diraiy arrasar en las elecciones. Los árabes de
Darfur creían si estaban unidos y se atraían a los zagawa y los fallata a sus
filas, conseguirían la mayoría absoluta. Comenzaron a aparecer entonces
panfletos y cintas bajo el nombre de la Agrupación Árabe (Al-Tayammuu alArabi) que advertían de que la población negra de Darfur llevaba controlando la región durante un largo periodo de tiempo, y había llegado el momento de que los árabes desempeñasen el papel que les correspondía en el poder. La Agrupación se presentó oficialmente en un memorándum enviado a
Al-Sadiq al-Mahdi, a la sazón primer ministro, con fecha de 5 de octubre de
1987, por 23 distinguidas personalidades árabes. Las protestas hacían referencia a la injusticia que suponía el hecho de que la población árabe constituyera el 70% de los habitantes de la región y que sin embargo no estuviera representada en la misma proporción en el aparato ejecutivo y
legislativo. Después de la designación de Al-Tiyani al-Sisi, furí, como gobernador de Darfur, aparecieron una serie de panfletos en los que se amenazaba con sabotear el Gobierno regional de Al-Sisi por todos los medios a su
alcance. Los panfletos vinieron acompañados de un comunicado de acción
con la firma de «Quraysh-1», que algunos interpretan como el primer embrión de la batalla de los yanyawid. Tras un largo periodo de tiempo, aparecieron nuevos panfletos en nombre de «Quraysh-2», que situaban el 2020
como fecha límite para la realización de su proyecto y la consecución de los
objetivos de la alianza árabe y panfletos que, en esta ocasión, adquirieron
una dimensión islámica claramente fundamentalista. La Agrupación Árabe
contaba con apoyos en Jartum y en el propio Gobierno.
La Agrupación Árabe se benefició de la guerra civil del sur, ya que los
gobiernos centrales intentaron utilizarla para frenar los ataques del Movimiento Popular de Liberación del Sudán (MPLS) liderado por John Garang.
Al-Sadiq al-Mahdi fue el primero en defender la idea de armar a las tribus
árabes con el fin de que se convirtieran en un ejército popular que ayudase
a las fuerzas armadas sudanesas. Al-Sadiq al-Mahdi no fue muy lejos con su
idea. Sin embargo, los protagonistas del golpe que le derrocaron fueron
más atrevidos porque no prestaron ninguna atención a la oposición y llevaron a cabo, después de 1989, la creación de las Fuerzas de Defensa Popular
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en todo el país, no sólo en el Oeste. Las milicias se vieron dotadas de cobertura legal y, a comienzos de los noventa, las gentes de Darfur oyeron hablar
por primera vez de una milicia llamada Yanyawid (los «diablos a caballo»).3
La milicia pronto sustituyó a las Fuerzas de Defensa Popular, de ahí que
muchos ciudadanos vinculen a la milicia con el régimen.
Era natural que las organizaciones no árabes reaccionaran y establecieran su propia organización con una ideología propia. Empezó entonces a
hablarse de la construcción de un gran Estado zagawa, que englobaría también a las ramas de la tribu que residían en Chad. Los zagawa sufrieron
atroces ataques de los Janjawid ente los años 1994 y 1996.
Los fur y los zagawa empezaron a organizarse en el año 2001, pero a
lo largo del 2002 el Gobierno y la milicia de los Janjawid llevaron a cabo
campañas militares contra poblaciones fur y zagawa. Este fue el principio de
la violencia que asola Darfur desde el 2003 hasta la actualidad. El 23 de
febrero de 2003 se constituyó el autodenominado Frente de Liberación de
Darfur. El Frente emitió un comunicado sobre los ataques contra la localidad
de Kolu, en Yabal Marra. Posteriormente, pasó a llamarse Movimiento de
Liberación de Sudán, una alianza entre los fur y los zagawa. Las fuerzas de
seguridad minusvaloraron las capacidades del Frente y de su ejército, y
preveían su pronta desaparición. Pero el movimiento no se debilitó por causas externas, sino que se dividió por rivalidades tribales y personales. Aparecieron entonces las facciones lideradas por Minni Arkoi Minawi (un zagawa), el presidente elegido en el congreso de Haskaniya, y por Abd al-Wahid
Muhammad Ahmad Nur (de la tribu fur), el presidente fundacional.
