contar con las propias fuerzas

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por Eduard Ibáñez Jofre
MISCELÁNEA
“CONTAR CON LAS PROPIAS FUERZAS”
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sujeto para sí y objeto para el otro, una doble y antago‐
nista condición, en la cual el sujeto, que se constituye
en sujeto agresivo, es tratado, a su vez, como objeto de
agresión (de expoliación, de expropiación, de someti‐
miento…).
La doble condición de sujeto y objeto, de agente
activo en el combate y de objeto apetecible de ataque,
la ostenta el combatiente en virtud de una propiedad
intrínseca que posee, una cualidad propia que es, jus‐
tamente, la que esgrime en el ataque y la que su con‐
trincante busca. En el caso del “combatiente domina‐
do” ‐en terminología clásica‐, esta propiedad ha sido
tradicionalmente considerada la fuerza de trabajo, que
participa tanto de la característica de “objeto de agre‐
sión” (de explotación) por parte del capitalista como
de “sujeto de agresión” (fuerza productiva, sobre la
cual el combatiente obrero funda la acción de expro‐
piación o control de la producción). Por su parte, el
dinero (o el capital) es la característica propia del
“combatiente dominante”, que, en tanto sujeto, lo uti‐
liza como medio de explotación y que el “combatien‐
te dominado” lo convierte, a su vez, en objeto de
expropiación o control.
Es esta doble condición del combatiente lo que
garantiza el antagonismo. Pues si en el conflicto por
competencia los agentes, como sujetos conscientes,
coherentes y sólidos, se apoyan sobre sí mismos, en el
conflicto antagónico el combatiente no tiene otro asi‐
dero que su contendiente, no dispone de otro punto
de apoyo que el otro sujeto constituido en objeto de
explotación (o de lucha contra la explotación).
Relacionándose entre sí como sujetos y objetos, sin que
la condición de sujeto anule la de objeto, y viceversa,
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Si la tarea del pensamiento crítico es potenciar el con‐
flicto, la del pensamiento apologético es contenerlo.
Ninguno niega el conflicto, que está en el centro de la
modernidad, pero difieren en su alcance. Si uno insis‐
te en la contradicción y el antagonismo, el otro recono‐
ce el conflicto como competencia o divergencia de
posiciones o intereses.
En el conflicto por competencia los agentes (que
intercambian, negocian, discuten, se enfrentan, se
engañan…) reconducen sus posiciones o intereses
divergentes hacia una unidad superior, plasmada en
un proceso de diálogo, en la persecución de un objeti‐
vo, en la construcción de una estrategia o en la delimi‐
tación de un espacio de disenso.
El pensamiento apologético no niega, por tanto, el
conflicto. Lo acepta porque presupone que está en
condiciones de regularlo. Y lo presupone porque con‐
sidera que los agentes basan sus acciones en una racio‐
nalidad plena y acabada. La creencia en la racionali‐
dad fuerte de los agentes justifica la existencia del con‐
flicto y garantiza su resolución.
El pensamiento crítico, por el contrario, desarrolla
una racionalidad más prudente y mesurada. Pues a
diferencia del agente que compite, que, en cuanto
soberano y hecho de una pieza, puede dominar y
reconducir el conflicto hacia un ente superior, el agen‐
te del antagonismo debe responder a su doble y con‐
tradictoria condición, que es la que anima el conflicto:
una condición interna, como sujeto, y otra externa,
como objeto, que le viene impuesta desde fuera, de su
oponente.
El antagonismo, en efecto, se basa en que el agente
tiene una doble condición: como sujeto y como objeto
de conflicto. El agente calificado de “dominante” se
constituye en sujeto (de explotación) y objeto (de
expropiación o control) de los “dominados”; en tanto
que el sujeto “dominado” es objeto (de explotación) y
sujeto (de expropiación o, si se quiere, de liberación)
de los “dominantes”. Estas posiciones cruzadas otor‐
gan el necesario rigor y riqueza al antagonismo. El
agente no es meramente un sujeto que dialoga o se
confronta con otros agentes, sino un sujeto agresivo,
lanzado al ataque, como tampoco es un simple objeto,
que choca o interfiere con otros agentes, sino un obje‐
to tratado como tal, como objeto agredido, blanco de
ataque. El agente combatiente es, simultáneamente,
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los antagonistas se enzarzan en un combate virtuoso
en el que, por decirlo así, cada uno se apoya en el otro,
en las estocadas que da a su adversario.
