El papel de los riesgos en las sociedades contemporáneas

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EL PAPEL DE LOS RIESGOS EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS.
En: Ayala Carcedo y Olcina Cantos: Riesgos naturales, Barcelona, Ariel, pp. 75-88.
Leandro del Moral Ituarte (*)
Mª Fernanda Pita López (**)
(*)Departamento de Geografía Humana. Universidad de Sevilla
(**)Departamento de Geografía Física. Universidad de Sevilla.
Consideraciones previas en torno al riesgo
El riesgo, en su doble acepción de probabilidad de ocurrencia de un peligro o daño, y
de asunción voluntaria de ese peligro, ha estado presente en las sociedades de todas las
épocas y constituye un magnífico escenario en el que observar y analizar las relaciones
que el hombre establece con su medio. El riesgo (el cálculo y la exposición a las
amenazas procedentes del medio) expresa la faceta negativa de tales relaciones, en
oposición al lado positivo constituido por los recursos, a través de los cuales las
sociedades actualizan y se apropian de los múltiples beneficios que el medio también
puede ofrecer.
En realidad ambos términos, recursos y riesgos, constituyen la vertiente antrópica y
social de la naturaleza, en el sentido de que en su propia definición es imprescindible
la presencia humana; constituyen las dos dimensiones fundamentales que la naturaleza
adopta - positiva o negativa, benevolente o malévola- cuando es utilizada y
contemplada por el hombre: positiva y benevolente en el caso de los recursos; negativa
y malévola, en el de los riesgos. En las sociedades tradicionales la gestión de los
recursos ocupaba lo esencial de las interacciones hombre-medio; en las sociedades
contemporáneas -paralelamente al ‘fin de la naturaleza’, al que más adelante nos
referimos- ese protagonismo se ha roto en beneficio de los riesgos. En primer lugar,
porque en los últimos años las nuevas tecnologías han consagrado a la información
como el gran recurso con que cuentan los grupos humanos para su instalación en el
mundo, relegando a un segundo lugar los recursos ofrecidos por la naturaleza; además,
porque este mismo avance tecnológico ha propiciado una intervención cada vez más
potente sobre el medio, dando lugar a la aparición de nuevos riesgos o a la
exacerbación de otros ya existentes.
Pero no hay que olvidar que el término riesgo implica no sólo la idea de peligro y
destrucción, sino también las ideas de elección, cálculo y responsabilidad. La
perspectiva del riesgo sobre un determinado tema tiene sentido sólo cuando ese tema
deja de ser visto como fijo o inevitable y se contempla como sujeto a intervención
humana. Como dice Anthony Giddens: “Riesgo (risk) no es exactamente lo mismo que
peligro (danger). El riesgo se refiere a los peligros que nos planteamos afrontar y
evaluar activamente1” (Giddens, 1998, p. 64). Por este motivo, la noción del riesgo sólo
alcanza una difusión amplia en sociedades orientadas al futuro y que se plantean éste
como un territorio a conquistar y colonizar.
1
Traducción de los autores.
1
Parece que la idea de riesgo tomó cuerpo en los siglos XVI y XVII, acuñada
inicialmente por los exploradores portugueses y españoles y relacionada directamente
con la navegación por océanos no cartografiados. En este sentido, inicialmente la idea
de riesgo estaba orientada hacia el espacio; casi paralelamente, su significación se
transfirió al tiempo, al usarse en la banca y en los negocios en relación con el cálculo de
las consecuencias probables para acreedores y prestamistas de las decisiones de
inversión. Desde entonces, en el proceso de modernización ha adquirido cada vez más
presencia todo aquello que no se impone al ser humano por la herencia ni por el medio
geográfico ni por la inercia social; cada vez más aspectos de la vida salen del terreno de
lo natural e inevitable para convertirse en objetos de decisión y responsabilidad, aunque
estas decisiones, adoptadas en un marco de creciente incertidumbre -concepto
fundamental al que más tarde nos referimos- tengan frecuentemente consecuencias poco
o nada anticipables. Este proceso es el que explica la expansión del riesgo en la
sociedad contemporánea, aparte del crecimiento del riesgo real, físico.
En ese sentido, el riesgo no es solamente un fenómeno negativo, algo que debe siempre
ser evitado o minimizado a cualquier coste. También puede ser contemplado como un
factor estimulante en una sociedad que ha roto sus amarras con la tradición y con la
naturaleza, abriéndose a la innovación y creando nuevas oportunidades (cuadro 1).
Nadie puede escapar del riesgo pero, de acuerdo con Anthony Giddens, hay una
diferencia básica entre la ‘experimentación pasiva’ y la ‘exploración activa’ del riesgo.
Una vez que se han roto amarras con la tradición y la naturaleza, se tienen que tomar
decisiones sobre los acontecimientos futuros y se tienen que asumir las
responsabilidades por sus consecuencias (las nuevas tecnologías de reproducción
asistida son un ejemplo adecuado). Los dos aspectos del riesgo, el positivo y el
negativo, aparecen inexorablemente imbricados desde el principio de la moderna
sociedad industrial. El riesgo es uno de los factores dinamizadores de una sociedad
orientada al cambio, que pretende dirigir su propio futuro en lugar de abandonarlo en
manos de las determinaciones de la religión, la tradición o la naturaleza. El capitalismo
moderno se diferencia de todos los sistemas económicos y sociales anteriores en su
actitud hacia el futuro, en el que se sumerge por medio del cálculo de los beneficios y
pérdidas futuras, es decir, del riesgo, en un proceso de interacción continuo. Por este
motivo, en el centro del debate sobre el riesgo se sitúan las cuestiones relacionadas con
la capacidad de decisión, con el poder: una de las mayores preocupaciones del debate
actual sobre los riesgos es, precisamente, cómo y con qué criterios se deben adoptar las
decisiones sobre el riesgo, quién tiene que asumir las responsabilidades que tales
decisiones comportan, quién garantizará cierta seguridad si las cosas no funcionan bien,
cómo y con qué recursos se conseguirá que así sea. En este sentido los riesgos se
convierten cada vez más en el espejo en el cual se reflejan con fidelidad las relaciones
que se establecen entre el hombre y su medio, y entre los hombres entre sí.
