Thomas Kuhn y las Guerras de la Ciencia

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Thomas Kuhn y las Guerras de la Ciencia
Ziauddin Sardar
Traducido por Gustavo E. Sánchez,
Pontificia
Universidad
Javeriana,
Departamento de Humanidades, 2003
Un Truco Posmoderno: Antecedentes al Affair Sokal
Al comienzo de 1995, los editores de la revista Texto Social ponían los toques finales a una
edición especial sobre “Guerras de la Ciencia”. Muchos consideran a Texto Social, editado
por el Centro de Análisis Critico de Cultura Contemporánea, de la Universidad de Rutgers,
y publicado por Editorial de la Universidad de Duke, una de las revistas principales de
teoría crítica. El doble volumen sobre “Guerras de la Ciencia” se producía a partir de, y
como respuesta a, cierto número de intentos recientes de montar una defensa agresiva de la
ciencia y cuestionar la integridad misma del enfoque de los “estudios culturales” y la crítica
de la ciencia.
La publicación de La Curva de Bell (1994) por Richard Herrnstein y Charles Murray había
reavivado la antigua controversia sobre CI (coeficiente intelectual) y eugenesia. Una
exhibición sobre “Ciencia en la Vida Estadounidense” en el Museo Smithsoniano de
Historia Estadounidense fue fuertemente atacada por varias sociedades científicas
profesionales por presentar una imagen de la ciencia algo menos que favorable. Una serie
de conferencias suntuosas, bien financiadas y altamente publicitadas, movilizaron una
amplia coalición de científicos y otros académicos para la defensa de la ciencia. La más
efectiva y de mayor publicidad fue la conferencia “El Escape de la Ciencia y la Razón”
patrocinada por la Academia de Ciencias de Nueva York, que tuvo lugar en Nueva York en
el verano de 19951. En la conferencia se declaró que existía una amenaza real contra la
ciencia por parte de sociólogos, historiadores, filósofos y feministas que trabajaban en el
campo de “estudios de ciencia y tecnología”. Se atacó a las teorías sociales de la ciencia, se
llamó “cadáver insepulto” a la epistemología feminista (teoría del conocimiento), y se
describió a la mayoría de los críticos de la ciencia como “charlatanes”.
Pero había sido Alta Superstición: La Izquierda Académica y sus Peleas con la Ciencia
(1994) de Paul Gross y Norman Lewitt, publicada un año antes, lo que más que nada
motivó la publicación de Texto Social sobre “Guerras de la Ciencia”. El biólogo Gross y el
matemático Levitt declaraban que la “izquierda académica”, “un amplio e influyente
segmento de la comunidad académica estadounidense”, era intrínsecamente anticientífica.
Esta hostilidad anticientífica se basaba no solo en el disgusto de la izquierda académica por
los usos que las fuerzas políticas y económicas hacen de la ciencia y la tecnología –tales
como máquinas militares, espionaje, contaminación industrial y destrucción del entorno.
Aún los científicos –no todos-- lamentan estos abusos de la ciencia y la tecnología. La
hostilidad ‘se extiende a las estructuras sociales a través de las cuales se institucionaliza la
ciencia, y a una mentalidad que se toma, sea verdad o no, como característica de los
científicos. Más sorprendentemente, hay una abierta hostilidad contra el contenido actual
del conocimiento científico y contra la creencia, que uno supondría universal entre gente
educada, de que el conocimiento científico es razonablemente confiable y se basa en una
metodología sana’2. Gross y Levitt tildaron a esta hostilidad de “medieval”, un claro
rechazo a “la más fuerte herencia de la Ilustración” y una negación del “progreso”.
El propósito de las “Guerras de la Ciencia” era responder al “tono agrio de la represalia
contra las feministas, multiculturalistas y críticos sociales de la ciencia. Texto Social lo veía
como nada menos que historias de miedo sobre el movimiento anticientífico –una represalia
diseñada a intimidar a cualquiera que se atreviera a cuestionar las premisas machistas de la
ciencia, los fundamentos capitalistas del empirismo científico y los efectos destructivos de
la ciencia y la tecnología sobre la sociedad y el entorno. “Esta no es la primera vez que se
ha levantado la voz de alarma sobre el declive de la autoridad científica, o el ponerla en
peligro por las fuerzas irracionales”, escribió Andrew Ross, Director del programa Estudios
Estadounidenses en la Universidad de Nueva York, y un guru del movimiento de crítica a la
ciencia, en su introducción a la revista3. La ciencia se ha convertido en una nueva religión,
aseveró Ross, y el cuestionamiento de la ciencia se percibe como un claro peligro actual a
la civilización. Dado que la ciencia se encuentra completamente comprometida,
industrializada y comercializada, “el resurgimiento militante de creencia en su prístino
reclamo de la verdad no es difícil de entender. Pero los cruzados detrás de las Guerras de la
Ciencia no es que vayan a arrojar a los negociantes del templo. Su ira se orienta, por
encima de todo, a aquellos que muestran cómo el templo fue construido y cómo se
mantienen sus rituales –los ‘académicos de izquierda construccionistas’4. Texto Social
había reunido a muchos de estos construccionistas —incluyendo a Sandra Harding, decana
de la epistemología feminista; Steve Fuller, fundador de la epistemología social; y Hilari
Rose, gran dama del movimiento científico radical británico—para que respondieran a los
cargos levantados contra ellos por los defensores de la ciencia. Hubo, sin embargo, una
adición de última hora.
Justo cuando se terminaba el trabajo de la revista, se recibió un nuevo artículo para que se
publicara específicamente en el número de “Guerras de la Ciencia”. Titulado
“Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad
cuántica”, escrito por Alan D. Sokal, profesor de física en la Universidad de Nueva York.
El artículo apareció en el número Primavera/Verano de Texto Social5.
Un moderado examen crítico del artículo de Sokal hubiera levantado sospechas a los
editores. El artículo perseguía argüir que la unión de las teorías de mecánica cuántica y
relatividad general, hasta ahora incompatibles, produciría una ciencia posmoderna
“liberadora”. Contenía algunas aseveraciones deliciosamente estúpidas. Por ejemplo,
sugería que pi, lejos de ser una constante y universal, de hecho depende de la posición del
observador y, por tanto, sujeta a ‘ineluctable historicidad’. El relativismo presentado en el
artículo cruza los límites de la locura. La bibliografía adscrita al texto es un claro listado de
“quién es quién” de los críticos de la ciencia, y tiene poca conexión con el contenido del
artículo. Al conectar hábilmente los absurdos con citas de maestros posmodernos como
Derrida, Lyotard y Lacan, y citas aduladoras de los editores de Texto Social, Andrew Ross
y Stanley Aronowitz, Sokal logró salirse con la suya.
Sokal pronto reveló el engaño en las páginas de Lingua Franca6. El escándalo llegó a la
primera plana del New York Times, International Herald Tribune, Le Monde y otros
muchos periódicos. Las Guerras de la Ciencia se habían hecho públicas. Este era el último
salvo en la larga guerra entre científicos y sus críticos. Es una guerra fiera que ha producido
muchas bajas –tanto en términos de pérdida de carreras como de marginalización de
ideas—y afecta al alma misma de la ciencia. En primera instancia, podemos identificar en
la década de 1960 la publicación de Thomas Kuhn La Estructura de las Revoluciones
Científicas (1962) como el inicio de la guerra abierta entre defensores y críticos de la
ciencia. Kuhn mostró que lejos de ser una búsqueda de objetividad y verdad, la ciencia era
poco más que solución de problemas dentro de parámetros aceptados de creencias. Pero las
ideas de Kuhn no emergieron formadas; tenían un contexto histórico. Antes de ser una
guerra abierta, la hostilidad entre científicos y sus críticos se había estado caldeando justo
por debajo de la superficie, por décadas. Podemos rastrear las Guerras de la Ciencia desde
la creación del movimiento científico radical
Los orígenes de las Guerras de la Ciencia.
Por casi un siglo, hasta la Primera Guerra Mundial, se había considerado a la
ciencia, casi universalmente, en términos heroicos. El solitario científico peleando contra
todos los obstáculos por amor a la Verdad. La ciencia era una actividad pura y autónoma,
separada de la tecnología y la industria y por encima de la sociedad. La pureza de la
investigación científica estaba particularmente asegurada al interior de las universidades
donde la investigación se efectuaba por amor al Conocimiento y donde se entrenaban las
generaciones futuras de científicos. El término “científico” había sido acuñado en la década
de 1830 por William Whewell (1794-1866), un físico e historiador de la ciencia; antes, los
científicos eran considerados como “filósofos naturales”. Whewell veía al científico como
alguien empecinado en un papel social único que requería protección y tenía una existencia
autónoma del resto de la sociedad. Los científicos, particularmente los Grandes Científicos,
eran objeto de estudio por parte de historiadores y filósofos de la ciencia. Pero, mientras la
ciencia siempre era correcta en cualquier época, existían “errores” que debían corregirse.
La explicación en los libros de historia era que los científicos que persistían en el error una
vez demostrada la verdad eran de alguna manera malos científicos.
Sin embargo, no todos estaban convencidos de la pureza absoluta de la ciencia.
Unos pocos científicos expresaban su preocupación sobre la dirección futura de la ciencia.
En particular, Ernst Mach (1838-1916), físico y filósofo de la ciencia, argüía, en las
décadas precedentes a la Primera Guerra Mundial cuando los científicos en física
experimental comenzaban a involucrarse con la industria y los militares, la necesidad de
reducir la ciencia a escala humana hacia la solución de las necesidades del hombre. A Mach
se oponía Max Planck (1858-1947), otro eminente físico alemán, quien defendía un ideal
más autónomo de ciencia. Su debate cubría muchos asuntos importantes epistemológicos y
políticos, el más duradero de ellos en filosofía de la ciencia, oponía el realismo (la idea de
que una afirmación dada puede validarse o refutarse por medio de hechos independientes
de la mente) contra el instrumentalismo (la teoría de que no podemos hablar de verdad o de
realidad más allá de lo que nace de la evidencia empírica). Pero la victoria de Planck sobre
Mach, ampliamente reconocida, reforzó más la aceptación de una visión platónica del
científico experimental guiado solamente por un indeclinable compromiso con la verdad.
Pero la Primera Guerra Mundial afectó seriamente esta creencia mitológica sobre la
pureza de la ciencia. Expuso las debilidades tecnológicas del Imperio Británico y condujo a
la intervención directa del gobierno en la administración de la ciencia. El monopolio de las
universidades como instituciones investigativas se rompió al establecerse instituciones
financiadas con fondos públicos y privados. Para muchos intelectuales y académicos,
particularmente de orientación marxista, se hizo evidente una relación entre ciencia y
economía. Esto condujo a la formación en 1918, de la Unión Nacional de Obreros de la
Ciencia (más tarde Asociación de Obreros Científicos) con una categórica agenda socialista
para la ciencia, que, junto a la planeación centralizada, se argüía; desencadenaría el
potencial liberador de la ciencia.
