pdf Distinciones y paralogismos. A propósito del escepticismo

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ISSN 1515-7326, nº 11, Año 2012, pp. 59 a 85
Distinciones y paralogismos.
A propósito del escepticismo guastiniano*
Isabel Lifante Vidal
Universidad de Alicante
En su trabajo “El escepticismo ante las reglas replanteado”, Riccardo
Guastini expone muchas de las distinciones que están en la base de su
“teoría” de la interpretación. En particular, empieza su trabajo
analizando tres ambigüedades que afectan al término interpretación: la
primera es la que distingue la interpretación en abstracto (o dirigida a
textos) y la interpretación en concreto (o dirigida a casos); la segunda
distingue entre la interpretación como actividad cognitiva, como
actividad decisoria y como actividad creativa; y la tercera ambigüedad
hace referencia a un sentido estricto de interpretación frente a un sentido
más amplio que incluiría todas las actividades de construcción jurídica.
El análisis de estas ambigüedades es usado por Guastini para separar
aquello de lo que puede ocuparse un jurista que pretende realizar
“teoría”, de aquellas otras cuestiones que se adentrarían en el ámbito
*
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación
“Argumentación y constitucionalismo” (DER2010-21032), financiado por el
Ministerio de Ciencia e Innovación español.
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I. Introducción
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de lo que Guastini considera “ideología”1 de la interpretación y con las
que el teórico del Derecho debe mantener las distancias.
A partir de estos presupuestos, Guastini formula su tesis escéptica;
una tesis que pretende separarse, por un lado, de la “teoría de la
pesadilla” (con su escepticismo radical) y, por otro lado, de la “teoría
de la vigilia” (teoría usualmente considerada intermedia entre el
escepticismo y el formalismo). En opinión de Guastini, la teoría de la
pesadilla está equivocada porque sostiene la tesis de la inexistencia de
significado antes de la interpretación y esto atenta contra la evidencia de
que existen reglas lingüísticas compartidas: “Cada atribución de
significado que caiga fuera del marco de los significados admisibles no
constituye propiamente una ‘interpretación’, sino más bien una creación
de una norma nueva” (p. 53). Esta teoría escéptica radical -dice
Guastini- adopta tácitamente un concepto de interpretación demasiado
amplio, de manera que vuelve imposible distinguir entre comprensión y
malentendido. Para Guastini la interpretación posee límites: interpretar
no consiste en atribuir cualquier significado, sino en atribuir uno de los
significados que se encuentran dentro del campo de significados
admisibles, según a) el uso común, b) los métodos interpretativos en uso
y c) las teorías dogmáticas. El error de la teoría de la vigilia consistiría,
a su vez, en situar la controversia entre cognitivismo y escepticismo en
el ámbito de la interpretación dirigida a hechos (enunciados
subsuntivos), cuando en opinión de Guastini el objeto de interés se
encuentra en los enunciados interpretativos en sentido estricto (en la
interpretación dirigida a los textos). Guastini le critica el no distinguir
ambos tipos de interpretación que -para él- presentan naturaleza bien
distinta. Aunque consideremos -dice Guastini- que los enunciados
subsuntivos pueden tener valor de verdad bajo ciertas condiciones, la
cuestión relevante es si la tienen los enunciados interpretativos en
sentido estricto. La teoría de la vigilia sostendría que sí; pero como teoría
descriptiva ello resulta -en opinión de Guastini- bastante ingenuo, y como
1
La distinción entre teoría e ideología coincide para Guastini con la distinción
entre cuestiones descriptivas y cuestiones normativas. El teórico o científico
del Derecho, en cuanto tal, debería en su opinión limitarse a ocuparse de las
primeras.
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teoría normativa (que recomendaría seguir las reglas del lenguaje
ordinario), se trataría de una cuestión irrelevante para una teoría
descriptiva de la interpretación. El verdadero fundamento del
escepticismo ante las reglas no se encuentra entonces, en opinión de
Guastini, en la tesis de la inexistencia de significado previo a la
interpretación, sino en “el reconocimiento de que es siempre posible
interpretar un mismo texto de múltiples formas distintas, asociado con la
tesis de que no existe un criterio de verdad para los enunciados
interpretativos” (p. 54). Recordemos que, para Guastini, las normas
siempre son variables dependientes de la interpretación2.
Su trabajo puede, por tanto, sintetizarse en dos tesis. La primera, de
carácter metodológico, sostiene la posibilidad (y conveniencia) de
segregar o fragmentar la experiencia jurídica en un discurso descriptivo
y un discurso normativo o prescriptivo, entre los cuales existiría una
distinción nítida y tajante. Me referiré a ella como la tesis del
“segregacionismo discursivo”3. La segunda tesis, a la que denominaré
tesis del “escepticismo moderado”, sería una tesis sustantiva que
presupone la primera pues pretende situarse exclusivamente en el ámbito
del discurso descriptivo. Esta tesis se compone a su vez de dos subtesis.
Por un lado, sostiene la existencia de una omnipresente indeterminación
en el Derecho (toda disposición admite más de un significado) junto a la
inexistencia de valor de verdad o corrección en el ámbito de la
interpretación, y de ahí su carácter escéptico; pero, por otro lado, sostiene
la existencia de significados previos a la interpretación que limitan la
actividad interpretativa, y de ahí su carácter moderado.
Esta tesis encuentra su fundamento en la clásica distinción genovesa entre
disposición y norma. En realidad, Guastini matiza esta tesis en el sentido de
indicar que el Derecho (las normas) no nacen unilateralmente de la
interpretación, “sino que el Derecho nace de la combinación de dos
actividades distintas igualmente “productivas”, aun cuando lo sean a título
diverso: la producción de textos (ésta sí, ex nihilo) y la construcción de
significados” (Guastini, 2010, p. 165).
3
Tomo esta terminología de Aguiló Regla, quien la utiliza para referirse a la
fragmentación que realizaría Ferrajoli de la experiencia y la fenomenología
jurídicas en múltiples discursos desconectados entre sí (Aguiló Regla, 2011).
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El objetivo de este trabajo es señalar mis discrepancias con esas dos
tesis. Respecto a la segunda, la “tesis del escepticismo moderado”,
pretendo señalar el carácter inconsistente de los argumentos en que
Guastini basa, por un lado, su escepticismo (la omnipresente
indeterminación jurídica y la ausencia de criterios de corrección) y, por
otro, su carácter moderado (la existencia de significados previos que
limitan la interpretación). Intentaré mostrar que esas inconsistencias
hacen imposible sostener el escepticismo moderado en los términos en
que Guastini lo defiende, pues si no se abandonan los presupuestos en
que fundamenta su escepticismo, el mismo acaba resultando radical
(negando la existencia de significados previos); y si se quiere mantener
ese carácter moderado es necesario abandonar la tesis de la
omnipresente indeterminación junto a la ausencia de criterios de
corrección. Para ello (en el apartado II), señalaré los problemas que
presentan las distinciones guastinianas para construir una adecuada
teoría de la interpretación jurídica, tomando como hilo expositivo las
tres ambigüedades del término interpretación con el que inicia su
trabajo. Todo ello me llevará a sostener (en el apartado III) que la
primera tesis, el “segregacionismo discursivo”, resulta un presupuesto
metodológico inadecuado para dar cuenta de en qué consiste la
interpretación en el ámbito jurídico.
