Daniel Goldstein: La presencia de la ausencia

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Daniel Goldstein: La presencia de la ausencia
En 1984 me convertí en seropositivo. Hasta ese momento había sido fundamentalmente un artista de
grabados y collage que disfrutó de un éxito temprano con sus obras bidimensionales. Puesto que el
sida era literalmente una sentencia de muerte en la década de 1980, me di cuenta que lo que quería
hacer el resto de mi vida era dedicarme a la escultura, mi primer amor como artista. Tras la muerte de
mi cónyuge en 1986, me dediqué plenamente a esta labor.
La presencia de la ausencia
La finalización de una serie de grandes estructuras traslúcidas suspendidas fabricadas a base de
aluminio extendido en forma de torres, casas y cubos marcó el comienzo de un tema en mi obra al que
denominé “la presencia de la ausencia”. Llamé a estas obras “Relicarios”. A menudo pensaba en ellas
como casas con espíritus y fueron tituladas con las iniciales de amigos y seres queridos que habían
muerto a causa del sida. En aquellos años antes de disponer de medicamentos contra el sida, las calles
de San Francisco estaban repletas de hombres al borde de la muerte. Esqueléticos y acabados, arrastrados a una zona imprecisa entre la existencia y el olvido. A su alrededor, el aire era denso con los
fantasmas de sus amigos y seres queridos. Esta realidad comunal, esta experiencia común de estar
medio muerto y medio vivo encontró su expresión en estas construcciones espectrales. Estaban colgadas de forma que rotasen lentamente, unas veces revelando y otras veces ocultando el contenido de
sus interiores.
Series Icarianas
Durante esta época frecuentaba un gimnasio gay llamado “The Muscle System”. Una especie de lugar de encuentro para los hombres que
llegaban a San Francisco para vivir y amar abiertamente, en aquellos
primeros años de la plaga se convirtió también en el lugar donde intercambiar información, saber quién estaba enfermo, quién había muerto.
Hacer ejercicio cobró un significado ritual aún más especial como hombres gay que luchaban para mantener una apariencia externa saludable y lograr algo de control ante la enfermedad que había empezado a
destrozarles desde dentro.
El equipamiento del gimnasio estaba cubierto de cuero. Años de peso,
sudor humano y fricción continuada lo habían desgastado y marcado.
Fui capaz de conseguir muchas de esas pieles (como solía llamarlas)
después de que las máquinas fueran sustituidas por otros modelos más
modernos y cubiertos de vinilo. Las formas humanas misteriosas y a
veces abstraídas que fueron grabadas sobre el cuero me recordaban a
reliquias medievales. Sin embargo, a diferencia del Misterio de Turín, és“Icarian Series”
tas no eran las marcas de una persona santa, eran las imágenes cread©Daniel Goldstein
as por miles de hombres, en primer lugar mostradas en el desarrollo de
su belleza física y finalmente, utilizando el ejercicio como bastión contra la muerte. Sabía que no había
más por hacer con ellas a parte de mostrarlas como fueron con reverencia y simplicidad. Montadas
sobre fieltro oscuro e insertadas en cajas de madera con estructura de cobre, se convirtieron en mis segundas series de relicarios, esta vez, el término era literal en lugar de metafórico. El nombre que elegí
para estas obras fue “Icarian Series”. Proviene de la marca de las máquinas de ejercicios en las que las
pieles fueron extraídas. El que estas máquinas tomaran a su vez el nombre de la juventud mítica que
cayó del cielo tras volar demasiado cerca del sol, añadía un matiz especial y poder.
Las obras Icarianas, que siguen mostrándose en exposiciones de museos en todo el mundo, parecen
evocar fuertes emociones en los que las ven. Para aquellos quienes han perdido a algún ser querido
a causa del sida, las obras icarianas permiten a aquel que las ve tener un espacio y tiempo para contemplar estas pérdidas. Para otros, creo que las obras son una forma de entender dicha pérdida. Muchas de las exposiciones de museos que han incluido estas obras, tenían temas religiosos. Pienso que
esto se debe a las cualidades numinosas de las imágenes que parecen asociar la lucha por vivir con
la inevitabilidad de la muerte. Dos de las obras Icarianas mostraban formas con aspecto de momias
claramente delineadas en sus centros. Estas figuras abstractas casi humanas con sus bordes suaves
y permeables me venían a la cabeza como formas perfectas para las esculturas. La cuestión era cómo
crear una escultura que tuviese los bordes permeables. Habiendo creado cientos de móviles durante
mi adolescencia y principios de la veintena, volví a utilizar elementos suspendidos, como medio para un
montaje colgante.
