Fiel sumo sacerdote

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EL FIEL SUMO SACERDOTE
He. 2:17­18
INTRODUCCIÓN:
En el A.T. el pueblo era representado delante de Dios por el sumo sacerdote, quien se regía
por la ley. La ley condenaba a todo aquel que no la cumplía en su totalidad, declarando a
todos culpables, a unos inmundos y a otros hasta los hacia merecedores de la muerte porque
ella misma no podía perfeccionar a nadie, por lo tanto el sacerdocio también era imperfecto.
Dios en su misericordia cambió este sacerdocio enviando a su Hijo, quien ahora es
misericordioso y fiel, sumo sacerdote para siempre.
DESARROLLO:
El sumo sacerdote entraba una vez al año al lugar santísimo para hacer expiación por los
pecados del pueblo ante El Señor (Lv. 16:2); Aarón fue el primero designado para este cargo
después de la proclamación del pacto del Sinaí y de la orden de construir el tabernáculo (Ex.
27:21; 28), y eran los descendientes de leví quienes se encargaban de este trabajo; este
sacerdocio era según la ley y el sumo sacerdote que entraba en pecado al Lugar Santísimo
moría y el pecado del pueblo no era cubierto (He. 7:23­27). Con todo esto era necesario
cambiar el sacerdocio; Dios al enviar a su Hijo anuló por medio de su sacrificio el sacerdocio
que era según la ley, para dar lugar a uno mejor y eterno que es según la gracia, este es en un
nuevo pacto que no condena, ni da muerte sino que justifica, da vida y nos auxilia. En Hebreos
2:17­18 vemos el proceso que pasó el Señor Jesús para llegar a ser misericordioso y fiel sumo
sacerdote:
· TENIA QUE SER HECHO SEMEJANTE A SUS HERMANOS EN TODO:
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En Hebreos 2:14 leemos que era necesario que Cristo tomara cuerpo con carne y sangre
para que así fuera semejante a sus hermanos; para esto fue necesario que se despojara de
su gloria (Fil. 2:6­8). Dios Padre le formó cuerpo en el vientre de María (Sal. 139:13,16),
para que naciera de forma natural (Lc. 2:6­7; Jn. 1:1­4;14), haciéndolo por un poco de
tiempo menor que los ángeles (Sal. 8:5). Vemos en la Biblia que el Señor Jesús tenia las
mismas limitaciones y debilidades humanas, como consecuencia sentía hambre (Mt. 21:18),
sed (Jn. 4:7), se enojaba (Mrc. 3:5 ), sentía cansancio (Jn. 4:6), se entristecía (Mrc. 3:5;
26:37), lloraba (Jn. 11:33,35), amaba (Jn. 11:3,5,36), se alegraba (Lc. 10:21), etc.
A FIN DE LLEGAR A SER UN MISERICORDIOSO Y FIEL SUMO SACERDOTE:
Podemos entender que cuando Jesús estuvo en su ministerio terrenal actuó como
sacerdote, según el nuevo orden que El estaba estableciendo, que era el de Melquisedec.
En el Salmo 110:4 se puede ver perfectamente el sacerdocio de Jesús, cuando David
profetizó diciendo: “Jehová juró y no se retractará: Tu eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec”, y en el libro de Hebreos lo confirman una vez más como
sacerdote (He. 5:5­6,10); pero después de haber ofrecido ruegos y suplicas con gran
clamor y lagrimas al Padre (He. 5:7), de haber padecido para aprender obediencia (He.
5:8), y de haberse perfeccionado (He. 5:9), fue constituido sumo sacerdote de nuestra fe
para siempre, por Dios. Jesús permaneció fiel en todo al que lo constituyó (He. 3:1), no
como siervo sino como hijo sobre su casa, la cual somos nosotros (He. 3:6), porque El
mismo no enseñaba ni hacia su propia voluntad sino la del Padre.
PARA EXPIAR LOS PECADOS DEL PUEBLO:
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El sumo sacerdote solo podía ofrecer sacrificio de animales que eran incapaces de borrar
pecados, él mismo tenia que ofrecer sacrificios por sus pecados y luego por los del pueblo,
entraba por el atrio pasando por el altar de bronce, el lavacro, luego llegaba a el lugar
santo y atravesaba el velo hasta llegar al lugar santísimo a ofrecer la sangre del sacrificio.
A la luz de la palabra sabemos que cuando nuestro Señor y Salvador Jesucristo entregó su
vida en la cruz se constituyó en el sacrificio perfecto, hecho una vez y para siempre, no
como macho cabrío sino como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, siendo
autor de eterna salvación para todos los que le obedecen (He. 5:9). El Señor por su
sacrificio nos redimió del pecado, nos libró de la muerte (He. 2:14­15), y mediante el
derramamiento de su sangre nos borró los pecados. En el momento de resucitar el Señor
venció a la muerte, como consecuencia se rasgó el velo y entró en el cielo, viviendo desde
entonces eternamente.
EL MISMO PADECIÓ SIENDO TENTADO, ES PODEROSO PARA SOCORRER A LOS QUE
SON TENTADOS:
Al participar de cuerpo, el Señor estaba expuesto a los sufrimientos, la prueba y la
tentación como todos nosotros; en Mateo 4:1­11 vemos que después de ser bautizado en el
Jordán el Espíritu Santo lo llevó al desierto para ser tentado por el diablo en tres áreas
diferentes a) físico (Mt. 4:3­4), b) almático (Mt. 4:5­7), c) espiritual (Mt. 4:8­11); en Juan
4:16­18 vemos una tentación de tipo sexual y aun en la cruz el diablo lo tentó invitándolo a
que se bajara de la ella (Mrc. 15:29­32). Después de haber sido tentado en todo, pero sin
pecado, Jesucristo venció al mundo, al pecado (He. 4:15­16), al diablo y la muerte con su
misma muerte y su resurrección, subió a la diestra del Padre y ahora intercede por
nosotros, por lo tanto sabemos que tenemos un abogado (1 Jn. 2:1­2), y que podemos
acercarnos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro (He. 4:15­16).
CONCLUSIONES:
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En el tiempo de la ley, sí un sacerdote era tocado por un inmundo se contaminaba, pero
nuestro sacerdote, no se contaminó cuando lo tocaron personas que estaban inmundas,
sino desprendió y desprende aun virtud para todo aquel que se le acerca y le toca, El no se
contamina pero sí nos limpia de toda inmundicia para que tengamos vida y no seamos los
mismos.
Podemos encontrar ejemplos de fidelidad en la Biblia como Elías, Elíseo, Josué, Moisés,
etc. pero el único que merece ser llamado fiel y verdadero es Jesucristo (Ap. 19:11­13).
Jesucristo pudo llegar a ser misericordioso y fiel porque comprendía la naturaleza
humana, ya que había participado de ella.
Jesucristo mismo padeció de las mismas tentaciones y sufrimiento que nosotros y por esta
razón ahora nos podemos acercar a El para que nos auxilie y nos de la fortaleza necesaria
para sufrir la prueba y vencer la tentación, con la convicción de que no nos acusara sino
que tendrá misericordia de nosotros.
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