La conexión entre ciencia e ideología se hizo explícita en 1931 durante una
conferencia sobre historia de la ciencia realizada en Londres donde se presentó una
delegación de la (entonces) Unión Soviética. El evento principal de la conferencia fue una
ponencia de Boris Hessen sobre “Las Raíces Sociales y Políticas de los Principia de
Newton”7. Hessen argumentaba que el principal aporte de Newton no era tanto producto de
su genio científico o un resultado de la lógica interna de la ciencia, sino una consecuencia
de las fuerzas sociales y económicas en la Inglaterra del siglo diecisiete. Éste satisfacía las
necesidades de la burguesía británica. Los jóvenes científicos e historiadores de la ciencia
británicos de tendencia izquierdista que asistieron a la conferencia necesitaron varios años
para comprender la importancia total de los argumentos de Hessen. Pero con la publicación
de J. D. Bernal, La Función Social de la Ciencia en 1959, el movimiento radical en ciencia
se había iniciado de verdad. Bernal vio la ciencia como un aliado natural del socialismo; su
función era servir al pueblo y liberarlo del capitalismo. Bernal combinó su humanitarismo
marxista con motivos tecnócratas y reduccionistas. A pesar de todos sus problemas, Bernal
se aferró a su fe en la ciencia como un modo de búsqueda objetivo y neutral que podía
producir paz y bonanza para todos, si no fuera por la corrupción de la ciencia bajo el
capitalismo.
La idea de una “ciencia socialista”, sugerida primero en la Unión Soviética, ganó
también favor en Gran Bretaña. Pero su desarrollo en la Unión Soviética llegó a verse como
un ejercicio vacío y oportunista. El caso Lysenko de las décadas de 1940 y 50, que
involucró a los geneticistas soviéticos argumentando que la herencia puede transformarse
por medio de la manipulación y la corrupción, causó un gran daño a la idea de la ciencia
socialista. Luego, la decididamente radical Sociedad Británica para la Responsabilidad
Social en Ciencia logró organizar una conferencia sobre el tema; “¿Existe una ciencia
socialista?, pero el resultado quedó siempre inconcluso.
En la percepción popular de ciencia, la Segunda Guerra Mundial completó lo que la
Primera Guerra Mundial había comenzado. Esta vez, la ciencia apareció como dueña del
espectáculo en el campo de batalla, tanto como en el gobierno. Los científicos fueron
responsables no solo por desarrollar nuevas y mortíferas formas de armas químicas y
biológicas, sino por concebir, producir, y en últimas arrojar La Bomba. Las nubes de
hongos de las armas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki marcaron el final de la
era de la inocencia científica. Ahora la conexión entre ciencia y guerra era demasiado
evidente; la relación cómplice entre ciencia y política se había hecho pública, y toda noción
de autonomía científica se había evaporado. El público, hasta entonces interesado en gran
medida solo en los beneficios de la ciencia, de repente comenzó a comprender la otra cara
devastadora de la moneda.
La protesta contra la ciencia militarizada, iniciada con el lanzamiento de la revista
disidente Boletín de Científicos Atómicos por parte de físicos nucleares totalmente
desencantados con el Proyecto Manhattan en Estados Unidos se consolidó con la aparición
de la Campaña para el Desarme Nuclear (CDN) al finalizar la década de 1950. El primer
tiro de lo que ahora vemos como Guerras de la Ciencia, se disparó durante este período.
Muchos científicos se preocuparon por que la Bomba no se viera como una consecuencia
ineludible de la física. Esto desanimaría a brillantes jóvenes científicos con preocupaciones
éticas acerca de la Bomba a ingresar a una carrera en física. La salida fue declarar que la
ciencia es neutra: no es ni buena ni mala; es la sociedad la que la pone a un buen o mal uso.
El argumento de neutralidad se convirtió en la defensa dominante de la ciencia durante los
50 y los 60; y permitió a muchos científicos trabajar en física atómica y aún, a aceptar
financiación de organismos de defensa, mientras profesaban ser políticamente radicales.
Mientras en el movimiento radical en ciencia dudaban de la neutralidad de la
ciencia, debatían su función social y hacían campaña contra la Bomba, consideraba aún que
la ciencia era un problema de Occidente. Uno de los grandes mitos de la ciencia es que es
un producto casi exclusivo de la civilización occidental, con poca o ninguna contribución
de otras culturas y civilizaciones. Más aún, las historias occidentales de la ciencia
convirtieron las ciencias de las culturas no occidentales en totalmente invisibles. Así,
mientras los historiadores radicales de la ciencia estaban ansiosos por mostrar cómo las
fuerzas sociales daban forma al desarrollo de la ciencia, permanecieron completamente en
silencio sobre el papel que las culturas no occidentales jugaron en la formación de la
ciencia. Así, Bernal, por ejemplo, explica sus razones para escribir Ciencia en Historia, de
la manera siguiente:
En los últimos treinta años, debido principalmente al impacto del pensamiento
marxista, se ha afianzado la idea de que no solo los medios utilizados por los
científicos naturales en sus investigaciones sino también las ideas rectoras mismas
de sus enfoques teóricos están condicionadas por los acontecimientos y presiones
de la sociedad. Esta idea ha sido violentamente atacada e igualmente defendida;
pero en medio de la controversia, la visión anterior de un impacto directo de la
ciencia en la sociedad, ha quedado soslayada. Es mi propósito enfatizar una vez
más hasta qué punto el avance de las ciencias naturales ha ayudado a determinar el
de la sociedad misma; no solo en los cambios económicos que la aplicación de los
descubrimientos científicos conllevan, sino en el efecto sobre el marco general de
pensamiento producido por el impacto de los nuevos descubrimientos científicos8.
Pero Bernal percibe la ‘sociedad’ primordialmente como una sociedad occidental
autónoma; y la civilización (siempre en singular) es para él, en esencia, la civilización
occidental que se inicia con los griegos y progresa linealmente hasta ‘nuestra época’. En un
estudio de cuatro tomos, le dedica menos de diez páginas a la ciencia islámica. China e
India ni siquiera logran una mención.
Pero la historiografía de la ciencia estaba por cambiar radicalmente. Los
fundamentos para este cambio quedaron establecidos en dos estudios verdaderamente
monumentales. El primero fue la Introducción a la Historia de la Ciencia de George
Sarton, publicado entre 1927 y 1948. Lo que sorprende del estudio de Sarton es que los
primeros tres volúmenes de su estudio cronológico de cuatro volúmenes están en su
mayoría dedicados a la ciencia en el Islam. Sarton no solo deja claro que la ciencia
occidental es inconcebible sin el Islam, sino que sugiere que la ingente contribución
científica del Islam, tanto en términos de cantidad como de calidad, debería preocupar a
quienes ven la ciencia puramente como una empresa occidental. El segundo estudio, de
carácter masivo en muchos volúmenes, es Ciencia y Civilización en China, de Joseph
Needham, publicado a partir de 1954, logró el mismo propósito para China solo que en
forma más elocuente.
Tanto Sarton como Needham demostraron que la ciencia no se limitaba a las
sociedades occidentales; las sociedades no occidentales también habían tenido culturas
altamente desarrolladas y sofisticadas en ciencia. Pero para ellos esto no significaba que
podrían existir diferentes ciencias; o aún, diferentes definiciones de ciencia. Needham pudo
aislar puntos ‘problemáticos’ de la ciencia china, como la acupuntura, y marcarlos como
‘no científicos’. La ciencia podía estar untada de política, y enredada con la milicia, pero en
gran parte se veía como una búsqueda neutral y objetiva de la verdad.
En los Estados Unidos, en la década de 1950, cuando Kuhn cursaba sus estudios
universitarios, hubo un período de represión política extrema. Había un reino real del terror
en las universidades estadounidenses; la gente podía ser atropellada y victimizada, sin
apelación, cuando un ‘Comité de Actividades Antiamericanas’ ejercía presión sobre sus
empleadores. Hemos oído de muchas víctimas de Hollywood en los juicios por
antiamericanismo del senador McCarthy; pero los académicos que los sufrieron fueron más
numerosos e igualmente importantes. El uso de la sola palabra ‘social’ se tomaba como
connotación de ‘socialista’, lo que equivalía a ‘comunista’. Los pocos académicos que
habían promocionado una historia social de la ciencia, no tuvieron audiencia; otros, fueron
amenazados. El más prominente historiador de la ciencia, Alexander Koyré, fue tan lejos en
su representación idealizada de Galileo que no solo negó un contexto social en el trabajo de
Galileo sino que dudó que realizara sus famosos experimentos. Cualquier cosa que
sugiriera, aun remotamente, cualquier influencia social en la ciencia o los científicos, Koyré
la descalificaba agresivamente como ‘marxista’. Debido a la influencia de Koyré, el
enfoque ‘externo’ de Bernal a la historia de la ciencia permaneció por completo por fuera
de los corredores de la academia.
Los físicos, viendo su prestigio disminuido gracias a la Bomba, decidieron
convertirse en los defensores de la rectitud científica. El objeto de su burla no fue la crítica
académica de la ciencia –de la que no había ninguna en USA—sino las fuerzas irracionales
como el creacionismo. Una crisis en la ‘gran ciencia’ como la cancelación de los grandes
proyectos de alta energía, los forzaron a conjurar un enemigo instantáneo. La publicación
del Affair Velikovsky (1968) por Alfred De Grazia generó una acalorada controversia.
Immanuel Velikovsky fue un psicoanalista que dominaba muchos idiomas y había
escarbado montañas de fuentes históricas en un esfuerzo por probar su extraña tesis de
cambios violentos en las órbitas de los planetas en tiempos bíblicos, argumentando la
prioridad de la civilización bíblica hebrea. En su Mundos en Colisión (1950) y otros libros,
predecía también varias propiedades de los planetas cercanos y del espacio interior, que se
confirmaron luego al punto de producir vergüenza. La respuesta de la comunidad
astrofísica de USA fue fiera; algunos dijeron que histérica. De Grazia demostró que algunos
científicos quebrantaron sus propias reglas en su tratamiento de Velikovsky y en el examen
de sus proposiciones. Esa minibatalla en las Guerras de la Ciencia solo amainó cuando, de
pronto, Carl Sagan debatió personalmente con Velikovsky en una reunión de la Asociación
Americana para el Avance de la Ciencia – y quedó de pronto claro para todos que el viejo
Velikovsky, no importa lo brillante y premonitorios que hubiera podido parecer a algunos,
era en realidad un charlatán. Pero el caso Velikovsky, y otros similares, jugaron una
función cultural importante: al demostrar que podían derrotar a sus enemigos del todo, los
científicos esperaron poder continuar disfrutando del soporte del público y del gobierno.
Todo esto es para mostrar que el olvido de las dimensiones sociales de la ciencia en USA
no fue el resultado de juicios ponderados de académicos sino una consecuencia de la
Guerra Fría.
