Picasso, Esteban M. La partición de bienes hereditarios por

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Tema 2 1 Escrituras simultáneas y sucesivas
La partición de bienes hereditarios por acto notarial y su
inscripción registral (art. 3462 del Código Civil, art. 16 de
la ley 17.801) ¿Es posible prescindir de la declaratoria de
herederos?
Autor: Esteban María Picasso.
Existe el consenso casi unánime de la comunidad jurídica sobre la necesidad de contar con una
declaratoria de herederos judicial como paso previo a la disposición por los sucesores de los bienes
heredados. La práctica judicial, notarial y registral no se concibe sin la existencia de este instrumento considerado imprescindible.
El objetivo de esta ponencia es poner en crisis dicha convicción, y analizar la posibilidad dentro de
nuestro sistema jurídico de la concreción de particiones y adjudicaciones de bienes en sede notarial
sin el antecedente de una declaratoria de herederos. Sobre todo, y dada la temática de este Congreso, nos interesa considerar el acceso registral de documentos de estas características.
Abordaremos el tema ciñéndonos, a título de ejemplo, al tema de la partición y adjudicaciones de
bienes. Distinción que consideramos importante pues, como veremos, existen sutiles diferencias
entre la redacción de los tres primeros incisos del art. 16 de la ley 17.801 Además nos restringiremos a los casos en que las particiones se realizan entre los herederos forzosos del causante, es
decir aquellos que tienen la posesión hereditaria de pleno derecho a tenor del art. 3410 del Código
Civil. Este supuesto tiene de por sí suma importancia práctica al abarcar la mayoría de las sucesiones que se tramitan en nuestro país.
Antes de considerar si la ley 17.801 permite la inscripción de una partición notarial sin la previa
inscripción de una declaratoria de herederos, debemos fundamentar, como paso previo, que un instrumento de tales características es acorde a nuestro ordenamiento jurídico. Para ello, nada mejor
que releer los artículos pertinentes del Código Civil.
El art. 3410 expresa: Cuando la sucesión tiene lugar entre ascendientes, descendientes y cónyuge, el heredero entra en la posesión de la herencia desde el día de la muerte del autor de la sucesión sin ninguna
formalidad o intervención de los jueces, aunque ignorase la apertura de la sucesión y su llamamiento a la
herencia.
Por su lado el art. 3417 nos dice: El heredero que ha entrado en la posesión de la herencia, o que ha sido
puesto en ella por juez competente, continúa la persona del difunto, y es propietario, acreedor o deudor de
todo lo que el difunto era propietario, acreedor o deudor con excepción de aquellos derechos que no son
transmisibles por sucesión...
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El 3462 nos indica que “Si todos los herederos están presentes y son capaces, la partición puede hacerse
en la forma y por el acto que por unanimidad juzguen convenientes” y una de dichas formas atento el
art. 1184, inc. 2 es por escritura pública, es decir: la partición notarial.
Algunos de estos artículos han sufrido la modificación de la ley 17.711, pero los cambios son intrascendentes en relación al punto que estamos tratando. A la luz de estas normas las preguntas que
debemos hacernos son esencialmente prácticas: ¿Cómo pone en acto el heredero sus derechos?
¿Cómo acredita su particular condición de sucesor, investido de una posesión hereditaria otorgada
por la ley? En el caso especifico que nos ocupa: ¿Cómo se legitima subjetivamente para concurrir
a la partición?
Nuestra respuesta intuitiva y visceral será que con una declaratoria judicial de herederos. Pero
nuestro Código Civil, en su redacción original, no decía una sola palabra sobre estos pronunciamientos. Actualmente la declaratoria sólo es mencionada en el art. 3430 del Código Civil y su
única virtualidad es servir como elemento para caracterizar la buena fe del tercero que contrata
con el heredero aparente. Por su lado el 3410 es clarísimo en su redacción: El heredero entra en la
posesión de la herencia sin ninguna formalidad o intervención de los jueces. Solicitarle a los herederos que pretenden efectuar una partición notarial la presentación de una declaratoria judicial, lo
cual implica la actuación de los magistrados, es colisionar en forma por demás evidente y violenta
con este artículo. Entonces la pregunta sigue en pie: ¿Cómo se legitima subjetivamente el heredero
para concurrir a la partición?