II. Las distinciones guastinianas
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Como en tantos otros temas, las distinciones guastinianas en materia
de interpretación aportan una claridad y un instrumental analítico cuya
utilidad resulta difícilmente exagerable. Mis discrepancias con Riccardo
Guastini no tienen que ver con su aparato conceptual, sino con el uso
que da al mismo para separar cuestiones y ocuparse solo de algunas de
ellas presuponiendo que se pueden tratar adecuadamente de manera
aislada. Intentaré mostrar que con esa estrategia no solo se dejan fuera
algunas de las cuestiones más relevantes de la interpretación jurídica,
sino que se genera una visión distorsionada de la misma. De este modo,
mis observaciones aquí no serán tanto sobre lo que Guastini dice en su
texto, sino sobre lo que calla y sobre los riesgos que ese análisis de las
Distinciones y paralogismos. A propósito...
distinciones puede acarrear. Para presentar esos riesgos me serviré en
gran medida de la figura de los paralogismos, entendiendo por tales
aquel tipo de falacias que, a diferencia de los sofismas, consisten en
errores involuntarios, cometidos o inducidos por confusiones a menudo
inadvertidas. Seguiré en este punto el análisis que de esta figura realizó
Vaz Ferreira4. Este autor considera que pertenecen a la categoría de los
paralogismos, por ejemplo, las falsas oposiciones, las falsas precisiones,
la extrapolación de los esquemas verbales a la realidad de las cosas o el
tratamiento de las cuestiones normativas (cuyas soluciones pueden ser
graduables y suelen implicar ponderaciones) como si fueran fácticas o
explicativas (susceptibles de soluciones únicas y precisas). Como
intentaré mostrar, el análisis de Guastini puede propiciar algunos
paralogismos, especialmente falsas oposiciones, aunque conviene
señalar desde ya que, tal y como sugiere Vaz Ferreira, lo que en muchas
ocasiones constituye el paralogismo no es la contraposición en sí, que
puede estar bien construida y resultar clarificadora en muchos contextos,
sino alguna suerte de extrapolación o exceso de la misma5.
1. Primera ambigüedad: interpretación en abstracto (o
dirigida a textos) e interpretación en concreto (o dirigida a
hechos)
La obra de Vaz Ferreira Lógica viva, aunque fue escrita en 1910, ha sido
recogida y revisada en múltiples ediciones, de las cuales aquí cito por una de
1980. Para la presentación de las tesis de este autor he seguido muy de cerca
la exposición de Vega Reñón (2008, pp. 630 y ss.).
5
Cfr. Vega Reñón, 2008, p. 637.
4
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La primera ambigüedad que señala Guastini es la que distingue entre:
(1) la “interpretación en abstracto” o dirigida a los textos y (2) la
“interpretación en concreto” o dirigida a los hechos. En el primer caso
se trataría de “identificar el contenido de significado -esto es, el
contenido normativo (la norma o las normas)- expresado por, y/o
lógicamente implícito en, un texto normativo, y ello sin hacer referencia
a ningún caso concreto” (p. 28); mientras que en el segundo caso se trata
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de “subsumir un caso concreto en el campo de aplicación de una norma
previamente identificada ‘en abstracto’” (p. 29). Nos encontramos, por
tanto, ante dos actividades distintas: atribuir significados y clasificar
casos. Aunque dichas actividades pueden darse conjuntamente –sobre
todo en la interpretación judicial- y resultar desde el punto de vista
psicológico como indistinguibles, Guastini remarca que desde el punto
de vista lógico son realmente diferentes. En este sentido, señala que el
objeto de dichas actividades sería distinto: mientras que en el primer
caso se interpretarían enunciados normativos completos, la
interpretación en el segundo sentido recaería “sobre predicados en
sentido lógico, es decir, términos que denotan clases” (p. 30-31).
Mientras que en la interpretación orientada a textos se identifican -dice
Guastini- “normas jurídicas (y clases de casos)” [p. 31, la cursiva es del
autor], en la dirigida a los hechos se “contribuye a identificar los casos
concretos regulados por cada norma” (p. 31), por lo que -al menos desde
este punto de vista lógico- la primera actividad sería anterior a la
segunda. Guastini pone como ejemplo de problema de interpretación
dirigida a los textos el siguiente: el artículo que establece “El Presidente
de la República firma los decretos y resoluciones emanados del Consejo
de Ministros” puede entenderse bien como que el Presidente “posee el
poder” de firmar o bien como que “tiene el deber” de hacerlo. Mientras
que, como ejemplo de interpretación dirigida a los hechos, señala la
indeterminación que genera la regla “Prohibido vehículos en el parque”
respecto a su aplicación o no a las bicicletas6.
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Conviene notar que este ejemplo sería un supuesto de subsunción genérica, es
decir se trata de subsumir una clase de casos (o una especie), dentro de una
clase más amplia (un género), pero no sería un supuesto de subsunción de un
caso individual (con una determinada localización espacio-temporal) en un caso
genérico (cfr. Alchourrón y Bulygin, 1987, pp. 57-61). Pese a que en la
presentación de esta ambigüedad Guastini parece distinguir ambas
“subsunciones”, considerando que solo la primera se vincula a la interpretación
“en concreto”, más adelante sin embargo las trata conjuntamente, vinculando a
ambas con la interpretación “en concreto” (p. 55).
Distinciones y paralogismos. A propósito...
Guastini considera que no es necesario distinguir aquí entre estos dos
fenómenos (p. 39), y yo tampoco lo haré.
8
Guastini incluye en este sentido de ambigüedad -no exclusivamente sintácticotodos aquellos casos en los que consideramos que una disposición puede ser
entendida de diversos modos, y por tanto se duda de qué normas expresa.
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Cada uno de esos sentidos de interpretación respondería, a su vez, a
un tipo de indeterminación que afecta al Derecho. La interpretación en
abstracto será necesaria cuando nos encontremos ante un caso de
“indeterminación del sistema jurídico como tal”, es decir, cuando no
están determinadas cuáles son las normas expresadas por las fuentes
legales y que, en este sentido, pertenecerían al sistema; y la
interpretación en concreto, o dirigida a hechos, se conectaría con lo
que Guastini considera como la indeterminación de cada norma
particular, que se presenta cuando no están determinados qué casos
caen bajo el ámbito de aplicación de cada norma. Mientras que este
segundo tipo de indeterminación depende de la vaguedad o textura
abierta7 de todo predicado del lenguaje natural, la fuente de la primera
indeterminación se encuentra en la ambigüedad (en un sentido muy
amplio8) de los textos normativos. De este modo la indeterminación
del sistema jurídico no dependerá solo de defectos objetivos del
lenguaje constitucional o legislativo, sino también y fundamentalmente
de la multiplicidad de métodos interpretativos, de la dogmática jurídica
(que conforman una serie de presupuestos teóricos y conceptuales que,
de manera inevitable, condicionan sus interpretaciones) y del
sentimiento de justicia de los intérpretes (sus preferencias éticas y
políticas que pueden declararse o no explícitamente).
