La apertura petrolera y la articulación de un nuevo programa político.

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LA APERTURA PETROLERA Y LA ARTICULACION DE UN NUEVO PROGRAMA
POLITICO
Jesús Puerta
1.-Introducción: Petróleo y cultura.
El petróleo es, en nuestro país, mucho mas que una mezcla de hidrocarburos o el principal
insumo del patrón tecnoproductivo dominante en el inundo desde la década de los 40. Es también
el referente constante de los principales discursos sociales articulados en Venezuela durante este
siglo. Su inmensa carga semiotica, lo convierte en clave ineludible de la interpretación de las
acciones y los discursos sociales de la Venezuela moderna. En este articulo pretendemos
sustentar la conjetura que el proceso de apertura petrolera incidirá en una mutación mas general
del conjunto de nuestra cultura (o textualidad practico discursiva, categoría que explicaremos
abajo), y especialmente en los programas políticos. En líneas muy generales, postulamos que los
programas "nacional populares" están siendo sustituidos por los "aperturistas", y este
desplazamiento se posibilitara por transformaciones en las reglas generativas de los discursos y
acciones en el país. Para realizar esta exploración, discutiremos, desde una perspectiva semiótica,
diversos textos y estudios sobre nuestra cultura y los discursos políticos que les corresponden.
Igualmente, analizaremos los discursos presentes en un corpus de documentos que incluye
literatura artística (novelas, cuentos, poesía), así como, discursos de diferentes y pensadores
políticos y económicos que han usado al ensayo como genero predilecto.
Se han producido en el medio, académico múltiples estudios que tratan de dar cuenta de la
riqueza semántica del petróleo en la cultura venezolana. Hasta se ha hablado de la "cultura del
petróleo" (cfr., por ejemplo, Briceño-León, 1990). Pensamos que efectivamente el petróleo
podría servir de clave interpretativa de muchos hábitos, sistemas de creencias, preconceptos,
vicios, etc de los venezolanos. Pero juzgamos que esas interpretaciones a veces caen en el
peligro de, a fuerza de agregar el petróleo nuevas connotaciones, convertirlo en una especie de
"fetiche", en la causa mágica de ciertos rasgos de nuestro sistema de significaciones y
comunicaciones. En esto, el discurso analítico reproduce precisamente el proceso que habría que
criticar en los discursos políticos y artístico-literarios. Al colocar al petróleo como elemento
estructurador de nuestra cultura, casi como un demiurgo, los mencionados estudios obvian las
reglas semióticas por las cuales el petróleo mismo ha devenido en un elemento de tal
importancia. La fetichizac1ón del petróleo impide ver las posibles transformaciones culturales
que afirmamos, se están produciendo.
La cuestión es, entonces, no solo describir y caracterizar esa "cultura del petróleo", sino observar
las reglas generativas y transformacionales que la rigen, para de esta manera, "desfetichizar" al
petróleo mismo, y descubrir las lógicas que gobiernan los fenómenos semióticos que le han dado,
por decirlo así, "vida propia", convertido en un producto del demonio ("estiércol del diablo",
Pérez Alfonzo dixit), el principio corruptor de una supuesta "forma de ser" nacional.
Por supuesto, plantearse el problema de por que el petróleo ha recibido tales significaciones en
los discursos (políticos, económicos, artísticos, etc.) y en las acciones de los principales actores
sociales, puede llevarnos a problemas de apariencia no estrictamente semiótica. Hay hechos
económicos que reclamarían el reconocimiento de especificidad. Es decir, exigirán un análisis
estrictamente económico. En este sentido, es bueno hacer una breve digresión metodológica, que
debe a su vez comenzar con una categoría descriptiva clave: la textualidad practico discursiva.
La textualidad practico-discursiva (TPD) es una categoría descriptiva con la cual pretendemos
resolver el problema de asimilar, en un solo sistema de objetos culturales, acciones históricas,
sociales y económicas, por una parte, y por la otra, distintos géneros de enunciados lingüísticos
(discursos). Toda acción tiene o puede tener un sentido interpretable, y todo discurso, por su
parte, implica una acción con una determinada eficiencia, rendimiento o "performatividad". Si
asimilamos acciones y discursos, tendremos que articularlos de acuerdo a cierta sintaxis cuyas
reglas mostrarían las cohesiones y coherencias de situaciones históricas interpretables a la
manera de un texto o macro discurso. La cohesión y coherencia de las acciones y los discursos
sociales pueden tener una mayor o menor estabilidad, la cual ordenara sus elementos a la manera
de estructuras auto reguladas de significaciones, donde todo signo tendría en otro signo su
interpretable.
Reconoceríamos entonces una semiosis o cadena indefinida de interpretaciones, construida
sistemáticamente por la sociedad venezolana.
Si los discursos son acciones, actos de habla (como lo entienden Austin y Searle, cfr.
bibliografía), cuya eficacia (desempeño o "performatividad") deriva de su lugar en el despliegue
de las estrategias con que los actores ponen en juego el poder, y por otra parte, las acciones se
hacen inteligibles mediante significaciones, articuladas en sintaxis discernibles, y que resultan,
no solo de la conciencia de sus actores, sino de su valor en el marco de esos juegos complejos
donde se encuentran diversas estrategias, actos y discursos resultan ser los mismos objetos de
estudios, operaciones sociales que solo pueden abordarse desde una perspectiva estructural (en
sentido lato), es decir, en su "totalidad", autorregulación y transformación. En este sentido, los
hechos económicos pueden ser interpretados también como actos o discursos participantes de la
misma textualidad practico-discursiva. De esta manera hacemos posible la aspiración de la
semiótica general (Eco, 1989) de poder abordar todos los objetos humanos como significación y
comunicación. En todo caso, esta modalidad de abordaje nos parece la única posible para dar
cuenta, con alguna rigurosidad, de la dirección de los cambios que acontecen en nuestra
textualidad practico-discursiva.
Otra categoría de análisis que nos será de mucha utilidad es la de "programa político". La
tomamos del libro de Diego Baustista Urbaneja Pueblo y petróleo en la política venezolana del
siglo XX (1993). Con ese concepto, el citado autor se refiere a (...) "un conjunto de diagnostico y
pronósticos sobre la sociedad venezolana, de los cuales se derive una determinada proposición
sobre la forma que debe adoptar el orden político y sobre las tareas de quienes detenten el
gobierno" (Urbaneja, Op. cit.: 20). Los programas políticos orientan la acción de "los grupos
gobernantes del país", en un sentido muy sencillo, como bien lo aclara el propio Urbaneja: "el
grupo de hombres que en un momento dado tiene la facultad de tomar las decisiones políticas"
(Urbaneja, Ob. cit.: 20).
El mismo autor comenta su concepto estableciendo analogías entre este y otros, como el de
"paradigma" de Kuhn, la "visión" de Schumpeter, la "problemática" de Althusser y el "programa
de investigación" de Lakatos. Tanto sus características retóricas (la composición textual del
programa: diagnóstico, pronóstico y proposiciones; y su estructura 1ógica: la idea de un "núcleo"
o convicción central rodeada de "hipótesis" mas débiles, la modalidad de preguntas y respuestas
que establece, etc.), como sus propiedades sociales (el programa constituye una "comunidad" de
los hombres que lo comparten en el "manejo del gobierno"; el grado de aceptación o rechazo que
el resto de la sociedad asumirá ante e1; la función de marco significativo que adquiere), son
efectivamente ecos de sus antecedentes teóricos en el área de la historia y la filosofía de la
ciencia.