La respuesta es que dado su carácter de herederos forzosos y por ende su posesión de pleno derecho lo único que deben acreditar ante el escribano para proceder a la división de los bienes es el
deceso del causante y el vínculo que los unía con él. Esto, y no más, es lo que exige la jurisprudencia
para que el heredero pueda actuar como actor o demandado ante los jueces, (L.L. 1992-C-367, L.L
1983-C-612) y no existe razón alguna para que en sede notarial se le pida una declaratoria judicial.
Con el acta de defunción así como con las partidas de nacimiento y casamiento correspondientes
demuestran con facilidad los herederos todos los extremos necesarios para efectuar la división de
la herencia.
No es el caso juzgar si esta situación originada en el sistema de posesión hereditaria de pleno derecho pergeñado por Vélez Sarsfield y que no recibiera modificaciones de fondo por la ley 17.7111
es positivo o negativo, si era contradictorio o no con las normas heredadas del Derecho Indiano, si,
en pos de la seguridad jurídica es mejor obligar a todos los herederos a solicitar la posesión judicial de la herencia. Estas controversias, constantemente revividas, han empañado por décadas, y en
grado sumo, nuestra lectura de lo que nuestro Código Civil claramente prescribe: la innecesariedad
de cualquier tipo de actuación judicial para aquellos sucesores que tiene la posesión hereditaria de
pleno derecho.
Pero sin entrar a tomar partido por una u otra posición es necesario tener en cuenta que en nuestra historia jurídica se suscito, y aún continúa, una pugna de ideas entre quienes descreen de una
posesión de la herencia de pleno derecho, aunque fuera reservado a ciertos herederos y, por el
otro lado, quienes defienden las soluciones pergeñadas por Vélez Sarsfield.
Así nuestros primeros comentaristas del Código Civil, Segovia y sobre todo Machado son sumamente críticos de la necesidad de una declaratoria de herederos para el caso que nos ocupa. Éste
último le dedica una larga diatriba a la costumbre notarial, que él atribuye a escribanos influenciados por el Derecho español, de solicitar este tipo de pronunciamientos. Afirma, con toda lógica,
que: La declaración del juez de únicos y universales herederos se hace, sin perjuicio de terceros, y con la
calidad de, en cuanto hubiere lugar por derecho; en estas condiciones, la resolución no agrega valor alguno a la calidad de heredero descendiente o ascendiente que se atribuye al enajenante... ¿Cómo se sabrá
que el enajenante es heredero descendiente o ascendiente? ¿Cómo, que es único heredero o que sólo son
tres o cuatro? Sencillamente por el conocimiento de la familia o de las personas, y si ellos no tienen ese
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conocimiento, el adquirente tiene perfecto derecho para exigir al enajenamiento le afirme por testigos que
pueden figurar en el instrumento, que tiene las calidades que se atribuye, presentándole los documentos
donde así constare, partida de nacimiento, matrimonio de sus padres y de su fallecimiento, para obtener el
convencimiento de que es tal heredero como se titula. En una palabra, el comprador puede exigir, particularmente, que demuestre el vendedor con la exhibición de documentos que es heredero, y con la de testigos
que es único o únicos si son varios los enajenantes. Así, este vacío puede llenarse al otorgarse la escritura
haciendo constar en el título mismo esas circunstancias... No hay, pues, necesidad de declaratoria de herederos desde que la ley pone en posesión de la herencia a los descendientes y ascendientes legítimos por la
muerte del causante, la declaratoria solo tiene lugar para aquellos que deben pedir la posesión judicial, y es
previa la justificación de su derecho que el juez se las concede, eso es lo que importa la expresión del art.
