TRIBUNA: DAVID REHER Y BLANCA SÁNCHEZ ALONSO La

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TRIBUNA: DAVID REHER Y BLANCA SÁNCHEZ ALONSO
La excepcionalidad española
La masiva llegada de inmigrantes a nuestro país a partir de 2000 no obedece sólo a
un momento de intenso crecimiento económico. La clave se encuentra en las leyes
que facilitan su acceso a la sanidad y la educación
En los últimos años, España ha sido un país excepcional en Europa por la intensidad y
volumen de la corriente migratoria recibida. Esa excepcionalidad tiene una fecha y un lugar
de nacimiento: el año 2000 en el Congreso de los Diputados. Desde ese año, España pasó
de tener una intensidad migratoria muy inferior a la media de la Europa Occidental a tener
una marcadamente superior. De acuerdo con datos de Eurostat, la intensidad de la
migración internacional con destino a España (estimado como el número de inmigrantes
llegados en un año sobre el total de la población), que se situaba a poco más de un tercio del
nivel medio de los países europeos desarrollados, pasó a superar la media en más del 60%
desde el año 2000. De hecho, en los años 2005 y 2006 la intensidad de la inmigración a
España sólo fue superada por la de Irlanda y fue más del doble de lo que se dio en las
economías más fuertes de la zona (Alemania y Reino Unido). No cabe duda alguna acerca
de esta excepcionalidad a partir del año 2000.
Esta situación no puede ser explicada por los determinantes últimos de los procesos
migratorios. Hubo un intenso crecimiento económico en España, muy marcado en el sector
de la construcción que absorbe generalmente a la mano de obra inmigrante, pero el
crecimiento fue también notable en otros países europeos y sin embargo no se correspondió
con una llegada de inmigrantes tan intensa. España adolece de una estructura por edades
de la población muy sesgada y que conduce a una importante reducción de la oferta de
trabajo nativo en edades jóvenes. Sin embargo, otros países con los mismos desajustes
demográficos no han atraído ni la tercera parte de inmigrantes que España en los últimos
años. Italia es un buen ejemplo de ello. Tampoco diferimos mucho de nuestros vecinos de la
Europa del Sur en el intenso cambio social que ha terminado provocando el abandono por
parte de los trabajadores españoles de segmentos del mercado de trabajo que en otras
épocas nos parecían atractivos. Todos estos factores, incluida la ventaja que España
presenta para inmigrantes con un idioma común, explican de manera conocida el aumento
de la llegada de inmigrantes a España, pero ninguno de ellos puede explicar la
excepcionalidad del caso español desde al año 2000, entre otras cosas porque muchos de
los factores mencionados ya existían antes de ese año
¿Cómo podemos, entonces, explicar esta excepcionalidad española? Pensamos que cabe
buscar su origen en las consecuencias no anticipadas de las dos leyes orgánicas de
Extranjería del año 2000 (04/2000 y 08/2000). En el artículo 12 (nunca retocado a pesar
de las sucesivas reformas de la ley) se dice textualmente: "Los extranjeros que se
encuentren en España inscritos en el padrón del municipio en el que residen habitualmente
tienen derecho a la asistencia sanitaria en las mismas condiciones que los españoles". En
similares términos se expresa el artículo referido a la educación obligatoria. A partir de esta
ley se articula en España un sistema mediante el cual los inmigrantes, legales e irregulares,
pueden acceder a derechos fundamentales (sanidad y educación) de manera muy sencilla:
por el mero hecho de inscribirse en el padrón municipal. La inscripción en el padrón
municipal es tan fácil, además, que no se exige ni siquiera la presencia física de todos los
miembros del hogar a la hora de empadronarse. Es cierto que posteriormente hay que
salvar algunas trabas burocráticas para contar con, por ejemplo, la tarjeta sanitaria, pero en
líneas generales España se convierte desde el año 2000 en un país excepcional en Europa,
en el país más "amigable" para los inmigrantes que, de manera sencilla, gozan de codiciados
derechos sociales sin parangón en sus países de origen ni en otros países europeos. En la
mayoría de estos países los inmigrantes irregulares tienen derecho sólo a la asistencia
sanitaria de urgencias y a la atención médica a los menores de edad y mujeres embarazadas.
