Ex Barrio Firpo por Juan Ramón Reyes

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BARRIO FIRPO (HOY BARRIO BUSTOS) JUNIO 1929, A DICIEMBRE
19441
Por Juan Ramón Reyes
Imagen: Libreta de casamiento de Pedro Reyes y María Tutor, padres de Juan Ramón Reyes,
quiénes habitaron en Barrio Firpo hasta el año 1945.
El barrio en ese tiempo tenía los siguientes límites: al Sur las vías del Ferrocarril Belgrano,
al Norte la Calle 64, al Oeste Avenida Juan B. Justo o Camino a Jesús María, y al Este la
Avenida L. N. Alem o Camino a Santa Rosa, las dos pavimentadas y adoquinadas.
Las calles interiores eran de tierra, las que estaban orientadas de Sur a Norte tenían
nombres, las orientadas de Este a Oeste solamente tenían nombres hasta la calle Augusto
López. A partir de allí estaban numeradas de la siguiente manera: Calle 55, luego seguía la
55 y medio (porque era cortada antes de llegar a la Av. Alem), la calle 56 (después Cura
Brochero) fue la primera que le pusieron nombre, seguían la 57, 58, y así hasta la calle 64
esta era la última del Barrio y al llegar a Alem se entrecruzaban con la calle Diagonal (hoy
Diagonal ICA).
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Juan Ramón es un colaborador del Programa que nos ha brindado sus memorias y datos para la
reconstrucción de la historia de su añorado barrio. Además es escritor y posee varias poesías y relatos sobre el
ex Barrio Firpo. En esta ocasión, y por motivos de espacio, hemos seleccionado para su publicación el
presente relato y la poesía “¿Dónde esta mi viejo barrio?”
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A partir de allí comenzaba las quintas de frutales y verduras, y algunos cortaderos y hornos
de ladrillos.
Desde la esquina formada por la 64 y Alem comenzaba el denominado Camino a Santa
Rosa de Río Primero, sobre la parte derecha, es decir Este, se encontraba el Vivero “Jardín
Tucumano” el más conocido de los viveros en esa época y que ocupaba varias hectáreas de
terreno, llegando hasta el Canal Maestro Norte.
Tomando por la Diagonal hacia el Este a unos 500 metros había un terreno baldío de unas
dos manzanas, lugar que se denominaba Parada de las Carretas, llamado así porque desde el
interior de la Provincia llegaban a ese lugar las carretas cargadas con leña, carbón en
bolsas, pollos, gallinas, huevos, sandías, melones, cabritos, corderos, cerdos, miel, arrope,
tunas, etcétera.
El lugar funcionaba como un Mercado al aire libre, y allí concurrían los comerciantes a
proveerse de mercadería para sus negocios pues se vendía solamente al por mayor.
Paralela a la Alem a cien metros hacia el Este, corría la calle 8 (luego Av. Del trabajo), que
a su vez iba bordeando los Talleres Ferroviarios, donde se reparaban vagones del ferrocarril
y las máquinas de los trenes, consideraban que eran los más grandes e importantes de
nuestro país.
En los talleres trabajaban miles de empleados. Para tener una idea de lo importante que era
trabajar en ellos, basta el siguiente ejemplo: ser empleado de un Banco, del Correo o del
Ferrocarril significaba entonces tener acceso a un crédito en cualquier negocio de Córdoba.
Muchos de los vecinos del Barrio trabajaban en los Talleres que tenían la entrada principal
en Calle 8 y 56.
Todos los días a las 5 horas sonaba estridentemente la sirena del Taller (como para
despertar a los empleados). A las 5 y 30 sonaba nuevamente la sirena (segunda llamada) y a
las 6 horas sonaba nuevamente, que era el horario de entrada al trabajo. Pero era tan fuerte
el sonido de la sirena que podían escucharla desde barrios tan alejados como San Vicente,
Alto Alberdi, Bella Vista y el Centro de la Ciudad.
En la manzana formada por las calles 58, 59, Galeotti y Rep. del Líbano, donde hoy está la
Plaza Gregoria Matorral, estaba el llamado Corralón de Carros de la municipalidad de
Córdoba. Allí se guardaban los carros recolectores de residuos de toda la Ciudad, y también
los cientos de caballos y mulas que tiraban estos carros. Estos tenían una carrocería de
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madera forrada en su interior con chapa y eran de forma muy particular, pues al medio eran
más altos (unos 40 cm.) que en los costados tenían chapas corredizas por donde volcaban la
basura, que los habitantes del barrio dejábamos todas las mañanas en la vereda de cada casa
(en ese tiempo no existían las bolsas de residuos) dentro de tachos de chapa que los
recolectores vaciaban y volvían a dejar en cada lugar donde lo encontraban.