Mientras que las cosas también eran difíciles para los radicales en Gran Bretaña
durante esa década de 1950, todavía era posible que Joseph Needham alabara a Mao Tsetung en su primer volumen de su Ciencia y Civilización en China. Aunque sufrió el
ostracismo en alto grado por su apoyo a los reclamos norcoreanos de guerra bacteriológica
por parte de los norteamericanos, hacia el final de la década se encontraba resguardado en
el Caius College de Cambridge. Aún así, era posible en Gran Bretaña ser radical y salirse
con la suya. Hacia el final de la década de 1960, el movimiento de ciencia radical de Gran
Bretaña había alcanzado prominencia; aunque solo unos pocos radicales se dedicaran de
hecho al trabajo académico. Entre ellos estaban Hilary y Steven Rose, quienes se ocupaban
en producir una síntesis marxista de la ‘ciencia y sociedad’; Robert Young, quien se
convertiría en el guru del movimiento de ciencia radical y el mentor de la Revista de
Ciencia Radical, que iba creando una interpretación social de Darwin y el darwinismo (que
causó ira en la industria hagiográfica de Darwin); y Jerry Ravetz, cuyo trabajo al margen de
la historia de la ciencia se ocupaba en gran parte del análisis de la locura militar y la
corrupción al interior de la ‘gran ciencia’.
Fue en esta atmósfera de Guerra Fría en la que Kuhn produjo su trabajo inspirador.
Kuhn y la Estructura de las Revoluciones Científicas
Con la publicación de La Estructura de las Revoluciones Científicas en 1962,
Thomas Samuel Kuhn inició una nueva época en el entendimiento de la ciencia. Nacido en
Cincinnati, Ohio, en 1922, Kuhn estudió física en la Universidad de Harvard. Continuó sus
estudios de postgrado en física teórica, pero decidió cambiar a historia de la ciencia justo
antes de su tesis doctoral. Así lo describe en su prefacio a Estructura:
(Un) afortunado percance con un curso universitario sobre ciencias físicas para los
no científicos me dio la oportunidad de acercarme por primera vez a teorías y
prácticas científicas obsoletas que minaron radicalmente mis concepciones básicas
sobre la naturaleza de la ciencia y las razones para su éxito especial. Estas
concepciones las había adquirido en parte del entrenamiento científico mismo y en
parte de un interés no profesional que desde hacía mucho tiempo sentía por la
filosofía de la ciencia. De alguna manera, cualquiera que fuera su utilidad
pedagógica y ser en abstracto plausibles, estas nociones no se ajustaban a la
empresa que los estudios históricos mostraban. Sin embargo eran y son
fundamentales en cualquier discusión de ciencia, y su falla en representar la verdad
era por tanto digna de investigarse. El resultado fue un cambio drástico de la física
a la historia de la ciencia, y luego, gradualmente, de los problemas históricos
relativamente claros, otra vez, a las preocupaciones más filosóficas que
inicialmente me habían conducido a la historia.9
Durante el período en que Kuhn estudió, pensó y escribió Estructura,
Harvard estaba metida en una ideología particular. Cambridge, Massachusetts, era el
centro de los científicos que creaban la Gran Ciencia y trabajaban en el Proyecto
Manhattan. Y estaban trayendo esa ideología y esa ciencia a escala industrial, al
interior de la universidad. En particular, el presidente de Harvard, James Bryant
Conant, había sido activo en traer el modelo ‘industrial’ alemán a gran escala a la
academia estadounidense después de la Primera Guerra Mundial. Conant también
era el administrador de la bomba atómica estadounidense, mediador entre el
Congreso y el equipo de Los Álamos, y fue la persona que convenció al presidente
Truman del argumento de que lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima era
‘inevitable’. Conant se convirtió en el mentor de Kuhn y el responsable de
convencerlo para que enseñara en el programa de Educación General en Ciencia,
donde moldeó la tesis de Estructura que dedicó a Conant.
Así Kuhn creció en una ciencia que se estaba industrializando y se había
transformado en una carrera más que en una vocación. La escuela predominante de
filosofía de la ciencia durante ese período era en gran parte el producto del trabajo
del Círculo de Viena y Karl Popper (1902-94). El Círculo, al que pertenecían
filósofos, matemáticos y científicos, se había establecido en la década de 1920. Sus
ancestros intelectuales se remontaban a Ernst Mach, y algunos de sus miembros
influyentes, como Rudolf Carnap y Otto Neurath, lo veían como una manera para
promulgar ideas anticlericales y socialistas. Mientras Popper tenía un tenue vínculo
con el Círculo, no era miembro de él, era altamente crítico de algunos aspectos de su
posición filosófica. El Círculo aseguraba que la metafísica y la teología carecían de
sentido, ya que consistían de proposiciones que no podían verificarse. Su propia
doctrina, conocida como positivismo lógico, concebía la filosofía como puramente
analítica, basada en lógica formal, y el único componente legítimo del discurso
científico. Después del asesinato de uno de sus miembros y la invasión de Hitler a
Austria, los miembros del Círculo emigraron a Estados Unidos.
Popper encontró trabajo en Nueva Zelanda, donde permaneció hasta
convertirse en Profesor de la Escuela de Economía de Londres en 1948, gracias a su
obra anticomunista, La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1945). Las ideas de
Popper sobre la naturaleza del procedimiento científico se desarrollaron en La
Lógica del Descubrimiento Científico (original alemán 1934, traducido al inglés
1959). No estaba de acuerdo con las creencias tradicionales sobre la ‘inducción’,
argumentando que ningún número de casos particulares, por ejemplo de A ser un B,
puede establecer un principio universal de que todos los A son B. Tampoco estaba
de acuerdo con la confianza depositada en la ‘verificación’ por el Círculo de Viena.
Para él, ‘falsificación’ o mejor, ‘falsabilidad’, era la separación legítima entre
ciencia y no-ciencia. Por tanto, concluía que no hay verdad final en ciencia, y que el
progreso científico se logra por ‘conjeturas y refutaciones’ (que se convirtió en el
título de su libro de ensayos, publicado en 1963). Y para Popper, el espíritu
autocrítico es la esencia de la ciencia.
Popper y el Círculo de Viena original tenían en común el compromiso con la
filosofía de la ciencia en su relevancia en preocupaciones sociales y aun políticas.
En contraste, los maestros de Kuhn eran académicos y técnicos. Hizo su doctorado
bajo la dirección de P.W. Bridgman, quien se distinguía como aficionado filósofo de
la ciencia. Pero Bridgman no era un filósofo ‘profesional’, y su trabajo científico era
rigurosamente práctico hasta el aturdimiento mental: alcanzar presiones muy altas.
Así Kuhn maduró en un período en que el estudio de la ciencia por los académicos
se veía en estrictos términos escolásticos. Incluso cuando Conant patrocinó trabajo
académico con sus ‘Estudios Tipo de Harvard en Historia de la Ciencia’, que luego
llegaría a ser muy influyente en estudios sobre ciencia, era algo estrictamente
‘interno’. Las luchas de los Positivistas de Viena se convirtieron en una doctrina
sosa y restringida en manos de sus discípulos norteamericanos. En Estados Unidos,
la guerra de la Ciencia y la Teología había llegado a su fin, (excepto los
creacionistas, que andaban sueltos por los Estados al interior de la Unión
Estadounidense). La ideología de ciencia que impregnó a Kuhn no era un credo
litigante. Todo lo que experimentó fue una doctrina excluyente ‘del momento’ en el
que la ciencia contemporánea es el patrón por el que cualquier otra producción debe
medirse, sea ésta trabajo creativo, creencia, o incluso, la ciencia del pasado.
Al terminar su Ph.D., Kuhn permaneció en Harvard (como Junior Fellow)
pero se retiró cuando el cargo en Historia de la Ciencia se le adjudicó, no a él, sino a
un historiador de más trayectoria, I. Bernard Cohen. (El comité que negó el
nombramiento a Kuhn en Harvard en 1956 lo consideraba como protegido de
Conant, --quien ya había dejado la presidencia de Harvard para convertirse en el
primer embajador norteamericano en Alemania Occidental). Kuhn se fue a enseñar
en la Universidad de California en Berkeley, donde realizó su trabajo más
productivo. Luego se traslado al Instituto de Estudios Avanzados en Princeton y,
finalmente, regresó a Cambridge, Massachusetts, pero esta vez al Instituto
Tecnológico de Massachusetts. Sus primeras investigaciones se enfocaron sobre la
historia de la termodinámica; su primer libro, La Revolución Copernicana (1957),
con prefacio de Conant, es un estudio del desarrollo del heliocentrismo durante el
Renacimiento. Pero fue Estructura, visto por muchos como uno de los libros clave
del siglo veinte, el que estableció su reputación.
Kuhn mira la ciencia desde la perspectiva particular de un historiador
profesional. Explora los temas más relevantes, tales como ¿cómo es la ciencia real
en su práctica cotidiana? con análisis empíricos concretos. En Estructura, argumenta
que los científicos no son aventureros intrépidos en la búsqueda de nuevas verdades;
son, más bien, solucionadores de rompecabezas que operan dentro de una visión del
mundo establecida. Kuhn usa el término ‘paradigma’, para describir el sistema de
creencias que subyace en la solución de rompecabezas en ciencia. Al usar el término
‘paradigma’, escribe, ‘quiero sugerir algunos ejemplos aceptados de la práctica
científica real –ejemplos que incluyen ley, teoría, aplicación e instrumentación todo
en uno – que proveen modelos de los que surgieron tradiciones coherentes
particulares de investigación científica. Estas son tradiciones que la historia describe
bajo títulos como “Astronomía Ptolemaica” (o “Copernicana”), “dinámica
Aristotélica” (“Newtoniana”), “óptica corpuscular” (o “óptica ondulatoria”) y así
por el estilo.10 El término ‘paradigma’ está íntimamente relacionado con la ‘ciencia
normal’: todos los que trabajan dentro de un paradigma dogmático, compartido,
usan sus recursos para refinar teorías, explicar datos curiosos, establecer medidas de
estándares cada vez más precisas y hacer todo el trabajo necesario para expandir los
límites de la ciencia normal.
En el esquema de Kuhn, esta estabilidad dogmática se ve punteada por
revoluciones ocasionales. Describe el inicio de la ciencia revolucionaria en términos
muy vívidos: “La ciencia normal… con frecuencia suprime novedades
fundamentales porque son ante todo subversivas de los acuerdos básicos… (pero)
cuando la profesión no puede evadir por más tiempo las anomalías que subvierten la
tradición existente de la práctica científica…”,11 entonces se inicia la investigación
extraordinaria. Se alcanza un punto en el que la crisis solo puede resolverse por
medio de una revolución en la que el viejo paradigma cede su lugar a la formulación
de un nuevo paradigma. Es así como la ‘ciencia revolucionaria’ se impone; pero lo
que una vez fue revolucionario se establece como la nueva ortodoxia: la nueva
ciencia normal. Así progresa la ciencia, argumenta Kuhn, por ciclos; ciencia normal
seguida de revolución seguida a su vez por ciencia normal y una vez más por
revolución. Cada paradigma puede producir un trabajo particular que define y da
forma al paradigma; Física Aristotélica, Principia y Óptica de Newton, Geología de
Lyell, son algunos ejemplos de trabajos particulares que definieron paradigmas de
ramas particulares de la ciencia en tiempos particulares.