Vinculada con esta primera ambigüedad, Guastini presenta también
una distinción entre la interpretación que llevan a cabo los juristas y la
interpretación que realizan los jueces. Guastini critica la poca atención
que suelen prestar las que considera como teorías de la interpretación
contemporáneas (la teoría del noble sueño, la teoría de la pesadilla, y
la teoría de la vigilia) a la interpretación de los juristas, lo cual
constituye en su opinión un grave defecto porque, en primer lugar,
ambas actividades no serían equivalentes desde el punto de vista del
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análisis lógico (así, por ejemplo, señala que la interpretación judicial
nunca puede ser meramente cognitiva ni dirigida a textos) y, en
segundo lugar, porque la actividad de los juristas (sus teorías
dogmáticas y sus métodos interpretativos) condiciona “las ideas que
los jueces poseen acerca del derecho en general, de los conceptos
jurídicos y de la interpretación judicial” (p. 45). De hecho, para
Guastini estas actividades de los juristas dogmáticos ayudan a
conformar el marco de significados admisibles para un texto
normativo. Esta crítica está conectada con una observación más
general que recorre todo el trabajo: la denuncia de que las teorías de
la interpretación se hayan centrado en el problema de la vaguedad, y
por tanto en la interpretación en concreto, descuidando lo que sería la
interpretación en abstracto. En este sentido, Guastini parece sugerir
que deberíamos reservar el término “interpretación” para la
interpretación en abstracto; mientras que la segunda, la interpretación
en concreto, sería -o mejor dicho, incorporaría- una actividad posterior
a la interpretación, consistente en subsumir casos particulares en las
normas previamente interpretadas. Pero en realidad no todas sus
apreciaciones resultan coherentes con este presupuesto y en ocasiones
parece, por así decir, “ontologizar” la distinción, dando a entender que
hay casos que “son” (no solo que se presentan como) problemas de
interpretación en abstracto y casos que “son” problemas de
interpretación en concreto. Y así, por ejemplo, sostiene que la
interpretación en abstracto estaría dirigida a resolver los problemas
originados por la indeterminación del sistema jurídico (la ambigüedad
en sentido amplio), mientras que la interpretación en concreto trataría
de superar la indeterminación de las normas particulares, es decir, la
generada por la vaguedad.
Todo ello parece dar a entender que no estamos simplemente ante
dos sentidos del término “interpretación” uno de los cuales incluye,
además de lo que sería en sentido estricto actividad interpretativa (la
encargada de eliminar la indeterminación del significado de la
disposición), una posterior actividad subsuntiva o calificativa, ni
tampoco ante dos perspectivas desde las que pueda plantearse la
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Este sería el modo en el que, por ejemplo, Ross plantearía sus dos “formas” de
la interpretación: la interpretación por significado y la interpretación por
resultado (Ross, 1970, p. 113) o también MacCormick su distinción entre los
problemas de interpretación y de calificación (MacCormick, 1978, pp. 94 y
ss.), distinciones que coincidirían en gran medida con la que aquí estamos
analizando.
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necesidad de llevar a cabo una misma actividad interpretativa9. Esta
manera de presentar las cosas, remarcando las diferencias entre los dos
“tipos” de interpretación, puede generar algunas distorsiones, llegando
a generar incluso un paralogismo: me refiero a sugerir lo que sería una
falsa oposición entre ambas actividades.
La cuestión de si las bicicletas son o no vehículos a efectos de la regla
“Prohibida la entrada de vehículos en el parque” sería un problema de
vaguedad del concepto de “vehículo”, pero hace referencia a la
subsunción de un caso genérico, de una clase (la de las bicicletas) en otra
clase (los vehículos), y no a la subsunción de un caso concreto o
individual, por lo que no se acaba de entender por qué Guastini lo pone
como ejemplo de “interpretación en concreto”. Pero incluso si se tratara
de determinar si la prohibición se aplica a una bicicleta particular en un
caso concreto (identificable en el tiempo y el espacio), el modo de
resolver dicha indeterminación generada por la vaguedad habría
consistido en “construir” un caso genérico con las propiedades que se
consideran relevantes del caso individual (tener dos ruedas, no tener
motor…). Por lo tanto, si consideramos aplicable la regla “Prohibida la
entrada de vehículos en el parque” a las bicicletas es porque hemos
interpretado la regla en una de sus opciones (no solo hemos calificado
un caso concreto). Si bien es cierto que la subsunción de un caso
particular en una regla, una vez atribuida a ésta un significado preciso
(una vez resueltas las posibles indeterminaciones que su formulación
pueda plantear), es una mera cuestión lógica, la resolución de la
indeterminación provocada por la vaguedad o por la textura abierta de
algunos de los conceptos usados en la formulación de la regla será
siempre una actividad interpretativa en sentido estricto.
Pensemos en otro ejemplo. El artículo 85 del Estatuto de la
Universidad de Alicante establece lo siguiente: “El mandato de decano
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tendrá una duración de 4 años, siendo posible su reelección una sola
vez”. Nos encontramos con una indeterminación que puede ser
planteada como un problema de “interpretación en abstracto” generado
por la indeterminación del sistema jurídico: ¿Qué norma expresa esta
disposición?: N1, según la cual se estarían limitando las elecciones
consecutivas de los decanos, o N2, según la cual se limitarían el número
de mandatos que en total puede desempeñar un decano. Pero que
también puede plantearse como problema de “interpretación en
concreto”: ¿Es un caso de “reelección” elegir a Fulanito que, en el
pasado, fue decano durante dos mandatos? Cualquiera de los problemas
de “interpretación en concreto” podría surgir o presentarse como un
problema de interpretación en abstracto y es importante darse cuenta
de que la “actividad interpretativa” necesaria para superar la
indeterminación sería la misma en ambos casos. Como el propio
Guastini remarca, la diferencia entre los dos sentidos se encuentra en
que en la llamada “interpretación en concreto” se incluiría algo más,
que vendría a ser precisamente la subsunción de un caso particular en la
regla interpretada, pero eso implica considerar que existe un núcleo de
actividad común.
En realidad, en la caracterización que hace Guastini de la llamada
“interpretación en concreto” no se parte solo de un caso -ya sea genérico
o individual- frente al cual busquemos una solución en “el Derecho”
(considerado en su conjunto), sino que se tiene identificada previamente
una disposición que expresa una norma respecto a la que se plantea la
duda de si el caso resulta o no subsumible. Esta ambigüedad –tal y como
es presentada por Guastini- hace referencia, por tanto, a dos sentidos de
“interpretación” en los que la actividad interpretativa se realiza siempre
a partir de una determinada disposición cuyo significado nos plantea
dudas con un mayor o menor nivel de abstracción (generados bien por
ambigüedad, bien por vaguedad), y en este sentido podemos decir que
la “interpretación en concreto o dirigida a hechos” estaría también
dirigida a textos. Por decirlo de otro modo, para Guastini el significado
central del término interpretación coincide con lo que Tarello (1980, pp.