Pero en la descripción de Urbaneja encontramos só1o eso: una descripción. No podemos hallar
en e1, por ejemplo, las razones por las cuales un programa adquiere validez, ni las reglas de su
desplazamiento o transformación. En esto, Urbaneja se mantiene al nivel de la observación
histórica positiva. Rechaza entonces cualquier tentación hegeliana, de creer que el Programa
Político sea una especie de "Deus ex maclnina" cuyas ideas y 1ógica se impone a la "realidad
material" o a los hombres quienes se engañan al creer que obedecen "a sus propios y libres
pensamientos" (Urbaneja, Ob. cit.: 26). Mas bien, para el autor: "Lo que llamamos programa es
un conjunto concepto de ideas, creído por un conjunto conjunto de personas, producido y
trasmitido por conceptos mecanismos de producción y transmisión intelectual, congruente o
compatible con muy concretos intereses" (Urbaneja, Ob. cit.: 26). Mas adelante, Urbaneja
enfatiza la importancia del Programa Político puesto que las creencias de los hombres es parte de
lo que ocurre y, de alguna manera, condicionan la forma misma de los acontecimientos: "lo que visto desde afuera- ocurrió, tuvo la forma que tuvo porque los hombres creían estar haciendo
determinada cola" (Urbaneja, Ob. cit.: 29).
Lo que Urbaneja observa, pero no logra conceptualizar adecuadamente, es que los Programas
Políticos explican los significados de las acciones históricas; es decir, que cumplen una función
semantizadora, otorgadora de sentido.
Las consecuencias de la función semantizadora de los Programas Políticos, se le escapan a
Urbaneja por su punto de vista positivista histórico. Observa que los Programas Políticos no son
só1o unos documentos tangibles, sino mas bien, por una parte, modelos de pensamientos y, por
la otra, marcos que dan significación a las acciones. Precisamente, por esas cualidades es que
pueden llegar a cohesionar, como los paradigmas, a los "grupos en el gobierno" (o aspirantes a
estar en el gobierno), análogos a las "comunidades científicas" de Kuhn.
Urbaneja, aunque observa estos fenómenos semióticos, naturalmente no puede llegar a
conceptualizarlos, sin ayuda de la semiótica. Veremos a continuac1ón como podemos, desde esta
perspectiva, retomar el concepto de Programa Político.
2.- La articulación del programa político
Efectivamente, un Programa Político no es solo un documento, ni siquiera un conjunto de
postulados compartidos por un grupo que estén en el poder o que pugna por e1. En su
articulación de discursos y acciones, responde a un conjunto de operaciones con las cuales los
practicantes seleccionan y componen su practica, dotándola de alguna coherencia.
En primer termino, se eligen géneros retóricos determinados. Si ponemos por caso el "Plan de
Barranquilla", observamos que se escogió el modelo de un "programa mínimo de partido", tal y
como lo había definido la Internacional Comunista:: un diagnóstico y la enumeración de los
puntos programáticos de un gobierno de los proponentes. En segundo lugar, el discurso opta por
el use de determinada conceptualización que, en el caso considerado, es de clara inspiración
marxista. Es ese cuerpo de conceptos el que construye los referentes con los cuales se caracterizaran las fuerzas socioeconómicas y políticas de la época.
El hecho de escoger un determinado genero discursivo y una cierta conceptualización para
diagnosticar la "realidad" y proponer acciones de gobierno, ya constituye una operación
estratégica: se trataba de fundar una organización partidista a la usanza comunista, o por lo
menos, "izquierdista". Esa opción responde, tanto a una estrategia que le da significación al acto
(organizar cierta modalidad de partido político), como a un conjunto de expectativas, intereses y
demandas sociales que efectivamente se han expresado (aunque no en el mismo genero
discursivo) y se pretende organizar cumpliendo una función proselitista.
En tercer lugar, el "Plan" es una respuesta a los actos del gomecismo, el cual, por cierto, se
unifica como tal, como fenómeno histórico unificado, reconocible, gracias a las
conceptualizaciones que pace el discurso opositor.
La calidad intelectual de los Programas Políticos, en términos de coherencia interna, solidez
académica y derivación de grandes teorías políticas o económicas, es variable históricamente.
Ello no solo se debe a las posibilidades de estudios de los protagonistas en cada época, sino
también a la complejidad creciente, histórica, de la semiosis y la dialogicidad sociales.
Acá la complejidad se refiere al nivel de diferenciación de los géneros discursivos.
Un aspecto en el cual es interesante considerar la complejidad es el del origen de las ideas del
"sentido común" político. Urbaneia observa que es difícil establecer ese origen, puesto que los
documentos políticos siempre responden a necesidades prácticas inmediatas. Así sus "conceptos"
forman parte de un "hágalo usted mismo", es decir, un sentido común, una mezcla de prejuicios y
rutinas de los políticos profesionales, que podrán coincidir con el pensamiento de algún
economista o filósofo, pero solo contingentemente y no como resultado de una elaboración
conceptual abstracts. En realidad, desde el punto de vista de la semiótica, ese "sentido común"
resulta de la semiosis y la dialogicidad sociales.
Por semiosis entendemos (con Eco-1989) el encadenamiento indefinido (ilimitado) de las
interpretaciones en una sociedad. Ese proceso se posibilita porque, como las palabras en el
diccionario, todo signo, por su estructura, solo significa gracias a otros signos que le sirven de
interpretantes. La cultura tiene una estructura autorregulada. Se explica a si misma. Se
comprende desde su interior, puesto que contiene sus propias significaciones. Es esa misma
autorregulación de la semiosis, la que delimita las lecturas o interpretaciones en un momento
histórico dado. Los textos son ellos y la lectura que se les haga. El historiador, si desea penetrar
en los sentidos de una época distinta de la suya, debe considerar los documentos y sus
interpretaciones coetáneas, tratar de leer la semiosis, puesto que esta reúne las condiciones de
posibilidad de las interpretaciones, pero también sus limitaciones históricas.
Así como la semiosis se explica por sus propiedades autorregulatorias, la dialogicidad social
tiene que ver con la contextualización pragmática de todo discurso. Mikhail Bajtin (1989) ha
explicado que todos los discursos se generan siempre en respuesta de otro, en el marco de una
dialogicidad integral de la sociedad. Todo lo que se dice o hace responde a otra intervención en
el dialogo social, con el fin de complementarlo, contradecirle, desarrollarlo, matizarlo, etc. Así la
condición de posibilidad y de comprensión de todo discurso, es otro discurso, al cual responde y
que, a su vez, será respondido. En ese marco, los géneros no son mas que formal discursivas
disponibles por los hablantes, participantes de ese inmenso dialogo social. Son opciones cuyo
valor depende de la estrategia que se despliegue.
Bajtin establece una distinción entre géneros primarios, utilizados en las comunicaciones
cotidianas, las conversaciones, las cartas, etc. y los géneros secundarios, mas elaborados (las
ciencias, la literatura, la filosofía, etc.), que no son mas que la síntesis sistemática de los
primeros, a los cuales igualmente responden.
Así, el origen de la ideas de un Programa Político solo puede rastrearse en este complejo dialogo
social y en la semiosis total. Ambos procesos semióticos tienen la propiedad de la
autorregulación, que a su vez los impulsa a adquirir niveles cada vez mayores de complejidad.
Tanto la semiosis como la dialogicidad social son procesos abiertos, lejanos al estado de
equilibno la presencia de signos sin interpretaciones, o significantes sin significado o aun de
interpretantes sin signos, son los desequilibrios del sistema que impulsan su movimiento, su
complexión. Igualmente, los discursos sin respuesta (por el momento). Por ello, cuando
analizamos un Programa Político, no podemos dejar de referimos al conjunto estructurado de la
cultura que lo hizo posible.