En agudo contraste con la figura tradicional de la ciencia como adquisición
progresiva, gradual y acumulativa de conocimiento basada en marcos de referencia
experimentales racionalmente escogidos, Kuhn presenta la ciencia normal como una
empresa dogmática. Si miramos teorías científicas obsoletas como la dinámica
Aristotélica, la teoría del flogisto, o la termodinámica del calórico como mitos,
argumenta, podríamos con la misma lógica considerar las teorías actuales como
irracionales y dogmáticas:
Si estas creencias pasadas de moda pueden llamarse mitos, entonces los
mitos pueden producirse por el mismo tipo de métodos y mantenerse por el
mismo tipo de razonamientos que ahora conducen al conocimiento
científico. Si, por otra parte, deben llamarse ciencia, entonces la ciencia ha
incluido campos de conocimiento incompatibles con los que tenemos hoy en
día… (Esto) hace difícil ver el desarrollo científico como un proceso de
acumulación.12
A lo largo del libro incluye ejemplos históricos para iluminar la práctica
actual, identificar factores comunes y enfatizar la naturaleza defectuosa del método
científico. Así, el método científico –el idealizado proceso de observación,
experimentación, deducción y conclusión – sobre el que se basa la mayor parte de la
presunción de objetividad y universalidad de la ciencia, resulta ser un espejismo.
Kuhn sugiere que es el paradigma el que determina los tipos de experimentos que
realizan los científicos, los tipos de preguntas que formulan y los problemas que
consideran importantes. Sin un paradigma dado, los científicos no pueden ni
siquiera recolectar ‘hechos’: ‘en la ausencia de un paradigma o algún candidato a
paradigma, todos los hechos que tengan posibilidad de aportar al desarrollo de
alguna ciencia, aparecen igualmente relevantes. Como resultado, el reunir datos en
un comienzo es una actividad casi al azar a diferencia de cuando el subsiguiente
desarrollo científico ya se ha hecho familiar’.13 Un cambio de paradigma altera los
conceptos fundamentales sobre los que se basa la investigación, e inspira nuevos
estándares de evidencia, nuevas técnicas de investigación y nuevas rutas de teoría y
experimentación que son radicalmente ‘inconmensurables’ con las anteriores.
La mayor parte de la actividad científica, de acuerdo a Kuhn, tiene lugar bajo
la rúbrica de ‘ciencia normal’, que es la ciencia que encontramos en los textos, y
que requiere que la investigación ‘se base sobre uno o más logros científicos, logros
que alguna comunidad científica particular reconoce por un tiempo como los que
aportan la base de la práctica posterior’.14 Esta ciencia, restrictiva y cerrada, de
solucionar rompecabezas, tiene tanto ventajas como desventajas. Por una parte,
permite a la comunidad científica recoger datos de una manera sistemática y
rápidamente avanzar hacia las fronteras de esa ciencia:
Cuando un científico particular puede tomar un paradigma por sentado, no
requiere, en sus principales obras, intentar construir su campo de nuevo,
comenzando desde los primeros principios y justificando cada concepto que
introduce. Esto puede dejarse a los escritores de textos. Con un texto dado,
sin embargo, el científico creativo puede iniciar su investigación en el punto
en que se encuentra y concentrarse en los aspectos más sutiles y esotéricos
de los fenómenos naturales que interesan a su grupo.15
Por otra parte, la ciencia normal aísla a la comunidad científica del resto. Los
problemas socialmente importantes que no pueden reducirse a un formato de
resolución de rompecabezas, sugiere Kuhn, se ignoran y cualquier cosa por fuera del
ámbito conceptual e instrumental del paradigma, se ve como irrelevante.
El enfoque de Kuhn de la ciencia era en esencia una reacción a la
‘interpretación lineal de la historia’ (interpretación Whig en el texto original), según
la cual la historia es un progreso lineal de libertad creciente que culmina en el
presente. La historia Whig lee el pasado hacia atrás y explica el presente como un
producto cumulativo de logros anteriores. El destronamiento de la historia Whig en
la historia de la ciencia la inició, entre otros, Alexandre Koyré, a quien Kuhn
reconoce estar una gran deuda intelectual. Kuhn se daba cuenta de que para apreciar
cómo se desarrolla una tradición histórica, se debe entender el comportamiento
social de aquellos involucrados en formar la tradición. ‘Es esta intuición’, escribe
Barry Barnes, ‘combinada con su sensibilidad histórica, la que da a la obra de Kuhn
su originalidad y significado. La continuidad de una forma de cultura implica
mecanismos de socialización y transmisión del conocimiento, procedimientos para
mostrar el rango de significados y representaciones aceptados, métodos para
ratificar innovaciones aceptables y darles el sello de legitimidad. Todo esto debe
conservarse operativo por los miembros mismos de la cultura, si han de conservarse
en existencia sus conceptos y representaciones. Donde hay continuidad cultural
debe existir una fuente de autoridad y control del conocimiento’.16 Kuhn presenta la
investigación científica como un producto de una interacción compleja entre la
comunidad investigadora, su tradición autorizada y su entorno. En ningún momento
de todo el proceso de investigación, la ‘razón’ y la ‘lógica’ son los únicos criterios
para el avance del conocimiento científico.
Cuando se publicó por primera vez, Estructura generó gran cantidad de
controversia. La reacción de los científicos no era sorprendente: después de todo,
Kuhn había quitado el piso a la noción aceptada del científico como un buscador de
la verdad, heroico, de mente abierta y desinteresado y un interrogador de la
naturaleza y la realidad. Y había reducido la ciencia, como lo sugerían las parodias
de su presentación, a nada más que largos períodos de aburrida actividad
conformista puntuada por arrebatos de desviaciones irracionales. Pero los filósofos
de la ciencia también eran hostiles a Kuhn, porque habían sido responsables, hasta
ese momento, de las explicaciones sobre la naturaleza de la investigación científica
y el progreso. La explicación de Kuhn era casi irreconocible comparada con la
versión formalizada e idealizada. Comparando con la teología, las conversiones
religiosas y las revoluciones políticas horrorizan tanto a científicos como a filósofos
de la ciencia. Los filósofos también encuentran el relativismo de Kuhn muy
repugnante. En los círculos de historia y filosofía de la ciencia, Estructura se
describió como poco original, árido y confuso. Stephen Toulmin ya había hecho
flotar la idea de ‘marcos de referencia’ para contrarrestar la imagen positivista de
recolectores de datos; y el historiador y filósofo R.G. Collingwood también había
introducido ideas similares. En particular, el pragmático de Harvard, C.I. Lewis
anticipó muchos de los pronunciamientos más radicales de Kuhn respecto a la
incomensurabilidad de las visiones del mundo.
Sin embargo, hacia el final de la década de 1960, Estructura comenzó a
aceptarse como un trabajo revolucionario en la filosofía de la ciencia. Vendió más
de un millón de copias en 20 idiomas, convirtiéndose en uno de los libros
académicos más influyentes del siglo veinte. Su concepto de cambio de paradigma
comenzó a utilizarse en disciplinas como ciencia política y economía. En sociología
fue acogido con los brazos abiertos. Pronto, una nueva disciplina aparecería: la
sociología crítica de la ciencia. De acuerdo al historiador de la ciencia Ian Hacking,
Estructura significó el final de las siguientes nociones:
Realismo: que la ciencia es un intento de descubrir un mundo real; que las
verdades sobre el mundo son ciertas sin tener en cuenta lo que la gente piense; que
la verdad de la ciencia refleja algún aspecto de la realidad.
Demarcación: que existe una distinción clara entre teorías científicas y otras
clases de sistemas de creencias.
Acumulación: que la ciencia es acumulativa y construye sobre los que ya se
conoce, siendo Einstein una generalización de Newton.
Distinción entre observador y teoría: que hay un contraste bastante claro
entre los reportes de las observaciones y las afirmaciones de la teoría.
Fundamentos: que la observación y el experimento proveen los fundamentos
y la justificación de las hipótesis y teorías.
Estructura deductiva de las teorías; que las pruebas de las teorías proceden
por deducir reportes de observación de postulados teóricos.
Precisión: que los conceptos científicos son más precisos y los términos
usados en ciencia tienen significado fijo.
Descubrimiento y justificación; que hay contextos separados de
descubrimiento y justificación, y que deberíamos distinguir las circunstancias
psicológicas o sociales en las que se produce un descubrimiento, de las bases lógicas
para justificar la creencia en los hechos que se han descubierto.
La unidad de la ciencia: que debería haber una ciencia para un mundo real;
ciencias menos profundas se pueden reducir a ciencias más profundas: la psicología
se reduce a biología, la biología a química, la química a la física.17
Desarrollos posteriores a Kuhn
Kuhn representa una nueva fase en la ideología de la ciencia. Popper y su
grupo reconocieron de inmediato su importancia. Estaban comprometidos en una
batalla ideológica propia, en defensa de su versión de racionalidad de la ciencia.
Así, el grupo de Popper organizó, en julio de l965, Coloquio Internacional en la
Filosofía de la Ciencia –respaldado por un amplio rango de instituciones entre las
que se contaban la Sociedad Británica para la Filosofía de la Ciencia, la Escuela
Londinense de Economía (London School of Economics, LSE) y la Unión
Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia –para socavar a Kuhn. El
propósito del Coloquio era poner a Kuhn contra el poder y la crítica combinados de
los filósofos británicos. Entre otras cosas, se presentaron 23 posibles significados de
‘paradigma’; y Popper identificó la ‘ciencia normal’ de Kuhn como un enemigo de
la ciencia y la civilización. Todos los debates, y las respuestas de Kuhn, fueron
eventualmente publicados en Crítica y el Crecimiento del Conocimiento (1970).
Presentes en el Coloquio se encontraban dos filósofos de la ciencia
que pronto entablarían su propia mini guerra de la ciencia: Imre Lakatos (1922-74)
y Paul Feyerabend (1924-94). Lakatos era un húngaro que había peleado en la
resistencia antinazi y era prominente en el gobierno comunista. Pero fue encarcelado
y torturado por los estalinistas, y había escapado durante el levantamiento de 1956.
Se trasladó a Londres y se unió al grupo de Popper y la LSE. Su principal obra,
Pruebas y Refutaciones (1976) (donde establece una filosofía dialéctica e
historicista de la prueba matemática) tiene un título que hace eco a Popper; pero una
influencia más profunda en la del filósofo húngaro marxista Georg Lukács y a
través de él de Hegel. Durante la década de 1960, Lakatos intentó articular una
filosofía del progreso científico, ‘La Metodología de los Programas de Investigación
Científica’, que combinaba el idealismo de Popper (una adhesión a una suerte de
Método racional) con el realismo rampante de Kuhn (los científicos como meros
solucionadores de acertijos).
Feyerabend era un austríaco que había tenido una carrera variada
(incluyendo una temporada en el ejército y un período de trabajo con el dramaturgo
comunista Bertold Brecht) antes de llegar a la LSE. Realizó un brillante debate a
favor de Popper, pero con el tiempo desarrolló ideas drásticamente diferentes sobre
la ciencia. Éstas provenían de sus experiencias en la Universidad de California en
Berkeley, en la década de 1960, donde alternaba las protestas radicales y
antibelicistas con la medicina alternativa. Adoptando una posición anarquista contra
lo que él veía como una hegemonía reaccionaria en ciencia, Feyerabend publicó su
pieza maestra, Contra el Método: un Bosquejo de una Teoría Anarquista del
Conocimiento, casi una década después del Coloquio londinense, en 1975. Ahí
mostraba cómo todos los principios del Método Científico habían sido violados por
algún gran científico, con Galileo como pecador cardinal. Esto se presentó como su
posición en un debate amistoso con Lakatos, quien ya había fallecido trágicamente
en 1974. Como un tipo de Anarquista táctico, dictaba clases en Berkeley, donde
invitó a famosos creacionistas, darwinistas, brujos y otros ‘propagadores de
verdades’ a defender sus opiniones enfrente de los estudiantes.
