SOBRE LO QUE CAE Diversas aguas fluyen para

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 SOBRE LO QUE CAE Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos. Y también las almas se evaporan de las aguas. Heráclito-­‐ Fragmento 12 Lo soñó Heráclito “el oscuro” en Efeso hace mucho tiempo. Su sueño sobre lo que cae discurriendo y lo que discurre cayendo. La caída en su pura evidencia, su maravillosa espontaneidad. Aquel sueño de aguas y almas evaporándose: de lo que transcurre y fluye insistiendo, recreando a su paso mágicos universos... Hay un peso específico en la caída. No es tan sólo la gravedad de toda materia sino la forma que adquiere lo que cae; la forma que discurre en su fluir incesante, el agua repitiéndose, los surcos que deja a su paso, lo que brota a su alrededor, lo que nace y muere, lo que se regenera, lo que deja el caer. No hay espíritu que no caiga. Ni siquiera el más leve, ni siquiera lo que vuela, lo que se sostiene en su levedad. Hay caídas suaves y caídas fuertes, caídas bellas y caídas dolorosas. Estamos atravesados por la caída. Por su enigmática presencia, por el misterio insondable que nos convoca a sernos y a descubrirnos en lo que cae, lo que irrumpe, lo que nos pasa al pasar. De lo que cae no es posible no mirar. Hay un punto de tensión en la caída, un placer extraño y misterioso. Es la conjunción de las tensiones o lo no resuelto: lo que simplemente está. Porque en la caída se está. La mirada contempla hechizada el espectáculo incesante del caer. No hay punto de reposo o quiebre de la aparente monotonía que reviste a lo que cae. En la inminencia de lo que cae radica la revelación del simple ver. La caída es rapto, ilusión. Hipnotismo de unos ojos dejándose hacer en su mirada. Mirar lo que cae es encontrarse con una trascendencia que no tiene explicación. El sin porqué ni paraqué. El milagro y la dicha de la ofrenda, lo que irrumpe a mostrarnos que tal vez lo que perdura no sea sino aquello que perdura en lo que pasa… Hay belleza en la violencia del caer. La potencia que tiene el fluir. La potencia del agua retroalimentándose al infinito. ¿Cuándo acaba la caída? ¿Cuál es el tiempo del caer? No hay continuidad sino repetición de lo idéntico y de lo siempre diferente. De lo que vuelve transfigurado por esa potencia incesante. La potencia del agua en su fluir encuentra su momento de dispersión en el golpeteo de las rocas. Ese splash, abre otros fondos, dibuja otras figuras. Son la compañía del caer. Lo que quiebra el plano o la monotonía del caer. Lo que niega la belleza triste de la caída y disrrumpe su fluir posibilitando otros mundos. No somos pájaros y por eso caemos. Y en ese declinar radica la posibilidad de volver a encontrarnos. Lo que cae es también lo que se derrama adentro de uno. Hay belleza y tragedia en ese acto. Porque sabemos y no sabemos, porque nos encontramos a merced. Encontrarse y habitar en la caída, en esa hermosa desmesura de lo que discurre cayendo, en la inmensidad de lo que no tiene fin como aquél río incesante en el que Heráclito vislumbró el infinito. María del Milagro Casalla 
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