El segundo grupo armado de la oposición, el Movimiento de Justicia e
Igualdad (MJI), se formó bajo el liderazgo de Jalil Ibrahim. La mayoría de
sus miembros eran partidarios del Frente Islámico Nacional de Hasan alTurabi que, en protesta, habían abandonado el partido. Sufrió varias escisiones internas hasta constituir, con otras organizaciones, el Frente de Liberación que rechaza los acuerdos de Abuya y que ha seguido la lucha armada
después de los acuerdos de 2006. En la actualidad, es el principal grupo que
3
El autor explica la etimología más frecuentemente atribuida al origen de la palabra Yanyawid, término que procedería de las palabras árabes yinn (diablo o genio), yawwad (jinete) y
la letra yim, inicial utilizada para referirse a los rifles GM3 utilizados por las milicias. (N. de la
T.)
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rechaza el acuerdo y encabeza la oposición para conseguir cambiarlo o llegar a un nuevo acuerdo.
La internalización del conflicto
A principios de 2003, el régimen sudanés intensificó sus operaciones
en Darfur apoyándose en las milicias Yanyawid y en los servicios secretos
del ejército sudanés. Las acciones siguieron a la firma de los protocolos de
paz del 2002 con el Movimiento Popular de Liberación de Sudán (MPLS),
que supuso un mayor prestigio del Movimiento y condujo a adoptarlo como
ejemplo a emular por parte del resto de grupos armados del país. Nadie
ignora que el MPLS ayudó al Movimiento de Liberación de Sudán en Darfur.
La agudización de la guerra atrajo la atención de los medios de comunicación mundiales y de la opinión pública de fuera de Sudán; además, los darfuríes residentes en el extranjero iniciaron una buena campaña en defensa
de su causa. El mundo seguía con atención las conversaciones de paz entre
norte y sur, se interesaba por las cuestiones sudanesas, entre ellas la posibilidad de que ocurriera una catástrofe humanitaria en Darfur.
El secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, que visitó Sudán en el 2004, fue el primero en utilizar públicamente la palabra «genocidio» para describir lo que ocurría en Sudán. Powell utilizó la expresión «crimen del siglo» para referirse a Darfur. La palabra «genocidio», evocadora
del Holocausto y de las masacres de Ruanda, tiene una profunda carga
emotiva en Occidente. Ello explica el entusiasmo con el que las organizaciones judías y los círculos neoconservadores apoyaron la causa de los darfuríes y las peticiones de protección, así como los llamados al enjuiciamiento de
los responsables de las masacres. La crisis de Darfur recibió apoyos en los
programas electorales de muchas de las fuerzas políticas de Occidente. Las
protestas en solidaridad con Darfur se sucedieron en las ciudades europeas
y americanas. La reacción de los medios de comunicación occidentales fue,
en opinión de algunos, exagerada en su retrato de la situación. La catástrofe era real, pero según algunos expertos como Stefan Kröpelin, la intención
de los medios era desviar la atención de la catástrofe de la guerra iraquí y
ocultar el escándalo de las torturas de la cárcel de Abu Graib en septiembre
de 2004.
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La comunidad internacional y el Consejo de Seguridad condenaron al
régimen sudanés con varias resoluciones que anunciaban desde labores de
ayuda humanitaria hasta la petición de intervención reflejada en la resolución 1706. De hecho, hay dos millones y medio de desplazados y refugiados
en los países limítrofes y en el propio Sudán, cientos de aldeas han sido
arrasadas y miles de civiles (se calcula que entre doscientos y cuatrocientos
mil) han sido asesinados.
Finalmente, las Naciones Unidas decidieron enviar fuerzas a Darfur.
La decisión avivó el conflicto entre el Gobierno sudanés y la comunidad internacional. El presidente Omar Hasan Ahmad al-Bashir rechazó ante una
gran multitud la entrada de cualquier soldado de Naciones Unidas en territorio sudanés. Pero el Movimiento Popular de Liberación de Sudan y el Movimiento de Liberación de Sudán, dos de los socios de Gobierno del partido
Congreso Nacional, dirigido por Al-Bashir, dieron la bienvenida a las fuerzas
de la ONU. La cuestión se convirtió en un punto de fricción para la coalición
gubernamental.