Pero, independientemente de este nuevo papel que los riesgos ocupan en la sociedad
actual, que intentaremos desarrollar y precisar a lo largo de este texto, todas las
sociedades han tenido que hacer frente a los riesgos y han intervenido sobre ellos de
diversas maneras. Estas intervenciones suelen ir destinadas a cubrir dos objetivos
básicos:
a) Intentar aminorarlos, ya sea a través de la reducción de su probabilidad de
ocurrencia, ya de la minimización de las pérdidas que generan. En este objetivo la
2
tecnología juega un papel clave junto con la gestión eficaz de los procesos del
medio natural y la ordenación del territorio.
b) Intentar gestionarlos de la mejor manera posible a través de compensaciones,
redistribución de pérdidas, asignación de responsabilidades y, en suma, regulaciones
a través de las cuales el desastre se haga más llevadero. El derecho y la economía
constituyen aquí los instrumentos clave, aliándose
ambos de manera
especialmente neta en el caso de las compañías aseguradoras.
Además, a través de estas intervenciones y de la forma concreta que adoptan, cada
sociedad establece lo que considera su nivel de riesgo aceptable, que se podría
considerar la fracción conocida y asumida del riesgo residual2. Porque siempre persiste
un determinado nivel de riesgo a pesar de las medidas emprendidas para luchar contra
él. La eliminación total de los riesgos es en la mayoría de los casos técnicamente
imposible, pero, incluso en el caso de que la tecnología disponible permitiera este logro,
los costes económicos, energéticos y de todo tipo serían tan elevados que harían
desaconsejable su aplicación. En consecuencia, el nivel de protección adoptado en
cada caso es de estricta responsabilidad social. Pero el ejercicio de esta responsabilidad
no suele ser fácil. En algunos casos en los que los riesgos vienen asociados a grandes
beneficios y oportunidades la decisión es especialmente difícil y en ella se ponen de
manifiesto algunas características del conjunto social que en otros procesos son difíciles
de apreciar. El caso de las llanuras de inundación es paradigmático en este sentido por
aliar a un nivel de riesgo considerable enormes oportunidades derivadas de la fertilidad
de las tierras, la disponibilidad de agua, las facilidades para la comunicación, etc.
(CALVO GARCÍA TORNELL, F, 1984).
Los momentos de transición entre fases económicas diferentes son muy importantes en
este sentido y, de hecho, puede afirmarse que el avance económico va
indisociablemente unido a la evolución del riesgo. Cada fase de crecimiento social y
económico se ha acompañado del surgimiento de nuevos riesgos que han sido la
condición de posibilidad del propio progreso. Este, a su vez, ha generado el
correspondiente abanico de medidas para luchar contra ellos y situarlos en el justo nivel,
de tal manera que no llegaran a
convertirse en obstáculos que frenaran
irreversiblemente el propio crecimiento.
Los mecanismos del seguro han sido una pieza básica en este proceso (seguro para el
transporte de mercancías por mar en el surgimiento de la economía de mercado, seguro
de incendios para la expansión de las ciudades, seguro de accidentes laborales para la
puesta en marcha de la Revolución Industrial y tantos otros) y, de hecho, han
acompañado siempre muy estrechamente la marcha de la economía estableciendo en
2
Aunque de uso casi universal, el término riesgo aceptable puede resultar confuso en el sentido de que
frecuentemente no resulta evidente que los riesgos sean realmente aceptados por aquellos que los tienen
que soportar. El nivel de riesgo puede ser simplemente impuesto, alcanzable, práctico o aquél sobre el
que los expuestos al mismo son persuadidos que es adecuado. Cuando los riesgos son impuestos más que
asumidos voluntariamente, se da una tolerancia pasiva hacia el riesgo, más que una aceptación activa de
los mismos. Este tema conduce a la cuestión de los mecanismos de decisión sobre los riesgos. Para un
perspectiva sobre la consideración cuantitativa del riesgo económico y social aceptable, ver AYALACARCEDO, en prensa.
3
cada caso el balance entre riesgo y seguridad necesario para la continuación del proceso
(ATTALI, J, 1997)3.
La época que vivimos constituye una de estas épocas de tránsito a las que acabamos de
aludir. En ella parecen detectarse cambios importantes en el papel jugado por los riesgos
en la sociedad y en la valoración de aquellos por parte de ésta. La aparición de nuevos
tipos de riesgos tales como los riesgos ambientales globales, los riesgos asociados a la
tecnología nuclear, a la biotecnología o los errores médicos están en el origen de este
cambio, que se traduce en un aumento creciente del protagonismo del riesgo en el
conjunto de la sociedad y en la aparición de un nuevo paradigma para su gestión. El
cambio del papel y de las mismas posibilidades del seguro en relación con los nuevos
riesgos, constituye un fenómeno inédito. Es ya bien conocida la propuesta de denominar
a la sociedad actual “sociedad del riesgo” (Risikogesellschaft, Risk Society) para aludir
a esta nueva situación (BECK, 1992, GIDDENS, 1998).