Ninguno de los grupos pro- o anti- Kuhn de la década de 1960 había notado
que otro libro, publicado justo después del de Kuhn, había cambiado el debate para
siempre. Este era Primavera Silenciosa de Rachel Carson (1965), en el que el daño
causado al entorno por la tecnología basada en la ciencia se presentaba vívidamente
al público. Se hizo patente que cuando consideramos quién paga los salarios de los
solucionadores de enigmas de Kuhn, quién controla la publicación de sus resultados,
la ‘ciencia normal’ académica de Kuhn había sido desplazada por la ciencia
corporativa, industrializada. Unos años más tarde, en uno de las obras más
originales publicadas después de Kuhn, Jerry Ravetz, un filósofo e historiador de la
ciencia, con débiles lazos con el movimiento radical en ciencia de Gran Bretaña,
argumentó que la ciencia industrializada era profundamente vulnerable a la
corrupción. El título del libro de Ravetz, Conocimiento Científico y sus Problemas
Sociales (1971; 1996) era descarado en ese momento. Como producto de Kuhn y
Carson, la idea de la ciencia como una actividad social que podía conducir a
problemas éticos, estaba ganando terreno. Pero argüir que el conocimiento mismo
podría presentar problemas sociales, parecía atrevido e ilógico. Para superar esta
contradicción, Ravetz sugirió que necesitamos abandonar la idea de que ‘la ciencia
descubre hechos’, o es ‘verdadera o falsa’, o que el conocimiento es un resultado
automático de la investigación. Más bien, el conocimiento científico genuino es el
producto de un largo proceso social, del que la mayor parte tiene lugar mucho
después de que la investigación termina. Esto significa que la ciencia, considerada
como investigación o academia en un amplio sentido, debe considerarse como
‘trabajo artesanal’. Si la ciencia se mira como artesanía, entonces, ‘verdad’ se
reemplaza con la idea de ‘calidad’ en la evaluación del producto científico. Calidad
enfatiza firmemente tanto los aspectos sociales y éticos de la ciencia como la
incertidumbre científica, en el orden del día. Ravetz mostró que en el conjunto de la
práctica de la ciencia contemporánea se pueden identificar cuatro categorías que son
altamente problemáticas: ciencia ramplona, ciencia empresarial (donde lograr
financiación es el nombre del juego), ciencia irresponsable y ciencia sucia; y todas
están involucradas con tecnologías desbocadas. Más aún, mostró que la calidad en
ciencia depende en gran parte de la moral y compromiso de los operadores
científicos y reforzada por el acervo moral del liderazgo de las comunidades
científicas. Ahora que el viejo idealismo de la ‘ciencia pequeña’ ha perdido su
fundamento social e ideológico y se ha evaporado, se requería un idealismo
correspondiente a la ‘gran ciencia’. “Sin dicho idealismo, la ciencia sería muy
vulnerable a la corrupción, llevando a un regla universal de mediocridad o peor”.18
La preocupación de Ravetz por la calidad, encontró poca resonancia dentro
de la comunidad de historia y filosofía de la ciencia (HFC). Esto se debió en parte a
que la calidad como un problema no lo veían los filósofos como de su incumbencia;
y en parte porque HFC estaba demasiado metida en erigir límites disciplinarios en el
mercado académico. Los científicos profesionales encontraron que la gente del HFC
eran todavía más despreciativos de su trabajo. Así, Conocimiento Público de John
Ziman (1968), una meditación original de un científico activo sobre el carácter
social de la ciencia, recibió nula atención por parte de la comunidad HFC. Esto era
bastante irónico, ya que todo el esfuerzo del HFC tuvo su gran comienzo como un
‘tema puente’, en parte como reacción a la Bomba y en parte como respuesta a la
sugerencia de C.P, Snow de que la ciencia y la humanidades estaban divididas en
dos culturas separadas.
Ravetz dedica considerable espacio en Conocimiento Científico y sus
Problemas Sociales a la idea del ‘hecho’ científico. Muestra cómo los resultados de
una investigación pasan por procesos sociales de comprobación, eventualmente se
convierten en ‘hechos’ y algunas veces en ‘conocimiento’. Explica cómo puede ser
que cursos diferentes enseñen versiones diferentes del mismo hecho, cómo
diferentes ediciones del mismo texto cambia sigilosamente de una versión
incuestionable a otra, y cómo, finalmente, los estudiantes aprenden alguna versión
vulgarizada particular del hecho como verdad absoluta. El examen de cómo los
resultados de la investigación científica llegan a verse como hechos se convirtió en
campo de pesquisa por derecho propio hacia el final de la década de 1970. Hasta
entonces, los sociólogos habían cumplido su papel en el programa ideológico
general donde los filósofos de la ciencia probaron que la ciencia siempre estaba en
lo correcto y los historiadores mostraron lo que había sucedido. En el período de
pre-guerra, los sociólogos no hicieron nada distinto de adular a la ciencia – como
puede verse en el trabajo de R, K. Merton, que comúnmente se considera como un
pionero en los estudios sociales de la ciencia. Pero Kuhn cambió todo eso. Los
sociólogos respondieron con entusiasmo a Kuhn. Esto se debió en parte a que les
proporcionó una manera de emular a la ciencia misma: al crear su propio paradigma,
la sociología podría convertirse en una ciencia como la física. Y en parte abrió una
nueva avenida a la búsqueda sociológica. La Sociología de la Ciencia, también
conocida como Sociología del Conocimiento, se convirtió en una disciplina en
rápida expansión. Incluso los antropólogos se incluyeron en la escena: estudiaron a
los científicos como tribus exóticas con sus propias normas y rituales. En esencia, lo
que tanto sociólogos como antropólogos trataron de mostrar es que los hechos
científicos, como Ravetz ya lo había sugerido, no se ‘descubren’; mas bien, cada
hecho tiene una historia socio-técnica asociada a él. Entre estos académicos, el
término general ‘construcción’ fue sustituido por ‘descubrimiento’; la pregunta sin
contestar era el grado en que esta ‘construcción’ estaba constreñida por alguna
realidad objetiva ‘allá afuera’.
Los estudios construccionistas de la ciencia, como los de la antropóloga
Karin Knorr-Cetina, La Manufactura de Conocimiento (1981) o el más reciente El
Golem (1993) de los sociólogos Harry Collins y Trevor Pinch, tienen dos propósitos
básicos. Intentan mostrar, primero, que la ciencia industrializada manufactura tanto
los ‘hechos’ de la ciencia como las ‘verdades’ que se supone expresan. Y, segundo,
el método científico mismo, lejos de ser un paradigma de universalidad no
localizada, no es más que lógica oportunista y una forma de práctica local que está
enraizada en la acción social local. Sin lugar a dudas, el más famoso estudio
construccionista es Vida de Laboratorio: La Construcción Social de Hechos
Científicos (1979; 1986) de Bruno Latour y Steve Woolgar. Este dúo de sociólogos
francés y británico examinaron la historia detallada de un solo hecho; la existencia
del Factor Liberador de Tirotropina (Hormona), o FLT(H) en breve. FLT(H) surgió
por primera vez en 1962 con la afirmación de que ‘el cerebro controla la secreción
de tirotropina’, y se convirtió en hecho establecido en 1969 cuando se declaro que
‘FLT(H) es Piro-Glu-His-Pro-NH2’. Latour y Woolgar argumentan que FLT(H)
tiene valor y significado de acuerdo al contexto en el que se use: tiene un
significado diferente para médicos, endocrinólogos, investigadores y estudiantes
graduados que lo usan como herramienta para montar sus bioensayos, para un grupo
de especialistas que han dedicado su carrera profesional entera estudiándolo y para
los que el FLT(H) representa un subcampo. Pero fuera de este medio, FLT no
existe. La historia de FLT involucra muchos valores y opciones, incluyendo la
financiación del proyecto y los momentos cruciales durante el desarrollo del
proyecto cuando ha estado a punto de terminarse; el escoger la estrategia que
implica la decisión de obtener la estructura química; la imposición de los catorce
criterios que debían cumplirse antes de que la existencia de un nuevo factor
liberador pudiera aceptarse; las personalidades de los dos grupos rivales en el campo
y la disputa entre ellos sobre la prioridad; la disputa sobre el nombre de la sustancia
(FLT o FLH); las dudas sobre la naturaleza peptídica del FLT; y por último, el uso
de espectroscopía de masas, que introdujo un cambio ontológico en la investigación
y puso punto final a la disputa. ¿Pero todo esto significa que no hay un ‘FLT real’
en espera de ser descubierto, no importa cómo fue socialmente construido el
proceso de descubrimiento? Latour y Woolgar señalan que la transformación de una
afirmación en hecho es reversible: esto es, la realidad puede deconstruirse.
FLT puede todavía ser solo un artefacto. Por ejemplo, no se han presentado
argumentos que se acepten como prueba que FLT esta presente en el cuerpo
como Piro-Gli-Ori-NH2 en cantidades ‘fisiológicamente significativas’.
Aunque se acepta que Piro-Glu-His-Pro-NH2 sintético es activo en ensayos,
no ha sido posible medirlo en el cuerpo. Los resultados negativos de los
intentos para establecer la importancia fisiológica del FLT se han atribuido
hasta ahora a la insensibilidad de los ensayos que se han usado más que a
la posibilidad de que FLT sea un artefacto. Pero algún cambio sutil
posterior en el contexto podría todavía favorecer la selección de una
interpretación alterna y la concreción de esta última posibilidad.19
De ahí, la inevitable conclusión: la realidad no puede usarse para explicar
porqué una afirmación se convierte en un hecho, ya que es solo después de haber
construido el hecho que se obtiene el efecto de realidad.
No es sorprendente que Vida de Laboratorio causara sensación. Pero la
controversia que lo rodeó solo logró que los construccionistas Kuhnianos se
consideraran aún más importantes para el campo interdisciplinario de los estudios
de la ciencia (que a veces se llaman estudios de ciencia y tecnología, que preexistían
como estudios de ciencia, tecnología y sociedad). En Imposturas Intelectuales
(1997), de Alan Sokal y Jean Bricmont, que fue la secuela al engaño de Sokal, el
ataque más fuerte va dirigido a Latour y otros construccionistas. Sokal y Bricmont
son más gentiles con otra escuela de sociología de la ciencia que no llega tan lejos
como los construccionistas – en particular, el ‘Programa Fuerte’ de la Escuela de
Edinburgo.