3411, que dice: “acreditando la muerte del autor de la sucesión y su título a la herencia”
El vacío que deja la exigida declaratoria de herederos se llena con ventaja pidiendo particularmente,
sin forma de juicio, esos antecedentes que se dan al juez; y aún más, se puede sustituir por dos testigos respetables que afirmen bajo su palabra que es único o que son los únicos hijos del causante;
eso es más positivo y real que la publicación de edictos que nadie lee, llamando a los herederos. y
concluye... ¿Qué es lo que interesa al comprador? Saber que el heredero es tal como se titula, y que
es el único o que son los únicos descendientes o ascendientes. Eso lo consigue con más seguridad
por los medios privados, que por los judiciales de la declaratoria, que son una vana formalidad, que
no expresan la verdad, ni satisfacen ni convencen.1
En una posición completamente opuesta encontramos a Bibiloni quien arroja conocidos ataques a
la posesión hereditaria de pleno derecho: “Todo este sistema que el derecho nacional no conocía hasta
el Código, no puede coexistir con un sistema racional de estabilidad jurídica. Se ha formado o desarrollado
en el derecho feudal. Se apoya en la notoriedad del parentesco. Esa notoriedad no puede existir sino por la
cohabitación en la aldea. El señor la conoce. Los aldeanos saben que tal persona tenía uno, dos, diez hijos.
Que deja viuda. Que no tenía más herederos que sus padres. Que ambos viven. Que uno había fallecido, etc.
E importa poco que al tercero se le pruebe el parentesco alegado con documentos directos. Siempre quedará la grave cuestión de la existencia de herederos concurrentes o preferentes: art. 3416. Si se reflexiona
que en las ciudades las gentes no se conocen, o aunque se conozca al causante, poco o nada se sabe de
sus herederos; que puede no ser legítimo el que se dice tal, y pretenda muerto al que está vivo, o ausente,
o distanciado de su familia; que en el extranjero, el comerciante, el fabricante, tiene bienes y que allí nada
se conoce de su situación de familia, si el parentesco, en definitiva, contra lo que presupone el art. 3410,
no prueba nada sobre la existencia de herederos que tienen derecho a los bienes, ¿qué sistema de crédito
puede fundarse sobre bases tan inseguras? Mucho más prudente era el derecho español, que exigía la
intervención judicial para declarar herederos a quienes tienen título para recoger los bienes”2
Vemos así dos posiciones claramente antagónicos. Una, que se apoya en el Código Civil y proclama
lo superfluo de la declaratoria judicial. Otro que exige la intervención judicial para que el sucesor
sea puesto en la posesión de los bienes hereditarios. En el plano de la práctica triunfo el segundo,
quien contó con algunas auxilios que le permitieron imponerse, en los hechos, frente a las claras
preceptivas del Código Civil. Uno de ellos es la resistencia frente a la novedad impuesta por Vélez
Sarsfield de una posesión de pleno derecho ya que como sostienen varios autores la misma no
existía en el derecho indiano, aunque Machado, como hemos visto, no comparte esa posición. Otra
fue que la posesión de pleno derecho, en su redacción original, se restringía a los ascendientes y
descendientes legítimos del causante. Se excluía así a varios sucesores, entre ellos al cónyuge lo cual
obligaba a tramitar un proceso sucesorio para que se hicieran con la posesión. Otra motivo
1 Machado, José Olegario, Exposición y Comentario del Código Civil Argentino, Bs. As. 1901, t.VIII, pag. 596.
2
Bibiloni, Juan Antonio, “Anteproyecto de reforma al Código Civil” Tº III, pag. 401, Buenos Aires, 1940
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más que se apunta para explicar el abandono de la partición notarial es el referido al impuesto a
la herencia, gravamen de complicada liquidación.
Pero la colaboración más importante que recibieron los críticos de la posesión hereditaria de pleno derecho para imponer sus ideas es la creación de los registros inmobiliarios, los cuales habrían
exigido la declaratoria judicial como paso previo a la disposición de los bienes por los herederos.
Así nos dice Lafaille: Ningún hijo legítimo podría presentarse ante un escribano, como en Francia, para
vender un inmueble de su padre fallecido, por no constar el dominio inscripto a su nombre en el registro
de la propiedad y porque no habiendo hecho la comprobación de su vínculo de familia, no habría forma
de liquidar el impuesto a la herencia. Es una ventaja que así sea, porque la declaratoria de herederos llena
mejor que el acta de notoriedad los fines que ambas se proponen3
Pese a estas afirmaciones tenemos perfectamente documentadas particiones notariales inscriptas
en el Registro de la Propiedad Inmueble de la Provincia de Buenos Aires hasta el año 19114 y Molinario también reporta estos actos en la Provincia de Santa Fe para los primeros años del Siglo XX5.
