NUMERO: 19 FECHA: Septiembre-Octubre 1987 TITULO DE LA REVISTA: México 1988-1994...

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NUMERO: 19
FECHA: Septiembre-Octubre 1987
TITULO DE LA REVISTA: México 1988-1994...
INDICE ANALITICO: Sucesión y Presidencialismo
AUTOR: Rolando Cordera Campos
TITULO: Crisis y Liderazgo. Una Nota Sobre la Sucesión
ABSTRACT:
Las condiciones políticas de la sucesión presidencial que empezará a resolverse el
próximo otoño están impregnadas de Crisis pero no se han despejado de sus genes
netamente políticos. Hacer caso justo de ambas dimensiones no es fácil, pero puede ser
útil mantenerlo al menos como una ambición metodológica promisoria en un momento en
que precisamente la tensión entre economía y política define los ritmos y los rumbos del
futuro. Esta nota quiere inscribirse en esa orientación.
TEXTO:
Sin duda, ésta como cualquier otra decisión del poder tiene lugar en un cierto marco
estructural, que a su vez recoge vertientes y dinámicas internas y externas, de mediano y
largo plazo, que al combinarse y dar lugar a contradicciones pueden "signar" la sucesión
e imprimirle una determinada coloración. Empero, ni siquiera ahora en que parece
evidente el peso de la estructura en la política a través de la crisis económica, es
recomendable tratar de dilucidar la política de la sucesión por medio de un ejercicio de
derivación que nos llevara de la identificación de las necesidades de la acumulación, por
ejemplo, a la identificación del candidato.
De otra parte, siempre es obligado asumir en México el peso desproporcionado que en las
decisiones políticas tiene el presidente de la República. De hecho, el presidente ha sido
eje y motor de los relevos en los mandos estatales y, para muchos, la clave indiscutible de
la estabilidad política nacional.
Sin embargo, tampoco se antoja aconsejable, en especial en este tiempo de fin de épocas
mexicanas (que también atañe a la política), reducir la sucesión presidencial a un acto
individual, de apogeo autoritario, sin correspondencia alguna con las lecturas que el
propio poder hace de la realidad ni con las exigencias e interpelaciones provenientes de
las fuerzas sociales, los agrupamientos políticos y las más variadas roscas y mafias que
conforman los núcleos duros de la sociedad civil mexicana realmente existente.
Encontrar una combinación, como se dijo, parece lo más deseable, aunque habrá que
reconocer de inmediato que no es ni lo más viable ni prometedor, si de lo que se trata es
de producir "luz" sobre los resultados concretos y personales de esta sucesión, o delinear
algunos panoramas respecto de las políticas y estrategias del gobierno que empezará su
conformación a partir del próximo otoño. La "cumbre" del autoritarismo mexicano
todavía parece capaz de gestar sorpresas y propiciar giros, aunque el margen se haya
angostado y los campamentos de sitio de la ciudadela presidencial hayan adquirido
fuerza, confianza y apoyos externos inusitados.
Empecemos pues por la crisis. Hoy, como desde fines de 1982, la crisis ya no es
expectativa ni nubarrón que presagia tormenta, sino realidad económica sumida en el
estancamiento productivo, la inflación corrosiva y la especulación sin fin. Frente a los
datos y las cifras del presente, el futuro de modernización integrada merced a la apertura
externa sobre todo por la vía del comercio, no constituye una perspectiva sólida sino para
unos cuantos. Ni la virulencia financiera ha terminado, ni se puede cantar victoria en lo
tocante a las cuentas externas: el que vaya a vivirse una recuperación del crecimiento
apoyada en la reserva y la mejoría del mercado petrolero, no permite afirmar que se ha
entrado en un nuevo ciclo dominado por la expansión; más bien, todo indica que a través
de los propios movimientos del sector externo, o bien directamente decidido por el
gobierno, seguirá presente una tendencia de lento crecimiento con declinaciones
marcadas y subidas poco significativas, lo cual arreciará los impactos sobre la existencia
social que hasta ahora han podido postergarse o diluirse en el tiempo y en el territorio.
Si esto se convertirá en "política" durante la sucesión, abiertamente protagonizada por los
grupos más afectados o administrada por cúpulas corporativas y partidistas, no parece
remoto, aunque el afán y el interés por mantener bajo llave cualquier signo de "ruptura"
entre el gobierno que se va y el que se estará formando parece también manifiesto y
seguramente será un sentimiento dominante durante todo el arco sucesorio. Luego los
múltiples candados que se han puesto en estos años para de una vez por todas domar al
presidencialismo mexicano, tendrán que encarar las pruebas fuertes de la cerrajería
corporativa y la necesidad del propio nuevo grupo gobernante de redefinir senderos de
legitimación que, precisamente por los efectos ya operados de la crisis, implican
contenidos de acción social bien tangibles. Crisis y sucesión se encontrarán, así no sólo
en el escenario tan buscado y tan esquivo de una modernización nunca bien definida, sino
en el cruzamiento preciso y precisable de una demanda colectiva no sólo insatisfecha sino
sacrificada en demasía por el sobreajuste.