El ‘Programa Fuerte’ comenzó en la Universidad de Edinburgo a finales de
la década de 1960. Un pronunciamiento inicial se publicó justo tres años antes del
libro de Latour y Woolgar. En Conocimiento e Iconografía Social (1976), David
Bloor, uno de los fundadores del programa, aseveró que la meta del Programa
Fuerte era tanto demostrar que el conocimiento científico es objeto de pesquisa
sociológica como producir una metodología para la sociología del conocimiento
científico (SCC). Tenía cuatro elementos básicos. En primer lugar, argumentaba la
Escuela de Edinburgo, el objetivo de SCC es descubrir las condiciones que
producen estados de conocimiento; estas condiciones pueden ser económicas,
políticas y sociales tanto como psicológicas. En segundo lugar, SCC tendría que ser
imparcial en la selección de lo que se va a estudiar: dar igual énfasis al
conocimiento verdadero y falso, éxitos y fracasos de la ciencia así como a
búsquedas racionales e irracionales. En tercer lugar, debería haber ‘simetría’ en las
explicaciones dadas de los casos seleccionados de conocimiento científico – uno no
podría usar, por ejemplo, una causa sociológica para explicar una creencia ‘falsa’ y
una causa racional para explicar una creencia ‘verdadera’. En cuarto lugar, los
modelos de explicación del SCC deberían ser aplicables a la sociología misma. Una
de las preocupaciones de la Escuela de Edinburgo era lograr que los científicos
fueran más receptivos a las preocupaciones de los científicos sociales y
sensibilizarlos a los varios entornos sociales y culturales en los que se encontraba su
labor. Esta iniciativa era parte de un intento general para acercarse a lo que C.P.
Snow había llamado el problema de las ‘dos culturas’ que había complicado a los
intelectuales británicos en la década de 1950, cuando los ‘tenócratas’ comenzaron a
reemplazar a los humanistas de Oxbrigde (Oxford y Cambridge) en el servicio civil.
En sus primeras etapas, el Programa Fuerte se veía como una ciencia
verdaderamente radical y subversiva, y generó controversia y ataque de los
defensores de la ciencia en igual medida. Sin embargo, el Programa Fuerte acepta, a
diferencia de los construccionistas, la existencia de una realidad no problemática
que se explora exitosamente en ciencia, y a pesar de su crítica radical, está
fundamentalmente en el campo positivista. El carácter conservador del programa se
muestra eminentemente en Conocimiento Científico (1996), una puesta al día de la
posición del programa por David Bloor y Barry Barnes. El argumento ahora es que,
no es tanto que las observaciones en ciencia estén ‘cargadas a la teoría’ como lo
están los reportes de las observaciones. Cómo se reporte una observación depende
de la tradición en la que esté trabajando el científico. La interpretación de una
observación implica el apelar a las fuentes de una tradición. Así, dos científicos
trabajando en diferentes tradiciones (científicas) pueden observar la misma cosa
pero reportar e interpretar los mismos resultados en formas diferentes. Más aún, de
acuerdo a la Escuela de Edinburgo, las teorías mismas no están fijas en el tiempo; ni
pueden identificarse con un conjunto fijo de afirmaciones. La asociación de teorías
cono los nombres de Grandes Científicos –‘Teoría de Newton’, Teoría de Einstein’
– crea esta ilusión. Es mejor pensar en las teorías científicas como instituciones en
desarrollo: un examen detallado de la ‘Teoría de Mendel’ muestra los muchos
cambios y piruetas que ha sufrido desde que Mendel la formuló por vez primera.
La Escuela de Edinburgo ha insistido siempre en que ‘experiencia’ y
‘realidad’ están de hecho ‘por fuera’. La investigación sociológica no debería
oponerse al realismo sino más bien iluminarlo. La nueva herramienta conceptual
que ofrecen para elucidar el realismo es el ‘finitismo sociológico’, que es la forma
de mirar en cómo las ‘palabras’ se conectan como el ‘mundo’. El finitismo sugiere
que todos los términos y conceptos científicos son indeterminados –‘ninguna
especificación o molde o algoritmo completamente formado en el presente’ es
‘capaz de fijar el uso correcto del término en el futuro’ y enfatiza el carácter
convencional y el interés sociológico de las clasificaciones científicas. El finitismo
también sugiere que los límites entre las disciplinas científicas, tanto como la
demarcación entre qué es ciencia y qué no lo es, están sometidas a cambiar con el
cambio de las situaciones. Por tanto es concebible que un cambio de nuestra
concepción de qué es ciencia pueda llevar a incorporar en la ciencia lo que
actualmente se considera como no científico: astrología, acupuntura, parapsicología,
etc. Pero el Programa Fuerte no atribuye ningún ‘interés social’ en la ciencia fuera
de la ciencia misma – no hay sentido en que fuerzas sociales superiores operen en la
ciencia más allá de aquellas que los científicos mismos atestiguan. Así, el Programa
Fuerte no es tanto una crítica de la ciencia sino, como lo admite la Escuela de
Edinburgo, ‘parte del proyecto de la ciencia misma’; resolución de rompecabezas
dentro de la ciencia sociológica normal.
Esta actitud de asimilación se encuentra en claro contraste con el enfoque
feminista de la ciencia. Por casi medio siglo, los feministas han estado sugiriendo
que la ciencia discrimina contra las mujeres. Pero esta discriminación no es
solamente una cuestión de gerencia de la ciencia. Es algo inherente a la ciencia
misma. En un nivel, es simplemente el contenido de la ciencia lo que apabulla a
muchas mujeres –no muchas están interesadas en seguir una carrera que vincula la
ciencia en forma inextricable con la investigación militar y de armamento, o
torturando animales o fabricando máquinas que dejarán a sus hermanas sin trabajo.
Pero el análisis feminista va mucho más profundo. Como lo dice Sandra Harding,
autora del influyente La Cuestión Científica en el Feminismo (1986): la ciencia es
inherentemente ‘androcéntrica’. Considere, por ejemplo, las teorías evolutivas
tradicionales que nos dicen que las raíces de parte del comportamiento humano
deben encontrarse en la historia de la evolución humana. Los orígenes de la vida
social de la clase media occidental, donde los hombres salen a hacer lo que los
hombres deben hacer, y las mujeres cuidan bebes, atienden la cocina, deben
encontrarse en los tiempos del ‘hombre cazador’; en las primeras fases de la
evolución, las mujeres eran recolectoras y los hombres salían a traer la carne. Esa
teoría se basa en el descubrimiento de piedras pulidas que se dice proveen la
evidencia de la invención masculina de herramientas para el uso en la cacería y
preparación de animales. Sin embargo, si usted mira esas mismas piedras con una
percepción cultural diferente, digamos una donde las mujeres se ven como las
principales proveedoras del grupo – y sabemos que esas culturas existen aun hoy en
día—usted podría argumentar que dichas piedras las usaban las mujeres para matar
animales, cortar cadáveres, extraer raíces, preparar semilleros o martillar y ablandar
raíces duras para prepararlas para el consumo. Ahora usted tiene una hipótesis
completamente diferente; y el curso de toda la teoría evolutiva cambia. Otros
desarrollos en ciencia, tales como las pruebas de cuociente intelectual (CI),
acondicionamiento de comportamiento, investigación fetal, sociobiología, pueden
analizarse con la misma lógica. La parcialidad de género emerge así en la forma en
que se formulan las preguntas básicas en ciencia. El tipo de datos que se recoge y al
que se apela como evidencia para diferentes tipos de preguntas agrandan esta
parcialidad mucho más. El trabajo académico feminista en ciencia, que es
verdaderamente monumental en términos tanto de cualidad como de cantidad, ha
analizado cada rama de la ciencia.20 Ha mostrado que el enfoque sobre medidas
cuantitativas, análisis de variación, esquemas conceptuales impersonales y
excesivamente abstractos, es no solo una tendencia masculina distintiva sino
también la que permite ocultar su carácter de género. Y ha revelado que el priorizar
las matemáticas y el pensamiento abstracto, estándares de objetividad, la
construcción del método científico y la naturaleza instrumental de la racionalidad
científica, se basan todos en la noción de masculinidad ideal.
¿Una representación equitativa de mujeres en ciencia cambiaría algo? Para
empezar, tendría ventajas económicas obvias. Las economías basadas en el
conocimiento, en angustiosa necesidad de científicos entrenados, no pueden darse el
lujo de despreciar la mitad de su potencial científico. También existe el argumento
de que más mujeres en ciencia abrirían la ciencia a un más amplio rango de
problemas materiales y sociales. Por ejemplo, los problemas del Tercer Mundo
recibirían mayor énfasis en más apoyo investigativo. Pero los académicos feministas
están defendiendo algo más. Sugieren que las mujeres introducirían un viraje del
método científico convencional y de la objetividad hacia lo que Hardig llama
‘objetividad fuerte’ y Hilary Rose llama ‘racionalidad responsable’. La objetividad
fuerte requiere que los científicos naturalistas tengan en cuenta la perspectiva de los
‘profanos’ – los científicos sociales, los ecologistas, las amas de casa, las culturas no
occidentales – en su descripción y explicación de los temas de pesquisa científica.
El argumento aquí no es que las nociones feministas de ciencia deban reconocerse
como legítimas y deseables al lado de la práctica convencional de la ciencia. Ni que
los conceptos, teorías, métodos e interpretaciones anti-sexistas sean considerados
científicamente iguales. Ni siquiera aún que se deban reclutar y entrenar más
mujeres que trabajen al lado de sus colegas y dentro de las normas y prácticas
institucionales que son obviamente discriminatorios, para que las mujeres se
conviertan en hombres para que puedan practicar la ciencia. El argumento es que
tener una representación más equitativa de mujeres en ciencia no resolverá de hecho
el problema; la ciencia continuará siendo discriminatoria. Solo una transformación
fundamental de conceptos, métodos e interpretaciones en ciencia producirá un
cambio real. Los académicos feministas piden nada menos que una reorientación de
la lógica del descubrimiento científico.
Estudios Post-coloniales en Ciencia
La Estructura de Kuhn se refiere a cómo funciona la ciencia en una
civilización: la civilización occidental. Pero Kuhn puede usarse para argumentar que
otras civilizaciones, con sus paradigmas propios, tendrían diferentes prácticas, y por
supuesto tipos, de ciencia. Esta idea fue propuesta primero por el académico
musulmán Hossein Nasr en su influyente trabajo, El Encuentro del Hombre y la
Naturaleza. Nars argumenta que lo que hace a la ciencia occidental distintivamente
occidental es su concepción de la naturaleza. La idea de que la naturaleza está
simplemente ahí para beneficio del hombre (sic) y como decía Bacon, debe ser
‘torturada’ para que revele sus secretos, es completamente ajena a la mayoría de las
culturas no occidentales. Islam y China, por ejemplo, no miran la naturaleza como
un objeto. En el Islam, la naturaleza es una herencia sagrada que debe cuidarse y
estudiarse con el debido respeto y aprecio. En la tradición china, la naturaleza se
mira como una red auto-regulada de relaciones con el tejedor de la red, con el que
los humanos interfieren a su propio riesgo. En forma similar, las ideas occidentales
de universo y tiempo tienen una base cultural. La idea occidental de que el universo
es ‘un gran imperio regido por un logos divino’ se refiere más a la autoridad real
centralizada en Europa que a una noción universal – y es totalmente incomprensible
para los chinos y los indios. En forma similar, mientras la ciencia occidental mira el
tiempo como lineal, otras culturas lo ven como cíclico (como en el Hinduismo) o
como un tapiz donde se teje el presente con tiempo eterno en el más allá (como en el
Islam). Mientras que la ciencia moderna opera sobre la base ya sea de y/o la lógica
Aristotélica (X es o A o no A), en la lógica del Hinduismo puede tener cuatro
posibilidades e inclusive, siete. La lógica hindú de cuatro posibilidades (con las
formas extras: X no es ni A ni no A; ni ambos, A como no A; ni ninguno A ni no A)
es tanto una lógica simbólica como una lógica cognitiva. Puede lograr una
formulación precisa, sin ambigüedades de afirmaciones universales sin usar la
fórmula ‘para todo’. Por tanto son las premisas metafísicas subyacentes de la ciencia
moderna las que la convierten en específicamente occidental en sus características
principales. Una ciencia basada en nociones diferentes de naturaleza, universo,
tiempo y lógica sería por tanto una empresa totalmente diferente de la ciencia
occidental..21
La historia convencional de la ciencia (occidental), sin embargo, no reconoce
tipos diferentes de ciencias civilizadas o culturales. Ha representado la ciencia
occidental como el ápice de la ciencia y mantiene su monopolio de cuatro maneras
básicas: Primera, negando los logros de las culturas y civilizaciones no occidentales,
descartándolos como superstición, mito y folclore. Segunda, eliminando, en gran
parte, las historias de las ciencias no occidentales de la historia general de la ciencia.
