SECRETARIA DE EDUCACIÓN PÚBLICA SUBSECRETARIA DE EDUCACIÓN MEDIA SUPERIOR I. FORMATO DE CARÁTULA Nombre de alumno MENDOZA ATENCO NADIA LIZETH Nombre del plantel PLANTEL 02 CIEN METROS “ELISA ACUÑA ROSSETTI” Dirección General o subsistema (DGB, DGCYTEM, Conalep, Colbach O CECYTES) COLBACH Estado DISTRITO FEDERAL Correo electrónico Titulo significativo o nombre del ensayo* Resumen o abstract [email protected] “Disentir reflexivamente, necesario para procurar el bien común” Resumen: En este ensayo se aborda el disenso racional llevado a cabo por un individuo o grupo frente a su comunidad. Se refiere a un disentimiento específico, entendido como una forma de vida que se mide por el grado en que facilita a los individuos la solución de problemas, motivado por la pretensión de restaurar, conservar o acrecentar un bien de carácter común puesto en riesgo. Este disenso implica una conciencia reflexiva y crítica en oposición a una moral e ideologías dogmáticas. Disentir reflexivamente, necesario para procurar el bien común Nadie puede pensar por otro, pero todos debemos intentar pensar juntos. El acto de disentir racionalmente llevado a cabo por un individuo o grupo frente a su comunidad no debe entenderse como la obstinación de quien desea imponer su punto de vista a toda costa, ni como la manifestación de un individualismo egoísta1, sino como un disenso racional2 motivado por la pretensión de instaurar, restaurar, conservar o acrecentar un bien de carácter común3, puesto en riesgo por las costumbres de la mayoría. A su vez, dicho disentimiento involucra una conciencia reflexiva y crítica, enfrentada a la moral prevaleciente en una comunidad. Nos interesa abordar este tema porque, como miembros de una comunidad, toda elección y acuerdos tomados en ella para su dirección o normatividad repercuten en nosotros, positiva o negativamente; consideramos que hablar del disentir es relevante debido a que los seres humanos vivimos situaciones en las cuales es necesario discrepar o manifestar nuestro desacuerdo. Un individuo o grupos sociales que disienten reflexivamente, cuestionan la opinión mayoritaria, o una determinada moral, ley, costumbre o creencia, motivados por razones y valores que se consideren más apropiados y benéficos no sólo para sí mismos sino también para la comunidad. Al disentir, el individuo no 1 Cabe aclarar que no concebimos la individualidad vinculada necesariamente al egoísmo; es por ello que aquí sólo nos referimos al caso específico de un individualismo egoísta, considerando, además, que el desacuerdo reflexivo puede ser la manifestación de una individualidad consciente de su propio querer, el cual, si es atendido y realizado, podría redundar en beneficio de la comunidad: pensemos, por ejemplo, en el caso de un artista, el cual, disintiendo de una moda estética, manifiesta su individualidad creativa produciendo una obra de arte relevante y significativa, la cual formará parte del patrimonio de su comunidad. 2 “La racionalidad de una forma de vida se mide por el grado en que facilita a los individuos (y los asiste en) la solución de […] problemas”. Habermas, J., Aclaraciones a la ética del discurso, Madrid, Trotta, 2000, p. 42. 3 “El bien común de una asociación, de un grupo o de una clase, puede tomarse en dos sentidos: como bien del todo o como bien de todos. Podemos considerar el bien común de la colectividad como una unidad, constituida por una forma de relación entre sus elementos, dirigida a la realización de un bien común. Cada institución, cada comunidad, cada clase persigue sus propios fines y a menudo los opone a los de otras colectividades. Hay pues valores propios de la colectividad como un todo unitario. Y cualquiera es capaz de distinguir entre lo que satisface a sus intereses particulares y lo que redundaría en beneficio del todo en cuanto tal”. Villoro, Luis, El poder y el valor, México, Colegio de México/FCE, 1997, p. 230. desea el mal para los demás, pues al cuestionar racionalmente lo establecido, pretende restaurar un derecho, o crear una situación más favorable. El acto de disentir que privilegia la razón, se origina en un malestar