La cuestión de la entrada de las fuerzas de la ONU ocupó la escena
política sudanesa a lo largo de todo un año. Durante este periodo, se emitió
una nueva resolución relativa al enjuiciamiento de los responsables sudaneses de la masacre ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya, acusándolos de crímenes contra la humanidad. El régimen sudanés luchaba en varios frentes. La tensión en las relaciones entre el régimen y la comunidad
internacional ejerció una influencia a la que no se le ha prestado la suficiente atención. Todos los esfuerzos del régimen sudanés se dirigieron a refutar
las acusaciones y a hacer fracasar las resoluciones, desatendiendo la aplicación de las cláusulas de los acuerdos de paz de Naivasha firmados con los
sureños. Habían pasado cerca de dos años y medio desde la firma de los
acuerdos sin que se hubiera cumplido gran parte de los mismos. Los analistas consideran que, de hecho, el sur ya se ha segregado, puesto que las
cosas siguen como estaban, y la población del sur no ha percibido ninguna
muestra de la tan atractiva unidad, objetivo sobre el que se basa el régimen
para cumplir los compromisos de la época de transición, algo que no ha
ocurrido hasta la fecha. Es muy dudoso que la población del sur se pronun-
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cie en favor de la unidad de Sudán en 2011, al final de la etapa de transición.
China, un nuevo actor en la escena global, apareció en el papel de
fuerte competidor de Estados Unidos en una región rica en petróleo. Las
potencias extranjeras pueden controlar las enormes reservas petrolíferas de
la región con un plan basado en aprovechar los conflictos surgidos el aumento de la población y la escasez de los recursos. Los grupos tribales recurrieron a rebelarse contra el Estado y empuñar las armas. Durante la
Guerra Fría, la situación había sido diferente. En aquel entonces, Sudán debía hacer frente tanto a estas luchas como al aislamiento que le venía impuesto desde Estados Unidos. El régimen volvió entonces su mirada hacia
Oriente, hacia China, Malasia y la India, y logró establecer relaciones económicas con estos países, especialmente con China. Sudán se apoyó mucho
en el veto chino o en la oposición china a la formulación de los proyectos de
resolución antes de ser presentados, para imponer enmiendas y suavizar las
resoluciones. Recientemente, sin embargo, comenzaron a surgir voces que
pedían el boicot de los Juegos Olímpicos, que organizará China, como medida de presión contra el país; a ello se añadió el enfrentamiento de Estados
Unidos, que ha aumentado la presión sobre China considerando que no pede aliarse permanentemente con países que violan los derechos humanos.
China empezó entonces a desempeñar el papel de intermediario, consejero
de Sudán y, en ocasiones, de facilitador. Era la misma posición adoptada
por Rusia, en cuya oposición a Estados Unidos en la ONU, aunque de un
modo menos comprometido que China, se apoyaba Sudán. A pesar de ello,
Rusia formará parte de las fuerzas híbridas.
Era de esperar que la rivalidad entre Francia y Estados Unidos en
Darfur fuera a más, teniendo en cuenta que la región es fronteriza con las
zonas de tradicional influencia francesa; sin embargo, ocurrió lo contrario.
Los dos países cooperaron y en la actualidad mantienen una postura similar.
El presidente sudanés acusó a su homólogo francés Sarkozy de seguir los
dictados de la política americana. El 24 de junio de 2007, Francia acogió la
Conferencia de París sobre Darfur. Las resoluciones de la conferencia van en
la misma dirección, es decir, resolver el problema de Darfur según las resoluciones del Consejo de Seguridad presentadas por Estados Unidos y Gran
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Bretaña. Sudán, que había utilizado las diferentes posturas de los países de
la Unión Europea, vio así limitada su capacidad de maniobra. Los países de
la UE adoptaron una postura más enérgica: el tiempo se agotaba y la tragedia seguía su curso en Darfur.
Sudán depende de los lazos que le unen con otros países africanos o
con la Unión Africana, pero la mayoría de los países afectados ve el conflicto
como una lucha entre árabes y africanos y, en consecuencia, se sitúan en la
postura contraria a Sudán y apoyan las resoluciones internacionales, como
es el caso de Sudáfrica y Nigeria, los dos países africanos más importantes.