5 y ss.) considera el sentido jurídico moderno de dicha expresión (lo que
sería la “interpretación de la ley” frente a la “interpretatio iuris”), y que
Distinciones y paralogismos. A propósito...
dejaría fuera el problema de encontrar en el Derecho como un todo la
regulación jurídica aplicable, la norma que dé solución a un caso
concreto. Como veremos al analizar la tercera ambigüedad, este tipo de
actividad se ubicaría no en la interpretación en sentido estricto, sino en
la construcción jurídica.
La segunda ambigüedad -inspirada en Kelsen- muestra que usamos el
término “interpretación” para hacer referencia a actividades de
naturaleza bien distinta. Nos encontramos así, según Guastini, con tres
posibilidades: (1) una “interpretación cognitiva” que consistiría en
“identificar, sin elegir entre ellos, los posibles y diferentes significados de
un texto normativo (los significados admisibles según las reglas
lingüísticas -sintácticas, semánticas y pragmáticas- compartidas, las
distintas técnicas interpretativas en uso, y las tesis dogmáticas difundidas
en doctrina)”; (2) una “interpretación decisoria” que consistiría en “elegir
un determinado significado entre los significados identificados (o
identificables) por medio de la interpretación cognitiva, descartando los
restantes”; y (3) una “interpretación creativa” que consistiría en “atribuir
a un texto un significado ‘nuevo’ no comprendido entre los significados
identificados (o identificables) por medio de la interpretación cognitiva”
(pp. 31-32). Siguiendo también a Kelsen, Guastini señala que mientras
la primera operación está privada de cualquier efecto práctico, la
segunda y la tercera serían sin embargo operaciones políticas que
pueden ser llevadas a cabo tanto por órganos de aplicación (sería el caso
de lo que Kelsen calificaba como interpretación auténtica, que estaría
dotada de consecuencia jurídicas) como por juristas (en cuyo caso no
posee dichas consecuencias). Respecto a esta ambigüedad, Guastini
señala que la tercera operación, la interpretación creativa, en la mayoría
de los casos consiste en extraer del texto normas no expresas mediante
una amplia variedad de argumentos “no deductivos”. Dicha operación
no sería estrictamente hablando un acto de “interpretación”, sino que
estaría más próxima a la creación o legislación de nuevas normas y
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2. Segunda ambigüedad: interpretación cognitiva, interpretación decisoria e interpretación creativa
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considera que esta actividad se incardinaría en lo que considera como
“construcción” o integración del Derecho; lo que le lleva a presentar la
tercera ambigüedad.
Me centraré primero en la distinción entre las dos primeras categorías,
que son las que integrarían lo que Guastini considera como
“interpretación en sentido estricto”, para pasar luego a la contraposición
que hace entre ellas y la “interpretación creativa”. Lo que aquí pretendo
mostrar es que, pese a que aparentemente el criterio de la distinción entre
estos tres sentidos de interpretación radica en el tipo de actividad que se
lleva a cabo en cada caso, Guastini en realidad elude abordar la cuestión
a propósito de en qué consiste la actividad interpretativa.
Según su presentación, la interpretación “cognitiva” parece consistir
en identificar, sin elegir entre ellos, los posibles significados de un texto
normativo, mientras que la interpretación “decisoria” consistiría en elegir
un determinado significado entre los significados identificados (o
identificables) por medio de la interpretación cognitiva. Solo la segunda
actividad tiene, en opinión de Guastini, alcance práctico; siendo la
primera una actividad puramente cognoscitiva o teórica. La
interpretación cognitiva parece ser entendida entonces como una mera
recolección de las distintas interpretaciones resultado (los posibles
significados de una disposición normativa). Pero si utilizamos aquí una
distinción que en muchas ocasiones ha realizado el propio Guastini
entre lo que sería un discurso “interpretativo” y un “discurso descriptivo
de interpretaciones (el discurso que constata o refiere, a nivel de
metalenguaje, que, de hecho, un texto ha sido interpretado de una
determinada forma por parte de alguien)” (Guastini, 1999, p. 205),
podríamos decir que en realidad aquí no estaríamos tanto ante una
actividad propiamente interpretativa, sino ante la referencia a las
distintas interpretaciones realizadas por otros10. Y, en este sentido,
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70
También Barberis lleva a cabo un comentario similar, señalando que esta
interpretación cognitiva, que Guastini suele considerar asimilada a la
definición lexicográfica, indica en realidad no interpretación, sino
descubrimiento [rilevazione] de la interpretación realizada por otros (Barberis,
2000, pp. 21-22).
10
podría ser considerada -tal como hace Guastini- como una actividad
meramente descriptiva, cuyo resultado puede ser calificado como
verdadero o falso; pero creo que nadie -ni siquiera el propio Guastinidiría que en eso consiste la actividad de “interpretar”: sería una actividad
“cognitiva”, pero no “interpretativa”.
Sin embargo, la caracterización que Guastini realiza de la
“interpretación cognitiva” admite también otra lectura, pues parece que
esta interpretación debe señalar tanto los significados “atribuidos” a una
disposición, como también los significados “atribuibles”. Si esto es así,
debemos considerar que en la categoría de la interpretación cognitiva
se incluyen dos actividades de alcance muy distinto. Señalar los
significados atribuidos (por otros juristas teóricos o prácticos) a una
disposición puede ser considerado como una actividad meramente
cognoscitiva, carente de relevancia práctica. Pero eso mismo ya no es
tan obvio respecto a la identificación de los significados “atribuibles”, es
decir, significados que todavía no han sido atribuidos por nadie, pero
que podrían ser atribuidos, es de suponer atendiendo a algunas normas
o pautas que regulan dicha actividad (recordemos que para Guastini no
todo vale en materia de interpretación: no puede ser atribuido11
cualquier significado imaginable, sino que existen límites marcados por
las reglas lingüísticas, los métodos interpretativos y las construcciones
dogmáticas). Respecto a estos últimos significados (los atribuibles pero
aún no atribuidos) sería necesario llevar a cabo una actividad para
determinar su “atribuibilidad”, actividad que ya no puede ser
considerada descriptiva de las interpretaciones-producto realizadas por
otros, y en este sentido no puede limitarse a observar la práctica
interpretativa, sino que tendrá que participar en ella en el sentido de que
deberá aplicar esas pautas o criterios que son las que dan lugar a los
distintos significados “atribuibles”. Si no me equivoco, el producto de
esta actividad interpretativa se incardinaría en los enunciados
Es cierto que este “no puede ser atribuido” no pretende tener para Guastini
un alcance “normativo” (no pretende guiar la práctica jurídica), sino
meramente “conceptual”: si se traspasaran esos límites, entonces -sostendría
Guastini- eso ya no sería interpretación.