Dos aspectos de ese análisis son precisos. Por una parte, el nivel de complejidad alcanzado por la
cultura en cuestión, en términos de semiosis y dialogidad, y por la otra, las relaciones dialogidas
que establecen los sistemas discursivos entre si. De acuerdo a estas consideraciones, es posible
advertir que los discursos políticos durante la década de los cuarenta establecieron un dialogo
evidente con la literatura artística; pero no así en la década de los setenta. Estas relaciones entre
sistemas discursivos son un índice de la complejidad antes aludida. Ella se despliega de acuerdo
a ciertas reglas deducibles del análisis, pero igualmente tiene un aspecto impredecible, caótico.
No solo por la ignorancia inevitable del analista, sino también por la complejidad misma del
sistema y el desequilibrio en el cual se mantiene. Esta hace que las consecuencias o respuestas de
cierto discurso se amplifiquen o minimicen de una manera, contingente o azarosa. Intervenciones
aparentemente insignificantes pueden tener repercusiones inesperadas.
Así mismo, un discurso que "prometía" un gran impacto, en realidad puede no tener mayores
respuestas y volverse insignificante.
En todo caso, la complejidad puede describirse aludiendo a las diferenciaciones de los sistemas
discursivos y sus mediaciones e interacciones. Los sistemas discursivos van diferenciándose y
adquiriendo autonomía unos de otros, a medida que se complejifica el conjunto de la cultura. Son
esas diferenciaciones las que permiten el surgimiento de nuevas opciones genéricas. La literatura
artística se distingue del periodismo y el ensayismo político, y estos campos a su vez se
diversifican en nuevos géneros. Los documentos políticos van conformándose de acuerdo a
nuevas pautas, liberándose de exigencias estéticas, por ejemplo, purificando sus funciones
específicamente políticas: la proselitista, el diagnostico y la programación especifica de acciones
de gobierno, etc.
Todo documento político anuda una red de interacciones, respuestas, diálogos: con sus
promotores, con sus contrarios, con sus futuros seguidores. Se trata de una doble articulación del
discurso: genérica y la estratégica. La primera, corresponde a las opciones de genero discursivo y
conceptual; la segunda, establece su valor estratégico en el conjunto del juego del poder. El
practicante va articulando sus discursos mediante una sintaxis que junta opciones genéricas y
estratégicas. Las reglas de esta doble articulación tienen un "tiempo de vida", son históricas,
mutan. Estos cambios pueden responder, tanto a la autorregulación del sistema, como a las
irrupciones caóticas, impredecibles que pueden ocurrir.
En todo caso, puede convenirse en que hay reglas mas permanentes que otras. Habría que
distinguir, con John Searle (1990), entre reglas constitutivas y reglas regulativas o estratégicas.
Las primeras, definirán los límites y fines de cada juego social; mientras que las segundas se
referirían precisamente a la consistencia interna de las estrategias en el interior de cada juego ya
establecido.
Podría decirse que, por ejemplo, el "Plan de Barranquilla", junto a otros programas (como el del
naciente Partido Comunista), inauguran una forma de hacer política en Venezuela, contribuyen a
cambiar las reglas del juego político. No se trata de que antes de la organización de los partidos
de izquierda de los treinta no hubiese programas políticos en Venezuela. El mismo Urbaneja
describe los tres que han dominado la historia de Venezuela: el "Liberal", el "Positivista" y el
"Democrático". Pero sus reglas de articulación son distintas. Urbaneja encuentra el núcleo de
esas diferencias en el concepto de "pueblo" que, a la manera de premisa, maneja cada programa.
Así, el programa "Liberal" partía de una definición meramente normalista y legalista. El
"Pueblo" era "el conjunto de los venezolanos que las leyes definían como ciudadanos, es decir,
en ejercicio de sus derechos políticos" (Urbaneja, Ob. tit.: 48). El programa "Positivista", por su
parte, se inspiraba en las metodologías de conocimiento social de diversas corrientes del
positivismo europeo. Conceptualizaba al "Pueblo" a partir de un conjunto de datos básicos geográficos, climatológicos, demográficos, raciales, etc...- que determinan el "verdadero estado
de la sociedad". Por ello, para el Programa "Positivista", el "pueblo venezolano" era incapaz de
ser protagonista adecuado de las instituciones liberales republicanas, por cuanto solo era apto
para obedecer el mando de "hombres fuertes", "gendarmes necesarios" , cuyo principal objeto de
gobierno era imponer la paz para posibilitar el "progreso" de esta turba desenfrenada y violenta.
Al describir la noción de "pueblo" que se encuentra en la base del llamado "Programa
Democrático", Urbaneja distingue dos aspectos en su desarrollo. En uno, polemizando con el
programa "positivista", se afirma la capacidad política del pueblo a través de su participación en
las elecciones universales y directas, donde los partidos políticos pasaran a ser la expres1ón
inmediata de esta voluntad popular (empieza a hablarse del "Partido del Pueblo"). La otra faceta
del programa muestra al "pueblo", ya soberano, organizado en sindicatos y gremios mediante los
cuales defenderá sus intereses sociales y económicos.
Pero, ¿de donde salen estos conceptos de "pueblo"?
Esas discursividades que son los "Programas Políticos" dialogan con otras discursividades,
participan de un juego y una estrategia determinada. La noción de "pueblo" propia del
positivismo la encontramos en los ensayos históricos de Vallenilla Lanz, Ignacio Arcaya y otros
historiadores de finales del siglo pasado y principios de este. Especialmente representativa de
esto es el libro "Cesarismo democrático" (1917). Pero también, hallamos ese "Pueblo" en toda la
narrativa "modernista" de Urbaneja Achelpohl, Manuel Díaz Rodríguez, Pedro Emilio Coll, e
incluso en la obra temprana de Rómulo Gallegos. Ese "pueblo", fundamentalmente campesino,
es bueno, ingenuo e ignorante considerado individualmente; pero violento, brutal y autoritario si
aparece en grupo o en masa, cuando se convierte en fiera "turba" (ver, por ejemplo, el cuento "el
crepúsculo del diablo" de Gallegos en la Antología del cuento venezolano (1956) de Guillermo
Meneses). Si no es controlada por la fuerza, la muchedumbre es capaz de los mayores crímenes,
llevado por su vicio e inconsciencia, características morales que aparecen determinados por el
ambiente geográfico. El sistema literario "modernista", de la década del 80 del siglo XIX y hasta
aproximadamente finales de los treinta de nuestra centuria, estaba en correspondencia directa con
el discurso político positivista. No es casual que todos esos escritores llegaran a ser funcionarios
de Gómez, y que incluso Gallegos, en la década del diez hubiese apoyado al dictador porque
garantizaba la "paz" que necesitaba el país después de todo un siglo sujeto en las vorágines de las
guerras miles. La lealtad burocrática tenia su basamento en una comunidad de ideas.
Esta correspondencia entre sistemas literarios (especialmente la narrativa y la ensayística, aunque
también la poesía, con menor ostentación) y los discursos políticos, la encontramos igualmente
en el lapso comprendido entre 1936 y 1948. La sincronización es evidente. En ese periodo,
abundan en la poesía y la narrativa (cuentos y novelas) la representación del pueblo como bueno,
explotado, necesitado, que se organiza finalmente para luchar por su dignidad, o por lo menos,
sonar con un tiempo de redención (cfr., p.e., entre otros, el cuento "El hombre y su verde
caballo" de Antonio Márquez Salas, de 1947; igualmente la poesía de aire popular de Andrés
Eloy Blanco).
Efectivamente, la noción de "pueblo" es una unidad semántica clave para articular los Programas
Políticos con el resto de las discursividades sociales, por lo menos con los sistemas literarios
cultos: la narrativa, la poesía y el ensayo. A su vez, esa elaboración del referente "pueblo" en la
literatura, encuentra su génesis en el costumbrismo periodístico del siglo XIX. El gusto por las
crónicas que relatan las tradiciones populares, los personajes típicos, los acontecimientos mas
pintorescos se generalice especialmente hacia la segunda mitad del siglo pasado. Circulaban
estos géneros en periódicos de sorprendente circulación dada la escasa porción alfabeta de la
población.