La insistencia mostrada por Jartum en la presencia de fuerzas africanas viene dada por la esperanza de que esos países se alineen con Sudán o, cuando menos, sean indulgentes con el país. Finalmente, Sudán ha aceptado la
entrada de las llamadas «fuerzas híbridas», en una maniobra con la que el
régimen sudanés intenta salir de la crítica situación provocada por su perentorio y tajante rechazo a la intervención de Naciones Unidas, especialmente
después del juramento personal expresado por el presidente Al-Bashir. Los
medios oficiales repiten constantemente que las fuerzas híbridas proceden
de países «del tercer mundo» y que los países occidentales no tendrán una
presencia notable, pese a que todo el apoyo económico y logístico será occidental. Los países occidentales han tomado nota de esta dualidad en las
posturas del régimen, según sea dentro o fuera del país, no confían mucho
en el régimen, por eso, Francia y Gran Bretaña han decidido concentrar sus
tropas en las fronteras entre Chad y Sudán, fuera del territorio sudanés pero a poca distancia.
El papel árabe en la crisis de Darfur
Los países situados en los extremos del mundo árabe, como por
ejemplo Sudán, Mauritania o Somalia, sufren una clara negligencia en el
conjunto de la estrategia árabe, a pesar de que tienen una influencia importante sobre todos los regímenes árabes. Sudán, puente entre el norte de
África y el África subsahariana, mantiene una posición estratégica influyente; representa además un posible modelo de convivencia interreligiosa, especialmente entre el islam y la cristiandad. Sudán tiene una frontera extensa en el Mar Rojo, es parte del cuerno de África y se extiende hasta los
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países del Sahel, Chad y Níger. Además, en los años setenta los árabes enarbolaban el emblema de que Sudán era el granero del mundo árabe.
La causa de esta negligencia podría radicar en la propia crisis árabe
que se manifiesta en situaciones de debilidad y fragmentación por las que
atraviesa el mundo árabe, pero existe una razón importante de carácter
ideológico, y que tiene que ver con la percepción que los propios árabes tienen del Otro. La idea de la pluralidad y la diversidad cultural dentro del propio mundo árabe no es aceptada por gran parte de sus políticos o intelectuales. Los problemas de cristianos, negros, kurdos y bereberes dentro de
sus propios países no encuentran muchas simpatías, como tampoco intentos de una mejor comprensión de los mismos. No deja ésta de ser una pervivencia del pensamiento de la llamada shuubiyya4 que subyace en el pensamiento árabe y que provoca el miedo al Otro, al diferente, al que se ve
como un conspirador o saboteador, hostil a los árabes. En el caso de Sudán,
ni la Liga Árabe, ni los países árabes por separado, han intentado participar
en la resolución del problema del Sur o ayudar a que los sudaneses llegasen
a un acuerdo. Más bien al contrario, algunos países árabes apoyaron con
entusiasmo el envío ocasional de armas y dinero a los Gobiernos del norte
(árabes) para zanjar militarmente el conflicto con los del Sur considerados
cristianos y negros.
Era natural que la paz llegase al sur por iniciativas africanas, especialmente las del IGAD, a las que se sumaron los países amigos de este organismo. Egipto evitó adoptar un papel protagonista en la cuestión. La oposición norteña, representada por la Agrupación Nacional Democrática (AlTayammuu al-Watani al-Dimuqrati), estaba presente en Egipto y John Garang visitaba frecuentemente El Cairo. Pero la diplomacia egipcia no sacó
provecho de este hecho tan significativo. Lo mismo puede decirse de Libia,
que es junto con Egipto el país más próximo a Sudán y el más poderoso
teóricamente hablando. Ambos países rechazaban cooperar con la cuestión
del sur mientras se planteara el principio de autodeterminación. Ambos in-
4
El término shuubiyya hace referencia a una serie de revueltas y conflictos de tintes étnicos
entre las poblaciones árabes y no árabes a lo largo de los primeros siglos de historia del islam, en los que las poblaciones no árabes denunciaban la supremacía árabe y reclamaban un
mayor protagonismo de los pueblos no árabes en el conjunto de la umma o comunidad musulmana, en nombre de la igualdad entre creyentes proclamada en el Corán. (N. de la T.)
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terpretaron que la autodeterminación significaba el derecho a la segregación, por eso evitaron mostrar interés en la cuestión sudanesa.