La gran mayoría de los grupos políticos en España apoyaron esta ley, bien en su versión
original, bien en la versión corregida que no cambió el artículo aquí mencionado, siendo
todos, por tanto, responsables de sus efectos.
A tenor de los datos existentes, el efecto de la ley parece haber sido inmediato. Tan sólo en
el año 2000, el número total de personas nacidas en el extranjero aumentó en 50% (sin
incluir personas de la UE-15). Esta reacción, indicio de un muy eficaz flujo de información,
llegó a afectar a algunos grupos de forma realmente espectacular (ecuatorianos o rumanos,
por ejemplo, cuyo número aumentó en 6,5 y 4,4 veces, respectivamente, a lo largo del
mismo año). Los ritmos de aumento continuaron siendo elevadísimos hasta el año 2003, a
partir del cual la progresiva imposición de la exigencia de visado para la inmigración de
latinoamericanos empezó a moderar el aumento, pero siempre a niveles considerables de
inmigración.
¿Actúan los inmigrantes de forma tan racional como para diferenciar entre los distintos
sistemas sanitarios y educativos a la hora de elegir su país de destino? Parece ser que sí,
pues si sumamos este factor diferencial a todos los señalados anteriormente para explicar la
atracción de inmigrantes en España, los derechos concedidos en la Ley de Extranjería (y
sobre todo la facilidad con que se accede a ellos) serían como ese ingrediente de la receta
que convierte un apetitoso plato en irresistible. Una encuesta reciente de Médicos del
Mundo muestra cómo España es el país de la Unión Europea donde mayor es el porcentaje
de inmigrantes (más del 78%) que conoce sus derechos en el sistema de salud público. La
evidencia muestra, además, que en España no hay diferencias entre los inmigrantes
irregulares e inmigrantes legales en el grado de utilización de los servicios sanitarios. El
español es, pues, un servicio sanitario universal.
No entramos aquí a valorar argumentos a favor o en contra de la concesión de esos
derechos; es indudable que fue una legislación muy avanzada desde el punto de vista del
progreso social y los derechos fundamentales de las personas. El que no ocasionara
polémica ni rifirrafe político entonces ni tampoco tras las sucesivas reformas de la ley,
parece muestra de un consenso amplio. Tampoco entramos en la controversia acerca de si
se debería haber previsto un mayor esfuerzo de financiación de servicios que aumentan el
número de usuarios de manera exponencial. Parece obvio y las actuales estrecheces del
sistema sanitario y educativo en muchas comunidades autónomas indican la existencia de
desajustes profundos. Nos limitamos a señalar que nadie anticipó que esa concesión de
derechos ha resultado ser el elemento definitivo para convertir a España en un país
totalmente excepcional desde una perspectiva migratoria. El verdadero "efecto llamada",
sobre el que tanto se ha polemizado, parece ser esa generosa concesión de derechos.
Ahora que el Gobierno plantea, cada vez más abiertamente, el endurecimiento de la política
migratoria (la reducción del catálogo de ocupaciones de difícil cobertura y las restricciones
a la reagrupación familiar de inmigrantes van en ese sentido), la pregunta es: ¿debemos
homologarnos al resto de los países de la Unión Europea y reformar los requisitos de
empadronamiento que otorgan amplios derechos a los inmigrantes por el mero hecho de
dicha inscripción? Suena duro, antisocial e injusto, pero esa reforma pondría fin a la
excepcionalidad española en materia de inmigración. ¿Aceptaría la sociedad española un
endurecimiento de los derechos de los inmigrantes en ese sentido? Si la respuesta es no,
todos debemos ser conscientes de lo que ello implica.
David Reher es catedrático de la Universidad Complutense. Blanca Sánchez Alonso es catedrática
de Historia Económica. Ambos son investigadores del Grupo de Estudios de Población y Sociedad
(GEPS).
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