Sin embargo es un hecho innegable que las particiones notariales fueron desapareciendo de nuestra
práctica del derecho sin que ninguna noticia haya quedado, por lo menos hasta donde nuestras investigaciones alcanzan, de las discusiones, si las hubieron, entre los notarios que pretendían inscribir
estas escrituras y los registradores que vedaban su paso a los registros.
Pero lo más importante de todo es que dado el tiempo transcurrido desde los últimos instrumentos de este estilo, (ya casi nos acercamos a los cien años) esta modalidad de efectuar la partición
notarial ha caído en un completo olvido pese a seguir firmemente enraizada en las disposiciones del
Código Civil. Frente a ella se ha erigido triunfante la costumbre inveterada de solicitar la declaratoria judicial de herederos. Nuestros estudios, nuestra doctrina, nuestra jurisprudencia, en algunos
casos hasta la legislación y sobre todo nuestra práctica cotidiana, en fin, hasta nuestros hábitos
mentales descansan en un pronunciamiento judicial que el Código Civil proscribe por innecesario
en la mayoría de las transmisiones hereditarias.
En el caso que nos ocupa todo ello ha terminado por conformar una particular visión que afirma,
como ya lo dijere Lafaille y en la actualidad lo hace el Dr. Zannoni6 que estas escrituras no se puedan instrumentar porque los Registros Inmobiliarios no las inscriben, por lo cual los sucesores “a
despecho de las normas generales sobre propiedad y posesión de la herencia...deberán peticionar
judicialmente el reconocimiento de su calidad de heredero...”7 Vemos así que, hoy como ayer, la actividad registral se erige como una barrera para la aplicación plena de los preceptos concernientes
a la posesión hereditaria de pleno derecho. Se trata, por otro, lado de una profecía auto-cumplida
pues, hasta donde sabemos, nunca se ha instado por la inscripción de estos documentos ni considerado desde lo teórico la legitimidad de los obstáculos que se avizoran para su registración.
Entendemos que el análisis correcto de la cuestión debe seguir el camino adoptado en este trabajo.
Primero analizar la procedencia de estas escrituras de partición en nuestro derecho de fondo y
luego bregar por su registración.
En este orden de ideas creemos haber demostrado que es posible realizar una partición notarial
sin contar con la declaratoria de herederos. Que reclamar dicho requisito es chocar abiertamente
contra el art. 3410 del Código Civil y exigirle a los herederos cumplimentar diligencias de las cuales
han sido en forma expresa y contundente liberados por el mismo ordenamiento civil.
Es necesario recalcar que un acto de estas características será plenamente válido y eficaz entre los
herederos pues así lo afirma el art. 2505 del Código Civil ya que la inscripción juega en relación a los
3 Fornielles, Salvador, “Tratado de las sucesiones” pag. 238, Buenos Aires, 1958.4 Calvo, Juan Luis. “Actas de notoriedad, notariales y extraprotocolares” Ediciones Librería Jurídica, La Plata, 1969
5 Molinario, Alberto D “Derecho sucesorio y derecho registral inmobiliario” LL 1976-B, pag. 537
6 Zannoni, Eduardo A., “Derecho Civil. Derecho de las Sucesiones”, pag 464. Buenos Aires, 1983.
7 idem
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terceros y no a las partes otorgantes “La adquisición o transmisión de los derechos reales sobre inmuebles, solamente se juzgará perfeccionada mediante la inscripción de los respectivos títulos en los registros
inmobiliarios de la jurisdicción que corresponda. Estas adquisiciones o transmisiones no serán oponibles a
terceros mientras no estén registradas”
Esta idea se encuentra reforzada por la propia ley 17.801 que en su artículo 20 dispone: “Las partes,
sus herederos, y los que han intervenido en la formalización del documento, como el funcionario autorizante
y los testigos en su caso, no podrán prevalecerse de la falta de inscripción, y respecto de ellos el derecho
documentado se considerará registrado. En caso contrario, quedarán sujetos a las responsabilidades civiles
y sanciones penales que pudieran corresponder.
Es decir que la partición notarial, en ausencia de la declaratoria judicial, será un acto legalmente
válido y plenamente eficaz para los herederos intervinientes. Así lo afirma expresamente el Dr.