La crisis de Darfur alcanzó cotas verdaderamente preocupantes al
tiempo que presenciábamos el deliberado aislamiento de los países árabes y
su consciente distanciamiento respecto de los asuntos sudaneses, a pesar
de que Sudán dependía considerablemente del apoyo árabe. Era difícil que
los países africanos, como ya hemos dicho, se alinearan con el régimen
árabe e islamista sudanés en un conflicto con tribus africanas o no árabes.
Egipto y Libia, pese a ser los dos estados más influyentes, se despreocuparon notablemente de la cuestión y, al principio, minimizaban la crisis, al
igual que hizo el régimen sudanés. La preocupación por parte de Libia y
Egipto apareció muy tarde y formando parte de la solución internacional.
Egipto se muestra ahora dispuesto a formar parte de las fuerzas híbridas;
por su parte, Libia hace un esfuerzo por unificar las facciones darfuríes y
sentarlas a una mesa de conversaciones de la que pudiera salir un nuevo
acuerdo o una revisión de los acuerdos de Abuya. Tras la visita a Sudán del
secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, a principios de septiembre de
2007, se decidió celebrar ese mismo mes una conferencia de todas las facciones de Darfur en Trípoli. Libia procura mejorar las relaciones entre Sudán
y Chad, pero prohíbe a Sudán buscar otros mediadores para la resolución
del conflicto. El hecho de que Arabia Saudí acogiera una reunión entre los
presidentes sudanés, Omar al-Bashir, y chadiano, Idris Déby, en Yidda,
provocó el enfado del régimen libio.
Pero el silencio y la ignorancia consciente no se limitan al papel oficial
representado por los países árabes, por separado, y la Liga Árabe, sino que
se extiende también al nivel popular. La tragedia humanitaria de Darfur no
ha tenido la fortuna de contar con la preocupación de las organizaciones de
la sociedad civil árabe ni de sus organizaciones benéficas. Mientras, la europea Médicos Sin Fronteras actuaba en todo Darfur, y la organización Save
The Children hacía acto de presencia en todas las aldeas de la región. En
Darfur hay cientos de organizaciones extranjeras. Cuando las protestas llegaron a oídos de algunas organizaciones árabes e islámicas, la Organización
de Ulemas Musulmanes envió una delegación a Darfur bajo la dirección de
Muhammad Salim al-Awwa. A su regreso, Al-Awwa mantuvo una postura
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nada neutral, una de cuyas manifestaciones más evidentes fue su negativa
a reconocer la existencia de casos de violación en Darfur, violaciones que el
propio Comité de Investigación Sudanés confirmó atribuyéndolas a la indisciplina y a las condiciones de la guerra.
¿Qué futuro para Darfur y Sudán?
Se han sucedido los intentos y los acuerdos para detener los combates; el último de ellos, el acuerdo de Abuya del 9 de mayo de 2006, que
contiene los principios que podrían ayudar a la resolución de la crisis. Pero
algunas facciones se negaron a firmarlos y, en consecuencia, los acuerdos
se han convertido en un acuerdo bilateral entre el Gobierno de Jartum y la
facción del Movimiento de Liberación de Sudán liderada por Minni Arkoi Minawi. A pesar de ello, muchos consideran que el Acuerdo de Paz de Darfur
es un paso positivo que requiere una multiplicación de los esfuerzos para
que el resto de facciones se sumen a él. Sería posible llegar a un acuerdo
integral en caso de que se cumplan las reivindicaciones de los grupos que
rechazan el acuerdo, entre ellas:
1. La consideración de Darfur como una única región.
2. La compensación económica para todos los afectados por la guerra.
3. El enjuiciamiento de los criminales causantes del desastre.
4. La concesión a la provincia de un puesto de vicepresidente de la República.
Hay quien cree que el Gobierno sudanés pretendía con la firma del
acuerdo desbaratar a los movimientos, dividirlos entre los que están a favor
y en contra, por eso hay voces que piden con fuerza y dan prioridad al diálogo interdarfurí. El acuerdo de paz de Darfur es claro en su pronunciamiento, tal y como se describe en su sección cuarta:
Ésta es una conferencia que permite a los representantes de todas las partes darfuríes implicadas reunirse para discutir los desafíos de la restauración de la paz en Darfur y superar las divisiones entre las diferentes comunidades locales, así como para
solucionar todos los problemas actuales que obstaculizan la construcción de un futuro
compartido.