Tercera, reescribiendo la historia de los orígenes de la civilización europea para
hacerla autogenerada. Muchos científicos notables, Newton al final del siglo
diecisiete y Kelvin al final del siglo diecinueve entre otros, participaron en crear y
diseminar la historia revisionista de los orígenes de la civilización europea moderna
y la creación de un modelo ario. Este modelo introdujo la idea de que la cultura
griega era predominantemente europea, y que los africanos y semitas no tuvieron
nada que ver con la creación de la civilización clásica griega. Pero la identificación
de la cultura griega como europea es cuestionable en varios aspectos. Por una parte,
la idea de ‘Europa’y las relaciones sociales que tal idea hicieron posible, vino siglos
después – algunos la fecharían por los logros de Carlomagno, otros en el siglo
quince. (Grecia y Roma fueron civilizaciones del Mediterráneo). Más aún, fue el
Islam el que introdujo Grecia a Europa; y debido a la expansión del Islam, diversas
culturas de África y Asia se pueden proclamar como legado de la cultura griega.
Cuarta, apropiándose Europa, por conquista y colonización, de las ciencias de otras
civilizaciones, suprimiendo el conocimiento de sus orígenes y reciclándolas como
occidentales. Sabemos que la ciencia occidental se apropió muchas tradiciones
científicas y las integró completamente sin ningún reconocimiento. Así la
agricultura, pre-colombina que proveyó de papas y muchos otros productos
alimenticios, fue absorbida por la práctica y ciencia agrícolas europeas. Los logros
matemáticos de las culturas indias y árabes proveen otro ejemplo. Los tres grandes
inventos de Francis Bacon – imprenta, pólvora y brújula magnética – se sabe ahora
que vinieron de China. El conocimiento de geografía, geología botánica, zoología,
esquemas de clasificación, medicina, farmacología, agricultura y técnicas de
navegación locales provino del conocimiento tradicional de no europeos.
En los últimos treinta años, hemos visto surgir un nuevo tipo de estudiosos
de la ciencia. La mayoría situados en el ‘Tercer Mundo’, estos estudiosos postcoloniales, metidos en los que se conoce como ciencia post-colonial y estudios
tecnológicos, se propusieron reclamar la historia de la ciencia no occidental y poner
al descubierto el eurocentrismo de la ciencia occidental. Comenzó con el trabajo
empírico en historia de las ciencias islámicas, indias y latinoamericanas, para
mostrar la impresionante dimensión y amplitud de estas ciencias. Pero los estudios
post-coloniales van mucho más allá. Primero, buscan establecer la conexión entre
colonialismo, incluyendo el neocolonialismo, y el progreso de la ciencia occidental.
Por ejemplo, en varios libros, Deepak Kumar, 22 el historiador y filósofo de la
ciencia hindú, ha buscado demostrar que el colonialismo británico en la India jugo
un papel importante en la forma en que se desarrolló la ciencia europea. Los
británicos necesitaban mejorar la navegación y para eso construyeron observatorios,
patrocinaron astrónomos y guardaron registros sistemáticos de sus viajes. Las
primeras ciencias europeas que se establecieron en la India fueron, naturalmente,
geografía y botánica. Por toda la India progresó la ciencia europea principalmente
debido a las necesidades militares, económicas y políticas de los británicos, y no por
la consabida racionalidad de la ciencia y el pretendido compromiso de los
científicos de buscar verdades desinteresadas. Segundo, los estudios post-coloniales
de la ciencia buscan restablecer la práctica de la ciencia islámica, hindú o china en
tiempos contemporáneos. Hay, por ejemplo, todo un discurso de ciencia islámica
contemporánea23 dedicado a explorar cómo podría moldearse una ciencia basada en
nociones islámicas de la naturaleza, unidad de conocimiento y valores, interés
público y cosas por el estilo. Un discurso similar sobre ciencia hindú ha surgido en
la última década.24
Crítica a Kuhn
El trabajo de Kuhn ha posibilitado el desarrollo de críticas amplias de la
ciencia desde mediados de la década de 1960. Inclusive, se ha visto a Kuhn, y con
frecuencia se lo presenta, como un subversivo de la ciencia. Pero las credenciales
radicales de Kuhn son más aparentes que reales. Podemos argumentar que cualquier
análisis de la actividad científica en subversiva de la ciencia, y con frecuencia se le
señala y resiente como tal. En cuanto que Estructura invita al análisis de la ciencia,
es un texto radical. Después de todo, no es accidental que la enseñanza de la ciencia
es, como dijo Kuhn, tan dogmática como la teología, o que la historia de la ciencia
presentada en los libros de texto sea como el Mil Novecientos Ochenta y Cuatro de
Orwell. Es parte de la autoconciencia esquizoide de la ciencia contra la que
reaccionaba Kuhn pero que no llegó a analizar. Esto es, hay apertura y mucho
debate en la frontera de la investigación, pero certezas y dogmatismo en la
enseñanza y la propaganda. Esta dualidad es un producto de la trajinada tradición de
la ciencia, batallando contra la teología por la trinchera de la fuente de la Verdad;
pero también es muy conveniente como medio de control del territorio propio de la
ciencia. Porque el admitir incertidumbre significa compartir legitimidad y poder – y
¿quién haría eso voluntariamente? Ciertamente Kuhn se preocupó por mantener la
legitimidad de la ciencia; su interés real era mostrar que todos los procesos clave de
la ciencia –incluyendo la desordenada fase del descubrimiento—podría explicarse
en términos de los principios auto-organizadores de la ciencia. Mientras Kuhn trató
de revelar la naturaleza problemática de la ciencia como un proceso histórico, estaba
muy interesado en preservar su pureza interna y su fe en sus principios
organizadores. Aquellos que exigían reformas en ciencia admitieron que mucha de
la inspiración para el cambio provenía de fuera de la ciencia misma. Kuhn quería
negar esto y mostrar que la ciencia misma era capaz de reformarse internamente y
cambiar.
Si la ciencia pudiera reformarse a sí misma, a través de revoluciones, ¿qué
necesidad habría de interferencia externa con la ciencia? Los argumentos de
Estructura pueden, por tanto, usarse con éxito para excluir las fuerzas opositoras y
contaminantes, como religión, ética y tecnología. Así, Kuhn se convirtió en vehículo
para hacer a un lado a todos esos críticos de la ciencia que se habían pronunciado
contra el creciente vínculo con el complejo militar - industrial. Estructura
contribuyó a mantener una dicotomía interna/externa en ciencia. La distinción se
volvió sutil particularmente en la enseñanza de la historia de la ciencia, y en el
cultivo de actitudes historiográficas apropiadas y seguras en los historiadores de la
ciencia; y eventualmente se convirtió en una estrategia general para hacer
investigación en historia de la ciencia. Más aún, las mismas características en el
relato de Kuhn que le habían permitido distanciar la naturaleza de la ciencia de sus
manifestaciones contemporáneas más destructivas – es decir, la omisión de las
dimensiones tecnológica, económica y cultural de la ciencia – la usaron los
científicos sociales para reinventarse a sí mismos como ‘reales científicos’.
Kuhn estaba preocupado especialmente en preservar el prestigio público de
la ciencia. Cualesquiera fueran los problemas ‘internos’ y la ‘verdad’ de la ciencia,
la creencia del público en la ciencia como Buena y Verdadera debía defenderse, ya
que las consecuencias sociales de no hacerlo podrían ser devastadoras. Más aún, la
pérdida de fe del público en la ciencia podría incluso conducir al final de la
civilización como la conocemos. Esta doctrina de la ‘doble verdad’ tiene, de hecho,
una larga historia, remontándose a Platón y sus reservas acerca de la demostración
pública de la razón crítica que siguió a la caída de Atenas. Steve Fuller ha usado el
término ‘embarrilamiento’ para describir el miedo a contradecir en público la
opinión oficial debido a sus consecuencias potencialmente desestabilizadoras. El
embarrilamiento es responsable de la noción de que artefactos culturales
significativos estén doblemente codificados, con un mensaje dirigido a las masas
para reforzar sus prejuicios y el otro dirigido a eruditos de elite que están preparados
mentalmente para asimilar una verdad fuertemente contra intuitiva. El
embarrilamiento propio de Kuhn fue un producto de su bagaje del medio académico
de Harvard – que después de haber promovido la Bomba continuó jugando un papel
primordial en la subsiguiente Guerra Fría – y su historia personal con Conant. Todo
esto lo llevó a concluir que en un mundo bipolar, cambiante, la autonomía de la
ciencia debía defenderse y protegerse de los merodeadores externos como los
marxistas o los de la Nueva Era. La preocupación de Kuhn de preservar la imagen
pública de la ciencia, le llevó más tarde en su vida a ¡negar que él fuera Kuhniano!
A pesar de la pretensión revolucionaria de Estructura, se ha usado en gran
parte para reforzar las viejas imágenes populares de la ciencia. En su brillante
biografía, Thomas Kuhn: Una Historia Filosófica de Nuestros Tiempos (2000),
Steve Fuller muestra que la mayoría de los usos para legitimar Estructura, han sido
enteramente conservadores, desde el uso de Daniel Bell de la teoría de Kuhn para
reforzar el papel de las disciplinas sobre la investigación interdisciplinaria en las
acorraladas universidades de finales de la década de 1960, a la más reciente
invocación de Kuhn por Francis Fukuyama para apoyar el punto de vista de que el
desarrollo autónomo de la ciencia le ha permitido ser el motor de la producción de
riqueza global. La influencia de Estructura en la filosofía de la ciencia no hizo más
que aumentar su actitud crítica hacia la ciencia. Hoy en día, los filósofos se
contentan con atenerse a las normas implícitas en las ciencias particulares que ellos
estudian, las que se presume que actúan de una manera normativa deseable. Como
cabría esperarse en el mundo Kuhniano, la mayor parte de este cambio en
orientación filosófica, dice Fuller, ha estado acompañado de volver a escribir la
historia propia de su propio campo. Después del fin del positivismo, Kuhn proveyó
un nuevo enfoque del debate filosófico, lo que hizo más fácil hacer de lado a
Ravetz, Feyerabend, la tradición radical de la ciencia y mucha de la crítica postcolonial de la ciencia occidental. La redefinición de la agenda filosófica que produjo
Estructura, logró que el construccionismo fuera el foco de la crítica de la ciencia a
expensas de los aspectos argumentativos y retóricos de la pesquisa científica.