provocado por las repercusiones de una moral dominante que vulnera el bien común, lesionando derechos y libertades; también puede originarse el disenso cuando empieza a doler o a molestar la realidad consentida por la mayoría, cuando algo nos está haciendo daño. Disentimos racionalmente porque consideramos que no debemos aceptar sumisa e irreflexivamente una situación tolerada por la mayoría de la comunidad, cuando ésta consiente o promueve circunstancias que vulneran el bien común, o bien, cuando ya no hay razones suficientes y legítimas para sujetarnos a la opinión mayoritaria. El grupo o individuo que disiente racionalmente se contrapone a las costumbres en una comunidad. La mayoría actúa cotidianamente de manera irreflexiva, acepta pasivamente la opinión emitida por los medios de comunicación, sigue costumbres y obedece leyes que minan su libertad, y mantiene creencias y prejuicios, que considera “verdades naturales”. Los individuos que conforman esta mayoría viven sin cuestionar el sentido de sus actos, sin pensar en la posibilidad de modificar el curso de sus acciones, sin desviarse mínimamente del modo habitual de ser, sin disentir racionalmente. En otras palabras: prevalece la ausencia de crítica y de conciencia, aunada a la creencia de que la realidad vivida es así “naturalmente”. Los dogmas morales e ideológicos obstaculizan e imposibilitan un diálogo racional entre los que disienten y el resto de la comunidad, como sucede en comunidades cerradas, donde hay una serie de puntos considerados como intocables. Nuestras comunidades están constituidas por grupos e individuos con creencias y preferencias distintas: cristianos, ateos, nihilistas, homosexuales, heterosexuales, etcétera, pero estas diferencias no son un obstáculo para entablar un diálogo racional, el verdadero impedimento reside en la falta de su práctica, aunada a la ignorancia y la falta de educación critica, que nos condiciona a “aceptar” el decreto autoritario, lo cual origina que la mayoría de una comunidad se cierre al diálogo, que no argumente ni escuche las razones que conducen al acto de disentir y se promueva la violencia. Si tendiéramos a ser irreflexivos y a no cuestionar las opiniones y creencias dominantes, entonces resultaría más fácil apegarse a un dogma y seguirlo. Es mucho más fácil decir sí a lo establecido y ser políticamente “correcto”, callarse cuando se debe callar. Si estuviéramos en una comunidad acrítica e irreflexiva, valdría imponerse un silencio obligatorio (no se permite que ciertos temas se puedan debatir, no se puede hablar de ciertas cosas porque hay un tabú ideológico, y si se habla de eso, se es moralmente inaceptable). El disentir racionalmente puede desembocar en una rebelión o no, puede manifestarse individual o colectivamente, legal o ilegalmente, incluso artísticamente. De cualquier manera se está disintiendo, pensando que lo realizado es valioso y con ello se pretende beneficiar a los demás. Considerando que vivimos en una comunidad donde pretendemos lograr una convivencia basada en el diálogo y el consenso, al disentir racionalmente debemos procurar lograr un acuerdo con los demás, para lo cual es necesario tener claro lo siguiente: ¿por qué hay desacuerdo?, ¿qué se propone para lograr un consenso que beneficie a la mayoría? Todos pertenecemos a una comunidad, y si pretendemos que en ella prevalezca el diálogo racional, debemos tener presente que el disentir es necesario, además de ser un acto legítimo y una posibilidad para eliminar el dogmatismo. El disenso racional que puede suscitar el diálogo procura, en última instancia, lograr mejores acuerdos, pretendiendo satisfacer las diversas demandas y necesidades de los grupos e individuos en conflicto. A modo de conclusión, podemos decir que, como miembros de una comunidad, debemos disentir, y si el disenso permite la deliberación, esto puede ayudar a establecer mejores relaciones entre individuos y grupos con la pretensión de alcanzar el bien común. BIBLIOGRAFÍA Habermas, J., Aclaraciones a la ética del discurso, Madrid, Trotta, 2000. Villoro, Luis, El poder y el valor, México, Colegio de México/FCE, 1997.