Algunos darfuríes temen que Darfur se aleje de la idea de pertenecer
a un Sudán unificado; buscan, por ello, caminos que permitan retomar la
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confianza y la reparación del tejido social en Darfur, así como de la conciencia ciudadana. Para ello se requiere una solución a la crisis entre el centro y
la periferia, superar la condición de dependencia o repliegue que pueda vivir
Darfur en el futuro.
Sería erróneo pensar que la entrada de las fuerzas de la ONU o
«híbridas» en Darfur es una llave mágica para solucionar la crisis. El problema debe examinarse desde tres niveles distintos: el de la seguridad, el
humanitario, y el político. La solución política constituye la base para la resolución del conflicto, que vendría apoyada por las soluciones militares, de
seguridad y humanitarias. Esto implica la unificación de las facciones de
Darfur y la firma de un acuerdo de paz global, como ocurrió con las fuerzas
del Sur en Naivasha. Sin embargo, la cuestión de la negociación con los
movimientos se ha dejado en manos de numerosos actores poco influyentes, como Eritrea, Libia, el enviado especial de la ONU y el enviado de la
Unión Africana, y se supone que la cuestión ha de ser nacional e implicar a
todos los sudaneses. Sin embargo, los partidos de la oposición han optado
por el silencio, como si desearan ver al régimen embrollado y hundido en el
cenagal de Darfur.
El continuo rechazo mostrado hacia las fuerzas internacionales procede del temor del régimen de que sean un medio para la descomposición del
mismo por medios pacíficos. Por ello, el régimen sudanés quiere garantías
de que tendrán unas funciones delimitadas acordes con las resoluciones
anunciadas. Pero al mismo tiempo, es necesario no conceder al régimen
espacio para maniobrar o cambiar de idea respecto de sus compromisos, ni
permitir que se retrase en la aplicación de los mismos, así como obligarle a
detener los combates con rapidez. Esto significa que el papel de la ONU no
ha de ser meramente técnico, ni debe limitarse a detener los combates y a
restablecer la seguridad, sino que debe garantizar su continuidad. Debe trabajarse en pos de la reconstrucción y ayudar a poner en pie una buena gobernanza estable que sea aceptada por todos como un mediador neutral.
El manifiesto firmado por personalidades internacionales como Václav
Havel, André Glucksmann, George Soros, Desmond Tutu, Yohei Sasakawa,
Richard Von Weizsäcker y otros ha añadido una nueva dimensión al decir:
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Asimismo, dado que Darfur constituye un emblema de dificultades más generalizadas
en el mundo, la comunidad internacional debe mirar más allá de las circunstancias
inmediatas del conflicto y multiplicar sus esfuerzos por lidiar con las amenazas que
han intervenido en el desastre, como el cambio climático y la degradación medioambiental. De hecho, la acelerada expansión de los desiertos probablemente ocasionará
una reducción de la producción agrícola de las zonas colindantes, un marcado deterioro de la disponibilidad del agua, y posiblemente más conflictos y desplazamientos
de personas.
En la actualidad, Sudán se encuentra en una verdadera encrucijada:
el país está al borde de la ruptura, empezando por la segregación del Sur y
siguiendo por el inminente colapso de otras regiones. No es ésta una visión
pesimista ni optimista. La realidad cotidiana confirma que el Estado sudanés, que a lo largo de toda su existencia desde la independencia hasta la
actualidad ha fracasado en la construcción de un Estado nacional unificado y
multicultural, se encuentra ahora en la peor de las situaciones posibles. En
la actualidad, el Sur está concentrado en su Gobierno y sus ciudadanos, y
no participa mucho en lo que podríamos llamar los «asuntos nacionales». El
Gobierno de Jartum, por su parte, debe ocuparse de las crisis de Darfur, de
la región oriental, de las protestas de la tribu de los manasir y la presa de
Kajbar en el norte. La situación económica, a pesar de las extracciones petrolíferas, se enfrenta a problemas de liquidez y a la necesidad de mejorar
el nivel de vida. El jefe de las fuerzas de la ONU ya ha dejado claro que no
debemos albergar grandes expectativas sobre lo que sus tropas puedan
conseguir en Darfur.
Sudán necesita «sabios» nacionales y demócratas, no meros gobernantes, que definan su futuro y la ruta a seguir: ¿la unidad o la fragmentación?
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