El costumbrismo del siglo XIX constituye, una elaboración culta de multitud de géneros orales
que conformaban a su vez el sistema de la cultura popular tradicional, que es la que al final
encontramos en la génesis de la semántica de la noción de "pueblo". Esta apertura hacia la oralpopular fue posibilitada igualmente por la irrupción romántica europea. Pero la genealogía es
solo valiosa si nos muestra las diferencias entre el momento supuesto del "origen" y el
funcionamiento actual de cierto valor.
La atención a los géneros orales que circulan en las comunidades tradicionales, le sirvió al
romanticismo y al costumbrismo para resistir a la modernización, que se presentaba a su vez
como solvente de las tradiciones sanas de los pueblos y las naciones. Lo moderno (simbolizado
por la ciudad y sus "modas") es presentado como ridículo, cuando no como francamente
repudiable desde un punto de vista moral, en contraste con la autenticidad y la bondad de lo
popular-tradicional. Pero, al mismo tiempo, esa bondad popular-tradicional tenia otra faz
violenta y bárbara, que requería ser civilizada, modernizada. La ambigüedad hacia la modernidad
atraviesa toda esta discursividad modernista-criollista. Esa actitud cambiaria un tanto con la
discursividad nacional-popular, correspondiente al programa Democrático.
Al contextualizarse en el discurso político, la semántica de la noción de "pueblo" adquiere
nuevas funcionalidades, apropiadas a la articulación estratégica del discurso. Britto García, en su
análisis del discurso adeco (Britto, 1992) observa que el populismo elabora las tradiciones
populares con fines de manipulación simbólica. En el discurso político populista, señala el autor,
se resalta las carencias del "pueblo" para, por contraste, exaltar el rol del "partido" como
proveedor casi mesiánico. Los pobres y necesitados encontrarían en "su" partido, la solución de
sus problemas, como el don concedido por un ente superior. Esa función benefactora de la
organización partidista legitima su rol dirigente.
Nótese que el análisis de Britto García lleva a conclusiones diferentes de las del estudio de
Urbaneja. De acuerdo al primero, el reconocimiento de las capacidades políticas del pueblo en el
Programa Democrático, que afirma Urbaneja, es tan solo una manipulación del discurso
populista. Sirve únicamente para establecer al Partido como el legitimo representante y
benefactor de un pueblo que sigue siendo carente, necesitado, débil e inepto. Podríamos suponer,
con Britto, que es especialmente el mismo "pueblo" del positivismo, solo que el rol del
"gendarme necesario" pasaría a desempeñarlo el "Partido del Pueblo".
En todo case, la construcción discursiva del "Partido del Pueblo", en su doble condición de
representante legitimo y benefactor generoso (y "necesario" como sustituto del "gendarme" del
positivismo), responde a requerimientos estrictamente discursivos-dialogicos y estratégicos,
acerca de cuyas características distintivas no se interroga Britto García. Se trataba, en el plano
estratégico, de ganar prosélitos, competir con el Programa enemigo y ofrecer nuevas rejas
generativas para crecer como Programa. Este aspecto pragmático no lo ve Britto García: el
discurso "populista" apela efectivamente al "pueblo", como señalan Acosta y Gorodecka (1980).
Al construirlo como destinatario del mensaje, como interlocutor, en ese mismo movimiento,
cambia las reglas de su generación y, por tanto, su semántica misma.
En cuanto a las exigencias discursivas-dialógicas, el Programa dialoga, por una parte, con la
tradicional concepción comunista del partido leninista, vanguardia de la clase obrera y de todo el
pueblo, entendido como alianza de las clases productoras contra la burguesía y el imperialismo.
Pero, por otra parte, observamos que el rol benefactor que se asigna al Partido responde a un
dialogo diferente: el establecido en torno a la utilización de la riqueza que recibe el estado por
concepto de la explotación del petróleo.
El discurso político, entonces, muestra una nueva faceta, otro núcleo semántico que ordena sus
líneas generativas: la "nación".
3.- La demonización del petróleo
Si el núcleo semántico "Pueblo" conecta la discursividad política con la literatura artística y la
cultura tradicional, la "Nación" lo hace con las discursividades jurídicas, económicas e históricas.
Esta ultima, la historia o la historiografía de nuevo nos relaciona con la literatura artística.
El petróleo como recurso económico aparece en la vida venezolana, como todos sabemos, en las
primeras décadas del siglo, cuando era dominante la textualidad practico-discursiva que
llamamos "Positivista". Entonces encuentra un lugar en la discursividad económica, legal y, por
supuesto, política: habría que esperar un poco para que hiciera su lugar en la artística. Se trataba
de definir, fundamentalmente, la modalidad de participación del estado en la nueva fuente de
riqueza y su relación con las compañías extranjeras explotadoras. Posteriormente, con la
hegemonía del "Programa Democrático", un problema se agregaría a esas reflexiones y motivaría
los grandes deslindes de los años cuarenta: como distribuir esos ingresos.
Pérez Schael (1993) y Baptista y Mommer (1992) han dado cuenta de la evolución del
significado del petróleo en el pensamiento económico y político del país, desde Alberto Adnam,
pasando por Gumersindo Torres y Arturo Uslar Pietri, hasta Rómulo Betancourt y Juan Pablo
Pérez Alfonzo. De esas revisiones, nos interesa resaltar algunos aspectos.
En primer lugar, la conservación del principio jurídico de la propiedad del estado sobre las minas
y las riquezas del subsuelo en general, heredado de los tiempos del colonismo español. Esta
premisa legitima a la larga la nacionalización de la industria y tiende a articularse con la defensa
de la soberanía nacional propia de cualquier discurso nacionalista.
En segundo termino, es interesante señalar la ambigüedad conceptual de la riqueza petrolera.
Como renta, se trata de un bien no producido por el trabajo humano, sino mas bien dependiente
de una productividad natural, gratuita y por tanto ilegitima en el marco ético de un pensamiento
modernizador que se propone construir una economía productiva nacional (cfr. comentario de
Pérez Schael-1993- sobre el pensamiento de Adriani). Pero, por otro lado, el petróleo es el
insumo industrial sobre el cual se basa todo un sistema económico mundial, cuyo patrón
tecnoproductivo llega a su plenitud en las décadas de los treinta y los cuarenta. Como tal, implica
efectivamente una inversión de capital y trabajo y, por tanto, unos beneficios legítimos y, en
consecuencia, gravables.
Esta dualidad o ambigüedad económica del petróleo se expreso jurídicamente en la legitimación
y distinción de la regalía y los impuestos. Pero, al mismo tiempo, dio pie a otra dualidad, de tipo
ético, que genero una semantización peculiar en la discursividad literaria y política: el petróleo se
convirtió en un factor corruptor y culpabilizador del venezolano.
Raíces de esa semantización moral del petróleo las encontramos ya en Alberto Adriani, cuando
considera al petróleo como una mina mas que daña el ambiente natural y no contribuye a formar
la ética del trabajo y el ahorro del "homo economicus" que Venezuela requiere para poder
desarrollar una economía independiente. Pero el moralismo en relación al petróleo hallara su
máxima expresión en la ensayística de Arturo Uslar Prieti y, posteriormente, en Pérez Alfonzo.
Es precisamente con esas significaciones morales que el petróleo comienza a aparecer en el
discurso artístico-literario, hacia la década del cuarenta, en, por ejemplo, "Mene", la novela de
Ramón Díaz Sánchez (cfr. Perez Schael, Ob. cit.: 144-1óó).