11
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interpretativos que Chiassoni considera como “conjeturales”12: los que
“enumeran algunos -o, al límite, todos- los significados posibles y/o
razonables de una disposición a la luz de los diversos métodos
interpretativos culturalmente aceptados y/o positivamente prescritos”
(Chiassoni, 1998, p. 23). Se trata de enunciados -dice Chiassoni- que
“documentan una actividad interpretativa que versa inmediatamente no
ya sobre los discursos interpretativos de disposiciones, sino sobre las
propias disposiciones” (ibid. p. 26), y en ese sentido se diferenciarían de
los enunciados que ponen de manifiesto (o predicen) interpretacionesproducto de otros, pero -en su opinión- al igual que éstos presentarían
una función cognoscitiva o informativa, que los diferenciaría de los
diversos tipos de enunciados interpretativos que considera “adscriptivos”
de significados. Sin embargo, la “actividad que documentan” estos
enunciados conjeturales puede exigir la aplicación de métodos
interpretativos culturalmente aceptados, tales como el “método
sistemático”, que -al menos en alguna de sus versiones- exige la
coherencia del sentido atribuible a una disposición con los fines y valores
que se pretenden desarrollar en el ámbito jurídico en cuestión. Y parece
que la actividad necesaria para determinar dicha coherencia ya no es
tan claramente una actividad meramente cognoscitiva y carente de
relevancia práctica. Y lo mismo podría decirse de la actividad necesaria
para considerar atribuible un significado a la luz de una determinada
construcción dogmática. En realidad, las actividades de este tipo
(determinar la coherencia de un posible significado de una disposición
con el resto del sistema, o con una construcción dogmática) estarían
más próximas a lo que usualmente consideramos como actividad
interpretativa, que la mera referencia a las interpretaciones realizadas
por otros, pero respecto a su naturaleza Guastini no se pronuncia.
Por lo que respecta a la categoría de la interpretación decisoria, en
este caso la actividad interpretativa es presentada por Guastini como la
elección de una de las diferentes opciones previamente identificadas (o
Chiassoni realiza una enumeración de hasta diez diferentes tipos de
enunciados que se incardinarían en la clase que generalmente se considera
como “enunciados interpretativos” en sentido amplio (Chiassoni, 1998).
12
identificables) a través de la interpretación cognitiva. Pero, ¿qué sentido
tiene decir que la naturaleza de la actividad interpretativa es “decisoria”
o electiva? Lo típicamente interpretativo no es la “decisión” en sí, sino
precisamente la actividad previa que conduce a la elección de una de
las diferentes opciones. La “decisión” sería la última fase, el resultado de
un proceso, pero para llegar ahí ha sido necesario realizar una cierta
actividad previa a la toma de decisión, una actividad consistente en
deliberar, en ponderar razones. La actividad de “interpretar” acabaría
con un momento decisorio (“interpretar X en el sentido Y”), pero
interpretar no consiste solo -ni fundamentalmente- en decidir, sino en
llevar a cabo la actividad que conduce a la decisión. De este modo, decir
que la actividad interpretativa, cuando no es meramente cognitiva,
consiste en “decidir”, parece obviar la cuestión relevante: ¿cómo se
decide?, ¿qué tipo de razones se admiten para justificar la elección en
este ámbito concreto? Como hemos visto, Guastini admitiría la
existencia de una multiplicidad de métodos, instrumentos o criterios
interpretativos, pero no la existencia de criterios (o si se quiere,
“metacriterios”) que permitan comparar los distintos resultados a los
que dichos métodos conducen y que en ese sentido rijan la toma de
decisión: la elección de uno de esos resultados. De modo que estos
criterios, al no existir, no pueden ser descritos y por tanto no tiene
sentido que sean objeto de una “teoría” de la interpretación. Ocuparse
de tales criterios implicaría -en su opinión- adentrarse en el ámbito de la
ideología.
Si pasamos ahora a la distinción entre la interpretación en sentido
estricto y la tercera categoría, la de la interpretación creativa, nos
encontramos con una cierta circularidad. Lo que hace que algo sea
considerado como interpretación en sentido estricto es precisamente el
que el significado elegido se encuentre dentro de las opciones
previamente identificadas como atribuibles a la disposición. Es decir, se
supone que es la interpretación cognitiva la que marca el ámbito de los
significados aceptables (atribuibles) y entre los que se puede optar a la
hora de llevar a cabo la interpretación decisoria. Pero, a su vez, en la
construcción escéptica de Guastini el único criterio cierto para
determinar cuáles son todos los significados que han de ser reconocidos
Discusiones XI
Distinciones y paralogismos. A propósito...
73
Isabel Lifante Vidal
Discusiones XI
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como atribuibles a una disposición y por tanto incorporados en el
ámbito de la interpretación cognitiva parece ser, en último término, el
hecho de que los juristas (teóricos o prácticos) decidan darle ese
significado a la disposición. Recordemos que, en su opinión, el
sentimiento de justicia de los juristas o sus construcciones dogmáticas
(ambos considerados por él como “arbitrarias”) pueden hacernos
considerar como aceptable un significado que se aparte incluso del
significado marcado por el uso común, y si ese sentimiento de justicia
o esas construcciones dogmáticas son caracterizadas por el propio
Guastini de arbitrarias, difícilmente podrán ser objeto de predicción
antes de que se lleven a cabo. De modo que, en última instancia,
acabaría siendo la interpretación decisoria la que determina el abanico
de significados que se deben incorporar en la interpretación cognitiva
(y no al contrario, como parece presuponer la construcción de Guastini).
Ello tendría además como consecuencia inevitable que se desvanecería
la distinción entre la actividad interpretativa en sentido estricto y la
actividad creativa, tal como la formula Guastini. Pues si no tenemos
identificados todos los criterios para determinar ex ante cuáles son los
significados que pueden ser atribuidos, no hay manera de distinguir
entre la interpretación y la pura creación. Y esa distinción resulta central
para poder seguir sosteniendo la tesis del “escepticismo moderado”; si
esa distinción se diluye acabaríamos cayendo en la tesis de que todo
cabe en materia de interpretación, es decir, en el escepticismo radical
del que Guastini pretende apartarse13. Es cierto que aquí podría
señalarse que juega un factor temporal: son los resultados de las
interpretaciones decisorias del pasado (o al menos los que han tenido
cierto éxito) los que deben integrarse en el marco de posibilidades de la
interpretación cognitiva del presente. Pero esto implicaría sostener que
toda interpretación que es atribuida por primera vez a un texto, y que no
se limite a ser una interpretación literal (o aplicación de algún método
interpretativo claro y unívoco -si lo hubiera), no sería en sentido estricto
“interpretación”, sino pura creación, pero esto parece apartarse mucho
del uso común del término “interpretación”. La explicación de estas
13
Cfr., en este mismo sentido, Barberis, 2000, pp. 33 y ss.