El antagonismo no precisa pues de ninguna mule‐
ta ideológica, de ninguna cobertura moral (como los
“sentimientos morales” de Adam Smith), de ninguna
justificación trascendente (como el “espíritu” del capi‐
talismo, abandonado por el propio capitalismo tras
cumplir su misión). Instigado por los propios comba‐
tientes, el potencial antagónico del conflicto es altísimo.
No sólo el enfrentamiento es enérgico, sino tam‐
bién radical. Pues la constitución del agente en objeto
autoriza la entrada inmisericorde en su interior, sin
que ningún espacio quede a salvo del ataque, de
modo que el conflicto cubre todos los aspectos y llega
a todos los rincones. A diferencia pues de los agentes
que compiten y que en sus interacciones se limitan a
desplazarse o reubicarse, sin que ello les suponga una
alteración sustancial de su existencia, los agentes del
antagonismo alcanzan las mismísimas entrañas del
adversario.
(Obviamente, el antagonismo necesita del concur‐
so de dos combatientes. Si uno de ellos se hace omni‐
potente y se considera, por ejemplo, que “el capital
crea al proletariado” o que “el capital reconstruye un
nosotros (resistente)”, el antagonismo es inexistente.
Sólo por una confusión terminológica o conceptual, o
como recurso retórico, se puede atribuir a un comba‐
tiente, a un antagonista, la facultad de producir anta‐
gonismo).
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Pero en esta doble condición, concebida por el pensa‐
miento crítico como una vacuna contra la trascenden‐
cia, el antagonismo encuentra también sus límites.
Pues pensar el antagonismo no consiste sino en pen‐
sar a fondo la doble condición de objeto de explota‐
ción y de sujeto contra la explotación. El combatiente
antagonista se constituye entonces bajo el signo de la
dualidad y la oposición. Así:
‐ El combatiente se encuentra escindido entre una
parte ‘objetiva’, que es obligada y le viene impuesta
desde fuera, y otra ‘subjetiva’, que es asumida desde
el interior.
‐ En consecuencia, una parte del combatiente pertene‐
ce al ámbito de la necesidad y otra al reino de la
libertad.
‐ El conflicto se dirime, por tanto, en dos planos:
superestructura e infraestructura, necesidad y liber‐
tad, “libertad” del sujeto y coacción de las “leyes
objetivas”.
‐ En términos modernos, el conflicto reproduce la dis‐
tinción entre contradicción estructural y movimien‐
to subjetivo, entre historia y acontecimiento.
El combatiente antagónico presenta pues una cara
dual. Es “pasivo” y “activo”, agredido y agresor, obje‐
to y sujeto de agresión; se mueve entre la estructura y
la subjetividad, entre los constreñimientos objetivos y
las construcciones subjetivas. Histórica, sociológica y
políticamente, esta dualidad se ha expresado a través
de numerosas figuras: “clase obrera” y “clase hegemó‐
nica”, “clase en sí” y “clase para sí”, “condición objeti‐
va de clase” y “conciencia subjetiva de clase”, “compo‐
sición técnica de clase” y “composición política de
clase”…
Pero esta doble condición, que en efecto, garantiza el
antagonismo, agarrota al mismo tiempo al combatien‐
te. Pues si bien, por un lado, necesita recurrir a los dos
extremos, al objeto y al sujeto, para mantener viva la
llama del conflicto, por otro lado, estos extremos abren
el abismo bajo sus pies. En la misma medida en que ase‐
guran el antagonismo, el intercambio de golpes, la
reversibilidad de posiciones, fijan al combatiente en una
escisión interna. El mismo movimiento que produce el
conflicto divide al combatiente; la misma dualidad que
activa el antagonismo clava al antagonista.