Por supuesto, las significaciones morales no eran nuevas en los discursos artísticos-literarios. Es
pertinente aludir las oposiciones éticas presentes en textos clásicos de la cuentística venezolana,
como "Flor de Selvas", texto de Urbaneja Achelpohl, donde el bien esta representado por el
campo, la familia campesina, la naturaleza, la paz, el trabajo, etc., en contraposición a la ciudad y
el "modernismo", espacios de la mentira y la intriga que dan pie a la también nefasta guerra civil.
Ya en el texto de Díaz Sánchez, el mal aparece asociado a la presencia de la compañía petrolera
y de los "gringos". También Gallegos había aludido a la maldad del "yanqui" con su clásico
personaje de "Doña Bárbara", Mister Danger. Esta disposición semántica del valor ético, coloca,
por oposición, el bien del lado de la nación y el mal del extranjero. En el medio, quedan los
venezolanos, victimas del extranjero explotador o sujetos de una degeneración moral que los
priva de su voluntad o los hace cómplices del crimen y traidores a la patria.
Se elabora entonces un mito. Empleamos aquí la noción de "mito" en el sentido de una narración
por cuya referencia adquieren significación los actores de unos acontecimientos históricos dados.
A la manera del "mito" de las comunidades primitivas, estudiadas por Mircea Eliade, estos
esquemas narrativos (o "metarrelatos" como lo emplea Lyotard) refieren el "origen" y la "razón"
de las cosas; en este sentido constituyen una suerte de ontología primitiva mediante la cual, por
analogía o correspondencia, los practicantes asignan a los involucrados en una acción un papel
determinado. Los mitos tienen un carácter sagrado. No son historias en el sentido de registro de
acontecimientos efectivamente presenciados, sino discursos que "contagian" sentidos a los
hechos.
Uno de los principales mitos nacionales, porque da cuenta del origen de la propia nación, es el
construido en torno a la figura de Simón Bolívar. Carrera Damas (19ó9) y Manuel Caballero
(1989) han estudiado el nacimiento, desarrollo y continuación de un "culto a Bolívar", que
convierte al Libertador en el dios fundador de la nacionalidad. Como deidad, Bolívar asume, no
solo la perfección y la trascendencia, sino la presencia y vigencia intemporal, así como la
autoridad en todos los campos del conocimiento y la técnica. Así, existiría hasta un "Bolívar
ecológico" antes de la existencia de la propia ecología. O un Bolívar aviador, obrero, etc. La
descontextualización de la figura bolivariana es lo que le da ese carácter sagrado, propio de todo
mito. El "pensamiento de Bolívar" sirve para justificar, desde la continuidad del gobierno de
Gómez, hasta el intento de golpe de estado de Chávez. Los actos del gobierno se presentan como
reproducción del mito de origen. Así, la Reforma Agraria en labios de Betancourt, o la
nacionalización del petróleo en los de Carlos Andrés Pérez, pasan a ser "segundas
independencias de Venezuela", con su Bolívar reencarnado en el mandatario de turno.
El mito nacional-popular, en relación al petróleo, narra la historia de una violación, un robo y
una traición. Robo de las riquezas nacionales, violación de la dignidad de la Patria, traición de
los "vende patrias" lacayos de las compañías extranjeras. Mas allá de las efectivas relaciones de
explotación y los abusos de las petroleras, acá lo que señalamos es la fijación de una "meta
narrativa" que sirve de fundamento para juicios y prejuicios, que a su vez sirven de premisas para
el despliegue de toda una discursividad.
Este mito tiene dos variantes. En uno, se culpabiliza al yanqui, al extranjero; en otro, al criollo
"nuevo-rico", despilfarrador y corrupto. Pero en ambas versiones, el petróleo es el factor
diabólico, desmoralizante, degradante. Una ironía porque, en todo caso, el pecado que se esta
pagando es el de no haber aprovechado las riquezas de la naturaleza, los recursos infinitos de la
Patria. Es decir, el petróleo mismo. El corruptor.
4.- El petróleo debe ser semilla: la siembra del petróleo y lo nacional-popular.
El problema de como recibir, aprovechar o distribuir la riqueza petrolera nacional, aparece como
tal cuando la explotación de los hidrocarburos desplaza la fuente tradicional de la riqueza: la
agricultura. No se trata única ni principalmente de un cambio en los indicadores de los ingresos
nacionales. El desplazamiento económico de la agricultura por el petróleo, se produce en el
marco de un complejo proceso socioeconómico y cultural, donde se reestructuran las
discursividades sociales, estableciéndose nuevas condiciones para la articulación de un Programa
Político, "Democrático" o, mejor dicho, nacional-popular. Se trata, pare decirlo en un lenguaje
kuhniano mas o menos vulgarizado, de un cambio paradigmático.
La consigna "Sembrar el petróleo", en su formulación inicial en el articulo de 1936 de Uslar
Pietri, dialoga con las concepciones fisiocráticas (cfr. Baptista y Mommer, 1992: 15-17), según
la cual se considera a la agricultura como la verdadera y legitima riqueza, frente a unos ingresos
petroleros que posibilitan un consume moralmente condenable, que no se corresponde con los
esfuerzos productivos (agrícolas) de la sociedad.
No es casual la operación metafórica de convertir al petróleo en semilla para poder incorporarlo
en una semiosis que solo disponía como interpretes signos de un mundo de veda tradicionalagrícola. El petróleo era el nuevo signo que debla conseguir interpretante. Se configure así una
respuesta dialógica del pensamiento económico de la época, que tuvo como efecto yuxtaponer,
una oposición semántica a otra ya presente en las discursividades anteriores; la contraposición
entre el mundo tradicional y el moderno. La pugna simbólica entre el cambo y la Ciudad, típica
del criollismo artístico y del positivismo de principios de siglo, se trasfirió y articuló a la
oposición agricultura/petróleo. Tales contraposiciones construyeron la respuesta de la sociedad
tradicional venezolana a la modernización desde el exterior impulsada por la explotación
petrolera.
La primera confrontación en que esa contraposición se hizo sentir, con repercusiones claras en la
política económica del gobierno gomecista, fue el debate acerca de la devaluación del bolívar
entre Alberto Adnani y Vicente Lecuna, entre otros. Como señalan Baptista y Mommer (1992) la
decisión definitiva, la no devaluación, benefició los intereses rentísticos de la nación, contra los
de los productores del agro. La segunda oposición se presentó como una tensión simbólica entre
las dos Venezuela de las que habló Uslar Prieti en su conocido ensayo: una pobre y otra rice, una
buena y otra corrompida, una agrícola y otra petrolera.
Para Baptista y Mommer (1992), la raíz de la moralización del discurso político-económico
sobre el petróleo, es de carácter conceptual y epistemológico. Uslar Pietri no habría entendido
apropiadamente como renta el ingreso petrolero. Desea convertirla en inversión productiva, y
para ello recurre al concepto de "capital natural", que, como observan los mismos autores
citados, imposibilita "el entendimiento de las dificultades reales de convertir productivamente la
renta en capital" (Baptista y Mommer, Op. Cit.: 28). De esta manera, los problemas reales del
proceso histórico aparecerían como meros efectos de políticas económicas inadecuadas, o de
cualquier otra circunstancia subjetiva, y no como la resultante de la 1ógica interior del proceso
económico rentista, la cual plantea el problema de la capacidad de absorción de capital del país,
excedida por la renta petrolera (Baptista y Mommer, Op. cit.: 28). Para estos autores, el problema
de Uslar es que no fue suficientemente científico a cause de su enfoque fisiocrático. Pérez Schael
(1993), por su parte, llega a caracterizar como oportunista la propuesta de Uslar Pletri, pues su
objetivo primordial será obtener, con la mayor rapidez posible, el máximo beneficio de la riqueza
momentánea, mediante su inversión productiva. El riesgo del problema administrativo planteado
aparecerá en este discurso como fundamentalmente moral, referido a las costumbres consumistas
provocadas por una riqueza no ganada. Hay que negociar bien con las compañías para controlar
la extracción, y por otra parte, tomar las decisiones adecuadas para la inversión de la riqueza
obtenida en las negociaciones. Como observa la misma autora, "la noción de mina subyace como
un fondo de significaciones" (Perez Schael, Op. cit.: 24).