Cada carro tenía dos personas que los trabajaban, uno por cada vereda. Los domingos y los
feriados no pasaban a recolectar.
En las Oficinas del Corralón estaba instalado el único teléfono público del Barrio.
Al Norte del Corralón Municipal, le llamaban a esa zona el “Chaco Chico” pues había muy
pocas construcciones, muchas tipo rancho y estaban habitadas por gente del norte del país.
Otro de los edificios importante del Barrio Firpo estaba ubicado en Calle Alem a la altura
de Augusto López. Ocupaba una manzana. Era un complejo de características especiales,
pues en la parte exterior había una Cancha de Tenis y un lugar para practicar deportes. El
edificio contaba con vestuarios y baños con agua caliente, tanto para mujeres como para
hombres y niños.
En aquéllos años muy pocas casas contaban con instalaciones de agua caliente y algunas ni
siquiera tenían agua corriente. Durante los días de semana nos bañábamos calentando agua
en recipientes y los sábados y domingos utilizábamos los baños públicos. Era tal la cantidad
de gente que pasábamos horas haciendo cola para entrar. Esa fue una de las costumbres
tradicionales del Barrio.
En la Ciudad había pocas escuelas de enseñanza primaria, por lo tanto dos de mis tías, que
eran maestras, abrieron con autorización del Ministerio de Educación una Escuelita Privada
en la casa donde vivían, Calle 56 al 991, para el Nivel Primario, en el año 1933 y funcionó
hasta 1938. Constaba de una sola aula donde estudiábamos del primero al sexto grado, unos
veinte alumnos por turno, mañana y tarde. Por la mañana enseñaba Anita Reyes y por la
tarde Teresa Reyes.
No recuerdo si fue en 1935 o 1936 que se inauguró en la Calle Augusto López al 451, la
Escuela Alejo Carmen Guzmán de enseñanza primaria. Ese fue otro de los edificios
emblemáticos de Barrio Firpo.
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La vida cotidiana transcurría como si viviéramos en un pueblo chico, nos conocíamos con
la mayoría de los habitantes (puedo dar fe de ello) porque nosotros habitamos en tres
lugares diferentes, Alem 1435, y Calle 56 al 651 y luego al 963.
Los vecinos eran muy solidarios entre sí, teníamos un contacto permanente y se ayudaban
en cualquier circunstancia.
La mayoría de las calles eran de tierra, y todas las tardes los que tenían agua corriente
regaban las mismas, pues a la tardecita y a la noche se acostumbraba a sacar a las veredas
sillas y sillones, donde los mayores se sentaban a charlar con sus vecinos, mientras los
chicos jugábamos, realmente éramos una comunidad donde todos se preocupaban por los
problemas del otro.
Había costumbres muy arraigadas tales como el hecho de que los bebés debían venir al
mundo en la casa donde habitaban sus padres, salvo en casos excepcionales por motivos de
salud. También en los casos de fallecimiento se los velaba en la casa. Todo esto contribuía
a que los vecinos estuvieran en contacto permanente entre sí, compartiendo alegrías y
tristezas.
Cuando llegaba el mes de junio para los días de San Juan, San Pedro y San Pablo
festejamos con una gran fogata en medio de la calle, con la participación de la mayoría de
los vecinos. Varios días antes juntábamos ramas de arbustos en alguno de los muchos
terrenos baldíos, que había entonces, para tratar de que la fogata fuera lo más grande
posible, esto se hacía en varios lugares del barrio.
Todos aportaban algo para que a las doce de la noche encendieran las fogatas, se ponían al
rescoldo varios kilos de batatas y la compartíamos comiendo todos juntos como la
culminación de la fiesta.
Para los festejos de los Carnavales, en ese tiempo eran feriado lunes y martes, jugábamos
con agua durante el día, tanto chicos como los mayores.
Cuando alguna familia festejaba algún acontecimiento, cumpleaños, bautismo, casamiento,
compromiso, etc, invitaba a sus vecinos más cercanos a participar, esto contribuía a que
viviéramos más cerca unos de otros. Creo que entonces vivíamos una vida más comunitaria
y compartíamos parte de nuestra vida con los vecinos, preocupándonos los unos por los
otros, y apoyándonos mutuamente.
Creo que esto ocurría en todos los barrios de Córdoba.