Porque esta doble condición no es eludible o nego‐
ciable. El combatiente necesita ser tanto sujeto como
objeto, ser tanto objeto agredido como sujeto agresor.
No puede dejar de apoyarse simultáneamente en
ambos extremos, no puede dejar de contar con ningu‐
no de ellos. El hecho de ser “objeto agredido” empuja
constantemente a la “acción de agresión”, del mismo
modo que la “acción agresiva” debe remitirse conti‐
nuamente al “ser agredido”. Pues si, con el objetivo de
cerrar la brecha interna del combatiente, se pretende
privilegiar o favorecer un aspecto en detrimento de
otro, entonces el conflicto encalla.
Así, privilegiar el sujeto, enfatizar el paso de la
“clase en sí” a la “clase para sí”, someter la estructura a
la conciencia, el objeto a la acción agresiva (como par‐
tido o vanguardia dirigente, como toma del poder…),
significa autonomizarse como sujeto, como “concien‐
cia subjetiva”, descuidar la “condición objetiva”, olvi‐
dar el hecho de “objeto explotado”, privarse de la con‐
Resultado, en parte, de las luchas, y en parte como
complemento, corrección o superación de este antago‐
nismo por posesión, se expande la modalidad de anta‐
gonismo por relación, hasta entonces reservada a las
fuerzas dominantes. Marx, por ejemplo, consideraba
el capital como una “relación” y hacía de la fuerza de
trabajo una variable del capital, pero estaba lejos de
considerar a la propia “clase dominante” como una
variable de la “clase dominada”. En el campo político
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dición que alimenta el antagonismo, del motivo que
anima la lucha, y, en consecuencia, reducir la potencia
del conflicto. Detenerse en el objeto, por su lado, repre‐
senta someter la “conciencia subjetiva” a la “condición
objetiva”, hacer del “objeto agredido” la “acción de
agresión”, condicionar la acción del sujeto al desenvol‐
vimiento del objeto (como desarrollo de las fuerzas
productivas, como contradicciones del capitalismo,
como “reforma del capitalismo” o como fuerza de tra‐
bajo biopolítica, que, en cuanto “fuerza inconmensura‐
ble de vida”, desbordante y excesiva, es inmune a la
extracción de una medida de explotación), implica
acantonarse, confiar en la evolución del “objeto de
explotación”, debilitar la acción del sujeto, apagar, en
suma, el fuego del antagonismo.
El antagonismo se encuentra pues en una encruci‐
jada: si desarrolla el conflicto, abre la división en el
combatiente; si cierra la brecha, apaga el conflicto.
De esta manera se llega a la paradoja de que al pre‐
tender apoyar al combatiente, robusteciendo una de
sus partes constituyentes, se le debilita; si se le quiere
ayudar parcialmente, se le hunde totalmente. No sólo
eso. Al enfatizar uno u otro aspecto, al aumentar la
brecha entre sujeto y objeto, se recrudecen las “luchas
fratricidas”: entre subjetivismo y objetivismo en el
marxismo; entre conspiración y comunitarismo en el
anarquismo; entre reformismo y revolución, entre
objetivistas y subjetivistas, en general. El antagonismo
se decide en el interior del combatiente.
la “relación” también se había circunscrito normal‐
mente al ámbito del poder dominante. Pero ya en los
momentos más productivos del enfrentamiento de
clases se había manifestado este tipo de antagonismo,
cuando la clase obrera, sometida al capital, lo sometía
a su vez y lo ponía al servicio de su lucha. Y además,
al basarse en la dominación en general, permitía supe‐
rar el estricto marco de la explotación económica y
facilitar la incorporación de otros ámbitos (político,
cultural, etc.), característicos de los nuevos dispositi‐
vos de control y rebeldía.
En esta modalidad de conflicto antagónico la doble
condición del contendiente no corresponde pues a una
cualidad o propiedad intrínseca suya, sino a una rela‐
ción. No es una propiedad que posea el combatiente y
que le distribuye en sujeto de acción y en objeto de
expropiación, sino una relación que instituye un “suje‐
to” que ejerce y un “objeto” sobre el que se ejerce.