Evolución de la concepción del riesgo en la contemporaneidad
Vamos a situar el análisis de estos cambios recientes enraizándolos en sus orígenes, en
el siglo XIX, momento en el que, con ritmos diferentes según los países, se está
llevando a cabo la Revolución Industrial y ya se ha implantado el capitalismo como
sistema económico hegemónico, poniéndose así los cimientos sobre los cuales descansa
la sociedad actual.
1. La gestión de los riesgos en el siglo XIX: la responsabilidad y la previsión como
paradigmas dominantes.
La responsabilidad individual y la previsión se imponen como principios rectores de la
gestión de los riesgos durante el siglo XIX, aprovechando el caldo de cultivo
constituido por el liberalismo entonces imperante. En este caldo de cultivo la estrategia
global de regulación social se inspira en la norma de que nadie puede transferir a otros
las cargas de lo que ocurre, que se derivan esencialmente de errores individuales en la
consideración de la realidad, incluidas las propias leyes de la naturaleza. El error se
asocia inmediatamente a la culpa, también individual, y de ahí se deriva el principio de
la responsabilidad personal como pilar fundamental en la gestión del riesgo. A su vez,
la responsabilidad convierte la seguridad, no en un derecho como suele ser habitual en
nuestros días, sino en un deber, e impone la previsión como virtud indispensable en la
lucha frente a los riesgos.
En realidad, el paradigma de la responsabilidad y la previsión es coherente no sólo con
el liberalismo dominante, sino también con la existencia de una naturaleza dominadora
ante la cual poco puede hacer todavía una ciencia y una tecnología aún incipientes. Es
también coherente con una sociedad en la que claramente las obligaciones morales se
imponen aún frente a las jurídicas (EWALD, F. 1997)
3
En cierta medida, el seguro es el punto de referencia en relación con el que cual la sociedad está
dispuesta a asumir riesgos. El seguro sólo se puede concebir cuando la sociedad cree en un futuro
construido humanamente, al margen del destino; es uno de los medios de poner en práctica esta
construcción, directamente relacionada con la concepción del riesgo y de la actitud de la sociedad hacia
él. Aunque el seguro se refiere al hecho de proporcionar seguridad, en realidad se basa en el riesgo: los
que proporcionan seguro, ya sea en la forma de seguro privado o a través del estado de
bienestar, se dedican básicamente a redistribuir riesgo
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2. La solidaridad y la prevención como modelos dominantes en la gestión de los
riesgos durante el siglo XX.
El modelo basado en la responsabilidad y la previsión caerá en el siglo XX ante el
empuje de una sociedad industrial ya en pleno desarrollo que debe hacer frente a
riesgos generalizados y masivos tales como el riesgo de accidente laboral o el de
jubilación. El nuevo enfoque de mitigación de estos riesgos serán el detonante de un
cambio de modelo que luego se impondrá en el tratamiento de todos los demás.
La principal modificación que ahora surge respecto al modelo anterior es la abolición de
la noción de culpa y su sustitución, precisamente, por la de riesgo. Ya no se trata de
averiguar quién es el culpable del accidente, sino de dilucidar quién tiene que asumir
sus costes. Y en esta asignación se opta por un modelo basado en la solidaridad, de
forma tal que los costes se imputan directamente a la empresa – independientemente de
la actitud del trabajador – e indirectamente al conjunto de la sociedad. El riesgo se
convierta así en una noción estadística y la responsabilidad deja de ser una cualidad del
sujeto para convertirse en la consecuencia de un hecho social (EWALD, 1997). Se va
imponiendo así un derecho progresivo a la indemnización basado en el seguro, pero no
ya en un seguro individual, sino en un seguro colectivo que va cubriendo cada vez más
parcelas de la vida: accidente laboral, jubilación, enfermedad, contaminaciones
marítimas, desastres naturales, accidentes de automóviles etc. Por esta vía el siglo XX
acaba sustituyendo la responsabilidad por la indemnización.
La virtud acorde con esta actitud es la prevención, es decir, el intento también colectivo
de disminuir los riesgos. Desde el momento en que éstos ya no son atribuibles a errores
humanos sino a errores generales de organización, es esta misma organización la que
debe intentar minimizarlos, y éste es el momento en que empiezan a implantarse
campañas de prevención ante todo tipo de riesgos y accidentes: prevención de las
enfermedades, de los accidentes laborales, de los accidentes de tráfico etc.
Estas campañas llevan implícitas dos concepciones básicas: en primer lugar una fe casi
ciega en una ciencia y en una técnica muy potentes y capaces de controlar los riesgos y
accidentes casi en su totalidad, si no eliminándolos, sí reduciendo mucho su
probabilidad de ocurrencia. En segundo lugar, la de que los riesgos y accidentes
constituyen una parte inexcusable del progreso, aunque una parte, desde luego,
reducible. Es una visión utópica en un doble sentido: la creencia en la capacidad de la
ciencia para eliminar o reducir en gran medida las fuentes del riesgo, y la fe en los
grupos humanos para resolver de forma colectiva los riesgos residuales.
3. Un nuevo paradigma para el siglo XXI: la seguridad y la precaución.
Las postrimerías del siglo XX han asistido al nacimiento de nuevos tipos de riesgos
ambientales, tecnológicos y aquellos derivados de los errores de la medicina y la
biología, que han conmocionado profundamente el paradigma de la responsabilidad y
la previsión. El cambio climático y, más genéricamente, el cambio global, podría ser el
arquetipo de los primeros; en el capítulo de los riesgos tecnológicos podemos citar
accidentes como los de Bhopal (1984) o Chernobyl (1986) en la escena internacional o,
más cercano en el espacio y en el tiempo, la rotura de la balsa de residuos mineros de la
empresa Boliden-Apirsa en Aznalcóllar (1999), que anegó con sus lodos tóxicos la
ribera del Guadiamar a lo largo de 60 Km., con una superficie directamente afectada de
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más de 4.000 Ha. Los riesgos asociados a la medicina y la biología pueden estar bien
representados por acontecimientos tales como la transmisión de enfermedades graves
y previamente desconocidas (el SIDA por ejemplo) a partir de transfusiones sanguíneas
o las amenazas derivadas de la producción de alimentos modificados genéticamente.