Otro aspecto del asunto se revelaría si lo enmarcamos en el debate acerca de la modernización
del país, que se suscito en el interregno 36-48, a raíz de la muerte de Gómez, la irrupción de
nuevos actores sociales y políticos, como los partidos políticos modernos y los sindicatos, y el
trienio 45-48. Este fue precisamente el lapso en que se estructuro la textualidad practicodiscursiva nacional-popular. En ese marco, los ensayos de Uslar se presentan, primero, como
discurso oficial del postgomecismo, entre el 36 y el 45, y como contrapropuestas a las de Acción
Democrática durante los afios 45-48. En todo caso, durante esos años, la cuestión fundamental
era como entrar al siglo XX, cuyo inicio para los venezolanos había sido fijado por Picón Salas
en el año de la muerte de Gómez.
Simplificando, podríamos agrupar los discursos que se enfrentaron entonces, entre aquellos que
proponían una transición gradual, conservadora, no conflictiva, de la sociedad tradicional a la
moderna, y los otros, que fueron llevados a plantear un cambio terminante. Uslar y sus colegas
deseaban una transformación del primer tipo. Con cada vez mayor claridad, las posiciones de AD
fueron radicalizándose. La consigna del voto universal, directo y secreto se convierto en clave,
por lo que traía de ruptura con la noción de "pueblo" del Programa Positivista, como ya hemos
visto.
De modo que, puede decirse, la transición de una textualidad practico discursiva positivista a otra
nacional-popular, se produjo entre 1936 y 1948. La noción de "Pueblo" es clave en esa mutación.
Al tiempo que el Pueblo se convierte en el Soberano, el Partido y el Sindicato aparecen como sus
representantes legítimos, en tanto distribuidores de la riqueza para lograr sus reinvidicaciones:
educación, vivienda, empleo, tierras, servicios, etc. Son desplazados el "Gendarme" del discurso
tradicional positivista, y la "elite" que propone Uslar, como elemento para la transición de la
sociedad tradicional a la moderna. En este marco dialógico, la consigna de "sembrar el petróleo",
en los ensayos de Uslar, resulta ser un llamado nostálgico a conservar algún rasgo de la sociedad
tradicional. Un lamento porque ya no somos lo que fuimos. El pensamiento de Uslar va
quedando en la semiosis como el referente de una modernización que pudo haber sido y no fue.
Lo curioso es que el propio Betancourt retoma la frase, inaugurando el conocido trienio adeco, a
pesar de haber sido, en sus palabras, una demagogia del régimen medinista. Con la consigna
susodicha el máximo dirigente adeco justifico su programa de créditos baratos para la industria y
la agricultura (cfr. CABALLERO, 1977: 242-243). Esta concesión retórica implica una
convergencia política. Así como la hipocresía es un homenaje del vicio a la virtud, retomar el
lema del enemigo es el reconocimiento de su valor. La de Betancourt y Gallegos será la
autentica, no demagógica, "siembra del petróleo". La frase comienza a descontextualizarse.
Una vez derrocado el gobierno de Gallegos, en 1948, se inicia un debate donde participan
Betancourt, Uslar y Prieto Figueroa, en el cual se pretendía hacer un balance general de un
periodo histórico. La oposición es sistemática; en relación a la educación, a las políticas
económicas, al manejo político-partidista. Sobre lo primero, Uslar cuestiona la política de
masificación de la educación emprendida por Prieto Figueroa, defendida por este en su libro "De
una educación de castas a una educación de masas" (1952). La postura uslariana esta claramente
definida: la educación debe formar elites dirigentes. Anticipándose varios años a la creación de
la primera Universidad privada en Venezuela, Uslar se pronuncia por el pago de la educac1ón
superior.
El escritor señala en "De una a otra Venezuela" (1948), que los dos grandes problemas que
debían resolver los venezolanos eran, primero, el determinar y obtener la parte de la riqueza
petrolera que nos correspondía; problema resuelto para Uslar en 1943, con la ley de ese ano. La
segunda cuestión, mil ardua, era contrarrestar los efectos negativos del petróleo en la economía
tradicional del país y el mejor procedimiento para invertir esos cuantiosos recursos. En otras
palabras, "sembrar el petróleo". Esto debió acometerse en 1945, fecha cuando, precisamente, se
produjo la llamada "Revolución de Octubre", que inauguró el use al máximo de los nuevos
recursos en los gastos ordinarios, con lo cual se estimu1ó la inflación y se profundizó la
dependencia del país respecto del petróleo (cfr. Uslar, Op. cit.: 1345-1457).
Sobre la política nacional, critica la conducta sectaria de los dirigentes adecos, que provocó el
golpe del 48 y no permite la unidad de las fuerzas democráticas. Llama a la concordia y condena
los rencores y enguerrillamientos entre las distintas fuerzas democráticas.
En relación a las políticas económicas, las diferencias tienen como premisa la culpa de los
venezolanos por haber violado la promesa de "convertir la riqueza transitoria del petróleo en
riqueza permanente de la nación" (Uslar Pietn, 1956: 1368). Según Uslar, habíamos
transformado el petróleo en un monstruo, en un "minotauro" de "ilimitado poder destructor" que
sorbe "la sangre de la vida y dejando en su lugar una lujosa y transitoria apariencia hueca"
(Uslar, Op. cit.: 1367). El país, a causa de una mala administración del petróleo durante los años
45-48, "está mas pobre de lo que éramos antes de que lo tuviéramos" (pig. 1369). La agricultura
y la industria es artificial, sostiene Uslar, porque la protegemos de la competencia internacional
mediante un complejo sistema de subsidios y aranceles proteccionistas. Por otra parte, se
desarrolla una inflación interior con altos precios y bajo poder adquisitivo de la moneda, y
abundancia de divisas baratas con alto poder adquisitivo externo. Esto lleva a "un punto
inclinado" que conduce a no producir nada y a comprarlo todo en el exterior (Uslar, Op. cit.:
1373). Uslar reitera la idea de que el petróleo es un capital que se consume sin reproducir, es
decir, el petróleo es una riqueza transitoria.
La critica de Uslar no solo se concentra en el gobierno de Gallegos, durante el cual, en un só1o
ano, se gastó lo que en cuatro del periodo de Medina. El proceso patológico es mas profundo,
porque las transformaciones venían sucediéndose desde el propio Gómez. Es el petróleo en
ultima instancia el "monstruo", el agente transformador de la economía, la sociedad y la política
venezolana, que ha desarticulado completamente la existencia venezolana; hace imposible volver
a ser lo que éramos y no ha creado las posibilidades de que continuemos siendo lo que ahora
somos. El signo de la Venezuela petrolera es la inestabilidad y la extrema desigualdad.
Todavía hoy Uslar Pietri mantiene su autoridad intelectual y política repitiendo la consigna de
"sembrar el petróleo". La frase se ha convertido en un importante lugar común de la
discursividad política y económica venezolana. La vigencia discursiva de la frase, revela un
problema no resuelto todavía: la construcción de una economía productiva, éticamente plausible,
aprovechando una riqueza que nos fue "regalada" por la naturaleza, Baptista y Mommer llama la
atención acerca de que Uslar, aunque se plantee el problema de la creación de un empresariado
privado como parte de la "siembra del petróleo", no logra proponer fórmulas para convertir la
propiedad común del petróleo, en propiedad privada (cfr. Baptists y Mommer, 1992:29). La
creación de un empresariado dotado de racionalidad económica e iniciativa progresista, no
encuentra salida dentro de este pensamiento.
