Tomas moro.qxd - Revista Competencia

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> POLÍTICA
Por Edgardo Silveti *
Tomás
Moro
Patrono
de los
Gobernantes
El 6 de julio último se cumplieron 472 años de la decapitación, en Tower Hill, de Tomas Moro,
santo patrono de Gobernantes y Políticos, quien se caracterizó por una visión de la vida profundamente política y religiosa. Murió en defensa de sus ideales. En 1866 Moro fue beatificado por
el Papa León XIII y finalmente proclamado santo de la Iglesia Católica el 19 de mayo de 1935,
por el Papa Pío XI. Pero fue Juan Pablo II, el 31 de octubre del año 2000, quien lo proclamó
patrono de los Políticos y Gobernantes, respondiendo así a la demanda que en 1985 le hizo el
Presidente de la República Italiana, Francesco Cossiga, y que recogió centenares de firmas de
jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y políticos
oro nació en Londres el 7 de
febrero de 1477, estudió en
Oxford, fue abogado como su
padre, profesor universitario, historiador,
escritor y miembro del Parlamento. Se
casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Se
distinguió por la constante fidelidad a las
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instituciones legítimas, precisamente
porque en ellas quería servir, no al poder,
sino al ideal supremo de la justicia. Su
vida enseñó que el gobierno, antes que
nada, es ejercicio de virtudes.
Convencido de este imperativo moral,
puso su actividad pública al servicio de
la persona, especialmente si era débil o
pobre; gestionó las controversias sociales
con sentido de equidad; tuteló la familia
y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud.
Nombrado Lord Canciller de Inglaterra
por Enrique VIII, fue el primer laico en
ocupar ese cargo. Como un gran un
humanista marcó el pensamiento de su
época y descolló durante largos años con
enseñanzas que llegan a nuestros días
para orientar a dirigentes y ciudadanos
alejados del objetivo de lograr el bien
común. Su virtud del humor relucía constantemente, incluso, en momentos de
gran sufrimiento o ante la muerte. Antes
de subir al cadalso, se le acercó su hijo
que, llorando, le pidió la bendición.
Aunque el momento era muy dramático,
Tomás Moro le dijo entonces al oficial
que dirigía la ejecución y que también
tenía una actitud sumamente seria:
“¿Puede ayudarme a subir?, porque para
bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo”.
El hacha del verdugo obedeció la orden
de Enrique VIII, enojado con Moro por
no aceptar su decisión de romper con la
Iglesia Católica y reconocerlo como el
líder de la iglesia anglicana que fundó.
El conflicto surgió cuando el Papa
Clemente VII no autorizó su divorcio de
Catalina de Aragón, hija de los Reyes
Católicos de España, después de estar
estado casado durante veinte años y con
quien había tenido una hija. El pretexto
de Enrique VIII fue que debía separarse
de Catalina porque había sido la esposa
de su hermano, el príncipe Arturo, a
pesar que para ello había obtenido la
dispensa del Papa Julio II. La verdad es
que el rey tenía amores con Ana Bolena,
con quien deseaba casarse. El rey insistió en obtener su divorcio eclesiástico,
como medio para acallar las murmura-
ciones en la Corte, y por las que el rey
se sentía molesto. El divorcio hubiese
borrado la infidelidad, y todo hubiese
quedado en un asunto intrascendente.
A pesar de la posición del Papa, funcionarios de la corona pronunciaron la sentencia de divorcio y Bolena fue coronada
como Reina. Para que no hubiera duda
alguna, se mandó que todos jurasen que
aceptaban el segundo matrimonio como
legítimo y que los hijos por llegar serían
los verdaderos herederos del reino.
Tomás Moro rehusó hacer tal juramento
y por ello fue preso, con el mayor escándalo, junto con otros muchos que
hablando mal del segundo matrimonio,
cayeron en la indignación del Rey. El
Papa, a su vez, excomulgó a Enrique.
Ante la proclama real decretando que el
clero debía reconocer a Enrique como
“Cabeza Suprema” de la Iglesia “hasta
donde la ley de Dios lo permitiera”, Moro
renunció a la cancillería en ese mismo
instante, pero esta no fue aceptada. Su
firme oposición a los planes de Enrique
con respecto al divorcio, su defensa de la
supremacía pontificia, y el cumplimiento
a las leyes en contra de los herejes, le
hicieron perder con rapidez el favor real.
Finalmente, en mayo de 1532, renunció
a su cargo de Lord Canciller, después de
ejercerlo durante menos de tres años.
Durante muchos meses, Moro vivió aislado, dedicando bastante tiempo a los
escritos apologéticos. Esta neutralidad,
sin embargo, no satisfizo a Enrique y
Moro fue incluido en el Decreto de
Condenación enviado a los lords, contra
la Doncella de Kent y sus amigos. En
marzo de 1534 fue aprobada, el Acta de
Sucesión la cual obligaba a todos a
hacer un juramento reconociendo a la
prole de Enrique y Ana como herederos
legítimos al trono. Además, incluía una
cláusula contra el Papa en la que se
repudiaba “cualquier autoridad extranjera, sea príncipe o potestad”. El 14 de
abril, Moro fue convocado para que realizara su juramento y, al negarse, fue
dado en custodia al Abad de
Westminster, después, fue llevado a la
tétrica Torre; en noviembre fue acusado
de traición y condenado a prisión.
El 1º de julio, Moro fue acusado de alta
traición en Westminster Hall, ante una
comisión especial conformada por veinte personas. A pesar que Moro negó los
cargos el jurado lo declaró culpable y
Enrique decretó que debía ser decapitado en la Torre. Dirigentes europeos
como el Papa, los reyes Carlos I de
España y Enrique V de Alemania, que
veían en él al mejor pensador del
momento, presionaron para que se le
perdonara la vida, y se conmutara la
pena por cadena perpetua o destierro,
pero no sirvió de nada. La ejecución
tuvo lugar “antes de las nueve en
punto” del 6 de julio de 1535.
Además de su obra más reconocida Utopía, el país que no existe- Moro ha legado unas valiosas bienaventuranzas que
pueden ayudar a lograr el bien común.
• Bienaventurados los que saben
distinguir una montaña de una
piedra, porque se evitarán muchos
inconvenientes.
• Bienaventurados los que piensan
antes de actuar y rezan antes de
pensar: evitarán muchas tonterías.
• Bienaventurados los que saben
escuchar y callar: aprenderán cosas
nuevas.
• Bienaventurados los que son
suficientemente inteligentes como
para no tomarse a si mismos en
serio: serán apreciados por los que
les rodean.
• Bienaventurados los que están
atentos a las necesidades de
los demás sin sentirse indispensables: serán fuente de alegría.
• Bienaventurados los que saben
mirar sabiamente a las cosas
pequeñas y tranquilamente
a las importantes: llegarán lejos
en la vida.
• Bienaventurados los que saben
apreciar benévolamente a los
demás, aun en contra de las
apariencias: serán tomados por
ingenuos, pero este es el precio
de la caridad.
• Bienaventurados los que
saben reconocer a Dios en todos
los hombres, habrán encontrado
la verdadera luz y la auténtica
sabiduría.
a• Bienaventurados los que saben
reírse de sí mismos, porque
tendrán diversión para rato.
• Bienaventurados los que saben
descansar y dormir sin buscarse
excusas: llegarán a ser sabios.
• Bienaventurados los que saben
apreciar una sonrisa y olvidar
un desaire: su camino estará
lleno de luz.
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