Aunque todavía se suelan presentar diferenciados en riesgos ambientales y tecnológicos,
como si se tratara de tipologías claramente separadas, en realidad son todos riesgos muy
relacionados entre sí, a veces inseparables e indistinguibles. El cambio climático es un
riesgo ambiental y natural, pero en el que la participación del hombre y de la tecnología
son protagonistas a través de la emisión a la atmósfera de gases invernadero, que
resultan ser el detonante fundamental de todo el proceso; en el desastre del río
Guadiamar el carácter tecnológico y el ambiental se mezclan hasta confundirse; y
también participan de un carácter múltiple los riesgos médicos, a los que se asemejan
muchos nuevos riesgos asociados al consumo que han tenido graves repercusiones sobre
la salud, tales como los derivados del consumo del aceite de colza desnaturalizado
(1980) o el episodio más reciente de la llamada enfermedad de las vacas locas (BSE).
Caracteriza también a estos riesgos el hecho de que en ocasiones constituyen amenazas
globales de las que en caso extremo se puede derivar la quiebra del conjunto del
sistema planetario. Son además riesgos que en la mayoría de los casos generan impactos
difícilmente reversibles, lo que acentúa la gravedad de la amenaza y convierte los daños
en irreparables. ¿Cómo evaluar y reparar los impactos derivados del cambio climático?
¿y la pérdida de la biodiversidad?, por no citar sino algunos de los ejemplos más
relevantes en este sentido. Son, por último, riesgos de los que se derivan daños
inciertos. La incertidumbre surge en buena medida del gran lapso temporal que puede
transcurrir entre el evento y el impacto; surge también del hecho de que en muchas
ocasiones habrá que esperar incluso a un nivel más avanzado de conocimientos para
poder siquiera vislumbrar estos impactos.
Todo este conjunto de riesgos, con estas características peculiares, son los que
determinan que en el momento actual el riesgo adquiera una significación especial. La
idea de riesgo no es nueva, es consustancial, como hemos visto, con la modernidad; la
vida en la actualidad no es ni más peligrosa ni más arriesgada que la de las generaciones
precedentes, pero el balance de los riesgos y los peligros ha cambiado. En el mundo
actual los desastres generados por el ser humano, por el impacto de nuestro creciente
conocimiento y capacidad de intervención sobre el medio, son tan amenazantes o más
que los procedentes del exterior, de la tradición y la naturaleza. Algunos son
genuinamente catastróficos, como el riesgo ecológico global o la proliferación nuclear.
Otros nos afectan individualmente de manera más directa, como los relacionados con la
alimentación, la medicina o el colapso de los sistemas informáticos.
La nueva significación y la relevancia del riesgo ha conducido a formular el concepto de
la sociedad del riesgo, que “describe un estadio de la modernidad en el cual los
desastres (hazards) producidos con el crecimiento de la sociedad industrial se
convierten en predominantes” (BECK, 1996, p. 28-29). De acuerdo con esta idea, los
países desarrollados han evolucionado desde sociedades en las que el problema central
es la distribución desigual de la riqueza socialmente producida, minimizando al mismo
tiempo los efectos colaterales (pobreza, marginalidad), hasta el paradigma de la
sociedad del riesgo, en la que la prevención, la minimización o amplificación y la
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distribución de los desastres producidos como consecuencia de la modernización se
convierten en temas cruciales.
La vieja sociedad industrial, cuyo eje principal era la distribución de ‘bienes’, ha sido o
está siendo desplazada por una nueva sociedad estructurada, por así decirlo, alrededor
de la gestión y distribución de ‘males’ (RODRIGUEZ-IBAÑEZ, 1993). Evidentemente,
dependiendo de las áreas geográficas (no es lo mismo Renania que Andalucía), la
antigua sociedad de la distribución de la riqueza y la emergente sociedad de la
distribución del riesgo se suceden o se superponen de diferentes maneras (MAIRAL,
1998).
De esta consideraciones se derivan consecuencias importantes de cara a la visión y a la
gestión de los riesgos por parte de la sociedad. La primera que podría apuntarse es la
del redescubrimiento de la catástrofe con mayúsculas. Las sociedades rurales
tradicionales tenían siempre presente la eventualidad de las catástrofes atribuibles a un
origen divino; a lo largo del siglo XX, en plena euforia científica y tecnológica, dicha
noción se pierde y es sustituida por la noción de accidente, mucho menos amenazante
que aquélla; a finales de siglo, y como consecuencia precisamente de este desarrollo
científico y tecnológico, las sociedades postmodernas redescubren las catástrofes, pero
esta vez con un origen antrópico aunque igualmente amenazantes y devastadoras.