Regreso al montaje colgante
Mi primera incursión fue “Suspended Figure” (Figura Suspendida) construida a
partir de piezas individuales de malla de bronce. Parecía un fantasma hecho de
hojas otoñales.
La segunda escultura, “Lazarus” (Lázaro) fue construida a base de cullet: los
trozos de vidrio restantes de la obra de los sopladores de vidrio. La creación
de esta obra coincidió con la llegada de los medicamentos antirretrovirales, así
como con la muerte de mi segundo cónyuge a causa del sida. Hasta ese año,
todos los afectados por el sida esperaban morir en poco tiempo. Los inhibidores
de la proteasa y las diferentes combinaciones de medicamentos nos dieron a
muchos de nosotros una nueva esperanza en la vida. Éramos como la figura
bíblica de Lázaro, resucitados de la oscuridad de la tumba. Las partículas flotantes de vidrio y los espacios entre ellas representaban mi reentrada provisional en el mundo de la vida, aparentemente sólida tras mucho tiempo y plagada
de pequeños vacíos durante todo el tiempo. Estuve parcialmente presente y
esperanzado, y seguía vivo con tanta ausencia. Muchas partes de mi vida se
perdieron junto con aquellos que fallecieron. Volví a la vida pero en un estado
transformado, un cuerpo diferente, como si estuviera en un mundo muy diferente a éste.
“Lazarus”
©Daniel Goldstein
Make Art/Stop AIDS
Cuando los primeros medicamentos del tratamiento contra el sida estuvieron disponibles, comencé a
guardar los frascos de mi medicación. No sabía muy bien por qué. En 2006, el Catedrático David Gere,
director del Departamento de Arte y Salud Mundial de la UCLA, me llamó para decirme que estaba colaborando en la preparación de una exposición internacional de arte llamada “Make Art/Stop AIDS”. Iba
a incluir una de las obras Icarianas y me preguntó si quería crear una nueva obra para la exposición.
Esta solicitud fue el impulso para ayudarme a crear “Medicine Man” con mi colaborador, John Kapellas. Colgamos cientos de nuestros frascos de medicamentos contra el VIH en la misma forma icónica
que había utilizado para mis anteriores obras colgantes. Cuando la figura estuvo completa, supe que
necesitaba algo más. Creamos una mandorla a partir de 139 jeringuillas, el tradicional halo con forma
de almendra que rodea a las representaciones de los santos y deidades en la iconografía de numerosas
tradiciones.
La jeringuilla constituye asimismo una imagen cargada y la utilizamos deliberadamente. Al igual que los
medicamentos contra el sida que pueden tanto curar como provocar efectos secundarios mortales, las
jeringuillas sirven como medio de administración de los medicamentos que pueden salvar vidas. Sin
embargo, también pueden considerarse como agresivas y amenazantes. Una vez expuesta la obra, me
di cuenta de que el impacto visual de las jeringuillas era tan potente como su impacto metafórico.
Si la persona que la ve interpreta la nube de puntas afiladas como movíendose hacia dentro de la
figura, entonces puede que le venga a la mente el antiguo dispositivo de tortura conocido como la dama
de hierro. Viceversa, si las jeringuillas fueron interpretadas como saliendo de la figura, podrían transformarse en rayos de luz irradiados de un presencia santa.
Tras ver la propuesta para esta obra, una de las colaboradoras en la preparación de la exposición y
procedente de la India señaló que era la primera obra sobre el sida que había visto que le dio esperan-
zas. “Medicine Man”, que viajó a tres museos en Sudáfrica después
de su revelación inicial en el Fowler Museum de Los Angeles, ha
provocado varias respuestas. Para algunos es una revelación con
respecto a lo que significa vivir con sida y la administración continua de medicamentos. Para otros, especialmente para las personas de Sudáfrica, constituye un símbolo de esperanza y relación
con otros en todo el mundo que toman los mismos medicamentos,
en ocasiones nocivos. En Sudáfrica, me encontré de golpe con
la reacción de la gente ante mi franqueza de vivir con el VIH. El
nombre de John Kapellas y el mío aparecían en todos los frascos
utilizados en la escultura. En un país donde la gente afectada por
el VIH en aquella época estaban mayoritariamente estigmatizados
y condenados al ostracismo, la franqueza sobre mi condición de
seropositivo era algo nuevo y desafiante. La gente que me encontré en Sudáfrica y que vieron mi aspecto saludable junto con todos
esos frascos de píldoras y jeringuillas, posiblemente cambiaron su
“Medicine Man” and artist Daniel Goldstein
manera de pensar sobre los medicamentos contra el VIH. Sigue
©Daniel Goldstein
existiendo una desconfianza en los medicamentos occidentales
en Sudáfrica. En mi opinión, este miedo ha contribuido en gran medida a que Sudáfrica tenga el mayor
porcentaje de seropositivos del mundo entre sus ciudadanos.