Zannoni: “Los acuerdos sobre la partición pueden concluirse entre los herederos, incluso con anterioridad
a la declaratoria de herederos..., sin perjuicio de que su oponibilidad exiga, por razones de publicidad registral, el reconocimiento posterior del carácter hereditario8. Es un punto de partida que, por las razones
antedichas, no es ocioso reiterar. No es una partición notarial a la cual le falta una declaratoria de
herederos, es una partición notarial que no necesita de una declaratoria de herederos.Y con dicha
convicción es necesario instar a su inscripción registral.
El acceso de la documentación al registro no choca con ningún principio de la registración como
pareciera insinuarlo el Dr. Zannoni. La función que cumple la declaratoria de herederos es reemplazada por la calificación que hace el notario en cuanto a encontrarse reunidos los requisitos de
la transmisión sucesoria. Citando las palabras del Esc. Ventura podemos decir: “El cotejo entre la
identidad del causante, al transmitirse legalmente el bien a sus herederos, lo efectuará pues el autor del
documento a inscribir, sin paso previo por la calificación registra. Por ello se ha dicho que en el tracto abreviado se combina la legitimación registral con la legitimación extrarregistral, sea judicial o notarial”9 La única
diferencia es que en el instrumento bajo análisis la calificación del notario no se realiza en base a una
innecesaria declaratoria judicial sino a la aplicación lisa y llana de las normas del Código Civil.
Y entendemos que no existe obstáculo alguno dentro de la ley 17.801 y mucho menos en los casos
de particiones contemplado en el art. 16 inc. c) que se oponga a la inscripción de estos documentos.
Obsérvese que ni siquiera encontramos aquí la expresión “herederos declarados” la cual campea
en los dos artículos precedentes.
Pero claro está que no podemos desatendernos de este adjetivo que se constituye en la piedra de
fuste sobre la cual descansa la pretensión registral de una declaratoria judicial de herederos. A nuestro juicio el vocablo no tiene la importancia que pretende dársele.10 y constituye sólo una de esas
expresiones innecesarias que en afán de una mayor claridad en la redacción se deslizan en los textos legales. Ejemplos de estas situaciones no faltan en el primer inciso del art. 16. López de Zavalía
con su recordado espíritu zumbón le reprocha la referencia a las obligaciones contraídas en vida del
causante señalando que no se las puede contraer luego de muerto, y la innecesaria distinción entre
“contratos y obligaciones contraídas”11 Así también es ociosa la referencia a los representantes, ya
que es una simple aplicación del derecho de fondo.
En cuanto a el adjetivo “declarados” se advierte que es absolutamente innecesario y el artículo no
pierde claridad ni precisión al prescindir de él. Aún sin su presencia es obvio que el Registro sólo
tendrá como heredero del titular a quien acredite dicha situación por los medios legales. Para el
8 Zannoni, op. cit, pag. 685
9 Ventura, Gabriel B “Tracto abreviado registral”, pag. 183
10 Especialmente lo destaca Zannoni en la nota 14, “Derecho Civil. Derecho de las Sucesiones”, pag 464
11 López de Zavalía, Fernando J. “Curso introductorio al Derecho Registral”, pag. 347, Buenos Aires, 1983
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registrador todo sucesor lo será en la medida que este, de una u otra manera, legitimado como tal,
“declarado”, de no estarlo no es heredero ni es nada. Así, por ejemplo, los sucesores de los herederos, a los cuales hace referencia el inc. b) también deben probar su calidad de tales aún frente a la
ausencia del adjetivo “declarados”.Y también es una absoluta obviedad aseverar que quienes hagan
la partición y adjudicación de los bienes hereditarios deberán acreditar su condición de herederos
aunque nada diga el inciso c) del artículo 16.
A nuestra entender este vocablo superfluo se explica por las razones apuntadas con anterioridad.
La prédica sobre la declaratoria de herederos y la práctica jurídica que gira en torno a ella han
terminado por opacar completamente nuestra visión sobre las posibilidades que brinda el Código
Civil a los herederos para realizar todo tipo de actos sin recurrir a la declaratoria. Están ahí, constituyen nuestro derecho vigente, pero simplemente no las vemos. Esto no es un hecho inusitado en
la historia de la ciencia: la imposibilidad de desprenderse de determinados preconceptos obra como
un condicionante de la aprehensión de la realidad.