Otra consecuencia inmediata es la pérdida de sentido de la indemnización para estos
desastres, porque ¿tiene sentido la indemnización ante un desastre como el cambio
climático, que amenaza al conjunto de los equilibrios que presiden el funcionamiento
del sistema planetario?. Por otra parte ¿a quien asignar la responsabilidad en el
contexto de incertidumbre que preside el desarrollo de estos fenómenos? Y ello sin
mencionar el tema de la prescripción, que podría producirse dada la demora existente
en la génesis de los posibles impactos. En este sentido, de acuerdo con Ulrich Beck, la
sociedad del riesgo es una sociedad en la que se dificulta, y a veces se carece de las
garantías de un seguro, una sociedad donde la cobertura del seguro mengua
paradójicamente con la magnitud del peligro:
“La emergencia de la sociedad del riesgo ocurre en el momento en el que los
desastres que la sociedad decide y consecuentemente produce socavan y/o
eliminan los sistemas de seguridad basados en el cálculos del riesgo presente en el
estado moderno … Cualquiera que pregunte por un criterio operativo para
identificar esta transición lo tiene bien a la mano: la ausencia de seguro privado …
La racionalidad en la que se basa esta afirmación deriva del núcleo de la
racionalidad de esta sociedad: la racionalidad económica: Son las compañías
privadas de seguros las que marcan el límite de la sociedad del riego. Con la
lógica del comportamiento económico contradicen las protestas de seguridad que
hacen los técnicos de las industrias peligrosas, porque afirman que en caso de
‘riesgo de baja probabilidad pero de altas consecuencias’ el riesgo técnico puede
tender a cero, mientras que al mismo tiempo el riesgo económico es
potencialmente infinito” (BECK, 1996, p. 31).
Dada la vasta y tamizada red de centros de decisión en la que se asienta hoy la vida
organizada, esos mismos riesgos son también difícilmente imputables a nadie en
particular. La combinación de problemas de evaluación, delimitación, imputación y
compensación hace que fallen o se dificulten los pilares sociales del cálculo de riesgos:
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“En contraste con los riesgos de la sociedad industrial temprana, los riesgos
nucleares, químicos, ecológicos y de la ingeniería genética a) no se pueden
delimitar ni temporal ni espacialmente; b) no son medibles de acuerdo con las
reglas establecidas de casualidad, culpabilidad y responsabilidad; y c) no se
pueden compensar o asegurar” (BECK, 1996, p. 31)
Además el problema se acrecienta porque la ciencia y la técnica, tradicionales
guardianas del saber absoluto, se muestran incapaces de realizar diagnósticos seguros
y rotundos sobre la mayoría de estos fenómenos.
Este escenario de incertidumbre, unido a la amenaza global e irreversible que los
nuevos riesgos suponen, son los principales desencadenantes de la quiebra del
paradigma de la prevención en la gestión de los riesgos. En un escenario como éste, en
el que hay que tomar las decisiones en situaciones de incertidumbre, lo que se impone
es el principio de la precaución, es decir, la necesidad de perseguir la máxima seguridad
aún cuando sigamos desenvolviéndonos en el terreno de la duda.
Es un principio que se impone de manera explícita en el derecho internacional, como se
desprende de los convenios firmados para limitar las emisiones de gases de efecto
invernadero o para controlar el agujero de ozono. La cumbre de Río de 1992 también
establece este principio como pieza clave, y algo similar sucede con el tratado de
Maastricht en todo lo referente a la política ambiental. En estos documentos la
precaución invita a situarse en el peor de los escenarios y a hacer de la duda un ejercicio
activo; un ejercicio que de nuevo apela a la responsabilidad (de los políticos, de los
poderes públicos, de los agentes decisores en estos temas), pero no en el sentido
tradicional de responsabilidad basada en las certezas, sino a una responsabilidad nueva
basada en la incertidumbre y para la cual habrá que buscar nuevas reglas morales que
limiten la capacidad de autodestrucción del propio ser humano.
Sin embargo el principio de precaución no siempre es útil como medio de hacer frente a
los problemas de riesgo y responsabilidad. El precepto de ‘permanecer cerca de la
naturaleza’ o de limitar la innovación más que potenciarla, no siempre es posible o
recomendable. A veces puede ser más conveniente la audacia que la precaución en
relación con la innovación científica y con otras formas de cambio. La razón es que el
balance de beneficios y peligros de los avances científicos y tecnológicos, y también de
otras formas de cambio social, es imponderable. El caso de los alimentos modificados
genéticamente es un ejemplo paradigmático.
En cualquier caso, con todas sus dificultades de aplicación, ha surgido una nueva actitud
ante la inseguridad y el riesgo: la precaución, que constituye también una nueva
manifestación de la prudencia junto a las ya comentadas de la previsión y la
prevención. No son incompatibles entre sí ni hay que entenderlas como sucesivas;
habría que interpretarlas, siguiendo a Ewald (1997), como tres actitudes valoradas y
desarrolladas en tres momentos diferentes (la previsión en el siglo XIX, la prevención
en el XX y la precaución en el incipiente siglo XXI) y especialmente adaptadas en cada
caso a fenómenos distintos. De hecho, las tres actitudes coexisten en la actualidad, si
bien con una presencia creciente de la última de ellas, que se expande además hacia
otros desastres diferentes a los que en principio le dieron origen.
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Es una actitud plenamente coherente con otros tantos rasgos que caracterizan a nuestras
sociedades postmodernas: el fin de la fe en el progreso sin límites, el fin de la fe en la
ciencia como conocimiento independiente y objetivo capaz de resolver todos los
problemas, la preocupación medioambiental como gran valor presente en todas las
sociedades y, sobre todo, las actitudes milenaristas y catastrofistas, que consagran el
riesgo como uno de los ejes configuradores de las sociedades contemporáneas.