Ahora bien, no se descontextualiza una frase, sin consecuencias en su significación. Si por un
lado, indica la supervivencia de un problema no resuelto; también se puede señalar la
persistencia de un arcaísmo en el conjunto de la discursividad política y económica venezolana:
la agricultura sigue considerándose la principal riqueza, la única legitima, a la manera de los
fisiócratas. Continua la culpabilización de los venezolanos por el usufructo de una riqueza
gratuita y especialmente corruptora. A esa misma función semiótica contnbuyen frases y
retóricas completas como las de Pérez Alfonzo, al llamar al petróleo "estiércol del diablo". (cfr.
PEREZ ALFONZO, 1976).
¿Cómo habría que explicar ese supuesto arcaísmo? ¿cómo expresión de la supervivencia de un
estrato tradicional en nuestras discursividades, de un mundo de vida todavía existente, paralelo a
una modernidad que se pretende alcanzar mediante el mismo recurso petrolero?
Porque es interesante observar que, paralelamente al discurso culpabilizador y todas esas
connotaciones malignas del petróleo, continuaron desarrollándose políticas (acciones y
discursos) con el fin de aprovechar al máximo la renta petrolera para "sembrarla", hasta llegar a
la tesis de la nacionalización del recurso.
La tensión entre la culpa por la riqueza petrolera y el imperativo pragmático de su máximo
aprovechamiento, se reprodujo en la discursividad política y económica venezolana en torno a la
nacionalización del petróleo.
5. La nacionalización del petróleo: límites del Programa nacional popular:
Baptista y Mommer (1992) señalan entre las consecuencias de la nacionalización del petróleo, el
agotamiento de la visión nacionalista tradicional según la cual el petróleo no era mas que una
renta que debía maximizarse para invertirse en la economía no petrolera, con el fin de conquistar
la independencia respecto del hidrocarburo. En otras palabras, la tesis de la "siembra del
petróleo". En esta perspectiva só1o es viable plantearse la maximización de la renta a través de la
nacionalización, con lo cual se resuelve la oposición con el capital extranjero. Pero una vez
nacionalizada la industria, nuevos problemas aparecen en forma de desafíos del pensamiento
económico. Ahora los niveles de la renta deberían compatibilizarse con el pleno desarrollo de la
actividad productiva, y para ello se debe buscar, tanto niveles de precios que garantizaran la
demanda, como niveles impositivos que permitan la requerida expansión de la industria.
El planteamiento de estos nuevos problemas es el punto de partida de lo que vislumbramos como
un nuevo Programa Político que, eventualmente tendrá sus correlatos en otras discursividades,
hasta estructurar una TPD. Se ha comenzado a desarrollar un sentido común diferente al
nacional-popular. Tres grupos se pueden identificar como los practicantes iniciales de los nuevos
discursos: la gerencia de PDVSA, la dirigencia empresarial y una renovada intelectualidad
académica, influida por el pensamiento neoliberal, a partir de la década de los ochenta. Pero el
desarrollo de esa nueva discursividad no puede desconectarse de la desconstrucción previa de la
TPD nacional-popular.
En lo inmediato, la nacionalización del petróleo retomó el planteamiento de la "siembra del
petróleo", a través de inmensos endeudamientos quo sirvieron para montar una planta de
industrias básicas de grandes dimensiones. A partir de 1975, Venezuela construyó un asfixiante
capitalismo de estado, en el cual se le concedía un papel secundario al sector privado. El estado
no solo era el propietario de la inmensa riqueza petrolera, sino de todo un complejo de industrias
básicas, para cuyo montaje el endeudamiento creció a niveles monstruosos. Además se produjo
una suerte de acumulación originaria de capital en manos de un nuevo sector burgués vinculado
con el gobierno. Pérez Alfonzo, entre otros, denunció como corrupción esa "operación privada
de la renta", como la denominan Baptista y Mommer (Op. tit.: 80).
El endeudamiento, enmarcado en una orientación clara de despilfarro y corrupción, convierte al
V Plan de la Nacional en un Plan de Destrucción Nacional, en palabras de Pérez Alfonzo (cfr.
PEREZ ALFONZO, 1976). Los danos morales del petróleo en el venezolano, señalados por
Uslar desde 1936, se resumen en el "efecto Venezuela". La expresión la toma Pérez Alfonso de
un articulo del Financial Times, donde se describe este fenómeno histórico-económico con los
siguientes rasgos: concentración económica, maximización de la desigualdad económica en la
población, dependencia de la producción petrolera, abandono del campo y dependencia de las
importaciones para todos los otros productos de la vida.
La renta petrolera nuevamente aparece en este discurso como "riqueza no ganada", cuya
inyección en la economía se había convertido en un "peligroso medicamento" (PEREZ
ALFONZO, Op. cit.: 23). El autor considera el lapso que se inicia en 1936 como clave para
corregir tales consecuencias perniciosas del petróleo, pero en ese interregno "Venezuela mantuvo
alegremente la delantera en la exportación de esa codiciada energía" (PEREZ ALFONZO,
Op.cit.: 23), presionada por la demanda de la guerra mundial comenzó a tomar medidas; pero la
dictadura que se inicia en ese ultimo año, de nuevo retomó el camino del desastre, significada,
entre otras cosas, por la vuelta a las concesiones petroleras y la política de cambio físico del
ambiente urbano, la política de cemento armado.
El tono moralizador vuelve al discurso político con Pérez Alfonzo:
"Venezuela marcha hacia la deriva. Nunca supimos bien hacia dónde queríamos o podíamos ir.
Somos negligentes, inestables y contradictorios. Pero nunca habíamos sufrido una indigestión
económica como la actual (1976: N. del A.) y con la inundación de capital perdimos la cabeza"
(Pérez Alfonzo, Op. cit.: 335).
La merma de la producción y el derrumbe de la renta hacia 1986, junto a la falta de capacidad de
absorción de capital de parte del sector no petrolero, llevó al fin del mito de la Gran Venezuela
del capitalismo rentístico y a la crisis económica mas grave de este siglo.
La evidencia de la ineficacia de las empresas estatales, contribuye a la "desacralización" de la
estatización, como medida máxima del nacionalismo. Aparece un nuevo interpretante que
reconstruye el orden de la semiosis. La discus1ón cambia de agenda, los discursos se refieren a
un problema diferente: el de la eficiencia. Adquieren pertinencia los discursos que construyen el
referente de la eficiencia. La privatización aparece como la alternativa a la estatización,
coordinadamente a la oposición eficiencia-ineficiencia. El desplazamiento semántico
deconstruye las claves de la anterior TPD. La economía se disocia de las ideologías políticas. Se
instaura un nuevo sentido común que toma sus elementos directamente del discurso económico
clásico.
Por supuesto, pueden señalarse otros marcos de constructores de la TPD como la quiebra del
tercermundismo durante la década de los '80, con el fracaso de los "frenes de deudores", la
neutralización del potencial de enfrentamiento de la OPEP al entrar los capitales de los países
productores en el circuito financiero internacional e identificarse sus intereses con los de los
países industrializados. Finalmente, la desaparición del bloque socialista a inicios de los noventa,
con sus implicaciones en la desconstrucción de cualquier alternativa de conjunto al sistema
capitalista (lo que Fukuyama llamó "fin de la historia"), son referentes que reestructuran los
interpretantes de la nueva TPD.