Distinciones y paralogismos. A propósito...
incongruencias sigue estando -en mi opinión- en una deficiente
caracterización de la naturaleza de la actividad interpretativa, lo que nos
lleva al análisis de la tercera y última ambigüedad. Como intentaré
mostrar en el resto del trabajo, sólo a partir de una caracterización de la
interpretación como una actividad argumentativa inserta en una práctica
en la que operan criterios evaluativos de corrección puede romperse esa
circularidad que amenaza a la tesis de la existencia de límites a la
actividad interpretativa.
Con el vocablo “interpretación”, señala Guastini, se hace referencia
en ocasiones al conjunto de todas las operaciones de los juristas y los
jueces. Pero entre ellas existen diferencias importantes. En particular,
Guastini considera necesario distinguir entre (1) la “interpretación
propiamente dicha” y (2) la “construcción jurídica”; es decir, entre la
atribución de significado a textos normativos (en alguno de los sentidos
y modos antes señalados) y un sentido más amplio que abarcaría las
numerosas operaciones en las que por lo general consiste el trabajo de
juristas y jueces, y que incluiría cosas tales como “conjeturas acerca de
la denominada ratio legis, las hipótesis contrafácticas acerca de la
intención del legislador, la creación de jerarquías axiológicas entre
normas, la construcción de reglas no expresas, la concreción de
principios abstractos, la ponderación entre principios (especialmente
constitucionales) en conflicto, etc.” (p. 34). Entre todas estas
operaciones, Guastini destaca la construcción de normas no expresas, es
decir, normas que “no pueden ser consideradas como uno de los
contenidos de significado o como la consecuencia directa de una
determinada disposición”. Toda norma no expresa -continúa Guastinies el resultado de un razonamiento en el que alguna de sus premisas es
una norma expresa. Pero llama la atención sobre el hecho de que en la
mayoría de los casos tales argumentos no son lógicamente válidos y
además señala que “incluyen premisas que no son reglas expresas, sino
esquemas conceptuales y teorías elaboradas arbitrariamente por la
dogmática” (la cursiva es mía). De este modo la “interpretación
creativa” excedería los límites de lo que en su opinión debe considerarse
Discusiones XI
3. Tercera ambigüedad: interpretación y construcción jurídica
75
Isabel Lifante Vidal
como interpretación en sentido estricto al necesitar de este tipo de
actividad constructiva para formular el significado que se atribuiría a
una disposición.
Esta distinción entre “interpretación” y “construcción -o integraciónjurídica” puede tomarse como una ambigüedad de la expresión
“interpretación”, frente a la cual no habría mucho que objetar. Creo que
es obvio que en ocasiones hablamos de “interpretación” en un sentido
más restringido, que parte siempre de una disposición (o fragmentos de
disposiciones) sobre cuyo significado se duda; y sin embargo en otras
ocasiones (cuando por ejemplo hablamos de “interpretación del
Derecho” frente a “interpretación de la ley”14) incluimos en ese rótulo
todas las actividades que se integrarían en el denominado “método
jurídico”. Pero el riesgo de la presentación de Guastini se encuentra en
que genera la apariencia de que nos encontramos ante actividades no
solo distintas, sino también incompatibles: si algo es integración, o
construcción -parece sostener Guastini-, entonces no es interpretación.
La interpretación en sentido estricto de la que habla Guastini parece
excluir, por definición, las actividades de construcción jurídica. Si ello
es así, nos encontramos de nuevo ante un paralogismo generado por una
falsa oposición entre la “interpretación” y la “construcción jurídica”, y
ello porque aunque es cierto que no todas las actividades que se integran
en la llamada construcción jurídica serían realizadas con el objetivo de
llevar a cabo una interpretación, la actividad interpretativa requiere
realizar, si no siempre al menos en la gran mayoría de las ocasiones, el
tipo de actividades que Guastini consideraría como construcción
jurídica15. Son precisamente esas actividades que aquí se incluyen
(ponderación de principios, jerarquización de valores, construcciones
sistemáticas, etc.), y a las que Guastini deja fuera del objeto de estudio
de la teoría de la interpretación jurídica, las que resultan necesarias para
conducir a las propuestas de significados que se considerarían
Discusiones XI
76
Siguiendo en este punto a Tarello (1980, pp. 5-11), en ocasiones anteriores
me he ocupado de caracterizar estos dos sentidos de “interpretación” (Lifante
Vidal, 2010, pp. 45-50).
15
En un sentido similar, Barberis también señala que Guastini no consigue
distinguir adecuadamente entre la interpretación en sentido estricto y la
integración del Derecho (Barberis, 2000, p. 22).
14
Distinciones y paralogismos. A propósito...
Dworkin, 1986, pp. 65 y ss. Aunque Dworkin no es muy claro al respecto,
creo que la mejor comprensión de dichas fases o etapas pasa por verlas no
como integrantes de un proceso estrictamente temporal, sino considerar que
entre ellas se daría, por decirlo con Dworkin, una relación parecida al
equilibrio reflexivo rawlsiano.
16
Discusiones XI
“atribuibles” a una disposición y que se integrarían por tanto en la
interpretación cognitiva y también serían este tipo de actividades las que
se requieren para evaluar y comparar entre sí los distintos significados
prima facie atribuibles a una disposición antes de elegir uno de ellos
(interpretación decisoria). De este modo, creo que la cuestión a
propósito de en qué consiste la actividad interpretativa que estaba
eludida en el análisis de Guastini requiere tomar en cuenta
conjuntamente diversos sentidos señalados por Guastini. Si nos
ocupamos de la actividad interpretativa (y no solo de su resultado), la
interpretación ha de verse como un proceso que pasa por distintas fases.
Mientras que la primera fase se asemejaría bastante a lo que Guastini
considera como una actividad cognitiva, la última requeriría la toma de
una decisión. Pero entre ellas necesitamos una actividad de
construcción, sistematización de las normas jurídicas, ponderación de
principios, resolución de antinomias, etc. Si bien se mira, estas distintas
fases se asemejan bastante a las diversas etapas interpretativas de las que
habla Dworkin16.
Guastini señala que estas actividades constructivas o de integración
que llevan a cabo los juristas exceden del ámbito de la lógica deductiva,
pero el problema es que de esa tesis (que sería difícilmente refutable)
parece dar el salto a presentarlas como una cuestión de mera
arbitrariedad (la construcción sería entonces una invención), dando a
entender que no hay espacio para la racionalidad entre ambos extremos:
todo lo que no caiga dentro del ámbito de la lógica deductiva -parece
suponer- no tiene más remedio que ubicarse en el terreno de la
arbitrariedad. Se trataría de nuevo de un paralogismo generado por una
falsa oposición, en particular del tipo que Vaz Ferreira considera como
su modalidad más extendida: tomar por opuestos contradictorios dos
extremos (la racionalidad deductiva y la arbitrariedad) que más bien
serían contrarios. En mi opinión podríamos decir que la “naturaleza” de
77
Isabel Lifante Vidal
la actividad interpretativa es fundamentalmente “constructiva”, en el
sentido de que no es meramente cognitiva (no se trata solo de describir
algo que preexiste), pero tampoco puede reducirse a una mera decisión
arbitraria (que “inventaría” un significado). Ello, aunque no implica
comprometerse con la tesis de la existencia de una única respuesta
correcta para todos los problemas interpretativos, sí requiere -como
veremos- sostener una visión no escéptica de la racionalidad práctica.