Implicaciones básicas de la concepción de la sociedad del riesgo
Tomando como punto de partida lo expuesto anteriormente, podríamos sintetizar las
características de la nueva sociedad del riesgo en los tres puntos siguientes:
1. El riesgo como fenómeno híbrido
Los riesgos de la sociedad actual presentan caracteres que los hacen nuevos y diferentes
en alguna medida a los existentes con anterioridad. En primer lugar es de destacar la
estrecha asociación que en ellos se da entre naturaleza y tecnología. La capacidad
tecnológica del hombre está consiguiendo imponer su sello hasta en los enclaves más
recónditos y probablemente hoy ya sí puede afirmarse que no persiste en el planeta
absolutamente ningún espacio que sea estrictamente natural. Como consecuencia de
ello, la frontera entre riesgos ‘naturales’ y riesgos ‘tecnológicos’ es cada vez más
borrosa. Mucho de lo que era natural es actualmente producto o, al menos, está influido
por la actividad humana, no sólo el mundo exterior, incluido posiblemente el clima de la
tierra, sino el ‘medio interno’ del cuerpo. “Para bien o para mal, la ciencia y la
tecnología han invadido el cuerpo humano, y han rediseñado las fronteras entre lo que
puede ser fruto de la voluntad humana y lo que simplemente tenemos que aceptar como
procedente de la naturaleza” (GIDDENS, 1998, p. 58).
Por este motivo, en el análisis contemporáneo de la percepción y gestión de los riesgos,
la noción de que los riesgos ambientales y, obviamente, los tecnológicos son una
construcción social se ha convertido en una idea central. El dualismo naturaleza/cultura
propio de la ciencia moderna ha sido sometido a una crítica sistemática y definitiva,
siendo sustituido por un énfasis en el carácter híbrido, socio-natural, de los fenómenos
ambientales: “el avance del control humano sobre la naturaleza ha convertido en
obsoletas las distinciones entre lo social y lo natural” (LASH, SZERSZYNSKI y
WYNNE, 1996, p. 9).
Por otra parte, el medio ambiente y los desastres son lugares de intersección y
confrontación de definiciones e intereses sociales: la naturaleza y gravedad de las
amenazas ambientales, las dinámicas que subyacen a ellas, la prioridad concedida a
unos temas frente a otros, las medidas óptimas para mitigar o mejorar las condiciones
que se definen como problemáticas no son realidades meramente objetivas sino objeto y
producto del debate social.
Como dice Bruno Latour, la dificultad del análisis de fenómenos ambientales como la
sequía procede de su carácter simultáneamente multidimensional, “a la vez reales, como
la naturaleza, narrados, como los discursos, y colectivos, como la sociedad” (LATOUR,
1993, p.6). O, como dice Erik Swyngedouw:
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“Los paisajes urbanos y regionales, el cambio climático, la reducción del ozono en
la estratosfera y su sobreconcentración en la troposfera, El Niño y los incendios
forestales en Indonesia, el BSE y la amenaza de la polución permanente del agua
potable, los riesgos de sequías e inundaciones, todos ellos son testimonios de la
diversidad de formas en las que lo natural y lo social han transgredido y continúan
socavando los límites que la ciencia moderna, incluida la geografía, ha tratado de
construir alrededor de los mundos ‘natural’ y ‘social’, como realidades separadas”
(SWYNGEDOUW, 1999, p.4).
2. En la sociedad del riesgo el monopolio científico y técnico sobre la racionalidad ha
quebrado.
En la sociedad del riesgo el intercambio de teoría y experimento que conduce a la
verdad en el sentido tradicional ya muchas veces no es posible: se hace presente la
imposibilidad de experimentar sobre los riesgos climáticos, al igual que sobre los
atómicos o los genéticos. Ya no se asiste a la secuencia que va del laboratorio a la
aplicación, sino que es la comprobación la que sucede a la aplicación. El resultado es
que en muchas ocasiones las ciencias positivas se refutan a sí mismas de una manera
involuntaria al realizar diagnósticos opuestos de los riesgos.
En opinión de Anthony Giddens, la sociedad ha dejado de basar su orden normativo en
un acumulación de saberes aceptados, reproducidos ordenadamente y transmitidos por
castas sucesivas de ‘guardianes de la verdad’, como todavía ocurría en la sociedad
industrial clásica. En la actualidad, la sociedad post-tradicional se ve enfrentada a un
muro de incertidumbres, al que las discordantes voces de los expertos no pueden dar
respuesta eficaz o, al menos, mayoritaria. El monopolio de los técnicos en relación con
el diagnóstico de los peligros está puesto en cuestión. Como dice José RodríguezIbañez, no es que no sepamos como acertar, es que ni siquiera controlamos con
exactitud en que sentido nos podemos equivocar (RODRÍGUEZ-IBAÑEZ, 1993).
En consecuencia, se impone la idea de que en las sociedades contemporáneas, los
científicos no pueden seguir garantizando certidumbres con respecto a los riesgos
tecnológicos y ambientales, sino que deben compartir sus dudas con la sociedad. La
característica de la nueva situación de riesgo es que los expertos discrepan entre ellos.
Más que una clara presentación de hallazgos que poder presentar a los decisores
políticos, la investigación genera conclusiones ambiguas e interpretaciones discutidas.
Pero además de problemas metodológicos se presentan también problemas
epistemológicos: se produce una confrontación entre la rígida racionalidad científica
que se justifica en la idea de progreso y una nueva racionalidad social que se basa en la
crítica de las consecuencias de ese progreso. Eso no impide que al mismo tiempo se
produzca una ‘cientifización’ de la protesta contra esa ciencia. Como señala Christoph
Lau:
“Los debates sobre la definición de los riesgos y sobre sus consecuencias para la
sociedad tienen lugar básicamente en el nivel de los discursos públicos (o
parcialmente públicos). Se desarrollan con la ayuda de información y argumentos
científicos, que sirven, por así decirlo, como recursos escasos enarbolados por los
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actores colectivos. De esta manera, la esfera pública, imbuida de estos elementos
científicos, se convierte en el terreno de conflictos sobre distribución, aunque
estos conflictos se disfracen de argumentos especializados sobre el riesgo,
aparentemente objetivos y cargados de lógica científica independiente”
(LAU,1991, cit. en BECK, 1996, p. 36).