La Durban Art Gallery me solicitó la creación de un “Medicine Man” específicamente para Sudáfrica.
Después de dos semanas trabajando con dos ayudantes sudafricanos, creamos una nueva figura
“Medicine Man”. En ella, todos los frascos eran de sudafricanos afectados por el VIH. Colaboré asimismo con Umcebo Trust en Durban cuyos artesanos cualificados crearon pequeñas formas de colores
vivos cubiertas por abalorios de cristal. Éstas, junto con varias jeringuillas, rodeaban la figura. Los seis
colores de los ejes representaban los seis principales efectos secundarios de los medicamentos utilizados en Sudáfrica. La figura acabada se sostiene en el aire sobre un disco blanco situado en el suelo
que contiene los seis efectos secundarios detallados alrededor del perímetro con los mismos colores
vivos que los ejes de abalorios. Se animó a las personas seropositivas que visitaron la exposición a que
escribiesen sus propios efectos secundarios sobre el disco blanco con lápices de colores. Al final de la
primera exposición, el disco estaba completamente cubierto con palabras.
La inclusión de los efectos secundarios como componente principal de esta obra surgió a partir de mi
primer viaje a Sudáfrica, cuando me di cuenta que muchos de los medicamentos contra el sida disponibles para los sudafricanos eran medicamentos que había tomado años atrás en los EE.UU. Algunos de
ellos, eran los medicamentos que casi me habían matado y me habían dejado enfrentarme a un daño
físico permanente y a los efectos secundarios continuados. Cuando un
grupo de seropositivos visitaron la exposición mientras montábamos la
escultura en Cabo Verde, les invité a escribir sus efectos secundarios.
Nos sentamos alrededor del disco blanco sobre el suelo, compartiendo
historias horribles sobre nuestras experiencias con estos medicamentos. Esto nos unió mucho más de una forma extraña e increíblemente
dolorosa. Comprendimos al instante que todos estábamos unidos a
través de una experiencia compartida profundamente incrustada.
Uso de drogas inyectables y sida 2010
Mi escultura más reciente que continúa utilizando el mismo tema de la
figura humana flotante es “Invisible Man”. Está construida enteramente
a base de jeringuillas. En esta obra, la presencia de la figura se hace
visible mediante su ausencia total. 864 jeringuillas rodean un vacío con
forma humana. Las puntas de cada una de ellas están tapadas con un
abalorio de vidrio rojo. La obra fue creada para una exposición en la
Conferencia Internacional contra el Sida de 2010, en Viena. Uno de los
temas centrales de esta conferencia es la propagación del VIH a través
“Invisible Man”
©Daniel Goldstein
del uso de drogas inyectables en Europa del este. En esta escultura, las jeringuillas recogen nuevamente tanto el peligro como la esperanza. Al iluminarse de la forma correcta, las jeringuillas tienen
el aspecto de rayos de luz que emanan de un vacío con forma humana. Lo invisible se vuelve visible
mediante los objetos y fuerzas que lo rodean.
No pienso en una única respuesta del público cuando creo estas esculturas, pero quiero que la gente
sepa que el sida continúa siendo una de las mayores epidemias que debe ser atendida. Las diferentes
esculturas incluyen distintas respuestas en personas diferentes. Ese es el poder del arte. No existe
una sola interpretación. El arte es una forma poderosa de hacer que el sida se vuelva real de forma
emocional, física y espiritual para las personas que sólo lo conocían como una abstracción: algo que
le está ocurriendo a otro y no a uno mismo. Para aquellos afectados por el VIH, el arte puede constituir
asimismo una confirmación y el reconocimiento de aquellos con los que viven. Puede ofrecer tanto una
catarsis como una celebración de la experiencia humana frente a una adversidad increíble.
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