El combatiente pierde la rigidez del sujeto “propie‐
tario” y adquiere la figura del campo de fuerzas, del
plano, de la axiomática… Las operaciones ya no con‐
sistirán en extracciones, expropiaciones, explotacio‐
nes, sino en modulaciones, fluctuaciones, subsuncio‐
nes… Todo aquí está más integrado y es más envol‐
vente, sin aristas ni interrupciones. El modelo “políti‐
co” del antagonismo cede el paso a un modelo “eco‐
nómico” o, si se prefiere, “natural”. Por ejemplo, el
combatiente ya no precisa recurrir a mecanismos de
“pesos y contrapesos” (“elevar el proletariado a clase
dominante…”), ya no debe moverse para acceder a su
contendiente: para acceder al poder (“conquistar el
poder”), al capital (“expropiar el capital”), a la fuerza
de trabajo (“adquirir fuerza de trabajo”)… ; ya no vive
en el seno de antinomias (libertad y necesidad, con‐
ciencia y estructura…) y por eso no precisa de media‐
ciones que las armonicen. En el antagonismo relacio‐
nal el combatiente no trata al otro como “objeto” pasi‐
vo y compacto, del que extrae “propiedades”, sino
como elementos (dispositivos, puntos, líneas, espa‐
cios…) desarticulados. Como “sujeto”, el combatiente
es una dimensión oceánica, proliferante, selvática…,
constituida por elementos diversos y heterogéneos
(líneas, mecanismos…) con los que envuelve a su opo‐
nente; como “objeto” es la dislocación de estos ele‐
mentos. Como “sujeto”, como composición de ele‐
mentos, anega y subsume a su oponente; como “obje‐
to”, como elementos desarticulados y dispersos, es
anegado por él. Los combatientes no se encuentran
entrelazados, no están trabados como sujeto/objeto,
sino que se hunden y emergen, se cubren y recubren,
como la lluvia inundando la selva o la marea empa‐
pando la playa. Si los combatientes, por un lado, pare‐
cen subsumirse e integrarse mutuamente, por otro, se
muestran autónomos, independientes, soberanos…
La dimensión oceánica del plano de inmanencia es
un magma indiferenciado (pre‐subjetivo), una sopa
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primigenia, un presupuesto ontológico, una reserva
ilimitada de virtualidad… La dimensión oceánica del
manto de dominación es, por su parte, un oleaje que
reverbera en todos los momentos y lugares como
momentos y lugares de “reproducción de la realidad
capitalista”. Pero como “objetos”, como dimensiones
oceánicas desarticuladas y rotas, los elementos consti‐
tuyentes que las componen se vuelven “bienes esca‐
sos” que se construyen, persiguen o resiguen. Y que,
dispersos, se revelan también excepcionales, casi anó‐
malos, y cuya composición o construcción exige traba‐
jo y esfuerzo. En el manto de dominación se trata de
dispositivos de excepción, de acciones de fuerza; en el
plano de inmanencia son disposiciones innovadoras,
acciones creativas.
De nuevo, por tanto, la dualidad, ahora ya no entre
sujeto y objeto, sino entre espontaneidad productiva y
trabajo, entre generosidad y esfuerzo, entre una
dimensión “natural” e inagotable y otra “humana” y
limitada que constantemente hay que construir (como
resistencia), abrir (como línea de fuga), activar (como
jerarquía) o segmentar (como cesura). El combatiente
oceánico queda clavado entre la espontaneidad pro‐
ductiva y la disciplina de tareas, entre la abundancia
de la “reserva ilimitada” de recursos y la “escasez de
bienes” (resistentes o jerárquicos, según el caso).
La tentación de ceder en alguno de los dos ámbi‐
tos, de apoyarse en uno más que en otro, recibe tam‐
bién su castigo. Confiar en la espontaneidad (porque
no se ven alternativas, porque la resistencia es difícil o
la dominación demasiado pesada) significa entregarse
a la generosidad de la inmanencia, a la tranquilidad de
una “reserva ilimitada” y, en consecuencia, sustraerse
al antagonismo. Privilegiar la multiplicación de resis‐
tencias (porque la “reserva ilimitada de virtualidad”
se percibe ficticia o de ella simplemente se siente nos‐
talgia) implica acantonarse en un esfuerzo continuo e
infatigable, empeñarse en buscar cualquier atisbo de
acción en la escasez, bucear, en suma, en un antagonis‐
mo de baja intensidad.