La ciencia se hace cada vez más necesaria pero, paradójicamente, al mismo tiempo cada
vez más insuficiente para la definición de la ‘verdad’ socialmente aceptada. Este
fenómeno, en palabras de Gaspar Mairal, plantea el reto de superar la "incoherencia y
contradicción entre la ciencia como sistema experto y la cultura como conocimiento
común" (MAIRAL, 1998). Actualmente nuestra relación con la ciencia y la tecnología
es diferente a la de etapas anteriores. Durante dos siglos, en la sociedad occidental la
ciencia ha funcionado como una especie de tradición. Se suponía que el conocimiento
científico superaba a la tradición pero en realidad en cierta medida se convertía en una
nueva tradición respetada por la mayor parte de la población y ajena a sus actividades.
Actualmente, en la medida en que la ciencia y la tecnología invaden progresivamente
nuestras vidas, esta perspectiva va perdiendo operatividad. La mayoría de la población –
incluidas las autoridades administrativas y los decisores políticos – tiene una relación
mucho más activa o comprometida con la ciencia y la tecnología de lo que era habitual.
Ya no se pueden aceptar los descubrimientos que producen los científicos, aunque sólo
sea por la frecuencia con la que los científicos discrepan entre sí, especialmente en
relación con los nuevos riesgos socio-naturales. Todo el mundo reconoce el carácter
esencialmente contingente de la ciencia. Cuando alguien decide qué comer, si tomar
café descafeinado o normal, si enciende o no su ordenador, sabe que toma decisiones en
un contexto de información científica y tecnológica conflictiva y cambiante.
Estos temas se relacionan con la idea de la sociedad del riesgo como sociedad autocrítica: “… la sociedad del riesgo manifiesta una tendencia a convertirse en una
sociedad autocrítica. Los expertos de seguros contradicen a los ingenieros expertos en
seguridad. Si estos últimos diagnostican un riesgo cero, los primeros concluyen: no
asegurable. Los expertos quedan relativizados o destronados por los contraexpertos.
Los políticos encuentran la resistencia de las iniciativas ciudadanas, los gestores
industriales la de las organizaciones de consumidores. Las burocracias quedan a merced
de la crítica de los grupos de ayuda mutua” (BECK, 1996, pp. 32-33).
3. En la sociedad del riesgo, la distribución de desastres parece ser relativamente ciega
a las desigualdades.
Los nuevos riesgos fluyen fácilmente por encima de las fronteras nacionales y de clase.
Los peligros del cambio climático, de la era atómica, de la química, de la genética, no
pueden delimitarse social y espacialmente con facilidad.
Aunque, evidentemente, la clásica distribución desigual de la vulnerabilidad no ha
desaparecido, las líneas divisorias de la sociedad del riesgo abandonan paulatinamente
las viejas fronteras de clase y pasan a dividir, por un lado a quienes soportan riesgos
potenciales (población residente en las proximidades de costas potencialmente
inundables por la elevación del nivel del mar) frente a quienes, por otro lado, soportan
más difusamente tales riesgos. Este hecho constituye otro factor de la novedosa fuerza
cultural y política de los riesgos.
11
4. En la sociedad del riesgo la naturaleza se ha convertido en una creación política
La naturaleza, transformada por la acción humana y singularmente por el desarrollo
industrial y tecnológico, se ha convertido en una creación política. El riesgo es un
objeto político ya que cada vez más las tensiones que se generan a su alrededor
contribuyen a delimitar el ejercicio del poder en las sociedades contemporáneas. Por
este motivo, la nueva naturaleza de los riesgos implica una especial atención a las
variables asociadas con el ejercicio de ese poder.
La legitimación del riesgo se basa en los mismos argumentos con los que el progreso
supera controles y barreras: ciencia, mejora de la productividad y de las condiciones de
trabajo. Pero una vez que se presenta, el desastre cuestiona todas aquellas instituciones
que lo produjeron y legitimaron, desde la economía a la ciencia, desde el derecho a la
política. El potencial político central contenido en los riesgos ambientales y
tecnológicos reside en el colapso administrativo, en la quiebra de la racionalidad
científica y jurídica, así como de las garantías de seguridad política-institucional.
“De las diferentes culturas sobre el riesgo se desprenden conclusiones estratégicas
completamente divergentes para afrontar los riesgos. Los industriales evalúan el
riesgo de acuerdo con principios de coste-beneficio … Los burócratas de acuerdo
con la integridad institucional del aparato administrativo. Los movimientos
sociales de acuerdo con la calidad de vida. El carácter efectivamente
irreconciliable de estas diferentes valoraciones convierten las decisiones concretas
sobre el riesgo aceptable en una lucha por el poder. El asunto central no es el
riesgo, sino el poder” (HALFMAN,1990, cit. por BECK, 1996, p.36).
A pesar de las declaraciones de intención sobre la implicación y la participación de los
actores sociales, la gestión de desastres es una actividad progresivamente más
profesionalizada, estructuralmente vinculada a la base de poder político y
administrativo. En general, la estrategia del poder frente al riesgo se define bien por la
‘retórica de la contención’ (HAJER, 1997). Gran parte de la investigación sobre
desastres cumple la función de lo que Hewett ha denominado "ritual legitimatorio"
(citado por HANDMER, 1996, p. 490). Los riesgos son observados como entidades
discretas, completamente separadas de los factores sociales y políticos que subyacen a
ellos. Gran parte del material usado para la información pública sobre riesgos está
diseñado para persuadir a los sectores en riesgo de que la amenaza está siendo
gestionada adecuadamente (cuadro).