Términos como ‘razón’ y ‘racionalidad’ sufrieron constantes revisiones, en forma
tal que la crítica radical de la ciencia ha llegado a asociarse con irracionalismo.
Más allá de las Guerras de la Ciencia: Ciencia Post-Normal
¿Qué está en juego en las Guerras de la Ciencia? ¿Es simplemente la
influencia destructiva que los ‘posmodernistas’ y otros eruditos estudiosos de la
ciencia, tienen sobre ciencia como sugieren Sokal y Brickmont? ¿Es sobre errores y
torpezas matemáticas cometidos por los construccionistas? ¿O es sobre el poder y
prestigio de la ciencia?
Las guerras de la ciencia encierran mucho más que un engaño académico y
el revelar la ignorancia matemática de los científicos sociales y teóricos culturales.
El engaño de Sokal prueba lo que muchos estudiosos ya sospechaban; los estudios
culturales han perdido todo significado, y cualquiera se sale con la suya en cualquier
cosa bajo el nombre de crítica posmoderna. No hay, sin embargo, evidencia que
sugiera que estos estudiosos hayan tenido efecto real alguno sobre el engranaje
financiero y el apoyo del público del que goza la ciencia. La furia de la comunidad
científica nace de reconocer que la legitimidad tradicional de la ciencia se está
erosionando; y la autoridad de la ciencia se ha deteriorado más allá de una posible
recuperación. Pero la guerra de la ciencia poco nos dice acerca de por qué está
ocurriendo. Para eso, debemos mirar a la ciencia misma y ver cómo ha cambiado
desde la primera guerra mundial. En su mayor parte, la guerra de la ciencia se ha
hecho irrelevante – la discusión se ha trasladado ahora a crítica detallada de estudios
tipo, como puede deducirse de los debates post–Sokal.25 No hay duda de que
continuará generando debate y controversia. Pero el destino de la ciencia está en
otra parte.
La ciencia no es lo que los idealistas o realistas dicen de ella. Su carácter
ideológico y comprometido ya ha sido expuesto más allá de toda duda. Pero no es
simplemente una cuestión de cómo las realidades políticas del poder, las fuentes de
financiamiento, la selección de los problemas, los criterios con los que se escogen
los problemas, tanto como el prejuicio y el sistema de valores influencia aun a la
más ‘pura’ de las ciencias. Ni que los compromisos de los valores, que se
manifiestan en los ‘límites de confianza’ de las inferencias estadísticas, se
encuentren en el corazón del método científico. Ni que la mayoría de las premisas
de la ciencia sean las de la civilización europea. Es más un problema de cómo la
ciencia se asocia ahora con incertidumbres y riesgos. Gran parte de la ciencia
contemporánea ya no es ciencia normal en términos Kuhnianos. Como puede verse
de la sarta de controversias recientes, desde el affair BSE (vacas locas) en Gran
Bretaña a los temas de alimentos genéticamente modificados, la ciencia no brinda
respuestas claras y rápidas a un conjunto de problemas contemporáneos. Ya no es
válido el viejo paradigma de la ciencia que proveía certeza y seguridad. La ciencia
se ha movido a una fase post-normal en la que, usando las palabras de Ravetz y
Funtowicz, ‘los hechos son inciertos, los valores en disputa, las apuestas elevadas y
las decisiones urgentes’.26 El viejo paradigma de ciencia normal convencional puede
aún ser válido en situaciones con bajos niveles de incertidumbre y riesgo, pero no es
apropiada cuando los riesgos de las decisiones o las incertidumbres del sistema –
como, por ejemplo, en el caso de la ingeniería genética o los clones humanos – son
elevados. El pánico moral de los científicos está enraizado en esta realidad – el
paradigma cambiante que ha modificado el contexto de la ciencia y ha traído a
primer plano las incertidumbres inherentes a los sistemas complejos.
Aquí no hay cláusula de escape: los científicos tienen que enfrentar esta
nueva realidad. Pueden negar que la fe ciega en la ciencia, y que confianza y
seguridad que inspiraba al público, han desaparecido para siempre; pero esto no
cambia la percepción que el público tiene de la ciencia. La ciencia post-normal
requiere que la ciencia expanda sus fronteras para incluir diferentes procesos de
validación, perspectivas y tipos de conocimientos. En particular, requiere cerrar la
brecha entre la capacidad científica y las preocupaciones del público. Así la ciencia
post-normal se convierte en un diálogo entre todos los involucrados en el problema,
desde los científicos mismos a los científicos sociales, periodistas, activistas y amas
de casa, sin tener en cuenta sus cualificaciones o afiliaciones previas. En la ciencia
post-normal, la evaluación cualitativa del trabajo científico no puede dejarse a los
científicos solamente – ya que frente a la aguda incertidumbre y riesgos
inconmensurables, también son aficionados. Por tanto ‘debe haber una comunidad
ampliada de pares, y usarán hechos ampliados que incluirán aun evidencia
anecdótica y estadísticas recopiladas por la comunidad. Así la extensión de los
elementos tradicionales de la práctica científica, hechos y participantes, crea el
elemento de una suerte nueva de práctica. Esta es la novedad esencial de la ciencia
post-normal’.27 Conduce inevitablemente a la democratización de la ciencia. No
relega el trabajo de investigación a personal no entrenado; más bien, saca a la
ciencia del laboratorio al debate público donde todos pueden participar en discutir
sus ramificaciones sociales, políticas y culturales.
Como Ravetz y Funtowicz señalaron:
Algunos se sienten incómodos con la idea de que esta nueva práctica sea
ciencia. Pero la ciencia ha evolucionado continuamente en el pasado y
evolucionará más en respuesta a las necesidades cambiantes de la
humanidad… Las estrategias de solucinar-problemas tradicional de la
ciencia, las reflexiones filosóficas acerca de ellas, y los contextos
institucionales, sociales y educativos necesitan enriquecerse para resolver
los problemas que ha creado la civilización industrial basada en la ciencia.
Sentir incomodidad al descubrir las incertidumbres inherentes a la ciencia,
es un síntoma de nostalgia por un mundo simple y seguro que nunca
volverá.28
Notas
1. Las minutas de la conferencia fueron publicadas como La Huida desde la
Ciencia y la Razón, Paul Gross, Norman Levitt y Martin Lewis, eds., Nueva
York: Academia de Ciencias de Nueva York, 1996.
2. Paul Gross y Norman Levitt, Alta Superstición: La Izquierda Académica y sus
Peleas con la Ciencia, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1994, p. 2.
3. Andrew Ross, ‘Introducción’, Texto Social 46-7, 1996, pp. 1-13 (p. 8).
4. Ibid., p. 9.
5. Texto Social 46-7, 1996, pp. 217-52. En el interés de la objetividad
construccionista, debo mencionar que Sokal ¡cita a este humilde autor en su
bibliografía!
6. ‘Experimentos de un físico con los estudios culturales’, Lingua Franca,
Mayo/Junio 1996, pp. 62-4.
7. N. Bukharin et al., La Ciencia en la Encrucijada, Londres; Frank Cass, 1971.
8. J.D. Bernal, Ciencia en la Historia, Londres, Pelican, 1954, volumen 1, p. 1.
9. Thomas S. Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas, Chicago:
University of Chicago Press, 1962, p. v.
10. Ibid., p. 10.
11. Ibid., pp. 5-6.
12. Ibid., pp. 2-3.
13. Ibid., p. 15.
14. Ibid., p. 10.
15. Ibid., p. 20.
16. Barry Barnes, T.S. Kuhn y la Ciencia Social, Londres: Macmillan, 1982, p. 9.
17. Ian Hacking, ed., Revoluciones Científicas, Oxford: Oxford University Press,
1981, pp. 1-2.
18. Jerome R. Ravetz, Conocimiento Científico y sus Problemas Sociales, New
Brunswick: Transaction Publishers, segunda edición, 1996, p. xi.
19. Bruno Latour y Steve Woolgat, Vida de Laboratorio: Construcción Social de
Hechos Científicos, Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1986,
segunda edición; esta cita es de una excelente compilación de John Stewart,
‘Hechos como mercancías’, Radical Science Journal, Nº 12, 1982, pp. 129-37,
p. 132.
20. Ver, por ejemplo, Donna Haraway, Visiones de Primates: Género, Raza y
Naturaleza en el Mundo de la Ciencia Moderna, Nueva York: Routledge, 1989:
Hilary Rose, Amor, Poder y Conocimiento, Oxford: Polity Press, 1994; Margaret
Wetheim, Los Pantalones de Pitágoras, Londres: Fourth Estate, 1997.
21. Sobre alternativas no occidentales para y en ciencia, ver numerosos ensayos de
Ziauddin Sardar, ed., La Venganza de Atenea: Ciencia, Explotación y el Tercer
Mundo, Londres, Mansell, 1988.
22. Ver Deepak Kumar, Ciencia y el Raj, Delhi: Oxford University Press, 1995: y
Deepak Kumar, ed., Ciencia e Imperio, Delhi: Anamika Prakashan, 1991.
23. Ver Ziauddin Sardar, ed., El Toque de Midas: Ciencia, Valores y Entorno en el
Islam y el Occidente, Manchester: Manchester University Press, 1984; Ziauddin
Sardar, Exploraciones en Ciencia Islámica, Londres: Mansell, 1985; y la edición
especial sobre ciencia Islámica en Epistemología Social, 10 (3-4), JulioDiciembre 1996, pp. 253-8, ed. Ahmad Bouzid.
24. Ver, por ejemplo, Susantha Goonatilake, ‘Los viajes de descubrimiento y la
pérdida y redescubrimiento del conocimiento de “Otros”’, Impact of Science on
Society, 167, 1992, pp. 241-64; y los Anales del Congreso sobre Ciencias
Tradicionales y Tecnologías de la India, 28 de Noviembre – Diciembre 1993,
Bombay: Indian Institute of Technology, 1993.
25. El ataque realista continúa en Noretta Koertge, ed., Una Casa Construida sobre
Arena: Desenmascarando lo Mitos Posmodernistas sobre la Ciencia, Nueva
York: Oxford University Press, 1998; la poderosa defensa construccionista la
presenta Thomas Gieryn, Limites Culturales de la Ciencia: Credibilidad en
Juego, Chicago: Chicago University Press, 1999. Combate mano a mano entre
los dos lados se presenta en Social Studies of Science, 29 (2), Abril 1999, pp.
163-315, que está dedicado a las guerras de la ciencia.
26. S.O. Funtowicz y J.R. Ravetz, ‘Tres Tipos de Evaluación de Riesgo y la
Emergencia de la Ciencia Post – Norma’, en –S. Frimsky y D. Golding, eds.,
Social Theories of Risk, Westport, Connecticut: Praeger, 1992, pp. 251-73, p.
254.
27. Ibid.
28. Ibid., p. 255. Para mayor discusión sobre ciencia post – normal ver Jerome
Ravetz, ed., ‘Ciencia Post – Normal’, Edición Especial Futures, 31 (7),
Septiembre 1999.
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