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Pedagogía de la autonomía
Paulo Freire
Siglo Veintiuno Editores
Madrid 1997
El autor en tres secciones hace una reflexión sentida acerca de la naturaleza de la educación,
propone una pedagogía por la autonomía y describe los roles de los participantes de esta clase de
pedagogía. Freire, define a la educación, como una práctica constante que ante todo demanda la
existencia de sujetos, y por lo tanto, es gnoseológica, política, ideológica y moral; lleva consigo
frustraciones, miedos y deseos; no separa la enseñanza de los contenidos de la formación ética de
los educandos; práctica de teoría; autoridad de libertad, ignorancia de saber, enseñar de aprender,
respeto al profesor de respeto a los alumnos; y además, está a favor de la producción y desarrollo de
la autonomía de educadores y educandos (p. 68).
Una de las primeras reflexiones que desarrolla es su preocupación por las consecuencias de aquella
ideología de que “los sueños murieron” solapada detrás de la divinización o satanización de
conceptos como “pragmatismo” pedagógico y adiestramiento técnico-científico del educando, y no
de su formación (p.111), Argumenta que dicha ideología pretende abandonar al hombre en el mundo
tan solo como objeto de la Historia y robarle también la cualidad de ser, igualmente, su sujeto. En
segundo lugar, considera que este sistema de pensamiento refuerza, indiscutiblemete, los
mecanismos de asfixia de la libertad. Entre ellos -menciona a-, los sistemas de evaluación
pedagógica de alumnos y profesores ya que vienen siendo asumidos, cada vez más, como discursos
verticales con una cierta uniformidad de fórmulas dejando de lado su función de instrumento de
apreciación del quehacer de sujetos críticos. Una tercera consecuencia planteada por el autor,
consiste en que elimina la politicidad de la educación por cuanto, es precisamente, en la vocación de
emitirse a sueños, ideales, objetivos, utopías y en la convicción de que el cambio es posible, en
donde radica dicha politicidad.
Como mecanismo para redimir al hombre de estos problemas, propone una enseñanza
problematizadora y una pedagogía de la autonomía ya que lo inmunizan contra la práctica de la
enseñanza bancaria, la cual, al ser un discurso meramente transferidor del perfil del objeto del
contenido, transforma la experiencia educativa en puro adiestramiento técnico; deforma la creatividad
del educando y del educador y desprecia lo que hay fundamentalmente de humano en el ejercicio
educativo: su carácter formador.
Caracteriza (pp.27-31) a la enseñanza problematizadora como aquella educación que agudiza una
curiosidad epistemológica, fundamental en el proceso gnoseológico, y una duda rebelde en el
educando; y que además, cultiva el rigor metódico para aproximarse a los objetos; y así, reproducir
las condiciones en las que es posible aprender críticamente y en las que los educandos se
transforman en sujetos reales del proceso de la construcción del conocimiento. De esta manera, los
educandos no solo aprenden contenidos sino también a pensar correctamente, dice el autor. Sin
embargo, considera, que pensar acertadamente no es el hacer de quien se aísla, sino un acto
comunicante, que coparticipa y que, por lo tanto, demanda profundidad en la comprensión e
interpretación de la realidad y reconocimiento de la identidad cultural, de la cual forman parte la
dimensión individual y de clase (p. 67). Es decir, -aclara Freire-, que también tiene que ver
directamente con la asunción de nosotros (emociones, sensibilidad, afectividad, intuición) por
nosotros, lo cual, exige conciencia de nuestro inacabamiento y de la capacidad para superarlo;
además, seguridad en nuestra capacidad de conocer el mundo, y aún más, de “intervenir el mundo”
(p. 75).
No obstante, añade dos saberes indispensables, que esta práctica educativa crítica y por la
autonomía requiere: aquel que nos dice cómo lidiar con la relación autoridad-libertad (p.86) y aquel
que nos indica cómo llevar a cabo un dialogo. De una parte, una educación crítica exige un buen
juicio para no confundir libertad con libertinaje ni autoridad con autoritarismo o para no sucumbir ante
el formalismo insensible ni caer en el menosprecio al principio ya que la ruptura del respeto a una de
ellas provoca la hipertrofía de una o de otra. Lo mejor, -considera Freire (p.102)-, es la maduración
de la libertad en la confrontación con otras libertades, en la defensa de nuestros derechos, de cara a
la autoridad de los padres, del profesor, del estado; de manera que nos convirtamos al respeto
común, única manera de legitimarnos y es en este sentido en el que una pedagogía de la autonomía
tiene que estar centrada en experiencias respetuosas de las libertades y en experiencias
estimuladoras de la decisión y la responsabilidad. “La autonomía se va constituyendo en la
experiencia de varias, innumerables decisiones que van siendo tomadas y la decisión de asumir las
consecuencias del acto de decidir también forma parte del aprendizaje y de la maduración. La
autonomía en cuanto a la maduración del ser, es proceso, es llegar a ser”, afirma el autor.
De otra parte, “es en la producción de situaciones dialógicas donde aprendemos a ser”, enfatiza el
autor. Lo fundamental es que todos los participantes del proceso educativo sepamos que la postura
que se adopta es abierta, curiosa, indagadora y no pasiva, en cuanto habla o en cuanto escucha y
especifica (p.83): “Lo que nunca hace quien aprende a dialogar es hablar impositivamente”. Es decir,
dialogar no es hablar a los otros, desde arriba como si se fuera portador de la verdad sino hablar con
los otros, por lo que, la apertura hacia los demás es un elemento muy importante en esta postura
dialógica, aclara. Una apertura que implica estar atento y en actitud de respeto hacia las otras formas
de pensamiento. “El respeto a las diferencias exige de nosotros la humildad que nos advierte de los
riesgos de exceder los límites más allá de los cuales nuestra autoestima necesaria se convierte en
arrogancia y falta de respeto a los demás” añade. Sin embargo, puntualiza, “escuchar no quiere decir
reducirse al otro que habla ya que eso no sería escucha sino autoanulación; la verdadera escucha no
disminuye en nada nuestra capacidad de ejercer el derecho a discordar; no significa conformarse con
la lectura de mundo del interlocutor y asumirla como propia sino tomarla como punto de partida y
superarla con otra más crítica”.
Finalmente, describe al maestro (p.89) que esta aproximación metodológica requiere como alguien
que, mas allá de su competencia profesional, es un desafiador, y no un repetidor de ideas inertes; es
ético, y por lo mismo, se debe constituir en testimonio y revelar a los alumnos su capacidad de
analizar, de comparar, de evaluar, de decidir, de optar, de romper, de hacer justicia, de no faltar a la
verdad, de amar y de valorar (se). Sin embargo, la percepción que el alumno tiene del maestro no
resulta exclusivamente de cómo él actúa sino también de cómo el alumno entiende cómo actúa, al
identificar los signos que se dan en el espacio pedagógico en el que pueden converger otro tipo de
agentes de la administración privada y/o pública (p. 92-94).
Luz Dary Muñoz
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