Desde nuestro enfoque, el Programa nacional-popular había asociado interpretativamente
Pueblo, Partido, Estado, Nación y Patria. El Partido es la expresión organizada y el representante
legitimo del Pueblo como soberano. El Estado, por su parte, es la encamación de la Nación. El
Partido, al hacerse gobierno, hace converger en si las connotaciones jurídicas y míticas de la
Nación y la Patria. Dicho de otra manera, el Partido, interprete del Pueblo, cuando desarrolla una
acción nacionalista al frente del Estado, se hace interprete también de la Nación y la Patria.
Cuando el Partido, hecho Gobierno y Estado, se propone validar su Soberanía sobre la Riqueza
Primordial, se hace portador de un mandato del Pueblo, pero también de los Próceres de la
Patria. La presentación discursiva se hace mítica: la Nacionalización del petróleo se convierte en
la Segunda Independencia de la Venezuela.
La desconstrucción semiótica de esta discursividad, comienza cuando-se desplazan las
interpretaciones principales. Al replantearse las oposiciones semánticas, las acciones y signos
adquieren otras significaciones. Los discursos comienzan a tener otra pertinencia gerencia y
estratégica. Estamos en presencia de otra TPD.
6.- El discurso aperturista
El discurso neoliberal de finales de los setenta y principios de los ochenta, adquiere pertinencia
mostrando la evidencia de la ineficiencia del estado en el manejo directo de los sectores
productivos de su propiedad. Pero la estrategia de deslegitimac1ón no paro allí. Después de
conseguir un consenso en tomo al fracaso del capitalismo de estado, construido durante los
setenta, la argumentación neoliberal-neoclásica ataca todo el esquema de estado interventor,
propio de los proyectos de industrialización hacia dentro inspirados en la CEPAL.
Podríamos rastrear la emergencia del nuevo Programa en Venezuela, a partir del mismo año en
que llega a su apoteosis el capitalismo de estado. Es hacia 1975 que aparece, por ejemplo, el
libro de Marcel Granier La generación de relevo contra el estado omnipotente, donde se
desarrolla toda una argumentación contra la noción dominante de la intervención keynesiana en
la economía desde el punto de vista de la defensa de la libertad de los ciudadanos. Por esa misma
época se inician esfuerzos institucionales-académicos como el IESA, que son centros de primera
importancia para difundir, reciclar y producir los nuevas planteamientos ya a un nivel teórico
mas elaborado.
A la oposición estado ineficiente vs. empresa privada eficiente, se agrega intervención del estado
vs. libertad del ciudadano. Igualmente, al asociarse los partidos con "cogollos" oligárquicos, que
concentran las decisiones a espaldas de los venezolanos, se propone una nueva oposición
sociedad civil vs. partidos políticos. Es precisamente, partiendo de valores como la eficiencia del
estado y una relegitimación de las relaciones de representación en la institucionalidad política,
que se propone la reforma del estado, especialmente desde la creación de la COPRE.
El nuevo Programa se va estructurando desde posiciones diferentes, como una convergencia de
diagnósticos y propuestas políticas y económicas que, al dialogar y coincidir, construye su
coherencia de Programa de conjunto.
Los agentes del cambio llegan al poder con el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. La
palabra de orden es "apertura". Se comienza a desmontar el capitalismo de estado de los setenta e
incluso, se propone desmontar el estado intervencionista, "sembrador de petróleo". Se reconoce
la necesidad de la reducción impositiva a PDVSA, en aras de facilitar planes de inversión y
expansión, diseñados con criterios diferentes a los tradicionales.
Como lo señalamos antes, los practicantes de la nueva discursividad son, fundamentalmente, tres
grupos: la gerencia de PDVSA, los dirigentes gremiales del sector empresarial y la
intelectualidad académica neoliberal (el IESA y la UCAB), pero posteriormente todas las
universidades y centros privados como el CEDICE). A estos agentes, habría que agregar el
liderazgo político "reformado" que, en todos los partidos (especialmente COPEI, pero también el
MAS y la CAUSA R) y en algunas organizaciones nuevas (como la que propone Miguel
Rodríguez), descontruye los discursos nacional-populares anteriores, en función de la
"modernización" de la política.
Podríamos describir el nuevo Programa ordenando algunas de las oposiciones semánticas que
construyen sus discursos mas importantes:
MODERNO VS. TRADICIONAL
EFICIENCIA VS. INEFICIENCIA
SECTOR PRIVADO VS. SECTOR PUBLICO
SOCIEDAD CIVIL VS. PARTIDOS POLITICOS
LIBERTAD INDIVIDUAL VS. CONTROL ESTATAL
MERCADO VS. INTERVENCIONES GUBERNAMENTALES
APERTURA VS. PROTECCIONISMO
GLOBALIZACION VS. "NACIONALISMO" OBSOLETO
Incluso, en algunos discursos académicos, se llega a oponer la justicia a la libertad. Uno de los
aspectos mas significativos de la desconstruccion de la TPD nacional-popular, es el
desplazamiento del signo "Pueblo". Esta ya no aparece, ni como turba violenta que debe ser
civilizada a la fuerza (Programa Positivista), ni como población explotada que se organiza para
conquistar sus reinvidicaciones y recibir la dadiva de "su" Partido, intermedio de la renta
petrolera que se "siembra". El "Pueblo". En la nuevo retórica política, el pueblo se disuelve en un
conjunto de individuos, sujetos de derechos y deberes, responsabilidad e iniciativa privada. Su
dimensión colectiva va eclipsándose. El Sujeto Moderno (responsable, racional, etc) toma el
lugar del "Pueblo" como agente social. La modernización culmina en una modernidad que se
propone homogenizar un mundo de vida donde coexisten distintos tiempos históricos.
Por supuesto, acá ordenamos solamente a1gunas, las mas importantes de las oposiciones
semánticas de la discursividad que comentamos, visible en los discursos políticos y económicosacadémicos. Tales reestructuraciones de la semiosis, son isócronas con reestructuraciones en la
dialogicidad. Especialmente, en lo que se refiere a la complejidad de la TPD en formación.
Una característica de esta nueva discursividad es que no comprende correspondencias directas
entre diversos campos discursivos. Efectivamente, se trata de una discursividad mas compleja y
diferenciada, estructurada por campos de especialización. A diferencia de la TPD nacionalpopular, en la cual todavía se advierte un "sentido común" no especializado en las cuestiones
económicas y política, además de que las discursividades (las liteararias-artísticas y las políticas,
por ejemplo) muestran evidentes analogías en la construcción de referencialidades y
subjetividades. Por el contrario, en la nueva TPD las divisiones disciplinarias académicas actúan
como reglas generativas de gran fuerza.
La nueva TPD va permeando toda la sociedad. Incluso los sectores que se oponían a los
programas de apertura, específicamente al del gobierno de CAP de 1989, han terminado
asumiéndolo, en un proceso de "conversión intelectual" que por si solo, constituye un interesante
campo de estudio. El paquete de medidas anunciado por el gobierno de Rafael Caldera es un
nuevo signo que puede interpretarse desde este punto de vista. Van tomando cuerpo las
propuestas relativas a la virtual privatización de la propia PDVSA, como lo observamos en la
idea, formulada por el presidente de la empresa petrolera, Luis Giusti (el 24 de abril pasado) de
colocar en el mercado bursátil el 15% de sus acciones. En todo caso, se comprueba que la
apertura petrolera es un elemento de una nueva mentalidad de los grupos dirigentes de la
sociedad venezolana, construyendo un nuevo consenso, diverso y opuesto al nacional-popular.
En términos semiótico-sociales, la nueva semiosis y dialogicidad social continua eficazmente su
proceso de estructuración, respecto de la cual debemos estar atentos, puesto que replantea los
conceptos básicos sobre los cuales se levantan los discursos políticos mismos: la Nación, el
Estado, el Pueblo, etc.
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