Pero la apertura a la doble condición de “naturali‐
dad” y “trabajo” supone inmovilizar al combatiente,
no en una lucha fratricida, sino en una pugna entre la
ilimitada confianza y la absoluta desesperación.
También aquí el antagonismo se dirime dentro del
combatiente, en este caso, dentro de cada individuo.
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Así, y de forma un tanto paradójica, el pensamiento
apologético ubica a los agentes del conflicto en un
marco de acción que les exime de responsabilidad al
desplazarlos hacia un marco externo, mientras que el
pensamiento crítico confiere a los antagonistas la total
responsabilidad del conflicto. Si la competencia vuel‐
ve irresponsables a los agentes, el antagonismo les
carga de compromisos. Aquellos que claman por la
responsabilidad viven inmersos en un régimen de
irresponsabilidad general, en tanto que los que pare‐
cen escudarse en la irresponsabilidad colectiva son los
que más brutalmente comprometen a los combatien‐
tes.
El pensamiento crítico no sólo arroja a la cara de los
combatientes la responsabilidad del conflicto, sino
que interpela a cada uno de ellos directamente sobre
su arrojo, su inteligencia, su voluntad. El combate se
resuelve en el interior de cada combatiente. El pensa‐
miento crítico obliga a cada combatiente a “contar con
sus propias fuerzas”.
Pero, ¿qué fuerzas?, ¿qué combatiente? Unas fuer‐
zas contrapuestas, enfrentadas, divididas, a ninguna
de las cuales, sin embargo, el combatiente puede
renunciar; un combatiente que se alimenta de dos
fuerzas que se oponen; fuerzas de las que se sirve para
trazar un círculo virtuoso (entre objeto y sujeto), pero
que se agotan entre sí; fuerzas que al amarrarse, se
separan; que al apoyarse mutuamente, se alejan.
Cuanto más se afirma el antagonismo como dialéctica
de objeto (de explotación) y sujeto (de acción), tanto
más se afirma la dualidad, se abren las tensiones y se
desatan las luchas fratricidas. Un combatiente, por
tanto, dividido entre sujeto y objeto, entre inmensidad
y escasez, obsesionado por mantener unidas y articu‐
ladas sus fuerzas; pendiente de que no se decanten y
vayan a su aire (y haya traición); más preocupado por
la descoordinación que por la coordinación, por la
desarticulación que por la articulación.
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Los problemas del pensamiento apologético son otros,
especialmente del pensamiento apologético de
izquierdas, que utiliza la matriz del conflicto por com‐
petencia. Porque en este conflicto, la pugna no es entre
los agentes combatientes, sino entre los agentes y su
marco de competencia. El conflicto no remite a los
propios combatientes, sino al tablero de juego en el
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Pues finalmente es el recurso a las “propias fuerzas” lo
que resulta insuficiente. El movimiento que hace fun‐
cionar el antagonismo no puede ser el mismo que
impulsa a los combatientes. Las fuerzas que animan la
lucha contra el capital (o contra la dominación, o con‐
tra la trascendencia) no pueden ser las mismas que
espolean la lucha obrera (o resistente). Porque la
misma dualidad que exhibe para trabarse con su ene‐
migo es la que se abre en su interior; la misma duali‐
dad de sujeto (de liberación) y de objeto (de explota‐
ción) con la que se abraza fatalmente a su oponente es
la que le condena a la “lucha interna”, a la lucha fratri‐
cida. Las “contradicciones” del antagonismo son las
propias “contradicciones” del combatiente. Al fin y al
cabo, la condición esencial del antagonismo es la frac‐
tura interna del combatiente.