La reconstrucción de la práctica interpretativa (entre la descripción
y la prescripción)
Discusiones XI
78
Como hemos visto, frente al escepticismo radical, Guastini pretende
sostener un “escepticismo moderado” que aceptaría la existencia de
significados previos que determinarían los límites de la actividad
interpretativa, pero que al mismo tiempo negaría la existencia de
criterios normativos que permitan evaluar la corrección/incorrección
de las distintas interpretaciones. Respecto a esta última cuestión
Guastini considera que no hay nada malo en las teorías normativas del
significado jurídico (como la teoría del significado literal o la teoría
intencionalista del significado), “salvo que ellas no son de ayuda para
describir qué es en realidad la interpretación”; ocuparse de tales criterios
normativos implicaría adentrarse en el ámbito del discurso prescriptivo
o de la ideología que debe quedar fuera de una teoría de la interpretación
jurídica. Sin embargo, tal y como hemos visto, esos dos componentes de
la tesis del “escepticismo moderado” (la existencia de significados
previos y la omnipresente indeterminación junto a la ausencia de
criterios de corrección) entran en conflicto, haciendo prácticamente
imposible sostener ese pretendido escepticismo moderado, además de
no poder caracterizar adecuadamente en qué consiste la actividad
interpretativa. Lo que ahora pretendo mostrar es que el origen de esos
problemas quizás se encuentre precisamente en ese presupuesto
metodológico, al que he denominado la tesis del “segregacionismo
discursivo”, que exige la nítida separación entre el discurso
teórico/descriptivo y el práctico/normativo.
Según Guastini, los significados preexistentes que limitan la actividad
interpretativa, señalando el marco de posibilidades interpretativas
atribuibles a una disposición vienen configurados por la propia actividad
interpretativa llevada a cabo por la dogmática y los juristas en general.
De modo que la caracterización de lo que sería propiamente
interpretación, como algo distinto a la pura creación o invención, exige
prestar atención a la práctica interpretativa de los juristas. En este
sentido, cuando Guastini señala que en el ámbito jurídico no tiene
sentido hablar de una teoría del significado como algo distinto a una
teoría de la interpretación, afirma: “¿En qué puede consistir una teoría
puramente descriptiva del significado sino en la reconstrucción de la
práctica efectiva de una determinada comunidad interpretativa? La
teoría del significado referida a textos jurídicos no puede ser otra cosa
más que el análisis y la reconstrucción racional de la práctica de
atribución de significado llevada a cabo por los intérpretes jurídicos” (p.
50). Ahora bien, si la teoría del significado, o teoría de la interpretación
jurídica, ha de ser una reconstrucción racional de la práctica, hemos de
tomarnos en serio en qué consiste precisamente dicha práctica y qué
implica su reconstrucción.
Para empezar, la teoría de la interpretación tendría que dar cuenta de
que la actividad interpretativa es fundamentalmente una actividad
constructiva que implica llevar a cabo una argumentación, no es por
tanto un mero acto de conocimiento ni tampoco un mero acto de
voluntad, aunque contiene algo de ambos en las diversas etapas o
momentos del proceso interpretativo. Suele considerarse que la forma
estándar de un enunciado interpretativo en el ámbito jurídico, lo que
sería el resultado de ese proceso interpretativo, sería la siguiente: “D
significa N”, pero es importante darse cuenta de que dicho enunciado,
al ser el resultado de una actividad constructiva, sería la conclusión de
una argumentación (práctica, no meramente teórica) en la que se dan
razones para preferir el significado “N” a otros posibles. Ese enunciado
interpretativo (cuando es usado en un discurso interpretativo, y no en un
discurso descriptivo de las interpretaciones realizadas por otro17) vendría
a ser equivalente a un enunciado del tipo “D debe ser entendido como
Como antes hemos visto, esta distinción de los dos usos de los enunciados
interpretativos es señalada por el propio Guastini (1999, p. 205).
17
Discusiones XI
Distinciones y paralogismos. A propósito...
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Isabel Lifante Vidal
N”, o “Es mejor entender D en el sentido N que en cualquier otro
sentido”, en los que encontramos necesariamente una pretensión de
corrección. Del mismo modo que aceptamos que un enunciado
descriptivo del tipo “El gato está sobre el felpudo” incorpora la
pretensión de verdad de dicha aserción, tenemos que estar dispuestos a
aceptar que un enunciado interpretativo del tipo “D significa N”
incorpora una pretensión de corrección. En ambos casos las
pretensiones apelan a los otros, son en este sentido intersubjetivas.
Obviamente los criterios compartidos que operan en el caso de una y
otra pretensión no son los mismos. En el caso de la pretensión de verdad
los criterios compartidos apelan a la idea de verificabilidad empírica,
mientras que en el caso de la pretensión de corrección se apela a otro
tipo de criterios como puede ser la aceptabilidad pragmática a la luz de
los fines y valores que pretende desarrollar la práctica en cuestión.
Necesitamos por tanto criterios válidos intersubjetivamente, criterios
que no pueden reducirse a mera subjetividad ni arbitrariedad.
Una práctica social como puede ser la práctica interpretativa jurídica
viene constituida por una serie de comportamientos regulares
observables empíricamente, pero no solo -ni quizás fundamentalmentepor eso. Cualquier práctica18 incorpora una serie de valores que
pretenden desarrollarse a través de la misma y que serían los que darían
lugar al aspecto normativo de la práctica y se utilizarían como criterios
para valorar la preferencia de unas soluciones sobre otras para los
En filosofía de la ciencia, Rouse (2008) defiende que no sólo en el ámbito de
las prácticas lingüísticas o argumentativas debe operar una concepción
normativa de “práctica” (como opuesta a la concepción de las prácticas como
regularidades), sino que dicha concepción es también la adecuada para dar
cuenta de las prácticas científicas. En este mismo sentido, Sergio Martínez ha
remarcado la idea de que ninguna práctica científica puede ser caracterizada
si nos desentendemos de su “estructura normativa”, en la que se integrarían
valores de diferente naturaleza (entre otros, morales y epistémicos). Son esos
valores y normas que forman parte de la práctica los que permiten dar cuenta
de la estabilización y la integración de la práctica en un contexto normativo
más amplio y los que permiten hablar de los “fines” de la práctica (Martínez,
2008, p. 160).
18
Discusiones XI
80
problemas que se planteen al seguir la práctica. No se trata, por tanto,
de que la teoría de la interpretación deba prescribir cómo interpretar al
margen de cómo se lleva a cabo dicha actividad en la práctica, sino que
de lo que se trata es de percatarse de que la interpretación es una
actividad normativa que incorpora criterios de corrección, y como tal ha
de ser reconstruida. Una de las cuestiones relevantes que la teoría de la
interpretación ha de abordar será entonces la reconstrucción de dichos
criterios de corrección.
