La Clase Media en cuarentena

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INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES
La Clase Media “progre” en Cuarentena
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En la historia de las ideas argentinas, la Sociología ha aparecido bajo una diversidad de
modos de expresión que la hacen problemática, de difícil localización.
La consagración institucional vino de la mano de Gino Gerrmani, cuando nació la
carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, allá en los años 60. Pero esa
es la “historia oficial”, la “normalización sociológica”, como Coriolano Alberini llamó
al proceso anterior y análogo que ocurrió con la Filosofía.
Hay, sin embargo, una Sociología no encuadrable epistemológicamente en la “teoría
social” (Durkheim, Weber, Pareto, etc.).
A la usanza de la Filosofía presocrática, (cuya dignidad intelectual vale por sí misma y
no en relación a Sócrates), esta Sociología comenzó a ponerle nombre, caracterización y
concepto a la realidad social argentina. Así, el Martín Fierro de José Hernández aparece
como un poema dotado de extraordinario contenido sociológico:
Describe la dura historia del pueblo criollo, su mentalidad, sus usos y
costumbres, su idealismo hispánico forjado en las fronteras con el indio y su sentido
práctico y resolutivo. Incluso la partida de los tres hijos de Fierro marca la inmersión
del tipo criollo en la profundidad de la vida de la Patria, para emerger
ineluctablemente en las grandes gestas de la historia nacional: el voto a Yrigoyen, el
17 de Octubre, la resistencia peronista, la guerra de las Malvinas.
Esta Sociología Nacional está ligada a la búsqueda de lo “criollo”: la Argentina morena,
“americana”, como la llamaba Juan Manuel de Rosas.
Eran “los pueblos”, al decir de Don José Gervasio Artigas. El mismo Bartolomé Mitre,
en la “Historia de San Martín”, hace una caracterización sociológicamente impecable de
la América real. Más allá de su posición política -sujeta a la libertad del espíritu- la
concepción histórica y la descripción sociológica de Don Bartolo alcanza un perfil
clásico.
Mariano Fragueiro, Carlos Pellegrini u Osvaldo Magnasco, eran sociólogos en éste
sentido. Es decir, daban cuenta de la realidad social y del impacto de la acción política y
gubernamental sobre la misma.
Desde el nacionalismo yrigoyenista-peronista, supo Don Arturo Jauretche desarrollar
una mirada ácida, crítica y revulsiva de la clase media argentina, “el medio pelo”.
De ése espíritu brotan -humildes- estas modestas notas.
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Afirmamos, sin alegrías ni penas, que el de Kirchner “es un gobierno de medio pelo,
para el medio pelo”.
Una multitud de ejemplos ilustran acabadamente esta caracterización. Tomemos por
ejemplo la “acción” del gobierno frente a los “piqueteros duros” (así llamados por la
prensa del medio pelo, ya que no se entiende bien como puede haber piquetes blandos).
En lugar de garantizar el orden público y la tranquilidad en los caminos (como hubiera
hecho el General Perón), el gobierno se desentiende y mira para un costado, ignorando
su responsabilidad política. Pero hace algo más. Deja el problema en manos de la clase
media que, molesta ante el piquete, reactualiza lo peor de su resentimiento antipopular
y vuelve a vociferar contra “los negros de m...”, “que no quieren trabajar...”, etc...
Es decir, la ausencia de responsabilidad política y de la acción reparadora del estado, es
sustituida por el retorno al antiperonismo y anticriollismo esencial de la clase media
urbana, que hoy se luce en la pluma de intelectuales de prosapia “marxistoide de medio
pelo”.
Una vez más, la estrategia “progresista” esconde y desata monstruos eminentemente
“reaccionarios”. Las “señoras gordas de segunda generación”.
Pero hay más. Tomemos a la ciudad de Buenos Aires. Comparémosla con Madrid,
París, Santiago de Chile o Montevideo. Impactan las montañas de basura, las veredas
rotas, las “patotas”, las paredes embadurnadas, las plazas tomadas por bandas de
haraganes.
Ante ése espectáculo uno se pregunta: ¿Por qué un sector mayoritario de la clase
media porteña -una vez más- reeligió como Jefe de Gobierno al inepto (ladriprogre) de
Aníbal Ibarra?
En principio, como decía Andre Malraux, “los pueblos tienen los gobiernos que se le
parecen”. ¿En qué se parece la clase media porteña a Ibarra, Telerman y toda la
progresía política?
Tenemos un hilo que puede darnos la respuesta: el caso de los cartoneros.
Tanta era la presión ideológica, que el candidato Macri terminó hablando bien de los
cartoneros...
El punto en cuestión es que, al votar a Ibarra, la clase media progre legitimó a los
cartoneros, es decir, de algún modo -con su voto- los autorizó a proseguir con su acción
ecológica y medioambientalista. Todo con el pretexto de una supuesta solidaridad
comprensiva para con los desheredados de la tierra. Sin embargo, para nosotros -
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curados de espanto- la supuesta solidaridad de la clase media urbana esconde una
siniestra versión de la Argentina morena y del pueblo criollo.
En efecto, la clase media progre, en vías de transversalizarse, legitima con su voto a los
cartoneros porque en el fondo quiere ése destino para el “negro” del “aluvión
zoológico”: un destino miserable.
Ni por asomo “el medio pelo” se pregunta sobre la dignidad humana de esas familias
enteras que revuelven la basura durante el día y la noche.
¡Que digno es ver en Santiago de Chile a la gente más humilde vendiendo naranjas -no
frutas en plural- sino sólo naranjas, de a una, de a dos ¡o de a muchas! ¡Que dignidad la
de esos orgullosos hijos de la Patria de O’Higgins!
Pero hay más. El desprecio profundo e inconscientemente sublimado en la
“complacencia” del “progre” oculta otro elemento, igualmente problemático. Veamos.
Ningún porteño “progre”, en su sano juicio -en lo que le queda de sano juicio- dejaría
que entre alguien a la cocina de su departamento, vuelque la basura sobre el piso, saque
lo que considera útil y luego se marche. Nadie dejaría que hagan eso en su casa. Ahora
bien. ¿Por qué dejan que lo hagan en las plazas y veredas, en la Ciudad toda?
Por una cuestión muy sencilla: para la clase media progre, la Ciudad es de nadie.
La pérdida de respeto, cuidado y amor por el espacio público es un síntoma concreto del
más desolador egoísmo -nuevamente- recubierto con la pátina de la “solidaridad” y la
“comprensión”.
Nada más contractivo y retrógrado que el deterioro de los valores culturales de estos
“civilizados progresistas” que no saben quienes son, ni adonde van y que confunden a
su discurso utópico con la realidad dramática que provocan y que siempre proyectan
irresponsablemente a otros.
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