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Espero haber sido claro en mi relato y sin dejarme influenciar por la nostalgia.
Un personaje muy importante en el Barrio fue la Partera, vivía en la calle Alem al 750 más
o menos, no recuerdo su nombre, pero sí su imagen, alta, rubia, de cutis blanco.
Ella ayudó a muchos de los habitantes de la zona, en el caso nuestro (somos nueve
hermanos, siete mujeres y dos varones) todos nacimos en la casa familiar, por parto natural
y atendidos por ella.
Recuerdo que cuando tenía alrededor de seis años, mi padre me mandaba a buscarla con
estas palabras: “Andá a buscar a la Madama (partera), decile que ya viene el bebé”. Ella
tomaba su maletín y venía a casa para atender la llegada del nuevo bebé al mundo.
Y aquí quiero dedicar este párrafo a mi madre, realmente fue una santa (Dios la tenga en la
gloria), en un lapso de doce años nos tuvo a los nueve hermanos, nunca tuvo empleada
doméstica y a los dos o tres días del parto estaba cocinando y lavando ropa a mano en
aquellas piletas que siempre se colocaban fuera de la casa a la intemperie, realmente
admirable la fortaleza física de mamá.
En la década del 30 y también la del 40, en el barrio nos proveía la leche que consumíamos,
un repartidor que en una jardinera hacía ese trabajo a domicilio.
En la calle Alem entre la calle 56 y la 57 sobre la acera Oeste, en una casa con un gran
terreno, vivía un señor (no recuerdo su nombre) que poseía tres vacas lecheras. Todos los
días infaltablemente salía con las mismas, atadas con una correa una detrás de otra, a
vender leche que ordeñaba delante de sus clientes.
Se paraba a mitad de cuadra, hacía sonar la campanilla (cencerro) que tenía colgando en el
cogote la vaca madrina (ésta era la guía, se paraba y las otras se quedaban atrás), el señor
lanzaba un fuerte grito: “LECHEEEEERO”, y sus clientes salían con un hervidor o una olla
enlozada, y él ordeñaba una vaca midiendo con un tachito de un litro con el que medía la
cantidad que le pidieran. Costaba 10 centavos el litro. Hay que tener en cuenta que la
mayoría de las familias eran numerosas, por lo tanto la demanda era importante.
En los días feriados o cuando no teníamos clases en las escuelas, los chicos en cuanto
escuchábamos el grito del señor salíamos cada uno con un jarro en la mano, y el nos vendía
la leche recién ordeñada a 5 centavos por cada dos jarros. Para poder tener esos 5 centavos
en casa debíamos realizar algún pequeño trabajo extra, cuidar la huerta, regar, sacar los
yuyos, puntear la tierra para sembrar, es decir, teníamos que ganarlos. A nosotros nos
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gustaba que la leche tuviera mucha espuma, el señor ponía el jarro alejado de la ubre y se
formaba como una corona en la boca del jarro, recuerdo que la tomábamos allí mismo,
tenía un gusto dulzón y estaba tibia.
Como los cordobeses somos proclives a poner sobrenombres, a éste lechero ambulante, le
llamábamos “CHUCHO E LA VACA”, así como lo escribo, y a su hijo que integraba parte
de la barrita de nosotros le decíamos “CHUCHITO E LA VACA”.
Lamento no recordar el nombre ni el apellido de este personaje, pero tengo como disculpa
el hecho de habernos ido del barrio en el año 1945, cuando nos mudamos a la Ciudad de La
Falda.
Al relatar estas vivencias he recordado que en el barrio, sobre la calle República del
Líbano, en la manzana del número 400 al 500, y por la parte de atrás la calle Juan B. Justo,
en un edificio de aspecto imponente, funcionaba el Colegio para niñas de Nuestra Señora
del Huerto.
También por esa zona había cerca de las vías del ferrocarril, en una cortada que salía a la
calle Juan B. Justo, una fábrica de fósforos, donde trabajaban muchos empleados de ambos
sexos.
Al escribir estas líneas me he sentido anímicamente muy bien, pues he extraído de mi
memoria recuerdos que tenía como perdidos en el tiempo. Para finalizar, deseo contar algo
que ocurría no sólo en el Barrio, sino en toda la Provincia y en gran parte del país: La Plaga
de Las Langostas, tengo la impresión que era por el mes de septiembre u octubre. En casa
la habitación que teníamos con mi hermano estaba ubicada en la planta alta, con una
ventana-balcón hacia el Sur; en ese tiempo había en la Ciudad y sobre todo en el Barrio
pocos edificios altos, de manera que podíamos ver desde allí gran parte de Córdoba.