Contra lo que pudiera parecer a primera vista, la
competencia se muestra más ágil y dinámica que el
antagonismo, pues siempre está dispuesta a enviar las
diferencias al cielo de la “reconciliación”, en tanto que
el antagonismo introduce una separación radical en
los combatientes, que los retiene hasta que no resuel‐
van sus “contradicciones internas”. Paradójicamente,
el encaje, el cierre antagonista abre una distancia infi‐
nita dentro del combatiente. Y en esa distancia, en esa
dolorosa separación entre la condición objetiva y la
condición subjetiva, entre la generosa inmanencia y la
avara resistencia, germinan la añoranza y el pesimis‐
mo, y, en consecuencia, la clara conciencia del esfuer‐
zo y del trabajo que hay que dedicar para cerrar la
fractura y suturar la herida. Buena parte de los esfuer‐
zos se consumen en la cura de esa herida que se ha
inflingido el propio combatiente, en la gestión de la
dualidad que lo atraviesa, en la tramitación de las pau‐
sas, silencios, esperas… que él mismo ha introducido
(etapas de transición, travesías, trabajos de perfora‐
ción, fases de “acumulación de fuerzas”…).
Pero no es sólo que las fuerzas del combatiente se
encuentren divididas, sino de que también están
sometidas a la penuria. Pues el problema de los com‐
batientes antagonistas es justamente su “sostenerse en
el aire”, que les hace depender exclusivamente de ellos
mismos y les sitúa en una posición de reciprocidad
inversa. Al remitirse mutuamente, al servir cada uno
de objeto del otro, el combatiente siempre se encontra‐
rá en precario, su situación siempre estará amenazada,
su propiedad o su relación siempre estará sometida al
desgaste, al paso del tiempo; sus entrañas siempre
estarán corroídas y sus objetivos siempre se verán des‐
naturalizados, pervertidos o truncados. La “lucha de
clases” y la “oposición de mundos” se encontrarán
siempre retrasadas respecto a los fines que se ha fijado
el combatiente, a todo aquello que pretende, busca,
ansía…
Alimentarse de las “propias fuerzas” es alimentar‐
se de la discordia, de la insuficiencia, de la carencia.
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que el conflicto se desarrolla. Las desavenencias entre
agentes (“mercados”, “ciudadanos”, “poder económi‐
co”, “poder político”) se entienden como desequili‐
brios entre poderes (político versus económico) o suje‐
tos (ciudadanos versus mercados, estados versus mer‐
cados), que deben enderezarse precisamente en el
marco en el que tales desavenencias se han producido.
En esta tesitura apologética, al pensamiento de
izquierdas se le plantean los siguientes dilemas:
¿cómo alimentar la fuerza combativa de unos agentes
(ciudadanos, poder político…) cuyo marco de compe‐
tencia se la sustraen?, ¿cómo apostar por un caballo
(los ciudadanos, los trabajadores…), que, de momen‐
to, ya es perdedor, sin poner en evidencia que se le
escamotea energía combativa?, ¿cómo mantener la ilu‐
sión de victoria de un agente al que, de entrada, se le
ha condenado a la derrota?. Dado que en el conflicto
por competencia es un marco preestablecido (el con‐
senso, el re‐equilibrio…) el que determina su evolu‐
ción y devenir, ¿cómo atribuir la responsabilidad (“la
política consciente que controla la economía desboca‐
da”) a unos agentes que precisamente están condicio‐
nados por este marco presupuesto, por este régimen
de irresponsabilidad generalizada?
El pensamiento apologético de izquierdas preten‐
de introducir dosis de antagonismo en el conflicto por
competencia al abrir espacios de desigualdad frente a
la “igualdad” del pensamiento apologético de dere‐
chas. Desde su situación de dependencia, los agentes
“dominados” pueden plantar cara a esos otros agentes
que les mantienen en la subordinación. Pero no basta
con hacer de los sujetos también objetos de agresión.
No es suficiente que los sujetos se encuentren “domi‐
nados” para hacerlos combatir. Pues el antagonismo
exige que el agente agredido sea al mismo tiempo
agresor, y que tal como es atacado también él alcance
las entrañas enemigas. Si en el antagonismo las “fuer‐
zas propias” eran opuestas y estaban enfrentadas,
aquí se encuentran agazapadas, expectantes, en el
mejor de los casos, prestas a saltar, pero ‐por el
momento‐ quietas.