Se afirma, no sin razón, que la capacidad de decidir por sí la mantuvo, o la recuperó
según algunos, el presidente. Por ello, se asegura, ésta será una sucesión como las otras.
Sí y no; porque aparte de la crisis, que ya no se puede poner aparte, las condiciones
histórico-políticas básicas de la sucesión presidencialista se han desgastado
profundamente y los mecanismos centrales del ejercicio supremo del poder sucesorio se
muestran oxidados.
En efecto, ni la movilización social ni el activismo generalizado de la clase política que
han acompañado y precedido a la designación del presidente por el Presidente, están hoy
presentes. Estos han sido, valga la pena mencionarlo, los mecanismos primordiales de la
legitimación autoritaria; a esta legitimación sigue, pero no antecede, el acto ratificatorio
de las elecciones, que en todo caso forma parte de un "paquete" de legitimación que no
admite sustituciones parciales de corte modular. En esta perspectiva, y habida cuenta del
clima democratizante que priva sobre todo en los sectores activos de la opinión pública,
la abstención se volverá, quizás por primera vez en la historia de las sucesiones
presidenciales mexicanas, un factor político de primer orden que le impondrá al arco
sucesorio, que concluye después de las elecciones de julio próximo, modalidades nuevas
y complicadas para el poder presidencial.
Son muchos los deslizamientos que han ocurrido en la cordillera política mexicana de la
postrevolución y que hoy se conjugan en una especie de alud que parece tener como
blanco principal al presidencialismo. Para los fines de esta comunicación, convendría
apuntar dos ironías que hoy se han vuelto realidades políticas hostiles a la forma de
operar de la presidencia mexicana.
La primera de ellas tiene que ver con el hecho de que la fiebre anticorporativa del actual
gobierno, inscrita en un proyecto mayor de redefinición estatal, no parece haber traído
consigo en el corto plazo sino el deterioro acelerado de la plataforma corporativa
tradicional (la de Fidel Velázquez), un sostén por definición del presidencialismo, en
favor de lo peor-corporativo. condensado en las poderosas mafias político-negociantes
que controlan algunos grandes sindicatos como el petrolero y el de los trabajadores de la
educación. Nada de esto le da al tránsito político un perfil más moderno o transparente,
pero sí le impone cuotas serias al ejercicio del poder desde la soledad de la cumbre.
La otra ironía es, por decirlo de algún modo, más "estructural" y se refiere al
cuestionamiento cada vez más abierto que ha sufrido la presidencia por parte del
empresariado, sobre todo en su papel de Gran Ordenador de la economía mixta. El apoyo
público al "sistema" y a la sucesión presidencialista, otorgado por las cúpulas patronales,
no debería verse como una corrección fundamental a este curso adoptado por los
agrupamientos empresariales hace varios años. Se trata, en todo caso, de un paréntesis
táctico que se cerrará pronto y que dejará de nuevo el paso a planteamientos cada vez mas
agresivamente antipresidencialistas por parte de los propietarios. Lo mismo habrá que
decir de la "variable externa", hoy apenas contenida por el ala "sutil" del
intervencionismo estadounidense.
La sucesión se inscribe en una crisis que sólo tiene sentido como un proceso largo que no
parece contener soluciones o quiebres repentinos. En la agenda, tanto de la crisis como de
la sucesión, hay temas y problemas centrales para la continuidad del sistema políticoeconómico de México, así como para una perspectiva de transiciones sin Ruptura, aunque
con "rupturas".
La cuestión de la economía mixta y su posible contrapartida concertadora en lo políticosocial, la redefinición en los términos de la contradicción entre mercado y política de
desarrollo, hasta ahora dominada por fundamentalismos que sólo dan lugar en la práctica
a especulación y desperdicio del excedente; el imperativo de recuperar el crecimiento
pero asegurando desde el principio que esta recuperación pueda romper el ciclo recesivo
imperante, son algunas de estas cuestiones centrales del momento y de la sucesión, de la
economía, la crisis y la política. Pero todo ello, junto con otra redefinición básica como es
la que se refiere a nuestra relación con el mundo, cada vez más claramente parece
confluir en la cuestión central que ha hecho surgir la crisis: la cuestión del liderazgo; de
cómo construirlo o resanarlo; de cómo reencauzar una nueva oleada de articulaciones
políticas y sociales, de negociación, concertación y conflicto, al calor de la cual se pueda
crear el tejido de un nuevo modelo de desarrollo. Aquí también en el foro elevado de la
política de Estado y de los problemas estratégicos de la conducción social y nacional, se
cruzan sucesión y crisis.
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