Cuando llegaba la plaga (decíamos manga) de langostas, era algo terrorífico; mirando hacia
el Sur veíamos como una enorme nube de tierra, que tenía algo así como 10 kilómetros de
frente por cientos de metros de altura y no sé cuantos kilómetros de largo. Sentíamos un
zumbido como el ruido de motores, que cada vez era más fuerte. La verdad que asustaba,
todos corríamos a puertas y ventanas, hasta los negocios cerraban sus puertas. De pronto
llegaba esa masa de millones y millones de langostas, como de ocho o diez centímetros de
largo, color tostado oscuro, de largas patas y terriblemente voraces, se estrellaban contra las
puertas, ventanas y paredes dejándolas manchadas pues morían empujadas por las otras. No
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recuerdo cuanto duraba esto, a mí me parecían horas, cuando terminaban de pasar dejaban
un panorama desolador, casi increíble pues no quedaba una hoja en los árboles, las plantas
frutales, las de los jardines y la huerta. Eran tan voraces que se comían hasta las ramas no
muy gruesas, daban ganas de llorar al ver el estrago que hacían. En los campos sembrados
sólo quedaban restos de las plantaciones.
En casa como en la mayoría de las viviendas de los barrios, teníamos árboles frutales y
huertas, recuerdo que la creencia de los mayores era que haciendo mucho ruido las
langostas pasaban de largo, por eso nos ponían a golpear latas o tapas de ollas, en medio de
las plantas para correrlas. Era espantoso estar en medio de esa masa compacta de bichos
que nos atropellaban; cuando terminaba de pasar dejaban una enorme cantidad de langostas
muertas y un olor nauseabundo.
Los quinteros y granjeros sufrían pérdidas enormes, a veces hasta toda la cosecha. En una
oportunidad estábamos de visita en la granja de unos parientes, cerca de la localidad de Río
Segundo y nos tocó vivir el paso de una manga de langostas, y lloraron de impotencia
viendo como en minutos perdían lo que estaban por cosechar.
Quizás lo que he contado no tenga tanto que ver con la historia del Barrio, pero ocurrió de
verdad tal como lo conté.
Ramón Reyes.
Fecha de realización: año 2009.
Fecha de publicación: mayo de 2011.
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¿DÓNDE ESTÁ MI VIEJO BARRIO?
¿Qué fue del Barrio Firpo
donde la niñez he pasado?
Ya no están los Baños Públicos
ni aquél Corralón de Carros,
con el teléfono negro
donde cada llamada
cinco centavos costaba.
No están los talleres Ferroviarios
donde trabajaban miles
de empelados y operarios.
Ya no se ven los vecinos
en la vereda sentados,
compartiendo algunos mates
en las noches de verano.
Ni las enormes fogatas
para San Juan y San Pablo,
que nos reunían a todos
en una ronda cantando.
No existen los Carnavales
con aquél Indio Pitino,
ni el que llamábamos Cara de diablo
por que el mismo disfraz
usaba todos los años,
¿Dónde estará Doña Juanita
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que nos arreglaba con un hueso
o nos curaba el empacho?
Ni las calles numeradas
hasta la sesenta y cuatro.
No veo el repartidor de leche,
que con sus vacas andaba
vendiendo casa por casa
leche recién ordeñada.
¿Dónde están las serenatas
que Edmundo Cartos cantaba,
y la guitarra de Don Farías
que las Fiestas animaba?
Tampoco veo el tranvía
por calle López traqueteando,
pasando frente a la escuela
donde yo estaba estudiando.
¿Dónde fueron a parar
el trompo y el barrilete,
las bolitas, la payana
o aquél picado de fútbol
los domingos por la mañana?
¿Y el matinée por las tardes
allá en el Cine Avenida,
donde el muchachito bueno
con arrojo y valentía,
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a la doncella en peligro
le salvaba la vida?
Todo lo llevó el Progreso
hundiéndolo en el olvido.
Matando así las historias
de aquél mi Barrio querido.
Hoy las calles tienen nombres,
se encuentran pavimentadas y con luces de Mercurio
bellamente iluminadas.
Ya no sos mi Barrio Firpo
el que siempre he recordado,
y para mi mayor tristeza
HASTA EL NOMBRE TE HAN CAMBIADO.
Juan Ramón Reyes
Fecha de realización: año 2009.
Fecha de publicación. Mayo de 2011.
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