Guastini solo analiza dos posibles candidatas a dar cuenta de la
normatividad o de los criterios de corrección de la interpretación
jurídica: la teoría del significado literal y la teoría intencionalista;
aunque, fiel a su presupuesto metodológico, considera que las mismas
pueden interpretarse bien como teorías puramente descriptivas (en cuyo
caso -dice Guastini- resultarían descripciones falsas de las conductas
constitutivas de la práctica), o bien como teorías prescriptivas que
pretenderían guiar -y, podríamos añadir, cambiar- la práctica, y sobre
cuya “conveniencia” Guastini no se pronuncia19. Pero detengámonos
un momento en ellas. Según la primera teoría, la interpretación jurídica
debería ser acorde con el significado literal de las palabras usadas en los
textos normativos (o, por decirlo de otro modo, una interpretación sería
correcta cuando así lo hiciera), mientras que, para la segunda teoría, la
interpretación jurídica debería ser acorde con la intención del legislador.
Si nos fijamos bien, en ambos casos se trabaja con un criterio de
corrección que puede ser caracterizado de manera objetiva, que puede
ser objeto de conocimiento teórico: para la teoría del significado literal,
una interpretación sería correcta cuando coincida con el significado que
de hecho se da a las palabras, mientras que para la teoría intencionalista,
una interpretación sería correcta cuando coincida con la intención que
de hecho tenía el legislador (suponiendo la existencia y posibilidad de
conocimiento de dicha intención20). En mi opinión ninguna de esas dos
Cfr. Guastini, 2008, pp. 165-174.
Sobre los problemas de una concepción de la interpretación en estos términos
me he ocupado con detenimiento en un trabajo anterior (Lifante Vidal, 1999).
19
20
Discusiones XI
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Isabel Lifante Vidal
teorías resulta adecuada para reconstruir por sí sola los aspectos
normativos de la práctica interpretativa jurídica21. Ambas estarían
tratando un problema práctico (cómo debe interpretarse “D”) como si
se tratase de una cuestión teórica, incurriendo así en otro de los clásicos
paralogismos señalados por Vaz Ferreira; este paralogismo implica no
tener en cuenta que el término “solución” no significa lo mismo en un
ámbito teórico (donde se considera que hay soluciones exactas y
unívocas que pueden ser conocidas objetivamente) que en un ámbito
práctico, donde encontrar una “solución” suele implicar llevar a cabo
valoraciones y ponderar los pros y contras de las distintas posibilidades,
etc. Ser conscientes de ello no implica negar que alguna “solución”
pueda resultar mejor que las otras, y que en este sentido debe ser
preferida (aunque la misma no resulte “perfecta” o “correcta” en el
mismo sentido que puede serlo una solución a un problema
matemático).
Pero hemos de ser conscientes de que esas dos teorías no agotan todas
las posibilidades de reconstrucción de los aspectos normativos de la
práctica interpretativa. Podemos considerar que los criterios de
corrección de la interpretación en el ámbito jurídico no vienen dados
por su correspondencia exacta con un hecho “objetivo”, sino que la
mejor interpretación en el ámbito jurídico (la que debe ser por tanto
preferida) será aquella que desarrolle al máximo los valores que la
práctica jurídica, el Derecho, pretende desarrollar. Pero obviamente ésta
es una caracterización “constructiva” o “valorativa”22 de la actividad
interpretativa; una caracterización que en mi opinión reconstruye mejor
El significado literal (y quizás también en algunos casos la intención del
legislador) juega un papel relevante en la interpretación jurídica; es el punto de
partida, y en algunas ocasiones también puede ser el de llegada, pero el proceso
interpretativo implica atender a razones de por qué interpretar en un cierto
sentido que necesariamente no pueden ser el mero dato objetivo de ese
significado literal (o de esa intención). Cfr. MacCormick, 1993.
22
Y, como el lector habrá podido adivinar, muy similar a la caracterización que
realizaría Dworkin, aunque la misma no tiene por qué comprometerse –como
hace el autor norteamericano- con la existencia de una única respuesta correcta
para todos –o casi todos- los casos difíciles.
21
Discusiones XI
82
Distinciones y paralogismos. A propósito...
que la guastiniana cómo es en realidad la práctica interpretativa.
Guastini podría aquí objetar que una teoría de este tipo en realidad no
es en absoluto una “teoría”, pues pretende decirnos cómo se debe
interpretar y por lo tanto se ubicaría en un ámbito no descriptivo sino
normativo. Pero lo que he intentado mostrar es que ese presupuesto
metodológico del que parte Guastini, el “segregacionismo discursivo”,
según el cual se debe fragmentar la experiencia jurídica en discursos
desconectados entre sí: por un lado un discurso teórico o descriptivo de
hechos objetivos y susceptible de verificabilidad empírica, y por otro
lado, un discurso puramente prescriptivo, reducido al ámbito de la
subjetividad, y alejado de cualquier pretensión de racionalidad, es un
presupuesto claramente inadecuado si lo que pretendemos es
“reconstruir” la práctica interpretativa jurídica.
Como señalaba al principio de este trabajo, mis observaciones no
pretenden afectar a la utilidad analítica de las distinciones y
contraposiciones guastinianas como modo de ordenar el discurso, sino
a los riesgos que el abuso de las mismas entraña. Y en este sentido he
intentado mostrar que el propio Guastini no puede sortear esos riesgos
y acaba incurriendo en algunos paralogismos que le impiden ofrecer una
caracterización adecuada de en qué consiste la actividad interpretativa
en el ámbito jurídico. La caracterización de Guastini se sintetiza en lo
que he llamado la tesis del “escepticismo moderado”, que se compone
a su vez de dos partes: por un lado, la tesis escéptica (toda disposición
admite más de un significado junto a la inexistencia de valor de verdad
o corrección en el ámbito de la interpretación) y por otro lado, la tesis
moderada (la existencia de significados previos a la interpretación que
limitan la actividad interpretativa). Pero los argumentos en los que
Guastini basa su escepticismo resultan incompatibles con la afirmación
de que existen límites a la actividad interpretativa, de manera que sus
tesis escépticas acaban conduciendo a la tesis de que todo vale en
materia de interpretación (el intérprete sería, entonces, el único y
verdadero creador del Derecho), tesis de la que -con muy buen criterio-
Discusiones XI
Conclusiones
83
Isabel Lifante Vidal
Guastini pretende apartarse. La imposibilidad de presentar una
caracterización “adecuada” de la interpretación jurídica (una
caracterización que no desemboque en ese escepticismo radical) se debe
a que el presupuesto metodológico que opera como punto de partida
del trabajo de Guastini es el segregacionismo discursivo, que le hace
rechazar la posibilidad de explorar una caracterización “constructiva”
de la interpretación jurídica como actividad no meramente descriptiva
(objetiva) ni meramente prescriptiva (subjetiva). Según esta “tercera vía”,
la interpretación sería una actividad “participativa” (en la práctica), una
actividad que requiere llevar a cabo valoraciones y que incorpora
criterios de corrección.
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