12
¡Error!Marcadornodefinido.CUADRO: TIPOLOGIA DE GESTIÓN DE RIESGOS
TIPOS
ARGUMENTOS GENERALES TÍPICOS
VENTAJAS E
INCONVENIENTES
REPERCUSIONES
1.
¡Error!
Marcado
r no
definido.
Negación
de la necesidad
del cambio
* negación del riesgo
* si se admite el problema, se
apela a la incertidumbre para
diferir la acción
* énfasis en los costes de
transformación del status quo
* énfasis en la libertad individual
* aparente estabilidad y
certidumbre
* daños irreversibles
* transferencia de costes en el
tiempo y en el espacio
* consumo de gran cantidad de
recursos públicos en el mantenimiento del sistema
* perpetuación o fortalecimiento
de las estructuras del poder
2.
* reconocimiento de que el
problema puede existir
* retórica de la aproximación
realista, equilibrada, pragmática
* aceptación de la necesidad
de respuestas que no pongan
en cuestión el status quo.
* cambios acumulativos, frente a
transformaciones bruscas
---------------------
* énfasis en el principio de
precaución
* visión de largo plazo
* libertad individual compensada por la responsabilidad y equidad social
* actuación sobre las causas
subyacentes: planificación
proactiva
Cambios
en los
márgenes
("modernización
ecológica")
3.
Adaptación
Apertura
a cambios
en profundidad
* optimización de la explotación de recursos a corto plazo
--------------------* planteamientos reactivos
frente a amenazas inegables
* gestión por pequeños grupos
de expertos profesionales
* control de la información y de
la "agenda"
* falta de flexibilidad e
incapacidad de adaptación a circunstancias imprevistas
* control del debate social con
introducción de algunos mecanismos participativos
* menor énfasis en la planificación reactiva: respuestas a los
síntomas
---------------------
* los pequeños ajustes pueden
retrasar las transformaciones
esenciales: extensión de una
falsa sensación de seguridad
* mantenimiento de las estructuras de poder con incorporación
de algunos nuevos agentes
sociales
* máxima flexibilidad para
afrontar amenazas imprevistas
* cambios en las estructuras de
poder
* disminución de la capacidad
de optimización actual y a corto
plazo de los recursos
* riesgo de adopción de malas
adaptaciones
Fuente: Adaptado a partir de HANDMER y DOVERS, 1996
En este contexto, el principio de asunción del riesgo no tiene más contrapeso que el de
la transparencia democrática, extendida a todos los foros -ciencia, tecnología,
administración, economía, etc. En todas las cuestiones y organizaciones sociales básicas
se deberían combinar la intervención de voces y opiniones contrapuestas, conseguir una
13
suficiente diversidad interdisciplinar y favorecer el desarrollo sistemático de
alternativas. Una opinión pública vigorosa -ilustrada y reflexiva4- constituye el mejor
antídoto contra la incertidumbre. Los pasos colectivos podrán darse a ciegas, pero al
menos, serán fruto del acuerdo y el establecimiento racional de prioridades.
“La toma de decisiones en estos contextos de riesgo no se puede dejar a los ‘expertos’,
sino que deben de implicar a los políticos y a los ciudadanos. En resumen, ni se puede
confiar automáticamente en la ciencia y en la tecnología para determinar qué es lo
conveniente para nosotros, ni nos pueden proporcionar siempre verdades no ambiguas;
las conclusiones y propuestas operativas de la ciencia y la tecnología deben de ser
expuestas a un examen público escrupuloso” (GIDDENS, 1998, p. 59).
Como concluye Ulrich Beck: ¿quién y cómo se define el riesgo? ¿Dependemos de
expertos de un signo u otro para definir todos los detalles de las cuestiones de
supervivencia, o recuperamos la facultad de emitir nuestros propios juicios, a través de
una conciencia del riesgo que ha de ser generada culturalmente? La democracia
dependerá en el futuro y cada vez más de como se responda a esta pregunta.
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4
El término de reflexividad, central en la teoría de la sociedad del riesgo de Ulrich Beck, se presta a
equívocos. Beck maneja dos conceptos completamente diferentes, reflexivity y reflection (en su
traducción inglesa): “Risk society is not an option which could be chosen or rejected in the course of
political debate. It arises through the automatic operation of autonomous modernisation processes which
are blind and deaf to consequences and dangers (…) This kind of self-confrontation of the consequences
of modernisation with the basis of modernisation should be clearly distinguished from the increase in
knowledge and the penetration of all spheres of life by science and specialisation in the sense of selfreflection of modernisation. If we call the autonomous, unintentional and unseen, reflex-like transition
from industrial to risk society reflexivity - in distinction and opposition to reflection - then ‘reflexive
modernisation’ means self-confrontation with the consequences of risk society which cannot (adequately)
be addressed and overcome in the system of industrial society … At a second stage this constellation can,
in turn, be made the object of (public, political and academic) refection” (… ) It is therefore the
combination of reflex and reflection which, as long as the catastrophe itself fails to materialize, can set
industrial modernity on the path to self-criticism and self-transformation. Reflexive modernisation
contains both elements: the reflex-like threat to industrial society’s own foundations through a successful
further modernisation which is blind to dangers, and the growth of awareness, the reflection on this
situation (BECK, 1999, pp. 28, 34-35).
14
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16
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