Este fenómeno se observa, a nuestro entender, con mucha nitidez en el campo notarial. Colegas de
una inconmensurable formación como juristas, mentes brillantes en todo sentido, realizan extenuantes esfuerzos intelectuales buscando la inserción de los escribanos en los procesos sucesorios.Y sin
embargo no pueden considerar que dichos procesos son, en la mayoría de los casos, absolutamente
innecesarios porque la posesión de pleno derecho, conjugada con la actividad notarial tal como fue
diseñada por Vélez Sarsfield, los reemplaza con igual eficacia. Evidentemente estamos presos dentro
de lo que Thomas Kuhn, filosofo de la ciencias, denomina un paradigma: un consenso bajo el cual
operan los especialistas de la ciencia. En no pocas oportunidades, este entorno puede llegar a convertirse en una rémora para el progreso científico. Así el paradigma que afirmaba la inmovilidad de la
tierra en el centro del universo dificulto durante siglos la interpretación de los fenómenos celestes.
Los redactores de la ley 17.801 también rinden su modesto tributo al paradigma de la declaratoria
de herederos. Dentro de esta cosmovisión jurídica todo sucesor necesita este pronunciamiento
para ser tenido como tal en el mundo extra-registral. En este orden de ideas, hacer constar que el
heredero debe ser “declarado” puede ser tachado de superfluo, pero nada agrega ni quita a los fines
de la ley. Simplemente no se concibe un heredero sin declaratoria.Y no se concibe una declaratoria
que no sea judicial.
Lo que queremos hacer notar es que no puede verse en la palabra “declarado” un propósito deliberado de excluir a la partición notarial sin declaratoria. No lo puede haber porqué para el legislador,
porqué para una formidable mayoría de profesionales, ese supuesto es tan inconcebible como ver
aparecer un minotauro en la puerta del Registro. No existe y por ende no hay necesidad de poner
obstáculos a su paso.
Sostener la posición contraria, es decir afirmar que el legislador adoptó esa redacción con la firme intención de privilegiar la actuación judicial sobre la notarial, es una tesis que, a nuestro juicio,
carece del mínimo sustento. Tendríamos que pensar que los autores de la ley actuaron en forma
subrepticia y por demás esquiva ya que ni en discusiones anteriores a la sanción de la norma ni en
comentarios posteriores se arrogaron para sí el mérito de haber ocultado dentro de los términos
de la ley un brulote con la capacidad necesaria para hacer saltar en pedazos todo el andamiaje
construido por Vélez Sarsfield en torno a la posesión hereditaria de pleno derecho.
Es interesante hacer constar que “declarados” no figuraba en el Anteproyecto de ley del Registro
de la Propiedad para la Provincia de Buenos Aires redactado por los Dres. Edgardo Scotti y Miguel
Falbo12, pero sí lo hacía en el Decreto Ley 11.643/63, y en la ley de Registro para la Capital Federal
Nro. 17.417, directos antecedentes de la ley 17.801. Entendemos, por las razones expresadas, que el
cambio no reviste la menor trascendencia ya que creemos que ni los redactores originales buscaban
12 Scotti, Edgardo A “Apuntes al Derecho Registral Argentino” Ed. FIDES, Buenos Aires, 2002.
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evitar la declaratoria de herederos ni quienes agregaron el adjetivo reforzar su utilización. Todos
participaban de la misma visión de la obligatoriedad de la declaratoria.
Por otro lado en la tesis que los Dr. Scotti y Falbo presentaran sobre el proyecto de la ley nacional
y que fuera presentada en la III Reunión Nacional de Directores de Registro de la Propiedad no se
realiza, al tratar los artículos 15 y 16, ninguna mención sobre este punto que hoy consideramos. ¿La
razón de esto? El tratamiento de la cuestión era intrascendente. No se concebía la inscripción sin
declaratoria.Si desempolvamos la partición notarial en su concepción original, si advertimos que, sin duda alguna, forma parte de nuestro derecho vigente, si podemos abandonar el paradigma mental que gira alrededor de la declaratoria, podremos ver el yerro que implica asignarle a la palabra “declarados” un
valor trascendente. Concedérselo es tanto como afirmar que la ley registral tiene entidad suficiente
para modificar el Código Civil y proscribir la inscripción de instrumentos legalmente constituidos.