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Del mero enfrentamiento no se extraen fuerzas, sino
heridas; del simple choque no surgen “acumulaciones
de fuerzas”, sino cansancio.
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Mejor pues afirmarse en el suelo que sostenerse en el
aire, mejor alimentarse de lo que nos nutre que devo‐
rarnos las entrañas, mejor enfilar hacia el enemigo que
tener que ajustar cuentas en nuestras filas. Mejor, en
suma, atravesar el antagonismo (sus lugares, sus moti‐
vos, sus fines…) que ser atravesado por él.
El objeto del combate entonces no son los propios
combatientes, sino un exterior que han hecho suyo,
algo ajeno que han asumido como propio, un objeto (o
motivo, o lugar, o razón…) “cualquiera” que han con‐
vertido en objeto de disputa, al que, de grado o por
fuerza, han designado o se han situado (designar y
situar es lo mismo), al que han accedido o se han visto
arrastrados. El objeto no es el combatiente que sufre,
no es lo pasivo que precisa “remontarse” o recons‐
truirse, sino aquello sobre lo que los combatientes se
han precipitado porque así lo han decidido. El objeto
se integra en el sujeto. Está más relacionado con la
decisión que con la necesidad. Es un terreno de liber‐
tad.
El sujeto del antagonismo tampoco se encuentra
en los propios combatientes, no es el origen o fuente
del antagonismo, sino el mandato que impone a los
combatientes el objeto “cualquiera”, el precepto al que
deben atenerse. El sujeto no es el combatiente activo,
la manifestación libre y soberana de su poder, sino el
criterio que emana de la disposición del objeto. El suje‐
to se integra en el objeto. Depende más del deber que
de la voluntad. Es un ámbito de obligación y necesi‐
dad.
No desaparece la dualidad sujeto/objeto, pero ya
no socava la fuerza antagonista ni la conduce a la
lucha fratricida, sino que garantiza la unidad de la
potencia combatiente. Pues ahora ésta se focaliza en el
objeto, a cuyas exigencias se ajusta.
No desaparece la dualidad, pero ya no provoca
intermitencias o interrupciones en la pugna, sino que
asegura la necesaria continuidad del combate. Si no
hay oposición entre sujeto y objeto, entre dominación
y resistencia, no hay que pasar del objeto al sujeto y
remitir éste de nuevo al objeto, ni transitar de la desar‐
ticulación provocada por la dominación a la reserva
de inmanencia y de ésta a la reconstrucción de resis‐
tencias. No hay tiempos de espera, ni acontecimientos
por llegar, ni distancias que recorrer.
No desaparece la dualidad, pero ya no crucifica al
combatiente, sino que le garantiza la necesaria unidad
en el combate. Pues si el combatiente ya no sirve de
objeto (soporte) de su antagonista, deja de ser también
objeto suyo de consumo y, por tanto, de estar someti‐
do a la división y al desgaste de sus “fuerzas propias”.
Entonces, puesto que la fuerza del combatiente no
depende del daño que inflinge (y del daño que le infli‐
gen), hay mucho más que heridas y cansancio en el
combate; hay capacidad para plantear, dirigir y resol‐
ver el enfrentamiento.
(Es claro, por ejemplo, que la actual situación se
debe a que los combatientes ‐mercados y estados, de
un lado, ciudadanos y trabajadores, de otro‐ han reac‐
tivado su decisión por el objeto común de disputa, por
aquello de lo que todos ellos se alimentan: la totalidad
de las condiciones de vida, la totalidad de las conexio‐
nes de la fuerza de trabajo global).
Los combatientes no se encuentran en manos uno
de otro, sino del objeto en el que han confluido y de las
prescripciones que éste les ha impuesto. La lucha no es
entre antagonistas que, abiertos en canal, sufren y se
rebelan, sino entre combatientes que luchan por el
objeto que ellos mismos han convocado, por el espacio
“cualquiera” en el que se han emplazado.
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