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Fundamentos históricos de la medicina
Textos
clásicos
Andrés Vesalio (1514­1564)
La anatomía descriptiva basada en la disección de cadáveres humanos
Cuando los médicos pensaron que únicamente les importaba la curación de las enfermedades internas, consideraron que bastaba el mero conocimiento de las vísceras y descuidaron, como carente de importancia, el de la estructura de los huesos y de los músculos, así como la de los nervios, venas y arterias que se extienden por ellos. Y todavía más, cuando la práctica de todas las operaciones manuales fue confiada a los barberos, no sólo olvidaron los médicos el verdadero conocimiento de las vísceras, sino que pronto desapareció la práctica de la disección, sin duda porque los médicos no intentaban operar, mientras que a quienes se había confiado la habilidad manual eran demasiado ignorantes para leer las obras de los maestros de la anatomía. Para esta clase de personas es completamente imposible, en efecto, conservar un arte tan difícil que han aprendido de forma puramente mecánica. También es inevitable que esta deplorable separación del arte de curar haya introducido en nuestras escuelas el procedimiento ahora habitual de que una persona realice la disección del cuerpo humano y otra exponga la descripción de las partes. Esta última, encaramada en un sitial como una corneja, recita con notable aire de desdén noticias sobre hechos que nunca ha visto directamente, sino que ha aprendido de memoria en libros ajenos o lee en descripciones que tiene ante los ojos. La primera tiene tan pocos conocimientos lingüísticos que es incapaz de explicar sus disecciones a los estudiantes. Destroza por ello lo que debiera mostrar, siguiendo las instrucciones del médico, que nunca interviene en la disección y que se limita a gobernar el barco con manos ajenas, como suele decirse. De esta forma, todo se enseña mal, se pierden los días en cuestiones absurdas y en la confusión se ofrece a los estudiantes menos de lo que un carnicero puede enseñar al médico en su establo. No digo nada de las escuelas en las que apenas se piensa en disecar un cuerpo humano para mostrar su estructura.
Mis esfuerzos nunca hubieran tenido éxito si cuando estudiaba medicina en París no me hubiera enfrentado con este problema, y me hubiera enfrentado con este nproblema, y me hubiera conformado con la descuidada y superficial demostración de unos pocos órganos que algunos barberos hicieron ante mí y mis compañeros de estudio en un par de disecciones públicas. Tan descuidada estaba entonces la anatomía, en la ciudad en la que hemos visto renacer felizmente la medicina, que tras adiestrarme yo solo disecando animales, en la tercera disección a la que pude asistir —relativa, como allí era costumbre, casi únicamente a las vísceras— realicé, animado por mis profesores y condiscípulos, una disección más completa de lo que solía hacerse. Más tarde realicé otra con la finalidad de mostrar los músculos de la mano y una disección más correcta de las vísceras. Pues, a excepción de los ocho músculos del abdomen, por desgracia confundidos y en desorden, nadie, a decir verdad, me enseñó nunca ni un solo músculo ni un solo hueso, y mucho menos la red nerviosa, venosa y arterial.
Posteriormente, en Lovaina, donde tuve que volver a causa de la guerra, debido a que allí los médicos, durante dieciocho años, no habían ni siquiera pensado en la anatomía, y con la intención de ayudar a los estudiantes de su escuela y adquirir yo más pericia en una materia tan diMícil como importante para toda la medicina, expuse con mayor detención que en París la estructura entera del cuerpo humano en un curso de disección. El resultado fue que ahora los profesores jóvenes de dicha escuela, por lo visto, dedican gran atención al estudio de la anatomía del hombre, comprendiendo claramente la importancia de las materias que les proporciona este conocimiento.
Más tarde, el ilustre senado de Venecia, el más generoso en la dotación de las ramas superiores del saber, me encargó durante cinco años de la enseñanza de la cirugía en la escuela de Padua, la más famosa de todo el mundo. Y como el desarrollo del saber anatómico es de gran importancia para la cirugía, dediqué muchos esfuerzos a indagar la estructura del hombre. Orienté mis estudios, acabando con las lamentables costumbres de las escuelas, de tal forma que mi enseñanza no desdijera de la tradición de los antiguos.