Existen dos argumentos más que demuestran, a nuestro juicio, la intrascendencia que se asignaba
al adjetivo “declarados”. Uno de ellos es que el artículo en cuestión tiene por antecedente directo
uno de similar redacción incluido en la ley 17.417, norma que organizaba el registro inmobiliario
de la Capital Federal y Territorios Nacionales. El mensaje de elevación fue suscripto por el Dr. Guillermo Borda quien asevera que “el proyecto no modifica precepto alguno del Código Civil”13 (en
el sentido de colisionar porque en tanto ley local no tenía por objetivo alterar la redacción del C.
Civil) Es decir que el sentido de la norma era respetar escrupulosamente el ordenamiento de fondo.
A idéntica redacción no es posible sostener que la intención del legislador nacional era diametralmente opuesta, es decir impulsar una revolución copernicana dentro del Código Civil.
Por último entendemos que quien afirme que el vocablo “declarados” ha sido colocado por el legislador con ánimo preciso y con toda la intención de desterrar la práctica notarial de la partición
sin declaratoria de herederos debe explicar porque la palabra resplandece por su ausencia en el inc.
c). A nuestro parecer no es coherente considerar al autor de la norma dueño de un aguda sutileza
para abrogar normas del Código Civil cuando a renglón seguido, literalmente hablando, se olvida de
insertar la palabrita de la cual tanto hemos hablado a lo largo de esta ponencia.
Se ve así que concedemos, con absoluta buena fe, que no puede quedar dudas que la palabra “declarados”, en la intención del legislador, hace referencia a la declaratoria de herederos. Pero no
podemos ir más allá. De ninguna manera se puede considerar que derogue o limite las disposiciones
del Código Civil. Por ello el vocablo en cuestión debe ser interpretado teniendo en consideración
todo nuestro ordenamiento legal y no sólo el que por error manifiesto el legislador consideraba
vigente.
En este orden de ideas, el Esc. Jorge Del Cerro en una ponencia presentada en el XII Congreso de
Derecho Registral argumenta a favor de una declaratoria de herederos dictada por los notarios
como forma de instrumentar el título de heredero para su inscripción en los registros. Compartimos en lo sustancial la tesis allí sustentada. Es más, consideramos que los escribanos pueden en
la actualidad labrar este tipo de instrumentos atento las disposiciones del Código Civil y de las
normas que regulan el ejercicio notarial en la mayoría de las demarcaciones.
Pero, a nuestro entender, las bien fundadas consideraciones del Esc. Del Cerro nos alejan un poco
del centro de la cuestión y nos acercan a otras polémicas que están más cerca del Código de Procedimientos que del Código Civil. Este último, como ya hemos dicho, no prescribe ningún tipo de
declaratoria, ni judicial ni notarial, para que los herederos puedan proceder a la partición. Solicitar
un instrumento autónomo, bajo el procedimiento que sea, para “declarar” herederos a los mismos
13 ADLA XXVII-B, Pag. 1671
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que ya han sido declarados tales por la ley y a los cuales también les reconoce la posesión hereditaria, seguirá siendo una exigencia “contra legem” sea quien sea el funcionario que la realice.
La única “declaración” que el Registro puede pretender es la implícita en la legitimación subjetiva
efectuada por el escribano al proceder a la escritura de partición. En dicho acto el notario tiene
por fallecido al causante con el acta de defunción respectiva y a los presentados como herederos
del fallecido atento a las partidas de nacimiento y actas de casamiento. Cómo ya hemos dicho nada
más necesita el escribano, atento el Código Civil, para tener a los otorgantes como herederos del
causante y nada más tampoco necesita el Registro.
Conclusiones:
Atento lo preceptuado en los art. 3410 y 3417 del Código Civil la partición de bienes realizada en
sede notarial por los sucesores que tienen la posesión hereditaria de pleno derecho no requiere el
dictado de una declaratoria de herederos en sede judicial.
Por ende el dictado de la declaratoria judicial de herederos no es recaudo exigible para proceder a
la inscripción de dichos instrumentos en sede registral.
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