La indolencia de la profesión médica ha considerado una suerte que se perdieran las obras de Eudemo, Herófilo, Marino, Andreas, Lico y otras primeras figuras de la anatomía. No se ha conservado, en efecto, ni una sola página de los veintitantos autores que Galeno cita en su segundo comentario al libro de Hipócrates Sobre la naturaleza del hombre. Incluso apenas la mitad de los libros de anatomía del propio Galeno se han librado de perecer. En cuanto a sus seguidores, entre los que se encuentran Oribasio, Teófilo, los árabes y todos nuestros autores cuyas obras he leído, me perdonarán si digo que siempre que exponen algo interesante lo han tomado de Galeno ... Se han sometido tan completamente a su autoridad, que no hay ningún médico que declare que en los libros anatómicos de Galeno se ha encontrado nunca el más pequeño error y mucho menos pueda encontrarse ahora. A mí, por el contrario, me consta, por haber restablecido el arte de disecar y por el manejo atento de sus obras, que he depurado en varios pasajes —Cosas de las que no tengo que avergonzarme—, que Galeno nunca disecó un cuerpo humano recién fallecido. Por otra parte, se desdice con frecuencia, corrigiendo en sus últimos libros, cuando tenía más experiencia, los errores que había cometido en los primeros, y deMiende a veces puntos de vista contradictorios. Todavía más: engañado por sus monos —aunque hay que reconocer que estudió cuerpos humanos momificados y preparados para estudiar los huesos—, contradice, a menudo equivocadamente, a los médicos antiguos que habían aprendido disecando cadáveres humanos...
Soy consciente de que los médicos —tan diferentes en esto de los discípulos de Aristóteles— acostumbran a poner el grito en el cielo cuando, en más de doscientas ocasiones, en uno de los cursos de anatomía que doy en las escuelas, ven que Galeno no ha dado la verdadera descripción de las relaciones, usos y funciones de las partes del hombre. Muchas veces fruncen el ceño y examinan con gran detalle la disección, decididos a defenderlo. No obstante, movidos por su amor a la verdad, abandonan poco a poco su actitud categórica y comienzan a fiarse más de la eficacia de su vista y de su razón que de los escritos de Galeno ...
De la mejor manera que he podido, he expuesto en siete libros mis conocimientos sobre las partes del cuerpo humano, en el mismo orden que acostumbro seguir ante mi docto auditorio en esta ciudad y también en Bolonia y en Pisa ... En el primer libro he descrito la naturaleza de todos los huesos y cartílagos porque, como sostienen las demás partes y han de ser descritos de acuerdo con ellos, es lo primero que tienen que saber los estudiantes de anatomía. El segundo libro trata de los ligamentos que unen los huesos y los cartílagos y, a continuación, de los músculos que realizan los movimientos voluntarios. El tercero se ocupa de la densa red venosa que lleva a los músculos y huesos y a las otras partes la sangre ordinaria por la que se nutren y, también, de la red arterial que regula la mezcla de calor innato y espíritu vital. El cuarto trata de las ramas de los nervios que llevan a los músculos el espíritu vital y de las del resto de los nervios. El quinto expone la estructura de los órganos de la nutrición mediante la comida y la bebida; debido a la proximidad de su localización, se refiere también a los instrumentos dispuestos por el Creador Altísimo para la propagación de la especie. El sexto está dedicado al corazón, centro de la facultad vital, y las partes a él subordinadas. El séptimo describe la armonía de la estructura del cerebro y de los órganos de los sentidos, sin repetir la descripción incluida en el libro cuarto de la red nerviosa que parte del cerebro.
De humanis corporis fabrica..., Basileae, J. Oporinus, 1543. Trad. Al castellano por J.M. López Piñero.
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